Por Ernesto Molina Molina.[i]
Cuando el mundo
todavía sufre los estragos de los incendios en la Amazonía, ante la indolencia
de los poderosos que pudieran haber evitado o debieran ayudar a resarcir los
daños, Cuba perfecciona y diversifica su cobertura boscosa en aras de
garantizar la prevalencia del patrimonio forestal cubano. Pero no siempre fue
así. Nuestros primeros historiadores nos hablan de cómo, a la llegada de
Cristóbal Colón, se podía caminar toda la Isla a la sombra de sus bosques.
El
problema del carácter destructivo del capital sobre la naturaleza se ha hecho
tan evidente durante el siglo XX e inicios del XXI, que puede resultar lógico
que los menos informados crean que el problema existe en términos históricos
relativamente recientes. Con distintos enfoques y aristas, muchas de las ideas
que surgieron desde el siglo XIX, nos han alertado sobre alcanzar aquel
desarrollo que permita satisfacer las necesidades del presente sin comprometer
la habilidad de las futuras generaciones para satisfacer sus propias
necesidades.
En “Cuba 1860”, Ramón de La Sagra se manifiesta contra la política de
destrucción de bosques asociada al desarrollo de la industria azucarera, El
derecho a deforestar la isla fue una de las grandes victorias de los hacendados
azucareros. Los bosques fueron arrasados y como dijera. La Sagra "en
ningún momento discutieron la utilización racional de los recursos forestales;
sino a quien correspondía el derecho de talar y destruir”. [ii]
La Sagra pidió establecer
reservas forestales intocables como una salvaguarda de la Isla para las
generaciones futuras. Y como sabía que
esto iba contra el concepto burgués de propiedad, hace una crítica
socialista a lo que llama "Vicios de la teoría económica de la libertad
mal entendida", exigiendo la subordinación de esa libertad a la utilidad
pública.[iii]
Y añade:
"El periodo actual de madurez de la humanidad, enriquecida con las conquistas de la ciencia, e iluminada en sus
empresas por el sentimiento moral, corresponde la grande y trascendental
empresa de explotar la superficie del planeta que habita, del modo más útil y
conveniente, no sólo para la generación presente, sino también para las
generaciones venideras, lo cual no se conseguirá jamás si no se subordinan los
intereses individuales, efímeros y
transitorios, a los generales y eternos de la humanidad entera".[iv]
Carlos
Marx reconoció el aporte científico que hizo Adam Smith en relación con la
renta del suelo capitalista. Smith apreció cómo los productos que una vez
proporcionan renta, otras veces no lo proporcionan. El bosque, por ejemplo, en
un país densamente poblado y edificado como lo era Inglaterra, proporcionaba
renta, pero se estaba pudriendo vivo en muchas zonas de América del Norte. Y en
efecto, la tierra unas veces se convierte en fuerza económica y otras veces no.
Algo
semejante ocurre en la Amazonía. Y es por eso que los intereses del capital están
reñidos con la conservación del oxígeno en el planeta. Jair Bolsonaro,
presidente del Brasil, es un legítimo representante de los intereses del gran
capital: no le interesa para nada subordinar los intereses individuales,
efímeros y transitorios, a los
generales y eternos de la humanidad. La Amazonía no está densamente
poblada urbanísticamente, la habitan descendientes aborígenes, que protegen la
“madre tierra”.
¿Qué
renta paga el resto del mundo por el oxígeno que produce la Amazonía para todo
el planeta, para todos los seres vivos de la tierra? Bajo una sociedad
capitalista mundial esto no resulta racional: la existencia de un inmenso
territorio que no aporta, ni renta del suelo, ni enormes ganancias a la
agroindustria contemporánea. Bolsonaro invoca la soberanía del capital para
quemar esos bosques y convertir esas tierras en fuerza económica.
¡Nadie
paga por el oxígeno que produce la Amazonía brasileña!
Uno
de los méritos considerables de Smith consiste en que ponía el nivel de la
renta de las mercancías de segundo orden en dependencia del nivel de la renta
proporcionada por el capital invertido en la producción de los productos
alimenticios principales.
Una
vez liberadas de bosques las tierras de la Amazonía, se podrán sembrar de soya,
dedicar a la ganadería, a la agroindustria, a la minería, al servicio del
capital transnacional.
No
creo que Bolsonaro haya estudiado la obra de Adam Smith o de Milton Friedman.
Y, sin embargo, puede ser considerado uno de los fieles seguidores ideológicos
de este último.
Llama
la atención como Naomi Klein destaca la alegría de Milton Friedman, máximo
representante de la Escuela de Chicago, al conocer éste el desastre del ciclón
Katrina y la oportunidad que se abrió
para privatizar la educación en Nueva Orleans como buen ejemplo para todo
Estados Unidos:
Milton Friedman fue uno de los que vio oportunidades en
las aguas que inundaban Nueva Orleans. Gran gurú del movimiento en favor del capitalismo neoliberal, fue el responsable de crear la hoja de
ruta de la economía global,
contemporánea e hipermóvil en
la que hoy vivimos. A sus noventa
y tres años, y a pesar de su delicado estado de salud, el «tío Miltie», como le llamaban sus seguidores, tuvo fuerzas para
escribir un artículo de opinión en The
Wall Street Journal tres meses después de que los diques se rompieran: «La
mayor parte de las escuelas de Nueva Orleans están en ruinas —observó
Friedman—, al igual que los hogares de los alumnos que asistían a clase. Los
niños se ven obligados a ir a escuelas de otras zonas, y esto es una tragedia. También es una oportunidad para emprender una reforma
radical del sistema educativo.[v]
Jair Bolsonaro no fue sorprendido por la oportunidad de la Amazonía en llamas.
Su actitud antes y después de estos acontecimientos ha sido cómplice del hecho.
Discípulo vulgar de Maquiavelo, Bolsonaro tiene como divisa: Si el hecho me
acusa, que el resultado me excuse. Y desde el poder, pone a su servicio personal
y del capital transnacional las tierras arrasadas de la Amazonía. Pero él no es
el único responsable: él es una pieza del sistema global del capital.
Karl
Marx fue por supuesto un personaje importante en las ciencias sociales del
siglo XIX. Se le ha denominado el último economista clásico. Aportó gran parte
de las premisas epistemológicas del mundo intelectual europeo de ese entonces.
Cuando
Engels dijo que el pensamiento marxista tenía sus raíces en Hegel, Saint Simon
y los economistas ingleses clásicos, estaba confesando ser parte de ellos.
Y
no obstante Marx afirmó participar en una “crítica de la economía política”,
afirmación que hace con base muy seria.
Nadie
como Marx supo desentrañar los problemas científicos planteados por los autores
“clásicos” y “vulgares”, según la propia denominación o clasificación que
hiciera el propio Marx. Si Marx se hubiera limitado a estudiar la historia
económica y política de las sociedades precapitalistas y la capitalista, no
hubiera podido aprovechar la inteligencia de tantos economistas que lo
precedieron, unos, (los clásicos) para identificar las leyes económicas
objetivas asociadas a cada sistema social; y otros, (los vulgares) para
reflejar los fenómenos superficiales del devenir de esos sistemas sociales:
todos ellos sirvieron de campo de investigación al primer científico social que
develó la materialidad del comportamiento social; pues hasta ese momento solo
se reconocía la materialidad de los fenómenos naturales.
Al
mismo tiempo, Marx no perdió de vista la historia económica a escala global y
geográfica hasta donde pudo hacerlo, porque solo así podía contar con un
criterio de comprobación científica de su quehacer científico. No olvidemos que
Marx no restringió su concepción a las 5 formaciones económico-sociales que los
manuales marxistas posteriores presentaron en forma lineal progresiva: él nos
habló del modo asiático y de la sociedad antigua.
A ninguna otra sociedad que
la capitalista atribuyó Marx un carácter tan catastrófico, capaz de destruir a
las dos fuentes fundamentales de toda riqueza: al hombre y a la naturaleza.
Federico Engels lo expresa en forma muy clara en su ensayo “El Papel del
trabajo en la transformación del hombre en mono”:
“La ciencia social de la
burguesía, la Economía Política Clásica, solo se ocupa preferentemente de
aquellas consecuencias sociales inmediatas de los actos realizados por los
hombres en la producción y el cambio (…) Cuando en Cuba los plantadores
españoles quemaban los bosques en las laderas de las montañas para obtener con
la ceniza un abono que solo les alcanzaba para fertilizar una generación de cafetos de alto rendimiento, ¡poco les importaba
que las lluvias torrenciales barriesen la capa vegetal del suelo, privada de la
protección de los árboles, y no dejasen tras sí más que rocas desnudas!”[vi]
Solo el socialismo, incluso,
a escala nacional, cuando está “bien diseñado”, es capaz de dirigir sus actos
productivos con visión prospectiva a largo plazo, con responsabilidad por las
generaciones futuras y protegiendo la madre tierra con ciencia y conciencia.
Pero cada día nos acercamos
a pasos agigantados al llamado de Rosa Luxemburgo: “O Socialismo o barbarie”.
Notas:
[i] Miembro de Mérito de la Academia de Ciencias
de Cuba; Profesor Titular del Instituto Superior de Relaciones Internacionales
“Raúl Roa García” y Presidente de la Sociedad Científica de Pensamiento
Económico y Economía Política de la ANEC.
[ii] Ramón de La
Sagra, "Cuba 1860", p. 67, Selección de artículos sobre la
agricultura cubana, Comisión Nacional de la UNESCO, La Habana, 1963.
[iii] Ramón de La Sagra, "Cuba 1860",
Ibidem, capítulo 1.
[iv] Ramón de La
Sagra, "Cuba 1860", p. 64.
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