Por
Dr. Alberto Hutschenreuter
Una de las características del mundo actual es la poca diversificación de
hipótesis relativas al porvenir. Con muy escasas excepciones, la mayoría de los
enfoques describen escenarios basados en lo que Stanley Hoffmann apropiadamente
ha denominado "políticas como de costumbre", es decir, un curso
internacional en el que se mantienen los patrones tradicionales: anarquía
internacional, competencia interestatal, preocupación por la seguridad, interés
y autoayuda nacional, jerarquía internacional, etc.
La situación difiere notoriamente de la que siguió al final de la Guerra Fría, cuando surgieron múltiples 'imágenes' o hipótesis sobre el rumbo de la política internacional.
Entonces, si bien constituían mayoría los enfoques relativos a configuraciones internacionales centradas en políticas de poder, rivalidad, equilibrio y unipolarismo, los enfoques sobre una evolución en clave esperanzadora o en base a "políticas de orden mundial" (para usar el modelo alternativo de Hoffmann que supone la cooperación internacional hasta casi inhibir la confrontación) no solamente gozaban de importante recepción, sino que los hechos parecían orientados hacia dicha política o modelo, por caso, expansión del comercio y de los bloques geoeconómicos, creciente relevancia de los pueblos como nuevos sujetos del derecho internacional y de "la aldea global", expansión de las misiones de la ONU, proliferación de instituciones, etc.
Hoy todas aquellas hipótesis que preanunciaban un mundo menos anárquico y más sujeto a reglas o situaciones de ganancias colectivas que tornaban casi impensable la ruptura, se encuentran depreciadas. Más todavía, aquellas que casi no admitían reservas por la contundencia de los hechos hoy son las más afectadas, por ejemplo, la marcha de la integración europea, que por entonces preanunciaba un inminente ingreso de una parte del continente a un espacio posnacional en que se difuminaban soberanías nacionales.
Otras, como las que aseguraban a los pueblos un horizonte cercano de amparos y derechos, no solamente se depreciaron, sino que padecen hoy un estado de total indiferencia frente a la primacía de intereses por parte de los actores mayores; pero mucho antes del derrumbe de la seguridad humanitaria que tiene lugar en Siria (140.000 muertos, más de la mitad civiles), las catástrofes en la zona africana de los Grandes Lagos (Ruanda) o en los Balcanes (particularmente en las 'zonas seguras' de Bosnia) mostraron los límites de la comunidad internacional para emplazar un nuevo orden internacional "en el que los principios de justicia y juego limpio protejan al débil del fuerte y se alcance una paz duradera", según rezaba la esperanzadora declaración del presidente George H. Bush de marzo de 1991.
La predominancia de cuestiones relativas a los intereses de los Estados por sobre temas que consagran los principios y el amparo de los nuevos sujetos del derecho internacional, es decir, los pueblos, las organizaciones no gubernamentales, las instituciones y regímenes globales, las interdependencias, etc., ha sido contundente durante los dos períodos en que podemos dividir la política internacional a partir del final de la Guerra Fría: desde la Guerra del Golfo a Kosovo (1991-1999), y desde el 11-S hasta Crimea (2001-2014).
Si durante el primer período existió relativa mixtura entre esperanza y decepción internacional, por ejemplo, reacción e intransigencia colectiva ante el acto de fuerza de Irak sobre Kuwait, multiplicación de misiones de la ONU a escala global, intervención internacional sin autorización de la ONU, disuasión nuclear explícita, ampliación de la OTAN, etc.; durante el segundo período la frustración fue predominante, pues los ataques del terrorismo transnacional perpetrados en Estados Unidos fungieron como hechos que habilitaron a Estados Unidos a establecer por una década lo que algunos consideran la máxima condición de seguridad de un país: la hegemonía internacional.
Los recientes acontecimientos entre Ucrania, Rusia y Occidente, que resultaron en la separación de Crimea de la primera y su incorporación a la Federación Rusa, se inscriben dentro de este período que si bien ya no está bajo la hegemonía del actor más poderoso del orden interestatal, ha confirmado que las relaciones internacionales se hallan muy lejos de "las políticas de orden mundial", es decir, el modelo que tiende a "sujetar" las relaciones y rivalidades entre Estados a lógicas de negociación y "ganancias para todos" cada vez más elevadas.
Tal vez sea un hecho auspicioso que la crisis no haya escalado hasta los límites de un peligroso enfrentamiento. Incluso se ha afirmado que en otros tiempos esta crisis hubiera implicado la movilización militar. Es posible que, en términos de aceptar la tendencia del mundo hacia un cierto equilibrio interestatal de fuerzas, se haya "aceptado" el ajuste geopolítico o reparación de Rusia en Crimea.
Pero por donde se la enfoque, la crisis es concluyente en relación a la primacía de "políticas como de costumbre". Más todavía, el contexto internacional ofrece casi solamente datos y hechos propios de este modelo, desde gastos militares a escala global hasta afirmaciones geopolíticas, pasando por irrelevancia de organizaciones intergubernamentales, refrenamiento de entidades posnacionales, etc.
No obstante, desde dentro del modelo predominante es posible realizar arreglos en base a la devaluada "política de orden mundial", por caso, como el mismo Hoffmann considera, dando prioridad a lo que es colectivamente importante para todos, asegurando el cumplimiento de pactos que implican refrenar la violencia o deterioros, fortaleciendo los procesos de negociación, evitando decisiones que crean desconfianza, etc.
Tanto en Rusia como en Occidente se han levantado voces no sospechadas de idealismo alguno que reclaman la celebración de un gran pacto que establezca las reglas de convivencia internacional para las próximas décadas. La historia proporciona experiencias exitosas de convivencia interestatal en el marco de "políticas como de costumbre".
El centenario del comienzo de la Gran Guerra y también la proximidad del centenario de la Conferencia de Versalles proporcionan un marco propicio para lograr el necesario acuerdo que evite a las naciones la posibilidad ser arrastradas a un nuevo y desconocido precipicio.
PERSPECTIVA EQUILIBRIUM / RT
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