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jueves, 12 de abril de 2012

El secreto de la supervivencia de Corea del Norte

 
Por Fiodor Lukiánov 
RIA NOVOSTI


Corea del Norte vuelve a centrar la atención de todo el mundo.

El lanzamiento del satélite ‘Kwangmyongsong-3’ (‘Estrella Brillante’) a bordo del cohete portador Unha-3 (‘Vía Láctea’), planeado para esta semana con el fin de conmemorar el centenario del nacimiento del fundador del país comunista, Kim Il-sung, no deja dormir tranquilos a todos sus vecinos ni a Estados Unidos. Pese a que se hace hincapié en el alto nivel de transparencia del suceso, inhabitual para el país, nadie cree en que sea un programa cósmico pacífico sino ensayo de un misil balístico. Más aún, se sabe por experiencia que los artefactos norcoreanos pueden desviarse de su curso y caer donde sea.

Hace 20 años, cuando cayó la URSS, el régimen norcoreano del ‘Juche’ se quedó sin apoyo material y lo tomaron por condenado a derrumbarse también. En 1994, cuando falleció Kim Il-sung y su lugar fue ocupado por su hijo, con fama de ser un ‘playboy’ incapaz de gobernar un país, el colapso también se consideraba inevitable. Ahora que al mando se encuentra el nieto del padre de la nación, joven y de poca experiencia, de nuevo le auguran la caída al régimen. Veremos cuáles serán los resultados dentro de unos años…

La excepcional estabilidad del socialismo coreano se debe a varios factores. El primero, que la presión implacable de Pyongyang nunca ha dejado lugar para brotes de ideología alternativa al régimen, si se compara con la experiencia de otros países socialistas que han mostrado que una liberalización controlada deja de ser controlada muy pronto.

Además, las autoridades norcoreanas logran mantener un hermetismo de la sociedad que no tiene parangón en el mundo contemporáneo: no hay otro Estado que esté tan aislado de las influencias externas. Esto asegura un nivel de protección muy alto ante acontecimientos similares a la primavera árabe.

El segundo factor es que cuando la nueva situación mundial estaba todavía formándose, Pyongyang apostó por el programa nuclear. Como resultado, cuando la administración estadounidense decidió, a las puertas del siglo XXI, cambiar regímenes indeseados por la fuerza, resultó demasiado arriesgado tocar Corea del Norte por peligro de provocar una respuesta nuclear que habría hecho daños inadmisibles tanto al adversario como al propio país. Resulta muy provechoso que todo el mundo sepa que no hay nada que le detenga a uno. Corea del Sur, por ejemplo, se abstiene de cruzar ciertos límites pese a sus declaraciones y amenazas. Nadie sabe a ciencia cierta si Corea del Norte está lista para cometer un suicidio de verdad, pero tampoco hay quien quiera verificarlo. Al darse cuenta de esto, Pyongyang está afianzando su imagen de un socio irracional, peligroso e impredecible.

En tercer lugar, un papel decisivo lo tiene el apoyo de Pekín. China fue patrón de Pyongyang aún en la época soviética, llegando a ser su protector principal desde los 90. Esto no está relacionado con la ideología: los pragmáticos chinos son ajenos al dogmatismo norcoreano. China parte de la idea de que el ‘status quo’ le es más provechoso que cualquiera de las alternativas: sea una Corea unida pro estadounidense o una ‘gran Corea’ con sus ambiciones y ánimos nacionalistas, Pekín perderá en ambos casos.

En cuarto lugar, en la práctica nadie está interesado en la unión de las dos Coreas. Pyongyang no piensa en la expansión desde hace mucho, su tarea primordial es la de sobrevivir. Seúl, en el caso de la unificación, corre riesgo de quebrar. Japón, aunque teme a los norcoreanos impredecibles, no querrá ver una Corea unida ni siquiera bajo los auspicios de Seúl, pues las múltiples reclamaciones que acumularon los coreanos contra sus vecinos en estos cien años están dirigidas sobre todo a Japón.

Es curioso que Rusia hubiera ganado más que nadie en el caso de la unión de las dos Coreas. Las relaciones especiales con Corea del Norte no son nada más que una fantasía. Pero, unidas las Coreas, habría un país de peso e influencia, que apenas tiene reclamaciones históricas o de algún otro tipo contra Moscú. Rusia, con su nuevo interés por Asia, espera diversificar sus relaciones para evitar la dependencia absoluta de China: Corea podría convertirse en el socio más cómodo. Además, recordemos los planes relativos a las arterias de transporte y energía, lastrados por las disputas entre ambas Coreas. Todo esto explica los esfuerzos de Rusia por cambiar el enfoque del arreglo del conflicto: del fracasado planteamiento estadounidense a un intento de interesar a Pyongyang por medio de dividendos económicos, como el proyecto del gasoducto transcoreano.

En definitiva, para Estados Unidos la cuestión norcoreana no está tan clara como parece. Es cierto que Washington no puede quedarse tranquilo cuando existe un país impredecible que no deja de molestar a la superpotencia con sus ensayos nucleares, lanzamientos de misiles y otros trucos. Sin embargo, analizada la situación a largo plazo, el Pyongyang de hoy resulta útil para Estados Unidos.

La tarea primordial para Estados Unidos para el próximo decenio consiste en afianzar sus posiciones en Asia y el Pacífico, lo cual ya ha sido dicho oficialmente. La competencia estratégica con China todavía no es un hecho, pero su probabilidad va aumentando rápidamente. Sería una provocación demasiado atrevida lanzarle a Pekín un desafío, empezando a “rodearlo” (aunque la activación de la diplomacia estadounidense en Vietnam, Myanmar y por todo el Sudeste Asiático es evidente). La interdependencia económica a diferentes niveles no permite actuar a quemarropa. Pero la existencia en la región de un régimen agresivo que además está confirmando esta reputación conscientemente y al que temen sus vecinos, socios de Estados Unidos, es un perfecto pretexto para consolidar sus alianzas y aumentar la presencia político-militar, desde la terrestre y marítima hasta la antiaérea.

Desde este punto de vista, Pekín debería hacer optar a sus tutelados por una vía de transformación pacífica, pero por ahora parece que no puede conseguirlo. No basta con intentar persuadir a los líderes norcoreanos, es evidente que es imposible. Y la idea occidental de que Pyongyang retroceda si China reduce o suspende la ayuda económica puede resultar errónea. Las autoridades de Corea del Norte se dan cuenta de que sus socios chinos se esfuerzan por evitar una agudización que puede cambiar el ‘status quo’ perjudicando a la propia China. Y esto significa que la idea de dicha radicalización puede ser objeto de chantaje, no solo contra Estados Unidos, Japón y Corea del Sur, sino contra China también. Por eso la presión por parte de Pekín puede provocar una agresión de Pyongyang contra Seúl o Tokio, lo que causará una escalada de tensión con la participación estadounidense, haciendo daño a China. Es una paradoja: la supervivencia de un régimen anacrónico, un extraño fruto de una época acabada y de una ideología fracasada, la aseguran las complicadas relaciones entre las potencias asiáticas y la dura rivalidad que todavía está por llegar.