Por Carlos Alzugaray Treto[1]
El
viernes 28 de octubre la campaña presidencial estadounidense fue sacudida una
vez más con una sorpresa: la revelación del Director del FBI, un republicano[2], que durante una investigación
independiente, se había encontrado una cantidad indeterminada de correos
electrónicos de Huma Abedin, una de las principales colaboradoras de Hillary
Rodham Clinton, que podrían estar relacionados con la candidata cuando era
Secretaria de Estado. Se avivaba así, a unos días de los comicios, el caso
aparentemente ya cerrado del servidor privado que la candidata usaba en el
Departamento de Estado. Como en otras ocasiones, probablemente sea un caso de
mucho ruido y pocas nueces. Por otra parte, no se puede descartar que una nueva
“sorpresa”, esta vez de noviembre, aparezca antes el martes 8.[3]
A pesar
de la tensión en que ha puesto a toda la clase política, es probable que no
impida la elección por primera vez, de una mujer Presidente. Hillary Rodham
Clinton, ex Primera Dama de Arkansas y de los Estados Unidos, ex Senadora por
Nueva York y ex Secretaria de Estado, está avocada a romper la tradición y el
“techo de cristal”[4] para ascender a la
primera magistratura de la más grande potencia imperialista de la historia
después de una larga y azarosa carrera política.
La
candidata enfrentará graves desafíos al gobernar el país después de ocho años
de Barack Obama y de una campaña como la que ha enfrentado contra Donald Trump,
quien ha quebrado todas las reglas del debate político por sus ataques
vitriólicos a sus contrincantes.
En
realidad, a pesar de sus enfrentamientos, Hillary Rodham Clinton y Donald Trump
tienen mucho en común. Por la fecha de su nacimiento, ambos son “baby-boomers”,
clasificación dada a la generación de nacidos inmediatamente después de la
Segunda Guerra Mundial. Los estudios al respecto se pueden resumir en lo
siguiente: los baby boomers fueron una generación privilegiada pues
alcanzaron la adultez en una etapa de expansión del capitalismo norteamericano.
Estuvieron marcados o influidos por los eventos definitorios de la época, dos
de ellos muy significativos: la lucha por los derechos civiles y la guerra de
Vietnam, durante las administraciones del demócrata Lyndon Johnson y el republicano
Richard Nixon.
Además,
tanto Rodham Clinton como Trump pertenecen a la elite del poder según la
definición de C. Wright Mills. Son parte del 1% y no del 99%, según la
clasificación del movimiento Occupy Wall Street. Los dos son residentes
de Nueva York, el centro financiero del capitalismo estadounidense, ella en una
propiedad de alto nivel en el barrio suburbano de Chappaqua, y él en su lujoso
apartamento de tres pisos en la Torre Trump de Manhattan.
Ello
significa que quienquiera que gane las elecciones y se convierta en
Presidente(a) llevará adelante políticas diseñadas para mantener la hegemonía
norteamericana en el mundo y la de las clases dominantes al interior.
Dicho
esto, conviene apuntar que la Sra. Rodham Clinton, a diferencia del Sr. Trump,
no nació ni se desarrolló en una familia de altos ingresos sino de clase media
alta. Nacida en Chicago, vivió de niña en Illinois, pero su padre, un pequeño
empresario republicano, la envió a estudiar a Boston, Massachusetts, en
Wellesley College, una de las más prestigiosas universidades privadas para
mujeres.[5]Ya desde entonces Hillary expresó sus
preocupaciones políticas uniéndose a los Jóvenes Republicanos, cuya
organización en Wellesley presidió. El momento más significativo de su temprana
trayectoria sobrevino en la convención republicana que eligió candidato a
Richard Nixon en 1968. Asistió como delegada pero salió disgustada por el
menosprecio a la corriente liberal del partido, encabezada por Nelson
Rockefeller, con la cual estaba identificada.
Posteriormente,
estudiando en la Escuela de Derecho de la Universidad de Yale y habiéndose
unido al Partido Demócrata, hizo una pasantía en la Cámara de Representantes,
participando en la investigación del caso Watergate que obligó a Nixon a
renunciar. En la Universidad conoció y se casó con Bill Clinton. Ambos
acontecimientos tendrían una profunda influencia en su futuro político.
Su
temprano devenir en la política y en el poco tiempo que ejerció como abogada
está marcado por haber participado activamente en proyectos por la defensa de
los niños y de las mujeres.
Es bien
conocida su trayectoria desde entonces. Casi siempre se ha visto envuelta en
controversias de toda índole, particularmente por el papel que jugó durante la
Administración de Bill Clinton, en parte motivado por el rechazo de una clase
política, fundamentalmente de la republicana, en su mayoría masculina y
misógina, que no podía adaptarse a que una mujer, demócrata por añadidura,
tuviera tanto protagonismo. Encabezó los fallidos esfuerzos por lograr la
aprobación de una reforma de saluden 1994-95. Ese hecho y el respaldo a su
esposo cuando el caso de su relación con Mónica Lewinsky, que casi motiva su
condena en un sonado juicio político (impeachment), le han granjeado un
odio prácticamente visceral de la derecha republicana.
Su
posterior itinerario como Senadora por Nueva York y, sobre todo, Secretaria de
Estado del Presidente Obama entre el 2008 y el 2012, le granjeó también
animadversiones, esta vez entre sectores progresistas dentro y fuera de su
Partido. Vale mencionar su voto favorable a la Guerra en Irak y su posición
agresiva durante la intervención militar de la OTAN en Libia, como temas que le
han costado esos apoyos.
Esta es
la segunda vez que la Sra. Rodham Clintonaspira a la presidencia de Estados
Unidos. Ya en el 2008 compitió infructuosamente por la nominación demócrata
contra Barack Obama. En el 2016, a pesar de que alcanzó la nominación de su
partido, fue sometida a numerosos ataques por el Senador Bernie Sanders, quién
apuntó sus vínculos con Wall Street, entre otros.
Lo que
se debe subrayar de estos breves elementos es que Rodham Clinton es una
candidata persistente, con suficientes credenciales, pero cuestionada desde
ambos extremos del panorama político norteamericano. Eso no la ha ayudado ni la
ayudará si se convierte en Primera Mandataria.
Aunque
se puede dar por descontada su victoria el 8 de noviembre, no puede desecharse
una derrota. En tal caso, no hay duda que la misma tendrá mucho que ver con la
enorme negatividad que su candidatura provoca entre amplios sectores del
electorado. Las revelaciones de Wikileaks demuestran que Hillary Rodham Clinton
es lo que es, una política norteamericana que ha servido bien los intereses de
la clase dominante. Adicionalmente, no tiene el carisma ni los vínculos con las
amplias bases sociales emergentes que favorecieron al Presidente Barack Obama.
Su imagen es la de una política arrogante y opaca. Además, enfrenta en Donald
Trump a un peligroso contrincante que, si bien parece destinado al fracaso, ha
sido exitoso durante todo el período de las primarias.
Las
proyecciones de una Administración Rodham Clinton dependen en gran medida del
tipo de victoria que obtenga. Hay efectivamente tres escenarios: un triunfo
resonante en toda la línea, que incluya no sólo la mayoría en el colegio
electoral y el voto popular, y que signifique la recuperación del control del
Senado y la Cámara por el Partido Demócrata; un triunfo también resonante pero
sin que se logren revertir las actuales mayorías republicanas en el Congreso,
incluso puede haber una victoria parcial con la recuperación sólo del Senado;
un éxito apretado en que Trump sea derrotado por escasos márgenes tanto en el
colegio electoral como en el voto popular y con el Partido Republicano manteniendo
el control de ambas cámaras.
Al
analizar su trayectoria y posible proyección una vez en la Casa Blanca, se hace
inevitable contextualizar lo que es y lo que podría ser en comparación tanto
con la Administración de su esposo, Bill Clinton, quien gobernó entre 1992 y
2000, como con la de Barack Obama. Lo primero a tener en cuenta es que asumirá
en un momento políticamente distinto al de 1992 y 2008, cuando ambos fueron
inaugurados. Tanto Bill Clinton como Obama sucedieron a administraciones
republicanas que habían entrado en crisis por razones económicas, lo cual, no
hay duda, les ayudó a triunfar. Los temas que enfrentaron son estructurales y
no han sido resueltos. Rodham Clinton tendrá que lidiar con ellos igualmente.
Finalmente, sucederá a Barack Obama y tendrá que basarse en sus políticas y en
su legado, sobre todo en política exterior.
Si
partimos de la premisa que Bill Clinton gobernó más hacia la derecha, sin
separarse mucho de las políticas neoliberales de sus predecesores, y Obama se
manifestó más hacia la izquierda, introduciendo algunas políticas que están
claramente en la agenda progresista tanto dentro como fuera del Partido
Demócrata, Rodham Clinton probablemente se encuentra a mitad de camino entre
los dos.
Adicionalmente,
la base social que la lleve a la Casa Blanca va a ser esencialmente la misma
que llevó a Obama, pero con la peculiaridad de que ha necesitado el apoyo,
probablemente decisivo, de Bernie Sanders y Elizabeth Warren, quienes
representan la tradición más liberal progresista del Partido Demócrata y tienen
una posición sólida dentro del mismo. Este apoyo, inevitablemente, hará que los
sectores que estas personalidades representan ejercerán enorme presión sobre
Rodham Clinton, quien seguramente aspirará a ser reelecta en el 2020,
obligándola a responder a sus demandas. En sus respectivos primeros mandatos,
ni Bill Clinton ni Obama enfrentaron retos parecidos.
Por
otra parte, hay que reconocer que Hillary Rodham Clinton ha tenido un record
liberal en el Senado durante los años en que representó al Estado de Nueva
York.
Finalmente,
ya es evidente que los republicanos continuarán la campaña contra su integridad
y honestidad. No es descartable que intenten todo lo posible para enjuiciarla,
pero ello dependerá de los resultados de las elecciones al Senado y la Cámara.
Este será uno de los desafíos más graves que tendrá que enfrentar.
Si el
asunto de los correos electrónicos se mantiene o se recrudece de aquí al 8 de
noviembre, lo más probable sea que la victoria sería la descrita en el tercer
escenario, con consecuencias negativas para su agenda de gobierno.
Así que
en política doméstica probablemente veremos una Administración Rodham Clinton
que se parecerá más a la de Barack Obama que a la de Bill Clinton, aunque debe
significarse que éste tendrá al menos un papel de importante asesor. El ex
Presidente es un político hábil pero también puede resultar un problema por
muchas razones.
La
Administración Rodham Clinton propondrá nuevos jueces liberales a la Corte
Suprema, asunto que es de la mayor importancia; apoyará el mantenimiento de la Affordable
Care Act de Obama y tratará de expandir su alcance; defenderá el aborto;
fomentará la igualdad de género y de preferencia sexual; tratará de controlar
el uso de armas; continuará promoviendo políticas educacionales reformistas; y
en materia medio ambiental y energética también continuará con las actuales.
Por supuesto, todo ello lo hará sin afectar intereses esenciales del capital
financiero, como lo hizo su esposo y también Barack Obama. Ello es una aguda
contradicción.
En
materia de política exterior y de seguridad, la mayor parte de los observadores
consideran que, aunque continuará las políticas de Obama, sobre todo en lo que
respecta al uso del “poder inteligente” y la diplomacia, la posible Presidenta
es mucho más agresiva, pero estará obligada a tener en cuenta el rechazo que
existe en la sociedad estadounidense a nueva aventuras militares. Hay dudas
sobre cómo manejará las relaciones con China y Rusia, pues tiende a
enfrentarlas con posiciones más tradicionales que las de Obama. No debe
olvidarse que, durante la campaña del 2008, Rodham Clinton se opuso a la idea
de Obama en el sentido de que era recomendable para Estados Unidos usar la
diplomacia directa hasta con los adversarios.
En cuanto
a Cuba, está prácticamente garantizado que continuará con la actual política de
buscar la normalización tal y como el Presidente Obama la ha definido en su más
reciente Directiva. Aunque no se percibe que se desviará mucho de ella, un tema
que habrá que seguir de cerca es el de los llamados “programas de promoción de
la democracia” pues, dependiendo de los asesores que se rodee en política
exterior, pudiera adoptar una actitud aún más injerencista que lo que ha sido
la Administración Obama hasta ahora. Si se diera el primer escenario (victoria
total con los demócratas recuperando el control del Legislativo), el proceso de
normalización podría dar un importante paso de avance con el levantamiento del
bloqueo.
En todo
caso, es obvio que Hillary Rodham Clinton, con todas sus deficiencias, es una
opción menos negativa que la de Donald Trump para Estados Unidos, para el mundo
y para Cuba.
Carlos Alzugaray Treto | OnCuba
[1] Diplomático,
educador y escritor. Correo electrónico: alzuga@cubarte.cult.cu.
[2]Que recientemente
se proclamó independiente.
[3]Versión ampliada
del artículo con igual título que escribí para el sitio web www.oncuba.magazine, y que fue publicado el 1º de
noviembre del 2016 en su sitio web: http://oncubamagazine.com/sociedad/y-si-despues-de-todo-hillary-gana/
[4]Traducción de la
frase “glass ceiling”, frase con la que el movimiento feminista en Estados
Unidos define la meta, hasta ahora inalcanzable, de que una mujer sea electa a
la Presidencia.
[5]Este tipo de
centro es lo que en el argot norteamericano se clasifica como “liberal college”. Wellesley, al igual que otros, fue
originalmente fundado para educar jóvenes mujeres. Eventualmente, estos centros
se convirtieron y son hoy en coeducacionales.
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