viernes, 11 de abril de 2014

Unión Europea y China, polos de la multipolaridad


Por Leyde E. Rodríguez Hernández



La polaridad connota una determinada distribución de fuerzas internacionales. La Unión Europea y China constituyen dos polos principales de la emergente multipolaridad, que constituye una de las estructuras alternativas del actual sistema de relaciones internacionales. 

La reciente cumbre entre la Unión Europea y China, centrada en los aspectos relacionados con el comercio y las inversiones, evidenció la importancia estratégica que ambas potencias conceden a sus relaciones económicas, comerciales, financieras, así como a la interdependencia forjada en un sistema internacional cada vez más multipolar.  

Desde fines del siglo XX, la Unión Europea y China trabajan en la construcción de una relación estratégica mutuamente ventajosa, ya que, en el año 1985, suscribieron un acuerdo de comercio y cooperación que ha ido abarcando una serie de actividades que conforman una amplia agenda bilateral: la creación de oportunidades para los negocios, la seguridad internacional, la protección del medioambiente o los intercambios académicos, para solo mencionar los ámbitos más relevantes. 

En el aspecto comercial, la Unión Europea concede a China acceso preferencial al mercado comunitario mediante la aplicación del Sistema de Preferencias Generalizadas. La Unión Europea y China firmaron, en el año 2002, un Acuerdo sobre Transporte Marítimo y las dos Comunicaciones de la Comisión tituladas: “Socios más cercanos. Responsabilidades crecientes” y “Comercio e Inversión Unión Europea–China”, y el documento de trabajo: “Política Comercial y de Inversión Unión Europea-China”, del año 2006, los cuales, además de sentar las bases para el futuro de las relaciones comerciales, vislumbraron el lanzamiento de negociaciones para un nuevo marco institucional bilateral.

En enero de 2007 comenzaron las negociaciones para concluir un nuevo Acuerdo de Asociación y de Cooperación, que fue mucho más amplio que el firmado en 1985, aunque mantuvo el carácter no preferencial y se abstuvo de incluir compromisos concretos de acceso al mercado europeo. 

Desde esa fecha, existen más de cincuenta diálogos de la Unión Europea con China, incluido el relativo a los asuntos comerciales y sectoriales, que sirven para mostrar el enfoque reglamentario de la Unión Europea y para tratar potenciales contenciosos, en un marco estructurado y constructivo. Los temas comerciales se abordan en las reuniones anuales entre las instituciones respectivas de ambas potencias, cubriendo una serie de áreas que afectan al desequilibrio de la balanza comercial bilateral, el acceso al mercado, los derechos de propiedad intelectual, el medio ambiente, la alta tecnología y energía. 

El documento de la Unión Europea “Estrategia 2007-2013”, trató de apoyar la reforma económica china en áreas cubiertas por los diálogos sectoriales, con una asignación presupuestaria de 224 millones de Euros. En diciembre de 2010, la Unión Europea publicó el informe sobre el III Encuentro del Diálogo Económico y Comercial Unión Europea-China y, posteriormente, el documento Evaluación del Programa Indicativo 2011-2013, que confirma la validez de la Estrategia Unión Europea-China, y afirma la necesidad de sintonizar las actuaciones en concordancia con el Plan Quinquenal 2011-2015 de China.

En este momento, la relación Unión Europea-China tiene su horizonte centrado en el año estratégico 2020. Por eso, ambas potencias adoptaron la "Agenda de Cooperación Estratégica Unión Europea  2020" durante la XVI Cumbre celebrada en noviembre del 2013, estableciendo el objetivo común de promover la cooperación en las áreas de paz y seguridad, prosperidad, desarrollo sostenible e intercambios entre naciones. 

Para Wang Yiwei, profesor del Instituto de Relaciones Internacionales de la Universidad del Pueblo de China y subdirector del Centro de Estudios Europeos, la Unión Europea y China se consideran desde hace mucho tiempo socios económicos y comerciales principales. Lo que se demuestra en el hecho de que, en los últimos diez años, China se ha convertido en el segundo mayor socio comercial de la Unión Europea, mientras que, esta última, en el socio comercial más grande de China. [1]

Por consiguiente, las relaciones económicas entre la Unión Europea y China están evolucionando de la cooperación comercial a un modelo dual impulsado por la inversión y el comercio. O sea, hacia un esquema o mecanismo bilateral que incluya aspectos de la economía, la política, la cultura y lo académico. 

Estos son muy fuertes indicios de que la Unión Europea y China han establecido una base sólida en el diálogo estratégico al más alto nivel. Se considera que, de continuar estos progresos entre dos polos esenciales de la multipolaridad económica global, se abren perspectivas para la negociación de una zona de libre comercio entre la Unión Europea y China. Un pacto comercial de esa naturaleza incrementaría la interdependencia de los dos bloques y reduciría el riesgo potencial de nuevas disputas comerciales, que ha sido lo tradicional, entre potencias, a lo largo de la historia de las relaciones internacionales. 

Es conocido que, en el año 2012, la inversión de China en los países europeos superó la inversión de la Unión Europea en China, y que, en el año 2013, los bancos centrales de Europa y China firmaron un acuerdo de intercambio monetario de 350.000 millones de yuanes (45.000 millones de euros). Esto demuestra que las relaciones económicas entre la Unión Europea y China – de cara al 2020-, serán cada vez más estables y previsibles, pues los flujos monetarios abandonan al dólar en sus transacciones financieras recíprocas, ejerciendo –probablemente- un impacto positivo sobre la economía mundial y la estabilidad del sistema internacional. Al mismo tiempo, se plantea que existen ciertos entendimientos sobre las oportunidades futuras entre ambos polos de poder mundial. China se ha propuesto el reto de establecer una Ruta de la Seda del siglo XXI y una Ruta de la Seda Marítima, mientras el objetivo estratégico de la Unión Europea es establecer una zona de libre comercio desde Lisboa hasta Vladivostok, que podría estar en armonía con las pretensiones de China. 

Otra cuestión de particular significación es la cooperación sobre la paz y la seguridad internacional. La "Agenda de Cooperación Estratégica Unión Europea-China 2020" ofrece nuevas esperanzas para la concertación en el mantenimiento de la paz y la seguridad internacional. Ambas potencias no son indiferentes ante el fortalecimiento del poderío militar de Rusia, que, como actor euroasiático, intenta revalorizar su posicionamiento geopolítico frente a las amenazas a su seguridad nacional proveniente de la manifiesta expansión de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y el avance del despliegue de la “defensa” antimisil estadounidense en territorio  europeo, y hasta muy cerca de las fronteras  rusas. 

Todo esto, en el contexto de la crisis ucraniana, vislumbra que la cooperación entre la Unión Europea y China, en materia de seguridad internacional, sea una prioridad. Hay que considerar que, en la coyuntura económica de la crisis sistémica del capitalismo, para la mayoría de las naciones europeas es vital la estabilidad en sus vínculos con las potencias económicas y comerciales. De ahí también que los enormes recursos naturales y energéticos de Rusia revisten de gran valor estratégico. Basta con señalar que el 70 por ciento del petróleo que exporta Rusia va para Europa. Lo mismo ocurre con el gas –del que tiene inmensas reservas-: el 65 por ciento de su producción está destinada a los países de un continente que importa la mitad de la energía que consume. 

Sin embargo, el acercamiento del polo euro-chino pudiera verse perturbado por la permanente injerencia de los Estados Unidos en los asuntos europeos, que priva a la Unión Europea de una política exterior y de seguridad autónoma, en suma, independiente. Para la administración de Barack Obama, Europa tiene que hacer un mejor uso de sus recursos naturales para no depender de otras potencias. Siguiendo la retórica y las posturas estadounidenses, la Unión Europea es crítica en relación con los Derechos Humanos en el gigante asiático, mantiene la vieja política europea de legitimar el status de algunos territorios chinos, el embargo de armas, las restricciones para la venta de alta tecnología y el conflicto en algunas áreas comerciales, como si se tratara de una tentativa por “contener” a China, lo que parece, en el siglo XXI, cada vez menos posible.  

Asimismo, existen otros problemas globales, que rompen los consensos y la armonía entre estas dos grandes potencias, perjudicando la fluidez de la política internacional, como por ejemplo: el cambio climático, la ciberseguridad, las armas nucleares y su proliferación, el terrorismo, la piratería y los conflictos regionales, los cuales trazan serias amenazas a la seguridad mundial, pero también estimulan que la Unión Europea y China ejerciten el diálogo desde una visión multidimensional de la seguridad internacional. Por eso, es trascendente el discurso chino cuando argumenta la idea de que ninguna civilización es superior a otra y la necesidad de asociar lo material con lo espiritual en la perspectiva de civilización, en referencia a que el pueblo chino ama la paz y se opone a la guerra. 

Si tanto el pueblo chino como el europeo aman la paz, entonces la Unión Europea y China, dos polos de la multipolaridad global, podrían incentivarse a actuar de forma más activa en la promoción de mecanismos e iniciativas multilaterales relevantes a favor de la paz y por la eliminación efectiva de los riesgos de la inseguridad y proliferación nuclear, dada la significación que reviste, para la supervivencia de la especie humana, la eliminación de las armas nucleares.

En fin, las oportunidades estratégicas de las relaciones Unión Europea-China, por su peso específico y perspectivas, signarán la evolución del sistema internacional multipolar del siglo XXI. De hecho, el indiscutible ascenso económico de China ha desplazado a la Unión Europea de los primeros planos comerciales en diferentes áreas, colocándose hoy con gran capacidad para influir en la dinámica de las relaciones internacionales y constituir un factor adicional en la erosión del protagonismo de la Unión Europea, cuyas pretensiones de erigirse en una superpotencia están todavía vigentes.   

Notas:


[1] Tres oportunidades estratégicas en las relaciones Unión Europea-China. Por Wang Yiwei, Pekín, 31/03/2014 (Sitio en Internet: “El Pueblo en Línea”).



De la guerra del golfo a Crimea: un mundo "como de costumbre"


Por Dr. Alberto Hutschenreuter

Una de las características del mundo actual es la poca diversificación de hipótesis relativas al porvenir. Con muy escasas excepciones, la mayoría de los enfoques describen escenarios basados en lo que Stanley Hoffmann apropiadamente ha denominado "políticas como de costumbre", es decir, un curso internacional en el que se mantienen los patrones tradicionales: anarquía internacional, competencia interestatal, preocupación por la seguridad, interés y autoayuda nacional, jerarquía internacional, etc.

La situación difiere notoriamente de la que siguió al final de la Guerra Fría, cuando surgieron múltiples 'imágenes' o hipótesis sobre el rumbo de la política internacional.

Entonces, si bien constituían mayoría los enfoques relativos a configuraciones internacionales centradas en políticas de poder, rivalidad, equilibrio y unipolarismo, los enfoques sobre una evolución en clave esperanzadora o en base a "políticas de orden mundial" (para usar el modelo alternativo de Hoffmann que supone la cooperación internacional hasta casi inhibir la confrontación) no solamente gozaban de importante recepción, sino que los hechos parecían orientados hacia dicha política o modelo, por caso, expansión del comercio y de los bloques geoeconómicos, creciente relevancia de los pueblos como nuevos sujetos del derecho internacional y de "la aldea global", expansión de las misiones de la ONU, proliferación de instituciones, etc.

Hoy todas aquellas hipótesis que preanunciaban un mundo menos anárquico y más sujeto a reglas o situaciones de ganancias colectivas que tornaban casi impensable la ruptura, se encuentran depreciadas. Más todavía, aquellas que casi no admitían reservas por la contundencia de los hechos hoy son las más afectadas, por ejemplo, la marcha de la integración europea, que por entonces preanunciaba un inminente ingreso de una parte del continente a un espacio posnacional en que se difuminaban soberanías nacionales.

Otras, como las que aseguraban a los pueblos un horizonte cercano de amparos y derechos, no solamente se depreciaron, sino que padecen hoy un estado de total indiferencia frente a la primacía de intereses por parte de los actores mayores; pero mucho antes del derrumbe de la seguridad humanitaria que tiene lugar en Siria (140.000 muertos, más de la mitad civiles), las catástrofes en la zona africana de los Grandes Lagos (Ruanda) o en los Balcanes (particularmente en las 'zonas seguras' de Bosnia) mostraron los límites de la comunidad internacional para emplazar un nuevo orden internacional "en el que los principios de justicia y juego limpio protejan al débil del fuerte y se alcance una paz duradera", según rezaba la esperanzadora declaración del presidente George H. Bush de marzo de 1991.

La predominancia de cuestiones relativas a los intereses de los Estados por sobre temas que consagran los principios y el amparo de los nuevos sujetos del derecho internacional, es decir, los pueblos, las organizaciones no gubernamentales, las instituciones y regímenes globales, las interdependencias, etc., ha sido contundente durante los dos períodos en que podemos dividir la política internacional a partir del final de la Guerra Fría: desde la Guerra del Golfo a Kosovo (1991-1999), y desde el 11-S hasta Crimea (2001-2014).

Si durante el primer período existió relativa mixtura entre esperanza y decepción internacional, por ejemplo, reacción e intransigencia colectiva ante el acto de fuerza de Irak sobre Kuwait, multiplicación de misiones de la ONU a escala global, intervención internacional sin autorización de la ONU, disuasión nuclear explícita, ampliación de la OTAN, etc.; durante el segundo período la frustración fue predominante, pues los ataques del terrorismo transnacional perpetrados en Estados Unidos fungieron como hechos que habilitaron a Estados Unidos a establecer por una década lo que algunos consideran la máxima condición de seguridad de un país: la hegemonía internacional.

Los recientes acontecimientos entre Ucrania, Rusia y Occidente, que resultaron en la separación de Crimea de la primera y su incorporación a la Federación Rusa, se inscriben dentro de este período que si bien ya no está bajo la hegemonía del actor más poderoso del orden interestatal, ha confirmado que las relaciones internacionales se hallan muy lejos de "las políticas de orden mundial", es decir, el modelo que tiende a "sujetar" las relaciones y rivalidades entre Estados a lógicas de negociación y "ganancias para todos" cada vez más elevadas.

Tal vez sea un hecho auspicioso que la crisis no haya escalado hasta los límites de un peligroso enfrentamiento. Incluso se ha afirmado que en otros tiempos esta crisis hubiera implicado la movilización militar. Es posible que, en términos de aceptar la tendencia del mundo hacia un cierto equilibrio interestatal de fuerzas, se haya "aceptado" el ajuste geopolítico o reparación de Rusia en Crimea.

Pero por donde se la enfoque, la crisis es concluyente en relación a la primacía de "políticas como de costumbre". Más todavía, el contexto internacional ofrece casi solamente datos y hechos propios de este modelo, desde gastos militares a escala global hasta afirmaciones geopolíticas, pasando por irrelevancia de organizaciones intergubernamentales, refrenamiento de entidades posnacionales, etc.

No obstante, desde dentro del modelo predominante es posible realizar arreglos en base a la devaluada "política de orden mundial", por caso, como el mismo Hoffmann considera, dando prioridad a lo que es colectivamente importante para todos, asegurando el cumplimiento de pactos que implican refrenar la violencia o deterioros, fortaleciendo los procesos de negociación, evitando decisiones que crean desconfianza, etc.


Tanto en Rusia como en Occidente se han levantado voces no sospechadas de idealismo alguno que reclaman la celebración de un gran pacto que establezca las reglas de convivencia internacional para las próximas décadas. La historia proporciona experiencias exitosas de convivencia interestatal en el marco de "políticas como de costumbre".

El centenario del comienzo de la Gran Guerra y también la proximidad del centenario de la Conferencia de Versalles proporcionan un marco propicio para lograr el necesario acuerdo que evite a las naciones la posibilidad ser arrastradas a un nuevo y desconocido precipicio.


PERSPECTIVA EQUILIBRIUM / RT