viernes, 25 de octubre de 2013

Hans Modrow: “Ni lo que fuimos ni lo que somos: yo quiero una nueva Alemania”

 Por Raúl Garcés

A sus 85 años, Hans Modrow es, probablemente, uno de los hombres más respetados de Alemania. Su autoridad moral y honestidad como político han podido más que el ambiente de descrédito contra todo vestigio de socialismo, sobrevenido tras la caída del muro de Berlín.

En 1989, a Modrow no habrían podido esperarle desafíos más imponentes: ser el último jefe de gobierno de la extinta República Democrática Alemana (RDA), ceder a una reunificación que se venía asomando hacía rato como inevitable y, finalmente, intentar reconstruir una izquierda marcada durante mucho tiempo por la desunión, la falta de visión estratégica e incluso, la desesperanza.

Nos recibió en la sede del Partido De Linke, del cual es hoy Presidente de Honor. De visita en Alemania, un grupo de cubanos convocados por el MINREX dialogamos con Modrow y varios de sus colegas. Al final, no pude resistir la tentación de lanzarle apresuradamente algunas preguntas que, gracias a su gentileza, se convirtieron en esta pequeña entrevista. Mucho más que nada, pero mucho menos que lo que merece Modrow: un hombre que guarda consigo claves esenciales para entender los sucesos de 1989, y para evitar tropiezos con las mismas piedras interpuestas en un modelo que rindió honores a todo menos a su nombre: socialismo real. 

RG: Ayúdeme a entender la sensación que tengo en torno a la derrota de la RDA en el terreno simbólico. Con la construcción y la caída del muro de Berlín, ¿perdió el socialismo alemán la batalla por los símbolos?

HM: Cuando uno habla del muro hay que saber que no se trataba solo de un muro alrededor de Berlín, sino que las fronteras estaban cerradas entre el Pacto de Varsovia y la OTAN, desde el mar Báltico hasta el Negro. En junio de 1961, un año antes de que empezara la Crisis de los Misiles, se reunieron Nikita Jruschov y John F. Kennedy en Viena, allí se habló de Alemania occidental, y los dos explicaron: “No queremos ninguna guerra, intentaremos que esta cuestión sobre Berlín occidental no se convierta en algo que conduzca a una guerra entre las dos potencias”.
Lo que estuvo claro fue que, en el verano de 1961, Alemania estaba en peligro de una guerra, y entonces el Pacto de Varsovia decidió que se cerraran las fronteras entre los estados de la OTAN y los estados del Pacto. En Berlín se reflejó esto como un muro, y en otros lugares, con una cerca de miles de kilómetros, como ocurre en la frontera entre los Estados Unidos y México.
Con el desarrollo posterior surgió una situación que ponía en contradicción a los ciudadanos y ciudadanas de la RDA, respecto al gobierno y la dirección del Partido, expresada en tres factores: en primer lugar, muchas personas estaban convencidas de que la RDA, como estaba, no podía continuar existiendo, que tenía que cambiar, pero esta convicción no se tradujo en medidas y acciones concretas.
En segundo lugar, la división familiar fue brusca, de la noche a la mañana; mis padres y hermanos vivían en la República Federal, yo era ciudadano de la RDA y ellos de la RFA; cuando terminó la Segunda guerra mundial, una parte de los alemanes fue para allá y otra parte para acá, y millones de personas vinieron desde lugares como la República Checa y Polonia y se establecieron en las dos partes de Alemania.
Luego vino la situación de que se abrieron las fronteras y surgió el problema de cómo iban a convivir los dos estados alemanes; la apertura de las fronteras no solo era la solución del problema para unir a las dos Alemanias, porque se trataba de un proceso histórico, que tenía que ver incluso con las cuatro potencias vencedoras de la Segunda guerra mundial. El problema de la unificación alemana fue un proceso que dependió tanto de factores internos como externos.
 RG: Comprendo que hubiera una fuerte presión de sectores de la sociedad alemana para demandar un cambio, pero, ¿querían con ese cambio la derrota del socialismo? ¿Podía haber sido otra la historia, de conducirse mejor el proceso de transformaciones?

HM: Esa es una pregunta difícil, porque usted se la está formulando a un protagonista; el proceso fue así como le voy a decir.
Era el 40 aniversario de la RDA y la dirección, sobre todo Erich Honecker —en realidad toda la dirección política—, pensaba que si las fiestas de celebración eran ampulosas, el país ganaría en estabilidad, y si Mijaíl Gorbachov venía y nos apoyaba, el problema estaría resuelto. Pero nada más lejano de la situación real.
La realidad fue que la dirección había dejado de inspirar confianza y se inició un proceso desde el 18 de octubre hasta el 10 de noviembre donde tuvieron lugar dos cambios; por una parte se fue Honecker, y en la reunión en Nuremberg se eligió a Egon Krenz como Secretario General, y se reeligió de nuevo, en el lapso de tres semanas, pero sin confianza suficiente del Partido; el Partido dejó de tener confianza en el Secretario General.
Era necesario fundar un nuevo gobierno, crear un nuevo gobierno, porque el del ministro-presidente no tenía ninguna confianza y no querían entre ellos dirigir de conjunto. Egon Krenz tenía cuatro candidatos que podían ser eventualmente ministros presidentes, tres rechazaron serlo; yo fui el cuarto, estaba dispuesto a asumir la responsabilidad, y con esto comenzó el intento de mantener a la RDA como país socialista.
De mi parte, los esfuerzos llegaron hasta mediados de enero de 1990, pero en el área militar, en la alianza militar, se dijo que el pacto con Moscú iba a dejar de existir. El 9 y 10 de enero fue la reunión del CAME en Sofía; por Cuba participó Carlos Rafael Rodríguez. Carlos y yo éramos buenos amigos. Cuando se acabó la reunión vino hacia mí y me dijo: “Hans, yo creo que Cuba se va a quedar sola, el CAME no va a continuar existiendo”, él tenía el mismo sentimiento que yo.
De esto resultó que con un pequeño grupo del Ministerio de Relaciones Exteriores, y asesores, se formó una concepción para la unión de los dos estados alemanes; esta era una concepción con tres niveles, el primero era una comunidad contractual entre dos estados soberanos alemanes; en un segundo nivel, una confederación entre los dos estados; y en tercer lugar un estado federado como la República Federal de Alemania, conformado hoy; esta concepción fue hablada en Moscú con Gorbachov y el ministro de Relaciones Exteriores, Edward Shevardnadze, y ellos dieron su aprobación.
El 1º de febrero presenté esta concepción ante una conferencia, y luego debíamos discutir cómo se iba a desarrollar; hay un libro sobre eso de Condoleezza Rice. El 3 de febrero se reúnen los especialistas para Europa del Este en Washington, a fin de analizar lo que había que hacer. En mi concepción estaba que la unificación alemana no podía pertenecer a la OTAN. Desde el punto de vista militar, la nueva Alemania tenía que ser neutral.
El 8 de febrero, una semana después, el ministro de Exteriores de Estados Unidos estaba en Moscú, hablando con Gorbachov y Shevardnadze. Dijo que respaldaba una unificación alemana si se trataba de una Alemania de la OTAN. Gorbachov estuvo de acuerdo. El 10 de febrero, diez días después de mi encuentro en Moscú, Helmut Kohl viajó a la capital rusa y recibió la aceptación: “Sí, Alemania puede ser unificada, y va a ser un país de la OTAN”. Ahí precisamente empezó la modificación.
Las cuatro potencias vencedoras comenzaron un proceso de negociaciones con los dos estados alemanes. El proceso primeramente debía llamarse “Cuatro más Dos”; luego, los Estados Unidos y la RFA se pusieron de acuerdo para que el papel y las condiciones impuestas por la RFA salieran adelante, y Gorbachov volvió a aceptarlo; ya con esto se había perdido la oportunidad de mantener viva a la RDA.
Helmut Kohl le prometió a los ciudadanos de la RDA florecientes paisajes, y ellos creyeron en eso, y no en un número reducido: mantener todos los logros sociales de la RDA en la salud, en la educación, recibir carreras, estipendios, y, además de eso, darles el marco alemán occidental; en realidad, lo único que recibieron fue el marco, porque perdieron todos los logros sociales.
RG: Los alemanes parecen recordar con nostalgia los niveles de seguridad social y las políticas de protección de la Alemania socialista, pero, al mismo tiempo, muchos rechazan la posibilidad de volver al pasado. ¿Por qué?

HM: Aquí hay un problema de escala de valores, que se acentuó con los cambios ocurridos en los años 90 dentro del contexto europeo. Mientras marchábamos hacia la reunificación, la idea más importante que se nos presentaba era la conquista de la libertad. Hoy es la de la justicia social. Por esa todavía, a estas alturas, tenemos que luchar; es evidente que la gente comprendió la importancia de vivir con justicia social, y articular una comunidad de ciudadanos sociales.
Ese sentimiento es muy fuerte en los ciudadanos de la extinta RDA, aun cuando representemos a distintas fuerzas políticas: desde los conservadores, hasta nuestro Partido de la Izquierda (De Linke).
 R.G.: Cuando mira hacia atrás, casi veinticinco años después de los sucesos de 1989, ¿a qué conclusiones llega?, ¿qué es lo que más extraña del socialismo real?, ¿qué quisiera olvidar?

 HM: Es una pregunta muy sugestiva, porque tiene que ver con mi propia biografía. Yo soy de una generación que vivió el fascismo, que estuvo en la Segunda guerra mundial, que pasó por una prisión soviética cuatro años, y solo hasta el año 1949 fue que pude regresar a casa.

Llegué a un país que era completamente extraño para mí, pero no quería que volviera a haber guerra, y tampoco quería que volviera a existir el fascismo. Esa era la posición que yo tenía, quería vivir en paz y que el fascismo no volviera. El fascismo es una forma del capitalismo, un capitalismo imperialista.
Nosotros queríamos una nueva Alemania, y esta nueva Alemania tenía que ser socialista. Esto es lo que constituye para mí el problema fundamental: aquello por lo que yo luché, o sea, una Alemania socialista y pacífica, ya no existe; y eso es lo que yo extraño, porque lo que existe hoy es una Alemania que quiere volver a ser una potencia mundial, que está al lado de los Estados Unidos y que juega un papel de dominación en Europa. Yo estoy en contra de eso, yo quiero una nueva Alemania.
Yo no puedo recuperar la RDA porque la historia siempre va hacia adelante, pero abogo por un país donde, por lo menos, el valor principal sea la vida, donde este valor principal de la vida no se pierda y que se continúe hacia adelante.
Lo que me he llevado de la RDA son muchas experiencias que dejan reconocer errores; son también experiencias que, en comparación con la actual República Federal Alemana, para mí representan una gran pérdida respecto a lo que teníamos.
Nosotros hoy nos esforzamos, intentamos que sean percibidos y recibidos estos conocimientos en la izquierda, y que sean parte de la política. Además de eso, existen personas que no están de acuerdo con nuestro Partido, pero que también quieren un cambio.
Quiero contarte una vivencia última, directa, que tuve ayer. Yo estaba viajando en el metro y una señora mayor estaba sentada frente a mí, me miró y me preguntó: “Señor Modrow, ¿me puedo sentar a su lado?”. Le dije: “Claro, ¿por qué no?”, y ella me replicó: “Yo nunca he estado en su Partido. Yo quería ser maestra y no lo logré, fui hermana en la diaconía de la iglesia y trabajé en un hospital. Yo le quiero decir con todo respeto que no quisiera que no se pierda todo aquello por lo que usted luchó, que no se pierda todo lo que fue la RDA”. Era una mujer de la Iglesia, o sea, que hay un mayor espectro de personas que sacan conclusiones en torno a cómo vivimos hoy y cómo se vivía en la RDA, y mientras más hablen ellos con sus hijos y nietos, más importante será.
RG: Permítame preguntarle por Mijaíl Gorbachov: ¿lo considera un agente de la CIA, como algunos dicen, o cree que quería reformar sinceramente el socialismo?

 HM: Cuando Gorbachov fue elegido Secretario general del PCUS, y planteó que era necesaria una transformación del socialismo, yo era su defensor, porque yo estaba convencido de que aquí en la RDA también debíamos iniciar un proceso de cambios. Siempre pensé que no podía ser otra copia de la Unión Soviética, debía ser nuestro propio camino, pero también nosotros necesitábamos cambios. Eso fue así hasta 1987, aproximadamente.

Yo tenía contactos muy estrechos con Leningrado, porque en la organización municipal donde yo me desempeñaba como Primer Secretario, en Dresde, había un hermanamiento con la ciudad de Leningrado. Yo hablaba un poco de ruso y era posible para mí conversar con la gente allí. Me di cuenta que el desarrollo de la URSS avanzaba hacia lo negativo, era un desarrollo que no encontraba aceptación.

Desde mi punto de vista, Gorbachov miente cuando dice hoy que él se había propuesto desde el principio eliminar el socialismo en la URSS. Hay tres motivos para hacerlo: primero, le sería incómodo confesar su incapacidad para salvar el socialismo, para hacer algo que evitara el derrumbe de la URSS; segundo, él justifica que no se asumieron en Rusia los elementos de transformación que proponía a través de la perestroika. Pero eso ya nadie se lo cree. Él mismo quería ser reelecto como Presidente y, al final de la década de los 90, fundó un partido socialdemócrata que no alcanzó ni siquiera 1% de votación. Con razón se dice que Gorbachov es un traidor; y tercero, él es una persona sin carácter, llena de ambiciones, fue invitado una y otra vez a Alemania y otras partes de Europa y se la pasaba dando declaraciones.

Entre 1945 y 1949, el Ejército soviético, dentro de la zona de ocupación soviética, le quitó las propiedades a los latifundistas y se las dio a las personas pobres mediante una Reforma de la tierra. La gente de Polonia y Checoslovaquia, por ejemplo, recibieron esos suelos.
Desde marzo de 1990, el gobierno de la RDA, debido a mi solicitud ante el gobierno soviético, acordó también que las expropiaciones habían sido justas. En 1989, Gorbachov estuvo en Berlín y dio una conferencia ante los herederos de los latifundistas que querían volver a apoderarse de las tierras. Declaró que él no quería que se mantuviera aquella Reforma. Por eso recibió un honorario de 30 000 marcos y su fundación recibió una donación de 500 000 marcos. Ese es el rico hombre Gorbachov, y en la política hay que decir que él tuvo ese carácter no desde que abandonó el gobierno, sino desde que estaba dentro de él. No creo que fuera entonces agente de la CIA, pero un mentiroso sí era.
 RG: Presumo que le ha dado seguimiento al llamado “socialismo del siglo xxi” que se desarrolla en América Latina. ¿Qué opinión tiene sobre sus potencialidades, de cara al futuro?

HM: El socialismo del siglo xxi no surge a partir de un modelo, sino como respuesta a un capitalismo que ha robado durante siglos a los pueblos latinoamericanos, y que explota cada vez más, y es cada vez más agresivo. En América Latina hay diferentes experiencias que no se pueden llevar ni deberían llevarse a un modelo. Tiene que crecer una nueva calidad de la solidaridad. Que la solidaridad sea tan fuerte que pueda generar un movimiento que se apoye mutuamente y se constituya en una fuerza conjunta.
Es algo que está por ver, pero teniendo en cuenta a Europa veo una ventaja en América Latina: la historia latinoamericana es más común, tiene un idioma central (apartándonos del portugués), y se pueden desarrollar identidades en común sin barreras.
Nosotros siempre hemos subestimado en Europa el problema de la cultura. La URSS era un estado multinacional, ellos tenían la idea de que era una comunidad de pueblos y eso no era así.
 RG: Usted conoció a Fidel Castro, ¿cómo lo recuerda?

HM: Con Fidel pude discutir toda una noche en 1992. Para él, yo representaba un pedacito de la RDA, yo no estuve en la cúpula de la jefatura, sino en la parte media, pero de pronto no estaban Honecker ni Krenz, y entonces, en los meses en que fui ministro presidente, pudimos intercambiar ideas. Para mí era importante lo que le interesaba a Fidel. Puedo decirte que sobre la caída de la Unión Soviética lo conocía todo, lo preguntaba todo, nos movimos en un campo muy personal.
 RG: Por último, ¿qué les dice a los jóvenes de hoy?, ¿qué les recomienda cuando vienen a preguntarle sobre la caída del socialismo que usted vivenció?

HM: A los jóvenes no debemos darles enseñanzas desde arriba, sino contarles simplemente nuestra experiencia. Margot Honecker, esposa de Erich Honecker y ministra de Educación de la RDA durante muchos años, era partidaria de que los jóvenes estuvieran siempre agradecidos a la dirección del Partido y el Estado. Yo le decía. “Margot, ¿te acuerdas de cuando éramos jóvenes? ¿Nos gustaba decir ‘gracias’? Nosotros tampoco queríamos hacerlo”.
Los jóvenes no pueden conformarse, porque si se conforman terminan creyendo que no pueden cambiar nada. Margot Honecker prefería quedarse con el agradecimiento de los jóvenes y con la sensación de que las nuevas generaciones eran buenas. Pero la juventud, además de buena, tiene que ser fresca, hacer presión, moverse, llevar algo hacia adelante. Si una juventud no cambia nada, deja de hacer lo que necesitamos.


jueves, 24 de octubre de 2013

América Latina: temas urgentes de la coyuntura geopolítica



   
   
   Por Atilio Borón

El viernes pasado concluyeron en La Habana las deliberaciones de la Primera Conferencia sobre Estudios Estratégicos organizado por el Centro de Investigaciones de Política Internacional dependiente del Instituto Superior de Relaciones Internacionales (ISRI) del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba. Fueron tres días de productivas discusiones en los cuales se pasó revista a distintos aspectos de la coyuntura geopolítica internacional y el papel que en la misma juegan los países de América Latina y el Caribe.

El malecón de la Habana, azotado por la marejada


Algunas reflexiones preliminares habían sido expuestas en un posteo anterior; a continuación se exponen algunas de las conclusiones más relevantes de la conferencia:

a)    Necesidad de una respuesta mucho más tajante de nuestros países en relación a la agresión informática, el espionaje  y los ciberataques lanzados por diversas agencias de inteligencia de Estados Unidos. De hecho, cuando Google, Yahoo, Skype, Facebook y otras grandes compañías del mundo de la Internet reconocieron públicamente que transferían sus archivos a los organismos de espionaje y seguridad de Estados Unidos todos esos programas deberían haber sido eliminados inmediatamente de los organismos gubernamentales de la región y reemplazados, en la medida en que ello fuera posible, por sucedáneos del software libre. Paralelamente tendría que haberse lanzado una gran campaña para desalentar su empleo en las organizaciones no-gubernamentales y el público en general, cosa que apenas se está haciendo en Brasil, víctima preferencial de esos ataques junto con Alemania y Francia, según recientes revelaciones. Varios expertos coincidieron en señalar que los programas convencionales de anti-virus revisan y limpian todos los archivos de computadoras localizadas en tanto en El Cairo como Buenos Aires o Bangalore, pero que la labor se hace en Estados Unidos y que simultáneamente con la remoción o no de los virus esos archivos son copiados y mantenidos en gigantescos servidores controlados por el gobierno de Estados Unidos, donde son almacenados y revisados primeros por robots informáticos y, cuando aparecen contenidos, emisores o destinatarios sospechosos, por humanos.  Conclusión: se impone acelerar el tránsito hacia el software libre y, además, desechar todas las computadoras hechas en Estados Unidos o por firmas norteamericanas radicadas en terceros países, de donde se desprende la importancia de desarrollar una industria latinoamericana de producción de hardwares de diverso tipo (computadoras de mesa, laptops, tabletas, etcétera).
 
b)    Otra de las conclusiones se focalizó sobre La silenciosa y permanente agresión militar del imperialismo y el papel de la UNASUR. Uno de los graves problemas que enfrenta la región es que pese a estar cercada por 76 bases militares estadounidenses los gobiernos de la UNASUR no han sido capaces hasta ahora de consensuar una hipótesis de conflicto realista para la región. Hipótesis que debe responder a una pregunta bien simple: ¿quién es nuestro más probable agresor o quién es el que ya nos está amenazando? No obstante la abrumadora presencia de tantas instalaciones militares estadounidenses diseminadas a lo largo y a lo ancho de toda América del Sur esa respuesta todavía no ha sido siquiera esbozada y continúa siendo un tema tabú al interior de la UNASUR. Obviamente que la heterogeneidad del mapa sociopolítico sudamericano conspira contra una tal iniciativa. Hay gobiernos que han asumido como su misión convertirse en los “Caballos de Troya” del imperio y obedecer incondicionalmente las directivas emanadas de Washington: en Sudamérica tal es la situación de Colombia, Perú y Chile, con la muy probable adición a esta lista del gobierno del Paraguay. Hay otros que pugnan por asegurar su autodeterminación y resistir a los designios y presiones del imperialismo: casos de Bolivia, Ecuador y Venezuela. Y otros, como Argentina, Brasil y Uruguay, que navegan a media agua: apoyan tibiamente a los segundos en sus proyectos continentales pero comparten con los primeros su vocación de instaurar en sus países un “capitalismo serio”, engañoso oxímoron que enturbia la conciencia de gobernantes y gobernados por igual. El resultado es la enorme dificultad de llegar a un acuerdo para, por ejemplo, exigir algo tan fundamental como el retiro de las bases militares extranjeras de América del Sur; o para mantener a esta parte del continente como una zona libre de armas nucleares, cosa que ahora es imposible de certificar. ¿Cómo saber cuáles son las armas que el Pentágono instala en sus bases? Hay sospechas muy fundadas de que en algunas que posee en Colombia, como Palanquero, o en la de la OTAN en Malvinas (base que cuenta con apoyo logístico y presencia militar estadounidense) puede haber armas de destrucción masiva. Pero la verificación in situ ha probado ser, al menos hasta ahora, imposible porque ni siquiera existe un acuerdo sobre la necesidad o conveniencia de llevar a cabo una inspección.

La silenciosa pero muy efectiva ingerencia de Washington sobre las fuerzas armadas latinoamericanas se traduce también en la insólita continuidad de los programas de “formación y adiestramiento” de militares y -¡cuidado con esto!- de fuerzas policiales en la región. Incluso en gobiernos claramente enfrentados con el imperialismo norteamericano la inercia de tantas décadas de formación en la Escuela de las Américas y otras del mismo tipo torna difícil sustraerse a la presión militar para continuar con esos programas. Pero cuando la costumbre y los incentivos crematísticos no son suficientes la Casa Blanca apela a la extorsión.  Si un país decide no enviar sus oficiales a tomar cursos de formación en Estados Unidos en represalia Washington puede interrumpir el suministro de equipo militar a los países del área, sea bajo la forma de donaciones o ventas  subsidiadas. De ese modo el gobierno desobediente podría después ser acusado de “no colaboración” en la guerra contra el narcotráfico o el terrorismo, entre otras cosas por no contar con los equipos y armamentos adecuados para la tarea. Y es lógico pensar que quien se adiestra en Estados Unidos es entrenado para combatir a quienes ese país considere como sus enemigos. Y ya sabemos quienes son éstos para el imperio: precisamente los gobiernos y las fuerzas antiimperialistas de la región. En suma: los cursos, las armas y las doctrinas militares conforman una trinidad inseparable. Los países que envían a sus oficiales a entrenarse en Estados Unidos están también dejando en manos de ese país decidir quienes son los enemigos a combatir y cómo hacerlo.

 En la misma línea debe señalarse la absurda sobrevivencia del TIAR, el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca desahuciado en los hechos por la colaboración brindada por Washington a Gran Bretaña en la Guerra de las Malvinas; o la continuidad de las periódicas reuniones de los Comandantes en Jefe o de la Junta Interamericana de Defensa; o la realización de operaciones conjuntas con fuerzas de Estados Unidos, siendo que éste es el único enemigo regional a la vista. Todo lo anterior se complementa, en el plano jurídico, con la aprobación en casi todos nuestros países de una legislación antiterrorista sólo inspirada en la necesidad de proteger la sigilosa ocupación de los Estados Unidos del territorio latinoamericano y de criminalizar a las fuerzas políticas y movimientos sociales que se oponen a los avances del imperialismo.
 
c)     También surgió de la conferencia la necesidad de estudiar sistemáticamente al imperialismo norteamericano. Es preciso revertir una peligrosa tendencia muy presente en las fuerzas políticas y los movimientos antiimperialistas de la región y que se sintetiza en una consigna rayana en el suicidio: “al enemigo no se lo estudia sino que se lo combate.” Se exalta el fervor militante, lo que está bien, pero se subestima la necesidad de conocer científicamente, minuciosamente, al imperialismo, lo que está mal.  Sin estudiar a fondo a Estados Unidos como centro nervioso del  sistema imperialista; sin conocer cómo funciona; sin saber cuáles son los dispositivos mediante los cuales establece su predominio a escala mundial y  quiénes son sus agentes operativos en los planos de la economía, la política y la cultura; desconociendo cuáles son sus estrategias y tácticas de lucha, sus artificios propagandísticos y sus concepciones ideológicas, y quiénes sus peones locales se torna casi imposible librar una batalla exitosa contra su dominación. Por eso tenía razón José Martí, uno de los grandes héroes de nuestras luchas antiimperialistas, cuando para fundamentar su diagnóstico sobre los ominosos designios de Estados Unidos le dijo a su amigo Manuel Mercado que “viví en el monstruo, y le conozco las entrañas.”

Pero el desconocimiento del imperio no es atributo exclusivo de la militancia antiimperialista. Lamentablemente en la academia de nuestros países el estudio de los Estados Unidos es una materia que brilla por su ausencia. Se cuentan con los dedos de una mano los centros de investigación que se dedican a estudiar a nuestros opresores, mientras que en Estados Unidos son alrededor de trescientos  los centros y/o programas de enseñanza e investigación que tienen por objeto investigar nuestras sociedades. Estas preocupantes realidades deberían suscitar una rápida reacción de las fuerzas antiimperialistas de la región, recordando lo que con tanta razón observara Lenin al decir que “nada hay más práctico que una buena teoría”. Una buena teoría sobre el imperialismo contemporáneo que debe articular la tradición clásica, sobre todo la teoría leninista del imperialismo, con las novedades que asume el fenómeno un siglo después de que el revolucionario ruso escribiera su libro sobre el tema. Novedades entre las cuales no es precisamente la menor el desplazamiento del centro del sistema imperialista desde las potencias coloniales europeas a los Estados Unidos; novedades, también conviene subrayarlo, que lejos de refutar las previsiones y los análisis de Lenin no hicieron sino ratificarlos pero bajo nuevas formas que no pueden ser ignoradas si lo que se pretende es librar un eficaz combate contra tan perverso sistema.[1]

Necesidad, por lo tanto, de estudiar seriamente el funcionamiento del “complejo militar e industrial” norteamericano, y su insaciable voracidad. Es este entramado de gigantescos oligopolios lo que constituye el corazón de la clase dominante norteamericana y, por extensión, de la burguesía imperial. Para el “complejo militar e industrial” la paz equivale a la bancarrota: sin guerras no hay ganancias y sin ganancias no se puede financiar a la clase política de Estados Unidos. Perversa articulación entre la rentabilidad de la industria armamentística –una industria que sólo provoca destrucción y muerte- y las necesidades de los políticos norteamericanos de costear sus carreras políticas que inevitablemente terminan colocando a los vencedores al servicio de sus financistas. No sorprende, por lo tanto, constatar que las ventas de las industrias del “complejo militar-industrial” hayan aumentado en un 60 % entre 2002 y 2012, desde el comienzo de la gran contraofensiva militar después del 11-S hasta nuestros días.

Dato adicional: ¿se acuerdan que hace unos seis meses parecía que el mundo enfrentaba un inminente ataque atómico lanzado por Corea del Norte? ¿Qué pasó con eso? ¿Ahora los norcoreanos ya no ponen en jaque al planeta? Después se dijo que parecía que la obstinación de Irán de continuar con su programa nuclear ponía en peligro la paz muncial, y más tarde el problema de las “armas químicas” de Siria parecía colocarnos, otra vez, al borde de una Tercera Guerra Mundial. Conclusión: para la rentabilidad de sus negocios el “complejo militar-industrial” necesita garantizar que siempre haya crisis, y si no las hay las inventa, y si no las inventa las construye mediáticamente. Para eso está la prensa hegemónica que, cual la puta de Babilonia, se presta solícita a difundir esas patrañas que amedrentan a la población al paso que estimulan la producción de nuevos y cada vez más letales armamentos.
 
d)   Diversas ponencias de la conferencia señalaron la continuidad de la política de la Casa Blanca hacia América Latina y el Caribe. En este sentido hubo un consenso prácticamente unánime en señalar la identidad existente entre las políticas latinoamericanas de las administraciones de George W. Bush y Barack Obama, razón por la cual conviene dejar de utilizar ese nombre –“administración”- y hablar mejor del “régimen de Washington”, para señalar de este modo la sistemática violación de la legalidad internacional y los derechos humanos practicada por el gobierno norteamericano, de cualquier signo.[2] En lo que toca a Cuba si algo hizo el “régimen” norteamericano fue intensificar el bloqueo financiero, comercial y económico contra la isla, ajustando aún más los controles establecidos por la legislación estadounidense. No deja de ser sorprendente que no haya todavía surgido una queja universal en contra de la ilegal e inmoral extraterritorialidad establecida por la Enmienda Torricelli a la Ley Helms-Burton. Según esta monstruosidad jurídica -diseñada exclusivamente para perjudicar a un solo país en el mundo: Cuba- el gobierno de Estados Unidos está autorizado para aplicar sanciones a cualquier empresa nacional o de un tercer país (por ejemplo, una británica, japonesa o sueca) por el sólo hecho de comerciar con Cuba o iniciar emprendimientos económicos con la Isla, por ejemplo, en la explotación del petróleo. En otras palabras, Estados Unidos “legaliza” al imperialismo mediante  la despótica imposición de la ley estadounidense por encima de la de todos los países del globo. ¡Imaginemos lo que ocurriría sin país cualquiera pretendiera hacer algo igual, por ejemplo, universalizar su legislación prohibitoria de la pena de muerte y sancionara a aquél que, como Estados Unidos, aún la aplicara! Para quienes todavía dudan de que vivimos bajo un sistema imperial los ejemplos anteriores bastan y sobran para convencerlos de lo contrario.

Otro rasgo que demuestra la enfermiza persistencia de la agresión en contra de Cuba está dado por el hecho de que Washington continúa utilizando transmisiones ilegales de radio y televisión convocando al pueblo de la Isla a subvertir el orden constitucional vigente y a rebelarse en contra de su gobierno, con el objeto de lograr el largamente acariciado “cambio de régimen”. Dichas transmisiones no sólo divulgan propaganda sediciosa sino que, además, interfieren en el normal funcionamiento de las emisoras de radio y televisión cubanas. Se estima que el costo de estas actividades ilegales patrocinadas por Washington se eleva a unos 30 millones de dólares anuales. Un informe reciente de la Auditoría del Gobierno estadounidense referido exclusivamente a las actividades de la USAID y el Departamento de Estado reveló además que entre 1996 y el 2011 esas agencias destinaron 205 millones de dólares para promover el derrocamiento del gobierno cubano. Muchos millones más fueron seguramente apropiados por la CIA, la USAID, el Fondo Nacional para la Democracia y otras instituciones afines para promover tan siniestros objetivos. Por lo visto le asistía toda la razón a Noam Chomsky cuando interrogado a fines del 2008 sobre su pronóstico acerca de la inminente inauguración del “régimen de Obama” respondió sarcásticamente que éste sería apenas el tercer turno de la Administración Bush. Tenía razón, como lo demostró la historia, aunque se quedó corto: si se computa el número de muertes civiles ocasionadas por los aviones no tripulados norteamericanos, los “drones”, el inverosímil Premio Nobel de la Paz superó con creces el saldo luctuoso de su predecesor.  ¡Ah!, a seis meses de las elecciones presidenciales venezolanas el muy distraído Obama todavía parece no haberse enterado que el triunfador de esa contienda fue el candidato chavista Nicolás Maduro y sigue sin reconocer oficialmente su victoria y alentando, de ese modo, los planes desestabilizadores de la oposición fascista en la República Bolivariana de Venezuela. Y los cuatro luchadores antiterroristas cubanos que purgan en las cárceles del imperio su osadía de pretender desmontar la máquina terrorista instalada en Miami -y protegida por el “régimen de Washington” – podrían ser puestos inmediatamente en libertad si Obama ejerciera las atribuciones del perdón presidencial que le confiere la constitución. Pero no lo hace. En cambio, sigue apadrinando a terroristas como Luis Posada Carriles o el ex presidente boliviano Gonzalo Sánchez de Lozada, cuya extradición es solicitada por la justicia de ese país por su responsabilidad en la masacre de 67 personas durante las jornadas de protesta popular que provocaron su caída.   

 Notas:


[1] Sobre el tema consultar dos obras de nuestra autoría, de descarga gratuita en la web: Imperio & Imperialismo. Una lectura crítica de Michael Hardt y Antonio Negri  (Buenos Aires: CLACSO, 5º edición,  2004, “Premio Extraordinario de Ensayo de “Casa de las Américas”), especialmente el capítulo 8 y la compilación que efectuara con el título de Nueva Hegemonía Mundial. Alternativas de cambio y movimientos sociales (Buenos Aires: CLACSO, 2004), po. 133-154. Pueden encontrarse el primero deestos libros en: https://docs.google.com/file/d/0Bx2YC3gJbq2TMjExMTU0MGUtMjY2ZC00ZDg0LTljOWUtODIyMDZkNzM4YTRh/edit?usp=drive_web

Fuente: http://www.atilioboron.com.ar/2013/10/america-latina-temas-urgentes-de-la.html

miércoles, 23 de octubre de 2013

La política de Estados Unidos hacia América Latina y el Caribe: una reflexión teórica[i].


Por Roberto Miguel Yepe Papastamatin
Profesor en el Instituto Superior de Relaciones Internacionales “Raúl Roa García”
En un ensayo publicado en 1993, el profesor Roberto González Gómez, del Instituto Superior de Relaciones Internacionales “Raúl Roa García”, expuso la necesidad de intentar la elaboración de un nuevo paradigma interpretativo de las relaciones internacionales que permitiera enfrentar el dominio casi absoluto ejercido en esta disciplina por las concepciones y escuelas de pensamiento provenientes de los principales centros de poder[ii]. Para ello, sugería integrar los mejores aportes de los paradigmas realista, idealista e interdependentista, al tiempo que reivindicaba la vigencia del enfoque marxista y de la teoría de la dependencia en el estudio del fenómeno del imperialismo, cuya sola enunciación en el discurso político y la reflexión académica, en aquellos años de ensueño para el dogma neoliberal, solía ser considerado como un anacronismo.
Esta propuesta planteaba y sigue planteando un enorme desafío intelectual, en la medida en que los paradigmas teóricos, en cualquier disciplina, son presupuestos o postulados fundamentales con los que se pretende simplificar una realidad compleja, con el objetivo de explicarla, y al constituir conjuntos o sistemas de creencias armónicos y autosuficientes, resulta extremadamente difícil, por no decir imposible, separar o tomar elementos de cada uno de ellos para integrarlos en una especie de súper paradigma que permita superar las respectivas limitaciones o insuficiencias de sus distintas fuentes conceptuales.
Sin embargo, en el sentido de lo propuesto por el profesor Roberto González, es posible y conveniente trabajar en la identificación de puntos de contacto y de la posible complementariedad entre la teoría marxista del imperialismo, particularmente en su versión leninista, y la teoría realista de la política internacional, especialmente en su vertiente neorrealista, para avanzar en la investigación de la política exterior de los estados. Incluso eventualmente se podría aspirar, no sin antes superar importantes dificultades, a lograr una síntesis teórica entre ambas corrientes de pensamiento en el campo de la política internacional.
Un esfuerzo de ese tipo sería particularmente relevante para el tema que nos interesa: la política de Estados Unidos hacia América Latina y el Caribe.
Se trata de un objeto de estudio tratado ampliamente y desde las más diversas latitudes y perspectivas. Sin embargo, en gran parte de estos trabajos no existe una referencia explícita por parte de sus autores a los modelos teóricos que guían sus respectivos acercamientos, descripciones o explicaciones sobre un fenómeno tan complejo aunque, en algunos casos, tales modelos pueden ser deducibles.
Considero que la teoría leninista del imperialismo sigue siendo la base indispensable para el estudio riguroso de la política exterior de cualquier estado imperialista. Por ejemplo, sus definiciones en torno a que el imperialismo “en el aspecto político es, en general, una tendencia a la violencia y a la reacción” y que le “es sustancial la rivalidad de varias grandes potencias en sus aspiraciones a la hegemonía”; así como sus nociones sobre la correlación internacional de fuerzas y su naturaleza cambiante, como resultado del desarrollo desigual entre los distintos países; mantienen, en lo esencial, plena validez[iii].
Pero si bien la teoría del imperialismo establece el marco conceptual básico, no es suficiente para el estudio detallado de la política exterior de los estados, sobre todo para comprender o interpretar sus variaciones en el tiempo, entre otras razones, porque este fenómeno no era su centro de atención específico. En este sentido, considero que los especialistas con formación y perspectivas marxistas necesitamos saldar cuentas e incorporar en nuestros enfoques aquellos aportes valiosos provenientes de otras escuelas de pensamiento desarrolladas en los campos de la política internacional y de la política exterior, particularmente del realismo político y, en especial, de su corriente neorrealista.
Usualmente desde posiciones de izquierda existe una visión negativa sobre el realismo político, lo que, en mi opinión, en el mejor de los casos es el resultado de una lectura muy parcial o sesgada de sus principales obras[iv]. Obviamente, todo investigador de la escuela realista tiene como centro de atención la política exterior del estado al que sirve, y busca orientarla según lo que considera como sus mejores intereses y de acuerdo a los valores políticos e ideológicos que representa. Pero, conscientes de esto, es necesario también reconocer que el realismo ha desarrollado todo un cuerpo teórico especializado en los campos de la política internacional y de la política exterior que todavía no tiene una alternativa a su misma altura, y que puede ser apropiado por nosotros, en función de los intereses y proyectos de nuestros países latinoamericanos y caribeños. Creo que la superación del realismo es por la vía de su integración dentro de un marco meta teórico general marxista, pues lo que le falta al realismo es precisamente el marxismo.
Los puntos de contacto entre la teoría leninista del imperialismo y el realismo son notables. Ambas perspectivas, al analizar la política internacional, son estado-céntricas[v] y le conceden la debida importancia a la correlación internacional de fuerzas (o distribución relativa del poder) entre las principales potencias, así como a los condicionamientos, presiones y restricciones que esto impone a la política exterior de los estados.
Pienso que la convergencia entre ambas perspectivas tendría implicaciones prácticas de gran importancia para el estudio de la política estadounidense hacia nuestra región. Podría ser muy útil, por ejemplo, para resistir la tentación de atribuir un carácter especialmente perverso a la clase dirigente estadounidense y a sus motivaciones de política exterior, y a personificar esto en sus presidentes, sea un W. Bush o un Obama. Cumpliríamos así lo planteado por Martí en su artículo “La verdad sobre los Estados Unidos”:
Es preciso que se sepa en nuestra América la verdad de los Estados Unidos. Ni se debe exagerar sus faltas de propósito, por el prurito de negarles toda virtud, ni se ha de esconder sus faltas, o pregonarlas como virtudes.[vi]
Sin dudas la política de los Estados Unidos hacia nuestra región ha estado cargada de una gran perversidad que ha causado cientos de miles de víctimas directas y posiblemente millones de víctimas indirectas.[vii] En definitiva, a nivel mundial, se trata del único estado que ha utilizado la bomba atómica premeditadamente contra grandes centros urbanos. Pero si en lugar de los Estados Unidos los latinoamericanos hubiéramos tenido en el norte otra nación con un enorme poder igualmente desproporcionado, probablemente su política hacia nuestra región no hubiera sido muy diferente. Se trata obviamente de una conjetura hipotética imposible de demostrar empíricamente de manera directa, pero la historia es de gran apoyo aquí. No debe olvidarse, por ejemplo, el origen francés de los métodos de represión y tortura aplicados de manera tan profusa en nuestra región, así como el amplio expediente histórico de crímenes y crueldades cometidos por el imperialismo inglés, el francés, el alemán y el japonés, entre otros.[viii] En nuestros días, la similitud entre las respectivas políticas exteriores de las potencias imperialistas se observa de manera notable en la alianza tácita entre los Estados Unidos y los principales estados europeos con respecto a los asuntos estratégicos que tienen que ver con América Latina y el Caribe.
Tanto la teoría leninista del imperialismo como el neorrealismo enfatizan el carácter sistémicamente condicionado de la política exterior de los Estados, aunque esto a veces parece olvidarse en los análisis sobre el fenómeno que nos ocupa. Tal olvido se evidencia con particular claridad en vísperas de las elecciones presidenciales estadounidenses, en la generalizada ansiedad con la que en todo el mundo y en América Latina, en particular, dirigentes políticos, funcionarios gubernamentales, analistas políticos y el público en general aguardan los resultados de dichas elecciones, con una esperanza mayoritaria de que triunfe la figura que supuestamente, en lo internacional, será más dialogante, cooperativo y multilateralista, condiciones usualmente asociadas al candidato demócrata. Se parte de la premisa de que es posible un cambio esencial o fundamental, en un sentido positivo, de la política exterior hacia América Latina y el Caribe, aunque no cambien las condiciones sistémicas esenciales del imperialismo estadounidense ni la correlación internacional de fuerzas. De hecho, esta ha sido la promesa de muchos presidentes estadounidenses a lo largo de la historia, jamás cumplida. La última versión fue Obama en la Cumbre de las Américas en Puerto España, Trinidad y Tobago.[ix]
En suma, considero que con la posible síntesis conceptual entre la teoría del imperialismo y el neorrealismo, tanto los estudios sobre la política de los Estados Unidos hacia América Latina y el Caribe, como los proyectos políticos en el orden práctico para enfrentar la hegemonía norteamericana, se dotarían de mayor rigor teórico y científico.También sería más nítida la comprensión de que la política exterior de los Estados Unidos es la política propia de un estado imperialista y de una gran potencia, en este caso una superpotencia, y que siempre debemos esperar que sea esa y no otra. Por tanto, solo es previsible que se manifieste de manera cooperativa o moderada frente a dos tipos de estados: aquellos que se le someten o aquellos que logran desarrollar un poder disuasorio suficiente para preservar su soberanía, ya sea de manera individual o mediante coaliciones.




[i]Ponencia presentada en la I Conferencia de Estudios Estratégicos: “Repensando un mundo en crisis y transformación”, del Centro de Investigaciones de Política Internacional, 16-18 de octubre de 2013, La Habana, Cuba.

[ii] Roberto González Gómez, "La recomposición de las relaciones internacionales en la posguerra fría. La búsqueda de un nuevo paradigma interpretativo desde América Latina", en: Iberoamérica hacia el Tercer Milenio, Instituto Matías Romero, México, D.F, 1993, pp.15-25.

[iii] Vladímir Ilich, Lenin. “El imperialismo, fase superior del capitalismo”, en: Obras escogidas en tres tomos, Ediciones en Lenguas Extranjeras, Moscú (sin año). Tomo 1, pp. 719-834.

[iv] Aunque en la trayectoria del realismo hay otros textos de gran importancia, la “Política entre las naciones” de Morgenthau es considerada la obra cumbre de esta escuela de pensamiento (Hans J. Morgenthau. Politics Among Nations, The Struggle for Power and Peace, Alfred Knopf, Nueva York, 1948). Por su parte, para el texto fundador del neorrealismo,ver: Kenneth N Waltz. Theory of International Politics, Addison-Weslely, Reading, Mass., 1979.

[v] Con todo lo que pueda decirse, y aunque es un tema de mucha discusión, la política internacional contemporánea sigue constituyendo, en lo esencial, un sistema anárquico y estado-céntrico.

[vi] José Martí. "La verdad sobre los Estados Unidos”, en: Patria, Nueva York, 23 de marzo de 1894, Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana 1975. Tomo 28. Páginas 290-294.

[vii]Sobre este saldo trágico puede verse: Luis Suárez Salazar, Madre América. Un siglo de violencia y dolor (1898-1998), Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2003.

[viii]Ver un buen compendio en: El libro negro del capitalismo, Editorial Txalaparta, Tafalla, 2001.

[ix] Con esto no quiero decir que no existan diferencias significativas entre las personalidades dirigentes, las fuerzas políticas y los grupos de poder que prevalecen en la conducción de la política exterior de los Estados Unidos en cada momento histórico, ni que esas diferencias no tengan importancia. Dentro del marco del general de una política imperialista común, para América Latina y el Caribe no fue lo mismo la política desarrollada durante el gobierno de Woodrow Wilson que la desarrollada durante el gobierno de Franklin Delano Roosevelt, ambos demócratas, así como no fue tampoco lo mismo la política del gobierno demócrata de Carter que la del gobierno republicano de Reagan. Las decisiones tomadas o dejadas de tomar por los presidentes y otras autoridades estadounidenses pueden determinar el curso de los acontecimientos de manera decisiva, con implicaciones prácticas que se pueden medir incluso en términos de vidas humanas. Estas decisiones, a su vez, están influidas por los respectivos sistemas de creencias, valores y visiones del mundo y del papel de los Estados Unidos en el mismo de los que son portadores estos funcionarios.