Tomado de Cubadebate
En
un día como hoy, hace 129 años, moría plácidamente en Londres, a los 65
años de edad, Karl Marx. Corrió la suerte de todos los grandes genios,
siempre incomprendidos por la mediocridad reinante y el pensamiento
encadenado al poder y a las clases dominantes. Como Copérnico, Galileo,
Servet, Darwin, Einstein y Freud, para mencionar apenas unos pocos, fue
denostado, perseguido, humillado. Fue ridiculizado por enanos
intelectuales y burócratas académicos que no le llegaban ni a los
tobillos, y por políticos complacientes con los poderosos de turno a
quienes le repugnaban sus revolucionarias concepciones.
La academia se cuidó muy bien de sellar sus puertas, y ni él ni su
amigo y eminente colega, Friedrich Engels, jamás accedieron a los
claustros universitarios. Es más, Engels, de quien Marx dijera que era
“el hombre más culto de Europa” ni siquiera estudió en la universidad.
Sin embargo Marx y Engels produjeron una auténtica revolución
copernicana en las humanidades y las ciencias sociales: luego de ellos, y
aunque sea difícil separar su obra, podemos decir que después de Marx,
ni las humanidades ni las ciencias sociales volverían a ser las de
antes. La amplitud enciclopédica de sus conocimientos, la profundidad de
su mirada, su empecinada búsqueda de las evidencias que confirmaran sus
teorías hicieron que Marx, tantas veces dadas por muertas sus teorías y
su legado filosófico, sea más actual que nunca.
El mundo de hoy se parece de manera sorprendente a lo que él y su joven amigo Engels pronosticaron en un texto asombroso: El Manifiesto Comunista.
Este sórdido mundo de oligopolios rapaces y predatorios, de guerras de
conquista, degradación de la naturaleza y saqueo de los bienes comunes,
de desintegración social, de sociedades polarizadas y de naciones
separadas por abismos de riqueza, poder y tecnología, de plutocracias
travestidas para aparentar ser democracias, de uniformización cultural
pautada por el American way of life es el mundo que anticipara
en todos sus escritos. Por eso son muchos quienes ya, en los
capitalismos desarrollados, se preguntan si el siglo veintiuno no será
el siglo de Marx. Respondo a esa pregunta con un sí sin atenuantes, y ya
lo estamos viendo: las revoluciones en marcha en el mundo árabe, las
movilizaciones de los indignados en Europa, la potencia plebeya de los
islandeses al enfrentarse y derrotar a los banqueros y las luchas de los
griegos contra los sádicos burócratas de la Comisión Europea, el FMI y
el Banco Central Europeo, el reguero de pólvora de los movimientos Occupy Wall Street
que abarcó a más de cien ciudades estadounidenses, las grandes luchas
que en América Latina derrotaron al ALCA y la supervivencia de los
gobiernos de izquierda en la región, comenzando por el heroico ejemplo
cubano, son tantas otras muestras de que el legado del gran maestro está
más vivo que nunca.
El carácter decisivo de la acumulación capitalista, estudiada como nadie más en El Capital,
era negada por todo el pensamiento de la burguesía y por los gobiernos
de esa clase que afirmaban que la historia era movida por la pasión de
los grandes hombres, las creencias religiosas, los resultados de
heroicas batallas o imprevistas contingencias de la historia. Marx sacó a
la economía de las catacumbas y no sólo señaló su centralidad sino que
demostró que toda la economía es política, que ninguna decisión
económica está despojada de connotaciones políticas. Es más, que no hay
saber más político y politizado que el de la economía, dando al traste
con los tecnócratas de ayer y hoy que sostienen que sus planes de ajuste
y sus absurdas elucubraciones econométricas obedecen a meros cálculos
técnicos y que son políticamente neutros. Hoy ya nadie cree seriamente
en esas patrañas, ni siquiera los personeros de la derecha (aunque se
abstengan de confesarlo). Podría decirse, provocando la sonrisa
socarrona de Marx desde el más allá, que hoy son todos marxistas pero a laMonsieur Jordan, ese personaje de El Burgués Gentilhombre
de Moliere, que hablaba en prosa sin saberlo. Por eso cuando estalló
la nueva crisis general del capitalismo todos corrieron a comprar El Capital,
comenzando por los gobernantes de los capitalismos metropolitanos. Es
que la cosa era, y es, muy grave como para perder el tiempo leyendo las
boberías de Milton Friedman, Friedrich von Hayek o las monumentales
sandeces de los economistas del FMI, el Banco Mundial o el Banco Central
Europeo, tan ineptos como corruptos y que por causa de ambas cosas no
fueron capaces de pronosticar la crisis que, como un tsunami, está
arrasando los capitalismos metropolitanos. Por eso, por méritos propios y
por vicios ajenos Marx está más vivo que nunca y el faro de su
pensamiento arroja una luz cada vez más esclarecedora sobre las
tenebrosas realidades del mundo actual.
Discurso ante la tumba de Marx (1883)
Escrito: Discurso pronunciado en inglés por F. Engels en el cementerio de Highgate en Londres, el 17 de marzo de 1883.Primera publicación: En alemán en el Sozialdemokrat del 22 de marzo de 1883.
Digitalización: Por José Ángel Sordo para el Marxists Internet Archive, 1999.
El 14 de marzo, a las tres menos cuarto de la tarde , dejó de pensar el más grande pensador de nuestros días. Apenas le dejamos dos minutos solo, y cuando volvimos, le encontramos dormido suavemente en su sillón, pero para siempre.
Es de todo punto imposible calcular lo que el proletariado militante de Europa y América y la ciencia histórica han perdido con este hombre. Harto pronto se dejará sentir el vacío que ha abierto la muerte de esta figura gigantesca.
Así como Darwin descubrió la ley del desarrollo de la naturaleza orgánica, Marx descubrió la ley del desarrollo de la historia humana: el hecho, tan sencillo, pero oculto bajo la maleza idológica, de que el hombre necesita, en primer lugar, comer, beber, tener un techo y vestirse antes de poder hacer política, ciencia, arte, religión, etc.; que, por tanto, la producción de los medios de vida inmediatos, materiales, y por consiguiente, la correspondiente fase económica de desarrollo de un pueblo o una época es la base a partir de la cual se han desarrollado las instituciones políticas, las concepciones jurídicas, las ideas artísticas e incluso las ideas religiosas de los hombres y con arreglo a la cual deben, por tanto, explicarse, y no al revés, como hasta entonces se había venido haciendo. Pero no es esto sólo. Marx descubrió también la ley específica que mueve el actual modo de producción capitalista y la sociedad burguesa creada por él . El descubrimiento de la plusvalía iluminó de pronto estos problemas, mientras que todas las investigaciones anteriores, tanto las de los economistas burgueses como las de los críticos socialistas, habían vagado en las tinieblas.
Dos descubrimientos como éstos debían bastar para una vida. Quien tenga la suerte de hacer tan sólo un descubrimiento así, ya puede considerarse feliz. Pero no hubo un sólo campo que Marx no sometiese a investigación -y éstos campos fueron muchos, y no se limitó a tocar de pasada ni uno sólo- incluyendo las matemáticas, en la que no hiciese descubrimientos originales. Tal era el hombre de ciencia. Pero esto no era, ni con mucho, la mitad del hombre. Para Marx, la ciencia era una fuerza histórica motriz, una fuerza revolucionaria. Por puro que fuese el gozo que pudiera depararle un nuevo descubrimiento hecho en cualquier ciencia teórica y cuya aplicación práctica tal vez no podía preverse en modo alguno, era muy otro el goce que experimentaba cuando se trataba de un descubrimiento que ejercía inmediatamente una influencia revolucionadora en la industria y en el desarrollo histórico en general. Por eso seguía al detalle la marcha de los descubrimientos realizados en el campo de la electricidad, hasta los de Marcel Deprez en los últimos tiempos.
Pues Marx era, ante todo, un revolucionario. Cooperar, de este o del otro modo, al derrocamiento de la sociedad capitalista y de las instituciones políticas creadas por ella, contribuir a la emancipación del proletariado moderno, a quién él había infundido por primera vez la conciencia de su propia situación y de sus necesidades, la conciencia de las condiciones de su emancipación: tal era la verdadera misión de su vida. La lucha era su elemento. Y luchó con una pasión, una tenacidad y un éxito como pocos. Primera Gaceta del Rin, 1842; Vorwärts de París, 1844; Gaceta Alemana de Bruselas, 1847; Nueva Gaceta del Rin, 1848-1849; New York Tribune, 1852 a 1861, a todo lo cual hay que añadir un montón de folletos de lucha, y el trabajo en las organizaciones de París, Bruselas y Londres, hasta que, por último, nació como remate de todo, la gran Asociación Internacional de Trabajadores, que era, en verdad, una obra de la que su autor podía estar orgulloso, aunque no hubiera creado ninguna otra cosa.
Por eso, Marx era el hombre más odiado y más calumniado de su tiempo. Los gobiernos, lo mismo los absolutistas que los repulicanos, le expulsaban. Los burgueses, lo mismo los conservadores que los ultrademócratas, competían a lanzar difamaciones contra él. Marx apartaba todo esto a un lado como si fueran telas de araña, no hacía caso de ello; sólo contestaba cuando la necesidad imperiosa lo exigía. Y ha muerto venerado, querido, llorado por millones de obreros de la causa revolucionaria, como él, diseminados por toda Europa y América, desde la minas de Siberia hasta California. Y puedo atreverme a decir que si pudo tener muchos adversarios, apenas tuvo un solo enemigo personal.Su nombre vivirá a través de los siglos, y con él su obra.