¿Cuál sería la proyección de política exterior de una
administración estadounidense, sea demócrata o republicana, hacia el Medio
Oriente y el África Subsahariana en el periodo 2013-2017?
La política exterior de los Estados Unidos, para el
periodo 2013-2017, deberá tomar en consideración los acelerados cambios
económicos globales, los cuales están ejerciendo rápidas transformaciones en el
actual sistema internacional.
Las guerras y las revoluciones han sido a través de la
historia de las relaciones internacionales elementos constitutivos o forjadores
del moderno sistema de estados, pero hoy la economía adquiere especial
relevancia estableciendo nuevas configuraciones de poder con el ascenso de las
denominadas potencias emergentes en distintos continentes. En el Medio Oriente
y África Subsahariana, la política exterior de los Estados Unidos encuentra ya
los incrementos del poderío de Irán y Sudáfrica, para citar solo dos ejemplos
de estados y economías que alcanzan mayores protagonismos e influencia
política en sus respectivas regiones de actuación.
El eventual triunfo del candidato republicano Mitt Romney
significaría darle una nueva oportunidad a los conformadores de política
exterior que fracasaron durante la administración de George W. Bush.
Mitt Romney impregnaría mayor radicalismo ideológico a
las proyecciones de la política exterior a tono con la tradición política de
los Estados Unidos. Lo que constituye algo muy típico de las administraciones
republicanas. El candidato Romney, como todos los de su clase, es un convencido
del excepcionalismo estadounidense no sólo por las dimensiones militares y
económicas que resaltan el poderío de su país, sino por los supuestos valores
democráticos y de derechos humanos que promueve en el escenario internacional.
Este enfoque ubica a Romney dentro de una tendencia ideológica idealista
neoconservadora al estilo del académico estadounidense Robert Kagan,
inspirador, en las últimas décadas, de la idea de la Liga de las Democracias en
reemplazo de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
Ante los desafíos energéticos del siglo XXI, los Estados
Unidos se encuentran entre las principales potencias mundiales que, para el
mantenimiento de su desarrollo industrial, necesita obtener los recursos
naturales ya escasos y que, en el caso del petróleo y el gas, se ubican en
abundancia en los países del Medio Oriente y el África Subsahariana. Contar con
garantías de acceso a estos recursos energéticos, se hace apremiante para los
Estados Unidos porque su Producto Interno Bruto (PIB) muestra síntomas de
decadencia, reflejándose en la pérdida de su liderazgo productivo mundial, un
proceso que podría observarse en toda su magnitud, según estimados, en los años
2016-2017, cuando China probablemente asuma el rango de primera economía
global.
Medio
Oriente
La victoria del candidato Mitt Romney en las elecciones presidenciales
de los Estados Unidos impregnaría un carácter más agresivo a los enfoques
ideológicos y al uso de los instrumentos de política exterior hacia el Medio
Oriente. Lo que se traduciría en una mayor voluntad de desplegar una estrategia
guerrerista en la región en sintonía con la derecha evangélica y mormona de su
partido, así como con los sectores neoconservadores vinculados al capital
militar-industrial que representaría.
En esa dirección cobrarían fuerza las siguientes
orientaciones ofensivas:
*Intensificación de las acciones militares contra Siria,
incluyendo la posibilidad de una operación unilateral, para lograr el
derrocamiento del presidente Bashar al-Asad.
*Una vez derrotado el gobierno de Siria, cobraría fuerza
la obcecación de derrotar violentamente el gobierno de Irán con la
participación activa de Israel.
* La protección militarista de la seguridad de Israel y
Arabia Saudita; y la identificación plena del gobierno estadounidense con los
sectores militaristas de esos países.
Lo anterior pudiera verse facilitado por el escenario de
desestabilización que vislumbra la posibilidad de guerra civil religiosa entre
sunitas y chiítas en seis puntos ultrasensibles: Yemen (ocurrió la
defenestración del dictador Alí Abdalá, sustituido por el vicepresidente, de
acuerdo con el plan qatarí-saudita con bendición de los Estados Unidos/OTAN),
Líbano (al borde de la protobalcanización), Siria (la nueva fractura tectónica
geopolítica regional y global), Irak (balcanizada de facto en tres provincias
etnoreligiosas), Bahréin (intervención militar de las seis petromonarquías
sunitas encabezadas por Arabia Saudita para someter la revuelta de la mayoría
poblacional chiíta aliada a Irán), y Arabia Saudita, país de mayoría
apabullante sunita, que en su región oriental, donde se encuentran sus mayores
reservas de petróleo, está en manos de su minoría chiíta.
No existe región alguna del mundo árabe que escape a la
perniciosa confrontación entre sunitas y chiítas, lo cual, en última instancia,
favorece la estrategia balcanizadora de Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia e
Israel.
En ese contexto, los palestinos se verán seriamente
afectados, pues Romney considera las fronteras de 1967 como “indefendibles”. No
es de esperar, bajo una administración Romney, un cambio que comprenda una
solución justa y equilibrada del conflicto entre Israel y Palestina.
Por otra parte, las organizaciones Hamas y Hezbollah
seguirán siendo catalogadas como una amenaza a los intereses de seguridad
estadounidenses en la región, lo que serviría de pretexto para actuar
militarmente contra las fuerzas que se oponen a la estrategia de dominación de
los Estados Unidos en el Medio Oriente.
Las últimas administraciones de los Estados Unidos
centraron su política exterior en la llamada guerra contra el “fundamentalismo
islámico o el terrorismo”. Estas concepciones parecen mantenerse unidas a otros
pronunciamientos discursivos como la “libertad, democracia y dignidad”, por lo
que servirían de argumentación a los sectores interesados en provocar una
guerra contra Irán, en un espíritu de cruzada o “guerra santa”. Siendo así,
Romney también tendría el aval ideológico de numerosas iglesias evangélicas y
mormonas que sostienen la creencia de que la política exterior de los Estados
Unidos debe desempeñarse siempre desde una posición de fuerza.
Desde esta perspectiva, Romney prometió que aumentará la
presión sobre Irán mediante sanciones económicas y diplomáticas, mientras que
no descarta la opción de una acción militar. La campaña electoral por la
presidencia dejó entrever que Romney estaría más dispuesto que Obama a
emprender una acción militar contra el programa nuclear de Irán con la excusa
de impedir que el país persa adquiera armas nucleares. Esto pudiera marcar una
diferencia de matices entre ambos candidatos, aunque ya Obama colocó severas
sanciones a las exportaciones de petróleo de Irán.
Todo indica que Romney daría continuidad a las políticas
de Obama contra Irán, Iraq, Siria y Afganistán, pero acentuaría el uso de la
fuerza militar y el trabajo sucio de influencia política en el Medio Oriente.
El repliegue de Iraq seguirá el calendario establecido por el ex presidente
George W. Bush; y en cuanto a Afganistán, Obama reconoció que, para fines de
2014, habría riesgos en la retirada de las fuerzas estadounidenses y aliadas en
ese país.
Los aliados estratégicos de los Estados Unidos en la
región: Israel y Arabia Saudita, exigirán una actuación más belicosa de
Washington contra Irán y Siria, así como cualquier otro eventual aliado de
estas naciones en la zona.
Independientemente de quien sea el presidente de los
Estados Unidos, la política exterior de este país no podría ignorar los esfuerzos de Irán para expandir su influencia política,
económica, militar y religiosa en el Oriente Medio; e incluso más allá de esta
región mediante la conformación de aliados en los marcos de la cooperación
económica y militar anti-hegemónica.
Uno de los resultados de la guerra
de los Estados Unidos contra Iraq es el ascenso de Irán como la potencia
militar preeminente en el Golfo Pérsico, pero cualquier administración
estadounidense intentará limitar la capacidad de influencia regional de
Teherán, para impedir a tiempo un cambio fundamental de la política de los
países vecinos a su favor. En ese sentido, los Estados Unidos trabajarán para
garantizar plenamente los intereses de Israel y Arabia Saudita, mientras
Turquía será apoyada para contener la propagación de la influencia iraní en el
norte de Iraq mediante el fortalecimiento de sus instrumentos militares y de
los servicios de inteligencia.
¿Podría Romney desencadenar intervenciones militares
directas con el empleo del ejército de los Estados Unidos, como anteriores
administraciones republicanas o daría continuidad al tipo de operación
ejecutada en Libia con la implicación directa de sus aliados franceses y
británicos?
La ausencia de propuestas novedosas, hace pensar que
Romney posee una visión limitada sobre cuál debería ser la política exterior de
los Estados Unidos, y que estará propenso, más que Obama, a utilizar los
instrumentos militares en el escenario internacional, particularmente en el
Medio Oriente, porque el interés geoestratégico de los Estados Unidos, según
apuntan diferentes analistas, es completar su proyecto Nabucco: un gasoducto
para el transporte del gas natural a través de Europa, el cual parte de Asia
Central y de los alrededores del Mar Negro, pasa por Turquía –donde se sitúa la
infraestructura de almacenamiento- recorriendo distintos países de Europa del
Este y Occidental. Esta sería una forma de diversificación de las actuales
rutas de suministro en Europa, dependientes de Rusia.
Los Estados Unidos pretendían incorporar el gas iraní a
su plan, y a su vez, el gas proveniente del Mediterráneo oriental: Siria,
Líbano e Israel; pero, en julio de 2011, Irán firmó varios acuerdos para el
transporte de su gas a través de Iraq y de Siria. Por consiguiente, Siria se
convirtió así en el principal centro de almacenamiento y producción, vinculado,
además, con las reservas del Líbano. Este acuerdo resultó un fuerte tropiezo
para los creadores del proyecto de Nabucco, pues el nuevo escenario geográfico,
estratégico y energético que se abre con la alianza entre Irán, Iraq, Siria y
el Líbano atrasaría mucho más ese plan.
El proyecto Nabucco estaba diseñado para comenzar la
extracción de gas en el 2014 y en un inicio transportaría a los países de la
Unión Europea 31 mil millones de metros cúbicos de gas natural procedente del
Medio Oriente, de ahí la alianza de los Estados Unidos con la OTAN y la Unión
Europea, y la importancia estratégica de eliminar o transformar la situación
política interna de Irán y Siria.
Ahora se entiende por qué el objetivo
final de los Estados Unidos y Arabia Saudita sería la de interrumpir cualquier
alianza siria-iraní tratando de derrotar, en primer lugar, el gobierno del
presidente Bashar al Assad. Sin embargo, sin una intervención militar extranjera
directa, el régimen sirio es poco probable que se derrumbe. Al Assad seguirá luchando para tratar de acabar con el
descontento interno y desbaratar las acciones terroristas dirigidas desde
algunos de los pequeños estados del Golfo Pérsico (Qatar, Kuwait, Bahrein, Omán,
Emiratos Árabes Unidos y Yemen), todos sometidos a la política estadounidense
de enfrentamiento a Siria con la complicidad de la Liga Árabe.
Los Estados Unidos se mantendrán
vigilantes ante la evolución política en Egipto con un gobierno islamista que,
con sus problemas económicos internos, podría socavar su capacidad como aliado
incondicional, lo que podría aumentar las tensiones de Egipto con Israel
en torno a las cuestiones de seguridad en la península del Sinaí.
La estrategia estadounidense en el Norte de África estará
dirigida a mantener el control sobre Libia, porque facilita el acceso a los
recursos naturales y la presencia militar en toda la región, fortaleciendo el
control sobre Egipto y el monitoreo de la evolución política interna en Argelia.
Con Romny en la presidencia de los Estados Unidos, habría
un desempeño todavía más protagónico del Comité de Asuntos Públicos
Estadounidense--Israelí (AIPAC), institución del poderoso lobby judío en los
Estados Unidos, que con un presupuesto de 60 millones de dólares anuales se
dedica a sufragar y sobornar instancias gubernamentales, órganos de prensa y
políticos en la Administración y el Senado, para que asuman posiciones
favorables a Israel, en las vinculaciones e influencias de la política estadounidense
hacia el Medio Oriente.
África Subsahariana
Dada la diversidad del continente africano, y en especial
los problemas de enormes proporciones económicas, sociales y políticos de 53
países y más de 1000 millones de personas, siempre ha sido un reto para los
Estados Unidos diseñar y poner en práctica una política coherente con respecto
a África Subsahariana.
Tradicionalmente los Estados Unidos han tenido
dificultades en la definición de los intereses estratégicos en el continente
africano, en particular después de la “guerra fría”, y por la histórica
debilidad económica de la mayoría de los países. Sin embargo, también persiste
la tendencia existente, en los últimos años, a otorgarle una mayor atención al
África Subsahariana por las motivaciones estratégicas hacia los factores
económicos y comerciales que sobresalen.
La política exterior estadounidense mostrará, en su
discurso, mayor preocupación por la seguridad alimentaria de Etiopía, Tanzania,
Kenia, Somalia, así como por la sequía que afecta a la región del Sahel. Es
probable que los Estados Unidos intervengan en conflictos por el agua entre
países africanos con el argumento de mantener la estabilidad en una región
donde Washington observa, en las próximas décadas, un potencial mercado para
sus productos.
Por ese motivo, estaría presente la intención
estadounidense de favorecer la creación de una clase media africana, para
enfrentar los problemas derivados de los efectos de la pobreza y el hambre,
continuando con las condicionadas ayudas que ascendieron, en el 2012, a unos
1100 millones de dólares. Potenciar el sector privado, como ha sido uno de los
objetivos de la Nueva Asociación para el Desarrollo de África (NEPAD),
está unido a las prioridades de favorecer las inversiones estadounidenses en la
agricultura y la educación.
Cuando observamos el impacto de las tendencias negativas
del crecimiento demográfico en la generación de desempleo y emigración; y que
la enfermedad del SIDA será el problema mayor en el África Subsahariana,
reduciendo la esperanza de vida de la población, habría que preguntarse:
¿Apostará un gobierno de los Estados Unidos por un nuevo período de estabilidad
y paz en esta región?
Sin embargo, más evidente sería el rol creciente de
África Subsahariana en los mercados de energía, proporcionando el 25 % de las
importaciones del petróleo de los Estados Unidos, por lo que deberá mantenerse
la estrategia de expansión de la presencia y penetración militar de los Estados
Unidos en la región, aunque se encubra en la llamada lucha contra el
terrorismo.
A partir de 2013 podría intensificarse
la estrategia de contención contra los insurgentes somalíes, tanto contra el
grupo de Al Shabaab transnacionalista y su rival nacionalista, el Emirato
Islámico de Somalia. Esta estrategia contará
con la Misión Africana en Somalia (AMISOM), que incluyen las fuerzas de paz de
Uganda, Burundi y Yibuti, y las fuerzas adicionales de Sierra Leona. Las
tropas de Kenia continuarán fortaleciendo el cordón a lo largo de la frontera
de Kenia con el sur de Somalia. Las fuerzas
etíopes fortalecerán un cordón a lo largo de la frontera de Etiopía con el
centro de Somalia, también tratando de proteger el territorio e interceptar a
los rebeldes islámicos.
Los Estados Unidos estarán en el centro coordinador de
todas estas acciones militares con los países africanos; y, por otra parte,
continuarán las acciones encubiertas en el territorio de Somalia. Las fuerzas estadounidenses de operaciones especiales
y los vehículos aéreos no tripulados recogerán y compartirán información de
inteligencia con el gobierno somalí y sus aliados, para la defensa y control de
sus intereses. Además, las fuerzas militares de los Estados Unidos, en el
África Oriental y el Cuerno de África, seguirán siendo preparadas para
aniquilar la resistencia de los rebeldes somalíes o cualquier otro que se
interponga a los planes intervencionistas de la superpotencia.
La partición de Sudán en dos estados,
las intervenciones armadas de la OTAN amparadas por la ONU en Libia, en el
2011, y los recientes golpes de estado en Malí, en marzo de 2012, que produjo
la proclamación por parte de un movimiento político del pueblo tuareg en la
secesión de la región de Azawad, y en Guinea Bissau, en abril de 2012,
evidencian la posibilidad de una creciente inestabilidad asociada a intereses
foráneos que se proponen implantar nuevos mecanismos de control y apropiación
de los cada vez más codiciados recursos naturales del empobrecido continente.
La política exterior estadounidense participará, junto a otras potencias
imperialistas, en este rompecabezas de intereses estratégicos.
Por todo lo anterior, tiene alta
probabilidad que los Estados Unidos expandan sus operaciones secretas de
inteligencia colocando pequeñas bases militares aéreas en el África
Subsahariana con Fuerzas de Operaciones Especiales propias y una amplia
participación de contratistas militares privados y de tropas africanas. Los
aviones espías de los Estados Unidos “desarmados” patrullarán cientos de millas
al norte, hacia Malí, Mauritania y el Sahara, donde supuestamente buscarían
combatientes de Al Qaeda en el Maghreb Islámico. Este programa tomará
importancia adicional por las consecuencias turbulentas del mencionado golpe de
Estado en Malí.
Para los Estados Unidos, por razones
económicas y comerciales, será muy importante la estabilidad en Nigeria, Angola
y Sudáfrica, tres importantes mercados y abastecedores de hidrocarburos, como
son los casos de Nigeria y Angola.
En el caso de Sudáfrica, potencia emergente
integrante del Grupo BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), los
estrategas estadounidenses prestarán especial seguimiento a las
elecciones de 2014, en las que el presidente sudafricano, Jacob Zuma, tratará
de asegurar un segundo mandato como presidente del Congreso Nacional Africano
(ANC, siglas en inglés) cargo que efectivamente lo convertiría en el candidato
del partido para las elecciones presidenciales de Sudáfrica.
La política exterior estadounidense tendrá muy en cuenta
la labor de concertación política en el seno del grupo de las naciones más
industrializadas (G-8), para continuar integrando los principales mercados del
África Subsahariana en la economía capitalista global.
Esa estrategia supondría resultados favorables a los intereses
financieros y económicos del G-8 liderado por los Estados Unidos, sin que
abandonen la óptica de que sean los países africanos los que se hagan
responsables de sus problemas más críticos en materia de política económica,
sistemas democráticos, gobernabilidad y seguridad; lo que deben lograr
impulsados por las iniciativas que ellos mismos sean capaces de adoptar en los
marcos de la Unión Africana.
* Ponencia presentada en el Seminario
sobre la política exterior de los Estados Unidos. Centro de Estudios sobre los
Estados Unidos de la Universidad de La Habana, Cuba, 29 de junio de 2012.
No hay comentarios:
Publicar un comentario