viernes, 4 de noviembre de 2016

¿Y si, después de todo, Hillary gana?


Por Carlos Alzugaray Treto[1]
El viernes 28 de octubre la campaña presidencial estadounidense fue sacudida una vez más con una sorpresa: la revelación del Director del FBI, un republicano[2], que durante una investigación independiente, se había encontrado una cantidad indeterminada de correos electrónicos de Huma Abedin, una de las principales colaboradoras de Hillary Rodham Clinton, que podrían estar relacionados con la candidata cuando era Secretaria de Estado. Se avivaba así, a unos días de los comicios, el caso aparentemente ya cerrado del servidor privado que la candidata usaba en el Departamento de Estado. Como en otras ocasiones, probablemente sea un caso de mucho ruido y pocas nueces. Por otra parte, no se puede descartar que una nueva “sorpresa”, esta vez de noviembre, aparezca antes el martes 8.[3]
A pesar de la tensión en que ha puesto a toda la clase política, es probable que no impida la elección por primera vez, de una mujer Presidente. Hillary Rodham Clinton, ex Primera Dama de Arkansas y de los Estados Unidos, ex Senadora por Nueva York y ex Secretaria de Estado, está avocada a romper la tradición y el “techo de cristal”[4] para ascender a la primera magistratura de la más grande potencia imperialista de la historia después de una larga y azarosa carrera política.
La candidata enfrentará graves desafíos al gobernar el país después de ocho años de Barack Obama y de una campaña como la que ha enfrentado contra Donald Trump, quien ha quebrado todas las reglas del debate político por sus ataques vitriólicos a sus contrincantes.
En realidad, a pesar de sus enfrentamientos, Hillary Rodham Clinton y Donald Trump tienen mucho en común. Por la fecha de su nacimiento, ambos son “baby-boomers”, clasificación dada a la generación de nacidos inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial. Los estudios al respecto se pueden resumir en lo siguiente: los baby boomers fueron una generación privilegiada pues alcanzaron la adultez en una etapa de expansión del capitalismo norteamericano. Estuvieron marcados o influidos por los eventos definitorios de la época, dos de ellos muy significativos: la lucha por los derechos civiles y la guerra de Vietnam, durante las administraciones del demócrata Lyndon Johnson y el republicano Richard Nixon.
Además, tanto Rodham Clinton como Trump pertenecen a la elite del poder según la definición de C. Wright Mills. Son parte del 1% y no del 99%, según la clasificación del movimiento Occupy Wall Street. Los dos son residentes de Nueva York, el centro financiero del capitalismo estadounidense, ella en una propiedad de alto nivel en el barrio suburbano de Chappaqua, y él en su lujoso apartamento de tres pisos en la Torre Trump de Manhattan.
Ello significa que quienquiera que gane las elecciones y se convierta en Presidente(a) llevará adelante políticas diseñadas para mantener la hegemonía norteamericana en el mundo y la de las clases dominantes al interior.
Dicho esto, conviene apuntar que la Sra. Rodham Clinton, a diferencia del Sr. Trump, no nació ni se desarrolló en una familia de altos ingresos sino de clase media alta. Nacida en Chicago, vivió de niña en Illinois, pero su padre, un pequeño empresario republicano, la envió a estudiar a Boston, Massachusetts, en Wellesley College, una de las más prestigiosas universidades privadas para mujeres.[5]Ya desde entonces Hillary expresó sus preocupaciones políticas uniéndose a los Jóvenes Republicanos, cuya organización en Wellesley presidió. El momento más significativo de su temprana trayectoria sobrevino en la convención republicana que eligió candidato a Richard Nixon en 1968. Asistió como delegada pero salió disgustada por el menosprecio a la corriente liberal del partido, encabezada por Nelson Rockefeller, con la cual estaba identificada.
Posteriormente, estudiando en la Escuela de Derecho de la Universidad de Yale y habiéndose unido al Partido Demócrata, hizo una pasantía en la Cámara de Representantes, participando en la investigación del caso Watergate que obligó a Nixon a renunciar. En la Universidad conoció y se casó con Bill Clinton. Ambos acontecimientos tendrían una profunda influencia en su futuro político.
Su temprano devenir en la política y en el poco tiempo que ejerció como abogada está marcado por haber participado activamente en proyectos por la defensa de los niños y de las mujeres.
Es bien conocida su trayectoria desde entonces. Casi siempre se ha visto envuelta en controversias de toda índole, particularmente por el papel que jugó durante la Administración de Bill Clinton, en parte motivado por el rechazo de una clase política, fundamentalmente de la republicana, en su mayoría masculina y misógina, que no podía adaptarse a que una mujer, demócrata por añadidura, tuviera tanto protagonismo. Encabezó los fallidos esfuerzos por lograr la aprobación de una reforma de saluden 1994-95. Ese hecho y el respaldo a su esposo cuando el caso de su relación con Mónica Lewinsky, que casi motiva su condena en un sonado juicio político (impeachment), le han granjeado un odio prácticamente visceral de la derecha republicana.
Su posterior itinerario como Senadora por Nueva York y, sobre todo, Secretaria de Estado del Presidente Obama entre el 2008 y el 2012, le granjeó también animadversiones, esta vez entre sectores progresistas dentro y fuera de su Partido. Vale mencionar su voto favorable a la Guerra en Irak y su posición agresiva durante la intervención militar de la OTAN en Libia, como temas que le han costado esos apoyos.
Esta es la segunda vez que la Sra. Rodham Clintonaspira a la presidencia de Estados Unidos. Ya en el 2008 compitió infructuosamente por la nominación demócrata contra Barack Obama. En el 2016, a pesar de que alcanzó la nominación de su partido, fue sometida a numerosos ataques por el Senador Bernie Sanders, quién apuntó sus vínculos con Wall Street, entre otros.
Lo que se debe subrayar de estos breves elementos es que Rodham Clinton es una candidata persistente, con suficientes credenciales, pero cuestionada desde ambos extremos del panorama político norteamericano. Eso no la ha ayudado ni la ayudará si se convierte en Primera Mandataria.
Aunque se puede dar por descontada su victoria el 8 de noviembre, no puede desecharse una derrota. En tal caso, no hay duda que la misma tendrá mucho que ver con la enorme negatividad que su candidatura provoca entre amplios sectores del electorado. Las revelaciones de Wikileaks demuestran que Hillary Rodham Clinton es lo que es, una política norteamericana que ha servido bien los intereses de la clase dominante. Adicionalmente, no tiene el carisma ni los vínculos con las amplias bases sociales emergentes que favorecieron al Presidente Barack Obama. Su imagen es la de una política arrogante y opaca. Además, enfrenta en Donald Trump a un peligroso contrincante que, si bien parece destinado al fracaso, ha sido exitoso durante todo el período de las primarias.
Las proyecciones de una Administración Rodham Clinton dependen en gran medida del tipo de victoria que obtenga. Hay efectivamente tres escenarios: un triunfo resonante en toda la línea, que incluya no sólo la mayoría en el colegio electoral y el voto popular, y que signifique la recuperación del control del Senado y la Cámara por el Partido Demócrata; un triunfo también resonante pero sin que se logren revertir las actuales mayorías republicanas en el Congreso, incluso puede haber una victoria parcial con la recuperación sólo del Senado; un éxito apretado en que Trump sea derrotado por escasos márgenes tanto en el colegio electoral como en el voto popular y con el Partido Republicano manteniendo el control de ambas cámaras.
Al analizar su trayectoria y posible proyección una vez en la Casa Blanca, se hace inevitable contextualizar lo que es y lo que podría ser en comparación tanto con la Administración de su esposo, Bill Clinton, quien gobernó entre 1992 y 2000, como con la de Barack Obama. Lo primero a tener en cuenta es que asumirá en un momento políticamente distinto al de 1992 y 2008, cuando ambos fueron inaugurados. Tanto Bill Clinton como Obama sucedieron a administraciones republicanas que habían entrado en crisis por razones económicas, lo cual, no hay duda, les ayudó a triunfar. Los temas que enfrentaron son estructurales y no han sido resueltos. Rodham Clinton tendrá que lidiar con ellos igualmente. Finalmente, sucederá a Barack Obama y tendrá que basarse en sus políticas y en su legado, sobre todo en política exterior.
Si partimos de la premisa que Bill Clinton gobernó más hacia la derecha, sin separarse mucho de las políticas neoliberales de sus predecesores, y Obama se manifestó más hacia la izquierda, introduciendo algunas políticas que están claramente en la agenda progresista tanto dentro como fuera del Partido Demócrata, Rodham Clinton probablemente se encuentra a mitad de camino entre los dos.
Adicionalmente, la base social que la lleve a la Casa Blanca va a ser esencialmente la misma que llevó a Obama, pero con la peculiaridad de que ha necesitado el apoyo, probablemente decisivo, de Bernie Sanders y Elizabeth Warren, quienes representan la tradición más liberal progresista del Partido Demócrata y tienen una posición sólida dentro del mismo. Este apoyo, inevitablemente, hará que los sectores que estas personalidades representan ejercerán enorme presión sobre Rodham Clinton, quien seguramente aspirará a ser reelecta en el 2020, obligándola a responder a sus demandas. En sus respectivos primeros mandatos, ni Bill Clinton ni Obama enfrentaron retos parecidos.
Por otra parte, hay que reconocer que Hillary Rodham Clinton ha tenido un record liberal en el Senado durante los años en que representó al Estado de Nueva York.
Finalmente, ya es evidente que los republicanos continuarán la campaña contra su integridad y honestidad. No es descartable que intenten todo lo posible para enjuiciarla, pero ello dependerá de los resultados de las elecciones al Senado y la Cámara. Este será uno de los desafíos más graves que tendrá que enfrentar.
Si el asunto de los correos electrónicos se mantiene o se recrudece de aquí al 8 de noviembre, lo más probable sea que la victoria sería la descrita en el tercer escenario, con consecuencias negativas para su agenda de gobierno.
Así que en política doméstica probablemente veremos una Administración Rodham Clinton que se parecerá más a la de Barack Obama que a la de Bill Clinton, aunque debe significarse que éste tendrá al menos un papel de importante asesor. El ex Presidente es un político hábil pero también puede resultar un problema por muchas razones.
La Administración Rodham Clinton propondrá nuevos jueces liberales a la Corte Suprema, asunto que es de la mayor importancia; apoyará el mantenimiento de la Affordable Care Act de Obama y tratará de expandir su alcance; defenderá el aborto; fomentará la igualdad de género y de preferencia sexual; tratará de controlar el uso de armas; continuará promoviendo políticas educacionales reformistas; y en materia medio ambiental y energética también continuará con las actuales. Por supuesto, todo ello lo hará sin afectar intereses esenciales del capital financiero, como lo hizo su esposo y también Barack Obama. Ello es una aguda contradicción.
En materia de política exterior y de seguridad, la mayor parte de los observadores consideran que, aunque continuará las políticas de Obama, sobre todo en lo que respecta al uso del “poder inteligente” y la diplomacia, la posible Presidenta es mucho más agresiva, pero estará obligada a tener en cuenta el rechazo que existe en la sociedad estadounidense a nueva aventuras militares. Hay dudas sobre cómo manejará las relaciones con China y Rusia, pues tiende a enfrentarlas con posiciones más tradicionales que las de Obama. No debe olvidarse que, durante la campaña del 2008, Rodham Clinton se opuso a la idea de Obama en el sentido de que era recomendable para Estados Unidos usar la diplomacia directa hasta con los adversarios.
En cuanto a Cuba, está prácticamente garantizado que continuará con la actual política de buscar la normalización tal y como el Presidente Obama la ha definido en su más reciente Directiva. Aunque no se percibe que se desviará mucho de ella, un tema que habrá que seguir de cerca es el de los llamados “programas de promoción de la democracia” pues, dependiendo de los asesores que se rodee en política exterior, pudiera adoptar una actitud aún más injerencista que lo que ha sido la Administración Obama hasta ahora. Si se diera el primer escenario (victoria total con los demócratas recuperando el control del Legislativo), el proceso de normalización podría dar un importante paso de avance con el levantamiento del bloqueo.
En todo caso, es obvio que Hillary Rodham Clinton, con todas sus deficiencias, es una opción menos negativa que la de Donald Trump para Estados Unidos, para el mundo y para Cuba.

Carlos Alzugaray Treto | OnCuba


[1] Diplomático, educador y escritor. Correo electrónico: alzuga@cubarte.cult.cu.
[2]Que recientemente se proclamó independiente.
[3]Versión ampliada del artículo con igual título que escribí para el sitio web www.oncuba.magazine, y que fue publicado el 1º de noviembre del 2016 en su sitio web: http://oncubamagazine.com/sociedad/y-si-despues-de-todo-hillary-gana/
[4]Traducción de la frase “glass ceiling”, frase con la que el movimiento feminista en Estados Unidos define la meta, hasta ahora inalcanzable, de que una mujer sea electa a la Presidencia.
[5]Este tipo de centro es lo que en el argot norteamericano se clasifica como “liberal college”.  Wellesley, al igual que otros, fue originalmente fundado para educar jóvenes mujeres. Eventualmente, estos centros se convirtieron y son hoy en coeducacionales.

La historia no terminó (III parte y final)



 
El presidente de Bolivia, Evo Morales, en un acto reciente efectuado en Vallegrande para rendir homenaje al Che, en el que también estuvo presente el titular de Cultura de Cuba, Abel Prieto.

Dándole continuidad a la temática central escogida a lo largo de la XIII Conferencia de Estudios Americanos Realidades y perspectivas de los procesos progresistas y de izquierda en Nuestra América, en la jornada final se presentaron ante el plenario tres conferencias especiales, impartidas por igual número de relevantes académicos de la región.
Este evento, que congregó a un amplio número de personalidades del continente, incluyendo expertos de numerosas instituciones cubanas, fue convocado por el Centro de Investigaciones de Política Internacional (CIPI), adscrito al Ministerio de Relaciones Exteriores.

Como parte de un panel conducido por el Dr. Adalberto Ronda Varona, director del CIPI, intervinieron los doctores Pablo Celi, Nils Castro y Hugo Moldiz. La presentación de Celi, profesor de la Universidad Central del Ecuador, se tituló “Las luchas sociales y los límites de la democracia de élites en el contradictorio escenario político suramericano”, mientras que la de Castro, de la Fundación Omar Torrijos de Panamá, tuvo como eje aproximarse a “Nuestras izquierdas en la guerra por el pensamiento y las emociones populares”.

El boliviano Moldiz, miembro del Consejo Editorial de la Revista Tricontinental, se refirió a los “Procesos de cambio en América Latina, sus límites, potencialidades, desafíos y perspectivas”. En verdad fueron análisis exhaustivos, desde el compromiso social fraguado por cada uno de ellos durante décadas, a través de los cuales colocaron el dedo sobre la llaga, acerca de lo que ha sucedido en el período reciente en el área, alejándose de los enfoques facilistas y autocomplacientes, que nada aportan en el combate de ideas.

Adentrándonos en los tópicos principales abordados, debemos destacar varios que revelan la esencia de los acontecimientos. Máxime si estos últimos son presentados por la gran prensa internacional desde ópticas aisladas, que no permiten atrapar el centro de la estrategia imperial puesta en marcha, ni interconectar las manifestaciones en cada país, las cuales forman parte de un proceso de reconfiguración de la derecha hemisférica, que en modo alguno es obra del azar o la improvisación.

El doctor Pablo Celi, profesor de la Universidad Central del Ecuador.
 
En su examen crítico de los hechos, Celi se refirió a la matriz productiva débil que prevalece en la mayoría de las economías, en las cuales se ha producido incluso una “reprimarización”, lo que indiscutiblemente hace vulnerables las aspiraciones de carácter progresista.

La caída de los precios de los productos de exportación, por otro lado, “contrajo la capacidad redistributiva de esos Estados”, confirmando que, “no se puede depender de las fluctuaciones de esos rubros para llevar adelante los proyectos de transformación social. Estar a merced del rentismo hace frágil el comportamiento de cualquier iniciativa”.

Alertó también sobre los peligros asociados a las llamadas “presidencias de coaliciones”, en las que es perceptible un “debilitamiento ideológico” que afecta la capacidad de convocatoria sobre los movimientos sociales y, al mismo tiempo, la movilización de aquellos en la defensa de esos gobiernos.

“De igual manera –apostilló- la seudomilitancia que se expresa en el funcionariado público sustituyó la labor de los partidos y eso es nefasto. El Estado se concibe como espacio del sujeto burocrático y no como campo de lucha. Las contradicciones no pueden ser resueltas por tecnócratas y los combates no pueden reducirse”.

Sobre esta misma línea añadió: “Es un desacierto restringir la lucha y participación política de los ciudadanos al acto electoral y, si este no se comporta como esperamos, entonces reaccionar preocupados. Si se abandona la lucha sindical y agraria, desde sus connotaciones ideológicas, no solo retrocedemos sino que cercenamos una parte significativa de los pilares de una transformación revolucionaria”.

“No debemos analizar exclusivamente los síntomas electorales. Hay que detenerse en las causas. La derecha no actúa movida por coyunturas, sino que tiene un sentido de coordinación efectivo a la hora de defender sus intereses. Saben lo que se juegan como clase e, independientemente de sus fragmentaciones internas, cierran fila cuando se trata de echar por la borda procesos como los impulsados por la izquierda latinoamericana”, apuntó.

Caracterizando el panorama que se levanta, como parte del envalentonamiento reaccionario, dijo que: “Está signado por el ascenso de sectores especulativos, la manipulación mediática como herramienta a mano del gran capital, el incremento del papel del componente militar y policial, y la irrupción de clases medias domesticadas con un ideología basada en el consumo, para las cuales el cálculo económico es lo decisivo.

“El corrimiento ideológico hacia el centro, no podemos ignorarlo, hace que se torne más complejo definir identidades. Todo ello unido a la omnipresencia del actor intervencionista, preparado siempre para el acecho, que representa Estados Unidos”, precisó.

En otra parte de su exposición, planteó que: “La derecha está de cara al pasado. No puede proponer programa de superación alguno. Tiene como divisa el regreso a la privatización y la destrucción de la integración. No tienen agenda en realidad y solo pueden avanzar desde nuestras debilidades. Quieren construir una nueva correlación de fuerzas, a partir de los éxitos electorales y el empleo de otras modalidades de golpes de estado. Desean regionalizar lo que ocurrió en Argentina y Brasil”.

Comentado sobre los desafíos que se imponen para la izquierda, señaló: “Ella tiene que repensarse y profundizar en la estrategia a emplear, tomando como punto de partida la acumulación de experiencias.  Hay que reestructurar el sistema, desde la óptica de contar con una base social más plural. Debe cambiarse la extracción social de muchos cuadros de gobierno.

“El Estado debe integrar, más allá del ciclo electoral, reagrupando los diversos bloques. Tienen que surgir coaliciones de otro tipo, que permitan fomentar el consenso desde plataformas afines. Ello implica el renacimiento de los Frentes Amplios, como expresión de una nueva izquierda latinoamericana y caribeña”, enfatizó.

Con relación a nuestro país, aseveró: “Cuba es un ejemplo que debe estudiarse cada día. En este aspecto nunca divorciaron su causa nacional de las aspiraciones de la región, dotando a su lucha de una clara vocación tercermundista, lo que contribuyó a multiplicar la solidaridad en cada latitud con la experiencia revolucionaria antillana”.

Valorando la extraordinaria significación de Fidel, a cuyos 90 cumpleaños se dedicó este encuentro, señaló: “Él es una clara demostración del consecuente e inquebrantable vínculo entre teoría y práctica revolucionaria, así como de lo estratégico de hacer nuestras todas las causas. El internacionalismo en ello es crucial. Asimismo, su accionar ratifica que en la transición hacia una nueva sociedad el Estado tiene que estar al servicio del pueblo, y que es necesaria una voluntad política para transformar las condiciones y no para acomodarse a ellas. Fidel es un monumento cimero de la ética revolucionaria”.

“Hay que reiventar la América nuestra”

Nils Castro, académico panameño

El panameño Castro basó su presentación en la urgencia de encontrar soluciones alternativas. Dijo que se requiere desmontar las formulaciones que, como “teorías maquilladas” presentan los oligarcas con el objetivo de desmovilizarnos. En ese sentido resaltó que: “el Programa del Moncada y la II Declaración de La Habana son referentes obligatorios para las fuerzas emancipatorias del hemisferio”.

Explicó que el neoliberalismo está indisolublemente ligado al capital transnacional, así como, “la derecha es un ente reciclado que disputa el campo político con nuevas ínfulas. Ellos no pretenden únicamente retornar a los palacios, sino barrer con todo lo que la izquierda conquistó”.

“Ahora, expuso, apelan a procedimientos menos traumáticos que los golpes militares de antaño. Tratan de anular, desacreditar y criminalizar a todo el que se le oponga. Emplean a su favor las instituciones, para dotar sus aventuras de visos de legalidad. A esos procedimientos incorporan la seducción de las masas, mediante las más variadas engañifas. La izquierda no puede contrarrestar esas acciones desde fórmulas trilladas”.

El intelectual istmeño retomó apreciaciones expuestas en un trabajo anterior. “Tener mejores gobiernos progresistas, escribió entonces, no es el fin de esta experiencia, sino una oportunidad para completar las condiciones que faltan para emprender la siguiente. Entre ellas, rejuvenecer y fortalecer nuestras capacidades para derrotar a la contrarrevolución en el campo de la cultura política, la confrontación ideológica y la comunicación persuasiva”.

A lo que añadió: “Esa propuesta de reiventar la América nuestra solo puede desarrollarse como expresión de un proceso continental de construcción de contrahegemonía político-cultural. Esto es, de la batalla ideológica que debe dar sentido de largo aliento a la batalla política que sigue y continuará en marcha, con el concurso de la multiplicidad de fuerzas que somos, ricas tanto en variedad de identidades como en aspiraciones y tareas comunes”.[1]

“El socialismo es un acto de conciencia”
El boliviano Hugo Moldiz, miembro del Consejo Editorial de la Revista Tricontinental

En una comparecencia que captó la atención de los participantes, Moldiz llevó a cabo una evaluación detallada sobre el contexto actual latinoamericano y caribeño, utilizando con solidez el instrumental teórico que aporta el marxismo-leninismo.

Desde la apertura movió al auditorio, recordando la idea de Gramsci de que: “Ante el pesimismo de la inteligencia debemos colocar el optimismo de la voluntad”. Aludió también al criterio de Lenin de que una revolución puede entenderse en un sentido estricto o desde una mayor amplitud.

Trajo a colación que el proletariado, desde el punto de vista clásico, una vez tomado el poder mediante la lucha se eleva como clase dominante, socializa los medios de producción y se prepara para la extinción del Estado burgués, diseñando un nuevo tipo de relaciones entre los seres humanos.

Ante la pregunta de qué entender por “progresismo” y por “revolución” afirmó que, en Venezuela y Bolivia, se ha desplazado del poder político a un bloque oligárquico coaligado con el imperialismo y éste ha sido sustituido por otro, en el caso boliviano desde la impronta indígena.

El analista expresó que es importante poner las cosas en orden, cuidándose de posturas hipercríticas, pues ellas “no dejan de ser la enfermedad infantil del comunismo”. “Se ha producido en estos países cambios en el poder político y en el sistema de creencias con que se organiza la sociedad en lo cotidiano. A lo que se suman transformaciones en el modo de producir las cosas. No olvidemos que Marx señalaba que la diferencia entre un época y la otra no era lo que se producía, sino en cómo se ejecutaba ese proceso”.

Le concedió relevancia a la cuestión del sujeto, partiendo de la idea de que no se trata de un ente predeterminado. “El proletariado no se puede diferenciar solo desde el ámbito productivo sino desde lo ideológico y político. Lo trascendente es cuando los obreros adquieren conciencia de la posibilidad de superar radicalmente el sistema que los oprime. El sujeto se construye no en un camino recto sino en la pelea constante. Está hecho más de espinas y dolores que de flores y alegrías. El nivel de conciencia explica la radicalidad o no de los procesos. En América hay sujetos heterogéneos”.

Ahondando en estos asuntos, aclaró: “En la lucha convergen varias formas y tácticas. Los que miran hacia el horizonte socialista tienen que tener la capacidad de arrastrar tras ellos al resto. Luego cada experiencia concreta se decanta. El sujeto que emprende esa tarea tiene que ser bloque dirigente antes de ser dominante. La hegemonía se construye desde la sociedad, mientras la dominación desde el Estado.

“Necesitamos un sujeto capaz de producir política desde fuera de los centros de poder. En Venezuela y Bolivia ese sujeto heterogéneo fue capaz de empujar con fuerza a los procesos emprendidos. Ahora, desgraciadamente, disminuyeron su activismo social y ello no es culpa solo de los gobiernos”, aclaró.

Más adelante, acotó: “Siempre hay que considerar lo que se quiere y lo que no se puede hacer. Es un equilibrio dialéctico que no podemos ignorar. Tampoco debe soslayarse que ese sujeto fetichiza el poder del otro, no para destruirlo sino para ocupar su lugar  y hacer casi lo mismo. En realidad se estaba claro en lo que no se quería, el neoliberalismo, pero no en lo que se deseaba, y mucho menos en cómo lo quería. Aquí es vital el papel del partido, de la educación y de la formación de conciencia”.

Desgranando parte de lo ocurrido, dijo que: “Nuestros procesos han hecho una sustitución de lo que Gramsci llamaba el bloque histórico, conformado por intelectuales y profesionales con responsabilidades de administración. La burocracia ha sido sustituida parcialmente. Los nuevos que entraron a ese bloque histórico no modificaron la manera de hacer las cosas, sino que se desempeñan en base a los procedimientos del viejo estado”.

En este sentido, apuntó que: “En la economía no se transformaron las relaciones de producción. Crecimiento no es sinónimo de conciencia. En Brasil, por ejemplo, millones de personas abandonaron la pobreza gracias a los gobierno del Partido de los Trabajadores y pasaron a integrar la denominada clase media. Por cierto, al emplear esa definición servimos en bandeja de plata a la contrarrevolución, pues contribuimos a que esas personas se conecten con otras expectativas”.

En su reflexión dejó claro que: “Socialismo no es ser improductivo o vivir en la miseria, ni tener nada que distribuir. Es contar con una base material para producir, que genere excedentes que se comparten entre la mayoría. Eso sí, la repartición económica tiene que venir acompañada de educación y otras acciones en lo social, de lo contrario está incompleta la obra. Los que más se beneficiaron hace unos años consideran hoy, por prejuicios liberales, que la alternancia al estilo capitalista es lo mejor”.

Con especial énfasis precisó: “El socialismo no es un tema de gestión es, sobre todo, un acto de conciencia. Para llegar allí debe combinarse un liderazgo histórico con fuerzas populares organizadas y un proyecto alternativo de transformaciones”.

Acerca de los desafíos que enfrentamos, y la urgencia de diseñar acciones que nos conduzcan a la victoria en cualquier escenario, expresó: “Entre las cuestiones fundamentales que tenemos por delante está construir y reconstruir el sujeto revolucionario de nuevo tipo, desde las realidades y condiciones del siglo XXI. Tenemos que pasar a la ofensiva cultural e ideológica como garante para sobreponernos a las andanadas del imperio.

“Necesitamos alcanzar un equilibrio entre el acceso a mayor consumo por la población y una conciencia superior. En esa línea tenemos que colocar en el lugar adecuado la gestión administrativa y la labor ideológica. Pensar en el pueblo tiene que ser el centro de las decisiones políticas”, remarcó en el final de sus palabras.

En las conclusiones de la conferencia, el doctor Ronda Varona llamó a los intelectuales reunidos en estas jornadas de intenso debate a multiplicar el quehacer investigativo, en aras de contribuir con argumentos a la lucha de ideas que enfrentamos. “No podemos quedarnos a nivel de gabinete.  Hay que explicar, valiéndonos de todos los medios –especialmente en el ámbito digital y de las redes sociales- las profundas motivaciones que nos asisten”.

* El autor es Licenciado en Historia; Especialista en Seguridad y Defensa Nacional y Profesor Auxiliar del Centro de Estudios Hemisféricos y sobre Estados Unidos (CEHSEU) de la Universidad de La Habana.

[1] Las últimas afirmaciones aparecen también en el trabajo de Nils Castro: “Reiventar nuestra América con un proyecto abarcador”, publicado en Cuba Socialista, 4rta época, No. 2, mayo-agosto 2016, pp. 107-108.