Por Ernesto Molina Molina.[i]
Con Nicolás Maquiavelo y su obra El Príncipe,
la política busca su fundamentación científica y se crea una disciplina, la
ciencia política, cuyo objeto fundamental lo constituyen las teorías políticas
y los comportamientos políticos, sean al interior de los estados o en sus
relaciones internacionales.
El Príncipe y las ideas defendidas por Fidel Castro Ruz como
estrategia revolucionaria para acceder al poder, pueden dar una nueva luz sobre
la necesidad o no de excluir los valores éticos en la ciencia política; y poner
o no por encima de todo, los hechos necesarios a realizar, sean los que sean,
para acceder al poder político y mantenerlo. Contraponer a Fidel con Maquiavelo
implica esclarecer esa idea.
¿Pero es que
acaso es posible poner a El príncipe,
obra primigenia de la ciencia política burguesa, al servicio de los pueblos
oprimidos?
Maquiavelo, al
escribir esta obra, eligió como destinatario de ella a un “príncipe”, a quien
suponía podía encabezar la defensa de Italia frente a los “bárbaros”.
Los “bárbaros”
para Maquiavelo podían ser los franceses, los alemanes, los españoles,
cualquier otro Estado que amenazara con apoderarse de Italia; y aunque para él
su patria chica era Florencia,
aspiraba a una Italia poderosa como lo había sido en tiempos del imperio
romano; y no como entonces era, dividida en pequeñas ciudades estado,
principados o regímenes democráticos en perennes guerras intestinas, y muchas
de ellas oprimidas por Estados extranjeros.
Maquiavelo
escribió con mucho desenfado y claridad sobre los crímenes de la iglesia y los
príncipes, no solo como gobernantes, sino como individuos, no quedó nada en pie
de la moral de los Papas y cardenales, que, junto al incienso oloroso de las
catedrales lujosas, llenas de imágenes de santos y vírgenes; si aquellos Papas
y cardenales tenían que esgrimir la espada y la ballesta para hacer la guerra;
o elegir el veneno para el enemigo invitado a compartir la mesa; allí está el
cronista político Maquiavelo, con su certero análisis valorativo; y si las
cosas habían salido bien, para el Papa: era un “príncipe” de éxito.
Es bueno recordar aquí el problema que intentamos
dilucidar: si se pueden
reconciliar la ciencia política y los valores humanos, o si son
irreconciliables. En otras palabras, si en la lucha por acceder al poder
político y mantenerlo, la razón del Estado está por encima de todo y todo está
permitido. Porque este es un punto esencial de la doctrina del realismo político en las relaciones
internacionales: el poder es la clave de la concepción realista. Dado lo
conflictivo y anárquico del sistema internacional, la tendencia “natural” del
Estado y su objetivo central es adquirir el mayor poder posible, ya que lo que
el Estado puede hacer en la política internacional depende del poder que posee.
La política internacional se define, pues, en última instancia, como la lucha
por el poder. El poder es, de esta forma, tanto un medio para un fin, como un
fin en sí mismo.[ii]
¿Se pueden
reconciliar la ciencia política y los valores humanos, o son estos
irreconciliables?
En otras palabras ¿Está por encima de todo la Razón del Estado en la lucha por acceder
al poder político y mantenerlo? ¿Está todo permitido? ¿Es ingenuo tener
escrúpulos en la lucha por el poder?
Precisamente,
ambas personalidades, en sus épocas cada uno, fueron cultísimos desde los
libros y desde sus actos políticos. Maquiavelo fue un habilísimo consejero
político y militar; Fidel fue mucho más que consejero: fue un actor político y
militar decisivo. A diferencia de
Maquiavelo, Fidel defendió la verdad y combatió el uso de la crueldad y el
temor. Los soldados batistianos se rendían porque sabían que sus vidas
serían respetadas. Maquiavelo tiene que haber sido muy bien estudiado por
Kissinger y Brzezinnski, por Churchill y por Hitler; para ellos, como defendía
Maquiavelo, por razones de Estado no se puede confiar en “pactos de
caballeros”. Entre las enseñanzas de Maquiavelo más aplicadas por estos señores
está esta recomendación del ilustre florentino:
La experiencia nos demuestra, por lo que sucede en
nuestros tiempos, que son precisamente estos “príncipes” quienes han hecho
menos caso de la fe jurada, y han envuelto a los demás con su astucia y reído
de los que han confiado en su lealtad, los únicos que han realizado grandes
empresas. Digamos primero que hay dos maneras de combatir: una, con las leyes; otra,
con la fuerza. La primera es distintiva del hombre; la segunda, de la bestia.
Pero como a menudo la primera no basta, es forzoso recurrir a la segunda. Aquel
que engaña encontrará siempre quien se deje engañar.
Los hombres, en general, juzgan más con los ojos que
con las manos, porque todos pueden ver, pero pocos tocar. Todos ven lo que
parece ser, más pocos saben lo que eres; y estos pocos no se atreven a oponerse
a la opinión de la mayoría, que se escuda detrás de la majestad del Estado. Y
en las acciones de los hombres, y particularmente de los príncipes, donde no
hay apelación posible, se atiende a los resultados. Trate, pues, un príncipe de
vencer y conservar el Estado, que los medios siempre serán honorables y loados
por todos; porque el vulgo se deja engañar por las apariencias y por el éxito;
y en el mundo sólo hay vulgo, ya que las minorías no cuentan sino cuando las
mayorías no tienen donde apoyarse.[iii]
Aquí hay una
discrepancia fundamental de Fidel con Maquiavelo. Fidel hizo una revolución
cultural para que el pueblo dejara de ser “vulgo”. Fidel practicó la verdad en
el juicio del Moncada y en la Sierra, a diferencia del gobierno batistiano. En
todas las situaciones duras y difíciles para el pueblo cubano, Fidel fue un
militante de la verdad. Antes y después del Período Especial le dijo la verdad
al pueblo. Por supuesto que al enemigo hay que hacerle escaramuzas y
despistarlo; sin agentes infiltrados en el enemigo, Cuba no habría resistido;
pero incluso, ante el enemigo, Fidel hubiera preferido que desde el principio
los yanquis supieran de los misiles soviéticos a instalar en el territorio
cubano.
Fidel no solo
accedió al poder al frente de un ejército del pueblo, sino que se adueñó de los
conocimientos más avanzados en las ciencias sociales de su tiempo; y se
actualizó a lo largo de su vida en otros
campos de la ciencia.
En el juicio del
Moncada, Fidel pronunció su defensa; y después con zumo de limón escribió “La
Historia me Absolverá” ya en prisión, para que en una imprenta clandestina se
reprodujera y diera a conocer al pueblo
su programa de lucha. Fidel no destinó esta obra a un príncipe; o a un
gobernante; o a un Estado ya establecido. Escribió esta obra después de haber
realizado la acción para tomar el cuartel Moncada en Santiago de Cuba; y luego,
sin desmayar, preparó una organización,
a la que no llamó “partido”, sino Movimiento:
tan desprestigiados estaban la mayoría de los partidos ante el pueblo. Y
continuó la lucha por sacar del gobierno al tirano Batista y posteriormente,
seguir adelante hacia una revolución social. Tuvo muy en cuenta las
potencialidades revolucionarias dormidas de aquel pueblo, defraudado por tantos
gobiernos corruptos; y también, ¿por qué no? porque los líderes que
supuestamente contaban con la ideología más avanzada ̶ el marxismo leninismo ̶
rechazaban la lucha insurreccional como inviable o aventurera en aquellas
circunstancias históricas.
Si en algo hay que coincidir con Maquiavelo,
es cuando expresa:
….un
príncipe jamás podrá dominar a un pueblo cuando lo tenga por enemigo, porque
son muchos los que lo forman; a los nobles, como se trata de pocos, le será
fácil. Lo peor que un príncipe puede esperar de un pueblo que no lo ame es el
ser abandonado por él; de los nobles, si los tiene por enemigos, no sólo debe
temer que lo abandonen, sino que se rebelen contra él; pues, más astutos y
clarividentes, siempre están a tiempo para ponerse en salvo, a la vez que no
dejan nunca de congratularse con el que esperan resultará vencedor.(…)Hay que
tener cuidado de los que se unen por cálculo y por ambición, es señal de que piensan más en sí mismos que
en ti, y de ellos se debe cuidar el príncipe y temerles como si se tratase de
enemigos declarados, porque esperarán la adversidad para contribuir a su ruina.
Un príncipe necesita contar con la amistad del pueblo, pues de lo contrario no
tiene remedio en la adversidad.[iv]
Para la lucha, Fidel confió en las propias
fuerzas del pueblo. Precisamente, Ignacio Ramonet, en su libro “Cien Horas con
Fidel”, le pregunta a Fidel:
¿Ustedes
en algún momento, consideraron que su seguridad estaba garantizada por la
potencia militar de la Unión Soviética? En determinado momento llegamos a la convicción de
que, si éramos atacados directamente por Estados Unidos, jamás los soviéticos
lucharían por nosotros. Ni podíamos pedírselo. Con el desarrollo de las
tecnologías modernas, era ingenuo pensar, o pedir, o esperar que aquella
potencia luchara contra Estados Unidos, si éstos intervenían en la islita que
estaba aquí a noventa millas del territorio norteamericano.
Y llegamos a la convicción total de que ese apoyo
jamás ocurriría. Algo más: se lo preguntamos directamente un día a los
soviéticos, varios años antes de la desaparición de la URSS. “Dígannoslo
francamente”. “No”, respondieron. Sabíamos que era lo que iban a responder. Y
entonces, más que nunca, aceleramos el desarrollo de nuestra concepción y perfeccionamos
nuestras ideas tácticas y estratégicas con las cuales triunfó esta Revolución y
venció incluso en el terreno militar a un ejército cien veces más numeroso en
hombres y no se sabe cuántas veces más poderoso en armas. Después de esa
respuesta, más que nunca nos arraigamos en nuestras concepciones, las
profundizamos y nos fortalecimos a un nivel tal que nos permite afirmar que
este país es militarmente invulnerable; y no en virtud de armas de destrucción
masiva.[v]
Hay mucho, mucho
que decir de esta contraposición entre las concepciones políticas de Fidel y
Maquiavelo. Como Carlos Marx se valió de la crítica de la economía
política burguesa para escribir El Capital; con todo derecho, vale la pena,
desarrollar la ciencia política al servicio de la revolución de los pueblos
oprimidos, estudiando críticamente la ciencia política burguesa, que tuvo como
obra primigenia: El Príncipe; pero
siempre, bajo el prisma de la ética revolucionaria.
Notas:
[i]
Miembro de Mérito de la Academia de Ciencias de Cuba; Profesor Titular del
Instituto Superior de Relaciones Internacionales “Raúl Roa García” y Presidente
de la Sociedad Científica de Pensamiento Económico y Economía Política de la
ANEC.
[ii] Ver:
Leyde Rodríguez Hernández, Un siglo de Teoría de Relaciones Internacionales, p.
47, Editorial Félix Varela, la Habana, 2017.
[iii]Maquiavelo, Nicolás: El Príncipe (2002), p.p. 116-117,
Editorial Alba, Madrid, ISBN 84-7517-916-4.
[iv]Maquiavelo, Nicolás: El Príncipe (2002), p.p. 65-68, Editorial
Alba, Madrid, ISBN 84-7517-916-4.
[v]CIEN HORAS CON FIDEL, Conversaciones
con Ignacio Ramonet, Tercera Edición, p.p. 415-416, Oficina del Consejo de
Estado, La Habana, 2006.
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