viernes, 5 de junio de 2015

Un Convite muy especial para debatir sobre la crisis actual


Ernesto Molina Molina[i]


Están presentes en este panel nada menos que Carlos Marx, Vladimir Ilich Lenin, John Maynard Keynes, Milton Friedman, Paul Krugman, Joseph Stiglitz, Jorge Beinstein, Istvan Meszaros y Barack Obama. No es necesario decir que estamos en presencia de personalidades que defienden posiciones muy diferentes frente al sistema del capital. 

La crisis actual no se trata de una crisis cíclica tradicional de las tantas que han acompañado al capitalismo desde que en 1825 se produjo la primera crisis cíclica, muy asociada a la Revolución Industrial. La actual crisis – consideramos – abarca algo mucho más importante, El objetivo de este debate es, por tanto, esclarecer científica y políticamente el amplio contenido de esta crisis y su posible solución.

¿Puede considerarse esta crisis tan grave como la Gran Depresión de 1929-1933? ¿Puede anunciar esta crisis la necesidad de un cambio de funcionamiento del mecanismo económico capitalista? ¿Cómo se correlacionan la crisis y la inflación en el actual proceso de desaceleración de la economía mundial? ¿Qué papel desempeña el complejo militar industrial en la gravedad de esta crisis? ¿Existe alguna perspectiva sobre el sujeto histórico capaz de transformar esta realidad de forma favorable a la humanidad? ¿Podrán los líderes de los diversos países del mundo estar a la altura de los tiempos para evitar una catástrofe ecológica?  

Jorge Beinstein[ii]

Me  atrevo a ser el primero en intervenir, porque me resulta abrumador el número de interrogantes que se nos plantea y sería muy difícil hablar después de tan prominentes personalidades ¿no es cierto? Además creo que mi introducción histórica al asunto – que abarca sobre todo las últimas cuatro décadas –  va a facilitar el debate. 

Desde que el capitalismo surgió, hasta nuestros días, el Estado ha sido garante y regulador del mercado de trabajo: el mercado que garantiza la propia esencia del capitalismo. En el siglo XIX, la intervención del Estado inglés fue decisiva para la instauración de un mercado libre de trabajo, con el fin de favorecer el despegue del capitalismo. Hoy presenciamos cómo se crean las cadenas productivas internacionales y el mercado mundial de trabajo en pleno siglo XXI. Pero todo ello viene acompañado de un tipo de competencia espuria: la competencia especulativa en la esfera financiera, en el mercado de capitales, que hoy rebasa a las bolsas de valores y se extiende a los vínculos entre empresas. El dominio sobre el capital ajeno alcanza límites insospechados. 

En esta competencia espuria participan Estados poderosos y empresas transnacionales. Y en ello desempeña un papel esencial la llamada economía casino. 

No queda más remedio que hacer un poco de historia de los procesos de desaceleración económica que vienen produciéndose desde los años 70.  La prosperidad de la post guerra terminó en 1973-74 con el shock petrolero, la subida  de los precios, el aumento del desempleo, los desordenes monetarios, la caída en la rentabilidad empresaria y el incremento de la capacidad productiva ociosa. Se inició un largo proceso de desaceleración de la economía mundial.   

Con la crisis petrolera de los años 70, la crisis del dólar, la crisis del sistema de Bretton Woods, el fenómeno de la estanflación, la desregulación de los mercados bursátiles a escala global y la exacerbación de la especulación, se dispara una crisis sistémica crónica de larga duración de carácter global.  

Los altos niveles de desocupación y precarización laboral, agravados por la guerra tecnológica entre las empresas transnacionales, fueron imponiendo una tendencia de larga duración de desaceleración de la demanda de las naciones ricas. En los países de la OCDE la tasa de crecimiento real promedio del consumo privado final había llegado al 5,1% en el período 1961-73 pero descendió al  3,1% en 1974-79, al 2,7 % en 1980-89 y al 2,3 % en 1990-99.[iv]  

La desaceleración económica causó déficits fiscales. Un achicamiento del gasto público o una mayor presión tributaria habrían tenido efectos recesivos, por otra parte existían excedentes financieros de empresas y bancos (petrodólares, etc.) con serias dificultades para convertirse en inversiones productivas debido a la situación de estancamiento. 

La solución al problema fue encontrada por medio del crecimiento de la deuda pública ¿no es cierto? de ese modo el endeudamiento de los países ricos desde los 1980 sucedió al endeudamiento de países pobres del segundo lustro de los 1970. 

La liberalización financiera y cambiaria empujó hacia arriba las tasas reales de interés y provocó la inestabilidad y especulación entre las monedas fuertes. Los Estados Unidos y otros Estados centrales, eliminaron las trabas a la libre circulación de monedas, a la compra-venta de títulos públicos y privados y al desarrollo de negocios financieros, para acceder al capital extranjero y afrontar así el gasto público, muy especialmente, el gasto militar. 

Se ha creado un sistema financiero muy flexible y dinámico, que permite buscar el mejor “rendimiento-costo” en un mercado financiero global que correlaciona todos los mercados (swap, divisas, opción a futuro, etc.,). Todo se privatiza. 

El tema energético es esencial, porque afecta globalmente al mecanismo económico capitalista en la llamada esfera de la economía real. La irrupción de los biocombustibles demuestra que los intereses aferrados a los hidrocarburos y al inmenso capital fijo asociado a la industria del petróleo, no permite avanzar de manera sólida hacia un cambio tecnológico revolucionario en el campo energético.  

La Revolución Industrial tuvo su primer impulso con el modelo energético basado en el carbón mineral. Luego, el modelo energético se basó en los hidrocarburos. La explotación intensiva de recursos naturales no renovables ha caracterizado el sistema tecnológico moderno, así como sus modelos de producción, consumo, transporte y comunicaciones, conducentes a la  sobreexplotación de los recursos no renovables. Frente al peligro de su agotamiento o disminución de las reservas o como consecuencia de un recorte en la producción se incrementa  la demanda, suben  los precios de modo exorbitante  y estamos ante una nueva crisis energética, sin precedente teniendo en cuenta los niveles que alcanzó la cotización del barril de petróleo.  

La expansión de los biocombustibles, sin embargo,   no consigue superar la penuria energética. Pero lo que es también grave, el acaparamiento de tierras fértiles y productos agrícolas con fines energéticos reduce la oferta alimentaria, y trae hambre e inflación. 

La utilización a gran escala de energía nuclear, además  de plantear graves problemas de seguridad, puede enfrentar un rápido agotamiento de las reservas de uranio. La expansión del empleo del carbón enfrenta problemas de costos de reconversión, de muy difíciles adaptaciones tecnológicas, de polución y finalmente de agotamiento del recurso. Y según las evaluaciones realizadas, las explotaciones intensivas de las reservas de uranio y carbón (en el nivel necesario como para suavizar la crisis energética) llevarían a la declinación de su extracción aproximadamente a partir del año 2030 y posiblemente antes.  

La crisis energética impulsó el aumento de los costos agrícolas a través de los mayores precios de los hidrocarburos. Y cuando llegó la crisis de la energía, el  remedio buscado a través de los biocombustibles encareció tierras  y productos agrícolas. 

Cuando un sistema social domina a la naturaleza a través de técnicas que lo conducen cada vez más a la depredación de su medio ambiente, esa civilización avanza inexorablemente hacia su etapa senil, pues la destrucción del medio ambiente es también la destrucción del sistema social existente. En este sentido, conviene recuperar aquellas ideas de Marx y Engels acerca de los límites del sistema del capital, algo que estoy seguro va a desarrollar también ¿no es cierto? el profesor Istvan Meszaros.

En realidad, el conjunto de crisis que simultáneamente acosan al sistema, hacen patente que estamos, al menos, frente a la crisis del mecanismo económico actual del capitalismo. Y que, por tanto, se abre una época de grandes transformaciones sociales. Me gustaría mucho conocer la opinión de Marx y de Meszaros.

 Carlos Marx[v]

Agradezco mucho esta introducción muy esclarecedora. Este tema siempre me apasionó. Engels y yo solíamos predecir los momentos en que se desencadenaría una crisis económica. Para nosotros era muy importante porque pensábamos que era la mejor situación para preparar a la clase obrera y en general, a todos los trabajadores, para la lucha política y la toma del poder. Los hechos históricos han mostrado después que las crisis son también un hervidero para movimientos políticos y sociales tan reaccionarios como el fascismo y las guerras más espantosas. 

Hoy tenemos que hablar de un sistema de crisis estrechamente vinculadas entre sí; y el núcleo de todas ellas se encuentra en la mercancía capitalista: en el desarrollo contradictorio entre su valor de uso (también capitalista) y su valor de cambio. En una carta a Engels reconocí entonces que lo que había de mejor en nuestro libro (El Capital) era poner de relieve desde su primer capítulo el doble carácter del trabajo, según se expresaba en valor de uso o valor de cambio.[vi]      

Mucho de lo que voy a decir aquí está mucho más desarrollado en El Capital y los cuadernos que hoy se conocen como Gundrisse (mi taller de investigación) y que no fueron escritos para ser publicados, sino para esclarecernos Engels y yo y finalmente poner en orden nuestra redacción en El Capital. Otras cosas que agrego, realmente no las dije entonces, pero son resultado de la lógica de los acontecimientos históricos. Tales son las condiciones del problema. ¡Hic Rhodus, hic salta!  [vii]
          
El valor de uso y su importancia social tendrá que tenerse muy en cuenta en aquella sociedad (la comunista) en que los actos dirigidos a la producción y a la satisfacción de sus necesidades, regule de manera integral y no fragmentaria las consecuencias a largo plazo de nuestros actos, velando por proteger las dos fuentes originales de toda producción humana: la tierra y el hombre. Es cierto que en El Capital afirmé que el valor de uso interesa a las ciencias periciales, no a la Economía Política. Esta afirmación mía puede haber sido mal interpretada, en el sentido de prescindir de esa categoría tan importante -el valor de uso-  para avanzar hacia una Economía Política en busca de la desalienación  del hombre. 

Y sin embargo, uno de los momentos lógicos más importantes en mi exposición científica fue el papel que le concedí al concepto “valor de uso de la fuerza de trabajo”, pues ello me permitió esclarecer y explicar la ley económica fundamental del sistema capitalista, la ley de la plusvalía.

Cada sociedad tiene su propio sistema de leyes y el valor de uso se somete también a ese sistema de leyes. El valor de uso de la fuerza de trabajo no es el mismo en regímenes sociales diferentes. Y ello es válido también para los medios de producción y los medios de consumo.  

El sistema de las necesidades es distinto para cada sociedad, está sometido a leyes distintas. Con el mismo derecho científico que esgrimí para plantear que el valor de uso de la fuerza de trabajo en el capitalismo es crear plusvalía, se puede plantear también que el valor de uso de los medios de producción es funcionar como capital constante; mientras que el consumo de valores de uso de la clase obrera es consumo improductivo para los obreros, pero es consumo productivo para la clase capitalista.[viii]

El fetichismo es de la mercancía y por tanto, abarca al valor y al valor de uso. La mercancía es esa unidad de contrarios, en que el valor aparece como una cualidad natural y no social de la mercancía. Y sin embargo, la materialidad social existe también. Tanto el valor de uso como el valor son cualidades materiales de la mercancía, sólo  que el valor de uso es una cualidad material-natural y el valor es una cualidad material-social. 

El hombre queda enajenado cuando el trabajo se enfrenta a él como algo ajeno que lo domina y la vida y la muerte dependen realmente de esa relación social materializada en la mercancía, relación social que aparece como una cualidad material-natural de la mercancía y no como lo que es, una cualidad material-social.  

El capitalismo es el sistema social en que las formas mercantiles alcanzan su máxima manifestación. A medida que avanza el desarrollo del capitalismo, surgen nuevas formas fetichistas del capital y el grado de enajenación del hombre frente al trabajo alcanza niveles superiores. 

El acceso a los valores de uso es una cuestión de vida o muerte para el sujeto.[iX] Pero la disponibilidad del valor de uso de la mercancía depende, precisamente, del valor de cambio. ¿Interesa o no el valor de uso a la Economía Política? Claro que interesa. Y sobre todo interesa, porque el valor de uso desempeña un papel imprescindible en la reproducción de las relaciones de producción  entre los hombres. El valor de uso queda condicionado socialmente bajo cada sistema de relaciones de producción. Al capital solo le interesa el valor de uso como soporte material del valor de cambio. Es medio y no fin. Ello puede explicar por qué se habla hoy de “capitalismo del desperdicio”, porque mientras más rápido se consume y destruye lo producido, más amplio se hace el mercado y mayores son las ganancias del capital.  

La trascendencia actual que tiene este enfoque está muy relacionada con el equilibrio que el hombre ha de alcanzar con la naturaleza, para continuar formando parte de ella. Toda sociedad humana ha de encontrar cierto equilibrio entre lo que produce y la sostenibilidad a largo plazo de las fuentes de esa producción. Mi amigo Federico Engels había planteado la necesidad de medir las consecuencias a largo plazo de los actos dirigidos a la producción.  

El peligro de socavar las dos fuentes originales de toda riqueza (la tierra y el hombre) estará presente en toda sociedad en que persista el  movimiento del capital como sistema. El productivismo sin límite, sin medida, sin criterio a largo plazo, sin medir las consecuencias más remotas de nuestros actos productivos, con un enfoque fragmentario, desata efectos no intencionales que se imponen a espaldas de los productores de esos actos.

No es casual que cada día se imponga con mayor fuerza hablar de los problemas globales, es decir, aquellos fenómenos o procesos que constituyen importantes amenazas para la vida de los seres humanos y para la preservación del propio planeta. Aún cuando Engels y yo le prestamos más atención a las crisis cíclicas del siglo XIX, hoy he preferido referirme a esto que se ha dado en llamar “crisis del mecanismo económico capitalista”, porque abarca otras aristas que incluyen a la relación de la sociedad con la naturaleza. Alguien no presente en este panel ha alertado al mundo y ha dicho: “Una especie  está en peligro de extinción: la especie humana”.[X] 
 
Estoy de acuerdo con él. El capital utiliza como mecanismo económico determinadas fuerzas materiales y espirituales. La división social del trabajo capitalista va convirtiendo toda nueva fuerza social productiva del trabajo en potencia del capital. Así, la ciencia, es separada del trabajo como potencia independiente de producción y se pone al servicio del capital. La competencia capitalista es la forma fundamental de manifestación del mecanismo económico capitalista. 

El mecanismo económico capitalista se manifiesta como un sistema contradictorio de instrumentos y leyes económicas objetivas que regulan el proceso de reproducción y desarrollo de nuevas formas de tránsito del capital para dar solución al carácter cada vez más social del proceso de reproducción capitalista. 

Engels y yo pudimos apreciar el surgimiento de las sociedades por acciones y el papel extraordinario de la bolsa de valores para potenciar las enormes inversiones que exigió el desarrollo de la industria pesada, los ferrocarriles, los trasatlánticos, procesos todos que conducían inexorablemente a la formación de los monopolios.  Tanto Engels como yo mantenemos hoy nuestra idea de luchar por poner la ciencia – en su sentido más amplio – al servicio de una sociedad de trabajadores libres y asociados, altamente cooperativos y solidarios.

 Vladimir Ilich Lenin[Xi] 
 
Yo pude apreciar cómo la concentración de la producción y del capital condujo al surgimiento de los monopolios. En los primeros años del siglo XX, el Estado todavía no intervenía significativamente en la economía. Con excepción de los arsenales, los bosques y los ferrocarriles, el Estado no tenía otros bienes de producción. Percibía impuestos y emitía papel moneda, pero no regulaba la producción ni los precios. Su función más im­portante consistía en mantener el “orden bur­gués”.
 
Tanto Marx como Engels apreciaron el carácter objetivo de la necesidad de la intervención del Estado en la economía, pero no fue hasta fina­les de la segunda década del siglo XX cuando se comenzó a manifestar, en los países capitalistas más desarrollados, el capitalismo monopolista de Estado. Pude entonces realizar un análisis científico de este nuevo fenó­meno.

Definí la naturaleza social del capita­lismo monopolista de Estado como la unión de la fuerza gigantesca de los monopolios con la fuerza gigantesca del Estado, en un mecanis­mo único sujeto a los intereses de la oligarquía financiera.  

Resalté su base económica: el pro­ceso de socialización de la producción exigía la dirección de la producción y la distribución a escala de toda la economía nacional. Se había hecho imprescindible la intervención del Estado en el curso de la reproducción capita­lista.  

Bajo la égida de los monopolios capitalistas, el mecanismo “automático” de la ley del valor resultó insuficiente para superar las enor­mes desproporciones originadas por el desarro­llo desigual de las ramas de la economía nacio­nal. Se hizo necesario que un centro económico nacional (el Estado) regulara el establecimiento de las proporciones necesarias que garantizaran la reproducción capitalista.  

Pero la conciencia de este cambio de época no se concretó de inmediato en un sistema teórico que ayudara a organizar el cambio del mecanismo económico capitalista. Solo uno gran crisis pondría a la orden del día este problema.  

John Maynard Keynes[Xii] 

Si me lo permiten, puedo decir algo sobre la necesidad de cambiar el mecanismo económico capitalista ante una crisis que conocí muy bien: la Gran Depresión de 1929 – 1933; y que estuvo intercalada entre dos grandes guerras mundiales.

Siempre he sido un intelectual rebelde. En esto tengo algo de común con Marx. En los años de la Primera Guerra Mundial trabajé en el Ministe­rio de Hacienda inglés. Desde 1916 me ocupé del estu­dio de las reparaciones que Alemania tendría que efectuar al finalizar la guerra. El equipo de trabajo que dirigí analizó el comercio exterior de Alemania en la preguerra, su pro­ducción, sus activos en el extranjero, el valor de los territorios que seguramente perdería (Alsacia-Lorena, una parte de Silesia, etcétera) y de sus colonias, y el monto de los daños de toda índole que, bajo los términos del armisticio, podían dar origen a reclamaciones. 

El resultado de estas investigaciones, que hoy llamaríamos de análisis prospectivo, encontraba que la cuenta contra el enemigo, de acuerdo con los términos del armisticio, podía ser de unos 4 mil millones de libras, pero sería más prudente situarla en 2 mil millones. Así y todo, Alemania no podría entregar de inmediato los proyectados 2 mil millones de libras y tendría que pagar anual­mente 100 millones, pues la tasa de interés vigente entonces era de 5%. Se tenía en con­sideración el hecho de que antes de la guerra, Alemania había tenido una balanza comercial sustancialmente adversa. Ahora tendría que su­frir la pérdida de valiosos territorios produc­tivos y de su marina mercante. 

Yo había comprendido que la ruina de Alemania agrava­ría la crisis económica europea, que una nación como ésta, de una importancia internacional tan vasta, no podía ser desorganizada y empobrecida sin daño mortal para todo el organismo económico de Europa. Si los vencedores aplas­taban a los vencidos, no tardarían en obtener consecuencias económicas y políticas nefastas.

En enero de 1918 Estados Unidos intervino en la guerra y el presidente Wilson formuló sus famosos catorce puntos relativos a las condi­ciones de paz entre las potencias beligerantes. Los alemanes aceptaron entablar negociacio­nes de paz basadas en estos catorce puntos. La paz ofrecida por los aliados a Alemania era una paz sin anexiones ni indemnizaciones. Y Alema­nia capituló sobre la base de estas condiciones, aun cuando no estaban escritas en un tratado, en un documento suscrito por unos y otros be­ligerantes. 

Pero el Tratado de Versalles no res­petó estas condiciones. Alemania no sólo perdió una parte considerable de su territorio, sino que tuvo que asumir la reparación de los daños cau­sados por la guerra, perdió su marina mercante, sus colonias y sus propiedades en éstas. Y, en­cima de todo ello, tenía que pagar enormes in­demnizaciones. 

Yo solo era un dele­gado económico del Gobierno británico en el Tratado de Versalles. Mi primer ministro, Lloyd George, en el célebre Consejo de los Cua­tro, representó la posición inglesa en cuanto a las cláusulas cardinales de la paz. Ya próximas las elecciones en Inglaterra, Lloyd George se había comprometido con el pueblo inglés a obli­gar a Alemania al pago integral del costo de la guerra. 

El contribuyente inglés no quería que recayesen en él las obligaciones económicas de la guerra. La posición de Francia, representada por Clemenceau, era lograr una paz ventajosa para los intereses franceses, de consecuencias muy duras para Alemania. Y el presidente Wilson, de Estados Unidos, no impuso sus catorce puntos para la paz, a pesar de haberse compro­metido en este sentido con Alemania.

Tuve que renunciar a formar parte de la Delegación británica al Tratado de Versalles. Escribí entonces aquel libro “Las Consecuencias Económicas de la Paz”, que nada menos que Lenin me dio la razón.

 Vladimir Ilich Lenin


 Entonces dije:  

Keynes llegó a la conclusión de que con la paz de Versalles, Europa y el mundo entero marchan a la bancarrota. Dimitió, luego de arrojar su libro a la cara de su gobierno diciéndole: están ustedes haciendo una locura.[Xiii] 

 John Maynard Keynes:

Thank you very much. Es cierto que defendí principalmente no imponerle el costo de la guerra a Alemania, pero también reconocí lo inútil de aspirar a cobrarle al país de los soviets, era imprescindible para todo el organismo económico europeo el restablecimiento de las economías de los diver­sos países beligerantes.

Vladimir Ilich Lenin

 Y en efecto, apoyando a Keynes, afirmé entonces: 

Para establecer la economía mundial es necesario utilizar las materias primas rusas. No es posible prescindir de ellas; económicamente esto es indiscutible. Lo admite un burgués de pura cepa, que estudió economía y considera las cosas desde un punto de vista netamente burgués: Keynes, autor del libro Con­secuencias económicas de la paz.[xiv] 

Yo nunca subestimé a Keynes, como hicieron después muchos supuestos “marxistas leninistas”. No me explico cómo desconocieron mi valoración de Keynes cuando afirmé:  
Llegó a conclusiones más penetrantes, evidentes e instructivas que las de cualquier comunista revolucionario, ya que se trataba de un burgués declarado, enemigo implacable del bolchevismo, del cual se hace una imagen, como buen pequeño-burgués inglés, brutal monstruosa y feroz.[xv] 

John Maynard Keynes

 ¡Que forma tan simpática de  reconocer mi capacidad!
Después de la Primera Guerra Mundial, concentré mi atención en la elaboración de los problemas relacionados con el restablecimiento de Europa. En el Manchester Guardian publiqué una serie de artículos desde abril de 1922 hasta enero de 1923 sobre los problemas económicos de postguerra, especialmente los relacionados con la circulación monetaria y el comercio.

En 1923, escribí Tratado sobre la reforma monetaria. En esta obra analizo el pro­blema de si es conveniente o no continuar uti­lizando el patrón oro en Inglaterra. La cues­tión estribaba en si la moneda británica debía dirigirse con el objetivo de ase­gurar un valor externo estable, es decir, para mantener una paridad fija con el oro, o si de­bía dirigirse con el objeto de asegurar un nivel estable de precios internos, criterio este último que yo defendía.  

Una parte considerable del oro del mundo había sido absorbido por Estados Unidos al final de la guerra. El patrón oro, tal y como lo apreciaba yo, significaba simplemente patrón dólar. Y el dó­lar era una moneda dirigida por el sistema de la Reserva Federal de Estados Unidos, lo cual haría depender la libra esterlina del dólar.  

So­meterse al patrón oro era comprometer al país a perder su libertad para seguir una política interior dependiente. Los precios internos es­tarían sujetos a los mecanismos inflacionarios o deflacionarios que se movieran en el exterior del país. Es decir, la inflación o la deflación serían importadas del exterior, sin control al­guno.  

Por tanto, este “burgués declarado, enemigo implacable del bolchevismo”, alertó a tiempo el peligro que se avecinaba para Inglaterra y de cierta manera también para Europa: el dominio de Estados Unidos sobre nuestras economías a través del dólar.

Poco después de publicar mi Tra­tado sobre la reforma monetaria, Winston Churchill, ministro de Hacienda, restauraba el patrón oro, y la libra esterlina alcanzaba la misma pa­ridad de preguerra, es decir, 4,86 dólares. Con una libra esterlina sobrevalorada, la posición competitiva de Inglaterra en los mercados ex­tranjeros quedaba seriamente amenazada.  

Así lo comprendí y en mi condición de intelectual rebelde, me atreví a emprenderla nada menos que con aquel hombre tan querido de la Reina y del pueblo inglés Y publique entonces: Las con­secuencias económicas de Mr. Churchill (1925). 

En realidad, ya yo defendía entonces la inflación dirigida en la circulación interior, pa­ra mantener la actividad económica a costa de la presión constante de un impuesto indirecto inflacionista en el consumo. Esta posición la mantendría también en mi Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero. 

En 1926, publiqué el trabajo Fin de la libre empresa, en el cual fundamento la posibilidad de eliminar el desempleo y las crisis propias de la empresa privada, mediante la regulación de la circulación monetaria y del crédito.  

En 1930, publiqué mi obra Tratado sobre el dinero, referida a la teoría y la política mo­netarias, que me acercó mucho a lo que sería después mi obra principal: la Teoría general de la ocupa­ción, el interés y el dinero (1936). En esta obra advertí acerca de cómo las inversiones en el extranjero, son el resultado de los más altos tipos de interés en el exterior y pueden provocar que suban los tipos de interés en el interior, lo cual traería consigo más desempleo en el interior. Para esti­mular la desviación de la exportación de capital, hacia las inversiones en el interior del país, sugerí ya entonces  establecer condiciones más favo­rables para las inversiones internas, por ejemplo, un subsidio para estas últimas y un impuesto a las exportaciones de capital. He intentado siempre ser un teórico práctico. Por eso propuse ya entonces tomar medidas contra el desempleo; la crisis de 1929 estaba en pleno apogeo. 

Durante la Segunda Guerra mundial, presté mucha atención a la elaboración de los problemas financieros generados por la guerra. En 1940 apareció mi trabajo ¿Cómo pagar la guerra?, en el cual propuse un sistema de medidas para movilizar los recursos financieros para las necesidades de la guerra e introduje la idea de los ahorros coercitivos. En ese mismo año, fui designado consejero de la Tesorería británica y llegué a  ser uno de los creadores del sistema de finanzas de guerra de Gran Bretaña. 

Aquí quiero dar un salto histórico antes de hablar de las ideas ya muy conocidas de mi obra Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, que para algunos constituyó una revolución en la ciencia de la economía política.  

En 1944, representé a In­glaterra en la conferencia de Bretton Woods, New Hampshire, en la cual se debatió el pro­yecto de creación del Fondo Monetario Interna­cional y del Banco Mundial, y también en otras negociaciones internacionales. Allí abogué por la creación de una institución internacional de­nominada Unión Internacional de Compensación, la cual admitiría una moneda internacional de valor fijo con relación al oro denominado bancor.  

El objetivo general de esta institución debía ser el ejercer una influencia estabilizadora en las fluctuaciones del ciclo económico, utilizando para ello los recursos monetarios de la misma.  

El bancor, además de tener un valor fijo con relación al oro, mantendría una relación deter­minada con cada divisa nacional, la cual podría alterarse a petición del gobierno correspondien­te, siempre que el órgano directivo de la unión lo aprobase. 

Las deudas entre países miembros podrían saldarse con esta moneda. Este pro­yecto mío no fue aceptado por Estados Unidos, el cual en su condición de país acree­dor, hubiera tenido que recibir moneda bancor en compensación de su superávit, hasta el límite total de las cuotas de los países deudores; esto equivalía a que Estados Unidos otorgara un crédito de miles de millones de dólares a los demás países. Por tanto, no pude evitar, no sólo que la libra esterlina quedara supe­ditada al dólar norteamericano, sino que el resto de las monedas de Europa capitalista se ataran también a la moneda norteamericana. 

¿Díganme si no traté de evitar la hegemonía mundial de Estados Unidos?

 E.M.M: 

Me permito interrumpir, señores. Hay algo que resulta imprescindible esclarecer con relación a la crisis y la inflación en el mecanismo capitalista actual. Las ideas de Keynes han influido de forma determinante en el diseño de las políticas económicas de muchos países en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial; no cabe duda de ello. Pero  en los años setenta del siglo XX, los Estados capitalistas desarrollados que aplicaron bajo “receta keynesiana” la solución inflacionaria para enfrentar el ciclo económico capitalista, se encontraron ahora con un problema doble: crisis con inflación. De allí que las ideas anti inflacionarias de Milton Friedman cobraran gran vigencia. Por eso quisiera escuchar a Milton Friedman, Premio Nobel de Economía en 1976, porque su teoría monetarista surge en controversia con el keynesianismo. ¿Usted quisiera explicar su posición?

 Milton Friedman[xvi] 

Muchas gracias. Casi le tengo que agradecer a Keynes mi Premio Nobel, porque logré influir de manera decisiva con mis ideas al cambio en las políticas keynesianas contemporáneas. Y en ello fue determinante mi concepción acerca de la crisis y la inflación.  

 En los años 70 la inflación moderada promovida por la política keynesiana, se convirtió en inflación crónica, dejo de ser solución, para convertirse en problema: surgió el fenómeno de la estanflación.

Los precios son demasiado importantes para el funcionamiento del mercado. Desempeñan tres funciones en la organización de la actividad económica de los empresarios: trasmiten información; aportan el estímulo para adoptar los métodos de producción menos costosos y emplear los recursos disponibles para los empleos mejor remunerados; y determinan quién obtiene las distintas cantidades del producto nacional, es decir, la distribución de los ingresos (salario, ganancia, renta del suelo, interés, dividendo, etc.).

Todo lo que voy a expresar aquí ya lo desarrollé en mi libro “Libertad de elegir”: [xvii] 

La inflación es un fenómeno nacional. Cada país tiene su tasa de inflación. Al no existir el patrón oro internacional (una misma mercancía dinero) las causas de la inflación son internas, no externas. La tasa de cambio monetaria cobra una importancia especial como variable macroeconómica para los monetaristas. La inflación es un mal método de garantizar el pleno empleo por el gasto público. No son causantes de la inflación los empresarios monopolistas, ni tampoco el capitalismo: Yugoslavia y China comunista han padecido de inflación.

La inflación es un fenómeno relacionado con la impresión de billetes. Una inflación importante es siempre y en todos los sitios un fenómeno monetario. La producción no es determinante de la inflación. La inflación siempre está acompañada de un rápido incremento de la cantidad de dinero. El dinero es un signo de valor que todas las personas aceptan como una convención, una ficción, una aceptación mutua. Pero cuando este mecanismo se avería, nada puede hacer más daño. El intentar eliminar el desempleo con métodos inflacionarios a la manera keynesiana constituye un grave error de estrategia y política económica. 

La  causa que desencadena la crisis económica y la inflación es un mal manejo o control del dinero por parte del Estado. El mal manejo del dinero por parte del Estado provoca la crisis. Ejemplo: crisis de 1929. El Banco de la Reserva Federal de New York no aumentó con rapidez la oferta monetaria para compensar la contracción monetaria. No compró en gran escala títulos de deuda pública para proporcionar liquidez a los bancos privados y éstos quebraron. 

Si el Estado decide financiar el gasto público con inflación ¿qué hace? La Administración de Estados Unidos ordena al Tesoro que venda bonos al sistema de la Reserva. Este a cambio de los bonos, entrega billetes que acaba de imprimir, o los abona en las cuentas que el Tesoro tiene en la Reserva Federal. El Tesoro puede pagar ahora el gasto público. 

No todo gasto público genera inflación. Si el gasto público es financiado mediante impuestos o es dinero privado conseguido mediante préstamos, no hay inflación. ¿Por qué? Porque el Estado tiene más dinero y el ciudadano menos, pero es la misma cantidad de dinero. Por tanto hay un solo culpable: el Estado discrecional, que no establece reglas fijas y estables para regular la oferta monetaria.  

Para que la clase obrera reciba el salario correcto, el nivel de desempleo y de inflación ha de guardar una relación correcta, correspondiente a la tasa natural de desempleo. La tasa natural de desempleo garantiza el nivel óptimo de los negocios, aquel que estimula al empresario a ofrecer empleo; ello exige lograr la relación óptima entre la inflación y el desempleo. 

Y  cuando esto no se logra – porque el Estado intenta reducir el desempleo por debajo de su tasa natural – el mecanismo del mercado restablece automáticamente la tasa natural de desempleo. Por tanto, discrepo de Keynes y sus seguidores: la vida demuestra que cualquier política discrecional de estímulo de la demanda, es inefectiva y, por tanto, sólo se debe tratar de estabilizar la oferta monetaria a un ritmo constante. 

Paul Krugman [xviii] 

Coincido con Friedman en circunstancias normales, es decir, en el largo plazo; pero en momentos de depresión, tengo que darle la razón a Keynes.  

Los Estados capitalistas poderosos aprendieron a evitar las grandes depresiones desde Keynes hasta Friedman. Determinadas “recetas” de políticas económicas resultaron efectivas durante varias décadas; hasta que surgió la crisis asiática de los años 90 del siglo pasado.  

Gobiernos como el de Estados Unidos en 1930-1931 – pueden haber permanecido una vez incapaces (indefensos) mientras el sistema bancario nacional colapsaba; pero en el mundo moderno, el seguro de depósito y la disposición de la Reserva Federal de inyectar efectivo a las instituciones amenazadas, se supone que impidan tales escenas. Ninguna persona sensata pensó que la era de la ansiedad económica pasó; pero era de suponer que cualquier problema que pudiéramos tener en el futuro, tendría poco parecido a los de los 1920s y 1930s.[xix] 

En mi opinión, el abandono de la solución keynesiana, la buena y anticuada macroeconomía de la demanda, ha sido uno de los errores estratégicos fundamentales para impedir una mejor política ante los peligros inminentes de una nueva gran depresión. 

Estoy francamente a favor de un regreso a las medidas anti-crisis Keynesianas.¿Qué significa decir que la economía de la depresión ha regresado? Esencialmente significa que por primera vez en dos generaciones, fallos en el lado de la demanda de la economía – gasto privado insuficiente para utilizar la capacidad productiva disponible – se ha convertido en la clara limitación de prosperidad para gran parte del mundo.[xx] 

Habrá quien me considere ecléctico porque no renuncio a las ideas de los ofertólogos y  los monetaristas para el largo plazo; y en cambio valoro las medidas keynesianas como efectivas para el corto plazo. 

Aún hoy muchos economistas piensan que las recesiones son un asunto menor, su estudio un tema ligeramente desprestigiado. El discurso presidencial de Robert Lucas que yo cito en el capítulo 1 de mi libro “The Return of Depresión Economics and the Crisis of 2008”, presenta argumentos convincentes de que el ciclo económico ya no era un asunto importante, y que los economistas debían desviar su atención al proceso tecnológico y al crecimiento a largo plazo. Eso está bien, los asuntos del largo plazo son los que realmente importan, sólo que como Keynes señaló, en el largo plazo todos estaremos muertos.[xxi] 

No puedo dejar de apoyar la política seguida, primero, por la administración W. Bush, y después, por la administración Obama, del rescate de los Bancos. 

La solución obvia es poner más capital. De hecho, esa es la respuesta estándar en las crisis financieras. En 1933 la administración Roosevelt usó la Corporación para la Reconstrucción de las Finanzas para recapitalizar bancos mediante la compra de acciones preferenciales – acciones que tenían rango superior sobre las acciones comunes en términos de sus reclamos de ganancias. Cuando Suecia sufrió una crisis financiera a principio de los 1990s, el gobierno intervino y le proporcionó a los bancos capital adicional equivalente al 4% del PIB del país – el equivalente de $ 600 mil millones para los Estados Unidos hoy – en pago a una propiedad parcial. Cuando Japón rescató sus bancos en 1998, compró más de $ 500 mil millones en acciones preferenciales, el equivalente relativo al PIB de alrededor de 2 billones de inyección de capital en los Estados Unidos. En cada caso, la provisión de capital ayudó a restaurar la habilidad de los bancos para prestar y descongeló los mercados de crédito.”[xxii] 

El mercado − y no el intervencionismo estatal keynesiano o socialista − ha de ser el que rija para el largo plazo: sólo en situaciones graves como las actuales, es imprescindible que el Estado asuma las riendas discrecionales del manejo de la economía, después debe regresarse a la privatización.  

Ciertamente, consideré que el rescate de la banca por parte de la administración de W. Bush resultó insuficiente. 

Mi opinión es que la recapitalización con el tiempo tendrá que ser mayor y más amplia, y que tendrá que haber mayor autoridad de control gubernamental – en efecto vendrá más cercana a la total nacionalización temporal de una parte significativa del sistema financiero. Solo para estar claro, esto no es un objetivo a largo plazo, el asunto es apoderarse de las cumbres dominantes de la economía: las finanzas deben ser reprivatizadas tan pronto como sea seguro hacerlo, de la misma manera que Suecia puso la banca de nuevo en el sector privado después de su gran rescate financiero a principio de los 1990s. Pero por ahora lo importante es liberar crédito por cualquier medio al alcance, sin atarse a nudos ideológicos.[xxiii] 

Uno de los méritos de Keynes es haber fundamentado la necesidad de regular el movimiento del capital ficticio cuando aún era posible a escala nacional en los países capitalistas desarrollados: hoy esa necesidad se extiende a escala global.

 En las secuelas de la Gran Depresión, rediseñamos la maquinaria de forma tal que la pudiéramos entender suficientemente bien para evitar grandes desastres. Los bancos, la pieza del sistema que funcionó tan mal en los 1930s, fueron colocados bajo estricta regulación y apoyados por una fuerte red de seguridad. Entre tanto, los movimientos internacionales de capital, que jugaron un papel perjudicial en los 1930s también fueron limitados. El sistema financiero se hizo aburrido pero más seguro.”[xxv] 

No me queda más remedio que apoyar la solución inflacionaria, la política continuada de déficit fiscal defendida por Keynes cuando la crisis de 1929-33, porque considero que sigue siendo el único camino posible. 

Joseph Stiglitz [xxv] 

Al igual que Paul Krugman, considero que ha habido errores en las políticas seguidas para salir de la crisis actual; pero difiero de las propuestas de mi colega Premio Nobel. Encabecé un grupo de economistas, que recomendó a la ONU impulsar una transformación completa de la arquitectura económica global para superar la actual crisis financiera y evitar su repetición. Pienso que ese es el verdadero camino para salir de la grave situación económica que vive el mundo. Precisamente, en el documento The Commission of Experts on Reforms of the International Monetary and Financial System, preliminary report, 19 March 2009,  se realiza un diagnóstico de la economía global frente a  la crisis actual y se reconoce la necesidad de medidas estructurales de largo plazo que deben conducir al desarrollo sustentable en todas partes del mundo, medidas que incluyen las  del milenio   (para combatir el desempleo, la crisis alimentaria, la crisis energética, la crisis ambiental, etc.) 

Como puede verse, mi propuesta no es “Keynesiana” a corto plazo, como la de Paul Krugman, es a largo plazo. No comparto la idea de que Keynes solo sea un teórico del corto plazo, aunque su frase más que citada lo haga parecer así. Tampoco considero que las políticas “keynesianas” implementadas en muchos países, especialmente, en Estados Unidos, hayan sido totalmente fieles a Keynes. 

Me atrevo a plantear las siguientes interrogantes: 
¿Ha sido la política monetario- financiera global la principal causal de la crisis? ¿Han sido las fallas de los mercados financieros? ¿La mala regulación de los mercados financieros? ¿Tienen responsabilidad los países emergentes en esta crisis?  ¿Han sido teorías mal concebidas para conducir un fenómeno positivo como la globalización? 

Considérenme, si se quiere un reformista. Pero propongo las siguientes ideas: 

Las medidas que tomen los países poderosos para resolver los efectos de la crisis a lo interno de sus economías tendrán efectos en los países subdesarrollados. Por tanto, los países subdesarrollados tendrán que tomar sus propias medidas. El proteccionismo de los países industrializados es muy dañino para los países subdesarrollados. En particular, el capital financiero “golondrina” ha sido muy dañino y ahora lo puede ser más que nunca. 

Es necesaria la transparencia para implementar medidas democráticas a escala global. Debe restablecerse la regulación estatal “más conveniente” de los mercados. Se debe perseguir un desarrollo balanceado, equilibrado, sustentable, como salida de la crisis.
Entre las medidas más inmediatas sugiero las siguientes: 

- Los países desarrollados deben tomar medidas con efectos multiplicadores a largo plazo y en colaboración unos con otros y elevar su ayuda a los países subdesarrollados.
- Los países subdesarrollados necesitan fondos adicionales para hacer frente a su desarrollo frente a la crisis bajo el manto de los derechos humanos. Se debe fortalecer todo lo planteado para las metas del milenio.
- Los países desarrollados tienen ahora una oportunidad de brindar créditos para el desarrollo condicionados al buen uso “democrático” de los mismos.
- Deben eliminarse las condicionalidades para que los países subdesarrollados tomen medidas efectivas anti-cíclicas.
- Lograr que las medidas financieras y comerciales impuestas por los países desarrollados a  los subdesarrollados se atemperen y den cierto margen al desarrollo de estos países.
- Si se mantienen las medidas aparentemente librecambistas y realmente proteccionistas de la OMC, la situación será más difícil para los países subdesarrollados.  
Señores, todos dependemos de todos. La Globalización solo resulta un proceso positivo si hay oportunidades para todos, si los mercados prosperan a escala global; y ello exige una regulación de los mercados a escala global.   

John Maynard Keynes 

Me veo obligado a intervenir de nuevo para replicar a mis críticos e incluso a los que me defienden. En ningún momento me propuse identificarme con ningún proceso revolucionario. Como buen inglés, si estaba dispuesto a orientar a mi gobierno acerca del peligro que se avecinaba para nuestra nación: quedar subordinada a los Estados Unidos. 

Todo lo que hice a lo largo de mi vida científica y política, estuvo orientado a evitar la desaparición del orden social que hasta ahora hemos tenido, a impedir el empobrecimiento general; y a conservar el derecho que apostamos en el Nuevo Mundo los ingleses. Preví el peligro mayor para mi país ya en 1919: Gran Bretaña quedaría  subordinada a los Estados Unidos y lo traté de evitar. 

Mi experiencia cuando la Gran Depresión de 1929, me autoriza a exponer lo siguiente. El 31 de diciembre de 1933, dirigí una carta abierta a Franklin Roosevelt, que podría hoy enviársela al presidente Barack Obama, con pequeñas modificaciones. Escribí entonces más o menos así a Roosevelt:  

Usted se enfrenta a una doble tarea: la recuperación de la crisis y la aprobación de reformas económicas y sociales que debieron haber sido introducidas hace mucho. El objetivo de la recuperación es incrementar el producto y el empleo. En nuestro mundo el producto se destina a ser vendido y su volumen depende del poder de compra que le hará frente en el mercado. Un incremento en el producto requiere que – de alguna manera – las personas sean inducidas a gastar una mayor parte de su ingreso; y que las empresas sean persuadidas, ya sea por una mayor confianza o por una menor tasa de interés, a contratar más personal y así crear más ingresos en manos de sus empleados. 

Alternativamente, la autoridad pública debe ser llamada a crear ingresos adicionales a través del gasto público. Cuando los tiempos son malos no se puede esperar que las personas gasten una parte de su ingreso a una escala adecuada. Y las empresas contratarán más personal hasta que el gobierno haya revertido la situación a través del gasto público. En consecuencia, le toca al gobierno dar el primer paso.  

Cuando el gasto y las expectativas se deprimen, la inversión privada se contrae y no puede ser el motor para sacar una economía adelante. El gasto público es la alternativa para suplir la deficiencia en la demanda agregada. Las políticas de austeridad que hoy se aplican en Europa son la antítesis de esta visión y representan el regreso de las políticas de mis detractores. 

El aumento de precios normalmente acompaña al crecimiento y la expansión del empleo. Pero existe una inflación provocada por manipulaciones de costos o de la oferta y no tiene nada que ver con el aumento de precios que se espera de una expansión saludable del poder de compra y de la demanda agregada. En pocas palabras, el fetiche del control de la inflación no debe ser un obstáculo para aplicar políticas de recuperación.  

La prioridad está en otorgar crédito para el gasto bajo los auspicios del gobierno. Una preferencia estaría en obras que pueden madurar rápidamente y en gran escala, como la rehabilitación de la red ferroviaria. En segundo lugar yo colocaría el crédito barato y abundante, así como la reducción de la tasa de interés de largo plazo a través de la intervención de la Reserva federal. [xxvi] 

En esta carta tan sencilla, hice un esfuerzo por explicar lo esencial de mis conclusiones más importantes en mi obra “La Teoría General de la Ocupación, el Interés y el Dinero”. Aclaro ahora – que quienes a nombre mío han impulsado el gasto militar desenfrenado – no han defendido bien mis ideas. 

 Vladimir Ilich Lenin

Si bien he respetado la inteligencia y sensatez de hombres como Keynes, mi vida científica y política la dediqué a orientar y dirigir la lucha revolucionaria a favor de los trabajadores – pero sobre todo en circunstancias de una crisis política y una situación revolucionaria. Para eso es necesario saber desarrollar al sujeto de la Revolución.  

Hoy sigue siendo éste el problema fundamental: lograr distinguir en cada momento histórico los intereses de clase conciliables para construir al sujeto de la revolución.  

El grito que Marx y Engels proclamaron en El Manifiesto Comunista: “¡Proletarios del mundo, uníos!”, bajo mi experiencia de lucha, me llevó a ampliarlo: “¡Proletarios y pueblos oprimidos del mundo, uníos! Pero ciertamente, cada proceso revolucionario en este mundo tan desigual, diverso y complejo, exige plantearse una y otra vez este problema: ¿Cómo hacer conciliables los intereses de toda la humanidad para impedir la extinción de la especie humana? ¿Cómo construir el sujeto revolucionario a escala nacional, regional y mundial? 

¿Quiénes serán los beneficiados de esta crisis? Se puede responder, que como siempre, los bancos y demás instituciones financieras a los cuales se les están financiando las pérdidas originadas por su manifiesta irresponsabilidad. Y los grupos privilegiados que concentran cada vez más la propiedad inmobiliaria y la riqueza. Al final serán los contribuyentes los únicos que asumirán las pérdidas. 

¿Es acaso posible que de conjunto los Estados más poderosos del mundo se coaliguen para dedicar gran parte de sus recursos financieros a resolver los grandes problemas que vive el globo terráqueo, aunque sea para garantizar la gobernabilidad del sistema capitalista?  

¿O el único camino es el socialismo diverso y creativo que a distintas velocidades y con distintos proyectos vayan avanzando por una senda desigual, con tropiezos y logros, pero con mucha solidaridad y protagonismo de los pueblos? Pienso y defiendo que este es el legítimo camino de los pueblos.

 E.M.M:

Señores, la presencia en nuestro panel del presidente Barack Obama, eminente Premio Nobel de la Paz, hace posible que él refute o reconozca algunos de los análisis aquí expuestos. Señor presidente, ¿Qué puede hacer Estados Unidos y qué está haciendo para enfrentar la actual crisis mundial?

 Barack Obama [xxvii] 

 No ha sido fácil para mí cumplir mis promesas electorales. En muchos sentidos me he visto obligado a dar continuidad a las políticas ya establecidas, si bien he intentado que otros asuman el deber de proteger al mundo, porque hasta ahora le ha correspondido a Estados Unidos la parte principal de esa misión.  Y es sabido el alto costo económico que ello representa para el pueblo norteamericano. Las filtraciones de la seguridad producidas en los últimos tiempos por traidores a nuestro Mundo Libre nos han hecho especialmente difícil el cumplimiento de nuestra misión histórica, si bien no renunciamos a ella. Estoy especialmente decepcionado con el presidente Putin por conceder asilo a Snowden. Muy distinta ha sido la solidaridad inglesa ante el caso del proscrito Assange.[xxviii] 

Mi administración ha tenido algunos resultados importantes. Con apoyo de los legisladores demócratas del Congreso, logramos que la Cámara de Representantes aprobara en abril del 2010 una medida que extiende la cobertura médica a más de 30 millones de estadounidenses que actualmente no tienen seguro y hace que millones de personas se vean forzadas a contratar un seguro de salud. 

El Senado de Estados Unidos también ha aprobado la mayor reforma de la regulación del sistema financiero desde la década de 1930, que deberá ser armonizada con la versión de la Cámara de Representantes antes de convertirse en ley. 

El nuevo Consejo de Supervisión de la Estabilidad Financiera, integrado por varias agencias reguladoras y presidido por el secretario del Tesoro, vigilará los riesgos sistémicos causados por las entidades financieras más grandes y complejas.

 E.M.M:

 Presidente Obama: ¿Se impedirá la entrega de bonos millonarios a los ejecutivos de empresas que las conducen al riesgo de quiebra? 

 Barack  Obama:

 Esa es nuestra intención. Se crea una Oficina de Protección Financiera del Consumidor, que estará dentro de la Reserva Federal pero cuyo director será designado independientemente por el presidente de EE.UU., y que tendrá fondos propios. Esta agencia supervisará los bancos con más de 10.000 millones de dólares en activos, y podrá elaborar y aplicar nuevas reglas sobre hipotecas y otros instrumentos financieros.

Se pone límites a las operaciones que los bancos pueden hacer con "instrumentos derivados", como los paquetes de títulos hipotecarios y los canjes de seguros de impago a los cuales se atribuyen buena parte de la crisis financiera reciente. La legislación también obliga a que estos "derivados" se negocien en cámaras de compensación y mercados de valores a la vista del público, y no entre bancos o entre bancos y clientes, como ocurría hasta ahora.

Se requerirá que los fondos de alto riesgo (Hedge Funds) que manejan más de 100 millones de dólares se registren ante la Comisión de Valores como asesores de inversiones y revelen a la agencia información sobre sus transacciones y portafolios. Se requerirá que las firmas que convierten las hipotecas y otros préstamos en instrumentos derivados retengan una porción del riesgo en sus propias hojas de balance. ¿Se logrará controlar la manipulación de los derivados financieros? Esa pregunta nos la hacemos nosotros también.

Se creará dentro del Departamento del Tesoro una nueva Oficina Nacional de Seguros que vigilará a las firmas aseguradoras. La Comisión de Valores (SEC) designará miembros de una nueva agencia que reglamentará el funcionamiento de las calificadoras de crédito para evitar los conflictos de intereses. Los inversionistas podrán demandar a las agencias de crédito.

Hay cierta coincidencia entre la situación económica de Estados Unidos después de terminada la Segunda Guerra Mundial y la actual situación. En aquel entonces los Estados Unidos estaban forzados a intensificar las exportaciones para garantizar el nivel de ocupación y establecer la igualdad entre la producción nacional y la demanda solvente. Hoy se repite la historia bajo otras condiciones muy distintas. En aquella época Estados Unidos era un país gran acreedor; hoy es un gran deudor. 

En uno de mis discursos recientes este año 2013, he ofrecido la rebaja de los impuestos a las empresas a cambio de que los republicanos acepten más inversiones para crear empleos bien pagados y de calidad en el país.  

Estoy dispuesto a simplificar nuestro código tributario de un modo que se cierren lagunas, se terminen los incentivos para enviar trabajos al exterior y se bajen las tasas para los negocios que crean empleos aquí en Estados Unidos.

Propongo rebajar los impuestos a las empresas y corporaciones del 35% actual al 28% y 25% en las manufacturas, lo que no es poca cosa. Vamos a simplificar los impuestos para los propietarios de pequeñas empresas y darles incentivos a la inversión. Mi oferta contempla que una parte del dinero que se ahorre con la transición a un sistema fiscal mejor, se destine a la creación de buenos empleos con buenos salarios para las familias de clase media.

Estoy dispuesto a trabajar con los republicanos sobre la reforma del código de impuestos a las sociedades, siempre y cuando se use el dinero de la transición hacia un sistema más simple para una inversión significativa en empleos para la clase media. Ese es el trato. Señores, es fundamental crear empleos manufactureros y felizmente, en estos  últimos cuatro años, por primera vez desde la década de 1990, el número de puestos de trabajo en ese sector ha ido creciendo. 

Por ello, pido al Congreso apoyo para crear 45 centros de innovación manufacturera en el país, el triple de lo que propuse en febrero pasado durante mi discurso sobre el Estado de la Unión.  

Es necesario también crear más empleos vinculados a la infraestructura, las energías renovables y la exportación. Me comprometo a ayudar a los más de cinco millones de estadounidenses desempleados de larga duración. 

En el próximo otoño preveo reunirme con representantes de empresas que están poniendo en marcha mejores prácticas para contratar a personas que llevan mucho tiempo buscando trabajo. No estamos faltos de ideas. Estamos faltos de acción. Y durante gran parte de los últimos dos años, Washington ha desviado su atención cuando se trata de la clase media. No me canso de decirlo, el sueño americano siempre ha estado asociado a una clase media próspera; y no desisto de hacer lo máximo por lograrlo junto al apoyo de toda la Unión.

Es cierto que Estados Unidos tiene una gran responsabilidad a escala global por garantizar la democracia y los derechos humanos y no podemos renunciar a esa misión histórica.  


Istvan Meszaros [xxix] 

No puedo coincidir con quien lleva adelante la política del Complejo Militar Industrial, por más que ostente el Premio Nobel de la Paz. La solución de la crisis para Estados Unidos no es la solución de la crisis para el mundo. Aprecio mucho lo dicho por Joseph Stiglitz y hasta por el propio Keynes, porque abordan la solución a la crisis con sus implicaciones más allá de los Estados Unidos. 

En mi libro "Más allá del capital"[xxx]  , expuse mis ideas acerca de los límites absolutos del sistema del capital, concebido este último como un sistema mundial. Porque el llamado “socialismo real” no estuvo libre de la lógica del metabolismo del capital. 

Reconozco cuatro conjuntos de contradicciones o antagonismos estructurales, límites absolutos del sistema del capital, que en su momento histórico fueron constituyentes positivos de la expansión y el avance dinámicos del capital; pero que hoy pueden llevar a un callejón sin salida de la humanidad, si la teoría revolucionaria no se convierte en fuerza material, como expresión de las necesidades de los pueblos: 

- La contradicción entre la tendencia fundamental del desarrollo económico transnacional expansionista y las restricciones impuestas en él por los Estados nacionales creados históricamente.
- Los imperativos reproductivos de auto expansión  del capital y la destrucción de las condiciones de la reproducción social.
- La liberación de la mujer como condición para asegurar la igualdad sustantiva.
- La transformación del tradicional "ejército de reserva" en una explosiva "fuerza laboral superflua.

 Frente a estos "límites absolutos" del sistema del capital, considero como más probable que se mantenga la tendencia a una mayor presencia del Estado en el control de los procesos socioeconómicos, e incluso se intensifique. 

Y sin embargo, rechazo la posibilidad de un "Gobierno Mundial" que se ajuste a las necesidades de la reproducción del capital global; los Estados nacionales bajo el dominio del sistema del capital tienden a agudizar sus antagonismos; no sólo entre grandes Estados y pequeños Estados; sino incluso entre los grandes Estados. Y no obstante, preveo que la alternativa socialista tendrá que ser global.

Esperar que el Estado del sistema del capital se convierta a sí mismo en una formación positiva, que sea capaz de subsumir y "conciliar" bajo sí misma las contradicciones de los Estados nacionales en forma de un "Gobierno Mundial" o una "Liga de las Naciones" kantiana, es pedir lo imposible. Porque el "Estado" del sistema del capital -que existe en forma de Estados nacionales particulares- pisotea sistemáticamente la soberanía de los Estados pequeños. De allí que una tarea principal en la lucha contra el sistema del capital sea la defensa de la soberanía de las naciones pequeñas en el campo de las relaciones interestatales. Por tanto, la lucha de los oprimidos por alcanzar su soberanía es un paso inevitable en el proceso de la transición hacia un orden social cualitativamente diferente.  

El antagonismo entre el capital transnacional globalmente expansionista y los Estados nacionales -que indica en una forma muy aguda la activación de un límite absoluto del sistema del capital- no puede ser superado por la postura defensiva y las diversas formas de organización de la izquierda histórica. Para tener éxito en ese respecto se necesitan las fuerzas de un genuino internacionalismo concebido bajo la estrategia de una alternativa totalmente cooperativa y democrática.

Hay que tener muy presente que el sistema de control social del capital es inherentemente destructivo de la humanidad y de la naturaleza, por lo cual la alternativa socialista no puede limitarse a utilizar los avances de la ciencia y la técnica tal y como han sido concebidas al servicio del sistema del capital.

Está en la naturaleza del capital el no poder reconocer ninguna contención que pudiese restringirlo, sin importar el peso que lograsen ejercer los obstáculos que se le opongan, ni su posible urgencia -aún al punto de la emergencia extrema- con respecto a su escala temporal. Porque la noción misma de "restricción" es sinónima de crisis en el marco conceptual del sistema del capital. Ni la degradación de la naturaleza ni la penuria de la devastación social significan algo para su sistema de control metabólico social cuando se ve ante el imperativo absoluto de su auto reproducción en una escala cada vez más ampliada. 

Las prioridades que hay que seguir, en el interés de la expansión y acumulación del capital están irrevocablemente parcializadas en contra de quienes están condenados al hambre y la malnutrición, mayormente en los países del "Tercer Mundo". Pero de ninguna manera se trata simplemente de que el resto de la población mundial no tenga nada que temer sobre el particular en el futuro. Las prácticas productivas y reproductivas del sistema del capital en el campo de la agricultura -desde el irresponsable pero altamente rentable uso de productos químicos que se acumulan como residuos venenosos en el suelo; la destrucción de las capas freáticas; y la interferencia en gran escala con los ciclos climáticos globales en regiones vitales del planeta mediante la explotación y destrucción de los recursos selváticos, etc.,- no prometen nada bueno por venir para nadie. 

Los recursos que pudieran invertirse en bienes útiles para la sociedad, le son asignados en una escala prodigiosa a proyectos militares totalmente destructivos  e inherentemente peligrosos. Cada vez que hay recursos renovables y no renovables a la disposición del sistema, se les continúa asignando generosamente a los proyectos militares carentes de sentido pero altamente beneficiosos para el capital. 

Se fomenta y manipula la demanda de los individuos hacia el consumo de bienes y servicios que se subordinan a los imperativos del valor de cambio en expansión. Para mantener la insensata multiplicación de los automóviles - y el correspondiente descuido o incluso destrucción intencional de los servicios de transporte público- el sistema tenía que diseñar la absurda estrategia de mercadeo de la "familia con dos (y hasta tres) automóviles". Imaginemos a una China o una India "totalmente automovilizadas". 

El círculo vicioso de la escasez artificialmente creada e impuesta sólo puede ser roto mediante la reorientación cualitativa de las prácticas productivas hacia un mejoramiento significativo de la tasa de utilización, ahora desastrosamente baja, de los bienes, los servicios y la capacidad productiva (tanto material e  instrumental como humana) hacia lo cual se deben canalizar los recursos de la sociedad, y la redefinición práctica de la ciencia y la tecnología al servicio de esos objetivos emancipadores.

 Insisto en la idea de distinguir entre la igualdad formal y la igualdad sustantiva, ésta última surge directamente de la necesidad humana real. La relación capital - trabajo es por naturaleza propia a la encarnación tangible de la jerarquía estructural y la desigualdad sustantiva insuperables. La demanda de igualdad sustantiva para la mujer se ha hecho valer en las décadas recientes de una forma irrefrenable, lo que trae consigo complicaciones insuperables para la "familia nuclear" -el microcosmos del orden establecido- y por ende algunas dificultades para asegurar la reproducción continuada del sistema de valores del capital.

La causa histórica de la emancipación de la mujer no puede ser defendida exitosamente sin sostener la demanda de la igualdad sustantiva (no la formal) en reto directo a la autoridad del capital, que prevalece no sólo en la sociedad en su conjunto sino igualmente en la familia nuclear. La igualdad sustantiva dentro de la familia sería factible sólo si ella pudiese repercutir a todo lo largo de la totalidad del "macrocosmo" social existente, lo cual obviamente no puede. Esta es la razón fundamental por la que el tipo de familia dominante debe ser estructurado de manera que resulte ser convenientemente autoritaria y jerárquica. Las mujeres pueden convertirse en miembros plenamente iguales de la fuerza laboral ampliada a conciencia, y penetrar así en territorios anteriormente prohibidos. Pero bajo ninguna circunstancia puede permitírseles cuestionar la división del trabajo establecida y su propio papel en la estructura familiar heredada.

 Quienes como los integrantes del Club de Roma nos predican "los límites del crecimiento", para amenazarnos con las fatales consecuencias de una cercana "explosión demográfica", intentan obligarnos a "aprender a vivir con los límites existentes", es decir, los límites absolutos del capital. Amenazar a la humanidad con que va a alcanzar los límites naturales absolutos resulta tan absurdo como esperar que el avance de la productividad definida directamente en términos absolutos vaya a eliminar la escasez. Porque, en definitiva, la escasez es creada y reproducida socialmente, debido a las reglas bajo las cuales ella debe ser conducida.

La alternativa que se nos ofrece -en el interés de salvaguardar el único orden social económico "natural" (el sistema del capital)- es escoger entre una catástrofe determinada por la naturaleza que hay que evitar a toda costa y el remedio de la represión por grandes ejércitos permanentes y por una gran fuerza armada organizada.  

La amenaza del desempleo crónico era apenas latente en el modo en que el capital reguló la reproducción social durante muchos siglos del desarrollo histórico. El "ejército de reserva" del trabajo no sólo no representó una amenaza fundamental para el sistema hasta tanto se pudo mantener la dinámica de la expansión y la acumulación rentable del capital, sino que fue, por el contrario, un elemento necesario y bienvenido para su salud perdurable. Mientras las contradicciones y antagonismos internos del sistema pudieron ser manejados mediante el desplazamiento expansionista, los niveles del desempleo que empeoraban periódicamente podían ser considerados como algo estructuralmente temporal.

Sin embargo, la situación cambia radicalmente una vez que la dinámica de la expansión y la acumulación del capital sufren una perturbación tan violenta como fueron las dos guerras mundiales del siglo XX, en busca de un nuevo reparto económico y territorial del mundo. A partir de ese momento, junto al desempleo cíclico, surge el desempleo estructural, que se manifiesta con especial fuerza en los países subdesarrollados.

En conclusión, el sistema del capital comienza a perder su capacidad de regular su propio sistema de contradicciones, al perder sus potencialidades expansivas.

 E.M.M:

 Entonces ¿usted no ve solución dentro del propio sistema del capital a este problema?

Istvan Meszaros:

Reafirmo lo dicho: el sistema del capital comienza a perder su capacidad de regular “las grandes tormentas”, hasta ahora ha sido capaz de “correr” los colapsos; el complejo militar industrial hasta hoy le ha permitido subutilizar o destruir la sobreproducción de capital; pero incluso, la dramática alternativa de Rosa Luxemburgo se mantiene: “socialismo o barbarie”, porque la peligrosa lógica interna del capital lo  conduce inexorablemente a esa disyuntiva: o luchamos por la vida o se hará realidad una frase célebre ya mencionada aquí: “Una especie  está en peligro de extinción: la especie humana”.

E.M.M:

En fin, el problema es tan complejo y los criterios tan disímiles que no podemos esperar un acuerdo entre todos. Y sin embargo,   si el barco se hunde se hunde para todos. ¿No es cierto? Que cada cual saque sus propias conclusiones. 

 BIBLIOGRAFÍA

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·        STIGLITZ, JOSEPH: “The Commission of Experts on Reforms of the International Monetary and Financial System, preliminary report, 19 march 2009.

Notas:


[i] Profesor Titular Consultante del Instituto Superior de Relaciones Internacionales “Raúl Roa García”. 
[ii] Jorge Beinstein, especialista en pronósticos económicos, ha sido consultor de organismos internacionales y gobiernos por más de tres décadas, titular de cátedras de economía internacional y prospectiva, tanto en Europa como en América Latina.
[iii] Ver: Jorge Beinstein: Rostros de la crisis, Reflexiones sobre el colapso de la civilización burguesa, Seminario Internacional “Colapsos ecológico-sociales y económicos”, Universidad Nacional Autónoma de México 29 al 31 de 0ctubre de 2008.
[iv] OECD, “National Accounts-Main Aggregates, 1960-1996”, OECD, Paris, 1998;  OECD “OECD Economic Outlook” (varios números).
[v] Carlos Marx (1818 – 1883) fundador del comunismo científico y guía del proletariado internacional.
[vi] Carlos Marx, Federico Engels, Cartas sobre “El Capital”, p. 166, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1976.
[vii] “! Aquí está Rhodas, salta aquí !”. Frase de una fábula de Esopo  significando que en donde está el problema hay que resolverlo.
[viii] Consúltese el capítulo 21 del primer tomo de El Capital.
[ix] Ver: Franz J. Hinkelammert, Cultura de Esperanza y Sociedad sin Exclusión, Editorial DEI, Departamento Ecuménico de Investigaciones, San José, Costa Rica, 1995.
[x] Ver: Fidel Castro: Discurso pronunciado en la Cumbre de la Tierra, efectuada en Brasil, periódico Granma, 28 de junio de 1992.
[xi] Vladimir Ilich Lenin (1870 – 1924) fundador del Partido Comunista de la Unión Soviética y del Estado soviético. Continuador de la obra científica y revolucionaria de Carlos Marx y Federico Engels.
[xii] John Maynard Keynes (1883 – 1946) economista y político inglés, fundador del análisis macroeconómico contemporáneo y de una nueva corriente del pensamiento económico. Alertó al gobierno inglés del peligro de quedar Inglaterra subordinada, económica y políticamente, a Estados Unidos.
[xiii] Vladimir I. Lenin: “II Congreso de la Internacional Comunista. 19 de julio-7 de agosto de 1920”, en Obras completas, t. 31, pp. 210-211, Editora Política, La Habana, 1963.
[xiv] Vladimir I. Lenin: “Discurso en la Asamblea de Militantes Activos de la Organización de Moscú del P. C. (b) R. 6 de diciembre de 1920”, en Obras Completas, t. 31, p. 434, Editora Política, La Habana, 1963.
[xv] Vladimir I. Lenin: “II Congreso de la Internacional Comunista. 19 de julio-7 de agosto de 1920”, en Obras completas, t. 31, p. 212, Editora Política, La Habana, 1963.
[xvi] Milton Friedman, Economista norteamericano, principal figura de la denominada escuela de Chicago y del monetarismo, obtuvo el Premio Nobel en 1976. Asesor  del gobierno de Ronald Reagan y Augusto Pinochet.
[xvii] Ver: Milton y Rose Friedman: Libertad de elegir, pp. 345-389, Editorial Planeta-De Agostini, S.A, España, 1993.
[xviii] Paul Krugman, Premio Nobel de Economía 2008, Profesor de Macroeconomía, estudioso del ciclo y la crisis, del comercio internacional, del crecimiento y el desarrollo.
[xix] Paul Krugman, “The Return of Depression Economics and the Crisis of 2008, p. 5,   W.W Norton & Company, New York  London. (En lo adelante, las citas aparecerán ya traducidas al español, aunque se respete la paginación en inglés)
[xx] Ibidem, p. 182.
[xxi] Ibidem, 183.
[xxii] Ibidem, 185.
[xxiii] Ibidem, 186.
[xxiv] Idem.
[xxv] Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía 2001, crítico de las políticas económicas causantes de la crisis financiera y de la burbuja inmobiliaria en EE.UU. en el 2008.
[xxvi] Tomada la referencia de: Alejandro Nadal /2/01/2012, “De Keynes a Roosevelt: reparar el mal”, http://cu.globedia.com/personaje/Franklin_Roosevelt>FranklinRoosevelt
[xxvii] Barack Obama, Presidente de Estados Unidos en 2008 y reelecto en 2012.
[xxviii] Julián Assange, quien preside Wikileaks, después de filtrar materiales secretos de Estados Unidos, se mantiene asilado en la embajada de Ecuador en Londres, sin permiso del gobierno británico para salir de ese país; mientras Edward Snowden, el analista de la CIA que revelara los sistemas de espionaje global que lleva adelante el gobierno de Estados Unidos, cuenta hoy con el asilo que el gobierno ruso le concedió por un año, poniéndole a salvo de la persecución llevada adelante por las agencias de inteligencia occidentales.
[xxix] Istvan Meszaros (1930) eminente filósofo húngaro, profesor universitario (Universidad de Sussex, Inglaterra)  crítico marxista del sistema del capital y del “socialismo real”.
[xxx] En todo lo relacionado con las ideas de este autor, nos hemos basado en: István Meszaros: Más allá del capital, Vadell Hermanos Editores, C. A., Valencia-Caracas, 2001.

































miércoles, 3 de junio de 2015

La nueva geopolítica del petróleo


Por Ignacio Ramonet 

¿En qué contexto general se está dibujando la nueva geopolítica del petróleo? 


El país hegemónico, Estados Unidos, considera a China como la única potencia contemporánea capaz, a medio plazo (en la segunda mitad del siglo XXI), de rivalizar con él y de amenazar su hegemonía solitaria a nivel mundial. Por ello, Washington instauró secretamente, desde principio de los años 2000, una “desconfianza estratégica” con respecto a Pekín.

El presidente Barack Obama decidió reorientar la política exterior norteamericana considerando como criterio principal este parámetro. Estados Unidos no quiere encontrarse de nuevo en la humillante situación de la Guerra Fría (1948-1989), cuando tuvo que compartir su hegemonía mundial con otra “superpotencia”, la Unión Soviética. Los consejeros de Obama formulan esta teoría de la siguiente manera: “Un sólo planeta, una sola superpotencia”.

En consecuencia, Washington no deja de incrementar sus fuerzas y sus bases militares en Asia Oriental para intentar “contener” a China. Pekín constata ya el bloqueo de su capacidad de expansión marítima por los múltiples “conflictos de los islotes” con Corea del Sur, Taiwán, Japón, Vietnam, Filipinas… Y por la poderosa presencia de la VIIª flota de Estados Unidos. Paralelamente, la diplomacia norteamericana refuerza sus relaciones con todos los Estados que poseen fronteras terrestres con China (exceptuando a Rusia). Lo que explica el reciente y espectacular acercamiento de Washington con Vietnam y con Birmania.

Esta política prioritaria de atención hacia el Extremo Oriente y de contención de China sólo es posible si Estados Unidos logra poder alejarse de Oriente Próximo. En este escenario estratégico, Washington interviene tradicionalmente en tres ámbitos. En primer lugar, en el ámbito militar: Washington se encuentra inmerso en varios conflictos, especialmente en Afganistán contra los talibanes y en Irak-Siria contra la Organización del Estado Islámico. En segundo lugar, en el ámbito de la diplomacia, en particular con la República Islámica de Irán, con el objetivo de limitar su expansión ideológica e impedir el acceso de Teherán a la fuerza nuclear. Y, en tercer lugar, en el ámbito de la solidaridad, especialmente con respecto a Israel, para quien Estados Unidos sigue siendo una especie de “protector en última instancia”.

Esta “sobreimplicación” directa de Washington en la región (particularmente después de la Guerra del Golfo en 1991) ha mostrado los “límites de la potencia norteamericana”, que no ha podido ganar realmente ninguno de los conflictos en los cuales se ha implicado fuertemente (Irak, Afganistán). Conflictos que han tenido, para las arcas de Washington, un coste astronómico con consecuencias desastrosas incluso para el sistema financiero internacional.

Actualmente, Washington tiene claro que Estados Unidos no puede realizar simultáneamente dos grandes guerras de alcance mundial. Por lo tanto, la alternativa es la siguiente: o Estados Unidos continúa implicándose en el “pantanal” de Oriente Próximo en conflictos típicos del siglo XIX; o se concentra en la urgente contención de China, cuyo fulgurante impulso podría anunciar a medio plazo la decadencia de Estados Unidos.

La decisión de Barack Obama es obvia: debe hacer frente al segundo reto, pues éste será decisivo para el futuro de Estados Unidos en el siglo XXI. En consecuencia, este país debe retirarse progresivamente –pero imperativamente– de Oriente Próximo.

Aquí se plantea una pregunta: ¿por qué Estados Unidos se ha implicado tanto en Oriente Próximo, hasta el punto de descuidar al resto del mundo, desde el fin de la Guerra Fría? Para esta pregunta, la repuesta puede limitarse a una palabra: petróleo.

Desde que Estados Unidos dejó de ser autosuficiente en lo que al petróleo se refiere, a finales de los años 1940, el control de las principales zonas de producción de hidrocarburos se convirtió en una “obsesión estratégica” norteamericana. Lo cual explica parcialmente la “diplomacia de los golpes de Estado” de Washington, especialmente en Oriente Medio y en América Latina.

En Oriente Próximo, en los años 1950, a medida que el viejo Imperio Británico se retiraba y quedaba reducido a su archipiélago inicial, el Imperio estadounidense lo reemplazaba mientras colocaba a la cabeza de los países de esas regiones a sus “hombres”, sobre todo en Arabia Saudí y en Irán, principales productores de petróleo del mundo, junto con Venezuela, ya bajo control estadounidense en la época.

Hasta hace poco, la dependencia de Washington respecto al petróleo y al gas de Oriente Próximo le impidió considerar la posibilidad de retirarse de la región. ¿Qué ha cambiado entonces para que Estados Unidos piense ahora en retirarse de Oriente Próximo? El petróleo y el gas de esquisto, cuya producción por el método llamado “fracking” aumentó significativamente a comienzos de los años 2000. Eso modificó todos los parámetros. La explotación de ese tipo de hidrocarburos (cuyo coste es más elevado que el del petróleo “tradicional”) fue favorecida por el importante aumento del precio de los hidrocarburos que, en promedio, superaron los 100 dólares por barril entre 2010 y 2013.

Actualmente, Estados Unidos ha recuperado la autosuficiencia energética e incluso está convirtiéndose otra vez en un importante exportador de hidrocarburos. Por lo tanto, ya puede por fin considerar la posibilidad de retirarse de Oriente Próximo, con la condición de cauterizar rápidamente varias heridas que, en algunos casos, datan de más de un siglo.

Por esa razón, Obama retiró casi la totalidad de las tropas norteamericanas de Irak y de Afganistán. Estados Unidos participó muy discretamente en los bombardeos de Libia y se negó a intervenir contra las autoridades de Damasco, en Siria. Por otra parte, Washington busca a marchas forzadas un acuerdo con Teherán sobre el tema nuclear y presiona a Israel para que su gobierno progrese urgentemente hacia un acuerdo con los palestinos. En todos estos temas se percibe el deseo de Washington de cerrar los frentes en Oriente Próximo para pasar a otra cuestión (China) y olvidar así las pesadillas de Oriente Próximo.

Todo esto se desarrollaba perfectamente mientras los precios del petróleo seguían altos, cerca de 100 dólares el barril. El precio de explotación del barril de petróleo de esquisto es de aproximadamente 60 dólares, lo que deja a los productores un margen considerable (entre 30 y 40 dólares el barril).

Aquí es donde Arabia Saudí ha decidido intervenir. Riad se opone a que Estados Unidos se retire de Oriente Próximo. Sobre todo si Washington establece antes un acuerdo sobre el tema nuclear con Teherán, lo que los saudíes consideran demasiado favorable a Irán. Además, según la monarquía wahabita, expondría a los saudíes, y a los suníes en general, a convertirse en víctimas de lo que llaman “el expansionismo chií”. Hay que tener presente que los principales yacimientos de hidrocarburos saudíes se encuentran en zonas de población chií.

Considerando que dispone de las segundas reservas mundiales de petróleo, Arabia Saudí decidió usar el petróleo para sabotear la estrategia norteamericana. Oponiéndose a las consignas de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), Riad decidió, contra toda lógica comercial aparente, aumentar considerablemente su producción y hacer de ese modo bajar los precios del petróleo, inundando el mercado de petróleo barato. La estrategia dio rápidamente resultados. En poco tiempo, los precios del petróleo bajaron un 50%. El precio del barril descendió a 40 dólares (antes de subir ligeramente hasta aproximadamente 55-60 dólares actualmente).

Esta política asestó un duro golpe al “fracking”. La mayoría de los grandes productores estadounidenses de gas de esquisto están actualmente en crisis, endeudados y corren el riesgo de quebrar (lo que implica una amenaza para el sistema bancario norteamericano que, generosamente, había ofrecido abundantes créditos a los neopetroleros). A 40 dólares el barril, el esquisto ya no resulta rentable. Ni las excavaciones profundas “off shore”. Numerosas compañías petroleras importantes ya han anunciado que cesan sus explotaciones en alta mar porque no son rentables, provocando la pérdida de decenas de miles de empleos.

Una vez más, el petróleo es menos abundante. Y los precios suben ligeramente. Pero las reservas de Arabia Saudí son suficientemente importantes para que Riad regule el flujo y ajuste su producción de manera que permita un ligero aumento del precio (hasta 60 dólares aproximadamente) pero sin que se lleguen a superar los límites que permitirían reanudar la producción mediante el “fracking” y en los yacimientos marítimos a gran profundidad. De este modo, Riad se ha convertido en el árbitro absoluto en materia de precio del petróleo (parámetro decisivo para las economías de decenas de países entre los cuales figuran Argelia, Venezuela, Nigeria, México, Indonesia, etc.).

Estas nuevas circunstancias obligan a Barack Obama a reconsiderar sus planes. La crisis del “fracking” podría representar el fin de la autosuficiencia de energía fósil en Estados Unidos. Y, por lo tanto, la vuelta a la dependencia de Oriente Próximo (y también de Venezuela, por ejemplo). Por ahora, Riad parece haber ganado su apuesta. ¿Hasta cuándo?

Publicado el 6/01/15 •  LE MONDE DIPLOMATIQUE