Ernesto
Molina Molina[i]
Están
presentes en este panel nada menos que Carlos Marx, Vladimir Ilich Lenin, John
Maynard Keynes, Milton Friedman, Paul Krugman, Joseph Stiglitz, Jorge
Beinstein, Istvan Meszaros y Barack Obama. No es necesario decir que estamos en
presencia de personalidades que defienden posiciones muy diferentes frente al
sistema del capital.
La crisis
actual no se trata de una crisis cíclica tradicional de las tantas que han
acompañado al capitalismo desde que en 1825 se produjo la primera crisis cíclica,
muy asociada a la Revolución Industrial. La actual crisis – consideramos –
abarca algo mucho más importante, El objetivo de este debate es, por tanto,
esclarecer científica y políticamente el amplio contenido de esta crisis y su
posible solución.
¿Puede
considerarse esta crisis tan grave como la Gran Depresión de 1929-1933? ¿Puede
anunciar esta crisis la necesidad de un cambio de funcionamiento del mecanismo
económico capitalista? ¿Cómo se correlacionan la crisis y la inflación en el
actual proceso de desaceleración de la economía mundial? ¿Qué papel desempeña
el complejo militar industrial en la gravedad de esta crisis? ¿Existe alguna
perspectiva sobre el sujeto histórico capaz de transformar esta realidad de
forma favorable a la humanidad? ¿Podrán los líderes de los diversos países del
mundo estar a la altura de los tiempos para evitar una catástrofe ecológica?
Me
atrevo a ser el primero en intervenir, porque me resulta abrumador el número de
interrogantes que se nos plantea y sería muy difícil hablar después de tan
prominentes personalidades ¿no es cierto? Además creo que mi introducción
histórica al asunto – que abarca sobre todo las últimas cuatro décadas –
va a facilitar el debate.
Desde que el
capitalismo surgió, hasta nuestros días, el Estado ha sido garante y regulador
del mercado de trabajo: el mercado que garantiza la propia esencia del
capitalismo. En el siglo XIX, la intervención del Estado inglés fue decisiva
para la instauración de un mercado libre de trabajo, con el fin de favorecer el
despegue del capitalismo. Hoy presenciamos cómo se crean las cadenas
productivas internacionales y el mercado mundial de trabajo en pleno siglo XXI.
Pero todo ello viene acompañado de un tipo de competencia espuria: la
competencia especulativa en la esfera financiera, en el mercado de capitales,
que hoy rebasa a las bolsas de valores y se extiende a los vínculos entre
empresas. El dominio sobre el capital ajeno alcanza límites insospechados.
En esta
competencia espuria participan Estados poderosos y empresas transnacionales. Y
en ello desempeña un papel esencial la llamada economía casino.
No queda más
remedio que hacer un poco de historia de los procesos de desaceleración
económica que vienen produciéndose desde los años 70. La prosperidad de
la post guerra terminó en 1973-74 con el shock petrolero, la subida de
los precios, el aumento del desempleo, los desordenes monetarios, la caída en
la rentabilidad empresaria y el incremento de la capacidad productiva ociosa.
Se inició un largo proceso de desaceleración de la economía mundial.
Con la
crisis petrolera de los años 70, la crisis del dólar, la crisis del sistema de
Bretton Woods, el fenómeno de la estanflación, la desregulación de los mercados
bursátiles a escala global y la exacerbación de la especulación, se dispara una
crisis sistémica crónica de larga duración de carácter global.
Los altos
niveles de desocupación y precarización laboral, agravados por la guerra
tecnológica entre las empresas transnacionales, fueron imponiendo una tendencia
de larga duración de desaceleración de la demanda de las naciones ricas. En los
países de la OCDE la tasa de crecimiento real promedio del consumo privado
final había llegado al 5,1% en el período 1961-73 pero descendió al 3,1%
en 1974-79, al 2,7 % en 1980-89 y al 2,3 % en 1990-99.[iv]
La
desaceleración económica causó déficits fiscales. Un achicamiento del gasto
público o una mayor presión tributaria habrían tenido efectos recesivos, por
otra parte existían excedentes financieros de empresas y bancos (petrodólares,
etc.) con serias dificultades para convertirse en inversiones productivas
debido a la situación de estancamiento.
La solución
al problema fue encontrada por medio del crecimiento de la deuda pública ¿no es
cierto? de ese modo el endeudamiento de los países ricos desde los 1980 sucedió
al endeudamiento de países pobres del segundo lustro de los 1970.
La
liberalización financiera y cambiaria empujó hacia arriba las tasas reales de
interés y provocó la inestabilidad y especulación entre las monedas fuertes.
Los Estados Unidos y otros Estados centrales, eliminaron las trabas a la libre
circulación de monedas, a la compra-venta de títulos públicos y privados y al
desarrollo de negocios financieros, para acceder al capital extranjero y
afrontar así el gasto público, muy especialmente, el gasto militar.
Se ha creado
un sistema financiero muy flexible y dinámico, que permite buscar el mejor
“rendimiento-costo” en un mercado financiero global que correlaciona todos los
mercados (swap, divisas, opción a futuro, etc.,). Todo se privatiza.
El tema
energético es esencial, porque afecta globalmente al mecanismo económico
capitalista en la llamada esfera de la economía real. La irrupción de los
biocombustibles demuestra que los intereses aferrados a los hidrocarburos y al
inmenso capital fijo asociado a la industria del petróleo, no permite avanzar
de manera sólida hacia un cambio tecnológico revolucionario en el campo
energético.
La
Revolución Industrial tuvo su primer impulso con el modelo energético basado en
el carbón mineral. Luego, el modelo energético se basó en los hidrocarburos. La
explotación intensiva de recursos naturales no renovables ha caracterizado el
sistema tecnológico moderno, así como sus modelos de producción, consumo,
transporte y comunicaciones, conducentes a la sobreexplotación de
los recursos no renovables. Frente al peligro de su agotamiento o disminución
de las reservas o como consecuencia de un recorte en la producción se
incrementa la demanda, suben los precios de modo exorbitante
y estamos ante una nueva crisis energética, sin precedente teniendo en cuenta
los niveles que alcanzó la cotización del barril de petróleo.
La expansión
de los biocombustibles, sin embargo, no consigue superar la penuria
energética. Pero lo que es también grave, el acaparamiento de tierras fértiles
y productos agrícolas con fines energéticos reduce la oferta alimentaria, y
trae hambre e inflación.
La utilización
a gran escala de energía nuclear, además de plantear graves problemas de
seguridad, puede enfrentar un rápido agotamiento de las reservas de uranio. La
expansión del empleo del carbón enfrenta problemas de costos de reconversión,
de muy difíciles adaptaciones tecnológicas, de polución y finalmente de
agotamiento del recurso. Y según las evaluaciones realizadas, las explotaciones
intensivas de las reservas de uranio y carbón (en el nivel necesario como para
suavizar la crisis energética) llevarían a la declinación de su extracción
aproximadamente a partir del año 2030 y posiblemente antes.
La crisis
energética impulsó el aumento de los costos agrícolas a través de los mayores
precios de los hidrocarburos. Y cuando llegó la crisis de la energía, el
remedio buscado a través de los biocombustibles encareció tierras y
productos agrícolas.
Cuando un
sistema social domina a la naturaleza a través de técnicas que lo conducen cada
vez más a la depredación de su medio ambiente, esa civilización avanza inexorablemente
hacia su etapa senil, pues la destrucción del medio ambiente es también
la destrucción del sistema social existente. En este sentido, conviene
recuperar aquellas ideas de Marx y Engels acerca de los límites del sistema del
capital, algo que estoy seguro va a desarrollar también ¿no es cierto? el
profesor Istvan Meszaros.
En realidad,
el conjunto de crisis que simultáneamente acosan al sistema, hacen patente que
estamos, al menos, frente a la crisis del mecanismo económico actual del
capitalismo. Y que, por tanto, se abre una época de grandes transformaciones
sociales. Me gustaría mucho conocer la opinión de Marx y de Meszaros.
Agradezco
mucho esta introducción muy esclarecedora. Este tema siempre me apasionó.
Engels y yo solíamos predecir los momentos en que se desencadenaría una crisis
económica. Para nosotros era muy importante porque pensábamos que era la mejor
situación para preparar a la clase obrera y en general, a todos los
trabajadores, para la lucha política y la toma del poder. Los hechos históricos
han mostrado después que las crisis son también un hervidero para movimientos
políticos y sociales tan reaccionarios como el fascismo y las guerras más
espantosas.
Hoy tenemos
que hablar de un sistema de crisis estrechamente vinculadas entre sí; y
el núcleo de todas ellas se encuentra en la mercancía capitalista: en el
desarrollo contradictorio entre su valor de uso (también capitalista) y su
valor de cambio. En una carta a Engels reconocí entonces que lo que había de
mejor en nuestro libro (El Capital) era poner de relieve desde su primer
capítulo el doble carácter del trabajo, según se expresaba en valor de uso o
valor de cambio.[vi]
Mucho de lo que voy a decir
aquí está mucho más desarrollado en El Capital y los cuadernos que hoy se
conocen como Gundrisse (mi taller de investigación) y que no fueron escritos
para ser publicados, sino para esclarecernos Engels y yo y finalmente poner en
orden nuestra redacción en El Capital. Otras cosas que agrego, realmente no las
dije entonces, pero son resultado de la lógica de los acontecimientos
históricos. Tales son las condiciones del problema. ¡Hic Rhodus, hic salta! [vii]
El valor de
uso y su importancia social tendrá que tenerse muy en cuenta en aquella
sociedad (la comunista) en que los actos dirigidos a la producción y a la
satisfacción de sus necesidades, regule de manera integral y no fragmentaria
las consecuencias a largo plazo de nuestros actos, velando por proteger las dos
fuentes originales de toda producción humana: la tierra y el hombre. Es cierto
que en El Capital afirmé que el valor de uso interesa a las ciencias
periciales, no a la Economía Política. Esta afirmación mía puede haber sido mal
interpretada, en el sentido de prescindir de esa categoría tan importante -el
valor de uso- para avanzar hacia una Economía Política en busca de la
desalienación del hombre.
Y sin
embargo, uno de los momentos lógicos más importantes en mi exposición
científica fue el papel que le concedí al concepto “valor de uso de la
fuerza de trabajo”, pues ello me permitió esclarecer y explicar la ley
económica fundamental del sistema capitalista, la ley de la plusvalía.
Cada
sociedad tiene su propio sistema de leyes y el valor de uso se somete también a
ese sistema de leyes. El valor de uso de la fuerza de trabajo no es el mismo en
regímenes sociales diferentes. Y ello es válido también para los medios de
producción y los medios de consumo.
El sistema
de las necesidades es distinto para cada sociedad, está sometido a leyes
distintas. Con el mismo derecho científico que esgrimí para plantear que el
valor de uso de la fuerza de trabajo en el capitalismo es crear plusvalía, se
puede plantear también que el valor de uso de los medios de producción es
funcionar como capital constante; mientras que el consumo de valores de uso de
la clase obrera es consumo improductivo para los obreros, pero es consumo
productivo para la clase capitalista.[viii]
El
fetichismo es de la mercancía y por tanto, abarca al valor y al valor de uso.
La mercancía es esa unidad de contrarios, en que el valor aparece como una
cualidad natural y no social de la mercancía. Y sin embargo, la materialidad
social existe también. Tanto el valor de uso como el valor son cualidades
materiales de la mercancía, sólo que el valor de uso es una cualidad
material-natural y el valor es una cualidad material-social.
El hombre
queda enajenado cuando el trabajo se enfrenta a él como algo ajeno que lo
domina y la vida y la muerte dependen realmente de esa relación social
materializada en la mercancía, relación social que aparece como una cualidad
material-natural de la mercancía y no como lo que es, una cualidad material-social.
El
capitalismo es el sistema social en que las formas mercantiles alcanzan su
máxima manifestación. A medida que avanza el desarrollo del capitalismo, surgen
nuevas formas fetichistas del capital y el grado de enajenación del hombre
frente al trabajo alcanza niveles superiores.
El acceso a
los valores de uso es una cuestión de vida o muerte para el sujeto.[iX] Pero la disponibilidad del valor de uso de la mercancía depende, precisamente,
del valor de cambio. ¿Interesa o no el valor de uso a la Economía Política?
Claro que interesa. Y sobre todo interesa, porque el valor de uso desempeña un
papel imprescindible en la reproducción de las relaciones de producción
entre los hombres. El valor de uso queda condicionado socialmente bajo cada
sistema de relaciones de producción. Al capital solo le interesa el valor de
uso como soporte material del valor de cambio. Es medio y no fin. Ello puede
explicar por qué se habla hoy de “capitalismo del desperdicio”, porque mientras
más rápido se consume y destruye lo producido, más amplio se hace el mercado y
mayores son las ganancias del capital.
La
trascendencia actual que tiene este enfoque está muy relacionada con el
equilibrio que el hombre ha de alcanzar con la naturaleza, para continuar
formando parte de ella. Toda
sociedad humana ha de encontrar cierto equilibrio entre lo que produce y la
sostenibilidad a largo plazo de las fuentes de esa producción. Mi amigo
Federico Engels había planteado la necesidad de medir las consecuencias a largo
plazo de los actos dirigidos a la producción.
El peligro
de socavar las dos fuentes originales de toda riqueza (la tierra y el hombre)
estará presente en toda sociedad en que persista el movimiento del
capital como sistema. El productivismo sin límite, sin medida, sin criterio a
largo plazo, sin medir las consecuencias más remotas de nuestros actos
productivos, con un enfoque fragmentario, desata efectos no intencionales que
se imponen a espaldas de los productores de esos actos.
No es casual que cada día se imponga con mayor fuerza hablar de los
problemas globales, es decir, aquellos fenómenos o procesos que constituyen
importantes amenazas para la vida de los seres humanos y para la preservación
del propio planeta. Aún cuando
Engels y yo le prestamos más atención a las crisis cíclicas del siglo XIX, hoy
he preferido referirme a esto que se ha dado en llamar “crisis del mecanismo
económico capitalista”, porque abarca otras aristas que incluyen a la relación
de la sociedad con la naturaleza. Alguien no presente en este panel ha alertado
al mundo y ha dicho: “Una especie está en peligro de extinción: la
especie humana”.[X]
Estoy de
acuerdo con él. El capital utiliza como
mecanismo económico determinadas fuerzas materiales y espirituales. La división
social del trabajo capitalista va convirtiendo toda nueva fuerza social
productiva del trabajo en potencia del capital. Así, la ciencia, es separada
del trabajo como potencia independiente de producción y se pone al servicio del
capital. La competencia capitalista es la forma fundamental de manifestación
del mecanismo económico capitalista.
El mecanismo económico
capitalista se manifiesta como un sistema contradictorio de instrumentos y
leyes económicas objetivas que regulan el proceso de reproducción y desarrollo
de nuevas formas de tránsito del capital para dar solución al carácter cada vez
más social del proceso de reproducción capitalista.
Engels y yo
pudimos apreciar el surgimiento de las sociedades por acciones y el papel
extraordinario de la bolsa de valores para potenciar las enormes inversiones que
exigió el desarrollo de la industria pesada, los ferrocarriles, los
trasatlánticos, procesos todos que conducían inexorablemente a la formación de
los monopolios. Tanto Engels como yo mantenemos hoy nuestra idea de
luchar por poner la ciencia – en su sentido más amplio – al servicio de una
sociedad de trabajadores libres y asociados, altamente cooperativos y
solidarios.
Yo pude apreciar cómo la concentración de la producción y del capital
condujo al surgimiento de los monopolios. En los primeros años del siglo XX, el
Estado todavía no intervenía
significativamente en la economía. Con excepción de los arsenales, los bosques y los ferrocarriles, el Estado no tenía
otros bienes de producción. Percibía impuestos y emitía papel moneda, pero no regulaba la producción ni los precios. Su
función más importante consistía en
mantener el “orden burgués”.
Tanto Marx como Engels apreciaron el carácter objetivo de la necesidad de
la intervención del Estado en la economía, pero
no fue hasta finales de la segunda década del siglo XX cuando se comenzó a manifestar, en los países capitalistas más desarrollados, el capitalismo monopolista de Estado. Pude entonces realizar un análisis científico de este nuevo fenómeno.
Definí la naturaleza social del capitalismo monopolista de Estado como la unión de la fuerza gigantesca de los monopolios con la fuerza gigantesca del Estado, en un mecanismo único sujeto a los intereses de la oligarquía financiera.
Resalté su base económica: el proceso de
socialización de la producción exigía la dirección
de la producción y la distribución a escala
de toda la economía nacional. Se había hecho imprescindible la intervención del Estado en el curso de la reproducción capitalista.
Bajo la égida de los monopolios capitalistas, el mecanismo “automático” de la ley del valor resultó insuficiente para
superar las enormes desproporciones originadas por el desarrollo desigual de las ramas de la economía nacional. Se
hizo necesario que un centro económico nacional (el Estado) regulara el establecimiento de las proporciones necesarias que garantizaran la reproducción capitalista.
Pero la conciencia de este cambio de época no se concretó de inmediato en
un sistema teórico que ayudara a organizar el cambio del mecanismo económico
capitalista. Solo uno gran crisis pondría a la orden del día este problema.
Si me lo
permiten, puedo decir algo sobre la necesidad de cambiar el mecanismo económico
capitalista ante una crisis que conocí muy bien: la Gran Depresión de 1929 –
1933; y que estuvo intercalada entre dos grandes guerras mundiales.
Siempre he sido un intelectual rebelde. En esto tengo algo de común con
Marx. En los años de la Primera Guerra Mundial trabajé en el Ministerio de
Hacienda inglés. Desde 1916 me ocupé del estudio de las reparaciones que Alemania tendría que efectuar al finalizar la guerra. El equipo de trabajo que dirigí analizó el comercio exterior
de Alemania en la preguerra, su producción,
sus activos en el extranjero, el valor de los territorios que seguramente
perdería (Alsacia-Lorena, una parte de
Silesia, etcétera) y de sus colonias,
y el monto de los daños de toda índole
que, bajo los términos del armisticio, podían
dar origen a reclamaciones.
El resultado de estas investigaciones, que hoy llamaríamos de
análisis prospectivo, encontraba que la cuenta contra el enemigo, de acuerdo con los términos del armisticio, podía ser
de unos 4 mil millones de libras, pero
sería más prudente situarla en 2 mil
millones. Así y todo, Alemania no podría entregar de inmediato los proyectados 2 mil millones de libras y tendría que pagar anualmente 100 millones, pues la tasa de interés vigente
entonces era de 5%. Se tenía en consideración
el hecho de que antes de la guerra, Alemania había tenido una balanza
comercial sustancialmente adversa. Ahora
tendría que sufrir la pérdida de
valiosos territorios productivos y
de su marina mercante.
Yo había comprendido que la ruina de
Alemania agravaría la crisis económica europea, que una nación como ésta, de una importancia internacional tan vasta, no podía ser desorganizada y empobrecida sin daño mortal para todo el organismo económico de Europa. Si los vencedores aplastaban a los vencidos, no tardarían en obtener consecuencias económicas y políticas nefastas.
En enero de 1918 Estados Unidos intervino en la guerra y el presidente Wilson formuló sus famosos catorce puntos relativos a las condiciones de paz entre las
potencias beligerantes. Los alemanes aceptaron
entablar negociaciones de paz basadas en estos
catorce puntos. La paz ofrecida por los aliados
a Alemania era una paz sin anexiones ni
indemnizaciones. Y Alemania capituló sobre la base
de estas condiciones, aun cuando no estaban escritas
en un tratado, en un documento suscrito por
unos y otros beligerantes.
Pero el Tratado de Versalles no respetó estas
condiciones. Alemania no sólo perdió una
parte considerable de su territorio, sino que tuvo que asumir la reparación de
los daños causados por la guerra,
perdió su marina mercante, sus colonias y sus propiedades en éstas. Y, encima
de todo ello, tenía que pagar enormes indemnizaciones.
Yo solo era un delegado económico del Gobierno
británico en el Tratado de Versalles. Mi primer ministro, Lloyd George, en el célebre Consejo de los Cuatro, representó la posición inglesa en cuanto a las cláusulas cardinales de la paz. Ya próximas las elecciones en Inglaterra, Lloyd George se había comprometido con el pueblo inglés a obligar a Alemania al pago integral del costo de la guerra.
El contribuyente inglés no quería que recayesen en él las obligaciones económicas de la guerra. La posición de Francia, representada por Clemenceau, era lograr una paz ventajosa para los intereses franceses,
de consecuencias muy duras para Alemania. Y
el presidente Wilson, de Estados Unidos, no impuso sus catorce puntos para la paz, a pesar de haberse comprometido en este sentido con Alemania.
Tuve que renunciar a formar parte de la Delegación británica al Tratado de
Versalles. Escribí entonces aquel libro “Las Consecuencias Económicas de la
Paz”, que nada menos que Lenin me dio la razón.
Vladimir Ilich Lenin
Entonces dije:
Keynes llegó a
la conclusión de que con la paz de Versalles,
Europa y el mundo entero marchan a la bancarrota. Dimitió, luego de arrojar su libro a la cara de su gobierno diciéndole: están ustedes haciendo una locura.[Xiii]
John Maynard Keynes:
Thank you very much. Es cierto que defendí
principalmente no imponerle el costo de la
guerra a Alemania, pero también reconocí lo
inútil de aspirar a cobrarle al país de los
soviets, era imprescindible para todo el organismo
económico europeo el restablecimiento de las
economías de los diversos países
beligerantes.
Vladimir Ilich Lenin:
Y en efecto, apoyando a Keynes, afirmé entonces:
Para establecer la economía mundial es necesario utilizar las materias primas rusas. No es posible prescindir de ellas; económicamente esto es
indiscutible. Lo admite un burgués de pura cepa, que
estudió economía y considera las cosas desde
un punto de vista netamente burgués: Keynes, autor del libro Consecuencias económicas de la paz.[xiv]
Yo nunca subestimé a Keynes, como hicieron después muchos supuestos
“marxistas leninistas”. No me explico cómo desconocieron mi valoración de
Keynes cuando afirmé:
Llegó a conclusiones más penetrantes, evidentes e instructivas que las de cualquier comunista revolucionario, ya que se trataba de un burgués declarado, enemigo implacable del bolchevismo, del cual se hace una imagen, como buen pequeño-burgués inglés, brutal monstruosa y feroz.[xv]
John Maynard Keynes
¡Que forma tan simpática de reconocer mi capacidad!
Después de la Primera Guerra Mundial, concentré mi atención en la
elaboración de los problemas relacionados con el restablecimiento de Europa. En
el Manchester Guardian publiqué una serie de artículos desde abril de
1922 hasta enero de 1923 sobre los problemas económicos de postguerra,
especialmente los relacionados con la circulación monetaria y el comercio.
En 1923, escribí Tratado sobre la reforma monetaria. En esta obra analizo el problema de si es conveniente o no continuar utilizando el patrón oro en Inglaterra. La cuestión estribaba en si la moneda británica
debía dirigirse con el objetivo de asegurar un valor externo estable, es
decir, para mantener una paridad fija
con el oro, o si debía dirigirse con
el objeto de asegurar un nivel estable
de precios internos, criterio este último que yo defendía.
Una parte considerable del
oro del mundo había sido absorbido por
Estados Unidos al final de la guerra. El patrón oro, tal y como lo apreciaba yo, significaba simplemente patrón dólar. Y el dólar era una moneda dirigida por el sistema de la Reserva Federal de Estados Unidos, lo cual haría depender la libra esterlina del dólar.
Someterse al patrón oro era
comprometer al país a perder su libertad para
seguir una política interior dependiente. Los
precios internos estarían sujetos a los
mecanismos inflacionarios o deflacionarios que se
movieran en el exterior del país. Es decir, la
inflación o la deflación serían importadas del
exterior, sin control alguno.
Por tanto, este “burgués declarado, enemigo implacable del bolchevismo”, alertó a tiempo el peligro que se avecinaba para
Inglaterra y de cierta manera también para Europa: el dominio de Estados Unidos
sobre nuestras economías a través del dólar.
Poco después de publicar mi Tratado sobre la reforma monetaria, Winston Churchill, ministro de Hacienda,
restauraba el patrón oro, y la libra esterlina alcanzaba la misma paridad de preguerra, es decir, 4,86 dólares. Con una libra esterlina sobrevalorada, la posición
competitiva de Inglaterra en los mercados extranjeros quedaba seriamente amenazada.
Así lo comprendí y en mi condición de intelectual
rebelde, me atreví a emprenderla nada menos que con aquel hombre tan querido de
la Reina y del pueblo inglés Y publique entonces: Las consecuencias
económicas de Mr. Churchill (1925).
En realidad, ya yo defendía entonces la inflación dirigida en la circulación interior, para mantener la actividad económica a costa de la presión constante de un impuesto indirecto inflacionista en el consumo. Esta posición la mantendría también en mi Teoría general de la ocupación,
el interés y el dinero.
En 1926,
publiqué el trabajo Fin de la libre empresa, en el cual fundamento la
posibilidad de eliminar el desempleo y las crisis propias de la empresa
privada, mediante la regulación de la circulación monetaria y del
crédito.
En 1930, publiqué mi obra Tratado sobre el dinero, referida a la teoría y la política monetarias, que me acercó mucho a lo que sería después mi obra principal: la Teoría general de la ocupación, el interés y el
dinero (1936). En esta obra advertí acerca
de cómo las inversiones en el extranjero, son el resultado de los más altos tipos de interés en el exterior y pueden provocar que suban los tipos de interés en el interior, lo cual traería consigo más desempleo en el interior. Para estimular
la desviación de la exportación de capital, hacia las inversiones en el interior del país, sugerí ya entonces
establecer condiciones más favorables para
las inversiones internas, por ejemplo, un
subsidio para estas últimas y un impuesto a las exportaciones de capital. He intentado siempre ser un teórico
práctico. Por eso propuse ya entonces tomar
medidas contra el desempleo; la crisis
de 1929 estaba en pleno apogeo.
Durante la Segunda Guerra mundial, presté mucha atención a la elaboración
de los problemas financieros generados por la guerra. En 1940 apareció mi
trabajo ¿Cómo pagar la guerra?, en el cual propuse un sistema de medidas
para movilizar los recursos financieros para las necesidades de la guerra e
introduje la idea de los ahorros coercitivos. En ese mismo año, fui
designado consejero de la Tesorería británica y llegué a ser uno de los
creadores del sistema de finanzas de guerra de Gran Bretaña.
Aquí quiero dar un salto histórico antes de hablar de las ideas ya muy
conocidas de mi obra Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, que para algunos constituyó una revolución en la ciencia de la economía
política.
En 1944, representé a Inglaterra en la conferencia
de Bretton Woods, New Hampshire, en la cual se
debatió el proyecto de creación del Fondo
Monetario Internacional y del Banco Mundial, y también en otras negociaciones internacionales. Allí abogué por la creación de una institución internacional denominada Unión Internacional de Compensación, la cual admitiría una moneda internacional de valor fijo con relación al oro denominado bancor.
El objetivo general de esta institución debía ser el ejercer una influencia estabilizadora en las
fluctuaciones del ciclo económico, utilizando para
ello los recursos monetarios de la misma.
El bancor, además de tener un valor fijo con relación al oro, mantendría
una relación determinada con cada divisa
nacional, la cual podría alterarse a petición del gobierno correspondiente, siempre que el órgano directivo de la unión lo aprobase.
Las deudas entre países miembros podrían saldarse con esta moneda. Este proyecto mío no fue aceptado
por Estados Unidos, el cual en su
condición de país acreedor, hubiera tenido que recibir moneda bancor en compensación de su superávit, hasta el límite total de las cuotas de los países deudores; esto equivalía a que Estados Unidos otorgara un crédito de miles de millones de dólares a los demás países. Por tanto, no pude evitar, no sólo que la libra esterlina quedara supeditada al dólar norteamericano, sino que el resto de las monedas de Europa capitalista se ataran también a la moneda norteamericana.
¿Díganme si no traté de evitar la hegemonía mundial de Estados Unidos?
E.M.M:
Me permito
interrumpir, señores. Hay algo que resulta imprescindible esclarecer con
relación a la crisis y la inflación en el mecanismo capitalista actual. Las
ideas de Keynes han influido de forma determinante en el diseño de las
políticas económicas de muchos países en los años posteriores a la Segunda
Guerra Mundial; no cabe duda de ello. Pero en los años setenta del siglo XX, los Estados capitalistas
desarrollados que aplicaron bajo “receta keynesiana” la solución inflacionaria
para enfrentar el ciclo económico capitalista, se encontraron ahora con un
problema doble: crisis con inflación. De allí que las ideas anti inflacionarias
de Milton Friedman cobraran gran vigencia. Por eso quisiera
escuchar a Milton Friedman, Premio Nobel de Economía en 1976, porque su teoría
monetarista surge en controversia con el keynesianismo. ¿Usted quisiera
explicar su posición?
Muchas gracias. Casi le tengo que agradecer a Keynes
mi Premio Nobel, porque logré influir de manera decisiva con mis ideas al
cambio en las políticas keynesianas contemporáneas. Y en ello fue determinante
mi concepción acerca de la crisis y la inflación.
En los años 70 la inflación moderada promovida por la política
keynesiana, se convirtió en inflación crónica, dejo de ser solución, para
convertirse en problema: surgió el fenómeno de la estanflación.
Los precios son demasiado importantes para el
funcionamiento del mercado. Desempeñan tres funciones en la organización de la
actividad económica de los empresarios: trasmiten información; aportan el
estímulo para adoptar los métodos de producción menos costosos y emplear los
recursos disponibles para los empleos mejor remunerados; y determinan quién
obtiene las distintas cantidades del producto nacional, es decir, la
distribución de los ingresos (salario, ganancia, renta del suelo, interés,
dividendo, etc.).
La inflación es un fenómeno nacional. Cada país tiene
su tasa de inflación. Al no existir el patrón oro internacional (una misma
mercancía dinero) las causas de la inflación son internas, no externas. La tasa
de cambio monetaria cobra una importancia especial como variable macroeconómica
para los monetaristas. La inflación es un mal método de garantizar el pleno
empleo por el gasto público. No son causantes de la inflación los empresarios
monopolistas, ni tampoco el capitalismo: Yugoslavia y China comunista han
padecido de inflación.
La inflación es un fenómeno relacionado con la
impresión de billetes. Una inflación importante es siempre y en todos los
sitios un fenómeno monetario. La producción no es determinante de la inflación.
La inflación siempre está acompañada de un rápido incremento de la cantidad de
dinero. El dinero es un signo de valor que todas las personas aceptan como una
convención, una ficción, una aceptación mutua. Pero cuando este mecanismo se
avería, nada puede hacer más daño. El intentar eliminar el desempleo con
métodos inflacionarios a la manera keynesiana constituye un grave error de
estrategia y política económica.
La causa que
desencadena la crisis económica y la inflación es un mal manejo o control del
dinero por parte del Estado. El mal manejo del dinero por parte del Estado
provoca la crisis. Ejemplo: crisis de 1929. El Banco de la Reserva Federal de
New York no aumentó con rapidez la oferta monetaria para compensar la
contracción monetaria. No compró en gran escala títulos de deuda pública para
proporcionar liquidez a los bancos privados y éstos quebraron.
Si el Estado decide
financiar el gasto público con inflación ¿qué hace? La Administración de
Estados Unidos ordena al Tesoro que venda bonos al sistema de la Reserva. Este a
cambio de los bonos, entrega billetes que acaba de imprimir, o los abona en las
cuentas que el Tesoro tiene en la Reserva Federal. El Tesoro puede pagar ahora
el gasto público.
No todo gasto público genera
inflación. Si el gasto público es financiado mediante impuestos o es dinero
privado conseguido mediante préstamos, no hay inflación. ¿Por qué? Porque el
Estado tiene más dinero y el ciudadano menos, pero es la misma cantidad de
dinero. Por tanto hay un solo culpable: el Estado discrecional, que no
establece reglas fijas y estables para regular la oferta monetaria.
Para que la
clase obrera reciba el salario correcto, el nivel de desempleo y de
inflación ha de guardar una relación correcta, correspondiente a la tasa
natural de desempleo. La tasa natural de desempleo garantiza el nivel
óptimo de los negocios, aquel que estimula al empresario a ofrecer empleo; ello
exige lograr la relación óptima entre la inflación y el desempleo.
Y
cuando esto no se logra – porque el Estado intenta reducir el desempleo por
debajo de su tasa natural – el mecanismo del mercado restablece automáticamente
la tasa natural de desempleo. Por tanto, discrepo de Keynes y sus seguidores:
la vida demuestra que cualquier política discrecional de estímulo de la
demanda, es inefectiva y, por tanto, sólo se debe tratar de estabilizar la
oferta monetaria a un ritmo constante.
Coincido con
Friedman en circunstancias normales, es decir, en el largo plazo; pero en
momentos de depresión, tengo que darle la razón a Keynes.
Los Estados
capitalistas poderosos aprendieron a evitar las grandes depresiones desde
Keynes hasta Friedman. Determinadas “recetas” de políticas económicas
resultaron efectivas durante varias décadas; hasta que surgió la crisis
asiática de los años 90 del siglo pasado.
Gobiernos
como el de Estados Unidos en 1930-1931 – pueden haber permanecido una vez
incapaces (indefensos) mientras el sistema bancario nacional colapsaba; pero en
el mundo moderno, el seguro de depósito y la disposición de la Reserva Federal
de inyectar efectivo a las instituciones amenazadas, se supone que impidan
tales escenas. Ninguna persona sensata pensó que la era de la ansiedad
económica pasó; pero era de suponer que cualquier problema que pudiéramos tener
en el futuro, tendría poco parecido a los de los 1920s y 1930s.[xix]
En mi opinión, el abandono de la solución keynesiana, la buena y anticuada
macroeconomía de la demanda, ha sido uno de los errores estratégicos
fundamentales para impedir una mejor política ante los peligros inminentes de
una nueva gran depresión.
Estoy francamente a favor de un regreso a las medidas anti-crisis
Keynesianas.¿Qué significa decir que la economía
de la depresión ha regresado? Esencialmente significa que por primera vez en
dos generaciones, fallos en el lado de la demanda de la economía – gasto
privado insuficiente para utilizar la capacidad productiva disponible – se ha
convertido en la clara limitación de prosperidad para gran parte del mundo.[xx]
Habrá quien
me considere ecléctico porque no renuncio a las ideas de los ofertólogos
y los monetaristas para el largo plazo; y en cambio valoro las medidas
keynesianas como efectivas para el corto plazo.
Aún hoy
muchos economistas piensan que las recesiones son un asunto menor, su estudio
un tema ligeramente desprestigiado. El discurso presidencial de Robert Lucas
que yo cito en el capítulo 1 de mi libro “The Return of Depresión Economics and
the Crisis of 2008”, presenta argumentos convincentes de que el ciclo económico
ya no era un asunto importante, y que los economistas debían desviar su
atención al proceso tecnológico y al crecimiento a largo plazo. Eso está bien,
los asuntos del largo plazo son los que realmente importan, sólo que como
Keynes señaló, en el largo plazo todos estaremos muertos.[xxi]
No puedo dejar de apoyar la política seguida, primero, por la
administración W. Bush, y después, por la administración Obama, del rescate de
los Bancos.
La solución
obvia es poner más capital. De hecho, esa es la respuesta estándar en las
crisis financieras. En 1933 la administración Roosevelt usó la Corporación para
la Reconstrucción de las Finanzas para recapitalizar bancos mediante la compra
de acciones preferenciales – acciones que tenían rango superior sobre las
acciones comunes en términos de sus reclamos de ganancias. Cuando Suecia sufrió
una crisis financiera a principio de los 1990s, el gobierno intervino y le
proporcionó a los bancos capital adicional equivalente al 4% del PIB del país –
el equivalente de $ 600 mil millones para los Estados Unidos hoy – en pago a
una propiedad parcial. Cuando Japón rescató sus bancos en 1998, compró más de $
500 mil millones en acciones preferenciales, el equivalente relativo al PIB de
alrededor de 2 billones de inyección de capital en los Estados Unidos. En cada
caso, la provisión de capital ayudó a restaurar la habilidad de los bancos para
prestar y descongeló los mercados de crédito.”[xxii]
El mercado − y no el intervencionismo estatal keynesiano o socialista − ha
de ser el que rija para el largo plazo: sólo en situaciones graves como las
actuales, es imprescindible que el Estado asuma las riendas discrecionales del
manejo de la economía, después debe regresarse a la privatización.
Ciertamente, consideré que el rescate de la banca por parte de la
administración de W. Bush resultó insuficiente.
Mi opinión
es que la recapitalización con el tiempo tendrá que ser mayor y más amplia, y
que tendrá que haber mayor autoridad de control gubernamental – en efecto
vendrá más cercana a la total nacionalización temporal de una parte
significativa del sistema financiero. Solo para estar claro, esto no es un
objetivo a largo plazo, el asunto es apoderarse de las cumbres dominantes de la
economía: las finanzas deben ser reprivatizadas tan pronto como sea seguro
hacerlo, de la misma manera que Suecia puso la banca de nuevo en el sector
privado después de su gran rescate financiero a principio de los 1990s. Pero
por ahora lo importante es liberar crédito por cualquier medio al alcance, sin
atarse a nudos ideológicos.[xxiii]
Uno de los méritos de Keynes es haber fundamentado la necesidad de regular
el movimiento del capital ficticio cuando aún era posible a escala nacional en
los países capitalistas desarrollados: hoy esa necesidad se extiende a escala
global.
En las
secuelas de la Gran Depresión, rediseñamos la maquinaria de forma tal que la
pudiéramos entender suficientemente bien para evitar grandes desastres. Los
bancos, la pieza del sistema que funcionó tan mal en los 1930s, fueron
colocados bajo estricta regulación y apoyados por una fuerte red de seguridad.
Entre tanto, los movimientos internacionales de capital, que jugaron un papel
perjudicial en los 1930s también fueron limitados. El sistema financiero se
hizo aburrido pero más seguro.”[xxv]
No me queda
más remedio que apoyar la solución inflacionaria, la política continuada de
déficit fiscal defendida por Keynes cuando la crisis de 1929-33, porque
considero que sigue siendo el único camino posible.
Al igual que
Paul Krugman, considero que ha habido errores en las políticas seguidas para
salir de la crisis actual; pero difiero de las propuestas de mi colega Premio
Nobel. Encabecé un grupo de economistas, que recomendó a la ONU impulsar una
transformación completa de la arquitectura económica global para superar la
actual crisis financiera y evitar su repetición. Pienso que ese es el verdadero
camino para salir de la grave situación económica que vive el mundo.
Precisamente, en el documento The Commission of Experts on Reforms of the
International Monetary and Financial System, preliminary report, 19 March
2009, se realiza un diagnóstico de la economía global frente a la
crisis actual y se reconoce la necesidad de medidas estructurales de largo
plazo que deben conducir al desarrollo sustentable en todas partes del mundo,
medidas que incluyen las del milenio (para combatir el
desempleo, la crisis alimentaria, la crisis energética, la crisis ambiental,
etc.)
Como puede
verse, mi propuesta no es “Keynesiana” a corto plazo, como la de Paul Krugman,
es a largo plazo. No comparto la idea de que Keynes solo sea un teórico del
corto plazo, aunque su frase más que citada lo haga parecer así. Tampoco
considero que las políticas “keynesianas” implementadas en muchos países, especialmente,
en Estados Unidos, hayan sido totalmente fieles a Keynes.
Me atrevo a
plantear las siguientes interrogantes:
¿Ha sido la
política monetario- financiera global la principal causal de la crisis? ¿Han
sido las fallas de los mercados financieros? ¿La mala regulación de los
mercados financieros? ¿Tienen responsabilidad los países emergentes en esta
crisis? ¿Han sido teorías mal concebidas para conducir un fenómeno
positivo como la globalización?
Considérenme,
si se quiere un reformista. Pero propongo las siguientes ideas:
Las
medidas que tomen los países poderosos para resolver los efectos de la crisis a
lo interno de sus economías tendrán efectos en los países subdesarrollados. Por
tanto, los países subdesarrollados tendrán que tomar sus propias medidas. El
proteccionismo de los países industrializados es muy dañino para los países
subdesarrollados. En particular, el capital financiero “golondrina” ha sido muy
dañino y ahora lo puede ser más que nunca.
Es necesaria
la transparencia para implementar medidas democráticas a escala global. Debe
restablecerse la regulación estatal “más conveniente” de los mercados. Se debe
perseguir un desarrollo balanceado, equilibrado, sustentable, como salida de la
crisis.
Entre las
medidas más inmediatas sugiero las siguientes:
- Los países
desarrollados deben tomar medidas con efectos multiplicadores a largo plazo y
en colaboración unos con otros y elevar su ayuda a los países subdesarrollados.
- Los países
subdesarrollados necesitan fondos adicionales para hacer frente a su desarrollo
frente a la crisis bajo el manto de los derechos humanos. Se debe fortalecer
todo lo planteado para las metas del milenio.
- Los países
desarrollados tienen ahora una oportunidad de brindar créditos para el
desarrollo condicionados al buen uso “democrático” de los mismos.
- Deben
eliminarse las condicionalidades para que los países subdesarrollados tomen
medidas efectivas anti-cíclicas.
- Lograr que
las medidas financieras y comerciales impuestas por los países desarrollados
a los subdesarrollados se atemperen y den cierto margen al desarrollo de
estos países.
- Si se
mantienen las medidas aparentemente librecambistas y realmente proteccionistas
de la OMC, la situación será más difícil para los países subdesarrollados.
Señores,
todos dependemos de todos. La Globalización solo resulta un proceso positivo si
hay oportunidades para todos, si los mercados prosperan a escala global; y ello
exige una regulación de los mercados a escala global.
John Maynard
Keynes
Me veo obligado a intervenir de nuevo para replicar a mis críticos e
incluso a los que me defienden. En
ningún momento me propuse identificarme con ningún proceso revolucionario. Como
buen inglés, si estaba dispuesto a orientar a mi gobierno acerca del peligro
que se avecinaba para nuestra nación: quedar subordinada a los Estados Unidos.
Todo lo que
hice a lo largo de mi vida científica y política, estuvo orientado a evitar la desaparición del orden social que hasta ahora hemos tenido, a impedir
el empobrecimiento
general; y a conservar el
derecho que apostamos en el Nuevo Mundo los
ingleses. Preví el peligro mayor para mi país ya en 1919: Gran Bretaña quedaría subordinada a los
Estados Unidos y lo traté de
evitar.
Mi
experiencia cuando la Gran Depresión de 1929, me autoriza a exponer lo
siguiente. El 31 de diciembre de 1933, dirigí una carta abierta a Franklin
Roosevelt, que podría hoy enviársela al presidente Barack Obama, con pequeñas
modificaciones. Escribí entonces más o menos así a Roosevelt:
Usted se
enfrenta a una doble tarea: la recuperación de la crisis y la aprobación de
reformas económicas y sociales que debieron haber sido introducidas hace mucho.
El objetivo de la recuperación es incrementar el producto y el empleo. En nuestro
mundo el producto se destina a ser vendido y su volumen depende del poder de
compra que le hará frente en el mercado. Un incremento en el producto requiere
que – de alguna manera – las personas sean inducidas a gastar una mayor parte
de su ingreso; y que las empresas sean persuadidas, ya sea por una mayor
confianza o por una menor tasa de interés, a contratar más personal y así crear
más ingresos en manos de sus empleados.
Alternativamente,
la autoridad pública debe ser llamada a crear ingresos adicionales a través del
gasto público. Cuando los tiempos son malos no se puede esperar que las
personas gasten una parte de su ingreso a una escala adecuada. Y las empresas
contratarán más personal hasta que el gobierno haya revertido la situación a
través del gasto público. En consecuencia, le toca al gobierno dar el primer
paso.
Cuando el
gasto y las expectativas se deprimen, la inversión privada se contrae y no
puede ser el motor para sacar una economía adelante. El gasto público es la
alternativa para suplir la deficiencia en la demanda agregada. Las políticas de
austeridad que hoy se aplican en Europa son la antítesis de esta visión y
representan el regreso de las políticas de mis detractores.
El aumento
de precios normalmente acompaña al crecimiento y la expansión del empleo. Pero
existe una inflación provocada por manipulaciones de costos o de la oferta y no
tiene nada que ver con el aumento de precios que se espera de una expansión
saludable del poder de compra y de la demanda agregada. En pocas palabras, el
fetiche del control de la inflación no debe ser un obstáculo para aplicar
políticas de recuperación.
La prioridad
está en otorgar crédito para el gasto bajo los auspicios del gobierno. Una
preferencia estaría en obras que pueden madurar rápidamente y en gran escala,
como la rehabilitación de la red ferroviaria. En segundo lugar yo colocaría el
crédito barato y abundante, así como la reducción de la tasa de interés de largo
plazo a través de la intervención de la Reserva federal. [xxvi]
En esta
carta tan sencilla, hice un esfuerzo por explicar lo esencial de mis
conclusiones más importantes en mi obra “La Teoría General de la Ocupación, el
Interés y el Dinero”. Aclaro ahora – que quienes a nombre mío han impulsado el
gasto militar desenfrenado – no han defendido bien mis ideas.
Vladimir Ilich Lenin
Si bien he respetado la inteligencia y sensatez de
hombres como Keynes, mi vida científica y política la dediqué a orientar y
dirigir la lucha revolucionaria a favor de los trabajadores – pero sobre todo
en circunstancias de una crisis política y una situación revolucionaria. Para
eso es necesario saber desarrollar al sujeto de la Revolución.
Hoy sigue siendo éste el problema fundamental: lograr
distinguir en cada momento histórico los intereses de clase conciliables para
construir al sujeto de la revolución.
El grito que Marx y Engels proclamaron en El
Manifiesto Comunista: “¡Proletarios del mundo, uníos!”, bajo mi experiencia de
lucha, me llevó a ampliarlo: “¡Proletarios y pueblos oprimidos del mundo,
uníos! Pero ciertamente, cada proceso revolucionario en este mundo tan
desigual, diverso y complejo, exige plantearse una y otra vez este problema:
¿Cómo hacer conciliables los intereses de toda la humanidad para impedir la
extinción de la especie humana? ¿Cómo construir el sujeto revolucionario a escala
nacional, regional y mundial?
¿Quiénes
serán los beneficiados de esta crisis? Se puede responder, que como siempre,
los bancos y demás instituciones financieras a los cuales se les están
financiando las pérdidas originadas por su manifiesta irresponsabilidad. Y los
grupos privilegiados que concentran cada vez más la propiedad inmobiliaria y la
riqueza. Al final serán los contribuyentes los únicos que asumirán las
pérdidas.
¿Es acaso
posible que de conjunto los Estados más poderosos del mundo se coaliguen para
dedicar gran parte de sus recursos financieros a resolver los grandes problemas
que vive el globo terráqueo, aunque sea para garantizar la gobernabilidad del
sistema capitalista?
¿O el único
camino es el socialismo diverso y creativo que a distintas velocidades y con
distintos proyectos vayan avanzando por una senda desigual, con tropiezos y
logros, pero con mucha solidaridad y protagonismo de los pueblos? Pienso y
defiendo que este es el legítimo camino de los pueblos.
E.M.M:
Señores, la
presencia en nuestro panel del presidente Barack Obama, eminente Premio Nobel
de la Paz, hace posible que él refute o reconozca algunos de los análisis aquí
expuestos. Señor presidente, ¿Qué puede hacer Estados Unidos y qué está
haciendo para enfrentar la actual crisis mundial?
No ha
sido fácil para mí cumplir mis promesas electorales. En muchos sentidos me he
visto obligado a dar continuidad a las políticas ya establecidas, si bien he
intentado que otros asuman el deber de proteger al mundo, porque hasta ahora le
ha correspondido a Estados Unidos la parte principal de esa misión. Y es
sabido el alto costo económico que ello representa para el pueblo
norteamericano. Las filtraciones de la seguridad producidas en los últimos
tiempos por traidores a nuestro Mundo Libre nos han hecho especialmente difícil
el cumplimiento de nuestra misión histórica, si bien no renunciamos a ella.
Estoy especialmente decepcionado con el presidente Putin por conceder asilo a
Snowden. Muy distinta ha sido la solidaridad inglesa ante el caso del proscrito
Assange.[xxviii]
Mi
administración ha tenido algunos resultados importantes. Con apoyo de los
legisladores demócratas del Congreso, logramos que la Cámara de Representantes
aprobara en abril del 2010 una medida que extiende la cobertura médica a más de
30 millones de estadounidenses que actualmente no tienen seguro y hace que
millones de personas se vean forzadas a contratar un seguro de salud.
El Senado de
Estados Unidos también ha aprobado la mayor reforma de la regulación del
sistema financiero desde la década de 1930, que deberá ser armonizada con la
versión de la Cámara de Representantes antes de convertirse en ley.
El nuevo
Consejo de Supervisión de la Estabilidad Financiera, integrado por varias
agencias reguladoras y presidido por el secretario del Tesoro, vigilará los
riesgos sistémicos causados por las entidades financieras más grandes y
complejas.
E.M.M:
Presidente
Obama: ¿Se impedirá la entrega de bonos millonarios a los ejecutivos de
empresas que las conducen al riesgo de quiebra?
Barack
Obama:
Esa es
nuestra intención. Se crea una Oficina de Protección Financiera del Consumidor,
que estará dentro de la Reserva Federal pero cuyo director será designado
independientemente por el presidente de EE.UU., y que tendrá fondos propios.
Esta agencia supervisará los bancos con más de 10.000 millones de dólares en
activos, y podrá elaborar y aplicar nuevas reglas sobre hipotecas y otros
instrumentos financieros.
Se pone
límites a las operaciones que los bancos pueden hacer con "instrumentos
derivados", como los paquetes de títulos hipotecarios y los canjes de
seguros de impago a los cuales se atribuyen buena parte de la crisis financiera
reciente. La legislación también obliga a que estos "derivados" se
negocien en cámaras de compensación y mercados de valores a la vista del
público, y no entre bancos o entre bancos y clientes, como ocurría hasta ahora.
Se
requerirá que los fondos de alto riesgo (Hedge Funds) que manejan más de 100
millones de dólares se registren ante la Comisión de Valores como asesores de
inversiones y revelen a la agencia información sobre sus transacciones y
portafolios. Se requerirá que las firmas que convierten las hipotecas y otros
préstamos en instrumentos derivados retengan una porción del riesgo en sus
propias hojas de balance. ¿Se logrará
controlar la manipulación de los derivados financieros? Esa pregunta nos la
hacemos nosotros también.
Se creará
dentro del Departamento del Tesoro una nueva Oficina Nacional de Seguros que
vigilará a las firmas aseguradoras. La Comisión de Valores (SEC) designará
miembros de una nueva agencia que reglamentará el funcionamiento de las
calificadoras de crédito para evitar los conflictos de intereses. Los
inversionistas podrán demandar a las agencias de crédito.
Hay cierta
coincidencia entre la situación económica de Estados Unidos después de
terminada la Segunda Guerra Mundial y la actual situación. En aquel entonces
los Estados Unidos estaban forzados a intensificar las exportaciones para
garantizar el nivel de ocupación y establecer la igualdad entre la producción
nacional y la demanda solvente. Hoy se repite la historia bajo otras
condiciones muy distintas. En aquella época Estados Unidos era un país gran
acreedor; hoy es un gran deudor.
En uno de
mis discursos recientes este año 2013, he ofrecido la rebaja de los impuestos a
las empresas a cambio de que los republicanos acepten más inversiones para
crear empleos bien pagados y de calidad en el país.
Estoy dispuesto a simplificar nuestro código tributario de un modo que se cierren lagunas, se terminen los incentivos para enviar trabajos al exterior y se bajen las tasas para los negocios que crean empleos aquí en Estados Unidos.
Propongo
rebajar los impuestos a las empresas y corporaciones del 35% actual al 28% y
25% en las manufacturas, lo que no es poca cosa. Vamos a simplificar los
impuestos para los propietarios de pequeñas empresas y darles incentivos a la
inversión. Mi oferta contempla que una parte del dinero que se ahorre con la
transición a un sistema fiscal mejor, se destine a la creación de buenos
empleos con buenos salarios para las familias de clase media.
Estoy
dispuesto a trabajar con los republicanos sobre la reforma del código de
impuestos a las sociedades, siempre y cuando se use el dinero de la transición
hacia un sistema más simple para una inversión significativa en empleos para la
clase media. Ese es el trato. Señores, es fundamental crear empleos
manufactureros y felizmente, en estos últimos cuatro años, por primera
vez desde la década de 1990, el número de puestos de trabajo en ese sector ha
ido creciendo.
Por ello,
pido al Congreso apoyo para crear 45 centros de innovación manufacturera en el
país, el triple de lo que propuse en febrero pasado durante mi discurso sobre
el Estado de la Unión.
Es necesario
también crear más empleos vinculados a la infraestructura, las energías
renovables y la exportación. Me comprometo a ayudar a los más de cinco millones
de estadounidenses desempleados de larga duración.
En el
próximo otoño preveo reunirme con representantes de empresas que están poniendo
en marcha mejores prácticas para contratar a personas que llevan mucho tiempo
buscando trabajo. No estamos faltos de ideas. Estamos faltos de acción. Y
durante gran parte de los últimos dos años, Washington ha desviado su atención
cuando se trata de la clase media. No me canso de decirlo, el sueño americano
siempre ha estado asociado a una clase media próspera; y no desisto de hacer lo
máximo por lograrlo junto al apoyo de toda la Unión.
Es cierto
que Estados Unidos tiene una gran responsabilidad a escala global por
garantizar la democracia y los derechos humanos y no podemos renunciar a esa
misión histórica.
No puedo
coincidir con quien lleva adelante la política del Complejo Militar Industrial,
por más que ostente el Premio Nobel de la Paz. La solución de la crisis para
Estados Unidos no es la solución de la crisis para el mundo. Aprecio mucho lo
dicho por Joseph Stiglitz y hasta por el propio Keynes, porque abordan la
solución a la crisis con sus implicaciones más allá de los Estados Unidos.
En mi libro
"Más allá del capital"[xxx]
,
expuse mis ideas acerca de los límites absolutos del sistema del capital,
concebido este último como un sistema mundial. Porque el llamado “socialismo
real” no estuvo libre de la lógica del metabolismo del capital.
Reconozco
cuatro conjuntos de contradicciones o antagonismos estructurales, límites
absolutos del sistema del capital, que en su momento histórico fueron
constituyentes positivos de la expansión y el avance dinámicos del capital;
pero que hoy pueden llevar a un callejón sin salida de la humanidad, si la
teoría revolucionaria no se convierte en fuerza material, como expresión de las
necesidades de los pueblos:
- La
contradicción entre la tendencia fundamental del desarrollo económico
transnacional expansionista y las restricciones impuestas en él por los Estados
nacionales creados históricamente.
- Los
imperativos reproductivos de auto expansión del capital y la destrucción
de las condiciones de la reproducción social.
- La
liberación de la mujer como condición para asegurar la igualdad sustantiva.
- La
transformación del tradicional "ejército de reserva" en una explosiva
"fuerza laboral superflua.
Frente
a estos "límites absolutos" del sistema del capital, considero como
más probable que se mantenga la tendencia a una mayor presencia del Estado en
el control de los procesos socioeconómicos, e incluso se intensifique.
Y sin
embargo, rechazo la posibilidad de un "Gobierno Mundial" que
se ajuste a las necesidades de la reproducción del capital global; los Estados
nacionales bajo el dominio del sistema del capital tienden a agudizar sus
antagonismos; no sólo entre grandes Estados y pequeños Estados; sino incluso
entre los grandes Estados. Y no obstante, preveo que la alternativa socialista
tendrá que ser global.
Esperar que
el Estado del sistema del capital se convierta a sí mismo en una formación
positiva, que sea capaz de subsumir y "conciliar" bajo sí misma las
contradicciones de los Estados nacionales en forma de un "Gobierno
Mundial" o una "Liga de las Naciones" kantiana, es pedir lo
imposible. Porque el "Estado" del sistema del capital -que existe en
forma de Estados nacionales particulares- pisotea sistemáticamente la soberanía
de los Estados pequeños. De allí que una tarea principal en la lucha contra el
sistema del capital sea la defensa de la soberanía de las naciones pequeñas en
el campo de las relaciones interestatales. Por tanto, la lucha de los oprimidos
por alcanzar su soberanía es un paso inevitable en el proceso de la transición
hacia un orden social cualitativamente diferente.
El
antagonismo entre el capital transnacional globalmente expansionista y los
Estados nacionales -que indica en una forma muy aguda la activación de un
límite absoluto del sistema del capital- no puede ser superado por la postura
defensiva y las diversas formas de organización de la izquierda histórica. Para
tener éxito en ese respecto se necesitan las fuerzas de un genuino internacionalismo
concebido bajo la estrategia de una alternativa totalmente cooperativa y
democrática.
Hay que
tener muy presente que el sistema de control social del capital es
inherentemente destructivo de la humanidad y de la naturaleza, por lo cual la
alternativa socialista no puede limitarse a utilizar los avances de la ciencia
y la técnica tal y como han sido concebidas al servicio del sistema del
capital.
Está en la
naturaleza del capital el no poder reconocer ninguna contención que pudiese
restringirlo, sin importar el peso que lograsen ejercer los obstáculos que se
le opongan, ni su posible urgencia -aún al punto de la emergencia extrema- con
respecto a su escala temporal. Porque la noción misma de
"restricción" es sinónima de crisis en el marco conceptual del
sistema del capital. Ni la degradación de la naturaleza ni la penuria de la
devastación social significan algo para su sistema de control metabólico social
cuando se ve ante el imperativo absoluto de su auto reproducción en una escala
cada vez más ampliada.
Las
prioridades que hay que seguir, en el interés de la expansión y acumulación del
capital están irrevocablemente parcializadas en contra de quienes están
condenados al hambre y la malnutrición, mayormente en los países del
"Tercer Mundo". Pero de ninguna manera se trata simplemente de que el
resto de la población mundial no tenga nada que temer sobre el particular en el
futuro. Las prácticas productivas y reproductivas del sistema del capital en el
campo de la agricultura -desde el irresponsable pero altamente rentable uso de
productos químicos que se acumulan como residuos venenosos en el suelo; la
destrucción de las capas freáticas; y la interferencia en gran escala con los
ciclos climáticos globales en regiones vitales del planeta mediante la
explotación y destrucción de los recursos selváticos, etc.,- no prometen nada
bueno por venir para nadie.
Los recursos
que pudieran invertirse en bienes útiles para la sociedad, le son asignados en
una escala prodigiosa a proyectos militares totalmente destructivos e
inherentemente peligrosos. Cada vez que hay recursos renovables y no renovables
a la disposición del sistema, se les continúa asignando generosamente a los
proyectos militares carentes de sentido pero altamente beneficiosos para el
capital.
Se fomenta y
manipula la demanda de los individuos hacia el consumo de bienes y servicios
que se subordinan a los imperativos del valor de cambio en expansión. Para
mantener la insensata multiplicación de los automóviles - y el correspondiente
descuido o incluso destrucción intencional de los servicios de transporte
público- el sistema tenía que diseñar la absurda estrategia de mercadeo de la
"familia con dos (y hasta tres) automóviles". Imaginemos a una China
o una India "totalmente automovilizadas".
El círculo
vicioso de la escasez artificialmente creada e impuesta sólo puede ser roto
mediante la reorientación cualitativa de las prácticas productivas hacia un
mejoramiento significativo de la tasa de utilización, ahora desastrosamente
baja, de los bienes, los servicios y la capacidad productiva (tanto material e
instrumental como humana) hacia lo cual se deben canalizar los recursos
de la sociedad, y la redefinición práctica de la ciencia y la tecnología al
servicio de esos objetivos emancipadores.
Insisto
en la idea de distinguir entre la igualdad formal y la igualdad sustantiva,
ésta última surge directamente de la necesidad humana real. La relación
capital - trabajo es por naturaleza propia a la encarnación tangible de la
jerarquía estructural y la desigualdad sustantiva insuperables. La demanda de
igualdad sustantiva para la mujer se ha hecho valer en las décadas recientes de
una forma irrefrenable, lo que trae consigo complicaciones insuperables para la
"familia nuclear" -el microcosmos del orden establecido- y por ende
algunas dificultades para asegurar la reproducción continuada del sistema de
valores del capital.
La causa
histórica de la emancipación de la mujer no puede ser defendida exitosamente
sin sostener la demanda de la igualdad sustantiva (no la formal) en reto
directo a la autoridad del capital, que prevalece no sólo en la sociedad en su
conjunto sino igualmente en la familia nuclear. La igualdad sustantiva dentro
de la familia sería factible sólo si ella pudiese repercutir a todo lo largo de
la totalidad del "macrocosmo" social existente, lo cual obviamente no
puede. Esta es la razón fundamental por la que el tipo de familia dominante
debe ser estructurado de manera que resulte ser convenientemente autoritaria y
jerárquica. Las mujeres pueden convertirse en miembros plenamente iguales de la
fuerza laboral ampliada a conciencia, y penetrar así en territorios
anteriormente prohibidos. Pero bajo ninguna circunstancia puede permitírseles
cuestionar la división del trabajo establecida y su propio papel en la
estructura familiar heredada.
Quienes
como los integrantes del Club de Roma nos predican "los límites del
crecimiento", para amenazarnos con las fatales consecuencias de una
cercana "explosión demográfica", intentan obligarnos a "aprender
a vivir con los límites existentes", es decir, los límites absolutos del
capital. Amenazar a la humanidad con que va a alcanzar los límites naturales
absolutos resulta tan absurdo como esperar que el avance de la productividad
definida directamente en términos absolutos vaya a eliminar la escasez. Porque,
en definitiva, la escasez es creada y reproducida socialmente, debido a las
reglas bajo las cuales ella debe ser conducida.
La
alternativa que se nos ofrece -en el interés de salvaguardar el único orden
social económico "natural" (el sistema del capital)- es escoger entre
una catástrofe determinada por la naturaleza que hay que evitar a toda costa y
el remedio de la represión por grandes ejércitos permanentes y por una gran
fuerza armada organizada.
La amenaza
del desempleo crónico era apenas latente en el modo en que el capital reguló la
reproducción social durante muchos siglos del desarrollo histórico. El
"ejército de reserva" del trabajo no sólo no representó una amenaza
fundamental para el sistema hasta tanto se pudo mantener la dinámica de la
expansión y la acumulación rentable del capital, sino que fue, por el
contrario, un elemento necesario y bienvenido para su salud perdurable.
Mientras las contradicciones y antagonismos internos del sistema pudieron ser
manejados mediante el desplazamiento expansionista, los niveles del desempleo
que empeoraban periódicamente podían ser considerados como algo
estructuralmente temporal.
Sin embargo,
la situación cambia radicalmente una vez que la dinámica de la expansión y la
acumulación del capital sufren una perturbación tan violenta como fueron las
dos guerras mundiales del siglo XX, en busca de un nuevo reparto económico y
territorial del mundo. A partir de ese momento, junto al desempleo cíclico,
surge el desempleo estructural, que se manifiesta con especial fuerza en los
países subdesarrollados.
En
conclusión, el sistema del capital comienza a perder su capacidad de regular su
propio sistema de contradicciones, al perder sus potencialidades expansivas.
E.M.M:
Entonces
¿usted no ve solución dentro del propio sistema del capital a este problema?
Istvan
Meszaros:
Reafirmo
lo dicho: el sistema del capital comienza a perder su capacidad de regular “las
grandes tormentas”, hasta ahora ha sido capaz de “correr” los colapsos; el
complejo militar industrial hasta hoy le ha permitido subutilizar o destruir la
sobreproducción de capital; pero incluso, la dramática alternativa de Rosa
Luxemburgo se mantiene: “socialismo o barbarie”, porque la peligrosa lógica
interna del capital lo conduce inexorablemente a esa disyuntiva: o
luchamos por la vida o se hará realidad una frase célebre ya mencionada aquí:
“Una especie está en peligro de extinción: la especie humana”.
E.M.M:
En fin, el
problema es tan complejo y los criterios tan disímiles que no podemos esperar
un acuerdo entre todos. Y sin embargo, si el barco se hunde se hunde
para todos. ¿No es cierto? Que cada cual saque sus propias conclusiones.
BIBLIOGRAFÍA
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· ………….: El
papel del Trabajo en la transformación del mono en hombre, MARX, CARLOS;
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Notas:
[i] Profesor Titular Consultante del Instituto Superior de Relaciones
Internacionales “Raúl Roa García”.
[ii] Jorge Beinstein, especialista en pronósticos económicos, ha sido consultor
de organismos internacionales y gobiernos por más de tres décadas, titular de
cátedras de economía internacional y prospectiva, tanto en Europa como en
América Latina.
[iii] Ver: Jorge Beinstein: Rostros de
la crisis, Reflexiones sobre el colapso de la civilización burguesa, Seminario Internacional “Colapsos
ecológico-sociales y económicos”, Universidad Nacional Autónoma
de México 29 al 31 de 0ctubre de 2008.
[iv] OECD, “National Accounts-Main Aggregates, 1960-1996”, OECD, Paris, 1998; OECD “OECD Economic Outlook” (varios números).
[iv] OECD, “National Accounts-Main Aggregates, 1960-1996”, OECD, Paris, 1998; OECD “OECD Economic Outlook” (varios números).
[v] Carlos Marx (1818 – 1883) fundador del comunismo científico y guía del
proletariado internacional.
[vi] Carlos Marx, Federico Engels,
Cartas sobre “El Capital”, p. 166, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana,
1976.
[vii] “! Aquí está Rhodas, salta aquí !”. Frase de una fábula de Esopo significando que en donde está el problema
hay que resolverlo.
[viii] Consúltese el capítulo 21 del
primer tomo de El Capital.
[ix] Ver: Franz J. Hinkelammert, Cultura
de Esperanza y Sociedad sin Exclusión, Editorial DEI, Departamento Ecuménico de
Investigaciones, San José, Costa Rica, 1995.
[x] Ver: Fidel Castro: Discurso pronunciado
en la Cumbre de la Tierra, efectuada en Brasil, periódico Granma, 28 de junio
de 1992.
[xi] Vladimir Ilich Lenin (1870 – 1924) fundador del Partido Comunista de la
Unión Soviética y del Estado soviético. Continuador de la obra científica y
revolucionaria de Carlos Marx y Federico Engels.
[xii] John Maynard Keynes (1883 – 1946) economista y político inglés, fundador
del análisis macroeconómico contemporáneo y de una nueva corriente del
pensamiento económico. Alertó al gobierno inglés del peligro de quedar Inglaterra
subordinada, económica y políticamente, a Estados Unidos.
[xiii] Vladimir I. Lenin: “II
Congreso de la Internacional Comunista. 19 de julio-7 de agosto de 1920”, en Obras completas, t. 31, pp. 210-211, Editora Política, La Habana, 1963.
[xiv] Vladimir I. Lenin: “Discurso en la Asamblea de Militantes Activos de la
Organización de Moscú del P. C. (b) R. 6 de diciembre de 1920”, en Obras
Completas, t. 31, p. 434, Editora Política, La Habana, 1963.
[xv] Vladimir I. Lenin: “II Congreso de la Internacional Comunista. 19 de julio-7 de agosto de 1920”, en Obras completas, t. 31, p. 212, Editora Política, La Habana, 1963.
[xvi] Milton Friedman,
Economista norteamericano, principal figura de la denominada escuela de Chicago
y del monetarismo, obtuvo el Premio Nobel en 1976. Asesor del gobierno de Ronald Reagan y Augusto
Pinochet.
[xvii] Ver: Milton y Rose Friedman: Libertad
de elegir, pp. 345-389, Editorial Planeta-De Agostini, S.A, España, 1993.
[xviii] Paul Krugman, Premio Nobel de
Economía 2008, Profesor de Macroeconomía, estudioso del ciclo y la crisis, del
comercio internacional, del crecimiento y el desarrollo.
[xix] Paul Krugman, “The Return of Depression Economics and the Crisis of 2008,
p. 5, W.W Norton & Company, New
York London. (En lo adelante, las citas aparecerán ya traducidas al
español, aunque se respete la paginación en inglés)
[xx] Ibidem, p. 182.
[xxi] Ibidem, 183.
[xxii] Ibidem, 185.
[xxiii] Ibidem, 186.
[xxiv] Idem.
[xxv] Joseph Stiglitz, Premio Nobel de
Economía 2001, crítico de las políticas económicas causantes de la
crisis financiera y de la burbuja inmobiliaria en EE.UU. en el 2008.
[xxvi] Tomada la referencia de: Alejandro Nadal /2/01/2012, “De Keynes a
Roosevelt: reparar el mal”, http://cu.globedia.com/personaje/Franklin_Roosevelt>FranklinRoosevelt
[xxvii] Barack Obama, Presidente de Estados Unidos en 2008 y reelecto en 2012.
[xxviii] Julián Assange, quien preside Wikileaks, después de filtrar materiales
secretos de Estados Unidos, se mantiene asilado en la embajada de Ecuador en
Londres, sin permiso del gobierno británico para salir de ese país; mientras
Edward Snowden, el analista de la CIA que revelara los sistemas de espionaje
global que lleva adelante el gobierno de Estados Unidos, cuenta hoy con el
asilo que el gobierno ruso le concedió por un año, poniéndole a salvo de la
persecución llevada adelante por las agencias de inteligencia occidentales.
[xxix] Istvan Meszaros (1930) eminente filósofo húngaro, profesor universitario
(Universidad de Sussex, Inglaterra)
crítico marxista del sistema del capital y del “socialismo real”.
[xxx] En todo lo relacionado con las
ideas de este autor, nos hemos basado en: István Meszaros: Más allá del
capital, Vadell Hermanos Editores, C. A., Valencia-Caracas, 2001.