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lunes, 5 de agosto de 2013

Cuba contra las armas nucleares


Por Leyde E. Rodríguez Hernández  [1]

El líder histórico de la Revolución cubana, Fidel Castro Ruz, en una reciente carta a los Jefes y Vicejefes de las delegaciones que visitaron Cuba, con motivo del 60 aniversario del asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes[2], recordó que la política exterior cubana se negó, durante años, a suscribir acuerdos sobre la prohibición de armas nucleares, puesto que la isla no estaba dispuesta a otorgar esas prerrogativas a ningún Estado, y porque,  Cuba nunca trataría de fabricar un arma nuclear. 

El hecho de que Fidel Castro haya señalado en su misiva que Cuba está en contra de todas las armas nucleares, no es nuevo. En términos de rigor histórico, esta ha sido una posición de principios de la política exterior de la Revolución cubana. Por eso, coincido con el líder cubano en la perspectiva de que ninguna nación, grande o pequeña, debe poseer ese instrumento de exterminio, capaz de poner fin a la existencia humana en el planeta.

Queda claro, en el mencionado mensaje, que cualquiera de los que tales artefactos poseen, dispone ya de suficientes arsenales nucleares para crear la catástrofe mundial, pero estimo que esos artilugios militaristas también impiden la posibilidad de cambios progresistas en el sistema global de relaciones internacionales.

Las armas nucleares, con el susodicho propósito de disuadir al adversario de iniciar una guerra, han servido, por su carácter amenazante y terrorífico, para impedir cualquier modificación en el injusto orden internacional establecido por el concierto de las principales potencias que, desde 1945, controlan el decadente juego de la política internacional. Mucho más ahora, en una época de crisis económica y política de las estructuras globales edificadas por el sistema capitalista, en su devenir histórico, a partir de la Paz de Westfalia en 1648.

Tengo la más absoluta convicción de que la construcción de un verdadero orden mundial, en el que impere la justicia, la igualdad soberana de los Estados, el progreso y el derecho al bienestar general de la población mundial, sin distinción de países grandes o pequeños, exige de la eliminación completa de las armas nucleares, que constituyen un factor de dominación y chantaje de unos Estados contra otros en el sistema internacional, sin que por ello se resuelvan los agobiantes problemas globales generados por el sistema capitalista en crisis estructural, colocando en peligro de extinción a la especie humana.

Un aspecto importante a tener en cuenta en el contexto internacional actual, es que debido a los nuevos avances del sector militar europeo y estadounidense, se han eliminado las diferencias de efectividad entre las armas nucleares y las convencionales. Por lo que cuando las naciones discutan el control y eliminación de las armas nucleares, deberán tomar en consideración, especialmente aquellas armas de precisión convencionales que son capaces de portar ojivas nucleares y otras armas de destrucción masiva.

Pero hay más. Y es que, como plantea Fidel Castro en su carta, queramos o no, en este momento nuestro planeta se traslada en el espacio y en tiempo bajo los efectos de varias bombas nucleares silenciosas: el Cambio Climático, convertido en el peligro más inminente que en menos de un siglo puede hacer imposible la supervivencia de la humanidad.

Mientras tanto, sigo con atención la sapiencia de la carta de Fidel Castro, quien como Chávez, llevó a su máxima expresión la idea del poeta ruso Máximo Gorki: “Vivir es luchar”.                     
 
Notas:

[1] Es autor de los libros: Insurrección de la Palabra: Crónicas de Política Internacional" y "De Truman a Obama: Poder, Militarismo y Estrategia Antimisil de los EEUU". Editorial Letra Viva, La Florida, 2013. http://editorialetraviva.homestead.com/Catalogo.html

[2] “He vivido para luchar”. Carta del compañero Fidel a los Jefes y Vicejefes de las delegaciones que visitan nuestro país con motivo del 60 aniversario del asalto a los cuarteles Moncada y Carlos M. de Céspedes. Juventud Rebelde, 28 de julio de 2013, La Habana, p.02.