martes, 5 de febrero de 2013

Estados Unidos: Tendencias y contradicciones, luces y sombras.


Por Jorge Hernández Martínez (*)

En fecha reciente tuvieron lugar las elecciones presidenciales en Estados Unidos, y hace apenas unos días se produjo la ulterior toma de posesión de Barack Obama, iniciándose el pasado 20 de enero su segundo mandato. Si la victoria electoral del candidato demócrata en los comicios del 2008 había constituido un acontecimiento de gran trascendencia en la historia política norteamericana, con resonancia mundial, su reelección no lo sería menos.  

En medio de una enmarañada situación interna, junto a un no menos complejo entramado internacional, Estados Unidos se enfrenta, más allá del 2012, a tendencias y contradicciones sin definiciones claras y precisas en cuanto al modo de encarar sus retos y de aprovechar sus oportunidades.  

Por un lado, a nivel doméstico, la nación ha permanecido marcada por dificultades económicas, promesas incumplidas, insatisfacciones populares, polarizaciones políticas, rivalidades ideológicas. Por otro, en el ámbito externo, el país ha seguido inmerso en confrontaciones bélicas, dentro de un escenario internacional de crisis económica, conmociones sociales e inestabilidad política. En su articulación, tales procesos y conflictos caracterizan el rumbo actual de la sociedad y la política norteamericana, gravitando también sobre su devenir en el corto y mediano plazos. Entre luces y sombras, se proyecta así la silueta de la segunda Administración Obama, hacia una nueva etapa. Y aunque su figura le impondrá un sello subjetivo propio al quehacer norteamericano en ese derrotero, los elementos objetivos aludidos resultarán determinantes a la hora de fijar posibilidades límites de la hegemonía futura de Estados Unidos. 

Tras ganar su reelección, Obama expresó con tono esperanzador que lo "mejor está aún por venir", tendiendo la mano a su derrotado adversario. Al prestar juramento hace pocos días, el 21 de enero del 2013, afirmó que "una década de guerra está terminando y "una recuperación económica ha comenzado". Como revela la historia norteamericana, una cosa es el discurso presidencial y otra el decurso de los hechos. A la vez, cuando se mira el pasado político de Estados Unidos, queda claro que con frecuencia la realidad no coincide con la presentación mítica que se hace de la misma. En interesantes y oportunos artículos de Ramón Sánchez-Parodi y de Dalia González Delgado, Granma ha mantenido a sus lectores al tanto de ese proceso, de los caminos y laberintos analíticos para identificar, tras los datos, las tendencias y contradicciones.

La segunda Administración Obama se conforma a partir del legado de transformaciones sucesivas operadas en la estructura de la sociedad y de la economía en Estados Unidos, que han propiciado mutaciones tecnológicas, socioclasistas, demográficas, con expresiones también sensibles para las infraestructuras industriales y urbanas, los programas y servicios sociales gubernamentales, la cultura y el papel de la nación en el mundo. Se trata de cambios profundos que durante los últimos treinta años han modificado la fisonomía integral norteamericana, propiciando conductas de abstencionismo e indiferencia. Ello ha erosionado las bases ideológicas del consenso y alejado el centro de gravedad del espectro político del liberalismo tradicional, condicionando el agotamiento del proyecto nacional que se estableció en los años 80, bajo la denominada revolución conservadora y que tomó un aliento renovado o "un segundo aire" como secuela de los atentados terroristas del 11 de septiembre del 2001. 

El proceso derivado tanto de las citadas transformaciones iniciadas en la década de 1980 con el doble periodo de gobierno de Ronald Reagan como del agotamiento implicado durante las dos administraciones de George W. Bush luego del 2000, no ha conllevado, aún, una versión sustitutiva del proyecto nacional; de modo que ante tales indefiniciones, Estados Unidos enfrenta un escenario de transiciones objetivas que mantienen tensiones y enfrentamientos e impiden la rearticulación subjetiva del consenso y el restablecimiento de la legitimidad cuestionada. Las elecciones del 2012 expresaron esa contradicción, dada la incapacidad de los partidos y de sus propuestas para presentar opciones genuinas ante un escenario que las necesitaba y reclamaba. 

El horizonte norteamericano que se distingue desde los inicios del 2013 está signado tanto por profundas contradicciones clasistas, derivadas de la aguda polarización socioeconómica como por conflictos políticos asociados al acceso a las cuotas de poder al interior de la clase dominante, que se expresan en las posturas partidistas, pero que al mismo tiempo, las trascienden. A largo plazo, el impacto estructural acumulado de los cambios aludidos, junto a los procesos recientes en curso, terminarán por imponer una nueva fachada productiva y tecnológica y hacer inevitables reajustes en la estructura de la sociedad norteamericana, con repercusiones para las relaciones sociales, la cultura y la vida política. El tema de las energías renovables es uno de los mayores retos, con consecuencias sociales, que marcarán el futuro de Estados Unidos. Se vaticina, asimismo, una posible y no muy lejana recesión económica.

La política norteamericana seguirá marcada, en el corto y mediano plazos, por la incertidumbre, la agudización de las contradicciones entre los dos partidos y cierta ingobernabilidad del sistema, todo lo cual parece apuntar hacia la definición de una eventual crisis de confianza o de credibilidad en las instituciones y figuras que protagonizan la vida política de la nación. Es difícil predecir, a la luz del presente, si Obama logrará recuperar, durante su segundo mandato, el apoyo popular que obtuvo en los mejores momentos de su anterior administración. Ello dependerá de una combinación de factores, no tanto asociados a un probable desempeño económico superior al alcanzado antes, sino a la posibilidad de que el debate interno en torno a sus políticas a favor de la economía y la recuperación del empleo ganen el apoyo de las mayorías y no sean mediatizadas por debates en el Congreso, volviéndolas inefectivas. 

La pérdida de la capacidad hegemónica de ese país seguirá reflejándose en nuevas limitaciones y espacios para su desenvolvimiento en el sistema de relaciones internacionales, en unos casos debilitando, en otros, fortaleciendo, su nexo con los aliados, al mismo tiempo que condicionando su confrontación con los adversarios, en un mundo crecientemente diverso, competitivo y con capacidad de reacción. Ello tendrá las consiguientes implicaciones para el imaginario de la sociedad estadounidense, en la cual continuarán acumulándose desilusiones y frustraciones, ante la constatación de que la nación se debilita objetivamente, junto a sus valores y mitos. 

Los cambios demográficos que llevarán, en las próximas dos o tres décadas, a que la población anglosajona pierda su posición mayoritaria en la pirámide poblacional y se abra un mayor espacio a las llamadas minorías, en consonancia con la profundización de las tendencias que vienen manifestándose hace años, especialmente en cuanto a la presencia y proporción creciente de los "latinos", afroamericanos y asiáticos en la sociedad estadounidense.

La escena que se está configurando en Estados Unidos luego de los comicios presidenciales del 2012 confirma que en ese país las elecciones no están concebidas ni diseñadas para cambiar el sistema, sino para mantenerlo y reproducirlo, dando continuidad a un contradictorio camino, plagado de tensiones económicas, políticas y sociales, en el que ni demócratas ni republicanos, ni liberales ni conservadores, estarán en condiciones de ofrecer opciones viables que consigan solucionar las crisis. El inicio de la segunda Administración Obama, sin mucha alegría, con poca esperanza y expectativas menores que las que afloraron en el 2009, posiblemente simbolice la primera señal de una nueva etapa en la crisis de hegemonía norteamericana.




*Profesor y Director del Centro de Estudios Hemisféricos y sobre Estados Unidos (CEHSEU), de la Universidad de La Habana.

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