Poco más de siglo y medio atrás una obra plasmaría la importancia de
la lucha revolucionaria, desde una dimensión no vista nunca antes. Aquel
Manifiesto Comunista, resultado de la genialidad en el
pensamiento de los jóvenes Carlos Marx y Federico Engels, trascendería
de tal forma en el tiempo que hoy, en medio de un capitalismo
monopolista transnacional despiadado, prosigue como referente
obligatorio para todos los que nos proponemos levantar otro mundo.
De Seattle a la Tierra del Fuego; de Quebec a Caracas; de Nueva Delhi
a Moscú, las ideas plasmadas en aquel texto compacto no solo conservan
el espíritu esclarecedor fundacional (dotando a los trabajadores de la
conciencia necesaria como clase llamada a ser protagonista de su
destino, y de las herramientas para labrar ese sendero mediante la
lucha) sino que multiplicaron su alcance estratégico.
Es más, al igual que ocurre con El Capital y otras de la
obras de esos dos titanes, incluso en el corazón de los centros de poder
globales, cada vez más se intensifica la consulta de los clásicos para
buscar respuestas a las profundas contradicciones de un ordenamiento con
agujeros por todos lados. Esa práctica confirma una idea que los
cubanos sabemos a la perfección desde hace décadas: Marx y Engels
conocieron como nadie el funcionamiento del modo de producción
capitalista y ofrecieron un análisis teórico sobre sus estructuras que
no ha sido superado. A ello sumémosle que no pensaron sus formulaciones
para engavetarlas, ni para que fueran objeto de debate solo en circuitos
especializados. El mayor desvelo de ambos fue entregarle a los
oprimidos un instrumental integral, para realizar la disección de un
sistema basado sobre la irracionalidad, al tiempo en que aportaban luces
–incompletas por demás- sobre cómo echar a andar la nueva sociedad, a
partir de presupuestos que colocaran a los seres humanos como brújula.
Estudiar las aportaciones fecundas de ellos y de Lenin, Rosa
Luxemburgo, Antonio Gramsci, José Carlo Mariátegui, Julio Antonio Mella,
el Che, Fidel y tantos otros, parafraseando la idea de Don Fernando
Ortiz sobre la cultura, “no es un ornamento sino cuestión proteica”,
tanto en el proceso emancipatorio como en la salvaguarda de nuestra
especie.
El imperialismo continúa tendiendo trampas
Como
parte de la III Conferencia de Estudios Estratégicos: “Transición hacia
un nuevo orden internacional: desafíos y oportunidades” tuvo lugar el
panel especial: “La dinámica entre la Revolución y la Contrarrevolución
en Nuestra América: algunas miradas en ocasión del 50 aniversario de la
inmortalización del Che”, en el que intervinieron los doctores Hugo
Moldiz, de Bolivia; Julio César Gambina, presidente de la Fundación de
Investigaciones Sociales y Políticas (FISYP) de Argentina y Darío
Salinas Figueredo, de la Universidad Iberoamericana, de México. Bajo la
conducción del Dr. Luis Suárez Salazar, de la Unión de Escritores y
Artistas de Cuba (UNEAC) los expertos se adentraron en varios de los
tópicos que despiertan mayor interés para los especialistas
latinoamericanos y caribeños, más allá de la disciplina académica en la
que se formaron. El eje de las miradas se enfocó en: “Nuestra Mayúscula
América”, como denominó a esta parte del mundo –desde una cosmovisión
que desborda cualquier límite arbitrario impuesto antaño- el joven
Ernesto Guevara, nítida premonición de su accionar ulterior.
Gambina, “pensando en voz alta y con la aspiración de provocar”, tomó
como cuestión central que: “La transición del capitalismo al socialismo
es un tema insuficientemente tratado. Hoy, en muchos de nuestros
países, te califican de utópico si te refieres al socialismo como
necesidad insoslayable. Lo peor es que ello ocurre a lo interno de
movimientos populares, lo cuales deben fungir como pilares del nuevo
entramado de producción y relaciones identificados con el socialismo”.
En sus comentarios afirmó: “La coyuntura no solo se explica por la
ofensiva del capital sino también por los límites de la estrategia
revolucionaria, entendida esta como un proyecto que se proponga
transformar con todo rigor la sociedad. Hasta ahora los cambios que se
produjeron en determinadas naciones se enmarcaron dentro de la lógica
reproductiva inherente al capital. Otra idea sobre la que me gustaría
discutir es que siempre decimos como algo incuestionable que lo primero
es la revolución política y que solo después se puede pensar en la
transición hacia el socialismo”.
El destacado intelectual argentino expresó que: “El fracaso de
gobiernos progresistas le abrió el paso a lo reaccionario de la derecha,
como ocurre con Macri en mi país, el cual es un peón para las
estrategias liberalizadoras de la oligarquía. Creo que, pese a lo logros
conseguidos por varias de estas experiencias alternativas que se
multiplicaron en los últimos quince años, hubo poco debate ideológico
con los de abajo”. Retomando sus valoraciones teóricas, agregó: “Hemos
estudiado de manera somera las experiencias de transición. Considero
impostergable escrutar de manera crítica cada una de ellas y hacer un
análisis histórico completo. Venezuela y Bolivia, por ejemplo, no
comenzaron como proyectos encaminados a un tipo de socialismo sino que
lo hicieron sobre la marcha. Para mí la transición no requiere
necesariamente de la conquista del poder político para solo después
comenzar a edificar el imaginario a nivel de pueblo”.
“Construir el ideal por el socialismo no es algo irrealizable, pero
no está en la agenda incluso para movimientos obreros que se contentan
con las reivindicaciones básicas de hace dos siglos vinculadas al
incremento del salario. Sé que todo no se resuelve con la voluntad pero,
¿dónde quedaría entonces el pensamiento del Che? Es básico confrontar a
la clase dominante, desde una visión abarcadora, en la cual se le
preste atención a levantar una materialidad y subjetividad nuevas. Es el
propio Marx, en carta a Vera Zasuli, quien deja claro que se puede
pasar al socialismo sin transitar por el capitalismo. Esa idea no está
definida para algunos desde la izquierda, los cuales creen que solo
fortaleciendo al capitalismo ahora se crean condiciones para dar un
salto después. No se puede ignorar que los límites en las estrategias de
cambio le abrieron paso a la contrarrevolución. Hay que retomar las
ideas del Che sobre la Ley del Valor y preguntarnos ¿en el socialismo
qué vamos a fortalecer el valor de cambio o el de uso? Este es un tema
que entronca con lo civilizatorio”, aseveró.
Hugo Moldiz, por su parte, expuso que: “Queda demostrada la idea de
que no existe tránsito pacífico posible si queremos impulsar otra
sociedad. Están ahí Venezuela -antes sucedió con el Chile de Allende- y
el resto de los procesos donde diferentes formas de golpe de Estado se
presentan como las respuestas del imperio. Que no se tome las armas no
quiere decir que el tránsito sea amigable. De igual manera se pone al
descubierto las grandes limitaciones de los gobiernos para impulsar las
transformaciones anheladas. No es suficiente cambiarle el nombre a las
instituciones. Ello no deja de ser útil en el campo simbólico, pero no
basta con eso”.
En sus palabras volvió sobre el hecho de que: “Hay mejor
redistribución de la riqueza, pero en los marcos de la reproducción
capitalista. Hemos tenido, debemos reconocerlo, una suerte de
vaciamiento ideológico lo que en esos ámbitos genera más consumidores
que combatientes sociales. Ello trae aparejado el abandono de las luchas
en las calles. Un efecto no deseado a partir del incremento en los
volúmenes de distribución es la “medianización” de esos sectores. Está
bien elevar los niveles de vida pero no puede ser presentado como éxito
que se trajeron a las personas hacia “la clase media”. Esa visión
conduce, a la larga, a crear adversarios a la revolución, ya que están
preocupados únicamente por aumentar el consumo y reclamar cuestiones
materiales”.
“De la estrategia de los años 60 y 70 pasamos a las batallas en el
terreno de las ideas. Percibo que en algunos espacios se ha retrocedido.
Pensar solo en lo electoral es una reducción enorme y siempre deriva en
equilibrios frágiles de fuerzas. La mayor amenazas para nuestras
aspiraciones integracionistas es el triunfo de las corrientes
conservadoras”, alertó.
Salinas, quien como sus colegas manifestó la alegría que lo embargaba
por estar otra vez en la Mayor de las Antillas, se preguntó “¿Qué
significa volver la mirada sobre el Che de cara a las contiendas
actuales? El Guerrillero Heroico no dejó de pensar en cómo hacer la
Revolución. Hoy es insustituible asumir el pensamiento crítico, si bien
filtrado por nuestra historia política y luchas ancestrales. La derecha
sigue aspirando a aniquilar nuestra herencia de luchas. Los ideólogos
del fin de la historia no se cansan de repetir que el camino que hemos
escogido es un anacronismo inservible. El imperialismo continúa
tendiendo trampas, pero ya no somos ingenuos como décadas atrás. La
Revolución Cubana es una muestra de que sí se puede, ¿qué sería de este
continente sin ustedes? El socialismo sigue siendo el horizonte de
nuestros pueblos y las ideas el recurso primordial”, concluyó.
⃰Licenciado en Historia; Máster en Seguridad y Defensa
Nacional y Profesor Auxiliar del Centro de Estudios Hemisféricos y sobre
Estados Unidos (CEHSEU) de la Universidad de La Habana.
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