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miércoles, 4 de enero de 2017

La Unión Europea a inicios de 2017: desafíos y oportunidades


Por Dr. Leyde E. Rodríguez Hernández [1]

La crisis económica que de 2008 a 2016 [2] atravesó la Unión Europea (UE) puso de manifiesto sus defectos como una entidad todavía en construcción, con carencias fundamentales a la hora de diseñar una estrategia para afrontar los retos impuestos por el elevado desempleo, la deuda, la inmigración o el auge de partidos políticos populistas y de extrema derecha.                                                              

Cada una de estas problemáticas, en su interrelación, demuestra —contrariamente a lo que difunde la prensa internacional en el Viejo Continente—, que Europa, en el  2016, aún no había salido de la crisis sistémica capitalista que se expresa no solo en lo económico y lo político; sino también en lo social, moral e institucional.

Los líderes europeos no han logrado un objetivo común o una meta que evite el euroescepticismo de vastos sectores sociales,[3]  alimentado por la destrucción, cada año, de casi un millón de empleos. Desde el 2013, los medios de prensa e instituciones europeas presentan el criterio que Europa comenzó su salida de la crisis económica, pero en los meses de octubre y noviembre de ese mismo año, a las puertas del 2014, las tasas de crecimiento económico fueron tan débiles que no consiguieron ocultar la cifra de 26 872 000 desempleados, en el conjunto de los países miembros de la UE, y de 19 447 000 en la eurozona; en ambos casos, unos 60 000 más que en septiembre 2013.

Pero si comparamos esos datos con el desempleo que existía en 2012, encontramos que la UE sumó 978 000 desocupados, mientras que la eurozona añadió 996 000. Solo en la población joven había 5 584 000 menores de veinticinco años desempleados, lo que constituye una tasa de 23,5%, siendo los casos más graves España y Grecia, con 56,5% y 57,3% respectivamente. [4]

En el 2016, el panorama común de la UE, en cuanto al desempleo, reflejaba en términos estadísticos, una tendencia decreciente y más europeos encontraban trabajo con respecto al 2013, revelando cierta reversión de los indicadores de paro más espeluznantes, aunque con la incertidumbre de que esos guarismos podrían repuntar nuevamente en la próxima década. [5] Aun así, en febrero de 2016, Eurostat calculó que en los veintiocho países que conforman la UE existían, en abril de 2016, más de 21 millones de trabajadores sin empleo, una cifra que se reduce a 16,6 millones en los países donde circula el euro. [6]

El desempleo juvenil, en esa misma fecha, afectó más a los países del sur de Europa. En España, casi uno de cada dos trabajadores menores de 25 años, el 45,3 % del total, permaneció sin empleo. Por lo que concierne a la ocupación desglosada por género, la brecha entre hombres y mujeres siguió siendo diferente entre norte y sur de Europa.

Si en Alemania, Irlanda, Francia o Suecia, por ejemplo, los hombres sufren niveles de desempleo mayores que las mujeres; en países como España, Italia o Grecia esta proporción se invierte.  En España, en particular, el 22 % de las mujeres trabajadoras se encontraba sin empleo, mientras que entre los hombres el porcentaje era de 18, 9 %. En Alemania, por el contrario, el paro entre hombres era del 4,5 % mientras que el de las mujeres un 4 %.  Los datos demuestran que para Europa el principal desafío corresponde al área económica, concretamente en el plano laboral y al crecimiento económico, aún insuficiente para lograr una recuperación sostenida del empleo y validar el criterio de que Europa ha salido de la crisis económica.[7]

Estas altas estadísticas siguen cuestionando los vaticinios optimistas sobre la terminación de la crisis económica o el comienzo de la recuperación. Tales pronósticos surgieron porque, en el segundo trimestre de 2013, el Producto Interno Bruto (PIB) de la zona euro experimentó un crecimiento de 0,3% respecto a los tres meses anteriores, lo que supuso el fin de seis trimestres consecutivos de contracción.

Esa tendencia continuó durante el 2014 y algunos indicadores económicos de los países comunitarios permitieron hacer una lectura menos pesimista sobre la crisis económica en el 2015, permitiendo que algunos analistas comenzaran a ver una supuesta luz al final del túnel, por lo que el 2016 marca solamente un punto de inflexión, confirmando la posibilidad de ligeros crecimientos económicos en los distintos estados de la Unión, algo que no se observó en años anteriores, con recaídas y débiles picos de crecimiento.[8]

Este mínimo cambio diagnosticado en el 2016 podría proseguir hasta el 2018 mediante la aplicación de un programa de alivio cuantitativo -impresión de dinero para comprar deuda pública- lo que contribuiría al incremento del Producto Interno Bruto de la Eurozona en alrededor de 1,5 %, hasta ese año, y como resultado de un auge de las exportaciones y de los apenas perceptibles ajustes aplicados al modelo de austeridad neoliberal, a partir de la reducción de los costos de producción y el incremento de las exportaciones en varios países de la Unión.[9]  

Así se evidenció que un crecimiento sólido y sostenible siguió siendo una ilusión de la clase dominante, y que lo predominante es la incertidumbre sobre la evolución de las economías europeas, pues los países de la periferia pobre más afectados siguen sufriendo la pérdida de sus derechos laborales, la abolición de facto de los convenios colectivos de trabajo, el despido o traslado forzoso de funcionarios, mayor desempleo, como resultado de la privatización de empresas públicas, el aumento de los impuestos e incremento de los precios que conlleva a la disminución del poder adquisitivo.

Por consiguiente, la ruptura norte-sur seguirá vigente en la Unión. Aunque la zona mediterránea, que estructuralmente soporta mayores cifras de desempleo, tendría importantes reducciones en los que se encuentran en paro, creando la “ilusión” de que se crean cuantitativamente muchos puestos de trabajo, aun cuando las cifras totales de desempleo, comparativamente respecto a otros países, la media comunitaria y los estándares aceptables, permaneció muy alta con respecto a la situación social existente antes de 2008 y para países que se consideran desarrollados.

En el norte las condiciones no son muy diferentes, el aumento a cifras del siete o el diez por ciento pueden ser consideradas como auténticas catástrofes laborales en muchos estados comunitarios, generando un profundo malestar social y político. Cualquiera que sea el signo político del análisis de la coyuntura económica de la UE y de la eurozona, la salida de esta crisis requerirá de un cierto grado de intervención regulatoria estatal sobre los procesos económicos, y un sostenido crecimiento de las economías que facilite resolver la problemática de la deuda y la progresión de las antagónicas contradicciones sociales.

Por lo tanto, un escenario de recuperación de las economías europeas hacia 2016, y más allá, implicaría reestructurar la deuda y reconsiderar los estrictos criterios de déficit público blandidos por el Banco Central Europeo (BCE) —institución que ha contribuido a quebrantar la confianza de los ciudadanos en los organismos de la Unión. Los europeos siguen sin entender por qué hay que salvar a los bancos con dinero público, en vez de proteger a las personas; de ahí, la necesidad inaplazable del bloque integracionista de avanzar en la dimensión social de la Unión Monetaria y Económica.

En ese contexto, Italia comenzó el 2016 con un 13 % de endeudamiento sobre el PIB – únicamente Grecia superaba esa cifra – y su sistema bancario contaba considerables fisuras. Así, el camino del saneamiento de las entidades italiana pasó inmediatamente por los bancos de Frankfurt, en Alemania, para recapitalizar cerca de 200 000 millones de euros expuestos en préstamos de dudosa calidad, que prácticamente pueden calificarse de activos tóxicos. 

Estos procesos, que dibujan tendencias hacia indicadores de recuperación y reajustes económicos, tienen lugar en un entorno internacional que se expresa favorable coyunturalmente a la UE porque las economías emergentes deceleran e incluso decrecen, permitiendo una tregua a la competitividad europea; la caída de los precios de las materias primas se produjo por el descenso de la demanda en las potencias emergentes y los bajos precios del petróleo provocó que los costos de productividad sean muchos más bajos que en años anteriores.

Esta sumatoria de factores externos ha permitido, junto con políticas económicas expansivas del Banco Central Europeo, las devaluaciones competitivas en materia de salarios y los fuertes programas de austeridad, una inflación enormemente baja, generando deflación y permitiendo el alza del crecimiento en un escenario, que de haber sido más competitivo, no lo hubiera permitido. Habría que prestar atención, si en los próximos años, esas cifras de crecimiento se mantienen y si, al mismo tiempo, el precio del petróleo despega hacia valores superiores como resultado de acuerdos entre países productores cuyas economías se encuentran perjudicadas.     

Asociado a lo anterior, se encuentra el auge de la inmigración procedente de África del norte y la subsahariana y del Medio Oriente, que con frecuencia se estigmatiza como «culpable» —especie de «chivo expiatorio»— de una crisis económica que tiene sus causas más profundas en la naturaleza del capitalismo globalizado contemporáneo. 

Esta situación ha llegado a un punto en el que el Consejo de Europa reconoció la existencia de un populismo y un extremismo en ascenso que afecta a casi toda la geografía europea, con su carga de racismo, intolerancia, violencia contra los extranjeros —en particular los gitanos y musulmanes—, el crecimiento de agrupaciones políticas xenófobas, que no aceptan una identidad europea cada vez más multicultural.

Las tendencias autoritarias – o potencialmente autoritarias –instaladas en los gobiernos comunitarios y la ineficiente gestión por parte de muchos países en la cuestión de los refugiados solo sirvió para promover el antieuropeismo y la “Fortaleza Europa”. Así, las acciones emprendidas por Hungría o Eslovenia que blindaron sus fronteras, al tiempo que algunos estados, como Polonia, endurecieron su postura respecto a los valores “humanistas” que se creyeron arraigados en el continente, constituyendo un serio reto para la Comisión Europea y la cohesión comunitaria en general.

La resurrección de esas fuerzas populistas y de extrema derecha ha sido el resultado de la crisis económica, de la descomposición y pérdida de los beneficios sociales que, durante décadas, había garantizado el llamado «Estado de bienestar» impulsado por los socialdemócratas, la indiferencia de la clase política hacia los reclamos de los ciudadanos y la ausencia de una estrategia humanista que enfrente el empuje de la inmigración en el contexto de la crisis económica sistémica del capitalismo globalizado.

En ese contexto también se exacerbó el militarismo y la guerra en las relaciones internacionales, liderado por los Estados Unidos y secundado por las principales potencias de la UE, provocando la oleada de inmigrantes económicos y refugiados de los conflictos y la inseguridad reinante en Iraq, Siria, Libia, Yemen, entre otros.

El conjunto de los factores enumerados advierten que una construcción europea irreversible constituye una percepción falsa, pues la historia ha demostrado que cualquier proceso social puede ser revertido, y debe reconocerse que los partidos políticos no han sabido ofrecer respuestas creíbles a las problemáticas mencionadas, ni a los temores de los ciudadanos por la pérdida de riqueza material y, como consecuencia, de las libertades individuales relacionadas con el consumo y el nivel de vida, la igualdad de género, laicidad o, al menos, preeminencia del Estado sobre la religión, entre otros temas no menos importantes.

En este panorama, es la socialdemocracia la que más ha perdido en la batalla electoral, al practicar una política casi idéntica a la de sus rivales de derecha o conservadores, los que, a su vez, se han aproximado al populismo y a la demagogia política típica del discurso y la práctica de las fuerzas de extrema derecha o neofascistas. 

Todas estas son condiciones peligrosas y desafiantes para el futuro de la construcción europea, ya que tales fuerzas buscan ascender al poder en cada país y a nivel de las instituciones europeas, con su rechazo al proceso de integración, a la moneda única (euro), a la justicia social y al gran capital —aunque, históricamente, se subordinan a este último y acaban sirviéndolo.

Nos enfrentamos, entonces, a una cultura política europea también en crisis y amenazada por el apogeo de la extrema derecha, cuyos partidos neofascistas llevan años siendo noticia en países como Hungría, Finlandia, Reino Unido, Holanda, Austria o la propia Francia y han estado empujando a los partidos conservadores hacia posiciones más derechistas, a fin de recuperar electorado o evitar un drenaje mayor en sus formaciones políticas. Todo ello repercutirá en la toma de decisiones de los organismos de la UE, fundamentalmente en el Parlamento Europeo (PE).

De hecho, las elecciones para el PE, celebradas entre el 22 y el 25 de mayo de 2014, reflejaron esa realidad, sin precedentes, de escepticismo y desconfianza en el proyecto europeo, que manifiesta la pérdida de legitimidad de la institución ante los ciudadanos. Dicho esto, los resultados generales hicieron que el grupo del Partido Popular Europeo (PPE, conservadores) prolongara su predominio en el PE, seguido por los socialdemócratas. El grupo de la Izquierda Unitaria Europea-Izquierda Verde Nórdica (GUE-NGL) aumentó ligeramente su representatividad, pero con niveles de fraccionamiento significativos que restringieron su influencia y ascenso político.

En los comicios de mayo de 2014 se ratificó la tendencia, expresada en las elecciones europeas de 2009 y en otras de tipo nacional en los últimos cinco años, del establecimiento y expansión de partidos xenófobos y ultraderechistas por toda Europa. Estas fuerzas extremistas han llegado a alcanzar cerca de 25% del electorado, abarcando a países especialmente afectados por la crisis multidimensional y las medidas de austeridad, como Grecia, donde el partido Amanecer Dorado es ahora una fuerza que moviliza electores, y a Gran Bretaña, Dinamarca y Austria, que han atravesado la crisis en mejores condiciones económicas, pero sin conseguir esquivar el auge electoral de las fuerzas populistas y de extrema derecha,  las que, de cara al futuro inmediato, podrían obtener relativos niveles de influencia en distintos ámbitos del Parlamento Europeo.

Esta tendencia se mantuvo en las elecciones regionales celebradas en  diciembre de 2015. Ante el claro desgaste de los socialistas galos, se visualiza que la extrema derecha francesa es un actor a tener en cuenta por sus capacidades de proyección a la hora de capitalizar las múltiples crisis que afectan a Francia y, en su conjunto, Europa, aunque el llamado voto republicano pueda condicionar su derrota, como ha sucedido en repetidas ocasiones en la historia reciente. Pero, sin dudas, ha sido la victoria obtenida por el Frente Nacional, conducido por  Marine Le Pen, en Francia, el corolario que más impacto ha tenido, por lo que ahora, al ser el partido más votado, es el punto de referencia de toda la extrema derecha en Europa.

Existen justificados temores sobre las posibilidades de que las posiciones xenófobas y ultranacionalistas continúen propagándose. Sobre el papel que pueden desempeñar los partidos euroescépticos, algunos dirigentes del Consejo de Europa han considerado «preocupante» que quieran aprovechar el creciente alejamiento de los ciudadanos respecto a las instituciones europeas, si bien «no es una razón para entrar en pánico [...] Los partidos euroescépticos van a menospreciar el proyecto europeo con sus palabras, pero, quizás en contra de sus propias intenciones, lo desarrollarán mediante sus acciones», pues si los euroescépticos se organizan en torno a Europa fortalecerán, en una gran «paradoja», su esfera pública,[10] propagándose, principalmente en el norte comunitario y en el este de Europa, donde muchos gobiernos conservadores se han escorado en la derecha para afianzarse en el poder.

En ese sentido, hay que razonar sobre la evolución de la creciente ola islamofóbica en Alemania, materializada en las llamadas Pegida [11] y en  aumento tras la crisis de los que buscan refugio entrando a Europa a través de los Balcanes. Al mismo tiempo que crecen los partidos racistas y xenófobos, los organismos especializados advierten que Europa necesitará sumar 50 millones de trabajadores hasta el 2050 si quiere mantener su sistema social debido al envejecimiento de la población. La única forma de lograrlo es admitir mano de obra extracomunitaria.

Es por eso que Alemania, al tener la edad media más alta del mundo, en el 2015, decidió recibir más de un millón de inmigrantes. En realidad, es casi toda Europa la que se debate entre la necesidad de atraer e integrar inmigrantes a su mercado laboral y la prédica derechista que reclama una “nación pura” libre de inmigrantes de otras culturas.   

En estas circunstancias, también se observan las debilidades de la izquierda. Las elecciones al Parlamento Europeo tuvieron un irrisorio significado para ella; solo mejoraron el escenario Grecia, por el éxito de Syriza (Coalición de Izquierda), y España, dado el progreso de Izquierda Unida (IU) y la irrupción de Podemos, como partido representante del movimiento 15-M —todavía llamado «Movimiento de los Indignados»[12], quienes en mayo de 2011 protagonizaron, en la madrileña Puerta del Sol, durante varios días consecutivos por miles de personas, una protesta contra el sistema político y financiero español asomando así una de las primeras grietas de lo que pocos años más tarde se ha convertido en una revuelta abierta contra los partidos políticos tradicionales en numerosos países de Europa, especialmente aquellos de la periferia que con más rigor han sufrido la crisis económica.

Socialdemócratas y demócratas cristianos habían gobernado Europa en la etapa previa a la crisis y durante los primeros años con total holgura, a veces apoyándose en formaciones liberales, verdes o regionalistas, que hasta entonces eran los partidos minoritarios en los circuitos parlamentarios europeos. Sin embargo, a partir de 2014 ocurre la progresión de partidos de diversa índole, política o ideológica, los cuales han cobrado fuerza en prácticamente todos los países del continente, y lo que es más, están forzando a los partidos tradicionales a abandonar sus cómodas posiciones centristas bajo la amenaza de arrebatarles sus electores.

Se pueden encontrar dos tendencias sociopolíticas diferenciadas, que electoralmente se traducen en el refuerzo de distintos partidos. En la periferia europea, especialmente en los PIGS (Portugal, Irlanda, Italia, Grecia, España), los partidos de izquierda han ganado terreno, sobre todo a costa de los partidos socialistas clásicos.

Eso se puede visualizar en Grecia donde Syriza dejó al PASOK (Movimiento Socialista Panhelénico) al borde de la desaparición; en España, donde Podemos se ha posicionado como tercera fuerza política, no muy lejos de los votos del Partido Socialista, afectando, como lo hace el centro-derecha Ciudadanos, el tradicional bipartidismo; en Irlanda, donde el Sinn Fein tiende a consolidarse ante el declive del Partido Laborista, socio de gobierno de los conservadores del Fine Gael. Además, a finales de 2015 una coalición de socialistas y comunistas desplazó del gobierno al conservador de Passos Coelho, en Portugal, al que prácticamente se le daba como presidente ante el aparente abismo existente entre las dos formaciones de izquierda.

Ese posicionamiento a la izquierda, en buena parte del electorado de la periferia o de la llamada área exterior comunitaria, ha dejado profundamente afectado a los partidos socialistas continentales, convirtiéndose en los grandes perdedores de los últimos años en las urnas. El único partido de esta ideología con menos afectaciones ha sido el laborista británico, aunque también sufrió un descalabro en el ámbito legislativo. El surgimiento posterior de Jeremy Corbyn, como líder del partido, ha hecho que los laboristas se corran a la izquierda, un giro en correspondencia con las motivaciones del electorado, pero en una formación política minada por las luchas y discrepancias internas.     

Posibles estrategias nacionales, regionales e internacionales
Con tantos retos y escepticismos que enfrentar, los dirigentes de los países europeos podrían terminar replegándose hacia sus prioridades nacionales, y precipitar el choque o contradicción entre dos tendencias principales: integración europea versus nacionalismo, en donde sobresale la preocupación por una Europa germana. Al parecer, sus líderes asisten a la última oportunidad de reformar la UE,[13] si se quiere que el bloque tenga un futuro en las relaciones internacionales, caracterizadas por la innovación, la competitividad y la creación de empleo, en los sectores en los cuales los europeos se destacan: aeronáutica, biotecnología y nanotecnología —las que determinarán el poderío y lugar de cada actor en el juego de la política internacional del siglo xxi.

Una UE sin una estrategia de futuro será un factor de inestabilidad para el sistema de relaciones internacionales, pues, en rigor, la construcción del bloque constituyó una ambición extraordinaria, tanto desde el punto de vista histórico como geopolítico: en el contexto de la “guerra fría” fue un componente esencial de la estrategia estadounidense de contención  del comunismo y, al mismo tiempo, sus promotores se propusieron construir una potencia económica comparable o superior a los Estados Unidos y China.

Para lograr esto, la UE deberá superar todas las crisis que la frenan y paralizan. Habrá de valerse de una estrategia —y calendario preciso hacia el año 2050—, que plantee armonizar los factores económicos, políticos y sociales, para dejar atrás el neoliberalismo que obstaculiza la reconstrucción —tal vez con un nuevo tratado sería posible— de las capacidades de cohesión interna de la Unión y de los paradigmas económicos y políticos, ahora extraviados, que un día hicieron de la región un conglomerado de países con gran influencia y prestigio en la política internacional.

Es precisamente el factor económico el que ha causado la acentuación de las divisiones políticas en el seno de la UE y, también, una disminución de su capacidad para responder a nuevos desafíos en el ámbito regional y global. Un desafío importante es el asunto de la salida de Gran Bretaña (Brexit) de la UE. En esta problemática del  Brexit, en noviembre de 2015, David Cameron, primer ministro británico, impuso una serie de condiciones a la UE para hacer campaña a favor de la permanencia de Gran Bretaña, pero, el 23 de junio de 2016, perdió ese referendo histórico, cuyo resultado puede interpretarse como una amenaza al proceso de la integración europea, porque la UE sin Gran Bretaña podría convertirse en un socio comercial menos atractivo a nivel mundial. Sin embargo, también la UE sin Gran Bretaña podría beneficiarse con una mayor integración política, ya que Reino Unido es uno de los miembros que se oponen con más fuerza a una mayor unificación del bloque y a una política exterior más coherente. La UE posiblemente prefiera negociar con Gran Bretaña, primando la separación británica a cambio de no frenar la integración europea entre los estados miembros realmente interesados.

El Brexit abre una nueva oportunidad para que la UE comience un proceso de consultas y negociaciones que conduzcan a su reconfiguración, para la adopción consensuada de otro tratado. Entre los temas que la UE debería debatir con urgencia se encuentran los siguientes: el mejoramiento de la colaboración en seguridad y defensa; una nueva política de inversiones; una real armonización fiscal y el fortalecimiento de la eurozona con una gobernanza democrática; la creación de un parlamento de la eurozona; la elaboración de políticas comunes en el terreno digital y el de la transición energética y la denominada Europa de la Defensa, que había tenido la abierta oposición británica. 

Por otra parte, ante el cambio de los contornos de la seguridad europea actual y del propio concepto de multilateralismo, se necesita una nueva estrategia continental, con alcance global, que integre su acción en los terrenos  diplomático, económico, de la seguridad y la defensa. [14]

En ese sentido, desde hace una década, los líderes europeos aprobaron la primera Estrategia de Seguridad Europea, bajo la premisa de que «Europa nunca ha sido tan próspera, tan segura, tan libre». Pero, desde 2003, año en que se aprobó, Europa y el sistema internacional en su conjunto han cambiado sustancialmente. Si bien Europa continúa siendo uno de los centros principales de poder global, hoy ya no es vista como un paradigma que seguir o copiar y, por lo tanto, suscita menos esperanzas y optimismo para el resto de las naciones —como sucedió después de las dos guerras mundiales, en la primera mitad del siglo xxi.

En el ámbito económico, una cuestión que alcanza carácter estratégico para la UE es el TTIP (Trasatlantic Trade and Investment Partnership). Este tratado euro-estadounidense negociado a espalda de la opinión pública nacional e internacional, tendrá nuevas rondas negociadoras para intentar cerrar uno de los acuerdos comerciales más controvertidos de la historia contemporánea.

La opacidad en las negociaciones y la finalidad geoeconómica del TTIP, enormemente favorable a los Estados Unidos y alejado de toda conveniencia para la UE, marcarán el debate ante el rechazo cada vez más conflictual por parte de los grupos y partidos de izquierda en numerosos países comunitarios, que ven en este acuerdo una subordinación de las instituciones europeas y los países miembros a los intereses de los Estados Unidos y sus poderosas transnacionales, como ha ocurrido en Francia, sumándose también, a esta línea de pensamiento, el Partido Socialista en el poder.


Sin embargo, ya muchos analistas dan por liquidado el TTIP porque durante su campaña electoral, Donald Trump se mostró crítico hacia el libre comercio. Solo diré que dar marcha atrás al libre comercio y recuperar empleos será una tarea lenta, y quizás imposible. Forzar el cambio en cadenas de suministros mundiales y modelos de negocios complejos podría resultar aún más difícil, especialmente si las empresas transnacionales estadounidenses tienen voz en el asunto. 

En el plano de la seguridad, el Estado Islámico (Daesh) será sin duda la mayor amenaza para los estados europeos. El grupo terrorista, en el 2015, causó 130 muertos en Paris y mantuvo en vilo a Baviera durante el fin de ese año, sus atentados se expandieron a Bruselas, en marzo de 2016, y lo cierto es que el nivel de la amenaza se mantendrá e incluso podría aumentar. El Estado Islámico ha amenazado con atentar en ciudades europeas y, en el futuro, es probable que ocurra, mientras pierdan capacidades operativas en el Oriente Próximo, tratando de ganar visibilidad propagandística y aumentar el desprestigio de los estados occidentales en su intervención en Siria e Iraq, si no es que sea derrotado por una acción conjunta de varios países juntos a Estados Unidos y Rusia. O por la acción de algunos de estos actores por separado.

Sin embargo, es casi seguro que las múltiples crisis seguirán generando un escenario interno favorable al auge del terrorismo por los propios connacionales radicalizados. En los últimos años esta ha sido claramente la tendencia, especialmente en Francia o Reino Unidos. Además de Rusia, con grandes comunidades musulmanas en la zona del Cáucaso, son las principales potencias europeas: Alemania, Francia, Reino Unido, los que más estuvieron expuestos a un atentado terrorista, pues Europa participó activamente en apoyo al intervencionismo militar de la OTAN en el Medio Oriente y en su territorio existen amplias comunidades musulmanas que padecen la discriminación étnica y social en precarias condiciones de vida.

Resulta prácticamente indiscutible que los Estados Unidos han tenido y seguirán desempeñando un papel esencial en el proceso de la integración y la seguridad europeas, en particular por medio de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Esta organización militarista es el yugo que les fue colocado a los europeos después de la segunda guerra mundial. 

O sea, la OTAN es la forma que representa la pérdida de soberanía y el sometimiento de Europa por los Estados Unidos. Es por lo que actualmente la UE con respecto a los Estados Unidos está obligada a cumplir un papel servicial, como se ha visto desde el fin de la confrontación soviético-norteamericana que dejó al poderío estadounidense en una posición dominante, como única superpotencia mundial en el orden militar, pero que ha necesitado, en lo político y diplomático, de una estrecha alianza con la UE para materializar los intereses y objetivos estratégicos del bloque Norte-Oeste en las relaciones internacionales.

En este polo, la UE, como entidad supranacional de veintiocho Estados miembros y con una población superior a quinientos millones de personas, se erige inevitablemente en uno de los protagonistas de la agenda política mundial. Su gran reto está relacionado con las responsabilidades que deberá asumir en materia de seguridad mundial y en la evolución de un sistema internacional que se torna más complejo por su configuración multipolar, donde se vislumbra un grado mayor de tensión, desavenencias y rivalidad en el ámbito de las relaciones ruso-estadounidenses —a partir de la recuperación de Rusia como gran potencia mundial—, y el ascenso económico, financiero y tecnológico de China e India.

Ello ha provocado que la región Asia-Pacífico ocupe un lugar privilegiado en la estrategia de los Estados Unidos. Por consiguiente, su orientación futura respecto a ella podría ser un factor de cambio en la relación transatlántica; lo que quiere decir que, a partir de este momento, la UE será la responsable de resolver los problemas que la atañen —salvo que la nación norteña vea en ella una mayor disposición de asignar más recursos económicos y militares a la OTAN.

Contrario al contexto internacional que posibilitó la estrategia de 2003, la UE tiene serias dificultades para la promoción de una efectiva política de influencia internacional basada en el Soft Power (Poder Blando) europeo. Tiende a incrementarse la percepción de que amplios sectores sociales en todo el planeta se sienten menos atraídos por el modo de vida del Viejo Continente. Es una realidad la pérdida del impacto de la ayuda europea y la asistencia económica cuando se mantienen el derroche y la corrupción en el seno de las principales potencias capitalistas desarrolladas; y cuando el intervencionismo económico europeo resulta más evasivo, en una época de políticas de austeridad y de relativa reducción de los gastos de defensa.

Para darles una mayor efectividad y enfrentarse a los desafíos actuales, la UE trabaja en la reconstrucción de sus capacidades a fin de lograr  un mayor protagonismo en la geopolítica internacional, mediante el reforzamiento del papel de actor global en un sistema que se perfila multipolar. Para ello, las instituciones europeas, que nacieron para evitar la guerra o promover la paz entre sus miembros, tendrán que enfrentar las nuevas situaciones y dar estabilidad al proyecto integracionista, lo que les permitiría remozar sus capacidades y dar una imagen real de cohesión interna.

Desde esta perspectiva, millones de personas en el mundo esperan el día en que la Unión Europea sea un polo de progreso, humanismo y paz en las relaciones internacionales. Pero, por ahora, participa junto a los Estados Unidos en una dura lucha por el poder global, y lo más probable es que, mientras persistan las múltiples crisis que perturban su construcción, crecientes sectores sociales, procedentes de diversas tradiciones o signos políticos e ideológicos, pero empujados hacia la derecha extrema, seguirán apostando por su caída o destrucción. Basta con recordar que ya hay un Brexit, pero se habla de un posible Frexit y todavía de un Grexit, en relación con Francia y Grecia, entre otros exit no menos probables, que aunque suenen especulativos, como la propia vida, nuevas sorpresas nos puede dar la política internacional en el 2017.

Notas:




[1] Doctor en Ciencias Históricas. Profesor Titular. Vicerrector de Investigaciones en el Instituto Superior de Relaciones Internacionales “Raúl Roa García”, La Habana, Cuba.
[2] Aunque normalmente se nos presenta que la crisis culminó en el 2013, la visión crítica de este artículo la rechaza, sin obviar los matices expuestos, extendiendo las múltiples crisis hasta la actualidad porque, como afirmo, las principales causas y manifestaciones persisten.
[3]  Ruiz Rico, Manuel. (12 de marzo de 2014). ¿Qué está en juego en las elecciones europeas? Esglobal. Recuperado de http://www.esglobal.org/que-esta-en-juego-en-las-elecciones-europeas/
[4] Ídem.
[5] Esta situación es el resultado de las medidas de austeridad ejecutadas por la mayoría de gobiernos europeos «socavan los derechos humanos de los más vulnerables, principalmente los sociales y económicos». Salvaguardando los derechos humanos en tiempo de crisis. (2013). Recuperado de 
https://wcd.coe.int/com.instranet.InstraServlet?command=com.instranet.Cm.... Véase también, Medidas de austeridad en Europa “dinamitan” los derechos humanos. (4 de diciembre de 2013) EuroXpress. Recuperado de  http://www.euroxpress.es/noticias/medidas-de-austeridad-en-europa-dinamitan-los-derechos-humanos
[6] Costantine, Luca. (4 de abril de 2016). El paro de la eurozona en febrero baja hasta el 10,3 %, el nivel de 2011”. El País. Recuperado de http://economia.elpais.com/economia/2016/04/04/actualidad/1459771416_011680.html;
Farrés, Cristina.  (4 de abril de 2016). La recuperación española pierde ímpetu. Crónica Global. Recuperado de http://cronicaglobal.elespanol.com/business/la-recuperacion-espanola-pierde-impetu_36050_102.html
[7] Ídem.
[8] Arancón, Fernando. (8 de enero de 2016). Europa en 2016: la Periferia contraataca. El orden mundial en el siglo XXI. Recuperado de   http://elordenmundial.com/2016/01/europa-en-2016-la-periferia-contraataca/
[9]  Economía mundial ante un futuro incierto, según BCE. (7 abril de 2016). Prensa Latina.  Recuperado de  https://elcomunista.net/economia/economia-mundial-ante-un-futuro-incierto-segun-bce/
[10] Alto cargo del Consejo Europeo cree que la UE sabrá prevenir otra crisis.  (2 de diciembre de 2013) El Diario Montañés. Recuperado de
http://www.eldiariomontanes.es/agencias/20131202/mas-actualidad/nacional/alto-c....   
[11] Así se denomina al grupo  Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente (Pegida, por sus siglas en alemán). Pegida, el movimiento antiislámico que divide a Alemania. (5 de enero de 2015). BBC Mundo. Recuperado de http://www.bbc.com/mundo/ultimas_noticias/2015/01/150105_ultnot_alemania_colonia_manifestacion_fp 
 [12] Morgade, Donato Claudia. Los indignados: ¿revolución o reforma? (15 de febrero de 2012) Visiones de Política Internacional. Recuperado de  http://leyderodriguez.blogspot.com/2012/02/los-indignados-revolucion-o-r... 
[13]  Schulz, Martin. (2013). Europa: la última oportunidad.  Barcelona, Editorial RBA.
[14] Con motivo de la publicación del informe del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores “Why Europe Needs a New Global Strategy?” y la aprobación de una revisión estratégica global para el 2015, la Oficina en Madrid de dicho consejo y la representación en España de la Comisión Europea, organizaron un nuevo debate que contiene las prioridades estratégicas principales de la Unión Europea. Hacia una estrategia global europea. (S.F). Dontknow.net. Recuperado dehttps://www.dontknow.net/debate/hacia-estrategia-global-europea