viernes, 25 de octubre de 2013

Hans Modrow: “Ni lo que fuimos ni lo que somos: yo quiero una nueva Alemania”

 Por Raúl Garcés

A sus 85 años, Hans Modrow es, probablemente, uno de los hombres más respetados de Alemania. Su autoridad moral y honestidad como político han podido más que el ambiente de descrédito contra todo vestigio de socialismo, sobrevenido tras la caída del muro de Berlín.

En 1989, a Modrow no habrían podido esperarle desafíos más imponentes: ser el último jefe de gobierno de la extinta República Democrática Alemana (RDA), ceder a una reunificación que se venía asomando hacía rato como inevitable y, finalmente, intentar reconstruir una izquierda marcada durante mucho tiempo por la desunión, la falta de visión estratégica e incluso, la desesperanza.

Nos recibió en la sede del Partido De Linke, del cual es hoy Presidente de Honor. De visita en Alemania, un grupo de cubanos convocados por el MINREX dialogamos con Modrow y varios de sus colegas. Al final, no pude resistir la tentación de lanzarle apresuradamente algunas preguntas que, gracias a su gentileza, se convirtieron en esta pequeña entrevista. Mucho más que nada, pero mucho menos que lo que merece Modrow: un hombre que guarda consigo claves esenciales para entender los sucesos de 1989, y para evitar tropiezos con las mismas piedras interpuestas en un modelo que rindió honores a todo menos a su nombre: socialismo real. 

RG: Ayúdeme a entender la sensación que tengo en torno a la derrota de la RDA en el terreno simbólico. Con la construcción y la caída del muro de Berlín, ¿perdió el socialismo alemán la batalla por los símbolos?

HM: Cuando uno habla del muro hay que saber que no se trataba solo de un muro alrededor de Berlín, sino que las fronteras estaban cerradas entre el Pacto de Varsovia y la OTAN, desde el mar Báltico hasta el Negro. En junio de 1961, un año antes de que empezara la Crisis de los Misiles, se reunieron Nikita Jruschov y John F. Kennedy en Viena, allí se habló de Alemania occidental, y los dos explicaron: “No queremos ninguna guerra, intentaremos que esta cuestión sobre Berlín occidental no se convierta en algo que conduzca a una guerra entre las dos potencias”.
Lo que estuvo claro fue que, en el verano de 1961, Alemania estaba en peligro de una guerra, y entonces el Pacto de Varsovia decidió que se cerraran las fronteras entre los estados de la OTAN y los estados del Pacto. En Berlín se reflejó esto como un muro, y en otros lugares, con una cerca de miles de kilómetros, como ocurre en la frontera entre los Estados Unidos y México.
Con el desarrollo posterior surgió una situación que ponía en contradicción a los ciudadanos y ciudadanas de la RDA, respecto al gobierno y la dirección del Partido, expresada en tres factores: en primer lugar, muchas personas estaban convencidas de que la RDA, como estaba, no podía continuar existiendo, que tenía que cambiar, pero esta convicción no se tradujo en medidas y acciones concretas.
En segundo lugar, la división familiar fue brusca, de la noche a la mañana; mis padres y hermanos vivían en la República Federal, yo era ciudadano de la RDA y ellos de la RFA; cuando terminó la Segunda guerra mundial, una parte de los alemanes fue para allá y otra parte para acá, y millones de personas vinieron desde lugares como la República Checa y Polonia y se establecieron en las dos partes de Alemania.
Luego vino la situación de que se abrieron las fronteras y surgió el problema de cómo iban a convivir los dos estados alemanes; la apertura de las fronteras no solo era la solución del problema para unir a las dos Alemanias, porque se trataba de un proceso histórico, que tenía que ver incluso con las cuatro potencias vencedoras de la Segunda guerra mundial. El problema de la unificación alemana fue un proceso que dependió tanto de factores internos como externos.
 RG: Comprendo que hubiera una fuerte presión de sectores de la sociedad alemana para demandar un cambio, pero, ¿querían con ese cambio la derrota del socialismo? ¿Podía haber sido otra la historia, de conducirse mejor el proceso de transformaciones?

HM: Esa es una pregunta difícil, porque usted se la está formulando a un protagonista; el proceso fue así como le voy a decir.
Era el 40 aniversario de la RDA y la dirección, sobre todo Erich Honecker —en realidad toda la dirección política—, pensaba que si las fiestas de celebración eran ampulosas, el país ganaría en estabilidad, y si Mijaíl Gorbachov venía y nos apoyaba, el problema estaría resuelto. Pero nada más lejano de la situación real.
La realidad fue que la dirección había dejado de inspirar confianza y se inició un proceso desde el 18 de octubre hasta el 10 de noviembre donde tuvieron lugar dos cambios; por una parte se fue Honecker, y en la reunión en Nuremberg se eligió a Egon Krenz como Secretario General, y se reeligió de nuevo, en el lapso de tres semanas, pero sin confianza suficiente del Partido; el Partido dejó de tener confianza en el Secretario General.
Era necesario fundar un nuevo gobierno, crear un nuevo gobierno, porque el del ministro-presidente no tenía ninguna confianza y no querían entre ellos dirigir de conjunto. Egon Krenz tenía cuatro candidatos que podían ser eventualmente ministros presidentes, tres rechazaron serlo; yo fui el cuarto, estaba dispuesto a asumir la responsabilidad, y con esto comenzó el intento de mantener a la RDA como país socialista.
De mi parte, los esfuerzos llegaron hasta mediados de enero de 1990, pero en el área militar, en la alianza militar, se dijo que el pacto con Moscú iba a dejar de existir. El 9 y 10 de enero fue la reunión del CAME en Sofía; por Cuba participó Carlos Rafael Rodríguez. Carlos y yo éramos buenos amigos. Cuando se acabó la reunión vino hacia mí y me dijo: “Hans, yo creo que Cuba se va a quedar sola, el CAME no va a continuar existiendo”, él tenía el mismo sentimiento que yo.
De esto resultó que con un pequeño grupo del Ministerio de Relaciones Exteriores, y asesores, se formó una concepción para la unión de los dos estados alemanes; esta era una concepción con tres niveles, el primero era una comunidad contractual entre dos estados soberanos alemanes; en un segundo nivel, una confederación entre los dos estados; y en tercer lugar un estado federado como la República Federal de Alemania, conformado hoy; esta concepción fue hablada en Moscú con Gorbachov y el ministro de Relaciones Exteriores, Edward Shevardnadze, y ellos dieron su aprobación.
El 1º de febrero presenté esta concepción ante una conferencia, y luego debíamos discutir cómo se iba a desarrollar; hay un libro sobre eso de Condoleezza Rice. El 3 de febrero se reúnen los especialistas para Europa del Este en Washington, a fin de analizar lo que había que hacer. En mi concepción estaba que la unificación alemana no podía pertenecer a la OTAN. Desde el punto de vista militar, la nueva Alemania tenía que ser neutral.
El 8 de febrero, una semana después, el ministro de Exteriores de Estados Unidos estaba en Moscú, hablando con Gorbachov y Shevardnadze. Dijo que respaldaba una unificación alemana si se trataba de una Alemania de la OTAN. Gorbachov estuvo de acuerdo. El 10 de febrero, diez días después de mi encuentro en Moscú, Helmut Kohl viajó a la capital rusa y recibió la aceptación: “Sí, Alemania puede ser unificada, y va a ser un país de la OTAN”. Ahí precisamente empezó la modificación.
Las cuatro potencias vencedoras comenzaron un proceso de negociaciones con los dos estados alemanes. El proceso primeramente debía llamarse “Cuatro más Dos”; luego, los Estados Unidos y la RFA se pusieron de acuerdo para que el papel y las condiciones impuestas por la RFA salieran adelante, y Gorbachov volvió a aceptarlo; ya con esto se había perdido la oportunidad de mantener viva a la RDA.
Helmut Kohl le prometió a los ciudadanos de la RDA florecientes paisajes, y ellos creyeron en eso, y no en un número reducido: mantener todos los logros sociales de la RDA en la salud, en la educación, recibir carreras, estipendios, y, además de eso, darles el marco alemán occidental; en realidad, lo único que recibieron fue el marco, porque perdieron todos los logros sociales.
RG: Los alemanes parecen recordar con nostalgia los niveles de seguridad social y las políticas de protección de la Alemania socialista, pero, al mismo tiempo, muchos rechazan la posibilidad de volver al pasado. ¿Por qué?

HM: Aquí hay un problema de escala de valores, que se acentuó con los cambios ocurridos en los años 90 dentro del contexto europeo. Mientras marchábamos hacia la reunificación, la idea más importante que se nos presentaba era la conquista de la libertad. Hoy es la de la justicia social. Por esa todavía, a estas alturas, tenemos que luchar; es evidente que la gente comprendió la importancia de vivir con justicia social, y articular una comunidad de ciudadanos sociales.
Ese sentimiento es muy fuerte en los ciudadanos de la extinta RDA, aun cuando representemos a distintas fuerzas políticas: desde los conservadores, hasta nuestro Partido de la Izquierda (De Linke).
 R.G.: Cuando mira hacia atrás, casi veinticinco años después de los sucesos de 1989, ¿a qué conclusiones llega?, ¿qué es lo que más extraña del socialismo real?, ¿qué quisiera olvidar?

 HM: Es una pregunta muy sugestiva, porque tiene que ver con mi propia biografía. Yo soy de una generación que vivió el fascismo, que estuvo en la Segunda guerra mundial, que pasó por una prisión soviética cuatro años, y solo hasta el año 1949 fue que pude regresar a casa.

Llegué a un país que era completamente extraño para mí, pero no quería que volviera a haber guerra, y tampoco quería que volviera a existir el fascismo. Esa era la posición que yo tenía, quería vivir en paz y que el fascismo no volviera. El fascismo es una forma del capitalismo, un capitalismo imperialista.
Nosotros queríamos una nueva Alemania, y esta nueva Alemania tenía que ser socialista. Esto es lo que constituye para mí el problema fundamental: aquello por lo que yo luché, o sea, una Alemania socialista y pacífica, ya no existe; y eso es lo que yo extraño, porque lo que existe hoy es una Alemania que quiere volver a ser una potencia mundial, que está al lado de los Estados Unidos y que juega un papel de dominación en Europa. Yo estoy en contra de eso, yo quiero una nueva Alemania.
Yo no puedo recuperar la RDA porque la historia siempre va hacia adelante, pero abogo por un país donde, por lo menos, el valor principal sea la vida, donde este valor principal de la vida no se pierda y que se continúe hacia adelante.
Lo que me he llevado de la RDA son muchas experiencias que dejan reconocer errores; son también experiencias que, en comparación con la actual República Federal Alemana, para mí representan una gran pérdida respecto a lo que teníamos.
Nosotros hoy nos esforzamos, intentamos que sean percibidos y recibidos estos conocimientos en la izquierda, y que sean parte de la política. Además de eso, existen personas que no están de acuerdo con nuestro Partido, pero que también quieren un cambio.
Quiero contarte una vivencia última, directa, que tuve ayer. Yo estaba viajando en el metro y una señora mayor estaba sentada frente a mí, me miró y me preguntó: “Señor Modrow, ¿me puedo sentar a su lado?”. Le dije: “Claro, ¿por qué no?”, y ella me replicó: “Yo nunca he estado en su Partido. Yo quería ser maestra y no lo logré, fui hermana en la diaconía de la iglesia y trabajé en un hospital. Yo le quiero decir con todo respeto que no quisiera que no se pierda todo aquello por lo que usted luchó, que no se pierda todo lo que fue la RDA”. Era una mujer de la Iglesia, o sea, que hay un mayor espectro de personas que sacan conclusiones en torno a cómo vivimos hoy y cómo se vivía en la RDA, y mientras más hablen ellos con sus hijos y nietos, más importante será.
RG: Permítame preguntarle por Mijaíl Gorbachov: ¿lo considera un agente de la CIA, como algunos dicen, o cree que quería reformar sinceramente el socialismo?

 HM: Cuando Gorbachov fue elegido Secretario general del PCUS, y planteó que era necesaria una transformación del socialismo, yo era su defensor, porque yo estaba convencido de que aquí en la RDA también debíamos iniciar un proceso de cambios. Siempre pensé que no podía ser otra copia de la Unión Soviética, debía ser nuestro propio camino, pero también nosotros necesitábamos cambios. Eso fue así hasta 1987, aproximadamente.

Yo tenía contactos muy estrechos con Leningrado, porque en la organización municipal donde yo me desempeñaba como Primer Secretario, en Dresde, había un hermanamiento con la ciudad de Leningrado. Yo hablaba un poco de ruso y era posible para mí conversar con la gente allí. Me di cuenta que el desarrollo de la URSS avanzaba hacia lo negativo, era un desarrollo que no encontraba aceptación.

Desde mi punto de vista, Gorbachov miente cuando dice hoy que él se había propuesto desde el principio eliminar el socialismo en la URSS. Hay tres motivos para hacerlo: primero, le sería incómodo confesar su incapacidad para salvar el socialismo, para hacer algo que evitara el derrumbe de la URSS; segundo, él justifica que no se asumieron en Rusia los elementos de transformación que proponía a través de la perestroika. Pero eso ya nadie se lo cree. Él mismo quería ser reelecto como Presidente y, al final de la década de los 90, fundó un partido socialdemócrata que no alcanzó ni siquiera 1% de votación. Con razón se dice que Gorbachov es un traidor; y tercero, él es una persona sin carácter, llena de ambiciones, fue invitado una y otra vez a Alemania y otras partes de Europa y se la pasaba dando declaraciones.

Entre 1945 y 1949, el Ejército soviético, dentro de la zona de ocupación soviética, le quitó las propiedades a los latifundistas y se las dio a las personas pobres mediante una Reforma de la tierra. La gente de Polonia y Checoslovaquia, por ejemplo, recibieron esos suelos.
Desde marzo de 1990, el gobierno de la RDA, debido a mi solicitud ante el gobierno soviético, acordó también que las expropiaciones habían sido justas. En 1989, Gorbachov estuvo en Berlín y dio una conferencia ante los herederos de los latifundistas que querían volver a apoderarse de las tierras. Declaró que él no quería que se mantuviera aquella Reforma. Por eso recibió un honorario de 30 000 marcos y su fundación recibió una donación de 500 000 marcos. Ese es el rico hombre Gorbachov, y en la política hay que decir que él tuvo ese carácter no desde que abandonó el gobierno, sino desde que estaba dentro de él. No creo que fuera entonces agente de la CIA, pero un mentiroso sí era.
 RG: Presumo que le ha dado seguimiento al llamado “socialismo del siglo xxi” que se desarrolla en América Latina. ¿Qué opinión tiene sobre sus potencialidades, de cara al futuro?

HM: El socialismo del siglo xxi no surge a partir de un modelo, sino como respuesta a un capitalismo que ha robado durante siglos a los pueblos latinoamericanos, y que explota cada vez más, y es cada vez más agresivo. En América Latina hay diferentes experiencias que no se pueden llevar ni deberían llevarse a un modelo. Tiene que crecer una nueva calidad de la solidaridad. Que la solidaridad sea tan fuerte que pueda generar un movimiento que se apoye mutuamente y se constituya en una fuerza conjunta.
Es algo que está por ver, pero teniendo en cuenta a Europa veo una ventaja en América Latina: la historia latinoamericana es más común, tiene un idioma central (apartándonos del portugués), y se pueden desarrollar identidades en común sin barreras.
Nosotros siempre hemos subestimado en Europa el problema de la cultura. La URSS era un estado multinacional, ellos tenían la idea de que era una comunidad de pueblos y eso no era así.
 RG: Usted conoció a Fidel Castro, ¿cómo lo recuerda?

HM: Con Fidel pude discutir toda una noche en 1992. Para él, yo representaba un pedacito de la RDA, yo no estuve en la cúpula de la jefatura, sino en la parte media, pero de pronto no estaban Honecker ni Krenz, y entonces, en los meses en que fui ministro presidente, pudimos intercambiar ideas. Para mí era importante lo que le interesaba a Fidel. Puedo decirte que sobre la caída de la Unión Soviética lo conocía todo, lo preguntaba todo, nos movimos en un campo muy personal.
 RG: Por último, ¿qué les dice a los jóvenes de hoy?, ¿qué les recomienda cuando vienen a preguntarle sobre la caída del socialismo que usted vivenció?

HM: A los jóvenes no debemos darles enseñanzas desde arriba, sino contarles simplemente nuestra experiencia. Margot Honecker, esposa de Erich Honecker y ministra de Educación de la RDA durante muchos años, era partidaria de que los jóvenes estuvieran siempre agradecidos a la dirección del Partido y el Estado. Yo le decía. “Margot, ¿te acuerdas de cuando éramos jóvenes? ¿Nos gustaba decir ‘gracias’? Nosotros tampoco queríamos hacerlo”.
Los jóvenes no pueden conformarse, porque si se conforman terminan creyendo que no pueden cambiar nada. Margot Honecker prefería quedarse con el agradecimiento de los jóvenes y con la sensación de que las nuevas generaciones eran buenas. Pero la juventud, además de buena, tiene que ser fresca, hacer presión, moverse, llevar algo hacia adelante. Si una juventud no cambia nada, deja de hacer lo que necesitamos.


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