martes, 31 de octubre de 2017

La Diplomacia inadmisible



En un momento histórico en el que la política internacional amplía su campo de acción y sus perspectivas, y se abre a las operaciones más diversas entre los Estados a medida que incrementan su intervención y colaboración en materia económica, financiera y comercial, se hace necesario que el ámbito clásico del debate sobre la guerra y la paz se deje a  un lado.

Las relaciones diplomáticas se refieren a las actividades que establecen y desarrollan  los Estados  para construir un ambiente  de relaciones beneficiosas mutuas y de cooperación, que tiene como objetivo alcanzar, mantener o fortalecer la paz.

Los orígenes de las relaciones diplomáticas son tan antiguos como la historia de la sociedad humana. A medida que se fueron formando las  unidades políticas autónomas, surgió la necesidad de relacionarse y comunicarse unas con otras, especialmente con las vecinas. Evidentemente, la diplomacia actual presenta sustanciales diferencias de aquellas «prácticas diplomáticas» antiguas. Sin embargo, hoy, como ayer, las relaciones diplomáticas forman, junto con el comercio y la comunicación (y lamentablemente la guerra)  el sustrato esencial de una sociedad internacional cuyo entramado de relaciones y actores ha experimentado una constante y creciente complejidad a lo largo de la historia. 

La diplomacia se convirtió en permanente, durante la primera mitad del siglo XV, en el intrincado contexto de las relaciones políticas que imperaban entre los reinos y repúblicas italianas. Se suele citar a Venecia como la instauradora de la diplomacia moderna de carácter permanente, con el establecimiento de misiones en Roma y Constantinopla. Sus embajadores, denominados oratores, mantuvieron una intensa actividad  y periódica correspondencia oficial. 

Con la consolidación del Sistema Europeo de Estados, tras la Paz de Westfalia de 1648, la diplomacia permanente se generalizó entre todos los países de Europa. Surgió así la necesidad de constituir unas oficinas (después llamadas Embajadas) encargadas de administrar las relaciones diplomáticas y la política exterior de los Estados. Paralelamente va configurándose un cuerpo de funcionarios especializados en las tareas diplomáticas que pasaron a depender de un Secretario de Estado, nombrado por el monarca entre la nobleza de su confianza, constituyendo así el antecedente remoto de los actuales Ministros de Relaciones Exteriores.

Durante esta etapa, el cambio más significativo que se produjo consistió en la implantación de un auténtico Derecho diplomático, cuyas normas fueron resultando  obligatorias para todos los Estados, como Derecho internacional consuetudinario. La mayoría de ellas resultantes de una costumbre durante los siglos precedentes. 

Esa práctica inveterada llevó a la negociación como la base fundamental  de las relaciones diplomáticas, dado que es por medio de la negociación que se ha de alcanzar la construcción o existencia de una comunidad internacional justa que, a través de la cooperación, permita el pleno desarrollo de los pueblos. Por ello, en toda relación diplomática, y sea cual sea el objetivo inmediato de la acción exterior por el que dicha relación se ha establecido, la finalidad última que justifica su existencia y le da pleno significado es la de alcanzar o mantener unas relaciones internacionales pacíficas. Las relaciones diplomáticas se perfilan así no solo como una forma de relación alternativa a la guerra sino, precisamente,  como una forma de relación destinada a evitar la guerra, la confrontación y el enfrentamiento. 

Fue así que la Convención de Viena de 1961, sobre Relaciones Diplomáticas,  es en cierta medida una especie de codificación de las prácticas diplomáticas, y reconoce incluso que las normas del Derecho internacional consuetudinario deben continuar rigiendo las cuestiones que no estén expresamente reguladas en la Convención. Está basada en los propósitos y principios de la Carta de las Naciones Unidas relativos a la igualdad soberana de los Estados, al mantenimiento de la paz y de la seguridad internacional y al fomento de las relaciones de amistad entre los Estados, con el objetivo de contribuir  al desarrollo de las relaciones amistosas entre las naciones, prescindiendo de sus diferencias de régimen político o social. 

Sin embargo, cuando la diplomacia se concibe y ejecuta para incrementar el poderío del Estado, propiciando el desencadenamiento de conflictos termina siendo rehén de la obsesión beligerante y, llegado ese punto, acaba por quedar desvirtuada y con frecuencia, desacreditada ante los otros Estados y organismos internacionales, así como ante la opinión pública, nacional e internacional. Y es que en política  internacional algunos Estados poderosos  recurren a la coacción, o a la fuerza, para tratar de imponer sus intereses a otros países, como las tristemente famosas «Diplomacia del Dólar» y «Diplomacia de las Cañoneras» (Gunboat Diplomacy). 

Entre estas categorías de diplomacia inadmisible, violatoria del Derecho internacional y contraria al mantenimiento de la paz,  puede incluirse ahora el reciente giro del Gobierno de EE.UU. en sus relaciones con Cuba, o sea, las pretendidas justificaciones,  con verdaderos matices de ciencia ficción, para enrarecer el ambiente de las relaciones reestablecidas entre Cuba y EE.UU., que al parecer busca un pretexto para crear un conflicto y dar marcha atrás al  avance que fruto de las negociaciones fue logrado después de más de medio siglo, y frustrar la continuación del diálogo respetuoso entre los dos gobiernos, y el propósito de implementar activamente los acuerdos bilaterales suscritos en los dos últimos años,  y avanzar aún más  con  acciones concretas en la cooperación en áreas de beneficio mutuo como la protección del medio ambiente, aplicación y cumplimiento de la ley, salud, agricultura, hidrografía y geodesia, entre otras (como ha manifestado su disposición el Gobierno cubano). Estas acciones de  confrontación y la drástica reducción del personal diplomático en las respectivas misiones en La Habana y  Washington por parte del Gobierno de EE.UU., sin consultar o escuchar el criterio del Gobierno cubano, bien como Estado acreditante o receptor, en uno u otro caso, constituyen hechos violatorios del Derecho internacional y, en especial, de la Convención de Viena de 1961 sobre Relaciones Diplomáticas, que originan molestias, insatisfacciones y  dificultan el intercambio y la colaboración entre los dos países. 

En un momento histórico en el que la política internacional amplía su campo de acción y sus perspectivas, y se abre a las operaciones más diversas entre los Estados a medida que incrementan su intervención y colaboración en materia económica, financiera y comercial, se hace necesario que el ámbito clásico del debate sobre la guerra y la paz se deje a  un lado.  Las relaciones diplomáticas son actualmente  la conducción de los negocios entre los Estados por medios pacíficos, basada en el respeto recíproco y la observancia del Derecho internacional. Era  eso lo que se esperaba del Gobierno de EE.UU. ante la posibilidad de abrir el comercio y el intercambio con el vecino cercano, mercado natural geográficamente. Lamentablemente, otro camino comienza a atisbarse en el horizonte, como fantasma amenazador de la guerra fría.

Fuente: Granma Internacional




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