Por Jordi Muixí Rosset*
Esta ideología se basa en la convicción de que todos somos rehenes de la cultura del dinero. De lo mucho que se ha hablado hasta ahora de la crisis económica hay
dos aspectos que resultan sorprendentes: el tratamiento de la economía
como una ciencia pura que no admite discrepancias y su carácter
aséptico, desvinculado de cualquier ideología.
Parece como si todo lo que nos está pasando sea irremediable, que
nadie sea responsable de nada, que nadie sea dueño de su vida y que
todos aceptamos resignadamente las consecuencias deshumanizadoras de una
enfermedad que nos destruye como personas y como sociedad y que no
somos capaces ni de reconocer.
Se intentan obviar las raíces ideológicas de todo lo que nos sucede,
cuando no parece absurdo situar el origen de la crisis actual en los
mandatos de Reagan y Thatcher y su acentuación tras la caída del muro de
Berlín. Mucha gente celebró el colapso del comunismo, incluyendo buena
parte de sus partidarios, decepcionados por la deriva totalitaria del
sistema.
Entonces hubo un cierto consenso en la creencia de que el único
sistema económico mundial viable era la economía de mercado que,
mediante unas reglas establecidas, debía conciliar libertad individual y
justicia social, libre competencia e igualdad de oportunidades.
Pero pronto alguien se aventuró a anunciar que se había acabado la
Historia y se extendió la idea de que también se habían acabado las
ideologías. Progresivamente, el espacio hegemónico que hasta entonces
habían ocupado las ideologías lo ocupó el dinero, nunca reconocido como
ideología. La exhibición del dinero pasó a ser uno de los principales
reclamos mediáticos y sociales, la principal forma “de ser alguien”.
“Los mercados” han ido dejando por el camino a millones de personas sin trabajo.
Llegados a este punto se puede considerar que la raíz de nuestra
situación actual obedece a una ideología de una sola idea, la del
dinero. No es el capitalismo regulado, sino la forma más salvaje de
capitalismo despojado de cualquier aspiración moral que solo responde a
los intereses de lo que podríamos denominar como la EDE, la Extrema
Derecha Económica. Extrema, por su darwinismo social. Derecha, porque su
referente es el dinero. Económica, porque se estructura en base a un
mundo solo económico donde impera la anomia social y donde no importan
la degradación humana y ecológica.
A diferencia de la exuberante Extrema Derecha Política que conocimos
en el siglo pasado, la EDE del siglo XXI tiene un eje determinante: la
opacidad. Desde el anonimato, a través de un sujeto colectivo impersonal
—los mercados— ha ido marginando la economía productiva en beneficio de
la economía especulativa, dejando a millones de personas sin trabajo
por el camino y tentando a empresas responsables a buscar salidas
irregulares.
El circuito de esa EDE parece especialmente perverso: eliminación de
regulaciones sociales, disminución de impuestos a la gente con mayores
recursos, bendición de los paraísos fiscales, la corrupción y el fraude
fiscal, rechazo de todo espacio público y desprestigio de la política.
Desde Reagan a Clinton, desde Schröder a Merkel, desde Blair a Cameron o
desde Aznar a Zapatero, todos parecen haberse arrodillado ante las
exigencias de los mercados. En nombre del crecimiento ilimitado, dieron
su apoyo incondicional a la economía especulativa desprestigiando la
propia política y olvidando qué tipo de sociedad y qué tipo de progreso
estaban potenciando.
Y aquí estamos, en un mundo narcotizado por el imperio de la codicia.
Recordando a Erich Fromm, la cultura del tener desprecia los valores
del ser. Así la EDE se encarga de recordar a quien fomente cualquier
otro valor que no sea el del dinero (esfuerzo, responsabilidad,
honestidad, cultura) que eso de los valores éticos (solidaridad,
generosidad, sensibilidad, empatía) es cosa de ingenuos. ¿Esa es la
sociedad que queremos?
La gran fuerza de esa EDE estriba en su convicción de que todos somos
rehenes (con síndrome de Estocolmo) de la cultura hegemónica del dinero
a la que hemos ayudado a contribuir con nuestras acciones o silencios.
La EDE es consciente que con la adoración a la cultura del dinero
abríamos la puerta al individualismo más feroz y al consumismo más
voraz. Detrás de esa puerta se escondían impagos, frustraciones,
depresiones, insolidaridad, vacío personal y, sobre todo, mucho miedo
(hipotecas, desempleo, inseguridad). Y el miedo provoca parálisis
personal y desmovilización social.
Estamos ante una encrucijada esencial. Ahora más que nunca hemos de
tener coraje para mirarnos al espejo y ver qué estamos dispuestos a
hacer, como sociedad y como personas. Nos necesitamos todos y
necesitamos lo mejor de la política. Si reconocemos el origen ideológico
de la crisis, podremos analizar ideológicamente las salidas y
debatirlas políticamente. ¿Acaso no fue ideológico permitir al mundo
financiero la brutal irresponsabilidad de las hipotecas basura que ha
originado esta crisis mundial? ¿Y las soluciones posteriores a Lehman
Brothers? ¿No actúan ideológicamente las agencias de calificación y los
tecnócratas?
Albert Camus nos alertó de que la peste se propaga a través de lo más
oscuro del ser humano. Hace algunos años, en un aeropuerto extranjero,
me topé con una inmensa pared en la que solo había un diminuto anuncio
publicitario. Se veía la imagen de una tarjeta de crédito y debajo se
leía: “Todo lo demás es exceso de equipaje”. Si esa Extrema Derecha
Económica consigue que nuestro exceso de equipaje sean los sentimientos,
la relación con los demás, la exigencia de dar un sentido a nuestras
vidas y reivindicar una sociedad más justa para nuestros hijos, es
posible que la peste esté cerca. Entonces cabría preguntarnos por el
motivo del propio viaje y hacia dónde nos dirigimos realmente.
Fuente: Tribuna
de El País, 14 MAR 2012
*Jordi Muixí es periodista.
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