Centro de Estudios de Política Internacional
Nadie sabe cómo va a terminar la pulseada geopolítica que hoy se libra
alrededor de Ucrania, ni las posibles acciones de escalada que tomen los
actores involucrados. No obstante, por lo que hasta ahora ha acontecido, es
posible, a manera de hipótesis, señalar algunas implicaciones futuras de esta
crisis.
Las relaciones
entre los bloques de poder adquirirán a
partir de esta crisis, matices más conflictivos incluyendo el elemento político-
militar, sobre todo entre EEUU- UE de una parte y Rusia de la otra, lo cual irradiará al sistema internacional en su
conjunto.
La lectura de los
norteamericanos de que Rusia está debilitada económicamente y que hasta
ahora Occidente ha ganado la pulseada -en tanto desgajaron hacia su órbita a Ucrania
(aunque hayan “perdido” Crimea)-, pudiera inducirlos a ser más agresivos en su
política global, sobre todo cuando ya han salido o saldrán de Irak y Afganistán.
Esto puede acentuarse en lo que queda del 2014 (año de elecciones
congresionales) y el próximo bienio
2015-2016, en que comenzará y se desarrollará la campaña presidencial en
Estados Unidos. Por otro lado, la percepción en Moscú y otras capitales de que
EEUU y la UE han perdido hegemonía, y que no han podido responder como antes al
desafío, puede generar un mayor
activismo de otros actores contrapuestos a Occidente o incluso aliados, para
hacer valer sus intereses y objetivos propios. Es una consecuencia de la
multipolaridad del sistema.
La maquinaria de
satanización occidental contra Putin se ha aceitado en esta crisis. La histeria de guerra fría,
consensual al interior de amplios sectores
de opinión pública de EEUU y
Europa, puede aplicarse a otros actores
con los que Occidente tenga diferencias sustanciales. Tal vez sea el
inicio de un proceso que conlleve a la erosión del “síndrome del empantanamiento” en Irak o Afganistán.
A partir de la
experiencia ucraniana, el umbral para escalar las futuras crisis será menor; se
aplicarán con mayor facilidad sanciones, sobre todo políticas y económicas,
ante la dificultad, por ahora, de
realizar acciones militares convencionales. Serán más probables acciones de guerra no convencional o de 4ta
generación como las que se han ensayado en
Ucrania.
Habrá más escollos
para lograr la llamada gobernanza global, dadas las tensiones que han surgido o
surgirán con Rusia en los marcos del G-8,
G-20, Consejo de Seguridad de la ONU, así
como en los mecanismos para los arreglos
de los conflictos en Siria, Irán,
Afganistán o Corea.
Se incrementará
significativamente la carrera armamentista, y se debilitarán los mecanismos existentes de desarme.
Por los precedentes
del referendo en Crimea y la actividad separatista en las regiones del Este de
Ucrania, deben aumentar los procesos de secesión en otros estados nacionales en
Europa, Asia, Espacio postsoviético, África. Volverá a la palestra la contradicción político-jurídica
-vista ya en Kosovo- entre los principios del derecho internacional de “autodeterminación
de los pueblos”, frente a los principios de integridad territorial y soberanía de los estados, así como el respeto
o no a las fronteras nacionales existentes.
Esta crisis conllevará al incremento de la visibilidad
de la OTAN, impulsada por EEUU y los
países del Este (Polonia, Bálticos,
Rumanía), ante la percepción de la amenaza de Rusia. La organización
trasatlántica se fortalecerá militar y políticamente. EEUU aprovechará
la coyuntura favorable para hacer avanzar su agenda global con la UE,
incluyendo la firma del acuerdo
Trasatlántico de Libre Comercio.
Por su parte, los países
de la Unión Europea buscarán concretar una política energética única y
diversificar sus suministradores para reducir su dependencia de Rusia,
incluyendo las posibles compras de gas licuado a los norteamericanos en el
futuro. Su dependencia de Moscú, sin
embargo, se mantendrá en el corto y mediano plazo.
Los rusos, por su
parte, incentivarán la diversificación de sus mercados de exportación de gas y
petróleo, sobre todo hacia China, y Asia en general.
Por iniciativa
rusa, y tal vez de China, debe vigorizarse la interacción al interior de los BRICS para
seguir avanzando la agenda económica y política delineada. Se dinamizarán los proyectos de crear un Banco común, y un mayor comercio en divisas nacionales para
restarle protagonismo al dólar. Estas acciones, incluyendo el fortalecimiento
de las relaciones bilaterales de Rusia con China y la India –más allá del BRICS-, se incrementarán
en caso que se apliquen sanciones
económicas de mayor envergadura contra Rusia.
Ucrania, como país,
seguirá siendo fuente de inestabilidad
para las relaciones internacionales en Europa. Permanecerán los enormes desafíos que tiene su
élite para mantener la gobernabilidad; la unidad del país; lograr
el desarrollo económico y neutralizar el extremismo.
Como sucedió en
Georgia después de la crisis del 2008, cualquier gobierno ucraniano será distante
de Rusia, y se acentuará el nacionalismo
en la mayor parte del país, aunque las regiones del Este y el Sur logren mayor
autonomía de Kiev. La futura orientación del gobierno ucraniano seguirá siendo un
serio problema de seguridad nacional para Moscú, dada la inevitable dependencia
económica, política y militar que tendrá
Kiev de EEUU y la UE.
Deben aumentar los
nexos de Ucrania con la OTAN, sin llegar
a ser miembros plenos en el corto plazo. Lo mismo pasaría con Georgia y
Moldova.
En Rusia, por su
parte, se fortalecerá la política de
Putin y se mantendrá el nacionalismo como brújula del curso interno y externo
ante la ausencia de un credo ideológico. Se incrementará la unidad al interior de la
élite, económica y política, ante la percepción de inseguridad y de amenaza de
EEUU y en menor medida de la UE.
La Política
exterior rusa se volverá más activa hacia otras regiones y espacios
multilaterales para combatir el aislamiento que Occidente pretende imponerle. Sobre
todo habrá un estrechamiento de los nexos rusos con los países del espacio postsoviético. Se firmará y
entrará en vigor en el 2015 la Unión
Euroasiática.
Al mismo tiempo, Moscú,
aunque ripostará, tratará de no incrementar
la tensión con los países occidentales, pues su economía ha perdido ingentes
recursos por fugas de capitales, y el PIB crecerá
de manera muy modesta. Su economía necesita financiamientos para lograr
la modernización.
El papel
geopolítico y geoeconómico de China se incrementará
para los actores más importantes del sistema,
pues crecerán los esfuerzos para
“atraer” al gigante asiático al lado respectivo en este conflicto entre
bloques. Pekín continuará su propio curso,
aunque dará cierta prioridad a la
relación político-diplomática con Moscú.
Los países del
espacio postsoviético, por su parte, mostrarán mayor cautela en sus relaciones con la
OTAN, pero también con Rusia, aunque no la
hagan explícita. Por un lado, las élites
de estos países perciben como muy negativo el mensaje que han enviado la OTAN y
EEUU de que pueden derrocar gobiernos usando los mecanismos de las guerras de
cuarta generación, pero por otro lado, han percibido con cierta preocupación el
precedente de actuación de Moscú en Crimea y la efervescencia del nacionalismo ruso. Esta
cautela será mayor en aquellos países donde hay minorías de ese país.
Rusia mostrará un mayor activismo en América Latina, donde se
concentraron muchos gobiernos que los
apoyaron en la votación de la Asamblea general de la ONU; no existen conflictos bilaterales con Moscú; hay interés
de los grandes grupos económicos rusos; y persiste un creciente sentimiento regional
de independencia frente a EEUU. En muchas capitales de la región, si bien no se
pretende confrontar a EEUU por Rusia, ésta se percibe como determinado
contrapeso a la hegemonía global norteamericana. El relanzamiento de la
relación por parte de Rusia hacia el área puede formar parte del diseño
estratégico que tendrán que realizar en la perspectiva.
2 de mayo del 2014
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