Por Luis René Fernández Tabío y
Hassan Pérez Casabona⃰
La campaña del actual presidente
Donald Trump, se articuló entre otros temas en torno a la idea de exaltar el
carácter excepcional de Estados Unidos. El basamento ideológico de esa
tesis ultranacionalista, como hemos apuntado, apareció casi desde la génesis de
la conformación de dicho país.
Desde ese ángulo, lanzó como idea
central “hacer grande otra vez a América” (Make Great America Again),
filosofía que entronca con la idea, que ha sido retomada por diferentes
figuras, de: “América Primero” (America First). Estos planteamientos
sintetizan su visión, y la de sus seguidores, no sólo en asuntos domésticos,
sino en lo concerniente al papel y proyección de EE.UU. en el concierto
internacional.
Ellos recrean el carácter
excepcional, que supuestamente les corresponde desempeñar a nivel global,
presentados mediante un “ropaje” que sintonizó con los sectores que defienden a
ultranza dichas posiciones y atrajo a otros con posturas menos rígidas.
Esas expresiones toman como
resortes, lo mismo el descontento interno por la lenta recuperación de la Gran
crisis financiera y económica de 2008 -con sus secuelas en múltiples ámbitos-
que la necesidad de ofrecer al menos algún resultado, para eliminar peligros
terroristas a la seguridad representados por el Estado Islámico. No se
trató de ensoñaciones de su equipo de trabajo, sino de adoptar como pretextos
para el despegue de esas concepciones problemáticas reales.
Esto es algo que vale la pena
destacar. Trump hablo de una manera nada tradicional sobre numerosas
cuestiones, exageró, manipuló y azuzó el racismo, el rechazo a los inmigrantes
y otros asuntos escondidos en el discurso sobre lo políticamente correcto, que
asumía esos problemas habían sido resueltos en la sociedad estadounidense.
Puede decirse que no inventó
nada, sino que en realidad se cebó con ese estilo poco ortodoxo, en las
insatisfacciones de sectores de la población blanca resentida, la cual
considera retrocedió en las últimas décadas, de forma integral, en creencias en
las cuales fueron educados.
Fue un raro coctel que surtió
efecto movilizador entre ese grupo de votantes. De un lado, quien colocó
el dedo sobre la herida (prometiendo cicatrizarla y restañar el tejido) y del
otro una candidata que, además de ser identificada con los males del sistema,
no brindó una imagen convincente.
Aunque parezca superfluo, en
EE.UU. y dentro de la sociedad de consumo en general, lo más importante en las
batallas electorales no es la experiencia o trayectoria previas, sino la imagen
que se ofrece y si ella se corresponde no tanto con valores, sino con
sentimientos y emociones.
Al igual que se adquiere en un
supermercado un producto a partir de lo que visualmente este sugiera (bajo la
influencia de los comerciales televisivos y la propaganda que genere) el
candidato necesita vender un paquete, por el que los ciudadanos pagarán el día
de las elecciones. Visto así, Trump fue más eficaz en fijar sobre el
electorado la idea de que era la opción más conveniente para la economía y
seguridad del país, en un momento como este.
Complejo equilibrio del Gobierno.
La victoria de Trump ha generado
diferentes mitos. Varios de ellos los hemos desmontado en los trabajos
precedentes. Queremos hacerlo ahora, respecto al supuesto de que su
triunfo, combinado con la mayoría republicana en ambas cámaras del Congreso,
hará que gobierne en un camino expedito, sin fricciones con el poder
legislativo.
Lo primero a mencionar es que esa
correlación a favor de un partido en las estructuras de poder institucional
estadounidense no sucedía hace 58 años, desde finales de la administración de
Dwight Ike Eisenhower. En aquella ocasión prevaleció un panorama signado
por el crecimiento económico y la unidad interna, después de la Segunda Guerra
Mundial y el fin de la contienda de Corea. Fue una etapa de apogeo que nada
tiene que ver con el profundo cisma por el que atraviesa hoy esa sociedad.
Las turbulencias del presente son tales, que sería erróneo reproducir
mecánicamente, de manera lineal, ese referente histórico.
A todo ello debe añadirse las
desavenencias públicas entre Trump y las principales figuras del partido, desde
que arrancó la contienda. Un momento clímax en esa línea sobrevino
después del 6 de septiembre, cuando The Washington Post revelara
las declaraciones del magante inmobiliario en que denigraba sobre las mujeres.
Las fricciones entre el
Presidente y el Congreso podrían intensificarse.
De inmediato la mayor parte del
liderazgo republicano, incluyendo senadores, representantes, gobernadores y
aspirantes a las primarias, criticó dicha posición y se desmarcó de su
candidatura. Su antecesor partidario en la Casa Blanca, George W. Bush, ni
siquiera votó por él.
Este hecho revela que muchas de
esas figuras no se alinearan acríticamente ante su gestión sino que, por el
contrario, utilizarán sus prerrogativas legislativas para intentar encarrilar
la labor de alguien con consideraciones políticas que no convergen en muchos
casos con la concepción de ese liderazgo.
Una cosa es la concertación
partidaria y otra, mucho más compleja, es la identificación doctrinal, máxime
cuando los métodos de trabajo de un hombre como Trump parecen al menos en
principio distanciarse de los procedimientos de los políticos convencionales.
¿De qué otra manera puede
interpretarse, sino como una jugada de contención, el hecho de que Paul Ryan
fuera propuesto de manera unánime entre los congresistas republicanos para
proseguir como jefe de la Cámara de Representantes (tercer cargo en importancia
en el país, luego del presidente y vicepresidente) cuando fue uno de los
mayores opositores a Trump?
¿Quiere ello decir que se
desatará una pugna perenne entre las dos ramas de poder, boicoteando desde el
legislativo cada propuesta del presidente, como ocurrió en muchos casos durante
la era Obama?
Lo tendencial, y más probable, es
que se encuentren mecanismos de cooperación entre los dos poderes, no sin
instantes de conflicto, incluso traumáticos, a la hora de ventilar la
concepción de temas centrales o la ejecución de determinados programas.
El espíritu de esa relación estará determinado, en buena medida, por la
pauta y el tono que establezca el Ejecutivo, y los principales consejeros del
Presidente en la comunicación con senadores y representantes.
Si Trump y sus asesores parten de
que esos nexos implican de facto una subordinación total de los legisladores a
las iniciativas del mandatario, únicamente porque están dentro del mismo
partido, podrían desatarse conflictos difíciles de controlar. Lo más probable,
partiendo del comportamiento previo, es que se produzcan reacomodos en la
Administración, en el modo y el contenido de muchas propuestas, para llegar a
un terreno común.
Históricamente el poder del
Congreso ha reclamado una dosis de protagonismo, dentro de los marcos que fija
la Constitución y el ejercicio de sus funciones establecidas, aunque en el
campo de la política exterior el Presidente tiene enormes prerrogativas.
Las fricciones entre el Presidente y el Congreso podrían intensificarse,
si el nuevo Ejecutivo pretendiera dirigir los destinos del país apartándose de
consensos establecidos, ignorando a personas que han dedicado su vida a hacer
política, como la mayoría de los congresistas. Este escenario daría
continuidad a la división expresada con particular fuerza en el periodo
transcurrido del siglo XXI.
Es previsible, en esa línea, que
el poder legislativo no pierda espacios para remarcar que sus integrantes
tienen que ser tomados en cuenta. Si esa es la postura, probablemente
avancen. De lo contrario (las discrepancias pueden desatarse por los asuntos
más inverosímiles) estaríamos en presencia de un sistema que remarcaría su
disfuncionalidad. Otro escenario hipotético, no descartable, es la
conciliación de enfoques políticos y acomodo reciproco hasta lograr un nuevo
consenso Ejecutivo – Congreso, con una mayor dosis de pragmatismo y realismo de
orientación conservadora.
La filosofía del dinero.
Otra cuestión clave en los
exámenes es que Trump, aunque ejerza el cargo con mayor connotación en ese
sentido, no es un político convencional ni mucho menos un ideólogo. Es un
representante del poder económico, que hizo fortuna desde posturas pragmáticas
encaminadas a incrementar las arcas familiares.
Dirigir un conjunto de empresas,
incluso de manera exitosa, es algo bien distinto a conducir una país de más de
300 millones de habitantes, mucho más si este atraviesa por múltiples
contradicciones políticas, ideológicas, económicas, raciales y culturales,
acompañado de enormes desafíos globales y regionales.
Se generalizó entre una parte del
público la percepción de que como Trump fue próspero con sus negocios, puede
darle esa condición nuevamente a la nación en pleno. Considerar que esto
suceda, sólo por su procedencia, es también otro desacierto. No es ocioso
traer a colación que los negocios de Trump no fueron diseñados para elevar el
nivel de vida de los obreros y empleados que participaron en ellos, sino para
enriquecerse él y una élite que siente le corresponde la cima del mundo.
No se destacó porque construir
millones de viviendas para los sectores desprotegidos y la propia clase media,
sino que ganó notoriedad levantando lujosas torres en las que se instalaron
oficinas de transnacionales, cadenas de tiendas y apartamentos para
celebridades del mundo del espectáculo.
Trump no fue en el pasado un
benefactor popular, ni nada por el estilo, sino un hombre de negocios, que
ascendió dentro de la pirámide social, valiéndose de todo lo que hiciera falta
en la consecución de sus objetivos, incluyendo la irrupción galopante en los
medios para desde allí subrayar su condición de empresario exitoso.
Su motivación desde la más
temprana juventud es hacer dinero, no enrolarse en acciones de transformación
ciudadana, dentro del encuadre establecido, para beneficio de su comunidad. No
fue nunca defensor de los derechos civiles, ni pacifista, ni ambientalista, ni
siquiera cree que exista el “cambio climático”.
Simplemente se desenvolvió en el
terreno económico, a sabiendas de que la sociedad de consumo privilegia la
jerarquización de lo material, sin reparar muchas veces en la naturaleza del
origen y desarrollo de ese poderío, ni mucho menos sus consecuencias. En
dicho entramado de relaciones, el reconocimiento a quienes hacen ostentación de
lo material supera a los que se entregan en función de valores universales como
la solidaridad. Se trata de la instauración, desafortunadamente, de una cultura
que privilegia “el tener sobre el ser”. [1]
En realidad muchos de los
millonarios sin entrenamiento alguno en política incursionan en esta esfera,
buscando más trascender en un ámbito de esas proporciones, que en trabajar en
función de las necesidades del propio pueblo estadounidense. Se emplean a fondo
señalando que no necesitan multiplicar sus ganancias (porque ya tienen
bastante), criterio incierto con el que confunden a numerosos votantes.
En el fondo, a través de las más
insospechadas vías, se las ingeniaran para acrecentar sus capitales, más allá
de la distinción que alcanzan ejerciendo temporalmente un cargo público.
Al marcharse, sin que hayan cambiado nada de peso para la vida del común
de los mortales, se van a disfrutar de sus fortunas con el extra de haber
encabezado a la primera potencia mundial.
En varios momentos de la campaña
se revelaron algunas de las irregularidades cometidas por él a lo largo de
años, en muchos de los temas que utilizó en sentido opuesto en la pugna por
convertirse en el presidente norteamericano número cuarenta y cinco.
Tanto la contratación de inmigrantes sin autorización para trabajar,
hasta la evasión de impuestos, -o el reciente escándalo sobre la manera en que
operó su universidad durante cinco años- revelan la cara oculta detrás de su
poderío y ponen de manifiesto, asimismo, el largo trecho entre las expresiones
en actos electorales y la realidad de los hechos. Aunque Hillary llevó la
peor parte en ser identificada como alguien que mentía, Trump no se quedó
detrás en ese acápite.
¿Quién es quién tras bastidores?
Trump anunció a
Reince Priebus como jefe de su gabinete.
Un aspecto de la mayor
importancia es seguir las designaciones que se van dando a conocer por Trump y
su equipo. Sin duda es importante conocer los nombres que se barajan para
cargos clave, como Asesor de Seguridad, Secretario de Estado y de Defensa en lo
que atañe a política exterior. Este ejercicio es de inestimable valor
para intentar aproximarnos a prever las proyecciones de una nueva
administración.
En este caso ello es más difícil
porque el Presidente no tiene trayectoria dentro del sistema político, ni
definición muy clara de las corrientes que abraza, e incluso al menos durante
la campaña para la elección –momento muy distinto al ejercicio del cargo— ha
introducido un alto grado de incertidumbre sobre sus propias proposiciones.
Trump anunció el sábado 12 de
noviembre, que Reince Priebus, quien se desempeñaba como Presidente del Comité
Nacional Republicano, trabajaría como Jefe de su Gabinete, cargo de vital
importancia para cualquier mandatario máxime, como hemos dicho, si este
prácticamente se inicia en el terreno político.
Ese propio día divulgó que el
controvertido representante de los medios de derecha Stephen K. Bannon,
fungiría como Asesor Estratégico, pero en el mismo rango, según sus propias
palabras, que Priebus, hecho hasta ahora inédito dentro del ordenamiento de la
burocracia aglutinada en torno al presidente en la Casa Blanca.
Con estos nombramientos Trump
busca un equilibrio (que será difícil mantener bajo el rigor del trabajo
cotidiano) entre figuras con trayectorias diversas, pero que potencialmente le
permitirían mantener comunicación con grupos diferentes. De un lado, al
colocar a Priebus, jefe de los republicanos, premia a uno de los pocos que lo
apoyó durante toda la campaña, al tiempo que tiende un puente hacia un sector
que él no desea desconocer en su labor de dirección, con la finalidad de
recomponer las relaciones crispantes con el liderazgo de su partido durante la
contienda.
En el caso de Bannon, al que
muchos consideran en una línea cercana a los supremacistas blancos, da también
crédito a la lealtad por el respaldo de aquel a su candidatura, y dispara las
alarmas, teniendo en cuenta la jerarquía que le asigna, por las posiciones que
caracterizan su quehacer previo.
El martes 15 de noviembre The
New York Times publicó un artículo en el que se refiere a las personas con
mayor probabilidad de ocupar cada una de las secretarías, y el resto de las
funciones estratégicas. Esa lista, aunque es una aproximación preliminar,
es expresión de la manera en que se reciclan, como “puerta giratoria”, las
figuras dentro del establishment y al menos refleja varios de los
nombres en los que se piensa ahora.
Tienen experiencia en unos casos
en funciones de gobierno, y en otros proceden de las grandes corporaciones o el
aparato militar. No desconozcamos tampoco que, incluso varios de los que
no dieron su apoyo a Trump, no verían con desagrado ser llamados a un cargo,
por el peso que tiene un pedido del Presidente.
Entre los nombres que se manejan
para puestos de primer orden aparecen, en el caso de la Secretaría de Estado,
los de John Bolton, que fue embajador ante Naciones Unidas y Subsecretario de
Estado en época de Bush; Newt Gingrich, speaker de la Cámara; Rudolph
Giuliani, alcalde de Nueva York durante varios años, incluyendo cuando los
ataques terroristas del 11 de septiembre del 2001, momento en que incrementó su
popularidad por lo rápido que se personó en el lugar de los hechos (lo
contrario del presidente W. Bush, que se escondió en un bunker bajo
tierra); Stanley A. McChrystal, ex general de cuatros estrellas, que fue
comandante en Afganistán y que alguna vez señaló valoraba aspirar a la presidencia;
Bob Corker, senador por Tennessee y jefe del Comité de Relaciones Exteriores de
esa instancia legislativa y Zalmay Khalilzad, embajador ante Afganistán. A esta
lista se ha sumado en las últimas horas Mitt Ronney, ex gobernador de
Masachuttsses y derrotado por Obama en las elecciones presidenciales del
2012.
Con independencia de que es
imposible saber hasta el final por quién se inclinará Trump, al igual que en el
resto de los cargos, se especula que Giuliani es el de más posibilidades.
Lo que sí parece cierto es que los nombres principales se quedarán con
alguna responsabilidad, pues varios se repiten como candidatos a distintas
carteras. El propio Giuliani se baraja también para Fiscal General y jefe
del Departamento de Seguridad de la Patria.
Ello sucede, asimismo, con
Michael T. Flynn, quien fue antes jefe de la Agencia de Información de la
Defensa y aparece como opción para Asesor de Seguridad Nacional y Director
Nacional de Inteligencia; Chris Christie, gobernador de New Jersey (Fiscal
general y secretario de Comercio); Robert E. Grady, de la Gryphon Investors
y Harold G. Hamm, Jefe Ejecutivo de Continental Resources, an Oil and Gas
Company, estos dos previstos para la secretaría del Interior y la de
Energía; Dan DiMicco Jefe Ejecutivo de Nucor Corporation, and Steel
Production Company, (Comercio y representante de EE.UU ante los Tratados
Comerciales); Ben Carlson neurocirujano y el único candidato afroamericano a la
presidencia por la agrupación republicana (Educación y la de Salud).
Por cierto, la polémica Sarah
Palin, gobernadora de Alaska y quien en el 2008 acompañó como vicepresidenta la
candidatura del senador John McCain, superada por el joven Barack Obama, es una
de las que se prevé pueda trabajar como secretaria del Interior.
Habrá que esperar no sólo por
quien se inclina en cada caso, sino cual es la tónica que asume el gobierno en
general y el papel real que se le atribuye a cada uno, de acuerdo a la
personalidad y el estilo de presidencia que llevará Donald Trump, asunto que
como en las designaciones puede estar sujeto a modificaciones sucesivas.
Los acuerdos comerciales en el
centro de la mira.
Entre los aspectos significativos
dentro de los mensajes políticos de Trump aparece la crítica a los acuerdos de
libre comercio, entre ellos la Alianza Transpacífica (TPP). Por otro lado
se distancia de las posiciones del gobierno de Obama y la candidata demócrata
en torno a Rusia, Siria e Irán. Trump se manifestó como defensor de la
Segunda Enmienda y contra los inmigrantes ilegales, llegando incluso a proponer
la construcción de un muro, el cual pretende sería financiado por el propio
gobierno mexicano. [2]
Hay que destacar, en el caso de
Rusia, que en su primera conversación telefónica con Putin ambos abogaron por
la necesidad de unir esfuerzos en la lucha contra el terrorismo, lo que supone
un mayor nivel de concertación y efectividad en el enfrentamiento al Estado
Islámico. La estrategia de campaña seguida por Hillary implicó en todo
momento arremeter contra Putin (al que responsabilizó por cada cosa negativa,
incluyendo el escándalo por el uso de un servidor privado para correos
oficiales), mientras que Trump hizo lo contrario, llegando a reconocer la
eficiencia de Moscú en varias esferas.
Con respecto a Cuba, en una etapa
inicial se mostró favorable a dar continuidad a las acciones emprendidas por el
presidente Obama desde el 17 D, sin embargo en las últimas semanas cambió este
criterio (llegó a reunirse en Miami con representantes de la Brigada 2506 que
participaron en la invasión mercenaria por Playa Girón) evidenciado así una
tónica de toda su campaña: la variabilidad de posiciones sobre disímiles
aspectos. El propósito de este viraje era lograr ganar 29 votos
electorales de Florida. Ello finalmente sucedió, sin que fuera definitorio en
la victoria el tema cubano.
Más allá de los resultados
electorales, y de todo lo que genera el triunfo de Trump, la continuidad debe
ser la tendencia dominante en el período 2017 – 2020, a partir de que el
sistema político estadounidense mantendrá su crisis y las dificultades para
proyectar un consenso político en temas cruciales.
Esta situación se podría agravar
si se desatara una Gran crisis financiera y económica en el 2017.
Desafíos pendientes de solución en el Medio Oriente, Europa – Rusia y el
conflicto en Siria están entre los más graves. El Hemisferio Occidental
muestra dentro de ese panorama global el escenario más favorable para Estados
Unidos, dado el viraje a la derecha en los gobiernos de Argentina luego de las
elecciones, y en Brasil después del golpe a la ex Presidenta Dilma Rousseff, de
gran peso en el balance regional de fuerzas.
El restablecimiento de relaciones
con Cuba aunque no exento de conflictos, debería permitir un lento y difícil
avance en la eliminación de algunos de los obstáculos para el mejoramiento de
los vínculos con la Isla, e indirectamente mejorar el clima de relaciones
interamericanas, si bien no es lo más probable que se elimine totalmente el
bloqueo económico, comercial y financiero impuesto, oficialmente desde febrero
del 1962, bajo la administración Kennedy.
De igual manera no parece ser lo
más realizable un escenario donde se eche por tierra lo conseguido en estos
últimos meses, mucho menos en el que esa administración rompa las relaciones
diplomáticas establecidas entre los dos estados desde el 1ero de julio del 2015
o desconozca los acuerdos y memorandos de entendimiento suscritos en unas 12
temáticas.
Con independencia de todo lo que
falta, los dos años transcurridos desde el 17D evidencian la cantidad de
asuntos en los que se puede avanzar, con beneficios para los dos países, si se
adopta el dialogo respetuoso como camino. Ello no ignora que se pudieran
acentuar los desencuentros en foros internacionales, en cuestiones como
derechos humanos y sistemas políticos.
Un comentario es útil sobre este
asunto: El futuro de Cuba y el desarrollo de su modelo de desarrollo propio,
libre e independiente, con un socialismo próspero y sostenible, no depende del
arribo a la presidencia de Estados Unidos de uno u otro gobierno, sino de sus
propios esfuerzos.
En realidad el ajuste de la
política estadounidense hacia Cuba ha sido el resultado de los éxitos y el
avance en la construcción del modelo de desarrollo cubano. Ello no
desconoce que constituye un objetivo de la política exterior cubana lograr
avanzar hacia un proceso de normalización de sus relaciones con Estados Unidos
y lograr una convivencia civilizada con respeto por las diferencias y beneficio
para ambos países y pueblos.
No existe contradicción entre el
mensaje de felicitación enviado por el presidente antillano Raúl Castro Ruz a
Donald Trump por su victoria, acorde con el nivel de reconocimiento diplomático
en las relaciones entre ambos países por un lado, y de otro, la realización
exitosa del Ejercicio Estratégico Bastión 2016 (que nacieron en la década del
80 y que desde el 2004 se acordó realizar cada cuatro años), que ratifica la
voluntad de preservar a cualquier costo el sistema político y las conquistas
sociales obtenidas desde 1959. Como señaló el Comandante en Jefe en
varias oportunidades, hemos alcanzado, en ese frente, la invulnerabilidad que
emana del concepto de que el pueblo está listo para defender su obra en todos
los terrenos.
En la reciente Cumbre del Foro de
Cooperación Asia-Pacífico (APEC) el presidente Obama hizo una llamado a no
juzgar de manera anticipada a Trump (reconociendo en sus palabras las
diferencias entre el populismo de las campañas y la vida real). Sin embargo,
ello no logra por ahora aliviar preocupaciones que se expresan dentro y fuera
de Estados Unidos.
Es por ello que no puede
descartarse se mantengan las tensiones con China en el mar meridional y con
Corea del Norte. Los tratados de libre comercio de tipo megarregional
como el Alianza Transpacífico (TPP) y sobre todo la Asociación Trasatlántica
sobre Comercio e Inversiones (TTIP) tienen un futuro todavía incierto, sobre
todo el TTIP debido a las divisiones y reservas que existe sobre el mismo
dentro de la Unión Europea (UE), lo que no supone ni mucho menos la degradación
de las relaciones entre Estados Unidos y la UE. En el caso del Tratado de
Libre Comercio de América del Norte y otros tratados de ese tipo pareciera ser
lo más probable su permanencia, aunque la continuidad de los mismos sean
sometido a tensiones, que pongan en juego algunas de las aspiraciones
iniciales.
En este aspecto, aunque se haya
expresado una ruptura respecto a las políticas impulsadas por la
contrarrevolución conservadora iniciada por el gobierno de Ronald Reagan en
1981: sobre libre comercio, inversiones, globalización neoliberal e integración
en esos términos, las mismas no deben desaparecer. No se olvide que de
modo general, la tendencia a la continuidad en la política estadounidense es
dominante, y lo nuevo, aunque exista, debe acomodarse a los desarrollos
contemporáneos del capitalismo a escala global, más allá de Estados
Unidos. Por ello, no se trata de aislacionismo, proteccionismo a
ultranza, –términos que reaparecen ahora– sino un ajuste en esos ámbitos de las
proyecciones, en vez de mutaciones radicales.
En resumen, el futuro de la
política estadounidense está sujeto a continuidad y cambios, y aunque se
presentan algunos indicios, todavía es muy pronto para distinguir con precisión
los vectores resultantes de su proyección externa. Hay que esperar la
asunción de Donald Trump a la Casa Blanca en enero de 2017, sus decisiones en
la formación de su equipo, y el estilo de presidencia que desempeñara.
Nada de eso se conoce hasta ahora con certeza. Las decisiones que
adopte durante los primeros 100 días en la Presidencia, reflejarán al menos las
líneas principales de lo que podría ser la política de Estados Unidos durante
la primera parte de los próximos cuatro años.
⃰Fernández Tabío es Dr. en
Ciencias Económicas y Profesor Titular del Centro de Estudios Hemisféricos y
sobre Estados Unidos (CEHSEU) de la Universidad de La Habana y Pérez Casabona
es Lic. En Historia; Especialista en Seguridad y Defensa Nacional y Profesor
Auxiliar de la propia institución.
Notas, citas y referencias
bibliográficas.
[1] Sobre estas cuestiones han escrito diferentes
intelectuales cubanos y de otras latitudes. Entre los que han desarrollado
análisis en nuestros predios, se encuentra Enrique Ubieta Gómez. Pueden
consultarse trabajos suyos al respecto, en publicaciones como Cuba
Socialista y La Calle del Medio.
[2] Entre los muchos estudios recientes que
profundizan sobre estos asuntos, se encuentra el publicado el 2 de noviembre
por Brian Klaas, titulado: “Another
Bipartisan Tenet of U.S. Foreign Policy Bites the Dust”, en: http://foreignpolicy.com/2016/11/02/another-bipartisan-tenet-of-u-s-foreign-policy-bites-the-dust-trump-clinton-election/
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