Por José Pablo Martínez
Seis de los países candidatos a convertirse en motor del crecimiento mundial están en Asia. Proyectos como la Nueva Ruta de la Seda cobran, por ello, una importancia capital, dadas sus implicaciones sinérgicas y su capacidad para trasladar su impulso económico al resto del mundo.
Cuando a comienzos de la década pasada se ideó el acrónimo
BRIC, tuvo tal aceptación en los ámbitos académicos y políticos que Brasil,
Rusia, la India y China lo institucionalizaron en el 2008, sumándose
posteriormente Suráfrica. Además de un gran tamaño económico, estos países
compartían unas tasas de crecimiento significativamente altas que les permitían
ejercer de motores del desarrollo global, a la vez que reducían amplias capas
de pobreza. En la medida en que las instituciones eran fuertes e imperaba la
paz social, poco importaba el régimen político establecido en cada uno de
ellos: el capitalismo global funcionaba y supieron sacar provecho a través del
comercio internacional. ¿Qué ha pasado desde entonces para que los BRICS hayan
dejado de ser un referente? Existen cinco respuestas a esta pregunta, tantas como
países implicados.
En primer lugar podría decirse que la India es el único que en
sentido estricto pertenece y pertenecerá a este club durante mucho tiempo, pues
tras apenas sufrir los efectos de la crisis mundial ha conseguido conservar
intacto su dinamismo económico. Desde el 2014 crece por encima del 7%, y está
previsto que en los próximos años la tasa vaya en aumento. A esto se añaden sus
vigorosas expectativas de crecimiento poblacional: en la próxima década
superará a China y se convertirá en el país más habitado del planeta. Con
respecto a este último, si bien su ritmo de crecimiento también ha mantenido su
robustez en los últimos años, se observa un descenso paulatino del mismo desde
el 2012, fruto de la transición productiva característica de aquellos países
que, alcanzado cierto grado de desarrollo, empiezan a experimentar un
incremento del consumo interno y el sector servicios, en detrimento de las
exportaciones y el sector industrial. Por otra parte, su expansión demográfica
es cada vez más débil, siendo una incógnita cómo afectará la reciente
derogación de la política del hijo único. En resumen, China es y seguirá siendo
un motor del crecimiento mundial, pero cada vez con menos intensidad…
El trumpismo se ancla en un discurso basado en los
sentimientos más que en los argumentos. ¿Quiénes son los posibles ganadores y
los perdedores de la partida en el nuevo tablero de juego global? ¿Qué hay de
las empresas? ¿Qué hay de los consumidores y de las personas vulnerables?
Se están produciendo cambios drásticos en las relaciones
internacionales. Y una de las consecuencias de estos cambios es el colapso del
orden liberal establecido bajo las condiciones de la hegemonía de Occidente. En
la etimología propia de la disciplina de las relaciones internacionales,
tenemos ante nosotros un periodo de anarquía, o como afirmó el recién fallecido
John Berger en París: Vivimos en tiempos oscuros.
La anarquía es fruto de cambios estructurales inesperados, la
globalización y otros desarrollos asociados a la expansión mundial del orden
liberal. Esta es la interesante línea discursiva de Krause (2017), quien
explica que la última vez que este cambio fundamental se produjo fue entre 1989
y 1992.
Los cambios drásticos se han producido de forma continua en la
reciente historia moderna de Occidente. En primer lugar, con la Revolución
Francesa (1789-1820) y con el fin de las guerras napoleónicas (1814-20), tras
1848. También con el establecimiento de las primeras democracias parlamentarias
modernas. Pensemos en los Estados occidentales que viven esta etapa con un
papel más hegemónico. Los cambios estructurales fundamentales vuelven a tener
lugar entre 1890 y 1910, cuando un mundo eurocéntrico, relativamente pacífico,
se retrotrae a un estado de anarquía y nacionalismo; a partir de 1925 a 1939,
cuando el orden de la posguerra se derrumba; en el período 1945-55, durante el
que surge el conflicto entre el nuevo mundo occidental y el Este. Recordemos
Yalta… Y finalmente, un punto de inflexión reciente, entre 1989 y 1992, que
pone fin, temporalmente, al conflicto Este-Oeste.
Este conflicto sigue latente en Polonia, donde Lech Walesa
decidió hablar de Rusia en su discurso a la élite de la política mundial,
reunida en Varsovia en el Consorcio Europeo para la Investigación Política
(ECPR, siglas en inglés) del 2015. Asimismo, también se vive en Ucrania y
Siria; y con visos de activarse especialmente en países donde la izquierda ha
estado unida al comunismo. El caso más reciente es Italia, donde la Liga Norte
ha viajado a Moscú (marzo 2017) para firmar un acuerdo con Rusia Unida.
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