Por Eduardo Montes de Oca
Rebelión
Resulta una suerte de síndrome del
ajedrecista, digo yo. A menudo los contendientes anticipan menos
jugadas, y cometen más errores, que quienes atienden al match desde la
vera.
Pero fuera del juego suele ocurrir lo mismo. El
historiador Paul Kennedy, citado por el articulista Raúl Zibechi, debe
haber hecho sentirse aquejado del mal a muchos. “Vivimos en un
parteaguas”. Sin embargo, “son muy pocos los contemporáneos que se dan
cuenta de que han entrado en una nueva era”, quizás porque no ha
aparecido la “perspectiva de la mirada distanciada”, el hito, la
referencia indeleble de una conmoción telúrica, de una guerra, sino que,
por el contrario, se da una “lenta acumulación de fuerzas
transformadoras, en su mayor parte invisibles, casi siempre
impredecibles, que, tarde o temprano, acaban convirtiendo una época en
otra distinta”.
Las principales potencias del cambio, explica,
serían (son) la erosión constante del dólar, que pasó de representar el
85 por ciento de las monedas internacionales al entorno del 60 por
ciento; la segunda, la parálisis del proyecto europeo; la tercera, el
ascenso de Asia, que supone el fin de 500 años de historia hegemonizada
por Occidente; la cuarta, la decrepitud de las Naciones Unidas.
Para
los miopes a ultranza, la IV Cumbre del BRICS (grupo configurado por
Brasil, Rusia, la India, China y Sudáfrica), recién celebrada en Nueva
Delhi, podría representar un “bulto” discernible, una inobjetable señal
de que algo se mueve. No en vano en la cita se decidió la creación de un
banco de desarrollo de los cinco países, con creciente peso en la
economía planetaria. La institución proveerá al ámbito subdesarrollado
de una fuente de capital alternativo al condicionado políticamente por…
se sabe quiénes, o restringido a causa de la insuficiente solvencia del
Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, controlados por
Washington y la Unión Europea.
Como prueba de la importancia de
lo dispuesto, apuntemos que el quinteto posee casi la mitad de la
población y el 30 por ciento de la superficie del globo, así como el 35
por ciento de las reservas de divisas. (China ha devenido la gran
acreedora de Estados Unidos y otras naciones industrializadas.) Por si
no bastara, dispone de crudo, gas, bauxita, oro, plata, manganeso,
níquel, fosfato, platino, tungsteno, plomo, zinc, estaño, uranio,
carbón, diamantes, energía eléctrica… Asimismo, se erige en anchuroso
granero, en medio de la crisis alimentaria, y sus miembros se
complementan proverbialmente.
Pero los signos de los tiempos no se reducen a lo anotado. El colega Umberto Mazzi nos recuerda, en ALAI AMLATINA,
que algunos suministradores de hidrocarburos han comenzado a separarse
del petrodólar, “como se llamó a la emisión de dólares inorgánicos para
pagar el alza del petróleo que produjo el abandono definitivo del patrón
oro por Estados Unidos, en 1973. Las grandes economías exportadoras y
algunas instituciones internacionales, como la ONU, ya se han planteado
la necesidad de una nueva moneda de reserva mundial”.
Sucede que
la riqueza de EE.UU. se deteriora desde hace décadas y el esfuerzo
financiero por salvar los bancos ha desviado y esterilizado la bolsa de
recursos que la habría estimulado. “El creciente desempleo, la
desindustrialización norteamericana y una balanza comercial en déficit
crónico recomiendan un alejamiento del dólar como moneda de reserva”.
Hoy
por hoy, el yuan ha sido aceptado para el intercambio bilateral entre
China -cuyas empresas, por cierto, lo utilizan ya en el trasiego con sus
socios en 181 Estados- e incluso aliados de los gringos, como Japón y
Australia. Y lo más importante: aumenta por día el número de acuerdos al
respecto. Sí, algo estaría por trocarse a mediano o corto plazo.
Conforme
a diversos analistas, en un ámbito colmado de pobreza y desigualdades,
la consolidación del BRICS insufla esperanza a la humanidad, porque
propone un enfoque de desarrollo diferente, con énfasis en la
instauración de infraestructuras y la aplicación de resultados
científicos, tecnológicos. La coordinación del ente supone un elemento
de contención a la plataforma unipolar diseñada por Washington y sus
adláteres europeos desde el fin de la Guerra Fría, “e inserta en las
relaciones internacionales un freno al hegemonismo estadounidense, lo
que no excluye un aumento de tensiones ante la expansión de la OTAN
hacia Rusia y el Oriente Medio”…
Ah, la guerra como fatum
de un orbe donde la multipolaridad sigue siendo el gran conjuro. ¿Se
avendrán las potencias establecidas a un pacífico traspaso en la carrera
de relevos que sostienen con las llamadas emergentes? Lo más
distinguible desde la atalaya del presente es que definitivamente nos
encontramos en un parteaguas. Un punto de inflexión. Y que para
afrontarlo, o aprontarlo, tendremos que empezar por sobreponernos al
síndrome del ajedrecista. Digo yo.
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