Las
victorias electorales del Islam político en Egipto y en Túnez
Por Samir
Amin
Argenpress
La
victoria electoral de los Hermanos Musulmanes y de los Salafistas en Egipto
(enero 2012) no es sorprendente. La degradación producida por la mundialización
capitalista contemporánea ha provocado una inflación prodigiosa de las
actividades llamadas “informales” que, en Egipto, proveen los medios para
sobrevivir a más de la mitad de la población (60% según las estadísticas). Los
Hermanos Musulmanes están en muy buena posición para sacar provecho de esta
degradación y perpetuar su reproducción. Su ideología simple proporciona
legitimidad a esta economía primitiva de mercado/bazar. Los medios financieros
fabulosos puestos a su disposición por los Gobiernos del Golfo [las monarquías
petroleras, nota del traductor] permiten traducirla en medios de acción
eficaces: adelantos financieros a la economía informal, acciones caritativas de
acompañamiento (centros sanitarios y otros).
Con estos
medios los Hermanos Musulmanes se implantan en la sociedad real y la colocan
bajo su dependencia. Pero su éxito hubiera sido difícil si no hubiera
respondido perfectamente a los objetivos de los Gobiernos del Golfo, de
Washington y de Israel. Esos tres íntimos aliados comparten la misma
preocupación: hacer fracasar la recuperación de Egipto. Porque un Egipto
fuerte, erguido, significa el fin del triple hegemonismo: del Golfo (la
sumisión al discurso de islamisación de la sociedad); de los Estados Unidos (un
Egipto comprador y miserable queda sometido a su dominación) y de Israel (un
Egipto impotente deja hacer en Palestina).
El aborto
planificado de la “revolución egipcia” garantizará entonces la continuidad del
sistema establecido desde Sadat, fundado en la alianza de los jefes del Ejército
y del Islam político. Una revisión de la “dosificación” en el reparto de los
beneficios de esta alianza en beneficio de los Hermanos Musulmanes puede sin
embargo resultar difícil.
La
Asamblea Constituyente surgida de las elecciones de octubre de 2011 en Túnez
estará dominada por un bloque de derecha que reunirá el partido islámico
Ennahda y muchos cuadros reaccionarios hasta hace poco asociados al régimen de
Ben Alí, siempre en sus puestos e infiltrados en los “nuevos partidos” bajo el
nombre de “bourguibistas”. Unos y otros comparten la misma adhesión
incondicional a la “economía de mercado”, tal como existe, es decir un sistema
capitalista dependiente y subalterno. Francia y los Estados Unidos no piden
otra cosa: “cambiar algo para que nada cambie”.
Sin
embargo, dos cambios están a la orden del día. Positivo: una democracia
política pero no social (es decir una “democracia de baja intensidad”) que
tolerará la diversidad de opiniones, respetará más los “derechos humanos” y
pondrá fin a los horrores policiales del régimen precedente. Negativo: una
probable regresión de los derechos de las mujeres. Dicho de otra manera un
retorno a un “bourguibismo” pluripartidario teñido de islamismo. El plan de las
potencias occidentales, basado en el poder del bloque reaccionario comprador,
pondrá fin a esta transición que se quería “corta” (lo que el movimiento aceptó
sin medir las consecuencias) no dejando tiempo a las luchas sociales para
organizarse y permitirá la instalación de la “legitimidad” exclusiva del bloque
reaccionario comprador mediante elecciones “correctas”. El movimiento tunecino
prácticamente se desinteresó de la política económica del régimen destituido,
concentrando sus críticas sobre la “corrupción” del presidente y su familia.
Muchos contestatarios, incluso “de izquierda” no cuestionaban las orientaciones
fundamentales del modo de desarrollo implementado por Bourguiba y Ben Ali. El
resultado era entonces previsible.
Es así que
las mismas causas producen a veces los mismos efectos. ¿Qué pensarán y harán
las clases populares en Egipto y en Túnez cuando verán que continúa
inexorablemente la degradación de sus condiciones sociales, con su cortejo de
desempleo y de precarización, probablemente agravada con las degradaciones
suplementarias intensificadas por la crisis general de la mundialización
capitalista? Es muy pronto para decirlo, pero no cabe obstinarse e ignorar que
sólo la rápida cristalización de una izquierda radical que vaya mucho más allá
de la reivindicación de elecciones correctas, puede permitir la reanudación de
las luchas por un cambio digno de ese nombre. Corresponde a esa izquierda
radical saber formular una estrategia de democratización de la sociedad que
vaya mucho más allá que la simple realización de elecciones correctas, que
asocie la democratización al progreso social, lo que implica el abandono del
modelo de desarrollo existente, y que refuerce las iniciativas por una posición
internacional independiente y francamente antiimperialista. No son los
monopolios imperialistas y sus servidores internacionales (el Banco Mundial, el
FMI y la Organización Mundial del Comercio) que ayudarán a los países del Sur a
salir del atolladero: la tarea será menos difícil orientándose hacia los nuevos
interlocutores del Sur.
Ninguna de
estas cuestiones políticas fundamentales parecen preocupar a los mayores
actores políticos. Todo transcurre como si el objetivo final de la “revolución”
fuera conseguir rápidamente que se celebren elecciones. Como si la fuente
exclusiva de legitimidad del poder residiera en las urnas. Hay, sin embargo,
una legitimidad superior: la de las luchas. Esas dos legitimidades están
destinadas enfrentarse seriamente en el futuro.
¿Serán
posibles en Argelia reformas dirigidas desde el interior?
Argelia y
Egipto han sido, en el mundo árabe, los dos países de vanguardia en el primer
“despertar del Sur” en la época de Bandung, del no Alineamiento y del
despliegue victorioso de la afirmación nacional post-colonial, asociado a
auténticas realizaciones económicas y sociales importantes y progresistas que
auguraban hermosas posibilidades en el futuro. Pero después los dos países
llegaron a un punto muerto para finalmente aceptar la “vuelta al redil” de los
Estados y sociedades dominados por el imperialismo.
El modelo
argelino dio signos evidentes de una consistencia más fuerte, lo que explica
que haya resistido mejor su degradación ulterior. Por esa razón la clase
dirigente argelina es heterogénea y está dividida entre quienes mantienen
aspiraciones nacionales y quienes han adherido a la “compradorización” (a veces
esos dos componentes conflictivos se combinan en las mismas personas). En
Egipto, por el contrario, la clase dominante se convirtió íntegramente, con
Sadat y Mubarak , en burguesía compradora, carente de toda aspiración nacional.
Dos
razones principales explican esta diferencia. La guerra de liberación en
Argelia produjo, naturalmente, una radicalización social e ideológica. En
cambio en Egipto el naserismo surge al final del período de expansión del
movimiento iniciado por la revolución de 1919 que se radicaliza en 1946. El
golpe de Estado –ambiguo- de 1952 es una respuesta al callejón sin salida en
que se encuentra el movimiento. Por otra parte la sociedad argelina sufrió, con
la colonización, enormes asaltos destructores. La nueva sociedad argelina,
surgida de la reconquista de la independencia, no tenía nada en común con la de
la época precolonial. Se había convertido en una sociedad plebeya, marcada por
una muy fuerte aspiración a la igualdad.
Esta
aspiración no se encuentra con la misma fuerza en ninguna otra parte en el
mundo árabe, ni en el Maghreb ni en el Mashrek. Por el contrario, Egipto
moderno se constituyó desde el comienzo (a partir de Mohamed Ali) por su
aristocracia progresivamente convertida en “burguesía aristocrática” (o
“aristocracia capitalista”). Esas diferencias generan otra, de evidente
importancia, que se refiere al porvenir del Islam político. Como indica Hocine
Bela lloufi (La democracia en Argelia: ¿reforma o revolución?, en curso de
publicación) el Islam político argelino (el FIS), que mostró su faz horrible,
fue derrotado. Ello no significa que el problema esté definitivamente resuelto.
Pero la diferencia es grande con relación a la situación en Egipto,
caracterizada por una sólida convergencia entre el poder de la burguesía
compradora y el Islam político de los Hermanos Musulmanes.
De todas
esas diferencias entre los dos países derivan posibilidades diferentes de
respuesta a los actuales desafíos. Argelia me parece en mejor posición (o en
posición menos mala) para responder a dichos desafíos, por lo menos en el corto
plazo. Me parece que en Argelia existe todavía la posibilidad de reformas
económicas, políticas y sociales controladas desde el interior. En cambio en
Egipto la confrontación entre el “movimiento” y el bloque reaccionario
“contrarrevolucionario” parece tender inexorablemente a agravarse.
Argelia y
Egipto constituyen dos ejemplos paradigmáticos de la impotencia, hasta ahora,
de las sociedades implicadas de hacer frente al desafío. Argelia y Egipto son
dos países del mundo árabe candidatos posibles a la “emergencia”. Es evidente
la responsabilidad principal de las clases dirigentes y de los sistemas de
poder actuales en el fracaso de lograr dicha “emergencia”. Pero la de las
sociedades, los intelectuales, la de los militantes de los movimientos en lucha
debe también tomarse seriamente en cuenta.
¿Cabe
esperar una evolución democrática pacífica en Marruecos? Lo dudo en la medida
que el pueblo marroquí seguirá adhiriendo al dogma arcaico que no disocia la
monarquía (de derecho divino: “amir el mouminine”) de la Nación, Esa es sin
duda la razón por la cual los marroquíes no comprenden la cuestión saharaui:
los nómadas orgullosos del Sahara tienen otra concepción del Islam, que les
prohíbe arrodillarse ante otro que no sea Allah, así sea el Rey.
El
drama de Siria
El régimen
de Bashar el Assad no es ni más ni menos que un régimen policial que acompaña
la sumisión a las exigencias del “liberalismo” mundializado. La legitimidad de
la rebelión del pueblo sirio es indiscutible. Pero la destrucción de Siria
constituye el objetivo de los tres asociados que son Estados Unidos, Israel y
Arabia Saudita que movilizan con esa finalidad a los Hermanos Musulmanes y los
proveen de armas. Su eventual victoria –con o sin intervención extranjera –
tendrá como resultado el desmembramiento del país, la masacre de los alauitas,
de los drusos y de los cristianos. Pero no importa. El objetivo de Washington y
de sus aliados no es liberar a Siria de su dictador, sino de destruir el país,
como no era liberar de Saddam Hussein a Irak, sino destruirlo.
La única
solución democrática sería realizar reformas substanciales en beneficio de las
fuerzas populares y democráticas existentes y que rehúsan dejarse enrolar por
los Hermanos Musulmanes. Si el régimen se muestra incapaz de comprenderlo, nada
impedirá que el drama continúe hasta su culminación. Es irónico ver que ahora
el Sultán de Qatar y el Rey de Arabia Saudita son los campeones de la promoción
de la democracia (en otros países). ¡Resulta difícil que la farsa vaya todavía
más lejos!
La
geoestrategia del imperialismo y la cuestión democrática
He querido
demostrar en este libro que la despolitización ha sido decisiva en la ascensión
del Islam político. Esta despolitización no es, por cierto, específica del
Egipto nasserista. Ella ha sido la práctica dominante en todas las experiencias
nacionales populares del primer despertar del Sur e incluso en las de los
socialismos históricos una vez terminada la primera fase del hervor
revolucionario. El denominador común ha sido la supresión de la práctica
democrática (que yo no reduzco a la celebración de elecciones
pluripartidarias), es decir el respeto de la diversidad de opiniones y de
propuestas políticas y de su eventual organización.
La
politización exige la democracia. Y la democracia solo existe cuando los
“adversarios” gozan de libertad. En todos los casos su supresión, que origina
la despolitización, es responsable del desastre ulterior. Que este adopte la
forma de anacronismos (religiosos u otros) o de adhesión al consumismo y al
falso individualismo promovido por los medios de comunicación occidentales,
como fue el caso de los pueblos de Europa Oriental y de la ex URSS y como es el
caso en otras partes no solamente de las clases medias (eventuales
beneficiarias del desarrollo) sino también en el seno de las clases populares
que, a falta de otra alternativa, aspiran también a beneficiarse aunque sea en
muy pequeña escala (lo que es perfectamente comprensible y legítimo).
En el caso
de las sociedades musulmanas, esta despolitización reviste la forma principal
de vuelta (aparente) del islamismo. La articulación que asocia el poder del
Islam político reaccionario, la sumisión “compradora” y la pauperización por la
informatización de la economía de bazar no es específica de Egipto. Ella
caracteriza a la mayor parte de las sociedades árabes y musulmanas hasta
Paquistan y más allá. Esta misma articulación existe en Irán: el triunfo de la
economía de bazar había sido señalada desde el comienzo como el principal
resultado de la “revolución khomeinista”. La misma articulación poder
islámico/economía de mercado de bazar devastó la Somalía, ahora borrada del
mapa de naciones existentes (veáse mi artículo sobre la cuestión en el sitio
Pambazuka 1/2/2011).
¿Qué se
puede entonces imaginar si este Islam político asume el poder en Egipto o en
otra parte?
Nos
invaden los discursos tranquilizantes, de una increíble ingenuidad, sincera o
falsa: Algunos dicen: “Era fatal, nuestras sociedades están impregnadas por el
Islam, se ha querido ignorarlo y se ha impuesto”. Como si el éxito del Islam
político no se debiera a la despolitización y a la degradación social que se
quiere ignorar. “Esto no es tan peligroso, el éxito es pasajero y el fracaso
del poder ejercido por el Islam político llevará a que la opinión se aleje del
mismo”. ¡Como si los Hermanos Musulmanes adhirieran al principio del respeto de
los principios democráticos! Como aparentan creer en Washington, las
“opiniones” fabricadas por los medios dominantes y la cohorte de
“intelectuales” árabes, por oportunismo o ausencia de lucidez.
No. El
ejercicio del poder por el Islam político reaccionario estará destinado a
durar…¿50 años? Y mientras contribuirá a hundir en la insignificancia del
tablero mundial a las sociedades que someterá, los “otros” continuarán
avanzando. Al final de esta triste “transición” los países implicados se
encontrarán en lo más bajo de la escala de la clasificación mundial.
La
cuestión de la politización democrática constituye, en el mundo árabe como en
el resto del mundo, el eje central del desafío. Nuestra época no es de avances
democráticos sino de retrocesos. La centralización extrema del capital de los
monopolios permite y exige la sumisión incondicional y total del poder político
a las órdenes de aquél. La acentuación de los poderes presidenciales,
aparentemente individualizados al extremo pero de hecho íntegramente sometidos
a la plutocracia financiera, constituye la forma de esta deriva que aniquila el
alcance de la difunta democracia burguesa (ella misma reforzada en su tiempo
por las conquistas de los trabajadores) substituída ahora por la farsa
democrática.
En las
periferias los embriones de democracia, cuando existen, asociadas a regresiones
sociales todavía más violentas que en los centros del sistema, pierden toda
credibilidad.
El
retroceso de la democracia es sinónimo de despolitización. Porque la democracia
implica la afirmación en la escena de ciudadanos capaces de formular proyectos
de sociedad alternativos y no solo la perspectiva de la “alternancia” (sin
cambios) elecciones mediante.
Desaparecido
el ciudadano sin imaginación creadora, lo sucede el individuo despolitizado que
es un espectador pasivo de la escena política, un consumidor modelado por el
sistema que se cree (equivocadamente) un individuo libre. Son tareas
indisociables avanzar por los caminos de la democratización de las sociedades y
de la repolitización de los pueblos.
Pero ¿por
dónde comenzar? El movimiento puede iniciarse a partir de uno u otro de esos
dos polos. Nada puede sustituir al análisis concreto de las situaciones
concretas, en Argelia, en Egipto como en Grecia, en China, en el Congo, en
Bolivia, en Francia o en Alemania.
A falta de
progresos visibles en esa dirección el mundo entrará, como de hecho ya lo está,
en una tormenta caótica asociada a la implosión del sistema. Entonces es de
temer lo peor.
Samir
Amin es director del Foro del Tercer Mundo.
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