Por Mónica Bruckmann [1]
et Theotonio Dos Santos [2]
Publicado en la revista Prokla, n°142.
INTRODUCCION
15 avril
2008
INTRODUCCION
Los cambios recientes en América Latina se expresan no sólo en movimientos
sociales y populares cada vez más originales y activos sino también en un nuevo
escenario político marcado por la existencia de gobiernos de centro-izquierda
bajo una fuerte presión de la sociedad civil y de movimientos de masa. Esta
nueva coyuntura está redefiniendo el escenario político en la región y está
abriendo un proceso histórico que presenta elementos nuevos que van a
influir profundamente en la dinámica económica, política, cultural y
social inmediata, pero también en el mediano y largo plazo.
Una comprensión más objetiva de esta nueva coyuntura en la región exige un
análisis profundamente histórico, capaz de hacer un balance de la lucha
secular de las fuerzas progresistas que ha generado una acumulación de
experiencias extremamente rica. Lucha secular que tiene que ver con
elementos claves de nuestra identidad como latinoamericanos, como naciones
capaces de conducirse a sí mismas y que tienen una presencia cultural basada en
una fuerza civilizatoria propia.
Desde esta perspectiva, el presente artículo busca hacer un breve balance
histórico de los movimientos sociales en América Latina, tomando en cuenta
cuatro fases : Los orígenes de los movimientos sociales clásicos desde la
influencia anarquista hasta a la Tercera Internacional, la fase del populismo y
las luchas nacional-democráticas ; la autonomización de los
movimientos sociales y las nuevas formas de resistencia y la cuarta fase de
globalización de las luchas sociales a partir de Seattle y la nueva agenda.
1. LOS ORIGENES : DE LA INFLUENCIA ANARQUISTA A LA TERCERA
INTERNACIONAL
En su fase inicial de formación los movimientos sociales clásicos en América
Latina tuvieron una fuerte influencia anarquista, a través de la migración
europea, principalmente italiana y española, de fines del siglo XIX y comienzos
del XX. Estos inmigrantes anarquistas, básicamente artesanos y trabajadores de
pequeñas actividades económicas, se dirigieron principalmente hacia las zonas
urbanas, formando las primeras levas de movimientos obreros. A partir de la
Primera Guerra Mundial y posteriormente durante los años veinte, la expansión de
las manufacturas en la región crea condiciones para el surgimiento de un
proletariado industrial, que tendrá su pleno desarrollo con los procesos
de industrialización de la década 1930.
Estos movimientos anarquistas tuvieron su auge en toda la región entre 1917 y
1919, años en los que se organizaron huelgas generales bastante significativas
que abrieron un proceso de sindicalización del movimiento obrero, como el caso
de Perú en 1919, Brasil en 1917, Argentina en 1918 y México en el mismo periodo.
Se crea un clima político generalizado favorable a la huelga general como forma
de lucha principal, a pesar de que en algunos casos éstas no tenían un objetivo
claro o buscaban una especie de disolución del Estado. En esta fase se
consiguieron avances importantes en las luchas sociales y sindicales,
colocándose en el eje de las luchas reivindicaciones específicas como la
reducción de la jornada a ocho horas por día así como mejoras salariales y de
condiciones de trabajo y de vida de los obreros. Es el caso de la
huelga de 1919 en el Perú, que al igual que otras experiencias en la región,
fueron brutalmente reprimidas sin poder acumular fuerzas, generando una
autocrítica en gran parte del movimiento anarquista que va a conducirlos al
bolchevismo.
Los movimientos huelguistas estuvieron también marcados por la influencia de
la Revolución Rusa, tanto la revolución bolchevique de 1917 como el proceso
revolucionario general y las huelgas generales que habían sido características
en la revolución de 1905. La corriente bolchevique, llamada “maximalista”,
estaba compuesta principalmente por anarquistas que pensaron que el bolchevismo
era una manifestación del propio anarquismo. Esta visión, que consideraba
el bolchevismo como una forma de “maximalismo”, se mantuvo hasta 1919-1920,
cuando los bolcheviques rusos se confrontan con los Kronstadt que habían sido
uno de los brazos principales de la revolución de 1917 y que entran en choque
con el gobierno bolchevique, siendo reprimidos tenazmente. A partir de este
momento, parte de los anarquistas se alejan del bolchevismo y las corrientes que
se mantuvieron fieles al mismo formarán los partidos comunistas.
Este período va a marcar la transición del anarquismo, con su versión
maximalista que se destruye junto con las huelgas generales brutalmente
reprimidas, a los movimientos comunistas latinoamericanos. Hasta los años
veinte, a pesar de la importancia que la Internacional Socialista tuvo en
Europa, los partidos socialdemócratas europeos no llegaron a tener una
influencia significativa en América Latina, excepto en Argentina que fue el
único país que tuvo representación en la II Internacional. A partir de los años
20 el movimiento obrero de la región se incorpora al campo del marxismo,
especialmente a su versión comandada por la Internacional Comunista.
a) El Movimiento Campesino
Históricamente, el campesinado en América Latina estuvo sometido a una fuerte
dominación de los señores de tierra, bajo condiciones extremamente
negativas de cultivo y organización. En este contexto, sólo las comunidades
indígenas poseían los medios para auto dirigirse y organizarse, a pesar de la
represión a la que fueron sometidas secularmente. Este sector fue la cabeza de
una insurrección popular que se convirtió en una referencia fundamental en toda
la región : la Revolución Mexicana de 1910, que tuvo una base campesina
significativa. La lucha democrática contra el porfirismo estuvo conducida
principalmente por partidos democráticos de clase media, que por necesidad de
base política se aproximan al campesinado, produciéndose una articulación muy
fuerte entre el movimiento campesino y las luchas democráticas mexicanas. A
pesar de que los movimientos campesinos no se presentan como movimientos
indígenas, se empieza a configurar un vínculo más claro entre ambos. Los
líderes de la Revolución Mexicana estaban articulados a sus orígenes indígenas,
sobre todo Zapata, que tiene una fuerte representatividad como líder indígena, a
pesar que no basar su liderazgo específicamente en ello, Porque en aquel
momento, el movimiento está volcado fundamentalmente hacia la cuestión de la
tierra.
Es necesario destacar también el papel específico de los movimientos
campesinos, que llegaron a tener un auge relativamente importante en América
Central durante los años de 1920-1930, cuando ya existía una explotación de
campesinos asalariados directamente subordinados a empresas norteamericanas que
los organizan en las actividades exportadoras. En esta región se formaron
bases importantes de lucha por la reforma agraria que debido a la fuerte
presencia estadounidense se mezclaron con las luchas nacionales contra la
dominación norteamericana. Este es el caso del Sandinismo, de las
revoluciones de El Salvador lideradas por Farabundo Martí, de las huelgas de
masas cubanas y, en parte, de la Columna Prestes en Brasil, que a pesar de
tener una base fundamentalmente pequeño burguesa, va a entrar en contacto con la
población campesina, desarrollando una cierta interacción de este movimiento de
clase media de origen militar con el campesinado. Sin embargo, no se
puede hablar de un movimiento campesino realmente significativo en este período
en Brasil.
b) El Movimiento Obrero
El movimiento obrero latinoamericano ha sido el otro sostén de las fuerzas
populares en el continente y encuentra su base material en la primera ola de
industrialización durante la primera década del siglo XX. Podemos decir que se
consolida como movimiento mucho más sólido en los años 20, desde el marxismo
leninismo, esto es, de la influencia bolchevique y de la revolución rusa que se
sobrepone a la segunda internacional y al anarquismo. Este aspecto es muy
importante para configurar las características principales del movimiento obrero
latinoamericano, sobre todo desde el punto de vista ideológico.
Paralelamente a este fenómeno, en algunas zonas mineras relativamente
importantes se desarrolló un proletariado asalariado que tenía reivindicaciones
propias bastante más colectivas y cuya formación tuvo menos influencia
anarquista. Esto explicaría el hecho de que en Chile existiese un
Partido Demócrata con base obrera minera muy significativa, antes del
desplazamiento de estos trabajadores hacia el Partido Comunista Chileno bajo el
liderazgo de Recavarren, lo que al mismo tiempo otorga a esta organización
diferencias respecto al resto de los comunistas latinoamericanos, en la medida
en que no nace de una base propiamente anarquista, sino de una concepción
política más cercana a la socialdemocracia. El Partido Demócrata Chileno no
era propiamente una organización socialdemócrata, sino que se aproxima
más al radicalismo de los partidos pequeño burgueses de tipo liberal. En
otros países de América Latina también se desarrolló una presencia minera
importante con un alto grado de sindicalización, como en el caso de Perú,
Colombia y Bolivia. En el último caso, el movimiento minero boliviano sólo
va a alcanzar su auge en la década de 1940-1950, llegando a ser
protagonista de la revolución boliviana.
c) Los movimientos de clase media y el movimiento
estudiantil
El ala del movimiento obrero que luego formará los partidos comunistas se
aproxima a sectores de la clase media en torno a objetivos
democráticos, como es el caso de los “tenientes” en Brasil, que sería
un movimiento social de clase media militar, con objetivos de democracia
política. Otros movimientos de clase media, como el aprismo peruano, se
adhieren a una plataforma de tipo nacional democrática, levantando banderas como
la democracia política, el antiimperialismo, la defensa de las riquezas
nacionales, la reforma agraria, la industrialización asumida como una tarea del
Estado, etc. La reforma universitaria fue otra bandera que la clase
media levantó de manera muy orgánica durante los años 20 y condujo a un
movimiento social propio, que exigía la participación de los estudiantes en la
conducción de la universidad, la reforma curricular y la apertura hacia los
procesos sociales y políticos que vivía América Latina. Tal vez uno los
momentos más significativos de las luchas del movimiento estudiantil fue el
de la reforma universitaria de 1918 en Córdoba (Argentina), que generó un gran
impacto en el ambiente universitario y político latinoamericano. En México,
la lucha a favor de la reforma universitaria asumirá banderas
nacional-democráticas y étnicas que no fueron bien asimiladas por los partidos
comunistas y por ciertos sectores de la izquierda, aunque finalmente el
movimiento educacional mexicano va a tener su gran expresión en la “educación
socialista” que tendrá su auge durante los años 30.
No se puede dejar de considerar como parte de los movimientos sociales, los
movimientos culturales y artísticos que buscaban que el arte se aproximase
más al pueblo y fuese su expresión mayor. Surgen experiencias extremamente ricas
en la región como es el caso del muralismo mexicano, que formó parte del
movimiento de la Revolución Mexicana o procesos como la revolución
modernista de Brasil en 1922 y otros movimientos similares, principalmente
durante los años 20. La creación de la revista Amauta (Lima 1926-1930),
fundada por José Carlos Mariátegui, abre un espacio de reflexión intelectual muy
importante en la región y muestra la fuerza y la profundidad de estos nuevos
movimientos artísticos y culturales que se afirman en una identidad propia al
mismo tiempo que se proyectan de manera universal a partir de una visión
local, poniendo en cuestionamiento las pretensiones universales de
occidente.
Hasta los años 30 se va a definir una plataforma de reivindicaciones de los
movimientos sociales de la región. En esta agenda se coloca el problema de
la tierra, de ahí la importancia de la Revolución Mexicana ; la cuestión
minera, que representa la cuestión nacional, sea de la propiedad de las minas o
de una participación de los Estados que abrigan los yacimientos en la renta
de las minas ; las cuestiones salariales que ya están articuladas con las
otras reivindicaciones, principalmente en las zonas mineras y en las zonas
proletarias urbanas, sobre todo cuando el movimiento obrero urbano se va
constituyendo más claramente en un movimiento asalariado.
2. EL POPULISMO Y LAS LUCHAS NACIONAL-DEMOCRATICAS
El conjunto de movimientos sociales que surge a lo largo de las primeras
décadas del siglo XX va a tener la oportunidad de aproximarse al poder en
los años 30 y 40 con la formación de los gobiernos populares y
populistas. Estos gobiernos buscan apoyarse en los sectores populares y
estructurar sus movimientos sociales en el contexto de una gran lucha
nacional-democrática, integrando todas estas fuerzas sociales y culturales en
frentes de contenido nacional-democrático que ya habían incorporado muchos
puntos comunes con los movimientos antiimperialistas de los años 20 y van
solidarizarse con los movimientos anticoloniales afro-asiáticos después de la
Segunda Guerra Mundial. Los partidos comunistas en la región fueron integrando
los diversos movimientos a una misma lógica nacional-democrática en la medida en
que avanzaba la lucha anticolonialista.
Después de la Primera Guerra Mundial, en la medida en que se van
constituyendo gobiernos más próximos a los sectores populares, surge una
articulación más profunda entre movimientos sociales y Estados
nacionales. Un ejemplo claro de este proceso es el caso mexicano, que ya en
los años 20 mostraba una fuerte articulación entre los movimientos campesinos y
obreros y el PRI (Partido de la Revolución Institucional).
La base social no son ya los inmigrantes, sino los obreros urbanos del
proceso de industrialización de los años 20. Este nuevo movimiento obrero
tiende a un cierto rechazo y ruptura con el antiguo movimiento obrero radical,
afirmando un nuevo proletariado de origen campesino sin ideología, como el caso
de Argentina, donde se presentará de manera más clara este fenómeno. Este
nuevo obrero va a aproximarse mucho más a los dirigentes del proceso de
industrialización, dando lugar a los llamados movimientos populistas : el
peronismo en Argentina ; el varguismo en Brasil ; el propio caso
mexicano, a pesar del carácter radical del cardenismo y los antecedentes de la
Revolución Mexicana. El cardenismo es, en gran medida, una expresión de la
vinculación de los principales movimientos sociales a los objetivos
nacional-democráticos.
En esta nueva fase se perfila el movimiento revolucionario boliviano, que
hace converger mineros y campesinos en la lucha por la reforma agraria, la
nacionalización de las minas y la creación de una democracia radical de masas, a
pesar de la desconfianza entre ambas partes. Los mineros siempre
defendieron una reforma agraria basada en la propiedad colectiva de la tierra,
mientras que los campesinos defendían la pequeña propiedad rural. Estas
diferencias dividieron el movimiento de la revolución en Bolivia y en la década
de 1960 produjeron una contra-revolución cuando el movimiento campesino e
indígena se lanza contra los mineros, que recibían también el apoyo de los
obreros urbanos, produciéndose una ruptura entre la llamada alianza
obrero-campesina.
En el caso mexicano, campesinos y obreros continuaron dentro de la revolución
mexicana. Gran parte de la tierra fue colectivizada de forma que el movimiento
campesino se mantuvo en una perspectiva socialista, a pesar de que el
indigenismo mexicano procuró resaltar siempre los peligros de la concepción
colectivista, considerada ineficiente, burocrática y autoritaria.
De esta manera, se definía el perfil nacional-democrático como formador de la
nueva clase obrera. Dependiendo de la capacidad de comunistas y socialistas de
adoctrinarla en una perspectiva socialista, se hacía posible articular la
cuestión nacional y el antiimperialismo que motivaban las luchas nacionales
en el continente bajo la dominación del capitalismo norteamericano en expansión
en el mundo, hasta convertirse en el centro hegemónico del sistema mundial
después de la Segunda Guerra Mundial. La Alianza entre la Unión Soviética y
los EE.UU. durante la Segunda Guerra Mundial se prolonga hasta 1947 cuando la
política de Guerra Fría convierte los anteriores aliados en enemigos. A
partir de este momento EE.UU. es transformado por el movimiento comunista
mundial en enemigo de los trabajadores, mientras el servicio de inteligencia
norteamericano trabaja para romper la alianza entre comunistas, socialistas y
social cristianos que se había creado durante la Segunda Guerra Mundial. Al
ponerse en evidencia el carácter imperialista de la política estadounidense,
carácter que había sido olvidado durante la Alianza Democrática antifascista,
empieza a desarrollarse un nuevo frente antiimperialista, que encuentra su punto
más alto en Brasil, a fines de los años 50 durante el gobierno
J.Kubistchek-Goulart. En este período los comunistas, que estaban en la
ilegalidad desde 1947 después de sólo 2 años acción política legal, vuelven
a asumir la condición de semi-legalidad entre 1961 y 1964 durante el gobierno de
João Goulart,
En esta misma época surgía una nueva realidad estratégica en América Latina.
La declaración de Cuba como una República Socialista en 1962, en respuesta a la
invasión de Bahía Cochino, introdujo en la región la cuestión del socialismo
como forma inmediata de transición hacia un nuevo régimen económico-social
colectivista. Esta nueva experiencia pasó a influir sectores significativos de
las fuerzas políticas de izquierda en América Latina, alcanzando su expresión
más elaborada en el programa socialista de la Unidad Popular en Chile, cuando
entre 1970 y 1973 intentó una experiencia absolutamente insólita : realizar
la transición hacia un régimen de producción socialista en condiciones de
legalidad democrática. En este momento de avance de las fuerzas
sociales, la tesis de la unidad entre la burguesía nacional y el movimiento
popular obrero-campesino-estudiantil se convirtió en un principio
estratégico fundamental. Concepción fue derrotada por los golpes de Estado
que se sucedieron en la región.
La violencia de la represión de los gobiernos militares impuestos en Chile y
en otros países contrastaba con la experiencia de un gobierno militar
nacional-democrático en Perú, iniciado en 1968 por Velasco Alvarado. Más que
nunca la represión y el terror estatal se desarrollaron hasta sus formas más
radicales. No hay duda que el terror fascista inaugurado por Pinochet y
profundizado por los golpistas argentinos llevó hasta el paroxismo la represión
en la región.
A pesar de las huelgas de masas de los trabajadores de las grandes empresas
agrícolas exportadoras - que sostuvieron a Sandino o impusieron la huelga de
masas en El Salvador – el movimiento campesino solo vino a alcanzar una victoria
significativa durante la revolución en Guatemala con Arbenz en 1952 y
particularmente en la revolución boliviana cuando las milicias campesinas y
mineras tomaron la dirección del país. En la década de los 50 se iniciaron las
Ligas Campesinas lideradas por Francisco Julião en Brasil. En los años
60 la estrategia anti-insurreccional comandada por los militares estadounidenses
absorbió finalmente la propuesta de una reforma agraria ordenada que se aplicó
sobre todo en el Chile demócrata-cristiano bajo la presidencia de Eduardo Frei.
Esta reforma agraria se hizo más radical, completa y profunda en los años
1970-73 bajo el gobierno de la Unidad Popular, teniendo como presidente Salvador
Allende.
A lo largo de todos estos años, la reivindicación por la tierra estuvo en el
centro de las luchas populares y de la alianza obrero-campesina, con fuerte
apoyo estudiantil y de sectores de la clase media urbana. Estas reivindicaciones
llegaron hasta la Revolución Sandinista en Nicaragua. Se puede decir, sin
embargo, que en las décadas de los 80 y los 90 el fuerte control de las
multinacionales sobre la producción agrícola en vastas regiones del continente
cambió dramáticamente el sentido de la lucha campesina. Entre 1960 y 1990
se completó un proceso de emigración del campo a la ciudad que expulsó
definitivamente vastas capas de pequeños propietarios agrícolas y consolidó la
grande y mediana empresa agroindustrial, articuladas con las transnacionales
agrícolas o manufactureras de productos agrícolas. Se desarrolla la figura del
asalariado agrícola estacional y surge un nuevo movimiento campesino de carácter
sindical, con pequeña presión sobre la tierra.
El caso brasileño es paradigmático : los “boias frías” (así llamados por
la comida fría que llevan para sus precarios almuerzos en un espacio
agrícola ultra especializado y mecanizado) inundan las zonas rurales y
solamente en la década del 80 resurge una demanda por la tierra cuando aumenta
el desempleo en las zonas rurales y pequeñas ciudades, generando una población
desempleada que busca retornar a la tierra. De ahí surge el Movimiento de los
Sin Tierra (MST) que presiona por una reforma agraria más ágil pero no cuestiona
la legislación de tierras del país, que dispone la compra de las tierras no
cultivadas a precio de mercado para distribuir entre los campesinos sin tierra.
La fuerza del MST deriva menos de la radicalidad de su demanda por la tierra que
de sus métodos de ocupación de la misma para forzar la reforma agraria así como
de sus métodos de gestión comunitaria de las tierras ocupadas por ellos y de su
concepción socialista de una economía donde los campesinos pueden alcanzar su
pleno desarrollo. Su preocupación con la tecnología agrícola de punta, por las
cuestiones ambientales y por la educación de sus cuadros y de sus hijos los
colocan a la vanguardia de la sociedad brasileña. Sus principales banderas de
lucha se resumen en : tierra, agua y semillas, es decir, en el la
pugna por la soberanía alimentar en Brasil. De esta manera, ellos se preparan
para enfrentar las transnacionales agroindustriales en una perspectiva de largo,
chocando frontalmente con los conservadores brasileños.
Un fenómeno nuevo que hace posible esta concepción de largo plazo del
Movimiento de los Sin Tierra es el fuerte apoyo de la pastoral de la tierra
en Brasil. La Iglesia brasileña ha decidido que no puede entregar el más grande
país católico del mundo a la voracidad de las elites explotadoras de este país.
Una revolución social anti-católica sería un golpe definitivo al catolicismo
como religión con pretensiones de universalidad.
a) La cuestión étnica
En esta fase se incorporan cuestiones totalmente nuevas : El
indigenismo, no solo visto como un movimiento de reivindicación étnico
sino como una crítica cultural campesina, donde el campesinado exige su
conservación y no simplemente su disolución en una sociedad superior. La
cuestión étnica se presenta en dos vertientes diferenciadas, la cuestión
campesina-indígena y campesina-negra. Es necesario hacer una
distinción entre ambas tendencias porque los negros formaron un movimiento
principalmente campesino, que asumió la lucha contra el esclavismo, contra la
dominación española en Cuba y que participó en la revolución cubana y los
procesos de liberación de otros países en la región. Los negros se
organizaron con mucha facilidad y llegaron a constituir una parte
importante de ese movimiento obrero no-europeo, no-socialista, pero enmarcado en
una vertiente populista. A pesar de que los comunistas consiguieron, en
algunos lugares, una base importante en el movimiento negro, tuvieron la
tendencia a negar su especificidad, manifestándose contra la idea de que
asumiese una forma propia. De esta manera, se buscaba que el movimiento
negro se incorporase a las luchas por las libertades civiles, pero se negaba su
contenido étnico específico. La visión étnica de la cuestión negra solo se
va a proyectar a partir de la década de 1960 y tiene como una de las referencias
principales al “black power” en Estados Unidos, donde se produce una ruptura con
la visión de los derechos civiles : los negros sostienen que no quieren ser
iguales a los blancos, por lo tanto, sus luchas no son por la igualdad sino por
el derecho de ser negros. Esta perspectiva se expresa en la idea de “black
beauty”.
El contenido étnico del movimiento indígena renace en los años 70, cuando los
indígenas reivindican sus orígenes como una estructura ideológica para las
luchas sociales contemporáneas y exigen el liderazgo de los movimientos
guerrilleros. Un ejemplo de esta nueva perspectiva es la lucha
guatemalteca, donde los indígenas dejan claro que la guerrilla estaba dirigida
por ellos a pesar de la participación externa, siempre subordinada a su
liderazgo. Esta vertiente se va manifestar también en el caso mexicano, que
alcanzará una expresión clara en el zapatismo, donde la vertiente indígena asume
el carácter de una postura ideológica propia, que tiene su inspiración
indigenista pero tiene también un objetivo universal. Este reconocimiento e
identidad indígena latinoamericana es un fenómeno muy profundo que pretende
también ser mundial : indígenas de diferentes regiones del mundo buscan
formar un movimiento que afirma sus luchas en una postura ecológica basada en
una relación fuerte con la naturaleza, en una ideología opuesta al capitalismo y
a las pretendidas fuerzas progresistas que ven el progreso como un camino
destructor de las formas anteriores.
b) El Movimiento Femenino
Por otro lado, emerge el movimiento femenino de manera específica, a pesar de
que éste existe en todas las épocas como parte de otros movimientos
sociales [3]. A partir de la década de 1960 este movimiento comienza a
reivindicar no sólo que los derechos civiles de las mujeres sean incorporados a
la sociedad moderna sino que la sociedad incorpore también la visión femenina
del mundo. Esto supone la participación de la mujer en la cultura, ya
no como un elemento pasivo, sino en un rol protagónico capaz de reestructurar
profundamente la subjetividad del mundo contemporáneo a partir de una nueva
visión que revalore el papel de la vida. En este sentido, la mujer sería no
sólo portadora de la vida sino de una percepción del mundo desde el punto de
vista de la vida. Esto modifica profundamente la visión de la sociedad
contemporánea.
3. LA AUTONOMIA DE LOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y LAS NUEVAS FORMAS DE
RESISTENCIA
Veinticinco años de experiencia neoliberal, comandadas a nivel internacional
por el FMI y el Banco Mundial, sumergieron nuestros países en graves problemas
económicos que llevaron los movimientos sociales de la región a la
defensiva. El desempleo, la inflación, la dramática caída de los niveles
salariales y de calidad de vida, la falta de inversiones en el sector
productivo, en infraestructura, o desarrollo social forman un conjunto de
fenómenos que va destruyendo el tejido social, que va desestructurando las
lealtades institucionales, rompiendo los lazos sociales, abriendo camino a la
violencia, las drogas y la criminalidad en sus diversas formas de
expresión. Las formas de lucha principales del movimiento obrero, como la
huelga y otras formas de interrupción del trabajo, pierden fuerza en la
medida en que amplias masas de desempleados o recién llegados a la actividad
laboral están siempre dispuestas a sustituir a los trabajadores activos. Las
posibilidades de lucha en las calles alcanzan cierto auge hasta que el cansancio
y el enfrentamiento con formas despiadadas de represión hacen retroceder al
movimiento que va perdiendo sus objetivos, abriendo camino a la acción del
“sub-proletariado” que no dispone de programas de lucha organizados y
consecuentes.
Los años de recesión estuvieron agravados por mecanismos de represión
institucional y regímenes de excepción apoyados en formas de terror estatal que
habían tenido inicio en la fase anterior. La recesión sistemática, que
debería ocurrir en la década del 70, fue retrasada debido a la captación de
recursos externos en forma de préstamos internacionales a bajo costo como
consecuencia del reciclaje de los petrodólares. En la década del 80 se inicia la
fase recesiva con la exigencia de pago inmediato de los intereses de la deuda,
aumentadas debido al crecimiento del capital principal bajo la forma de
“renegociaciones” irresponsables y debido al aumento de las tasas
internacionales de interés a partir de las decisiones adoptadas por el Tesoro
Americano.
Esta combinación de recesiones sucesivas, regímenes de excepción, terrorismo
de Estado y rebaja del nivel de vida de los trabajadores estuvo seguida de una
ofensiva ideológica contraria a las conquistas de los trabajadores y a las
mejoras obtenidas por el conjunto de la población durante los años de
crecimiento económico. La ofensiva ideológica neoliberal alcanzó su auge
en la segunda mitad de los años 80, con la política derrotista de la clase
política dirigente de la Unión Soviética y de la Europa Oriental. A partir
de la caída de los regímenes del llamado “socialismo real” se abrió una
ofensiva ideológica neoliberal que implantó un verdadero terror ideológico.
Cualquiera que reivindicara una crítica al capitalismo o al quimérico
“libre mercado” era inmediatamente segregado de los medios de comunicación de
masas y de la academia. Era la época del “fin de la historia”, del fin del
socialismo y del marxismo.
Durante los últimos veinticinco años los movimientos sociales de la región
estuvieron bajo el impacto de esta situación crítica, que era posible superar
con políticas de preservación del interés nacional, con la suspensión del pago
de una deuda internacional altamente cuestionable y de tasas de interés
totalmente insanas. Sin embargo, prevalecieron los intereses ligados al pago del
servicio de la deuda y las renegociaciones que incluían inmensas comisiones
apropiadas por agentes privados. En este período se afirmó una típica burguesía
“compradora” en la región, que se impuso progresivamente sobre
los capitales locales afectados por las políticas neoliberales e impedidos
de beneficiarse de los cambios del comercio mundial que fueron casi totalmente
aprovechados por los países asiáticos. Ayudados por reformas agrarias
profundas, realizadas en la post-Segunda Guerra Mundial Estos países no
dependían tan directamente de los préstamos internacionales para sostener sus
políticas de exportación y de crecimiento económico y disponían de mercados
internos más amplios y de políticas educacionales profundas que buscaban
neutralizar la influencia de regímenes socialistas en el sudeste
asiático.
Es natural que durante este periodo, el movimiento obrero renaciera en la
región bajo formas más cautelosas, buscando el apoyo de los liberales y de
la Iglesia que se apartó de los regímenes dictatoriales que en el pasado
favoreciera, para asumir las banderas de los derechos humanos, de la amnistía y
del restablecimiento de la democracia. En este ambiente, las propuestas
neoliberales encontraron un campo fértil y se enraizaron profundamente en virtud
de la auto-destrucción del socialismo soviético y euro-oriental. Las
concepciones neoliberales penetraron fuertemente en los partidos de izquierda,
encontrando su formulación más sofisticada en la llamada Tercera Vía que se
desarrolló en la década de los 90. Se levantaba la tesis de que no había
alternativa para la concepción neoliberal de la economía, cuya expresión de
eficacia era el libre mercado. Libre mercado que no garantiza, sin
embargo, los derechos sociales de los trabajadores. Bajo esta visión, sería
necesario combinar el neoliberalismo económico con un programa de políticas
sociales (o compensatorias, como lo plantean el FMI y el Banco Mundial al
aceptar los efectos negativos “provisionales” de la “transición” hacia el “libre
mercado”). Era evidente la debilidad teórica y práctica de esta propuesta que
fue en seguida abandonada en la medida en que el neoliberalismo se hacía cada
vez más insostenible tanto en el plano teórico–doctrinario como práctico.
El movimiento obrero se encuentra aún bajo el efecto de estas confusiones
ideológicas pero viene recuperando sistemática y crecientemente buena parte de
su capacidad política a partir del crecimiento económico sostenido de 1994-2000
cuando el desempleo en Estados Unidos cayó de 12% a 3,4% anual. La posibilidad
de volver a una situación de pleno empleo provocó un renacimiento de la
militancia sindical americana, incluso en la reorientación de la central
sindical AFL-CIO hacia tesis progresistas. En América Latina el movimiento
obrero del período estuvo en ascenso solamente en Brasil en los años 70, parte
de los 80 y en algunos momentos aislados de los 90. La explicación de la pérdida
de combatividad del movimiento obrero en los últimos años se encuentra en las
dificultades de convivir con el desempleo creciente resultante de la situación
recesiva permanente.
De las fuerzas clásicas del movimiento popular en la fase nacional
democrática, el movimiento estudiantil fue el que más sufrió al ahogarse en el
mundo del debate ideológico y enfrentar el impacto de la ola neoliberal. De ser
el centro de las luchas sociales pasó a ser un movimiento de reivindicaciones
sectoriales, lo que fue aislándolo progresivamente. La expansión de las
universidades privadas y del número de estudiantes universitarios de clase media
disminuyó el carácter de elite intelectual de los movimientos sociales que este
tenía hasta inicios de la década de los 70. Esta situación se agrava cuando
la represión comienza a afectar también el movimiento estudiantil disminuyendo
su militancia y su liderazgo ideológico. A pesar de haber perdido mucha de
su fuerza, ha dejado un rastro ideológico profundo como resultado de los
movimientos de 1968, y en algunos casos, está recuperando protagonismo en las
luchas sociales de los últimos años, como es el caso de Chile.
En los años 80 y 90 ganaron una fuerza especial los movimientos de los
barrios llamados “marginales” y hoy “excluidos”. Su organización creciente
consiguió ìmportantes recursos fiscales para infraestructura, aún cuando
éstos eran insuficientes para romper sus dificultades básicas. Las
organizaciones de mujeres jugaron un papel fundamental en el movimiento de
pobladores, organizándose para la autogestión de recursos dirigidos a cubrir
necesidades básicas de alimentación, seguridad y servicios, basados en un
espíritu comunitario y fuertes lazos de solidaridad. Ejemplos claros de
este fenómeno son los comedores de madres y los comités del vaso de leche en
Perú.
Asimismo, el aumento de la actividad comercial de drogas prohibidas,
sobretodo la cocaína, ha abierto la posibilidad de un relativo enriquecimiento
verdaderos ejércitos de criminales organizados. Una situación similar a la de
Chicago en las décadas de 1920 y 1930. Esta presencia de los factores criminales
en los barrios miserables, como es el caso de Brasil, ha justificado una
adhesión creciente de partidos de izquierda y de movimientos populares con
responsabilidad de gobierno a las técnicas de la represión social. Al abandonar
la tortura y otros comportamientos violentos en el plano político, las
fuerzas represivas volvieron a concentrarse en la práctica sistemática de
violencia contra los pobres y criminales de origen popular.
Al mismo tiempo, los movimientos sociales son cada vez más afectados por las
fuerzas sociales emergentes. Es el caso de los movimientos de género, los
indígenas, los negros, los grupos de defensa del medio ambiente y otros,
que imponen nuevos temas a la agenda de las luchas sociales. Su punto de partida
asume formas liberales, expresadas en la defensa del derecho a votar, de
garantizar jurídicamente sus derechos en bases iguales a la fracción masculina
dominante, de valorizar sus características propias, de reconocer su identidad
y sus características étnicas como parte sustancial de la cultura nacional.
Con el tiempo, estas reivindicaciones pasan a integrar todo un proyecto cultural
que exige el rompimiento con la estructura económico social que generó el
machismo, el racismo, el autoritarismo. Podemos encontrar una identificación
sustancial entre el modo de producción capitalista, como fenómeno histórico, con
estas formas culturales que penetran profundamente en todo la superestructura de
la sociedad moderna. Las propias raíces de estas llagas se encuentran en la
pretensión de una racionalidad iluminada que tendría a Occidente como cuna y que
justificaría el colonialismo, despreciando sustancialmente la importancia de las
culturas y civilizaciones asiáticas, orientales o de las civilizaciones
americanas pre-colombinas.
Los movimientos sociales empiezan así a romper con toda la ideología de la
modernidad como forma superior y como única expresión de la civilización. Este
enfoque ha dado una fuerza muy especial a los movimientos sociales al
presentarlos como fundamento de un nuevo proceso de civilización pluralista,
realmente planetario, post-racista, post-colonial y quizás post-moderno.
Durante esta fase es necesario destacar dos características
fundamentales : en primer lugar, la identidad de los movimientos
sociales empieza a reivindicar una cierta autonomía, sale del marco de los
partidos, de las reivindicaciones nacional-democráticas y desarrollistas, para
asumir una autonomía bastante significativa, que da origen y se vincula a la
cuestión ciudadana de lucha por los derechos civiles y se confunde con las
luchas contra las dictaduras en América Latina. Se empieza a desarrollar
una interacción entre los movimientos sociales con relativa autonomía de los
partidos políticos y de las ONGs que las apoyan. En segundo lugar, se
presenta una tendencia a la formación de partidos políticos a partir
de estos movimientos. La expresión más avanzada de esta tendencia es
el Partido de los Trabajadores en Brasil. Existen también otras organizaciones
políticas impregnadas de esa visión ideológica, una sociedad civil que se esta
formando y que proyecta sobre el Estado la gran cuestión que la sociedad civil
todavía no resolvió : en la medida en que ella crece y gana importancia, su
relación con el Estado deja de ser simplemente crítica para ejercer también
hegemonía sobre el Estado. A partir de este momento, la postura crítica se
transforma en una postura positiva, que se expresa en propuestas de políticas de
Estado y que viene constituyendo una nueva fase de diseño de un nuevo programa
de políticas públicas que absorbe parte del programa nacional
democrático-desarrollista anterior pero con críticas significativas y que
incluyen nuevos elementos en la agenda, como las demandas ecológicas y
democráticas de participación política.
Todo esto va constituyendo un nuevo espacio político que no resolvió sus
contradicciones entre autonomía y gestión del Estado, entre democracia en el
sentido de afirmación autónoma y en el sentido de gestión del Estado, entre
reivindicaciones autónomas y de políticas públicas con capacidad de transformar
las condiciones materiales.
4. LA GLOBALIZACIÓN DE LAS LUCHAS SOCIALES
Después de Seattle en 1999, los encuentros del Foro Social Mundial en Porto
Alegre y las manifestaciones de masa que lo sucedieron en varias partes del
mundo ya se perfila una nueva realidad de los movimientos sociales que indican
una dinámica no solamente defensiva sino también ofensiva. A pesar de que
este fenómeno ya estaba inscrito en las movilizaciones de 1968, cobra un
significado especial después de la caída del campo soviético cuando las luchas
sociales ganan la dimensión de un gigantesco movimiento de la sociedad civil
contra la globalización neoliberal. Su articulación con fenómenos políticos
se hace más evidente y se expresa en el surgimiento de formas de lucha
insurrecciónales nuevas, como el zapatismo en México y sus desdoblamientos
internacionales en la convocatoria por la lucha contra el neoliberalismo que
atrajo personalidades de todo el planeta ; la emergencia de movimientos
indígenas de resistencia que terminan derrocando gobiernos y dando origen a
partidos y nuevos gobiernos como en Bolivia y Ecuador ; el éxito
electoral del PT en Brasil, que surge de una articulación de los movimientos
sociales y de fuerzas de izquierda en Uruguay y Venezuela. Todos estos fenómenos
conforman una nueva ola de transformaciones sociales y políticas en América
Latina que tiene fuertes raíces en los nuevos movimientos sociales y en su
articulación con las fuerzas de los movimientos sociales clásicos, en el
desarrollo de la izquierda en su conjunto e inclusive, la emergencia de sectores
nacionalistas en las clases dominantes. Estos elementos producen un complejo
proyecto histórico aún en construcción que se expresa también el los procesos de
integración regional acompañados de una creciente densidad diplomática entre los
gobiernos de la región.
El programa alternativo que se dibuja en América Latina no puede restringirse
a una resistencia económica y cultural, más aún cuando la historia de la región
pasa por un largo periodo de estancamiento económico y el abandono del proyecto
desarrollista nacional democrático confrontado a hierro y fuego por la represión
imperialista y gran parte de la clase dominante local ; cuando la historia
de este período se confunde con la dominación brutal de los intereses
financieros sobre la economía, colocando las fuerzas productivas a su
servicio, incluso el Estado que aumenta su intervención para transferir
recursos hacia este sector ; cuando todo esto se hace en nombre de una
ideología reaccionaria que se presenta como la expresión última de la modernidad
y como el “pensamiento único”, resultado del fin de la historia. En tales
circunstancias el programa alternativo debe asumir un carácter global, el de un
nuevo marco teórico y doctrinario que proponga una nueva sociedad, una nueva
economía, una nueva civilización.
Mientras esta tarea de décadas se desdobla, se van dibujando luchas
parciales que asumen un carácter cada vez más sustancial. La integración
regional latinoamericana por, ejemplo, gana dimensiones concretas en el
MERCOSUR, la Comunidad Andina de Naciones y el ALBA (Alternativa
Bolivariana de los Pueblos) y la Comunidad Sudamericana que cuenta con el apoyo
sustancial del ideal bolivariano. Al mismo tiempo, este ideal es convertido en
doctrina de Estado y de gobierno en Venezuela, inspirándose en la dinámica de la
democracia participativa profundamente articulada a la lógica de los movimientos
sociales.
Muchas serán aún las novedades políticas, culturales e ideológicas que
surgirán en este nuevo contexto. En el proceso electoral de Lula en Brasil se
unieron sectores sociales hasta entonces desarticulados en búsqueda de un nuevo
bloque histórico que unificase las fuerzas de la producción contra de la
dominación del capital financiero. Un perfil similar se dibujó en Argentina
después de los grandes movimientos de masa que cuestionaron radicalmente el
programa neoliberal. En toda la región se habla de un nuevo desarrollismo que
busca crear las condiciones de una nueva política económica que restaura en
parte los temas y la agenda de los años 60 y 70 adaptando la misma a las nuevas
condiciones de la economía mundial. Lo que importa es la voluntad política, los
aspectos técnicos son secundarios y fácilmente obviados por el amplio desarrollo
de los profesionales de la región.
Varias son las manifestaciones concretas de la nueva propuesta que deberá
sustituir la barbarie intelectual del pensamiento único neoliberal y que
incorporará la región a una nueva realidad política e ideológica. Esta nueva
propuesta pone en debate las grandes cuestiones del destino de la humanidad
y los movimientos sociales representarán el terreno fértil en que brotarán las
soluciones cada vez más radicales pues son las raíces que estarán en
juego : la desigualdad social, la pobreza, el autoritarismo, la
explotación. Toda esta agenda estará de nuevo en la arena de la
historia.
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Notes
[1] Socióloga, investigadora de la Red y Cátedra UNESCO/UNU
Sobre Economía Global y Desarrollo Sustentable – REGGEN, doctoranda en ciencia
política de la Universidad Federal Fluminense-Brasil
[2] Sociólogo, presidente de la Red y Cátedra UNESCO/UNU Sobre Economía Global y Desarrollo Sustentable – REGGEN
[3] Como es el caso del movimiento negro o el de las luchas civiles que buscaban la igualdad de derechos entre los hombres, etc.
[2] Sociólogo, presidente de la Red y Cátedra UNESCO/UNU Sobre Economía Global y Desarrollo Sustentable – REGGEN
[3] Como es el caso del movimiento negro o el de las luchas civiles que buscaban la igualdad de derechos entre los hombres, etc.