El 2018, en la historia de Europa y de las
relaciones internacionales, es un año convulso e incierto, en particular para
las relaciones Reino Unido-Unión Europea (UE), a causa del “Brexit”, el proceso
de salida del Reino Unido de la UE.
No hace mucho escribí dos artículos
relacionados con este fenómeno, el cual tendrá severas consecuencias para la
geopolítica global: “El `Brexit´ en las relaciones Reino Unido-Unión Europea. Impactos
geopolíticos”1 y “El `Brexit´ agrieta la
Unión Europea”2: En el 2018 fuera del marco europeo,
muchos países intentaron descifrar los impactos o derivaciones económicas,
comerciales y financieras de dicho proceso.
Lo cierto es que al finalizar el año, y con la mirada
en 2019-2020, el “Brexit” proyecta una marcada inestabilidad política que
amenaza la permanencia del gobierno de la primera ministra británica, Theresa
May, quien ha tenido que lidiar en dos frentes con un Ejecutivo dividido entre
aquellos favorables a un "Brexit duro”, que rompa por completo los
lazos con el bloque comunitario, y los partidarios de una
salida "suave" de la UE, mientras desarrollaba complejas
negociaciones con Bruselas.
A mediados de año, en el mes de julio, May consiguió
materializar una propuesta, conocida como “plan de Chequers”, que contemplaba
la creación de un mercado común de bienes británico-comunitario con
equivalencia normativa. Aunque en un primer momento recibió el respaldo de todo
el gobierno, escasas horas después de publicado el controvertido proyecto,
presentaron su dimisión el ministro para el "Brexit", David
Davis, y el notorio titular de Asuntos Exteriores, Boris Johnson.
Con estas dimisiones se atizaron las contradicciones
entre los sectores de poder de la clase dominante en el Reino Unido. En el
plano mediático sobresalían los criterios de la influyente minoría de ministros
pro-"Brexit duro” del Gabinete de May, quienes consideraron planes de
la primera ministra demasiado complacientes con la UE.
Sin embargo, May resistió como “Dama de Hierro”. Perseveró
en sus objetivos y decidió asumir personalmente el control de las negociaciones
con la Comisión Europea, conducidas por el comisario Michael Barnier. Las
conversaciones atravesaron momentos de gran sensibilidad y ambas partes
entraron poco después en un impase por los desacuerdos existentes sobre la
salvaguarda para evitar una frontera “dura” entre la República de Irlanda y la
provincia de Irlanda del Norte.
Finalmente, May cedió en la incluisión de la conocida
como "backstop", una garantía que prevé que el
Reino Unido permanezca en la unión aduanera y que Irlanda del Norte también
esté alineada con ciertas normas del mercado único, hasta que se
establezca una nueva relación comercial entre ambas partes, negociada en el
periodo de transición -entre el 29 de marzo de 2019 y finales de 2020.
Esta concesión le valió la tercera importante dimisión
del año, la del ministro para el "Brexit", Dominic Raab, apenas cinco
meses después de haber accedido al cargo, por considerar inaceptable esa
cláusula.
A pesar de un escenario adverso en su propio gobierno,
May persistió y logró el 25 de noviembre que los Veintisiete -incluida
España que había amenazado con vetar el acuerdo por desavenencias
respecto al peñón de Gibraltar- apoyaran en un Consejo Europeo el
Acuerdo de Salida y la Declaración Política.
Hasta aquí todo muy bien, pero a May todavía le
quedaba un espacio aún más complicado, el de recibir el apoyo de la Cámara de
los Comunes. Conocedora de que la oposición votaría en contra del
acuerdo, así como el sector más euroescéptico de su propio partido, May decidió
cancelar la votación prevista para el 11 de diciembre y fijarla la semana del
14 de enero de 2019.
Con esa arriesgada maniobra, May creyó ganar tiempo
con el fin de obtener de la UE concesiones y garantías sobre el pacto, que
ayuden en su aceptación parlamentaria en el Reino Unido, si bien los
Veintisiete han adelantado que mantienen la puerta cerrada a
renegociaciones.
Lo más interesante de todo esto es que la oposición a
los planes de May no ha provenido este año solo de la UE o de los partidos
políticos que la adversan, sino también de dentro de sus propias filas
conservadoras.
Por eso podemos afirmar que el “Brexit” ha sido un
factor desestabilizador de la vida política británica en el 2018, y lo seguiría
siendo en 2019. El Partido Conservador se ha planteado una moción de confianza
a su líder, que consiguió salvar por 200 votos a favor y 117 en contra,
pero que también contribuyó a seguir erosionando la figura de la primera
ministra, pues cada vez son más las voces que claman por la celebración de un
segundo referendo, muchas de ellas aglutinadas en la campaña
“People's Vote”, que ha organizado ya más de un millar de reuniones en
localidades del Reino Unido.
A estas complicaciones se suma que el Tribunal de
Justicia de la Unión Europea(TJUE)
sentenció que el Reino Unido podrá suspender unilateralmente el proceso de
salida de la UE en cualquier momento hasta la medianoche del 29 de marzo de
2019, fecha prevista para la consumación del "Brexit".
Aunque el gobierno de May ha insistido que
su prioridad es conseguir que el Parlamento apruebe el
acuerdo, el final de 2018 confirmó que se ha intensificado la
planificación para una posible salida abrupta de la UE, unos planes a los que
va a destinar 2.000 millones de libras (2.214 millones de euros).
Mientras todo eso sucede, el líder de la oposición de
izquierda, el laborista Jeremy Corbyn, gana tiempo y espera su momento en el rechazo
al pacto en enero, para presentar una moción de censura al gobierno y
precipitar unas elecciones generales anticipadas que podrían
conducirlo al poder.
Aun así, Corbyn no solucionaría los problemas
relacionados con el divorcio británico de la UE. Estará obligado a pensar en
los diferentes escenarios del “Brexit" en 2019, un asunto ubicado en el
ámbito de la gobernabilidad democrática y caracterizado por la complejidad de
una probable renegociación del proceso de salida de la UE, su suspensión o la
convocatoria a un segundo referendo sobre el “Brexit", el cual se ha
convertido no solo en un desafío de múltiples dimensiones para las relaciones
de su país con la UE, sino también con otras regiones y países que observan con
preocupación e incertidumbre las posibles secuelas para sus respectivas
economías.
Las tendencias fragmentarias de la UE se unen al
conjunto de factores que reflejan la descomposición del último orden mundial de
1945, en una época de transición de la bipolaridad-unipolaridad a la
multipolaridad del sistema internacional. Estos procesos generan inestabilidad
y, si las potencias no negocian o dialogan, observaremos grandes perturbaciones
a la paz y la seguridad internacional por las políticas militaristas y los innecesarios
arsenales nucleares que no cesan de incrementarse y perfeccionarse.
Pero si triunfa un "Brexit duro", en ese
tablero geopolítico, los sectores conservadores británicos, con el apoyo de la
ultraderecha estadounidense liderada Donald Trump, intentarán reconstruir
el protagonismo, como actor global, del viejo imperio británico.3
Una suerte de nueva aspiración a la “grandeza victoriana”, cuyo instrumento
sería el militarismo y el aumento de la presencia británica, con nuevas bases
militares, en el Lejano Oriente y el Caribe, las cuales se ubicarían en
Singapur o Brunei en el mar del sur de China, o en Montserrat o Guayana en el
Caribe. Aunque no debemos olvidar que el imperialismo británico tiene, desde
hace mucho tiempo, bases operativas conjuntas en Chipre, Gibraltar, las islas
Malvinas y Diego García en el océano Índico, con el consentimiento
de la UE y de otros poderes globales.
Notas:
1. Véase en :
2 Véase en :
3
Véase declaraciones del ministro de Defensa británico, Gavin
Williamson, en una entrevista publicada en 'The Sunday Telegraph'.
Referencia tomada de EFE, Londres, 30 diciembre 2018.
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