Por Luis René Fernández Tabío y Hassan Pérez Casabona⃰
Acaba de finalizar dramáticamente la contienda política más seguida,
por motivos de diversa índole, en todo el orbe. Existe consenso también
en que fue el ejercicio electoral más deslucido que se recuerde en
Estados Unidos en las últimas décadas. Buena parte de esa opacidad
estuvo relacionada con los candidatos que se enrolaron en le etapa
decisiva de la lid, concebida de principio a fin como espectáculo en el
que se exacerbaron aspectos fatuos, en relación con la trayectoria de
cada rival.
De un lado, como representante del Partido Demócrata, Hillary Diane
Rodham Clinton, nacida el 26 de octubre de 1946 en Illinois y graduada
de abogada en la prestigiosa Universidad de Yale (aunque reside hace
años en Nueva York, donde hizo despegar su carrera política) mientras
que en el otro, como exponente del Partido Republicano, irrumpió Donald
Trump, multimillonario nacido el 14 de junio de 1946 en la Babel de
Hierro, que cimentó su fortuna básicamente en los negocios inmobiliarios
y en interacciones con el sector de los grandes medios de comunicación.
El resultado, la victoria del controvertido magnate, echó por la
borda las predicciones de la mayoría de los analistas, medios de prensa y
encuestadoras. Desde ese punto de vista representó una de las mayores
sorpresa en el escenario político de ese país, revelando al mismo tiempo
factores, contradicciones y estados de ánimo que se minimizaron o
ignoraron y que en la práctica tuvieron un peso superior a lo que se
vaticinó.
Desde bien entrada la noche de este martes 8 de noviembre, aunque las
señales de preocupación sobrevinieron desde las primeras horas de la
jornada, comenzaron a sucederse las preguntas, cual cascada de dudas,
miedos e intentos de encontrar respuesta a un rompecabezas sui géneris.
¿Cómo podría imponerse un hombre que denigró públicamente a las mujeres,
humilló a las personas procedentes de otras latitudes y cuestionó a
figuras con la categoría de héroe en ese país? ¿Ganaría en verdad quien
desafió las bases establecidas a lo largo de 150 años, afirmando que
aceptaría los resultados solo si le eran favorables?
No fue un acto de magia su triunfo, sino la resolución mediante el voto de una serie de problemas que hace mucho tiempo subyacen en Norteamérica y que tienen como génesis sus propias raíces identitarias. Por si fuera poco, la agrupación republicana mantuvo la mayoría en ambas cámaras del Congreso, creando un escenario que los expertos también desconocían.
El propósito del presente trabajo es analizar preliminarmente,
integrando aspectos históricos, económicos y políticos, un
acontecimiento cuyo impacto se ha hecho sentir de inmediato en múltiples
campos, incluyendo la caída estrepitosa de los principales índices
bursátiles en los mercados financieros, así como la proyección incierta
que se deriva del mismo.
Cayeron dos mitos en cinco días.
En la madrugada del pasado 3 de noviembre el conjunto de los Cachorros de Chicago, dentro de la Major League Basaball,
se impuso espectacularmente a los Indios de Cleveland, en el séptimo
juego de la denominada Serie Mundial, choque seguido por casi 50
millones de espectadores, la mayor cifra desde 1991. Los “Cubs” no
ganaban en esa instancia desde 1908 y su última incursión databa de
1945, poco antes de que naciera Donald Trump.
Se explicaba el infortunio para el elenco de la Ciudad de los Vientos
invocando la llamada “Maldición de la Cabra”. Desde que arrancó la
temporada en abril, sin embargo, muchos pronosticaron un probable
triunfo del equipo azul, lo contrario de lo que sucedió con la
aspirantura del acaudalado empresario, convertido ahora en el
cuadragésimo quinto presidente de Estados Unidos.
La contienda entre Clinton y Trump, por cierto, fue la primera desde
1944 entre dos figuras con tales vínculos con la icónica urbe
(obviamente desde la perspectiva de las personas vinculadas a las altas
finanzas, los negocios y la fashion, que pululan en Greenwich Village
y el alto Manhattan, no desde la óptica de los negros de Harlem o los
latinos del Bronx) cuando el gobernador de Nueva York, Thomas E. Dewey,
compitió contra Franklin D. Roosevelt, quien finalmente resultó ganador.
La Clinton se inscribió en esta batalla exhibiendo una de las
experiencias más sólidas de cualquier período, en cuanto al tránsito por
responsabilidades de primer orden antes de optar por la presidencia,
acendrada fundamentalmente en sus ocho años como senadora por Nueva York
(2000-2008) y el cuatrienio de labor como Secretaria de Estado
(2009-2013), en la primera administración de Barack Obama.
A su currículum también se incorporaban las vivencias como primera
dama, durante los ocho años en que su esposo William Jefferson Clinton
(1992-2000) fungió como el mandatario 42 de ese país, y el desempeño en
situación similar, mientras su cónyuge actuaba como gobernador de
Arkansas, entre 1979 y 1981, y 1983-1992.
Si ello pareciera insuficiente habría que tomar nota de que
compareció ante un jurado en su condición de primera dama –nunca antes
ello había sucedido- por las irregularidades destapadas con Whitewater,
que involucraron a su esposo en Arkansas, y que recibió, hecho que casi
no se recuerda hoy, un premio de la Academia de la Música de EE.UU. En
1996 asombró que obtuviera el Grammy al mejor álbum hablado, por la
versión en audio de su libro, It Takes A Village And Other Lessons Children Teach Us, que se tradujo como Es labor de todos: Dejemos que los niños nos enseñen.
Trump, el otro contendiente, concursó con un aval en la materia
prácticamente nulo, considerando que toda su vida está relacionada con
los negocios y no con la asunción, ni siquiera en la base, de tareas
asociadas a la dirección política. En los últimos 60 años nadie sin
recorrido en este campo había sido electo como gobernador estadual o
senador federal, lo que refleja la osadía del exponente de la esfera de
bienes raíces.
Su anuncio de enrolarse en la justa no solo sorprendió sino que fue
muy poco tomado en serio en la apertura, dada la presencia dentro del Grand Old Party
de figuras con poderío en estos menesteres, como el ex gobernador de
Florida Jeb Bush y los senadores Marco Rubio, por ese mismo estado, y
Ted Cruz, por Texas.
Sus cartas credenciales eran exclusivamente levantar un emporio
inmobiliario, con la construcción de torres y complejos con su nombre en
varias ciudades del mundo y participar como patrocinador de concursos
de belleza y otros programas televisivos.
En la medida en que el “torneo” avanzó, Trump no solo fue dejando en
el camino a los adversarios que encontró dentro de su partido, sino que
se erigió en fenómeno pocas veces visto, incrementando su ascendencia en
determinados sectores, más allá de barrabasadas, desaguisados, ofensas y
desaciertos de todas clase, con el agravante de ser expresadas esas
ideas disparatadas en el tono de los programas humorísticos.
La manera en que dicho discurso fue asimilado por millones de
votantes es algo que merece estudios de la mayor profundidad, si bien
ello pone al descubierto la involución experimentada por la sociedad
estadounidense, la cual probablemente habría descartado a Trump en los
primeros pasos años atrás, si este se hubiera aparecido con esas
posiciones misóginas, xenófobas y de ataques furibundos a los
inmigrantes.
[1]
[1]
Ahora, por el contrario, este personaje recibió una patente de corso a
sus propuestas, en la misma medida que ello supone un castigo de la
mayor relevancia al establishmet tradicional y sus figuras
paradigmáticas. El hastío por el funcionamiento del sistema político, y
esencialmente por las personas que han hecho carrera en este frente a lo
largo de décadas (como Jeb Bush y Hillary Clinton) marca pautas no solo
en esa nación, sino dentro de la sociedad capitalista en general.
Sin que todos los casos sean exactos ni mucho menos, ahí están los
ejemplos de Silvio Berlusconi en Italia, Roberto Martinelli en Panamá,
Sebastián Piñera en Chile o Mauricio Maccri en Argentina. Cada uno de
ellos mostró como punta de lanza sus fortunas exorbitantes. Dicha
solvencia la presentaron, en el momento de inscribirse en la carrilera
de las competencias políticas, como símbolo de efectividad, eficiencia,
capacidad organizativa y liderazgo, en un contexto de crisis estructural
del sistema.
Rivales o… amigos para siempre.
Con independencia de la hostilidad que caracterizó desde la arrancada
el duelo entre estos adversarios, incluyendo de manera especial los
tres intercambios face to face que tuvieron lugar en los
debates televisivos efectuados entre el 26 de septiembre y el 19 de
octubre, Clinton y Trump no siempre fueron enemigos.
Como es legítimo suponer, dada la condición de exponentes de la élite
de una sociedad –ese 1% que detenta el poder y contra el que se reveló
el movimiento Ocuppy Wall Street– llegaron a compartir en
múltiples momentos, tanto en lo público como en lo privado, clara
evidencia de que los nexos sobre los que construyeron sus historias de
vida son mucho más robustos que las divergencias que la contienda
exasperó.
Dicha conexión fue resaltada en un extenso artículo publicado el
pasado martes 2 de noviembre por The New York Times. “La amistad, desde
ambos lados, fue una transacción. No es algo personal, como se diría en
El Padrino, son solo negocios. La vida de Trump en Nueva York
estuvo siempre encaminada a promover la manera de hacer dinero para los
negocios de su familia. Fue exactamente igual en el caso de los
Clinton”.
En el texto se recoge la valoración de Bernard Kerik, comisionado de
policía en esa urbe que fue invitado a la tercera boda de Trump y que
luego cumplió un tiempo en prisión por fraude en el pago de impuestos y
otras felonías. “Ellos jugaron el mismo juego, en la misma ciudad, con
las mismas cosas en mente”, declaró. [2]
La victoria de Trump evitó que Clinton se consagrara como la primera
mujer presidenta de Estados Unidos, lo que habría sido sin dudas un
acontecimiento histórico. Ello tampoco implicaría que se solucionasen
los complejos problemas por los que atraviesa esa sociedad. De hecho,
esta batalla electoral resultó sustancialmente diferente a la que en el
2008 lanzó a ese puesto al primer mandatario de ascendencia
afroamericana. Si en aquella hubo entusiasmo entre múltiples sectores,
especialmente los jóvenes, en esta ocasión no ocurrió así, marcando la
contienda una apatía impresionante. [3]
Antes de ella, lo más lejos que llegaron las féminas en ese país fue
en 1984, cuando el demócrata Walter Mondale escogió como compañera de ticket
en la vicepresidencia a Geraldine Ferraro y en el 2008, oportunidad en
que el republicano John McCain, intentando paliar el efecto generado
por el joven Barack Hussein Obama, apostó a la controvertida Sarah
Pailin, opción que a todas luces se volvió en su contra. En ambos casos
estas propuestas fueron derrotadas, en el primero de ellos por el tándem
Ronald Reagan- George H. Bush y, más cercano en el tiempo por la dupla
Obama-Joe Bidem.
Ese éxito de Reagan (quien en dos ocasiones se desempeñó como
gobernador de California, y antes jugó un papel nefasto en su condición
de líder del sindicato de actores de Hollywood, en época de las
persecuciones durante el macartismo) es el más aplastante de la
historia, con 525 votos electorales a su favor por solo 13 el
contrincante.
En 1980, el propio Reagan -quien con su llegada a la Casa Blanca
representó una ruptura con la tradición liberal impuesta por el New Deal–
alcanzó 489 por 49 James Carter, la tercera mayor diferencia en estas
lides. En segundo lugar aparece su correligionario Richard Nixon, quien
en 1972, derrotó a Magovern 520 por 17. La alegría de “Dirty Dicky”,
pese a ello, fue efímera pues poco tiempo después se vio forzado a
dimitir tras el escándalo de Watergate.
Los triunfos más cerrados, antes del conseguido por Trump, tuvieron
asimismo como protagonistas a los republicanos. En el 2000 George W.
Bush le usurpó el máximo escaño gubernamental al vicepresidente Al Gore
–valiéndose del fraude en Florida 271 por 266. Cuatro años más tarde
repitió la dosis, apoyándose esta vez en engañifas en Ohio, para
desbancar al otrora senador por Massachuttses John Kerry, quien
culminará próximamente su actuación como Secretario de Estado, 286 por
251.
En otro orden de resultados George H. Bush derrotó a Micahel Dukakis
426 por 111, sin embargo cayó en 1992 ante Bill Clinton 168 por 378. El
esposo de Hillary superó en 1996 a Dole 379 por 159. Barack Obama, por
su parte, desbancó a John McCain 365 a 173 y, en el 2012, 332 a 206 a
Mitt Rommey.
El representante del Partido Republicano, obtuvo esta vez el éxito
con 279 por 228 votos electorales, sobreponiéndose al hecho de que en
sus últimos actos de campaña debió concurrir a ellos solo, producto de
las discrepancias con la cúpula de su partido y otras importantes
personalidades que se demarcaron de sus propuestas.
Hillary, en el sentido opuesto, desplegó en los finales un ritmo
trepidante, en el que involucró en actos simultáneos al presidente
Obama, su esposa Michelle, Bill Clinton, Bernie Sanders y otras muchas
figuras del arte, el deporte y el mundo del espectáculo en general,
sector que la respaldó casi de manera unánime.
Fue común en las horas conclusivas verla acompañada lo mismo del
sensacional basquetbolista Lebron James, que de la afamada guionista de
series televisivas Shonda Rimes, del matrimonio líder en el mundo del
entretenimiento que conforman Beyoncé y Jay Z y por figuras del glamur
de Madonna, Jennifer López, Marc Anthony, Leonardo Di Caprio y otros.
Una de las pocas excepciones fue la de Susan Sarandon, quien declaró
que no iría a las urnas “guiada por el sentido de su vagina”. “Si
respaldara a Clinton, añadió, estaría votando por el mal menor y ese es
un error que llevamos mucho tiempo cometiendo”.
Todo ello no fue suficiente para imponerse, poniendo el dedo sobre la
llaga además en las extraordinarias diferencias existentes entre los
sectores intelectuales y el “mundo profundo” dentro de ese país, si
bien en ello poseen un marcado peso determinados estamentos.
Es una paradoja, en toda la línea, que la nación con mayor número de
universidades, centros científicos e instituciones de la más variada
gama escoja a una figura como Trump que encarna precisamente lo
contrario. Ello es testimonio de cuán pragmática y carente de cultura
política está esa sociedad, movida en última instancia por resortes
utilitarios, sin medir las consecuencias de dichos mecanismos en la
mayoría de los ámbitos, tanto domésticos como internacionales.
La contienda colocó sobre el tapete el desgaste de la clase dominante
en general y las debilidades de la coalición demócrata encabezada por
Obama, desalentada y frustrada por los reducidos y contradictorios
resultados de su gestión. Hillary Clinton tuvo en contra problemas de
imagen, credibilidad, y falta de firmeza en su discurso, además de verse
envuelta en escándalos como el relacionado con el uso de los correos
electrónicos.
A ello se sumó el ascenso de Bernie Sanders (autoproclamado
socialista) figura con una postura más cercana a las bases demócratas
insatisfechas, en cierto modo reformista y progresista, quien fue
excluido de la nominación de su partido y la mayoría de sus
simpatizantes se decantaron hacia la opción de la candidata de los
verdes. El endoso político de Sanders, evidentemente, no logró favorecer
a Clinton.
En síntesis fue una elección de ruptura, definida por la propuesta
del cambio a favor de Trump, en lugar de la continuidad representada por
Clinton, si bien ambas posturas son complementarias con independencia
de quien ganara en las urnas. En los dos casos, eso sí, girando hacia la
derecha y con enfoques sustancialmente más agresivos y conservadores
que los observados durante la administración que concluye.
Debe recordarse que Obama, más allá de sus ancestros africanos, no
representaba a ese grupo, sino a la clase gobernante del país, y pese a
falsas percepciones, nunca fue, ni pretendió ser, un reflejo de figuras
emblemáticas como Martin Luther King o Malcon X.
Hay que reconocer, en el caso de Trump, el beneficio que representó a
su candidatura ser un individuo externo a la clase política de Estados
Unidos (outsider) tan desprestigiada por la parálisis y falta de resultados tangibles sobre todo en temas cruciales.
Estados Unidos es una nación distinguida por la concentración de la
riqueza y el poder económico y financiero; el estrechamiento de las
capas medias y el aumento de la pobreza y calidad del empleo. Trump
supo interpretar básicamente desde los valores identitarios de los
hombres blancos, anglosajones y protestantes (el denominado WASP, por
sus siglas en inglés) la frustración que se apoderó particularmente de
ese sector en los últimos años y articular al mismo tiempo una propuesta
funcional a dicha perspectiva, que demostró ser mucho más potente que
lo pronosticado.
Su tendencia política, la cual intentaremos examinar en alguna
medida, sin duda debe orientarse al conservadurismo y la reacción, pero
con rasgos diferentes a los conservadores tradicionales. Se trata de un
nacionalismo de derecha, en defensa del sueño americano –America First es su basamento- lo que también representa, al menos en el plano discursivo, una ruptura con la tendencia al libre comercio.
Fernández Tabío es Dr. en Ciencias Económicas y Profesor
Titular del Centro de Estudios Hemisféricos y sobre Estados Unidos
(CEHSEU) de la Universidad de La Habana y Pérez Casabona es Lic. En
Historia; Especialista en Seguridad y Defensa Nacional y Profesor
Auxiliar de la propia institución.
Notas, citas y referencias bibliográficas.
[1]
Así como ocurrió en el pasado reciente con el presidente George W.
Bush, que trascendió además de por sus incursiones guerreristas en
Afganistán e Irak por las incongruencias en buena parte de sus
intervenciones públicas, Trump obtuvo lugar privilegiado en el acápite
de las figuras que pronuncian frases que destilan desprecio por lo
diferente. Sus ataques a los que proceden de otras regiones,
especialmente los mexicanos, fue una constante en las apariciones
públicas. Estos son algunos ejemplos:”México tuvo una gran noche en los
Oscar. Y cómo no, si está acostumbrados a arrebatarnos lo nuestro más
que ninguna otra nación”, 24 de febrero de 2015, luego de que Birdman,
de Alejandro G. Iñárritu arrasara en la premiación. “No quiero nada con
México más que construir un muro impenetrable y que dejen de estafar a
EE.UU.”, 6 de marzo de 2015, vía Twitter. “México no se aprovechará más
de nosotros. No tendrán más la frontera abierta. El más grande
constructor del mundo soy yo y les voy a construir el muro más grande
que jamás hayan visto. Y adivinen quién lo va a pagar: México”,11 de
mayo de 2015, South Carolina Freedom Summit. “México no es nuestro
amigo. Nos está ahogando económicamente”,16 de junio de 2015, discurso
de lanzamiento de su candidatura para las primarias del Partido
Republicano. “Cuando México nos manda gente, no nos mandan a los
mejores. Nos mandan gente con un montón de problemas, que nos traen
drogas, crimen, violadores…”, 16 de junio de 2015, discurso de
lanzamiento de su candidatura para las primarias del Partido
Republicano. “Los mayores proveedores de heroína, cocaína y otras drogas
ilícitas son los carteles mexicanos, que contratan inmigrantes
mexicanos para que crucen la frontera traficando droga”, 6 de julio de
2015. “Si miran los lugares como México, están matando nuestra frontera…
Esto tiene que acabarse, amigos”, 2 de marzo de 2016, discurso tras el
Supermartes electoral. “Es una decisión fácil para México: hagan un pago
único de 5-10 mil millones de dólares para asegurar que continúe el
flujo de 24 mil millones de dólares (de remesas) al país al año”, 31 de
marzo 2016, en una carta al Washington Post explicando sus
planes para financiar la construcción del muro fronterizo. “Los mejores
tacos son los que se hacen en el restaurant de la Torre Trump. ¡Me
encantan los hispanos!”, 5 de mayo de 2016 vía Twitter. “Espero que
tengan seguro antisecuestros”, 2 de junio de 2016, sobre los
participantes de un importante campeonato de golf que se trasladó a
Ciudad de México para no ser disputado en una de sus propiedades en
Doral, Miami. Ver: “10 frases de Donald Trump sobre México y los
mexicanos que “le ponen picante” a su reunión con Enrique Peña Nieto”,
en: http://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-37231890
[2]
Maureen Dodd: “When Hillary and Donald Were Friends. The story of their
transactional relationship offers a window on rarefied New York”, en: http://www.nytimes.com/2016/11/06/magazine/when-hillary-and-donald-were-friends.html
[3] Sobre las diferencias entre ambos momentos, además de otros tópicos, amplía Stephen M. Walt, en: “Will America’s Good Name Survive the 2016 Election?”, http://foreignpolicy.com/2016/11/04/will-americas-image-survive-the-2016-election-trump-clinton/
http://www.trabajadores.cu/20161109/la-victoria-de-trump-una-aproximacion-preliminar-i-parte/
No hay comentarios:
Publicar un comentario