En un documentado e
imprescindible artículo publicado recientemente en rebelión –“Desarme
Nuclear: Una visión desde las Relaciones Internacionales” [1]-, Leyde E.
Rodríguez Hernández recuerda que la Humanidad se enfrenta en el siglo
XXI a dos grandes desafíos: el cambio climático y la existencia de armas
nucleares. Dejemos el cambio climático para otra ocasión. Vale la pena
consultar si tienen tiempo y ocasión Jonathan Neale, Cómo detener el calentamiento global y cambiar el mundo [2].
De ser utilizadas las armas nucleares, señala Rodríguez Hernández en su
escrito, provocarían un desastre ambiental, acelerando definitivamente
el cambio climático global. Añade: “[…] las armas nucleares, por su alto
poder destructivo, carecen de utilidad militar, porque su uso
provocaría un invierno nuclear de imprevisibles consecuencias para vida
en el planeta…”.
¿De qué invierno nuclear habla el autor? Un
breve apunte sobre este “invierno”. Tomo base para ello en un libro
reciente de Amir D. Aczel [3], el autor de aquel excelente El último teorema de Fermat,
nada sospechoso de formar parte de ningún movimiento antinuclear
internacional. Una muestra de ello: el prefacio de su último ensayo –y
no es ni mucho menos la única ocasión- se abre con estas palabras: “La
energía nuclear puede ayudarnos a luchar contra el calentamiento global
porque se trata de una fuente de energía que no implica emisiones de
carbono a la atmósfera”. Eso sí, admite ADA, la promesa de una fuente de
energía libre de emisiones de carbono tiene como contrapartida la
preocupación que suscitan los residuos nucleares. Ni que decir tiene,
además, que Aczel publicó su ensayo en 2009, dos años antes de la
hecatombe nuclear de Fukushima. Tras el desastre nipón, si la
racionalidad y la prudencia no son sueños de una noche de verano con
huracanes y lluvias torrenciales, nuestra cosmovisión sobre el tema no
puede –y no debe- seguir transitando por el mismo sendero de la
irresponsabilidad y apuesta fáusticas. “¡A lo loco, a lo loco, que así
se (mal)vive mejor!” no es la consigna de la hora.
Recuerda ADA
[4] que en 1982, hace de ello 30 años, aparecieron una serie de
artículos en revistas especializadas en los que se advertía de un grave y
nuevo peligro que representaban las armas nucleares. No era sólo la
muerte, la destrucción y los daños causados por la radiación. Hiroshima y
Nagasaki seguían muy cercanas, muy presentes en la consciencia no
olvidadiza de muchos seres humanos. No era solo eso.
Comunidades
científicas –Paul J. Crutzen, un científico neerlandés, Premio Nobel de
Química, y el gran y nunca olvidado Carl Sagan, entre muchos
otros-determinaron que si en cualquier lugar de la tierra se hacían
explotar muchas –sin precisar este “muchas”- bombas atómicas, se
formaría lo que llamaron, la metáfora era pertinente, un “invierno
nuclear”. Cuando las cenizas y la materia carbonizada generadas por las
explosiones cubrieran la atmósfera, se impediría la entrada de la
radiación solar. Las temperaturas en todo el planeta –¡en toda la
Tierra, en nuestra casa común a compartir!- se desplomarían y las
cosechas en cualquier lugar del globo serían destruidas. ADA refuerza la
idea: “El invierno nuclear haría que todo se congelara, no habría nada
que comer, y las personas así como los animales morirían, lo que
significaría el final de nuestro planeta vivo”.
Pero no es solo eso.
Recientemente se ha incorporado una nueva consideración al tablero del
ajedrez atómico, tan alarmante como las anteriores. Aunque se lanzasen
sólo -¡sólo!- medio centenar de bombas atómicas de una potencia como la
que fue lanzada en Hiroshima –las actuales son infinitamente más
potentes- en una guerra limitada a una determinada área geográfica,
bastarían esas descargas, decía, para provocar un invierno nuclear y la
muerte final del planeta. Y sólo, digámoslo estúpidamente, con esa
“intervención regional”.
Para pintar el escenario con sus
colores adecuados, de negro absoluto, Rodríguez Hernández recuerda en su
trabajo la existencia de unas 25.000 armas nucleares, más de 12 mil de
ellas, el 50% prácticamente, listas para ser empleadas de inmediato.
¿Hay o no motivos, como señala el autor cubano, para tener en cuenta el
peligro que representan, que siguen representando las armas atómicas?
¿Hay razones para estar en situación de “alerta total”?
El
desarme nuclear, lejos de ser una vindicación trasnochada, de tiempos
superados, sigue siendo una vindicación razonable, necesaria y urgente
de todos los pueblos del mundo.
ADA finaliza el apartado
comentando de su ensayo hablando de guerras en Oriente Próximo, de
guerras entre India y Pakistán, y señalando que “por esa razón, aunque
haya concluido casi la confrontación entre Occidente y Rusia, los países
que son potencia nucleares regionales constituyen todavía un peligro
para todos nosotros”. Aczel no aclara el referente de “para todos
nosotros” -podemos pensar en lo peor, por supuesto-, no explica por qué
da por concluido el enfrentamiento OTAN-Rusia sabiendo lo que se sabe de
los actuales planes otánicos, y desde luego no explica por qué hay que
temer a las potencias nucleares regionales y no a las grandes potencias
globales a no ser que pensemos, como acaso él piense, que Estados Unidos
o Inglaterra son bellísimas encarnaciones del Imperio del bien.
Lo anterior, en todo caso, no es el objetivo final de esta nota.
Pertenece a otro ámbito, al de la racionalidad incompleta y al de las
gafas ideológicas que cubren la mirada de grandes historiadores de la
ciencia y excelente divulgadores como Amir D. Aczel (nacido en Haifa,
Israel, en 1950), quien, además, no cita nunca a Israel entre los
peligros atómicos, como si la situación que él mismo denuncia no
estuviera relacionada también con la agresiva política del Estado
racista y anexionista y, entre otras muchas cosas, con los submarinos
atómicos vendidos por Alemania en inmejorables condiciones. ¡Qué ciegos
nos hace ser la ideología acríticamente asumida!
Recordemos por
ello algunos puntos de la “Iniciativa internacional para reclamar una
inspección del arsenal nuclear israelí”. El texto lleva por título:
“Stop Israel nuclear: un millón de voces en la ONU” [6]:
“Desde
que en 1974 la ONU aprobase la Resolución 3263 (XXIX), instando al
establecimiento en el Oriente Medio de una zona libre de armamento
nuclear y otras armas de destrucción masiva, fueron numerosas las
ocasiones en que las Naciones Unidas y otros organismos internacionales
reiteraron el mismo llamamiento... y otras tantas las que fracasaron en
su propósito. La última, en 2010, cuando la Conferencia de Revisión del
Tratado de No Proliferación Nuclear instó la convocatoria de una
conferencia en 2012 para poner en marcha el proceso y la iniciativa fue,
una vez más, boicoteada por Israel y los EE.UU. La declaración del
Oriente Medio como zona libre de armamento nuclear implicaría la
adhesión de Israel al TNP en calidad de estado no nuclear y la ubicación
de todas sus instalaciones sobre el control de la Agencia Internacional
de Energía Atómica (AIEA), al igual que ya hicieron el resto de los
estados de la región. Si Israel abriera sus instalaciones al escrutinio
de los inspectores de la AIEA, el Consejo de Seguridad de la ONU (CS)
podría conocer la real envergadura del peligro que esos arsenales
supuestamente secretos representan y estaría obligado a tomar las
medidas necesarias para eliminar la amenaza que planea sobre la frágil
paz de la zona”.
No obstante, añade el llamamiento, nada es
cómo debería. Con su insensata e interesada irresponsabilidad, “el CS
deja a Israel las manos libres para aumentar su potencia nuclear fuera
de cualquier control, se abstiene de urgir el cumplimiento de sus
propias resoluciones y revela su incapacidad para conjurar una
catástrofe de consecuencias fácilmente previsibles. Mas esta pasividad
irresponsable y los turbios intereses que la determinan no han de ser
obstáculo que impida la ciudadanía tomar en sus manos a salvaguarda de
la paz y reclamar al Consejo de Seguridad, con voz plural y unánime, que
tome las medidas precisas para obligar a Israel a abrir sus arsenales
al escrutinio de la AIEA”.
Se pretende realizar una campaña en
red, “sin más centralización que la estrictamente necesaria para ir
recogiendo los apoyos y realizar los trámites precisos para que la
petición sea recibida y debatida en la ONU”. El texto que será enviado
al Consejo de Seguridad y a la Asamblea General de la ONU pueden verse
en la web de la campaña: www.stopnuclearisrael.org. ¡Vale la pena que visitemos la página!
PS1:
Por debajo de estos asuntos atómicos, está siempre ubicada una de las
ecuaciones, definiciones o leyes científicas –lamentablemente, no puedo
precisar- más importantes de todos los tiempos, la más popular sin duda:
E = m . c2 (Precisamente, con una excelente cita de Einstein, iniciaba Leyde E. Rodríguez Hernández su artículo).
Javier Aguilera, admirable compañero, luchador imprescindible de IU de
Jaén, me recordaba muy recientemente la interpretación de las siglas de
la ecuación que hace un tiempo hiciera el filósofo revolucionario, otro
luchador imprescindible, Francisco Fernández Buey. Vale la pena, apunta
al meollo de muchos asuntos:
E (Emancipación) = m (multitudes) . c2 (con consciencia de clase al cuadrado)
¿No es eso? ¿No es tan verdadera como la otra? ¿No tiene tanta fuerza potencial como la ley einsteiniana?
Notas:
[1] http://www.rebelion.org/noticia.php?id=150494.
Es el texto de la intervención del autor en el encuentro de
organizaciones de la sociedad civil cubana sobre paz y desarme nuclear
celebrado el 24 de mayo de 2012. Sociedad Cubana de las Naciones Unidas
(ACNU).
[2] Jonathan Neale, Cómo detener el calentamiento global y cambiar el mundo. El Viejo Topo, Mataró (Barcelona), 2012, traducción de Esther Pérez Pérez, 363 páginas.
[3] Amir D. Aczel, Las guerras del uranio. Una rivalidad científica que dio origen a la era atómica. RBA Libros, Madrid, 2012 (Traducción de Ferran Meler, ed original 2009).
[4] Ibidem, pp. 284 y ss.
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