Deberíamos tomar las lecciones
del mayor acto terrorista de la historia
La humanidad no debería
olvidar, los días 6 y 9 de agosto de cada año, el genocida bombardeo atómico
contra las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki.
En esos días, en el año
1945, el fuego nuclear redujo a cenizas la pacifica Hiroshima, calcinando al
instante a más de 25 000 personas. También la vecina Nagasaki fue escenario del
horrendo crimen con un saldo de más de 13 000 víctimas.
Con el paso del tiempo las
secuelas de la radiación nuclear causaron en la población local una lenta agonía. Año tras año, unos
330 000 seres humanos sufrieron las mortíferas enfermedades producidas por el
hongo atómico.
Según cuentan sobrevivientes
del holocausto, cuando el bombardeo estadounidense lanzó el artefacto
explosivo, bautizado irónicamente Little Boy (muchachito), sobre Hiroshima, una
región de gran importancia militar para el ejército nipón, enseguida la
atmosfera enrarecida emitió radiaciones que alcanzaron los 300 000 grados
Celsius, una temperatura incapaz de ser resistida por ningún organismo
viviente, pues resultó diez veces superior a la desprendida por el Sol.
Y en un radio de
aproximadamente un kilometro alrededor del lugar de la explosión los cuerpos se
estamparon como fósiles en una alfombra de brasas, mientras los sobrevivientes
desesperados intentaban beber agua, pero el preciado liquido contaminado por la
lluvia cálida y viscosa cargada de material radiactivo. Por eso, cuando cada
año llegan esta fechas, los japoneses recuerdan la tragedia con un minuto de
silencio, que representa interminables años en el almanaque Oriental y
Occidental.
Junto a ellos, en todo el
planeta, millones de personas recuerdan el crimen horrendo con el profundo
dolor de seguir presenciando un mundo aún amenazado por 17 000 armas nucleares
y atribulado por devastadores conflictos armados entre diversas naciones e incluso
al interior de naciones que, por razones geopolíticas, pudieran provocar el
estallido de una guerra nuclear de consecuencias catastróficas para la
humanidad y para la vida en la Tierra.
¿Pero el bombardeo estuvo
dirigido realmente contra Japón? El pueblo del archipiélago puso las pérdidas
humanas y materiales, pero el movimiento inexorable de la historia demostró el
verdadero propósito de la denominada “diplomacia del chantaje nuclear” del
presidente Harry Truman. Ya para nadie es un secreto que el objetivo de la
agresión del Sol Naciente estuvo enfilado a intimidar a la Unión soviética,
cuya victoria contra el fascismo la convirtió en una de las superpotencias de
la emergente guerra fría.
Pasados 69 años del acto terrorista
más grave de la historia contemporánea, el arma nuclear continua siendo un
factor de fuerza en la política internacional de las grandes potencias,
impidiendo transformación democrática de las relaciones internacionales. La
eliminación de las armas nucleares debe ser la prioridad de todos los pueblos
en beneficio de la especie humana y de todas las que existen en la Tierra.
¡Enfrentemos, pues, el
peligro que representan las armas nucleares, ya que la posibilidad de que sean
usadas sigue estando ahí!
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