¿Qué valor práctico tiene la filosofía?
Santiago Alba Rico
Lapiko Kritikoa
La pregunta por el valor práctico de la
filosofía es la pregunta por el valor práctico de hacerse preguntas en un mundo
que ofrece sólo -al contrario de lo que se piensa- respuestas. El mundo mismo,
de hecho, tal y como está configurado, es una respuesta compleja que se
anticipa a preguntas que aún no se han hecho o que incluso no se pueden hacer.
Pienso en el mundo llamado “natural” o cosmos, que antes de presentar enigmas
ante nuestros ojos -las estrellas, por ejemplo- nos proporciona la luz del sol,
respuesta atmosférica que nos permite vivir sin hacernos demasiadas preguntas.
Pero pienso también en el universo social, una membranosa red de respuestas
articuladas en la que ponemos el pie cada mañana sabiendo bien qué es lo que
tenemos que hacer: cómo vestirnos, de qué manera saludar, a quién respetar y,
más importante aún, de dónde proceden nuestros medios de subsistencia. Una
sociedad es un correoso conjunto de respuestas por cuyos corredores nos movemos
con más o menos facilidad, pero dando por supuesto que no hay otro orden
posible y sin hacernos, por tanto, demasiadas preguntas. La respuesta es, en
cada momento y todo el rato, precisamente Todo.
No todas las preguntas son filosóficas, es
verdad, pero las que no lo son no son verdaderas preguntas. La pregunta del
enamorado que aún no sabe si la amada lo aceptará, no es una pregunta
filosófica, aunque sí lo es la pregunta sobre el amor mismo; tampoco es
filosófica la pregunta de un trabajador que no sabe si el banco le concederá un
crédito, pero sí lo es la pregunta sobre el trabajo mismo. Sólo el preguntar
sobre el mundo -natural o social- puede definirse como un preguntar filosófico.
¿Y las respuestas? ¿Cómo son las respuestas filosóficas? Me atrevería a decir
que no hay respuestas propiamente filosóficas y que las respuestas a las
preguntas filosóficas son respuestas -según el caso- científicas,
antropológicas, religiosas, políticas. La filosofía pregunta y responden las
distintas disciplinas, las teóricas y las “pragmáticas”, sin agotar nunca el
espacio de la filosofía para seguir preguntando.
¿En qué sentido se puede atribuir un valor
práctico a una pregunta filosófica? ¿Para qué sirve preguntar? Básicamente para
debilitar el mundo. ¿Y para qué puede servir debilitar el mundo? Para
introducir permanentemente en él la idea de la muerte -la natural y la social-
y con ella la diferencia entre lo remediable y lo irremediable. Preguntarse
sobre el amor es preguntarse por la posibilidad misma de eternizarse como
cuerpo mortal; preguntarse por el trabajo es preguntarse por la posibilidad de
introducir un orden distinto de reproducción de los cuerpos (y de la
mortalidad). Un mundo debilitado es un mundo en el que sé lo que soy (“conócete
a ti mismo”) y sé lo que puedo hacer (“cambiar lo remediable”). Un mundo en el
que soy débil, y en el que por tanto necesito compañía; y un mundo en el que
soy fuerte, y en el que me dispongo para la acción.
Ninguna pregunta filosófica lleva por sí
misma a la intervención en el mundo; pero ningún mundo puede experimentar un
cambio sin una pregunta filosófica. Porque la pregunta última, al margen de la
filosofía, es la que lo decide todo: ¿queremos cambiarlo o no?
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