jueves, 27 de diciembre de 2018

El “Brexit”: terremoto político que estremeció las relaciones Reino Unido-Unión Europea en 2018.


Resultado de imagen para Leyde E. Rodriguez HernándezPor Leyde E. Rodríguez Hernández

El 2018, en la historia de Europa  y de las relaciones internacionales, es un año convulso e incierto, en particular para las relaciones Reino Unido-Unión Europea (UE), a causa del “Brexit”, el proceso de salida del Reino Unido de la UE.

No hace mucho escribí dos artículos relacionados con este fenómeno, el cual tendrá severas consecuencias para la geopolítica global: “El `Brexit´ en las relaciones Reino Unido-Unión Europea. Impactos geopolíticos”1 y “El `Brexit´  agrieta la Unión Europea”2: En el 2018 fuera del marco europeo, muchos países intentaron descifrar los impactos o derivaciones económicas, comerciales y financieras de dicho proceso. 

Lo cierto es que al finalizar el año, y con la mirada en 2019-2020, el “Brexit” proyecta una marcada inestabilidad política que amenaza la permanencia del gobierno de la primera ministra británica, Theresa May, quien ha tenido que lidiar en dos frentes con un Ejecutivo dividido entre aquellos favorables a un "Brexit duro”, que rompa por completo los lazos con el bloque comunitario, y   los partidarios de una salida "suave" de la UE, mientras desarrollaba complejas negociaciones con Bruselas. 

A mediados de año, en el mes de julio, May consiguió materializar una propuesta, conocida como “plan de Chequers”, que contemplaba la creación de un mercado común de bienes británico-comunitario con equivalencia normativa. Aunque en un primer momento recibió el respaldo de todo el gobierno, escasas horas después de publicado el controvertido proyecto, presentaron su dimisión el ministro para el "Brexit", David Davis, y el notorio titular de Asuntos Exteriores, Boris Johnson. 

Con estas dimisiones se atizaron las contradicciones entre los sectores de poder de la clase dominante en el Reino Unido. En el plano mediático sobresalían los criterios de la influyente minoría de ministros pro-"Brexit duro” del Gabinete de May, quienes consideraron planes de la primera ministra demasiado complacientes con la UE.

Sin embargo, May resistió como “Dama de Hierro”. Perseveró en sus objetivos y decidió asumir personalmente el control de las negociaciones con la Comisión Europea, conducidas por el comisario Michael Barnier. Las conversaciones atravesaron momentos de gran sensibilidad y ambas partes entraron poco después en un impase por los desacuerdos existentes sobre la salvaguarda para evitar una frontera “dura” entre la República de Irlanda y la provincia de Irlanda del Norte. 

Finalmente, May cedió en la incluisión de la conocida como "backstop", una garantía   que  prevé que el Reino Unido permanezca en la unión aduanera y que Irlanda del Norte también esté alineada con ciertas normas del  mercado único, hasta que se establezca una nueva relación comercial entre ambas partes, negociada en el periodo de transición -entre el 29 de marzo de 2019 y finales de 2020.

Esta concesión le valió la tercera importante dimisión del año, la del ministro para el "Brexit", Dominic Raab, apenas cinco meses después de haber accedido al cargo, por considerar inaceptable esa cláusula. 

A pesar de un escenario adverso en su propio gobierno,  May persistió y logró el 25 de noviembre que los Veintisiete -incluida España que había amenazado   con vetar el acuerdo por desavenencias respecto al peñón de Gibraltar-   apoyaran en un Consejo Europeo el Acuerdo de Salida y la Declaración Política. 

Hasta aquí todo muy bien, pero a May todavía le quedaba un espacio aún más complicado, el de recibir el apoyo de la Cámara de los Comunes.  Conocedora de que la oposición votaría en contra del acuerdo, así como el sector más euroescéptico de su propio partido, May decidió cancelar la votación prevista para el 11 de diciembre y fijarla la semana del 14 de enero de 2019. 

Con esa arriesgada maniobra, May creyó ganar tiempo con el fin de obtener de la UE concesiones y garantías sobre el pacto, que ayuden en su aceptación parlamentaria en el Reino Unido, si bien los Veintisiete han adelantado que mantienen la puerta cerrada a renegociaciones. 

Lo más interesante de todo esto es que la oposición a los planes de May no ha provenido este año solo de la UE o de los partidos políticos que la adversan, sino también de dentro de sus propias filas conservadoras. 

Por eso podemos afirmar que el “Brexit” ha sido un factor desestabilizador de la vida política británica en el 2018, y lo seguiría siendo en 2019. El Partido Conservador se ha planteado una moción de confianza a su líder, que consiguió salvar  por 200 votos a favor y 117 en contra, pero que también contribuyó a seguir erosionando la figura de la primera ministra, pues cada vez son más las voces que claman por la celebración de un segundo referendo,  muchas de ellas aglutinadas en la campaña “People's Vote”, que ha organizado ya más de un millar de reuniones en localidades del Reino Unido. 

A estas complicaciones se suma que el Tribunal de Justicia de la Unión  Europea(TJUE) sentenció que el Reino Unido podrá suspender unilateralmente el proceso de salida de la UE en cualquier momento hasta la medianoche del 29 de marzo de 2019, fecha prevista para la consumación del "Brexit". 

Aunque  el  gobierno de May ha insistido que su  prioridad es conseguir  que el Parlamento apruebe el  acuerdo,  el final de 2018 confirmó que se ha intensificado la planificación para una posible salida abrupta de la UE, unos planes a los que va a destinar 2.000 millones de libras (2.214 millones de euros). 

Mientras todo eso sucede, el líder de la oposición de izquierda, el laborista Jeremy Corbyn, gana tiempo y espera su momento en el rechazo al pacto en enero, para presentar una moción de censura al gobierno y precipitar unas  elecciones  generales  anticipadas que podrían conducirlo al poder. 

Aun así, Corbyn no solucionaría los problemas relacionados con el divorcio británico de la UE. Estará obligado a pensar en los diferentes escenarios del “Brexit" en 2019, un asunto ubicado en el ámbito de la gobernabilidad democrática y caracterizado por la complejidad de una probable renegociación del proceso de salida de la UE, su suspensión o la convocatoria a un segundo referendo sobre el “Brexit", el cual se ha convertido no solo en un desafío de múltiples dimensiones para las relaciones de su país con la UE, sino también con otras regiones y países que observan con preocupación e incertidumbre las posibles secuelas para sus respectivas economías. 

Las tendencias fragmentarias de la UE se unen al conjunto de factores que reflejan la descomposición del último orden mundial de 1945, en una época de transición de la bipolaridad-unipolaridad a la multipolaridad del sistema internacional. Estos procesos generan inestabilidad y, si las potencias no negocian o dialogan, observaremos grandes perturbaciones a la paz y la seguridad internacional por las políticas militaristas y los innecesarios arsenales nucleares que no cesan de incrementarse y perfeccionarse.   

Pero si triunfa un "Brexit duro", en ese tablero geopolítico, los sectores conservadores británicos, con el apoyo de la ultraderecha estadounidense liderada Donald Trump, intentarán reconstruir el protagonismo, como actor global, del viejo imperio británico.3 Una suerte de nueva aspiración a la “grandeza victoriana”, cuyo instrumento sería el militarismo y el aumento de la presencia británica, con nuevas bases militares,  en el Lejano Oriente y el Caribe, las cuales se ubicarían en Singapur o Brunei en el mar del sur de China, o en Montserrat o Guayana en el Caribe. Aunque no debemos olvidar que el imperialismo británico tiene, desde hace mucho tiempo, bases operativas conjuntas en Chipre, Gibraltar, las islas Malvinas  y Diego García  en  el océano  Índico, con el consentimiento de la UE y de otros poderes globales. 

 Notas:

1. Véase en :  
2 Véase en : 
3 Véase declaraciones  del ministro de Defensa británico,  Gavin Williamson, en una entrevista publicada  en 'The Sunday Telegraph'. Referencia tomada de EFE, Londres, 30 diciembre 2018. 

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