domingo, 15 de octubre de 2017

Donald Trump en la ONU: un discurso para la historia…… de la infamia



MSc Enrique R. Martínez Díaz
Investigador CIPI, Cuba
 
mundo.jpegCada año, al comienzo del otoño en el hemisferio norte del planeta, la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas realiza un período de sesiones (en este caso le corresponde el número 72),  en la cual muchos jefes de estado, de gobierno u otros altos dignatarios de la mayor parte de las naciones miembros de esa organización se personan e intervienen ante el plenario, exponiendo sus consideraciones y criterios  respecto a los principales problemas que aquejan a nuestro planeta.

A las 10:04 minutos del día 19 de septiembre comenzó su discurso Mr. Donald John Trump, presidente de los Estados Unidos de América, la mayor potencia militar y económica del planeta. Pocas veces se ha escuchado un discurso tan lleno de prepotencia y desprecio a la inteligencia de los seres humanos como el pronunciado por tan nefasta figura política.

Su prepotencia y lenguaje politiquero lo llevó a fanfarronear sobre los supuestos logros económicos de su gobierno. Tales exageraciones pueden ser fácilmente corroboradas consultando los reportes de las principales instituciones y tanques pensantes dedicados al estudio de la economía mundial e incluso en los propios Estados Unidos, que no son para nada tan exitosas como los presenta el multimillonario actual inquilino de la Casa Blanca. Basta leer las previsiones del Fondo Monetario Internacional para los años 2017 y 2018, que no se acercan a las promesas de Trump de crecimiento económico; igualmente, la tendencia a la reducción del desempleo, que llegó a 4,4 en Junio de 2017, no comenzó con el gobierno de Trump, sino que viene manifestándose desde 2014. La mayor parte de las encuestas dicen que su popularidad ha caído hasta el 36% en su propio país. (aunque no es menos cierto que muchas de estas encuestas fallaron durante las elecciones).

El señor Trump se dio el lujo de alardear, ante los presentes, no solo del conocido poderío militar de su país, si no sobre el notable incremento de los gastos militares que harán a partir del comienzo del nuevo año fiscal (unos 700 millones de dólares, casi 80 mil millones más que el presupuesto del año anterior). Es casi risible,  si no fuera por lo trágico que realmente es, ver como el principal funcionario de un país que gasta casi el 40% del dinero que se invierte en todo el planeta en armas, incluyendo  que su gasto militar es superior a lo que invierten los nueve países que le siguen en ese nada honorable “ranking”, alardea acerca que gastarán mucho más dinero en incrementar su poderío militar, con la evidente intención de amedrentar a sus eventuales adversarios y al resto del planeta. 

Durante su discurso repitió muchas veces la palabra soberanía, pero al parecer, o Mr. President es muy ignorante en asuntos internacionales, o está muy mal asesorado. El respeto a la soberanía de los estados es en un principio de la Carta de las Naciones Unidas, y para ello, en el Artículo 2,  acápite 1, se establece que “La Organización está basada en el principio de la igualdad soberana de todos sus miembros”[i]. Quiere decir que la intromisión en los asuntos de otras naciones, las amenazas y las agresiones van contra el espíritu de la Carta de las Naciones Unidas; y en ello, el historial de los gobiernos norteamericanos no es nada ejemplificante.

El presidente norteamericano fue sumamente irrespetuoso con el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, si se tiene en cuenta que para pertenecer a la misma se requiere el apoyo de una mayoría de los miembros de la ONU; amén de que su país no es precisamente el más indicado para señalar con el dedo a los supuestos violadores de derechos humanos en el mundo, dado los múltiples casos de racismo y de ultrajes a las mujeres, la violencia, los asesinatos, la mayor densidad de drogadictos en el mundo, etc, que tipifican a esa nación.

Sus bravatas y amenazas contra el gobierno de la República Democrática Popular de Corea no deben haber sido bien vistas incluso entre sus aliados más cercanos; un político responsable y seguro de su fuerza no usa amenazas tan groseras como la de destruir una nación entera, y mucho menos endilga nombretes a un jefe de estado, no importa si simpatice o no con él. De seguro sus propios aliados en la región no se sentirán seguros con tales aseveraciones;  cualquiera puede observar cual es la situación actual del Medio Oriente después de las intervenciones norteamericanas; nada asegura que desatar una guerra en la península coreana no convierta esa región en un infierno, cuyas llamas se extenderían a los países vecinos, y quién sabe hasta dónde, y hasta cuándo. Sin contar que debería tener en cuenta cuanto han contribuido los gobiernos de su país a mantener la crítica situación en la península coreana, con su sostenida presencia militar, sus constantes y amenazantes ejercicios militares y sus sabotajes abiertos a las conversaciones de paz.

Las amenazas a Irán y las acusaciones de apoyar al terrorismo omiten el hecho de que muchas de las organizaciones terroristas que actualmente existen en el Medio Oriente tienen su origen en la etapa en que los gobiernos norteamericanos apoyaban a los llamados “luchadores por la libertad” contra las fuerzas militares soviéticas en Afganistán; olvida también que nunca ha denunciado el terrorismo de estado aplicado por el gobierno de Israel contra los palestinos (Remember Sabra y Shatila, MrTrump.). Y sería bueno preguntarle al presidente estadounidense si sabe quién financió al ISIS, al menos en sus etapas iniciales.

Sus críticas al tratado nuclear con Irán son irrespetuosas y ponen en muy mala posición a la Organización Internacional de Energía Atómica,  a varios de sus aliados europeos, a Rusia y a China; ¿es posible que estos gobiernos sean tan cándidos e incapaces que hayan podido ser engañados con facilidad por los iraníes? (sin olvidar que también habían expertos norteamericanos en esa negociación, seguramente muy calificados). El señor Trump debiera saber que muchos en el mundo recuerdan con claridad como otro presidente norteamericano, tan lleno de soberbia como él, se dio el lujo de descalificar a los expertos de la OIEA e invadió Irak bajo el pretexto de la existencia de unas armas de destrucción masiva que jamás aparecieron. Y todos conocen las consecuencias de tal acción, que aún hoy padece esa nación.

Las acusaciones y amenazas contra el legítimo gobierno de Venezuela se enmarcan la clara política de desestabilización en que se ha empeñado Washington, aplicando las concepciones de un “Conflicto Híbrido”, que incluyen apoyo a la disidencia interna, acciones de servicios especiales, una feroz propaganda, sanciones económicas, amenazas militares y otras muchas acciones. 

Y claramente, no podía dejar el presidente norteamericano de satisfacer a sus aliados del estercolero de Miami y de su dilecto amigo el Senador Marcos Rubio, profiriendo calificativos contra el gobierno de Cuba que otras circunstancias pudieran costarle el puesto a cualquier funcionario de un gobierno medianamente decente; ¿se sometería el presidente norteamericano a un juicio en el cual pudiera presentar pruebas de corrupción contra los gobernantes de la República de Cuba? Y no olvidar su declaración de mantener el bloqueo contra Cuba, a pesar de la repulsa de más de 191 gobiernos en esa misma ONU.

Tampoco es buena la memoria del honorable presidente y la de los que le escriben sus discursos; su reunión con los líderes musulmanes en Arabia Saudita no fue el año pasado (In Saudi Arabia early last year, I was greatly honored to address the leaders of more than 50 Arab and Muslim nations.), sino este año 2017, justamente en Mayo, y no el año pasado, cuando aún no era presidente.

Resumidamente, en este discurso ante la Asamblea de las Naciones Unidas el actual presidente de Estados Unidos demostró su prepotencia e ignorancia, y justificó los criterios de quienes lo consideran una real amenaza para la paz mundial. Un Mundo Mejor es Posible!


[i]Carta de las Naciones Unidas y Estatuto de la Corte Internacional de Justicia, Naciones Unidas, New York, 1991, pág 4

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