martes, 13 de mayo de 2014

Veinte posibles impactos de la crisis ucraniana


Por Santiago Pérez Benítez

Centro de Estudios de Política Internacional


Nadie sabe cómo va a terminar la pulseada geopolítica que hoy se libra alrededor de Ucrania, ni las posibles acciones de escalada que tomen los actores involucrados. No obstante, por lo que hasta ahora ha acontecido, es posible, a manera de hipótesis, señalar algunas implicaciones futuras de esta crisis. 

Las  relaciones  entre los bloques de poder adquirirán a partir de esta crisis, matices más conflictivos incluyendo el elemento político- militar, sobre todo entre EEUU- UE de una parte y  Rusia de la otra, lo cual  irradiará al sistema internacional en su conjunto.

La lectura de los  norteamericanos de que Rusia está debilitada económicamente y que hasta ahora Occidente ha ganado  la pulseada  -en tanto desgajaron hacia su órbita a Ucrania (aunque hayan “perdido” Crimea)-, pudiera inducirlos a ser más agresivos en su política global, sobre todo cuando ya han salido o saldrán de Irak y Afganistán. Esto puede acentuarse en lo que queda del 2014 (año de elecciones congresionales) y  el próximo bienio 2015-2016, en que comenzará y se desarrollará la campaña presidencial en Estados Unidos. Por otro lado, la percepción en Moscú y otras capitales de que EEUU y la UE han perdido hegemonía, y que no han podido responder como antes al  desafío, puede generar un mayor activismo de otros actores contrapuestos a Occidente o incluso aliados, para hacer valer sus intereses y objetivos propios. Es una consecuencia de la multipolaridad del sistema.

La maquinaria de satanización occidental contra Putin se ha aceitado en  esta crisis. La histeria de guerra fría, consensual al interior de amplios sectores  de opinión pública  de EEUU y Europa,  puede aplicarse a otros actores con los que Occidente  tenga  diferencias sustanciales. Tal vez sea el inicio de un proceso que conlleve a la erosión del “síndrome del  empantanamiento” en Irak o Afganistán.

A partir de la experiencia ucraniana, el umbral para escalar las futuras crisis será menor; se aplicarán con mayor facilidad sanciones, sobre todo políticas y económicas, ante la dificultad, por ahora,  de realizar acciones militares convencionales. Serán más probables  acciones  de guerra no convencional o de 4ta generación como las que se han ensayado  en Ucrania.

Habrá más escollos para lograr la llamada gobernanza global, dadas las tensiones que han surgido o surgirán con Rusia  en los marcos del G-8, G-20,  Consejo de Seguridad de la ONU, así como en los mecanismos para los arreglos  de los conflictos en Siria, Irán,  Afganistán o Corea.

Se incrementará significativamente la carrera armamentista, y se debilitarán los  mecanismos existentes de desarme.
Por los precedentes del referendo en Crimea y la actividad separatista en las regiones del Este de Ucrania, deben aumentar los procesos de secesión en otros estados nacionales en Europa, Asia, Espacio postsoviético, África. Volverá  a la palestra la contradicción político-jurídica -vista ya en Kosovo- entre los principios del derecho internacional de “autodeterminación de los pueblos”, frente a los principios de integridad territorial y  soberanía de los estados, así como el respeto o no a las fronteras nacionales existentes.

 Esta crisis conllevará al incremento de la visibilidad de la OTAN, impulsada por EEUU y los países  del Este (Polonia, Bálticos, Rumanía), ante la percepción de la amenaza de Rusia. La organización trasatlántica se fortalecerá militar y políticamente. EEUU aprovechará la coyuntura favorable para hacer avanzar su agenda global con la UE, incluyendo  la firma del acuerdo Trasatlántico de Libre Comercio.
Por su parte, los países de la Unión Europea buscarán concretar una política energética única y diversificar sus suministradores para reducir su dependencia de Rusia, incluyendo las posibles compras de gas licuado a los norteamericanos en el futuro.  Su dependencia de Moscú, sin embargo, se mantendrá en el corto y mediano plazo.
Los rusos, por su parte, incentivarán la diversificación de sus mercados de exportación de gas y petróleo, sobre todo hacia China, y Asia en general.

Por iniciativa rusa, y tal vez de China, debe vigorizarse  la interacción al interior de los BRICS para seguir avanzando la agenda económica y   política delineada. Se dinamizarán  los proyectos de crear un Banco común, y un   mayor comercio en divisas nacionales para restarle protagonismo al dólar. Estas acciones, incluyendo el fortalecimiento de las relaciones bilaterales de Rusia con China y  la India –más allá del BRICS-, se incrementarán en caso que  se apliquen sanciones económicas de mayor envergadura contra Rusia.

Ucrania, como país,  seguirá siendo fuente de inestabilidad para las relaciones internacionales en Europa.  Permanecerán los enormes desafíos que tiene su élite para  mantener  la gobernabilidad; la unidad del país; lograr el desarrollo económico y neutralizar el extremismo.

Como sucedió en Georgia después de la crisis del 2008, cualquier gobierno ucraniano será distante de Rusia, y se acentuará el  nacionalismo en la mayor parte del país, aunque las regiones del Este y el Sur logren mayor autonomía de Kiev. La futura orientación del gobierno ucraniano seguirá siendo un serio problema de seguridad nacional para Moscú, dada la inevitable dependencia económica, política y  militar que tendrá Kiev de EEUU y la UE.
Deben aumentar los nexos de Ucrania  con la OTAN, sin llegar a ser miembros plenos en el corto plazo. Lo mismo pasaría con Georgia y Moldova.

En Rusia, por su parte,  se fortalecerá la política de Putin y se mantendrá el nacionalismo como brújula del curso interno y externo ante la ausencia de un credo ideológico. Se  incrementará la unidad al interior de la élite, económica y política, ante la percepción de inseguridad y de amenaza de EEUU y en menor medida de la UE.

La Política exterior rusa se volverá más activa hacia otras regiones y espacios multilaterales para combatir el aislamiento que Occidente pretende imponerle.  Sobre  todo habrá un estrechamiento de los nexos rusos con los  países del espacio postsoviético. Se firmará y entrará en vigor  en el 2015 la Unión Euroasiática.
Al mismo tiempo, Moscú, aunque ripostará,  tratará de no incrementar la tensión con los países occidentales, pues su economía ha perdido ingentes recursos por fugas de capitales, y el PIB  crecerá  de manera muy modesta. Su economía necesita financiamientos para lograr la  modernización.

El papel geopolítico y geoeconómico de  China se incrementará para los actores más importantes del sistema,  pues crecerán  los esfuerzos para “atraer” al gigante asiático al lado respectivo en este conflicto entre bloques. Pekín continuará su propio curso,  aunque dará cierta prioridad a  la relación político-diplomática con Moscú.

Los países del espacio postsoviético, por su parte,   mostrarán mayor cautela en sus relaciones con la OTAN, pero también con  Rusia, aunque no la hagan explícita.  Por un lado, las élites de estos países perciben como muy negativo el mensaje que han enviado la OTAN y EEUU de que pueden derrocar gobiernos usando los mecanismos de las guerras de cuarta generación, pero por otro lado, han percibido con cierta preocupación el precedente de actuación de Moscú en Crimea  y la efervescencia del nacionalismo ruso. Esta cautela será mayor en aquellos países donde hay minorías de ese país.

Rusia mostrará  un mayor activismo en América Latina, donde se concentraron  muchos gobiernos que los apoyaron en la votación de la Asamblea general de la ONU; no existen  conflictos bilaterales con Moscú; hay interés de los grandes grupos económicos rusos; y persiste un creciente sentimiento regional de independencia frente a EEUU. En muchas capitales de la región, si bien no se pretende confrontar a EEUU por Rusia, ésta se percibe como determinado contrapeso a la hegemonía global norteamericana. El relanzamiento de la relación por parte de Rusia hacia el área puede formar parte del diseño estratégico que tendrán que realizar en la perspectiva.


2 de mayo del 2014

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