Por Tiberio Grazian*
La
transición uni-multipolar representa el
acontecimiento más importante de la dinámica geopolítica mundial actual. En el
ámbito de este contexto tan movilizado, el análisis geopolítico, aun adoptando
nuevos modelos de investigación más apropiados a las exigencias de las
transformaciones internacionales, redescubre, valorizándolos, los criterios
clásicos de la geopolítica en tanto que ciencia multidisciplinar.
La tradicional dicotomía que
existía durante el siglo pasado entre la tierra y el mar, cuyos opositores
emblemáticos fueron las superpotencias norteamericana y soviética, se muestra
nuevamente como un esquema útil para la comprensión de las fluctuantes
relaciones entre Pekín y Washington, en particular por lo que respecta la
cuestión del control del Pacífico.
El sistema geopolítico de la
segunda mitad del siglo XX estaba fundamentalmente caracterizado por la
relación que mediaba entre EEUU y URSS, potencias vencedoras, junto con
Inglaterra y Francia, del segundo conflicto mundial. El equilibrio inestable
que se había instaurado a nivel mundial entre las esferas de influencia
ejercidas por estas dos entidades geopolíticas de alcance continental, definió,
cada vez más y a partir de 1945 hasta 1989 con la caída del muro de Berlín, los
ejes en los que se articularía el contexto internacional.
Es notorio que el colapso
soviético ha permitido el avance político, económico, financiero y
geoestratégico de la llamada “Nación indispensable”, como hace algunos años
definió a los EEUU la entonces Secretaria de Estado, Madeleine K. Albright. Con
la disolución del bloque soviético se inauguró el unipolarismo como nuevo orden
geopolítico dominador y como criterio descriptivo de los complejos procesos de
política internacional.
El área pivote por
excelencia de la fase unipolar, la cual se puede fechar a partir de 1991 hasta
2000, fue definida mediante una larga faja que desde Marruecos, pasaba por el
Mediterráneo, llegando hasta Asia Central. El control de la bisagra
mediterráneo-centroasiática y su utilización para el conseguimiento de la
hegemonía mundial, constituyó el principal interés estratégico de Washington.
Los países mayormente implicados por el avance americano en la masa
euroasiática fueron, como es sabido Irak, Afganistán, Irán y Siria.
Sin embargo, durante la
década del unipolarismo maduro se han ido formando también nuevos centros de
agregación geoeconómica y geopolítica que se consolidaron en un breve lapso de
tiempo. Estos nuevos polos han visto como protagonistas –y aún los ven—, a
América Latina y a los principales países de la masa euroasiática, China e
India.
El afianzamiento de estos
agregados, el cual se realizó mediante la ejecución de forum informales (entre
los cuales el IBSA, BRICS); la constitución de organizaciones de cooperación y
seguridad (de las que se pueden nombrar la OCS, OTSC, Unión aduanera
euroasiática, UNASUR); la definición de intereses y alianzas estratégicas en
asuntos de energía y seguridad. En la década sucesiva (2000-2010) estas
organizaciones han asentado las condiciones mínimas y suficientes para la
articulación de un nuevo orden mundial que se desarrollará bajo una perspectiva
multipolar.
El proceso tendente hacia el
nuevo orden multipolar en estos últimos años ha sufrido una aceleración que fue
determinada por el resurgimiento de Rusia como nuevo sujeto global después de
la “noche elc’ninana”. De hecho, la Rusia de Putin en el lapso de pocos
años se ha impuesto como elemento indispensable de la dinámica geopolítica en
acto, asumiendo un creciente peso internacional que se ha reflejado,
corroborándolas, en las nuevas agregaciones geoeconómicas y geopolíticas anteriormente
mencionadas.
La irrupción de los nuevos
polos de agregación internacional, prácticamente pertenecientes al llamado
“Tercer mundo” o a las periferias de las viejas superpotencias, como era obvio,
ha mermado el sistema unipolar bajo guía americana y también ha puesto en tela
de juicio a las organizaciones mundiales y a las alianzas hegemónicas que
surgieron a partir del segundo conflicto mundial como, por ejemplo, la ONU, el
Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la OTAN.
La relación que se ha
instaurado entre el viejo sistema unipolar y los nuevos centros de agregación
establece nuevos equilibrios, determina las áreas de crisis y delinea los
nuevos pivotes con los que se fundamentará, probablemente, la futura estructura
multipolar.
*Tiberio Graziani es
presidente del Instituto de Altos Estudios en Geopolítica y Ciencia Auxiliar (IsAG),
UE.
CEPRID ESPAÑA
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