RIA NOVOSTI
Corea del Norte vuelve a centrar la atención de
todo el mundo.
El lanzamiento del satélite ‘Kwangmyongsong-3’
(‘Estrella Brillante’) a bordo del cohete portador Unha-3 (‘Vía Láctea’),
planeado para esta semana con el fin de conmemorar el centenario del nacimiento
del fundador del país comunista, Kim Il-sung, no deja dormir tranquilos a todos
sus vecinos ni a Estados Unidos. Pese a que se hace hincapié en el alto nivel
de transparencia del suceso, inhabitual para el país, nadie cree en que sea un
programa cósmico pacífico sino ensayo de un misil balístico. Más aún, se sabe
por experiencia que los artefactos norcoreanos pueden desviarse de su curso y
caer donde sea.
Hace 20 años, cuando cayó la URSS, el régimen
norcoreano del ‘Juche’ se quedó sin apoyo material y lo tomaron por condenado a
derrumbarse también. En 1994, cuando falleció Kim Il-sung y su lugar fue
ocupado por su hijo, con fama de ser un ‘playboy’ incapaz de gobernar un país,
el colapso también se consideraba inevitable. Ahora que al mando se encuentra
el nieto del padre de la nación, joven y de poca experiencia, de nuevo le
auguran la caída al régimen. Veremos cuáles serán los resultados dentro de unos
años…
La excepcional estabilidad del socialismo coreano
se debe a varios factores. El primero, que la presión implacable de Pyongyang
nunca ha dejado lugar para brotes de ideología alternativa al régimen, si se
compara con la experiencia de otros países socialistas que han mostrado que una
liberalización controlada deja de ser controlada muy pronto.
Además, las autoridades norcoreanas logran
mantener un hermetismo de la sociedad que no tiene parangón en el mundo
contemporáneo: no hay otro Estado que esté tan aislado de las influencias
externas. Esto asegura un nivel de protección muy alto ante acontecimientos
similares a la primavera árabe.
El segundo factor es que cuando la nueva
situación mundial estaba todavía formándose, Pyongyang apostó por el programa
nuclear. Como resultado, cuando la administración estadounidense decidió, a las
puertas del siglo XXI, cambiar regímenes indeseados por la fuerza, resultó
demasiado arriesgado tocar Corea del Norte por peligro de provocar una
respuesta nuclear que habría hecho daños inadmisibles tanto al adversario como
al propio país. Resulta muy provechoso que todo el mundo sepa que no hay nada
que le detenga a uno. Corea del Sur, por ejemplo, se abstiene de cruzar ciertos
límites pese a sus declaraciones y amenazas. Nadie sabe a ciencia cierta si
Corea del Norte está lista para cometer un suicidio de verdad, pero tampoco hay
quien quiera verificarlo. Al darse cuenta de esto, Pyongyang está afianzando su
imagen de un socio irracional, peligroso e impredecible.
En tercer lugar, un papel decisivo lo tiene el
apoyo de Pekín. China fue patrón de Pyongyang aún en la época soviética,
llegando a ser su protector principal desde los 90. Esto no está relacionado
con la ideología: los pragmáticos chinos son ajenos al dogmatismo norcoreano.
China parte de la idea de que el ‘status quo’ le es más provechoso que
cualquiera de las alternativas: sea una Corea unida pro estadounidense o una
‘gran Corea’ con sus ambiciones y ánimos nacionalistas, Pekín perderá en ambos
casos.
En cuarto lugar, en la práctica nadie está
interesado en la unión de las dos Coreas. Pyongyang no piensa en la expansión
desde hace mucho, su tarea primordial es la de sobrevivir. Seúl, en el caso de
la unificación, corre riesgo de quebrar. Japón, aunque teme a los norcoreanos
impredecibles, no querrá ver una Corea unida ni siquiera bajo los auspicios de
Seúl, pues las múltiples reclamaciones que acumularon los coreanos contra sus
vecinos en estos cien años están dirigidas sobre todo a Japón.
Es curioso que Rusia hubiera ganado más que nadie
en el caso de la unión de las dos Coreas. Las relaciones especiales con Corea
del Norte no son nada más que una fantasía. Pero, unidas las Coreas, habría un
país de peso e influencia, que apenas tiene reclamaciones históricas o de algún
otro tipo contra Moscú. Rusia, con su nuevo interés por Asia, espera
diversificar sus relaciones para evitar la dependencia absoluta de China: Corea
podría convertirse en el socio más cómodo. Además, recordemos los planes
relativos a las arterias de transporte y energía, lastrados por las disputas
entre ambas Coreas. Todo esto explica los esfuerzos de Rusia por cambiar el
enfoque del arreglo del conflicto: del fracasado planteamiento estadounidense a
un intento de interesar a Pyongyang por medio de dividendos económicos, como el
proyecto del gasoducto transcoreano.
En definitiva, para Estados Unidos la cuestión
norcoreana no está tan clara como parece. Es cierto que Washington no puede
quedarse tranquilo cuando existe un país impredecible que no deja de molestar a
la superpotencia con sus ensayos nucleares, lanzamientos de misiles y otros
trucos. Sin embargo, analizada la situación a largo plazo, el Pyongyang de hoy
resulta útil para Estados Unidos.
La tarea primordial para Estados Unidos para el
próximo decenio consiste en afianzar sus posiciones en Asia y el Pacífico, lo
cual ya ha sido dicho oficialmente. La competencia estratégica con China
todavía no es un hecho, pero su probabilidad va aumentando rápidamente. Sería
una provocación demasiado atrevida lanzarle a Pekín un desafío, empezando a
“rodearlo” (aunque la activación de la diplomacia estadounidense en Vietnam,
Myanmar y por todo el Sudeste Asiático es evidente). La interdependencia
económica a diferentes niveles no permite actuar a quemarropa. Pero la
existencia en la región de un régimen agresivo que además está confirmando esta
reputación conscientemente y al que temen sus vecinos, socios de Estados Unidos,
es un perfecto pretexto para consolidar sus alianzas y aumentar la presencia
político-militar, desde la terrestre y marítima hasta la antiaérea.
Desde este punto de vista, Pekín debería hacer
optar a sus tutelados por una vía de transformación pacífica, pero por ahora
parece que no puede conseguirlo. No basta con intentar persuadir a los líderes
norcoreanos, es evidente que es imposible. Y la idea occidental de que
Pyongyang retroceda si China reduce o suspende la ayuda económica puede
resultar errónea. Las autoridades de Corea del Norte se dan cuenta de que sus
socios chinos se esfuerzan por evitar una agudización que puede cambiar el
‘status quo’ perjudicando a la propia China. Y esto significa que la idea de
dicha radicalización puede ser objeto de chantaje, no solo contra Estados
Unidos, Japón y Corea del Sur, sino contra China también. Por eso la presión
por parte de Pekín puede provocar una agresión de Pyongyang contra Seúl o
Tokio, lo que causará una escalada de tensión con la participación estadounidense,
haciendo daño a China. Es una paradoja: la supervivencia de un régimen
anacrónico, un extraño fruto de una época acabada y de una ideología fracasada,
la aseguran las complicadas relaciones entre las potencias asiáticas y la dura
rivalidad que todavía está por llegar.