martes, 20 de mayo de 2014

La transición uni-multipolar y los nuevos pivotes geopolíticos



Por Tiberio Grazian*

La transición uni-multipolar representa el acontecimiento más importante de la dinámica geopolítica mundial actual. En el ámbito de este contexto tan movilizado, el análisis geopolítico, aun adoptando nuevos modelos de investigación más apropiados a las exigencias de las transformaciones internacionales, redescubre, valorizándolos, los criterios clásicos de la geopolítica en tanto que ciencia multidisciplinar. 

La tradicional dicotomía que existía durante el siglo pasado entre la tierra y el mar, cuyos opositores emblemáticos fueron las superpotencias norteamericana y soviética, se muestra nuevamente como un esquema útil para la comprensión de las fluctuantes relaciones entre Pekín y Washington, en particular por lo que respecta la cuestión del control del Pacífico.

El sistema geopolítico de la segunda mitad del siglo XX estaba fundamentalmente caracterizado por la relación que mediaba entre EEUU y URSS, potencias vencedoras, junto con Inglaterra y Francia, del segundo conflicto mundial. El equilibrio inestable que se había instaurado a nivel mundial entre las esferas de influencia ejercidas por estas dos entidades geopolíticas de alcance continental, definió, cada vez más y a partir de 1945 hasta 1989 con la caída del muro de Berlín, los ejes en los que se articularía el contexto internacional.

Es notorio que el colapso soviético ha permitido el avance político, económico, financiero y geoestratégico de la llamada “Nación indispensable”, como hace algunos años definió a los EEUU la entonces Secretaria de Estado, Madeleine K. Albright. Con la disolución del bloque soviético se inauguró el unipolarismo como nuevo orden geopolítico dominador y como criterio descriptivo de los complejos procesos de política internacional.

El área pivote por excelencia de la fase unipolar, la cual se puede fechar a partir de 1991 hasta 2000, fue definida mediante una larga faja que desde Marruecos, pasaba por el Mediterráneo, llegando hasta Asia Central. El control de la bisagra mediterráneo-centroasiática y su utilización para el conseguimiento de la hegemonía mundial, constituyó el principal interés estratégico de Washington. Los países mayormente implicados por el avance americano en la masa euroasiática fueron, como es sabido Irak, Afganistán, Irán y Siria.

Sin embargo, durante la década del unipolarismo maduro se han ido formando también nuevos centros de agregación geoeconómica y geopolítica que se consolidaron en un breve lapso de tiempo. Estos nuevos polos han visto como protagonistas –y aún los ven—, a América Latina y a los principales países de la masa euroasiática, China e India.

El afianzamiento de estos agregados, el cual se realizó mediante la ejecución de forum informales (entre los cuales el IBSA, BRICS); la constitución de organizaciones de cooperación y seguridad (de las que se pueden nombrar la OCS, OTSC, Unión aduanera euroasiática, UNASUR); la definición de intereses y alianzas estratégicas en asuntos de energía y seguridad. En la década sucesiva (2000-2010) estas organizaciones han asentado las condiciones mínimas y suficientes para la articulación de un nuevo orden mundial que se desarrollará bajo una perspectiva multipolar.

El proceso tendente hacia el nuevo orden multipolar en estos últimos años ha sufrido una aceleración que fue determinada por el resurgimiento de Rusia como nuevo sujeto global después de la “noche elc’ninana”. De hecho, la Rusia de Putin en el lapso de pocos años se ha impuesto como elemento indispensable de la dinámica geopolítica en acto, asumiendo un creciente peso internacional que se ha reflejado, corroborándolas, en las nuevas agregaciones geoeconómicas y geopolíticas anteriormente mencionadas.

La irrupción de los nuevos polos de agregación internacional, prácticamente pertenecientes al llamado “Tercer mundo” o a las periferias de las viejas superpotencias, como era obvio, ha mermado el sistema unipolar bajo guía americana y también ha puesto en tela de juicio a las organizaciones mundiales y a las alianzas hegemónicas que surgieron a partir del segundo conflicto mundial como, por ejemplo, la ONU, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la OTAN.

La relación que se ha instaurado entre el viejo sistema unipolar y los nuevos centros de agregación establece nuevos equilibrios, determina las áreas de crisis y delinea los nuevos pivotes con los que se fundamentará, probablemente, la futura estructura multipolar.

*Tiberio Graziani es presidente del Instituto de Altos Estudios en Geopolítica y Ciencia Auxiliar (IsAG), UE. 

CEPRID     ESPAÑA


martes, 13 de mayo de 2014

Veinte posibles impactos de la crisis ucraniana


Por Santiago Pérez Benítez

Centro de Estudios de Política Internacional


Nadie sabe cómo va a terminar la pulseada geopolítica que hoy se libra alrededor de Ucrania, ni las posibles acciones de escalada que tomen los actores involucrados. No obstante, por lo que hasta ahora ha acontecido, es posible, a manera de hipótesis, señalar algunas implicaciones futuras de esta crisis. 

Las  relaciones  entre los bloques de poder adquirirán a partir de esta crisis, matices más conflictivos incluyendo el elemento político- militar, sobre todo entre EEUU- UE de una parte y  Rusia de la otra, lo cual  irradiará al sistema internacional en su conjunto.

La lectura de los  norteamericanos de que Rusia está debilitada económicamente y que hasta ahora Occidente ha ganado  la pulseada  -en tanto desgajaron hacia su órbita a Ucrania (aunque hayan “perdido” Crimea)-, pudiera inducirlos a ser más agresivos en su política global, sobre todo cuando ya han salido o saldrán de Irak y Afganistán. Esto puede acentuarse en lo que queda del 2014 (año de elecciones congresionales) y  el próximo bienio 2015-2016, en que comenzará y se desarrollará la campaña presidencial en Estados Unidos. Por otro lado, la percepción en Moscú y otras capitales de que EEUU y la UE han perdido hegemonía, y que no han podido responder como antes al  desafío, puede generar un mayor activismo de otros actores contrapuestos a Occidente o incluso aliados, para hacer valer sus intereses y objetivos propios. Es una consecuencia de la multipolaridad del sistema.

La maquinaria de satanización occidental contra Putin se ha aceitado en  esta crisis. La histeria de guerra fría, consensual al interior de amplios sectores  de opinión pública  de EEUU y Europa,  puede aplicarse a otros actores con los que Occidente  tenga  diferencias sustanciales. Tal vez sea el inicio de un proceso que conlleve a la erosión del “síndrome del  empantanamiento” en Irak o Afganistán.

A partir de la experiencia ucraniana, el umbral para escalar las futuras crisis será menor; se aplicarán con mayor facilidad sanciones, sobre todo políticas y económicas, ante la dificultad, por ahora,  de realizar acciones militares convencionales. Serán más probables  acciones  de guerra no convencional o de 4ta generación como las que se han ensayado  en Ucrania.

Habrá más escollos para lograr la llamada gobernanza global, dadas las tensiones que han surgido o surgirán con Rusia  en los marcos del G-8, G-20,  Consejo de Seguridad de la ONU, así como en los mecanismos para los arreglos  de los conflictos en Siria, Irán,  Afganistán o Corea.

Se incrementará significativamente la carrera armamentista, y se debilitarán los  mecanismos existentes de desarme.
Por los precedentes del referendo en Crimea y la actividad separatista en las regiones del Este de Ucrania, deben aumentar los procesos de secesión en otros estados nacionales en Europa, Asia, Espacio postsoviético, África. Volverá  a la palestra la contradicción político-jurídica -vista ya en Kosovo- entre los principios del derecho internacional de “autodeterminación de los pueblos”, frente a los principios de integridad territorial y  soberanía de los estados, así como el respeto o no a las fronteras nacionales existentes.

 Esta crisis conllevará al incremento de la visibilidad de la OTAN, impulsada por EEUU y los países  del Este (Polonia, Bálticos, Rumanía), ante la percepción de la amenaza de Rusia. La organización trasatlántica se fortalecerá militar y políticamente. EEUU aprovechará la coyuntura favorable para hacer avanzar su agenda global con la UE, incluyendo  la firma del acuerdo Trasatlántico de Libre Comercio.
Por su parte, los países de la Unión Europea buscarán concretar una política energética única y diversificar sus suministradores para reducir su dependencia de Rusia, incluyendo las posibles compras de gas licuado a los norteamericanos en el futuro.  Su dependencia de Moscú, sin embargo, se mantendrá en el corto y mediano plazo.
Los rusos, por su parte, incentivarán la diversificación de sus mercados de exportación de gas y petróleo, sobre todo hacia China, y Asia en general.

Por iniciativa rusa, y tal vez de China, debe vigorizarse  la interacción al interior de los BRICS para seguir avanzando la agenda económica y   política delineada. Se dinamizarán  los proyectos de crear un Banco común, y un   mayor comercio en divisas nacionales para restarle protagonismo al dólar. Estas acciones, incluyendo el fortalecimiento de las relaciones bilaterales de Rusia con China y  la India –más allá del BRICS-, se incrementarán en caso que  se apliquen sanciones económicas de mayor envergadura contra Rusia.

Ucrania, como país,  seguirá siendo fuente de inestabilidad para las relaciones internacionales en Europa.  Permanecerán los enormes desafíos que tiene su élite para  mantener  la gobernabilidad; la unidad del país; lograr el desarrollo económico y neutralizar el extremismo.

Como sucedió en Georgia después de la crisis del 2008, cualquier gobierno ucraniano será distante de Rusia, y se acentuará el  nacionalismo en la mayor parte del país, aunque las regiones del Este y el Sur logren mayor autonomía de Kiev. La futura orientación del gobierno ucraniano seguirá siendo un serio problema de seguridad nacional para Moscú, dada la inevitable dependencia económica, política y  militar que tendrá Kiev de EEUU y la UE.
Deben aumentar los nexos de Ucrania  con la OTAN, sin llegar a ser miembros plenos en el corto plazo. Lo mismo pasaría con Georgia y Moldova.

En Rusia, por su parte,  se fortalecerá la política de Putin y se mantendrá el nacionalismo como brújula del curso interno y externo ante la ausencia de un credo ideológico. Se  incrementará la unidad al interior de la élite, económica y política, ante la percepción de inseguridad y de amenaza de EEUU y en menor medida de la UE.

La Política exterior rusa se volverá más activa hacia otras regiones y espacios multilaterales para combatir el aislamiento que Occidente pretende imponerle.  Sobre  todo habrá un estrechamiento de los nexos rusos con los  países del espacio postsoviético. Se firmará y entrará en vigor  en el 2015 la Unión Euroasiática.
Al mismo tiempo, Moscú, aunque ripostará,  tratará de no incrementar la tensión con los países occidentales, pues su economía ha perdido ingentes recursos por fugas de capitales, y el PIB  crecerá  de manera muy modesta. Su economía necesita financiamientos para lograr la  modernización.

El papel geopolítico y geoeconómico de  China se incrementará para los actores más importantes del sistema,  pues crecerán  los esfuerzos para “atraer” al gigante asiático al lado respectivo en este conflicto entre bloques. Pekín continuará su propio curso,  aunque dará cierta prioridad a  la relación político-diplomática con Moscú.

Los países del espacio postsoviético, por su parte,   mostrarán mayor cautela en sus relaciones con la OTAN, pero también con  Rusia, aunque no la hagan explícita.  Por un lado, las élites de estos países perciben como muy negativo el mensaje que han enviado la OTAN y EEUU de que pueden derrocar gobiernos usando los mecanismos de las guerras de cuarta generación, pero por otro lado, han percibido con cierta preocupación el precedente de actuación de Moscú en Crimea  y la efervescencia del nacionalismo ruso. Esta cautela será mayor en aquellos países donde hay minorías de ese país.

Rusia mostrará  un mayor activismo en América Latina, donde se concentraron  muchos gobiernos que los apoyaron en la votación de la Asamblea general de la ONU; no existen  conflictos bilaterales con Moscú; hay interés de los grandes grupos económicos rusos; y persiste un creciente sentimiento regional de independencia frente a EEUU. En muchas capitales de la región, si bien no se pretende confrontar a EEUU por Rusia, ésta se percibe como determinado contrapeso a la hegemonía global norteamericana. El relanzamiento de la relación por parte de Rusia hacia el área puede formar parte del diseño estratégico que tendrán que realizar en la perspectiva.


2 de mayo del 2014

jueves, 8 de mayo de 2014

El Imperio “contra” ataca


Por Armando Amorós Rodríguez
 
El Imperio norteamericano ha encontrado, en el contexto internacional actual, un nuevo escenario que obliga a un cuestionamiento de su hegemonía en el sistema internacional para el 2050.

Luego de la desintegración de la Unión Soviética en 1991, la política exterior norteamericana no encontró un referente donde justificar sus designios. Así empezó el despliegue de un sinnúmero de doctrinas y acciones capaces de buscar una base teórica que explicara el redimensionamiento de la política exterior norteamericana. La encontró en el "terrorismo".

Una buena combinación de idealismo y realismo político justificaban las aspiraciones y los intereses político económico del Imperio. Los efectos económicos no tardaron en asomarse a las puertas de la economía más influyente del mundo. A finales del 2007 una aguda crisis ha hecho revivir los momentos más amargos de la crisis del 30. En este sentido, la sociedad internacional sufre los embates de una recesión económica mundial arrastrada por los Estados Unidos. Esta crisis trajo consigo la bancarrota de diversas entidades financieras relacionadas con el mercado de las hipotecas inmobiliarias, como el banco de inversión  Lehman Brothers, entre otras compañías hipotecarias.

Los efectos de esta crisis ha llevado a que miles de empleados hayan sido expulsados de sus trabajos, se han fomentado los trabajos informales, la renta familiar ha disminuido, el nivel de consumo se ha reducido, miles de negocios se han visto en la obligación de cerrar, la tasa de paro ha crecido, la tasa de crecimiento del PIB real se ha reducido, al mismo tiempo ha aumento del déficit público. El Congreso no ha llegado a un consenso respecto al techo de la deuda, la cual de no llegarse a un acuerdo pondría al gobierno al borde del impago. Además, la lucha política entre el Partido Republicano y el Demócrata no se centran en rescatar al pueblo norteamericano de la crisis, sino en salvar el modelo que perpetúa su poder.

Esta crisis ha promovido una mayor exclusión de los sectores más empobrecidos de la sociedad norteamericana; una mayor división social; una importante centralización y concentración de capital y medios de producción. Miles de emigrante se han visto marginados y sin garantías legales garantizadas. Cada año aumenta el número de indocumentados, buscando abrirse camino en los Estados Unidos., esto ha provocado una devaluación de la fuerza de trabajo y un aumento del grado de explotación laboral. Frente al aumento de la criminalidad y la violencia se ha suscitado un incremento de los sentimientos racistas y discriminatorios en la sociedad norteamericana. En lugar de la formación ética, la codicia, el consumo desmesurado, la obtención de ganancias rápidas y fáciles, la especulación, paradigmas como “el tener, es ser” se han convertido en normas de comportamiento entre las élites económicas.

El impacto de la crisis en el sistema socioeconómico capitalista internacional sale del paradigma de comprensión cíclico de la crisis para entenderlo como una crisis sistémica que su solución conllevaría a la ruptura del modelo capitalista, por la incapacidad de presentar una alternativa viable que garantice el avance y el progreso de las fuerzas productivas, solo se limita a conservar y reproducir el modelo de dominación del Capital en manos de una minoría privilegiada. 

En medio de una profunda crisis, la reacción del Imperio norteamericano ante el redimensionamiento del sistema internacional protagonizado por la emergencia de Rusia, China, América Latina y el Medio Oriente no se hizo esperar. Una secuencia de acciones dirigidas a contener el avance de este nuevo despertar, han obligado a actuar desde un nuevo marco político dirigido desde terceros. El aumento de la colaboración militar con países del antiguo bloque soviético y  países del Asia-Pacífico; apoyo militar a campañas proyectos de integdesestabilizadoras contra gobiernos que cuestionan su hegemonía; incentivo a proyectos de integración neoliberal (ALCA, Alianza del Pacífico) que resten peso a las emergentes, tales como la CELAC y UNASUR; fomento de Tratados de Libre Comercio bilaterales con países de América Latina, han sido muestra de la agresiva política del Imperio.

La salida real de la crisis, será la ruptura definitiva del sistema. De verse amenazada la hegemonía del Imperio norteamericano, el uso de la violencia no encontrará freno y sus fuerzas armadas serán su principal carta en la conservación de su sistema de dominación. El mundo se avecina a una involución del imperialismo.