En
el momento en que publico estas notas, el Sistema Internacional vuelve a
contraerse por la brutal situación de guerra provocada por los militaristas
estadounidenses, con el anuncio de una nueva escalada agresiva contra Siria.
La situación es muy tensa. Barack
Obama está bajo la feroz presión de los círculos militaristas más guerreristas
del Imperio y de la ultraderecha asociada al Complejo Militar-Industrial. Una
acción militar contra Siria no cuenta con el respaldo de un número considerable
de los aliados europeos de los Estados Unidos, ni de la mayoría del pueblo
estadounidense, ya cansado de un largo periodo guerrerista, bajo diferentes
pretextos mentirosos, sin resultados beneficiosos para su nación.
Con
un posicionamiento unilateralista, los Estados Unidos pretenden pasar por
encima del Consejo de Seguridad de la ONU, y no le interesa la conclusión de
los expertos en armas químicas del organismo internacional. Las consecuencias
de esta nueva aventura militar podrían ser catastróficas no solo para Siria,
sino para toda la región, incluyendo los intereses de los Estados Unidos, pues
deberán soportar la respuesta de los agredidos. Esta guerra podría
internacionalizarse. Pudieran ser varios los frentes, pues Irán ya advirtió que
“si atacan a Siria, el fuego también llegará a los sionistas de Israel”. Por lo
visto, esta nueva guerra del siglo XXI contra Siria, aunque no se declare, es
también contra Irán y Rusia. Así, los Estados Unidos revelan que la guerra,
como un instrumento de su política exterior, es una vía para frenar la
emergencia de una estructura multipolar del Sistema Internacional y, asimismo,
desafiar la tendencia inevitable hacia la decadencia del Imperio
norteamericano.
La guerra de los Estados Unidos contra
Siria no podría analizarse alejada del amplio contexto de las doctrinas, teorías y dilemas de la política exterior de los Estados
Unidos, lo cual se expone en los párrafos siguientes:
Doctrinas, teorías y dilemas de la política
exterior de los Estados Unidos
Con posterioridad al ascenso del demócrata Barack Obama
al poder estadounidense, en enero del 2009, fue conocida la llamada “Doctrina
Obama”: un documento de 72 páginas denominado Revisión de la Postura Nuclear
(NPR), con el supuesto objetivo de reducir el número y el papel de las armas
nucleares en la política de “defensa” de los Estados Unidos.
Se consideró que esa revisión ha sido la más exhaustiva
después del fin de la confrontación bipolar. Por esta vía, los Estados Unidos
se “comprometieron” a no utilizar el arma nuclear contra otros Estados no
poseedores de armas nucleares, a condición de que ellos respeten las
disposiciones del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) del año 1968. Quedó
claro que, para los países que no cumplieran esta regla dictada por Washington,
todas las opciones de una represión militar continuaron vigentes, tal y como
explicaron las doctrinas de política exterior enunciadas por las
administraciones precedentes.
De este modo, la “Doctrina Obama” ratificó que los
Estados Unidos no renunciaban al uso del arma nuclear, cualesquiera que sean
las circunstancias, manteniéndose así la estrategia de la disuasión nuclear en
resguardo de los intereses del bloque de países occidentales liderados por los
Estados Unidos. Esta proyección doctrinaria de la administración Obama colocó
la prevención del riesgo terrorista como una prioridad, pues también estimó que
la probabilidad de una guerra nuclear mundial se había alejado, pero el riesgo
de un ataque nuclear de carácter terrorista contra los Estados Unidos o sus
aliados siguió latente y con tendencia a aumentar en el futuro.
Esta doctrina reconoció que los Estados Unidos y China
son cada vez más interdependientes, pero expresó inquietudes por los esfuerzos
de China para actualizar sus armas nucleares en el contexto de amplias
intenciones estratégicas en el siglo XXI, a pesar de que los arsenales
nucleares de China seguirán siendo, en las próximas décadas, mucho más
reducidos que los depósitos nucleares de
los Estados Unidos y Rusia.
En la época de Obama la carrera armamentista mantuvo su
espiral ascendente. La industria Boeing produjo nuevos proyectiles de alcance
global hipersónicos. Este productor confirmó haber puesto a prueba, con éxito,
el proyecto misilistico X-51. Este misil permitiría atacar a cualquier Estado,
en cualquier parte del mundo, en menos de una hora. El Pentágono dedicó a este
proyecto armamentista 500 millones de dólares, para la verificación de sus
posibilidades reales, antes de emprender la producción a gran escala del misil.
Obama presentó a sus aliados en Europa el proyecto de
despliegue de componentes del sistema antimisil en territorio polaco, surtido
de misiles Patriot, vehículos blindados militares y unos 100 soldados
estadounidenses, que se unieron al entrenamiento de las tropas nacionales. El
gobierno polaco, en correspondencia, suscribió, en el año 2010, otro anexo al
pacto con los Estados Unidos relativo al emplazamiento de misiles receptores
SM-3 (Standard Misil-3) en un plazo de tres años, lo cual se inscribió en el
renovado plan del sistema antimisil, propuesto por Obama en el mes de
septiembre del 2009. La postura estadounidense siempre insistió en que la base
de misiles balísticos de los Estados Unidos en Polonia, no estuvo dirigida
contra Rusia, pues su finalidad es proteger a Polonia de la supuesta amenaza
nuclear y de los mísiles de Irán.
A principios del 2009 fue aprobada la “Doctrina de Guerra
Irregular” por Obama, priorizando esa forma de beligerancia sobre la
convencional. Según sus preceptos, en la guerra irregular, el campo de batalla
no tiene límites, las tácticas y estrategias difieren de las tradicionales. La
contrainsurgencia y la subversión, además del uso de las fuerzas especiales,
para ejecutar operaciones clandestinas de guerra, son las principales técnicas
empleadas en la desestabilización,
“desde adentro”, del adversario. La administración Obama compartió la visión
imperial de que el mundo es un campo de
batalla.
En correspondencia, fachadas y agencias como la
Organización de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), el
National Endowment for Democracy y Freedom House, entre otras, fueron utilizadas para canalizar dinero a los
actores que promueven la agenda de Washington, y en la penetración de la “sociedad
civil” en países estratégicamente importantes para los intereses imperiales.
Simultáneamente a las operaciones militares en Iraq y
Afganistán, el Pentágono libró una guerra de “diplomacia pública”, más bien
secreta, contra Irán, Georgia, Ucrania, Bolivia, Paraguay, Ecuador, Venezuela,
Colombia, México, Perú, Yemen, Paquistán, Filipinas, Somalia y Siria,
organizada bajo el Mando de Operaciones Especiales (SOCOM),1
que llegó a tener presencia en 60 naciones al concluir la era de George W.
Bush, y dispuso de unos 57 000 especialistas de las fuerzas armadas
estadounidenses desplegados en 75 países ubicados en el Medio Oriente, Asia
Central y África Oriental.
El SOCOM es un microcosmos del Departamento de Defensa integrado
por componentes de tierra, mar y aire. Tiene presencia global con
facultades y responsabilidades militares. La estructura esencial del SOCOM es
el Comando Conjunto de Operaciones Especiales (JSOC, siglas en inglés), que
informa y responde directamente al presidente estadounidense, y tiene la misión
fundamental de perseguir y asesinar a sospechosos de terrorismo en cualquier
“oscuro” lugar del planeta, en correspondencia con la doctrina de W. Bush. Esta
estructura de acciones militares encubiertas tiene su propia división de
inteligencia, aviones no tripulados y de reconocimiento, satélites y
“ciberguerreros”. El velo de clandestinidad que envolvía a esas fuerzas
especiales empezó a rasgarse bajo la administración Obama, después del
operativo que terminó con la vida de Osama bin Laden, el 2 de mayo de 2010, en
Paquistán, demostrando que los soldados de los Estados Unidos tienen “licencia”
para matar en cualquier parte del mundo donde se encuentren desplegados.
Según las informaciones del Pentágono, los Estados Unidos
están enfrentados a la gran amenaza futura de las tecnologías cibernéticas, lo
que requerirá de la coordinación civil y militar para proteger las redes contra
imaginarios ataques. Se estimó que más de 100 organizaciones de inteligencia
extranjeras intentaron irrumpir en las redes estadounidenses. Los mayores
proveedores del Pentágono –incluyendo Lockheed Martin, Boeing y Northrop
Grumman- invirtieron en el creciente terreno de la cibertecnología y el
ejército reconoció haber logrado considerables avances en la protección de sus
propios sitios en un trabajo conjunto con sus afiliados en el sector privado.
El gobierno de Obama dictó instrucciones precisas para
militarizar el espacio cibernético. Su estrategia abarcó el establecimiento de
una exhaustiva colaboración con otras naciones a fin de convertir a Internet en
un foro “más seguro” y permitir la aplicación de leyes que intensificarán la
vigilancia cibernética. El ciberespacio fue definido como un terreno que puede
propiciar conflictos bélicos, pues los Estados Unidos responderán a actos
hostiles en el ciberespacio provenientes de otros países, por lo que tomó
medidas para aprobar una mayor cooperación entre la Agencia de Seguridad
Nacional y el Departamento de Seguridad Nacional. En estas instituciones recayó
la responsabilidad de proteger la información sensible, las redes e interceptar
las comunicaciones extranjeras. Como en el aspecto nuclear, la estrategia
manifestó que los Estados Unidos se reservan el derecho de usar todos los
medios necesarios: diplomáticos, militares, económicos e informáticos, en forma
apropiada, para salvaguardar sus intereses y la de sus aliados.
Con Obama se mantuvieron los planes de ataques
preventivos o de represalias militares contra supuestas amenazas a la “seguridad
nacional”. Dichas operaciones especiales, que no requirieron la aprobación del
Congreso, formaron parte del diseño de una estrategia de ataques militares
contra Irán, en caso de la agudización de la confrontación por el programa
nuclear de Teherán, cuyas autoridades afirmaron que poseía un carácter
netamente civil y pacífico.
Esta estrategia había dado continuidad a la doctrina
“Conmoción y Pavor”, una teoría de ataque militar elaborada por Harlam K.
Ullman, expiloto y profesor del Colegio Nacional de Guerra de los Estados
Unidos, recogida en un libro de ese mismo nombre, que fue acogida con
entusiasmo por el Pentágono y aplicada en Iraq. Esta concepción desplazó a la
llamada “Doctrina Powell”, que sirvió de base a la guerra que emprendió George
Bush (padre) para expulsar a las tropas iraquíes que invadieron Kuwait. La
“Doctrina Powell” consideró que los Estados Unidos solo debían arrojarse a un
conflicto militar después de desplegar en el teatro de operaciones una fuerza
insuperable y teniendo muy claro el objetivo y la estrategia de salida.
En los tiempos de Obama, Ullman, por su parte, concibió
las acciones bélicas utilizando una fuerza más pequeña, pero con gran
superioridad tecnológica y apoyada en una intensa guerra psicológica que
impresionara y convenciera al enemigo de la inutilidad de cualquier resistencia
al poderío estadounidense.
La gran estrategia exacerbó la aspiración de los Estados
Unidos de seguir siendo el único Estado en ejercer una dominación militar de
espectro completo en la tierra, el aire, los mares y en el espacio, con el
mantenimiento y la extensión de bases militares, tropas, portaaviones y
bombarderos estratégicos sobre y en casi cada latitud y longitud del planeta.
El arsenal utilizado para neutralizar y destruir las defensas
aéreas y estratégicas, de prácticamente todas las fuerzas militares importantes
de otras naciones, consistió en misiles balísticos intercontinentales, misiles
balísticos adaptados para el lanzamiento en submarinos, misiles cruceros,
bombarderos hipersónicos y bombarderos estratégicos “super stealth” capaces de
evitar la detección por radar y evitar las defensas basadas en tierra y aire.
Unido a este poderío, los Estados Unidos perfeccionó e intensificó los
programas de guerra espacial para paralizar los sistemas de vigilancia y mando
militar, control, comunicaciones, informáticos y de inteligencia de otras
naciones, llevándolas a la indefensión en todos los ámbitos.
Estos elementos sustentaron el concepto de Ataque Global
Inmediato que, concentrado en una embestida centralizada de varios misiles de
armas convencionales muy precisas, en apenas 2 ó 4 horas, destruiría las
infraestructuras críticas del país blanco, y así lo obligaría a capitular. El
concepto de Ataque Global Inmediato tuvo el propósito de asegurar el monopolio
de los Estados Unidos en el campo militar y ampliar la brecha entre ese país y
el resto del mundo. En combinación con el despliegue del sistema de “defensa”
antimisil, que supuestamente deberá mantener a los Estados Unidos inmune contra
ataques de represalias de Rusia y China, la iniciativa de Ataque Global
Inmediato convirtió a los Estados Unidos en un dictador global de la era
moderna.
Esencialmente, la doctrina nuclear de los Estados Unidos
en la nueva estrategia de “seguridad nacional” formó parte de una diplomacia
que se condujo con impunidad total. La estrategia facilitó la planificación de un gasto militar
para el año 2011 de 750 000 millones de dólares, 31 000 millones más que en el
2010, y casi 100 000 millones más que en el 2009, según el Instituto de
Estudios de la Paz de Estocolmo (SIPRI)2.
La parte más sustancial de ese exorbitante gasto militar estuvo dirigido al
sostenimiento de sofisticados sistemas de armamentos para sus fuerzas navales y
aéreas, lo que hizo pensar en un despilfarro de recursos financieros y que
debieron ponerse en práctica medidas de contención para los gastos
militares.
Casi un tercio del descomunal presupuesto, exactamente 250 000 millones de
dólares anuales, se dedicaron a mantener las 865 bases e instalaciones
militares que los Estados Unidos tiene en más de 40 países; y no fueron
desdeñables los 155 000 millones de dólares que paga el Departamento de Defensa
a 766 000 contratistas privados. En su conjunto, el costo total para el tesoro
estadounidense de las guerras en Iraq, Afganistán y Paquistán estuvo en
alrededor de los 3,7 millones de millones de dólares, y podría llegar a 4,4
millones de millones de dólares, según el proyecto de investigaciones de costos
de la guerra del Instituto Watson de estudios internacionales de la Universidad
Brown.
En los diez años transcurridos, desde el envío de las
tropas estadounidenses a Afganistán, tras el 11 de septiembre del 2011, los
gastos en los conflictos militares sumaron entre 2,3 y 2,7 millones de millones
de dólares. Estas cifras continuarían aumentando si lógicamente fueran tenidas
en cuenta las obligaciones, a largo plazo, con los veteranos heridos y los
gastos en conflictos previstos entre los años 2012 y 2020.
La estrategia estadounidense es de guerra permanente y
concedió riendas sueltas a la OTAN, como gendarme global en alianza con Israel,
para la continuación de los juegos de guerra en una situación “real” contra Siria
e Irán, lo cual probaría la eficacia en la práctica de la iniciativa de Ataque
Global Inmediato.
En medio de una intensa campaña mediática y las amenazas
de guerra contra Irán, en torno al tema nuclear, Israel y los Estados Unidos
realizaron, en el mes de mayo del 2012, las maniobras conjuntas más importantes
y de mayor trascendencia en la historia de su alianza. La planificación de este
ejercicio militar conjunto, con el nombre de “Desafío Austero”, se produjo
cuando Tel Aviv avivó las exigencias de atacar las instalaciones nucleares
iraníes, tras la publicación de un informe del Organismo Internacional de
Energía Atómica (OIEA), donde se acusó arbitrariamente a Irán de haber
trabajado en la creación de un arma nuclear, que puso al mundo al borde de la
guerra con empleo de armas nucleares; un escenario que los Estados Unidos, en
alianza con Gran Bretaña e Israel, tiene preparado minuciosamente contra
Irán. 3
El informe de la OIEA estuvo en correspondencia con la
resolución 1929 del Consejo de Seguridad de la ONU, aprobada el 9 de junio de
2010, basada en la noción de que Irán es una futura potencia nuclear y una
amenaza para la paz global. Asimismo, le proporcionó luz verde a la alianza
militar de los Estados Unidos, la OTAN e Israel, para que amenazara a Irán con
un ataque nuclear preventivo y punitivo, invocando el visto bueno del Consejo
de Seguridad de la ONU. La posición de los Estados Unidos en el Consejo de
Seguridad quedó fundamentada en supuestos documentos de inteligencia que
ofrecieron aparentes indicios de un programa de armas nucleares de Irán.
Los estadounidenses reconocieron, desde el principio, que
los documentos no probaron que Irán poseyera una bomba atómica. Lo presentaron
como la prueba más contundente, hasta ese momento, de que, a pesar de la
insistencia iraní en que su programa nuclear tiene fines pacíficos, ese país
trató de desarrollar una ojiva compacta con posibilidades de colocarse en un
misil Shahab, cuyo alcance podría llegar hasta Israel y otros países del
Oriente Medio.4 Con el informe de la
OIEA, una vez más, los Estados Unidos utilizaron información de inteligencia
falsa para crear una justificación que les permitiera el objetivo de librar
otra guerra. La autenticidad del contenido de dichos documentos fue cuestionada
en varias ocasiones, ya que los dibujos no se correspondieron con el misil
Shahab, sino con un sistema de misiles norcoreano obsoleto que había sido
desactivado por Irán a mediados del decenio de 1990.
Por otro lado, las maniobras “Desafío Austero”, con la
participación de más de 5000 efectivos de ambas fuerzas armadas, reflejaron
esos impulsos bélicos en la simulación de la “defensa” antimisil de Israel. Los
norteamericanos insistieron en que la tecnología israelí resultó esencial para
mejorar la “seguridad nacional” y proteger las tropas de los Estados Unidos,
especialmente la diseñada para los efectivos militares en Afganistán e Iraq, lo
que demostró ser un éxito. El “Desafío Austero” fue otro ejemplo del compromiso
histórico de los Estados Unidos con la seguridad de Israel, la que ahora es más
amplia, más profunda e intensa que en cualquier otro período en la historia de
las relaciones internacionales.
Al mismo tiempo, Obama hizo gala, en el marco de una
reunión con la Unión Europea, el 3 de abril de 2009, en Praga, de un doble
discurso en el que expuso la esperanza de su gobierno en un mundo totalmente
libre de armas nucleares. En su retórica, los Estados Unidos avanzarían en un
plan de desnuclearización, porque constituía una responsabilidad moral el
progreso en ese sentido, manteniendo un arsenal nuclear “seguro y eficaz”,
mientras el avance en la construcción de una “defensa” antimisil dependería del
cese de lo que llamó la “amenaza iraní”.
Los idealistas pronunciamientos de Obama tuvieron el
antecedente de un texto publicado por el periódico The Wall Street Journal, el
15 de enero de 2008, en el que los antiguos Secretarios de Estado, Henry
Kissinger y George Shultz, el expresidente de la Comisión de Defensa del
Senado, Sam Nunn, y el antiguo Secretario de Defensa, William Perry, llamaron a
la construcción de un mundo sin armas nucleares. Obama, igualmente, prometió
actuar a favor de la ratificación, por el Senado, del Tratado de Prohibición
Completa de los Ensayos Nucleares, y anunció la preparación de un tratado
internacional capaz de poner fin de manera verificable a la producción de
materiales fisionables con fines militares.
En realidad, Obama pretendió engañar a la opinión pública
cuando se refirió a una humanidad libre de armas nucleares, las que serían
sustituidas por otras más idóneas, que permitan aterrorizar a los gobiernos
opuestos a su nueva estrategia hegemónica de impunidad total. Obama procuró
desnaturalizar la esencia militarista del Imperio al fingir que abandonaba el
despliegue de los elementos del sistema de “defensa” antimisil en Polonia y
República Checa, proponiéndose priorizar
la concepción de una Europa protegida por la OTAN, más que por el sistema
antimisil prometido por la administración de George W. Bush.
Sin embargo, la administración Obama retomó los preceptos
del Proyecto para un Nuevo Siglo
Americano (PNAC), en el que se encuentra toda la proyección ideológica de la
cruzada militarista de los Estados Unidos. No es ocioso recordar que enfatizó:
“actualmente Estados Unidos no tiene ningún rival mundial. El objetivo de la
gran estrategia de los Estados Unidos debe ser preservar y extender esta
posición ventajosa el mayor tiempo posible (…) Preservar esta situación
estratégica deseable en la que se encuentra los Estados Unidos, en este momento,
exige unas capacidades, militares predominantes a nivel mundial”. “El mayor
tiempo posible”.5
Por lo tanto, también aquí queda implícita la tesis, ya
abordada, sobre la ridícula posibilidad de que los Estados Unidos sean
eternamente el amo del mundo. A largo plazo, la política internacional está
condenada a hacerse cada vez menos propicia a la concentración de un poder
hegemónico en las manos de un solo Estado. Visto así, los Estados Unidos no solo ha sido
la primera superpotencia global, sino que muy probablemente será la última.
La razón profunda se encuentra en la evolución de su
economía. El poder económico también corre el peligro de dispersarse. En los próximos
años ningún país será susceptible de alcanzar aproximadamente el 30 por ciento
del Producto Interno Bruto Mundial (PIB), cifra mantenida por los Estados
Unidos durante la mayor parte del siglo XX, que llegó a ser del 50 por ciento
en el año 1945. Según ciertos cálculos, los Estados Unidos todavía podrían
detentar el 20 por ciento del PIB mundial en los próximos años, para caer a un
10 ó 15 por ciento en el 2020; mientras que las cifras de otras potencias:
Unión Europa, China, Rusia, India y Japón, aumentarían para igualar de forma
aproximada el nivel de los Estados Unidos. Una vez que se haya iniciado el
declive del liderazgo estadounidense, ningún Estado aislado podrá obtener la
supremacía que gozó los Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XX.
En la actualidad el declive del poderío estadounidense ya
se ha iniciado y el Sistema Internacional tiende inexorablemente hacia la multipolaridad.
Estas realidades, y el fracaso de la estrategia guerrerista de George W. Bush,
hicieron que el pensamiento estratégico estadounidense debatiera dos opciones
posibles con la intención de salvar al Imperio en el siglo XXI.
Para unos, la opción militarista es viable y se aviene a
la política impuesta por los sectores neoconservadores de la era de George W.
Bush, y el proyecto PNAC. Es una estrategia, como hemos visto, que se sustenta
en la agresión y la intimidación. Su objetivo es multiplicar las guerras de
agresión e incrementar al máximo los gastos militares, colocando en pleno
funcionamiento el Complejo Militar-Industrial, para conseguir crecimiento
económico, afianzar el dominio de las multinacionales y, con toda esta fuerza
incalculable, amedrentar a aliados y rivales.
En este contexto, la administración Obama hizo un uso
creciente de los aviones no tripulados (“drones”), que pueden llevar el
siniestro nombre de Predator (“Depredador”) o de Reaper (“Segador o Parca”, la
muerte). Los aviones no tripulados persiguieron evitar bajas del ejército en
cualquier teatro bélico por medio de la alta tecnología, y se convirtieron en
la principal arma de los Estados Unidos en sus esfuerzos para derrotar a
Al-Qaeda y espiar los gobiernos que no son del agrado de la Casa Blanca. Por
ejemplo, en Paquistán la CIA incrementó drásticamente los ataques con aviones
no tripulados (a casi 200) contra objetivos de “alto valor” de Al-Qaeda y del
movimiento islamista Talibán.
En Etiopía, desde un aeropuerto civil, la Fuerza Aérea
estadounidense operó aviones no
tripulados contra presuntos destacamentos terroristas en el Cuerno de África, y
la Península Arábiga. La Fuerza Aérea de los Estados Unidos invirtió millones
de dólares en la creación de las condiciones técnicas del campo aéreo en Arba
Minch, donde construyó instalaciones para acoger una flotilla de aviones no
tripulados equipados de misiles Hellfire y bombas guiadas por satélites. Los “drones Reaper” también ejecutaron
misiones en la vecina Somalia, donde los Estados Unidos y sus aliados tuvieron
como objetivo la eliminación de los opositores armados al gobierno. Lo cierto
es que los Estados Unidos construyó una constelación de bases militares secretas
en la Península Arábiga y el Cuerno de África, como parte de sus motivaciones
de penetración en el África Subsahariana y por el control militar del Golfo
Arábigo-Pérsico.
Aunque Obama deseaba evitar las reacciones críticas a las
políticas bélicas, también estuvo obligado a implementar la agenda del gobierno
permanente instituido en el Complejo Militar-Industrial. Pero, de todas formas,
es conocido que los bombardeos contribuyeron al resentimiento contra la
política de los Estados Unidos en las poblaciones de distintos países de Asia,
Medio Oriente y África.
Para los favorables al ejercicio de un poder blando (Soft
Power) o “imperialismo inteligente”, teoría defendida por Brzezinski6, se trató, en la práctica, de lograr los
mismos fines de los Estados Unidos en el escenario internacional, pero por
medio de formas de violencia menos directas y visibles, contando menos con las
intervenciones militares directas de las fuerzas armadas estadounidenses, que
resultaron muy costosas, y más con los servicios secretos, las maniobras de
desestabilización, las guerras por medio de países interpuestos y también con
acciones de desestabilización interna incitada por métodos encubiertos y la corrupción.
Los estrategas militares estadounidenses distinguieron
tres tipos de guerras a desencadenar:
a) Las guerras de alta intensidad: se trata de enfrentamientos entre grandes
potencias del tipo de las dos guerras mundiales.
Muchas
veces se omite toda referencia al inminente riesgo de una guerra nuclear entre
dos potencias mundiales o regionales, pero la amenaza existe y podría hacer
desaparecer a la especie humana.
b) Las guerras de intensidad media: comportan
también un compromiso militar estadounidense directo, pero contra potencias o
países mucho más débiles.
Por ejemplo: Yugoslavia, Iraq y Afganistán.
c)
Las guerras de baja intensidad o indirectas: no comportan un compromiso
militar directo de los Estados Unidos, logrando que otros combatan por ellos.
Provoca conflictos entre países vecinos y son utilizados movimientos
paramilitares, mercenarios y/o terroristas.
El término “baja intensidad” es engañoso,
puede dar la impresión de que los daños son menores, pero en realidad, solo son
mínimos para los Estados Unidos. Por ejemplo, la guerra llamada de “baja
intensidad” desencadenada por los Estados Unidos contra el Congo (antiguo
Zaire, a través de los ejércitos de los vecinos Ruanda y Uganda, y de diversas
milicias) dejó cinco millones de muertos y paralizó el desarrollo de ese país.
Lo mismo sucedió con los conflictos de baja intensidad promovidos en
Centroamérica durante los años 80` del siglo pasado, y la guerra de la OTAN
contra Libia, apoyada por mercenarios y las monarquías del Golfo Pérsigo
aliadas a la estrategia estadounidense.
A diferencia
de la etapa de George W. Bush, la estrategia Brzezinski, en la administración
Obama, privilegió el tipo de guerras de baja intensidad o indirectas, no con
una intención moral, sino simplemente para lograr fines político-militares por
vías más “inteligentes”, que van desde las campañas mediáticas de demonización,
embargos y bloqueos comerciales, golpes de Estado, y bombardeos, hasta
ocupaciones terrestres, entre otras acciones.
El
método de guerras de baja intensidad o indirectas persiguió dos ventajas:
devolverle a los Estados Unidos una imagen internacional de autoridad moral y
facilitar una menor inversión en el Complejo Militar-Industrial, lo que
permitiría una cierta mejoría a la economía estadounidense en un momento de
crisis económica global, en la que no debía descuidarse la competencia e
interdependencia con otras potencias mundiales.
Parecía
que después de las experiencias en Iraq y Afganistán, el Imperio haría, en el
futuro, menos guerras directas, de modo que el movimiento progresista
internacional contra la guerra, que atraviesa una indudable debilidad,
respondería aún menos ante unas estrategias más discretas de los Estados
Unidos, lo cual pudo verse en Europa durante la guerra injusta contra Libia,
cuando la opinión pública quedó anestesiada por la gran prensa, y hasta los
partidos políticos tenidos por progresistas, en el más amplio espectro de la
llamada izquierda, apoyaron la zona de exclusión aérea y la agresión militar
aprobada por la ONU, para proteger a los civiles víctimas de una supuesta
represión por el presidente libio Muammar Al-Gaddafi. El caso de Libia demostró
que la política estadounidense alterna sus métodos, y que los Estados
imperialistas no podrán enmascarar su accionar brutal y agresivo en el
escenario internacional.
El
discurso que Obama pronunció al recibir el Premio Nobel de la Paz, aportó una
viciada interpretación de la doctrina de la “Guerra Justa”. Esta es una
doctrina que se caracterizó, desde siempre, por su enorme elasticidad para
ajustarse a las necesidades de las clases dominantes en sus diversas empresas
de conquista. Buscando apoyo en esta tradición teórica, Obama sentenció que una
guerra es justa “si se libra como último recurso o en defensa propia; si la
fuerza utilizada es proporcional; y cuando sea posible, los civiles son
mantenidos al margen de la violencia”. De este modo, la versión original de la
doctrina experimentó una nueva redefinición para una mejor adecuación a las
necesidades del Imperio y culminó entrelazada con la teoría de la “Guerra
Infinita” desarrollada por los teóricos reaccionarios del Nuevo Siglo
Americano”, que acompañaron a George W. Bush en la justificación de sus
agresiones militares a lo ancho y a lo largo del planeta.7
La
doctrina de la “Guerra Justa” no resultó suficientemente flexible para que el
Imperio otorgara una justificación ética a sus guerras de rapiña. Había que ir
más lejos y la teoría de la “Guerra Infinita” fue la respuesta a esa necesidad
de expansión de los Estados Unidos. Pero no hubo ni hay causa justa para
desencadenar masacres e invadir otros pueblos, algo crucial para la ética y la
teoría política tradicional.
La
administración Obama asimiló como propia la política de mentiras que argumentó
la existencia de armas de destrucción masiva en Iraq; que Osama bin Laden y
Saddam Hussein compartían un proyecto político contra occidente; o que la
población afgana dio la tarea a bin Laden de concertar los atentados
terroristas del 11 de septiembre de 2001; o que el Muammar Al-Gaddafi reprimió
deliberadamente a su pueblo; y que esas razones eran suficientes para los salvajes
bombardeados contra esos países. En la peculiar visión de los círculos
dominantes del Imperio, la concepción de “Guerra Justa” se convirtió en la
“Guerra Infinita”.
Todo
esto ubicó ante nuestros ojos que los Estados Unidos recurren a la guerra en
cualquiera de sus variantes, porque sabe que un Sistema Internacional
multipolar es ya una tendencia irreversible. Su gran estrategia consiste en
detener, a toda costa, el empuje sostenido de un conjunto de países emergentes
como China, Rusia, Brasil, India e incluso Irán, un fuerte competidor regional
para Israel.
Un
tratamiento especial merece la guerra que Obama desencadenó con la OTAN en
Libia, otra “guerra preventiva”, con el pretexto de la “protección de civiles”.
Supuestamente para evitar una masacre, los Estados Unidos y la OTAN, atacaron
militarmente a un Estado soberano, sin que mediara amenaza alguna a la paz y la
seguridad internacionales, y desataron una operación de “cambio de
régimen”.
En
esta guerra, además del empleo de las tecnologías militares más avanzadas y
letales, los medios de comunicación fueron utilizados en calidad de armas de
combate por los emporios financieros mediáticos que lucran con los conflictos y
la reconstrucción de los países bombardeados.
La
intervención militar en Libia y la creciente amenaza militar a Siria e Irán
fueron parte de las respuestas oportunistas de los Estados Unidos y Europa al
colapso de su sistema de dominación y saqueo en África Norte y Medio Oriente,
con el surgimiento de movimientos genuinamente populares en Túnez, Egipto y
otros países, lo cual estuvo también interrelacionado con la estrategia para
apoderarse de grandes reservas de petróleo, agua y confiscar activos
financieros en tiempos de grave crisis económica y social del sistema
capitalista.
La
guerra contra Libia representó para los estrategas estadounidenses un nuevo
modelo de acciones militares pretendidamente más eficaces y menos costosas,
pues la estrategia de George W. Bush comprendió la ocupación de los países,
mientras que la de Obama supuso una aparente operación de liberación nacional
en apoyo a supuestas revoluciones locales. Estas concepciones pretendieron
rectificar los errores y las pérdidas económicas de las guerras en Iraq y
Afganistán, con la puesta en práctica de un tipo de agresión militar sin bajas,
sin tropas terrestres, cuyos costos recaerían fundamentalmente en los aliados
europeos. Los estrategas estadounidenses estimaron que el esquema de
intervención militar en Libia, también podría aplicarse contra otros países
contestatarios a la política del bloque de países miembros de la OTAN.
A
la desestabilización de un país, mediante la subversión, las operaciones
encubiertas y las sanciones económicas, se le llamó “desarrollo de un
movimiento nacional”, porque estuvo enmarcada en la política de “cambio de
régimen”, y dio continuidad al uso de la fuerza militar bruta desarrollada por George
W. Bush. Lo que demostró que las actuales doctrinas militares de los Estados
Unidos, y de la OTAN, son aun más agresivas que las precedentes, y que la
llamada “periferia euroatlántica” abarca al resto del planeta.
Nadie
podría tener dudas de que América Latina y el Caribe fueron incluidas en esta
concepción. El redespliegue de la IV Flota, el desarrollo de bases, fuerzas y
medios militares norteamericanos para intervenir en cualquier punto de la
región; el golpe de estado contra Venezuela en el año 2002 y luego el golpe
petrolero; la sedición en Santa Cruz en Bolivia, el golpe militar en Honduras y
el intento de golpe en Ecuador encajan perfectamente en la nueva Estrategia de
Seguridad Nacional de los Estados Unidos divulgada el 27 de mayo del 2010. 8
Este
documento manifestó que América Latina y el Caribe siguieron constituyendo una
prioridad en la Estrategia de Seguridad Nacional y en la gran estrategia del
establishment estadounidense, para poder mantener el acceso y control sobre los
recursos naturales y económicos, el dominio de los mercados, el acceso a las
fuentes primarias de energía, la preservación del sistema de colonización
ideológico, cultural y la contención de aquellas fuerzas políticas, movimientos
o procesos revolucionarios que pretendan desafiar las bases fundamentales de su
dominación global.
Y
toda esa hostilidad imperial se debió a que, desde América Latina y el Caribe,
surgieron poderosas y dinámicas alianzas regionales, que buscaron configurar un
espacio político de independencia respecto a los Estados Unidos y la Unión
Europea, respetuoso de las particularidades y las diversidades de cada nación.
La Alianza Bolivariana para los pueblos de Nuestra América (ALBA) avanzó en un
proyecto de vanguardia de gobiernos progresistas y antiimperialistas, buscando
fórmulas de rupturas con el orden internacional imperante y fortaleciendo la
capacidad de los pueblos de hacer frente, colectivamente, a los poderes
fácticos.
A
ello se añadió que sus miembros dieron un impulso decidido a la consolidación
de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), bloque político que federó a
los 12 Estados soberanos de Suramérica, con el fin de agruparlos en lo que El
Libertador Simón Bolívar llamó “una Nación de Repúblicas”. Y más allá, los 33
países de América Latina y el Caribe trabajaron unidos para el paso histórico
que fundó en una entidad regional, los días 2 y 3 de diciembre del 2011, la
Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), para la integración
real de la región y la consolidación de la independencia y la soberanía de
“Nuestra América”, sin la presencia de los Estados Unidos y Canadá.
Un
informe del Consejo de Relaciones Exteriores, presidido por la antigua
representante de Comercio de los Estados Unidos, Charlene Barshefsky, y el
general James T. Hill, excomandante del Comando Sur de los Estados Unidos, e
integrado por legisladores, políticos, asesores, reconocidos especialistas y
guiado con la asesoría de Julia Sweig, directora de Estudios de América Latina
de dicho Consejo, reconoció la tendencia señalada en el párrafo anterior, cuando
calificó de “obsoletos los principios de la Doctrina Monroe”; que “la política
estadounidense ya no puede estar basada sobre la suposición de que los Estados
Unidos es el actor exterior más importante en América Latina” y que “el destino
de América Latina está, en gran medida, en las manos de América Latina”.9
Independientemente
de que la situación geopolítica haya sido compleja para la administración
Obama, en el antiguo traspatio de los Estados Unidos, en lo inmediato, existe
una gravísima amenaza para la paz mundial tras el desencadenamiento de un nuevo
ciclo de guerras coloniales, con el siniestro objetivo de darle un segundo aire
al sistema-mundo capitalista en crisis estructural, pero sin ponerle ninguna
clase de límites a su voracidad consumista y destructiva. La guerra colonial de
la OTAN contra Libia tuvo como motivo real apoderarse de sus riquezas. Todo lo
demás se subordinó a este objetivo.10
Los despliegues de sistemas antimisiles en diversas regiones del mundo
estuvieron dirigidos a proteger las tropas e instalaciones de los Estados
Unidos y la OTAN, para el éxito de esta nueva cruzada imperialista de
dominación global.
En
este período la visión mesiánica de los Estados Unidos prevaleció y sus aliados
fueron más o menos tenidos en cuenta en las aventuras militares del Imperio. La
Unión Europea dependió más que nunca de los conceptos estadounidenses sobre la
guerra y las supuestas amenazas a la seguridad internacional. La administración Obama, a pesar de su retórica, no descartó la opción nuclear
y privilegió el sobredimensionamiento militar y el uso de la fuerza en las
relaciones internacionales.
Prevaleció
el desplazamiento estratégico de la disuasión a la prevención. Esta fue la
lógica para el lanzamiento de nuevas guerras que siguen teniendo sus orígenes
en el excepcionalismo estadounidense, el cual postula que la seguridad de los
Estados Unidos no debe depender de una persona y que ella podría justificar por
sí misma un ataque preventivo. Los sucesos acaecidos en el escenario internacional,
desde el 11 de septiembre del 2001 hasta la actualidad, dejaron comprender, de
forma descarnada, esa premisa histórica del Imperio.
En esas condiciones geoestratégicas,
la política exterior de los Estados Unidos trasladó la “guerra” contra el
terrorismo de la periferia al centro de la estrategia de “seguridad nacional”,
sin abandonar los planes de la militarización del espacio y de la supremacía
militar por medio de la construcción de un Sistema Nacional de Defensa Antimisil
(SNDA): el núcleo central de una acción de repercusión mundial, para el
afianzamiento del poder militar estadounidense en un nuevo siglo vaticinado por
la preeminencia de la alta tecnología y la conquista del espacio cósmico.
No pocos coincidieron en que Obama intentaría
darle al liderazgo de los Estados Unidos más
atractivo, pero sin que los Estados Unidos estuvieran dispuestos a
compartir el poder con otros Estados o aceptar sin condiciones las reglas del
multilateralismo. Y que por tanto, a lo largo de su mandato, Obama enfrentaría
el juego de la política internacional con posturas diversas:
a) El
unilateralismo en las situaciones de interés geopolítico para los Estados
Unidos. Entendido como el poder de decidir quién, en cada momento, es el
enemigo, pues el unilateralismo es igualmente el poder de actuar en soledad en
el orden político y militar.
b) El
bilateralismo selectivo, con las principales potencias en el Sistema Internacional.
c) Un
multilateralismo residual, cuando las dos primeras opciones se revelan
insuficientes o inadaptadas en determinadas situaciones.
En el caso de la guerra contra Siria, cuando los Estados Unidos actúa sin
dejar margen alguno a los intentos en curso para alcanzar una solución política
al conflicto, con total desprecio hacia las opiniones de numerosos países,
incluidos algunos de sus principales aliados, y minimiza a las Naciones Unidas,
el Presidente de los Estados Unidos asume un unilateralismo que le permitiría operar
militarmente en soledad, cometiendo actos violatorios del Derecho Internacional
y de la Carta de las Naciones Unidas que provocarán más muerte y destrucción y
llevarán, ineludiblemente, a la intensificación del conflicto por el que
atraviesa esa nación árabe.10
* Es autor de los libros: “Insurrección de la Palabra: Crónicas de Política Internacional" y
"De Truman a Obama: Poder, Militarismo y Estrategia Antimisil de los
EEUU". Editorial Letra Viva, La Florida, Estados Unidos, 2013. http://editorialetraviva.homestead.com/Catalogo.html
Notas:
1. El Socom fue
creado en 1987, para el « combate antiterrorista », una tarea que
cobró mayor relevancia después del 11 de septiembre del 2001. Es una tropa
elite combinada de marines, grupos de la fuerza aérea, boinas verdes, rangers,
así como asesores y militares de otras armas.
2. Consecuente con
su política de dominación mundial, a partir del año 2001, los gastos militares
de EE.UU a precios constantes del año 2005, se incrementaron pasando de 361,3
mil millones de dólares en el año 2000 a 626,2 mil millones en el año 2010, lo
que representa un crecimiento del 73,3 % y una proporción del PIB que
evolucionó en este período de 3 al 4,9 %. Véase estudio “Gasto militar y
economía mundial” en: Suplemento Especial « Crisis económica,
Cambio climático y amenaza de Guerra Nuclear ». Editorial Academia, La
Habana, 2010, p. 2.
3. El líder de la
Revolución cubana, Fidel Castro Ruz, denunció de insólito, tarifado y sectario
el informe político proveniente de la OIEA, órgano de Naciones Unidas, una
institución que debiera estar al servicio de la paz mundial. Véase Reflexiones
del compañero Fidel: « Cinismo genocida » (Primera parte).
Tomado del sitio CubaDebate, 12 de noviembre del 2011.
4. Véase de Jason Leopold,
“Powell denies intelligence failure in buildup to war, but evidence doesn’t
hold up”, Global Research, 10 june 2003.
5. Véanse los preceptos del Proyecto para un Nuevo Siglo Americano (PNAC) en: Statement of Principles. PNAC, June 3, 1997, en
sitio:
http://www.newamericancentury.org/statementofprinciples.htm
6. Zbigniew
Brzezinski, es uno de los consejeros clave del viraje doctrinario de
Washington. De origen polaco, fue el director de la Trilateral Commission,
organización creada por David Rockefeller, para la cooperación entre los
Estados Unidos, Europa y Japón, y exconsejero de Seguridad Nacional del
presidente estadounidense James Carter.
7. Véase los
enunciados de la « Guerra Justa » y sus orígenes en el excelente
artículo de Atilio Borón, « Obama, reprobado en teoría política, 9
de enero 2011, Transnational Institute. www. Atilioboron.com
8. Véase también el
discurso de Bruno Rodríguez Parrilla, Ministro de Relaciones Exteriores de la
República de Cuba, en el debate General del 66 periodo de sesiones de la
Asamblea General de la ONU, Nueva York, 26 de septiembre del 2011, Granma,
28 de septiembre 2011, p. 4 y 5.
9. Véase el informe del Consejo de Relaciones Exteriores en
el que se afirma que se « acabó la hegemonía de los Estados Unidos en
América Latina », en: www.cfr.org/content/publications/attachments/LatinAmerica_TF.pdf
10. Véase Declaración
del Ministerio de Relaciones Exteriores. Ministerio de Relaciones Exteriores de
la República de Cuba. La Habana, 1º de septiembre de 2013.
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