En un momento histórico en el que la
política internacional amplía su campo de acción y sus perspectivas, y se abre
a las operaciones más diversas entre los Estados a medida que incrementan su
intervención y colaboración en materia económica, financiera y comercial, se
hace necesario que el ámbito clásico del debate sobre la guerra y la paz se
deje a un lado.
Las relaciones diplomáticas se
refieren a las actividades que establecen y desarrollan los Estados
para construir un ambiente de relaciones beneficiosas mutuas y de
cooperación, que tiene como objetivo alcanzar, mantener o fortalecer la paz.
Los
orígenes de las relaciones diplomáticas son tan antiguos como la historia de la
sociedad humana. A medida que se fueron formando las unidades políticas
autónomas, surgió la necesidad de relacionarse y comunicarse unas con otras,
especialmente con las vecinas. Evidentemente, la diplomacia actual presenta
sustanciales diferencias de aquellas «prácticas diplomáticas» antiguas. Sin
embargo, hoy, como ayer, las relaciones diplomáticas forman, junto con el
comercio y la comunicación (y lamentablemente la guerra) el sustrato
esencial de una sociedad internacional cuyo entramado de relaciones y actores
ha experimentado una constante y creciente complejidad a lo largo de la
historia.
La
diplomacia se convirtió en permanente, durante la primera mitad del siglo XV,
en el intrincado contexto de las relaciones políticas que imperaban entre los
reinos y repúblicas italianas. Se suele citar a Venecia como la instauradora de
la diplomacia moderna de carácter permanente, con el establecimiento de
misiones en Roma y Constantinopla. Sus embajadores, denominados oratores,
mantuvieron una intensa actividad y periódica correspondencia oficial.
Con
la consolidación del Sistema Europeo de Estados, tras la Paz de Westfalia de
1648, la diplomacia permanente se generalizó entre todos los países de Europa.
Surgió así la necesidad de constituir unas oficinas (después llamadas
Embajadas) encargadas de administrar las relaciones diplomáticas y la política
exterior de los Estados. Paralelamente va configurándose un cuerpo de
funcionarios especializados en las tareas diplomáticas que pasaron a depender
de un Secretario de Estado, nombrado por el monarca entre la nobleza de su
confianza, constituyendo así el antecedente remoto de los actuales Ministros de
Relaciones Exteriores.
Durante
esta etapa, el cambio más significativo que se produjo consistió en la
implantación de un auténtico Derecho diplomático, cuyas normas fueron
resultando obligatorias para todos los Estados, como Derecho
internacional consuetudinario. La mayoría de ellas resultantes de una costumbre
durante los siglos precedentes.
Esa
práctica inveterada llevó a la negociación como la base fundamental de
las relaciones diplomáticas, dado que es por medio de la negociación que se ha
de alcanzar la construcción o existencia de una comunidad internacional justa
que, a través de la cooperación, permita el pleno desarrollo de los pueblos.
Por ello, en toda relación diplomática, y sea cual sea el objetivo inmediato de
la acción exterior por el que dicha relación se ha establecido, la finalidad
última que justifica su existencia y le da pleno significado es la de alcanzar
o mantener unas relaciones internacionales pacíficas. Las relaciones
diplomáticas se perfilan así no solo como una forma de relación alternativa a
la guerra sino, precisamente, como una forma de relación destinada a
evitar la guerra, la confrontación y el enfrentamiento.
Fue
así que la Convención de Viena de 1961, sobre Relaciones Diplomáticas, es
en cierta medida una especie de codificación de las prácticas diplomáticas, y
reconoce incluso que las normas del Derecho internacional consuetudinario deben
continuar rigiendo las cuestiones que no estén expresamente reguladas en la
Convención. Está basada en los propósitos y principios de la Carta de las
Naciones Unidas relativos a la igualdad soberana de los Estados, al
mantenimiento de la paz y de la seguridad internacional y al fomento de las relaciones
de amistad entre los Estados, con el objetivo de contribuir al desarrollo
de las relaciones amistosas entre las naciones, prescindiendo de sus
diferencias de régimen político o social.
Sin
embargo, cuando la diplomacia se concibe y ejecuta para incrementar el poderío
del Estado, propiciando el desencadenamiento de conflictos termina siendo rehén
de la obsesión beligerante y, llegado ese punto, acaba por quedar desvirtuada y
con frecuencia, desacreditada ante los otros Estados y organismos internacionales,
así como ante la opinión pública, nacional e internacional. Y es que en
política internacional algunos Estados poderosos recurren a la
coacción, o a la fuerza, para tratar de imponer sus intereses a otros países,
como las tristemente famosas «Diplomacia del Dólar» y «Diplomacia de las
Cañoneras» (Gunboat Diplomacy).
Entre
estas categorías de diplomacia inadmisible, violatoria del Derecho
internacional y contraria al mantenimiento de la paz, puede incluirse
ahora el reciente giro del Gobierno de EE.UU. en sus relaciones con Cuba, o
sea, las pretendidas justificaciones, con verdaderos matices de ciencia
ficción, para enrarecer el ambiente de las relaciones reestablecidas entre Cuba
y EE.UU., que al parecer busca un pretexto para crear un conflicto y dar marcha
atrás al avance que fruto de las negociaciones fue logrado después de más
de medio siglo, y frustrar la continuación del diálogo respetuoso entre los dos
gobiernos, y el propósito de implementar activamente los acuerdos bilaterales
suscritos en los dos últimos años, y avanzar aún más con
acciones concretas en la cooperación en áreas de beneficio mutuo como la
protección del medio ambiente, aplicación y cumplimiento de la ley, salud,
agricultura, hidrografía y geodesia, entre otras (como ha manifestado su
disposición el Gobierno cubano). Estas acciones de confrontación y la
drástica reducción del personal diplomático en las respectivas misiones en La
Habana y Washington por parte del Gobierno de EE.UU., sin consultar o
escuchar el criterio del Gobierno cubano, bien como Estado acreditante o
receptor, en uno u otro caso, constituyen hechos violatorios del Derecho
internacional y, en especial, de la Convención de Viena de 1961 sobre
Relaciones Diplomáticas, que originan molestias, insatisfacciones y
dificultan el intercambio y la colaboración entre los dos países.
En
un momento histórico en el que la política internacional amplía su campo de
acción y sus perspectivas, y se abre a las operaciones más diversas entre los
Estados a medida que incrementan su intervención y colaboración en materia
económica, financiera y comercial, se hace necesario que el ámbito clásico del
debate sobre la guerra y la paz se deje a un lado. Las relaciones
diplomáticas son actualmente la conducción de los negocios entre los
Estados por medios pacíficos, basada en el respeto recíproco y la observancia
del Derecho internacional. Era eso lo que se esperaba del Gobierno de
EE.UU. ante la posibilidad de abrir el comercio y el intercambio con el vecino
cercano, mercado natural geográficamente. Lamentablemente, otro camino comienza
a atisbarse en el horizonte, como fantasma amenazador de la guerra fría.
Fuente: Granma Internacional
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