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lunes, 11 de junio de 2012

Sobre armas atómicas e inviernos nucleares


En un documentado e imprescindible artículo publicado recientemente en rebelión –“Desarme Nuclear: Una visión desde las Relaciones Internacionales” [1]-, Leyde E. Rodríguez Hernández recuerda que la Humanidad se enfrenta en el siglo XXI a dos grandes desafíos: el cambio climático y la existencia de armas nucleares. Dejemos el cambio climático para otra ocasión. Vale la pena consultar si tienen tiempo y ocasión Jonathan Neale, Cómo detener el calentamiento global y cambiar el mundo [2]. 

De ser utilizadas las armas nucleares, señala Rodríguez Hernández en su escrito, provocarían un desastre ambiental, acelerando definitivamente el cambio climático global. Añade: “[…] las armas nucleares, por su alto poder destructivo, carecen de utilidad militar, porque su uso provocaría un invierno nuclear de imprevisibles consecuencias para vida en el planeta…”. 

¿De qué invierno nuclear habla el autor? Un breve apunte sobre este “invierno”. Tomo base para ello en un libro reciente de Amir D. Aczel [3], el autor de aquel excelente El último teorema de Fermat, nada sospechoso de formar parte de ningún movimiento antinuclear internacional. Una muestra de ello: el prefacio de su último ensayo –y no es ni mucho menos la única ocasión- se abre con estas palabras: “La energía nuclear puede ayudarnos a luchar contra el calentamiento global porque se trata de una fuente de energía que no implica emisiones de carbono a la atmósfera”. Eso sí, admite ADA, la promesa de una fuente de energía libre de emisiones de carbono tiene como contrapartida la preocupación que suscitan los residuos nucleares. Ni que decir tiene, además, que Aczel publicó su ensayo en 2009, dos años antes de la hecatombe nuclear de Fukushima. Tras el desastre nipón, si la racionalidad y la prudencia no son sueños de una noche de verano con huracanes y lluvias torrenciales, nuestra cosmovisión sobre el tema no puede –y no debe- seguir transitando por el mismo sendero de la irresponsabilidad y apuesta fáusticas. “¡A lo loco, a lo loco, que así se (mal)vive mejor!” no es la consigna de la hora.

Recuerda ADA [4] que en 1982, hace de ello 30 años, aparecieron una serie de artículos en revistas especializadas en los que se advertía de un grave y nuevo peligro que representaban las armas nucleares. No era sólo la muerte, la destrucción y los daños causados por la radiación. Hiroshima y Nagasaki seguían muy cercanas, muy presentes en la consciencia no olvidadiza de muchos seres humanos. No era solo eso.

Comunidades científicas –Paul J. Crutzen, un científico neerlandés, Premio Nobel de Química, y el gran y nunca olvidado Carl Sagan, entre muchos otros-determinaron que si en cualquier lugar de la tierra se hacían explotar muchas –sin precisar este “muchas”- bombas atómicas, se formaría lo que llamaron, la metáfora era pertinente, un “invierno nuclear”. Cuando las cenizas y la materia carbonizada generadas por las explosiones cubrieran la atmósfera, se impediría la entrada de la radiación solar. Las temperaturas en todo el planeta –¡en toda la Tierra, en nuestra casa común a compartir!- se desplomarían y las cosechas en cualquier lugar del globo serían destruidas. ADA refuerza la idea: “El invierno nuclear haría que todo se congelara, no habría nada que comer, y las personas así como los animales morirían, lo que significaría el final de nuestro planeta vivo”.

Pero no es solo eso. 
Recientemente se ha incorporado una nueva consideración al tablero del ajedrez atómico, tan alarmante como las anteriores. Aunque se lanzasen sólo -¡sólo!- medio centenar de bombas atómicas de una potencia como la que fue lanzada en Hiroshima –las actuales son infinitamente más potentes- en una guerra limitada a una determinada área geográfica, bastarían esas descargas, decía, para provocar un invierno nuclear y la muerte final del planeta. Y sólo, digámoslo estúpidamente, con esa “intervención regional”.

Para pintar el escenario con sus colores adecuados, de negro absoluto, Rodríguez Hernández recuerda en su trabajo la existencia de unas 25.000 armas nucleares, más de 12 mil de ellas, el 50% prácticamente, listas para ser empleadas de inmediato. ¿Hay o no motivos, como señala el autor cubano, para tener en cuenta el peligro que representan, que siguen representando las armas atómicas? ¿Hay razones para estar en situación de “alerta total”? 

El desarme nuclear, lejos de ser una vindicación trasnochada, de tiempos superados, sigue siendo una vindicación razonable, necesaria y urgente de todos los pueblos del mundo.

ADA finaliza el apartado comentando de su ensayo hablando de guerras en Oriente Próximo, de guerras entre India y Pakistán, y señalando que “por esa razón, aunque haya concluido casi la confrontación entre Occidente y Rusia, los países que son potencia nucleares regionales constituyen todavía un peligro para todos nosotros”. Aczel no aclara el referente de “para todos nosotros” -podemos pensar en lo peor, por supuesto-, no explica por qué da por concluido el enfrentamiento OTAN-Rusia sabiendo lo que se sabe de los actuales planes otánicos, y desde luego no explica por qué hay que temer a las potencias nucleares regionales y no a las grandes potencias globales a no ser que pensemos, como acaso él piense, que Estados Unidos o Inglaterra son bellísimas encarnaciones del Imperio del bien. 

Lo anterior, en todo caso, no es el objetivo final de esta nota. Pertenece a otro ámbito, al de la racionalidad incompleta y al de las gafas ideológicas que cubren la mirada de grandes historiadores de la ciencia y excelente divulgadores como Amir D. Aczel (nacido en Haifa, Israel, en 1950), quien, además, no cita nunca a Israel entre los peligros atómicos, como si la situación que él mismo denuncia no estuviera relacionada también con la agresiva política del Estado racista y anexionista y, entre otras muchas cosas, con los submarinos atómicos vendidos por Alemania en inmejorables condiciones. ¡Qué ciegos nos hace ser la ideología acríticamente asumida!

Recordemos por ello algunos puntos de la “Iniciativa internacional para reclamar una inspección del arsenal nuclear israelí”. El texto lleva por título: “Stop Israel nuclear: un millón de voces en la ONU” [6]:
“Desde que en 1974 la ONU aprobase la Resolución 3263 (XXIX), instando al establecimiento en el Oriente Medio de una zona libre de armamento nuclear y otras armas de destrucción masiva, fueron numerosas las ocasiones en que las Naciones Unidas y otros organismos internacionales reiteraron el mismo llamamiento... y otras tantas las que fracasaron en su propósito. La última, en 2010, cuando la Conferencia de Revisión del Tratado de No Proliferación Nuclear instó la convocatoria de una conferencia en 2012 para poner en marcha el proceso y la iniciativa fue, una vez más, boicoteada por Israel y los EE.UU. La declaración del Oriente Medio como zona libre de armamento nuclear implicaría la adhesión de Israel al TNP en calidad de estado no nuclear y la ubicación de todas sus instalaciones sobre el control de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA), al igual que ya hicieron el resto de los estados de la región. Si Israel abriera sus instalaciones al escrutinio de los inspectores de la AIEA, el Consejo de Seguridad de la ONU (CS) podría conocer la real envergadura del peligro que esos arsenales supuestamente secretos representan y estaría obligado a tomar las medidas necesarias para eliminar la amenaza que planea sobre la frágil paz de la zona”. 

No obstante, añade el llamamiento, nada es cómo debería. Con su insensata e interesada irresponsabilidad, “el CS deja a Israel las manos libres para aumentar su potencia nuclear fuera de cualquier control, se abstiene de urgir el cumplimiento de sus propias resoluciones y revela su incapacidad para conjurar una catástrofe de consecuencias fácilmente previsibles. Mas esta pasividad irresponsable y los turbios intereses que la determinan no han de ser obstáculo que impida la ciudadanía tomar en sus manos a salvaguarda de la paz y reclamar al Consejo de Seguridad, con voz plural y unánime, que tome las medidas precisas para obligar a Israel a abrir sus arsenales al escrutinio de la AIEA”. 

Se pretende realizar una campaña en red, “sin más centralización que la estrictamente necesaria para ir recogiendo los apoyos y realizar los trámites precisos para que la petición sea recibida y debatida en la ONU”. El texto que será enviado al Consejo de Seguridad y a la Asamblea General de la ONU pueden verse en la web de la campaña: www.stopnuclearisrael.org. ¡Vale la pena que visitemos la página!
PS1: Por debajo de estos asuntos atómicos, está siempre ubicada una de las ecuaciones, definiciones o leyes científicas –lamentablemente, no puedo precisar- más importantes de todos los tiempos, la más popular sin duda: E = m . c2 (Precisamente, con una excelente cita de Einstein, iniciaba Leyde E. Rodríguez Hernández su artículo).

Javier Aguilera, admirable compañero, luchador imprescindible de IU de Jaén, me recordaba muy recientemente la interpretación de las siglas de la ecuación que hace un tiempo hiciera el filósofo revolucionario, otro luchador imprescindible, Francisco Fernández Buey. Vale la pena, apunta al meollo de muchos asuntos:
E (Emancipación) = m (multitudes) . c2 (con consciencia de clase al cuadrado)
¿No es eso? ¿No es tan verdadera como la otra? ¿No tiene tanta fuerza potencial como la ley einsteiniana?

Notas:

[1] http://www.rebelion.org/noticia.php?id=150494. Es el texto de la intervención del autor en el encuentro de organizaciones de la sociedad civil cubana sobre paz y desarme nuclear celebrado el 24 de mayo de 2012. Sociedad Cubana de las Naciones Unidas (ACNU).
[2] Jonathan Neale, Cómo detener el calentamiento global y cambiar el mundo. El Viejo Topo, Mataró (Barcelona), 2012, traducción de Esther Pérez Pérez, 363 páginas.
[3] Amir D. Aczel, Las guerras del uranio. Una rivalidad científica que dio origen a la era atómica. RBA Libros, Madrid, 2012 (Traducción de Ferran Meler, ed original 2009).
[4] Ibidem, pp. 284 y ss.