Por
Leyde E. Rodríguez Hernández
Son múltiples las
dimensiones que trascienden de la personalidad y el ejemplo de Ernesto Guevara
de la Serna (Che). Una de ellas lo constituye, sin dudas, su activa
participación en la formación y ejecución
de la política exterior de la Revolución cubana.
El profundo pensamiento
político del Che dejó su huella imperecedera en el accionar cubano en el escenario
internacional. En representación de la Revolución triunfante, desplegó un largo
periplo, entre los meses de junio y septiembre de 1959, por un grupo de países
afroasiáticos: Egipto, Japón, Indonesia, Ceilán[1], Pakistán, Marruecos, que
incluyó también, en los Balcanes de Europa, a Yugoslavia. Luego, a fines del
año 1960, presidió una delegación comercial cubana a los antiguos países
socialistas de Europa del Este, la entonces Unión Soviética y, en Asia, la
República Popular China y la República Popular Democrática de Corea.
De extraordinario valor
histórico, para entender el alcance de la política exterior de Cuba, son los
discursos pronunciados en los foros de carácter regional y mundial en los que
participó. Por su trascendente actualidad, deben recordarse sus
pronunciamientos en agosto de 1961 en Punta del Este, Uruguay, con motivo de la
conferencia del Consejo Interamericano Económico y Social de la Organización de
Estados Americanos (OEA). En aquella
alocución denunció los nuevos métodos de dominación política y económica del
imperialismo estadounidense para obstaculizar cualquier intento de unidad de
los países de América Latina y el Caribe.
Desde fecha tan temprana, el
Che abogaba por la necesidad de la unidad de los pueblos latinoamericanos y
caribeños, una idea esbozada por Simón Bolívar y José Martí en el siglo XIX,
para resistir, con dignidad y fortaleza, las crecientes ambiciones hegemónicas
de la potencia norteña al sur del rio Bravo. Las palabras del Che estuvieron
dirigidas a contrarrestar y denunciar una “novedosa política”, que en el siglo
XXI llamaríamos inteligente, diseñada
para conquistar la “mente y los corazones” de los latinoamericanos y caribeños.
A esta estrategia el gobierno de los Estados Unidos de la época, presidido por
el demócrata John F. Kennedy, denominó:
“Alianza para el Progreso”, con el objetivo de conceder un total de 20 000 millones
de dólares en diez años a los países de la región. Esto podríamos catalogarlo
de un pago por adelantado a los gobiernos de América Latina y el Caribe, para
lograr de ellos su complicidad en los intentos por aislar y hostigar en todos
los ámbitos a la naciente Revolución cubana.
Lo inminente de esos planes hizo
que el Che denunciara, en forma enérgica, los preconcebidos fines de la
Conferencia, cuando dijo que se “quería separar a Cuba de América Latina,
esterilizar su ejemplo y domesticar a los pueblos del continente”. En su
magistral discurso también subrayó que la “Revolución cubana reafirmó la
soberanía nacional del país, lo que permite denunciar para todos los pueblos de
América, y para todos los pueblos del mundo, la reivindicación de los territorios
injustamente ocupados por otras potencias”. A su regreso a la isla rebelde del
Caribe comunicó al pueblo cubano sobre su denuncia al imperialismo en Punta del
Este, donde por primera vez, en una conferencia latinoamericana, una voz
discrepaba: Cuba.
Entre los años 1964 y 1965,
el Che tuvo una intensa actividad en el plano internacional. El 11 de diciembre
de 1964, en la XIX Asamblea General de la ONU celebrada en Ginebra, en nombre
del gobierno cubano, acusó contundentemente las agresiones de los Estados
Unidos contra Cuba, y dejó con toda nitidez los fundamentos latinoamericanistas
de la Revolución que representó con cabal identificación. Para el Che, “no
había enemigo pequeño ni fuerza
desdeñable", y como estableció la Segunda Declaración de La Habana: “Ningún
pueblo de América Latina es débil, porque forma parte de una familia de
doscientos millones de hermanos que padecen las mismas miserias, albergan los
mismos sentimientos, tienen el mismo enemigo, sueñan todos un mismo mejor
destino y cuentan con la solidaridad de todos los hombres del mundo”.
Allí en la apacible Ginebra,
sentenció que el añoso y tristemente célebre “Fondo Monetario Internacional es
el cancerbero del dólar en el capitalismo (.…) es el instrumento de penetración
de los capitales norteamericanos en el mundo subdesarrollado (…), no hace sino
impedir las medidas frente a la competencia y la penetración de los monopolios
extranjeros". Con argumentos irrebatibles combatió el intercambio desigual
impuesto a las naciones del Tercer Mundo, y exigió una nueva definición del
comercio internacional mediante la edificación de un Nuevo Orden Económico
Internacional.
De enero al 14 de marzo de
1965, recorre un grupo de países africanos: Mali, Congo, Guinea, Ghana, Dahomey[2], Tanzania, Egipto y Argelia.
Un periplo que todavía hoy es recordado en muchos de estos pueblos. Como parte
de esa estancia en el continente africano, el 24 de febrero, participó como
observador en el Segundo Seminario Económico de la Organización de solidaridad
Afroasiática. El Che estaba convencido del sinnúmero de restricciones que
obstaculizaban y debilitaban una verdadera acción revolucionaria en los países
de la periferia capitalista. En este foro su idea: “no hay fronteras en la
lucha a muerte contra el imperialismo”, tuvo una gran acogida en los líderes
africanos, y sintetizó, para siempre, su concepción internacionalista sobre la
lucha revolucionaria.
En marzo de 1965, los
revolucionarios congoleses fundaron el Consejo Supremo de la Revolución y su
jefe Gastón Soumialot, solicitó apoyo militar a Cuba, consistente en
instructores y combatientes. Un mes después, el Che volvió a salir de Cuba
hacia el Congo, con el seudónimo de Ramón Benítez, en condición de jefe de la
misión cubana para apoyar el movimiento guerrillero de ese país. Allí
permaneció hasta que las condiciones políticas internas permitieron mantener la
lucha. En noviembre de ese mismo año concluye su estadía en esas tierras.
Sobre la estancia y el papel
desempeñado por el Che en el Congo, Fidel Castro dijo en exclusiva entrevista
al periodista italiano Gianni Miná: “Él estaba muy interesado por los problemas
internacionales, por los problemas de África… Su conducta en esa misión fue
como siempre, ejemplar e insuperable”. Nuevas tierras reclamaban sus modestos
esfuerzos y, como había dicho en el “Mensaje a la Tricontinental”, su acción se
había convertido entonces en un grito de guerra contra el imperialismo y un
clamor por la unidad de los pueblos bajo la dominación de los Estados Unidos.
En medio de los más diversos
rumores sobre las causas de su enigmática desaparición de las tribunas políticas, Fidel Castro hizo
público, cuando todavía se encontraba en el Congo, la carta de despedida que el
Che había dejado para el pueblo cubano. Aun en vísperas de su inmortal y
definitivo viaje puntualizó con vehemencia en dicho documento: “He estado
identificado siempre con la política exterior de nuestra revolución, y lo sigo
estando… Donde quiera que me pare sentiré la responsabilidad de ser revolucionario
cubano, y como tal actuaré”.
El espíritu que forjó el Che
y su imagen paradigmática de hombre nuevo perduran. La pléyade de jóvenes que,
en las condiciones de bloqueo económico, comercial y financiero, y de
permanente subversión política e ideológica de los Estados Unidos, sostienen la
independencia de Cuba, mantienen vivo el combativo legado del Che a la
Revolución cubana, en el ámbito de una política exterior antiimperialista. Por eso, desde
el inicio, hasta hoy, nos sentimos verdaderamente “En pie”, como Raúl Roa García, el
Canciller de la Dignidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario