jueves, 7 de agosto de 2014

Hiroshima y Nagasaki.


Deberíamos tomar las lecciones del mayor acto terrorista de la historia

Por Leyde E. Rodríguez Hernández

La humanidad no debería olvidar, los días 6 y 9 de agosto de cada año, el genocida bombardeo atómico contra las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki. 

En esos días, en el año 1945, el fuego nuclear redujo a cenizas la pacifica Hiroshima, calcinando al instante a más de 25 000 personas. También la vecina Nagasaki fue escenario del horrendo crimen con un saldo de más de 13 000 víctimas.   

Con el paso del tiempo las secuelas de la radiación nuclear causaron en la población  local una lenta agonía. Año tras año, unos 330 000 seres humanos sufrieron las mortíferas enfermedades producidas por el hongo atómico.

Según cuentan sobrevivientes del holocausto, cuando el bombardeo estadounidense lanzó el artefacto explosivo, bautizado irónicamente Little Boy (muchachito), sobre Hiroshima, una región de gran importancia militar para el ejército nipón, enseguida la atmosfera enrarecida emitió radiaciones que alcanzaron los 300 000 grados Celsius, una temperatura incapaz de ser resistida por ningún organismo viviente, pues resultó diez veces superior a la desprendida por el Sol. 

Y en un radio de aproximadamente un kilometro alrededor del lugar de la explosión los cuerpos se estamparon como fósiles en una alfombra de brasas, mientras los sobrevivientes desesperados intentaban beber agua, pero el preciado liquido contaminado por la lluvia cálida y viscosa cargada de material radiactivo. Por eso, cuando cada año llegan esta fechas, los japoneses recuerdan la tragedia con un minuto de silencio, que representa interminables años en el almanaque Oriental y Occidental. 

Junto a ellos, en todo el planeta, millones de personas recuerdan el crimen horrendo con el profundo dolor de seguir presenciando un mundo aún amenazado por 17 000 armas nucleares y atribulado por devastadores conflictos armados entre diversas naciones e incluso al interior de naciones que, por razones geopolíticas, pudieran provocar el estallido de una guerra nuclear de consecuencias catastróficas para la humanidad y para la vida en la Tierra. 

¿Pero el bombardeo estuvo dirigido realmente contra Japón? El pueblo del archipiélago puso las pérdidas humanas y materiales, pero el movimiento  inexorable de la historia demostró el verdadero propósito de la denominada “diplomacia del chantaje nuclear” del presidente Harry Truman. Ya para nadie es un secreto que el objetivo de la agresión del Sol Naciente estuvo enfilado a intimidar a la Unión soviética, cuya victoria contra el fascismo la convirtió en una de las superpotencias de la emergente guerra fría.

Pasados 69 años del acto terrorista más grave de la historia contemporánea, el arma nuclear continua siendo un factor de fuerza en la política internacional de las grandes potencias, impidiendo transformación democrática de las relaciones internacionales. La eliminación de las armas nucleares debe ser la prioridad de todos los pueblos en beneficio de la especie humana y de todas las que existen en la Tierra. 

¡Enfrentemos, pues, el peligro que representan las armas nucleares, ya que la posibilidad de que sean usadas sigue estando ahí!

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