jueves, 23 de junio de 2011

La Revolución logró despojar a las bellas artes de su contenido dominador y elitista

 

 Alfabetizar a 30% de la población fue el primer hecho cultural al bajar de la Sierra Maestra 

 

En Cuba más de 30 mil instructores de arte forman al pueblo para que sea un espectador activo, crítico, analista, apreciativo y avezado, expresó el viceministro de Cultura, Fernando Rojas

El viceministro de Cultura de Cuba, Fernando Rojas,  la presidenta del Casa del ALBA, Ana María 
Pellón, y el coordinador de ALBA Cultural, Miguel González


La Revolución en Cuba fue no solo uno de los acontecimientos políticos más importantes del siglo XX, sino que tuvo una significación cultural sin precedentes en esa centuria. Hoy todavía es parte de ese imaginario colectivo mundial.
El triunfo de los patriotas contra la dictadura constituyó un hecho heroico porque sucedió en las narices del imperio, pero además estremeció la cultura dominante. El Che Guevara fue y sigue siendo uno de los íconos más importantes de la humanidad, como lo es el Comandante Fidel Castro Ruz.
Aunque se le quiso convertir en simple fetiche, en un souvenir, con sus ideas del hombre nuevo trasegó la ideología dominante, hasta en el mismo imperio. El Che fue inspiración para todas las luchas revolucionarias, pero además fue el acicate de los movimientos de la contracultura.
La revolución cubana se constituyó a partir de los años sesenta en sinónimo de vanguardia cultural, aunque ahora sus detractores traten de calificarla con el ramplón epíteto de dictadura. Poco a poco fue despojando a las bellas artes de su contenido dominador y elitista e inclusiva de la cultura popular.
Basta con pasear por las calles de La Habana vieja para percatarse del gran movimiento cultural que surca sus calles y mora en sus vetustas edificaciones. Desde las sedes de los Comités en Defensa de la Revolución  funcionan también como centros de actividades artísticas y de formación, hasta iniciativas culturales de los más diversos colectivos que mantienen un alto grado de interacción con la realidad circundante.
Esto ha sido un trabajo arduo que se inició en el mismo momento de sacar a Fulgencio Batista del poder. Uno de los grandes retos inmediatos después del triunfo en 1959 de los guerrilleros heroicos de la Sierra Maestra fue resolver el acceso del pueblo a los bienes y servicios culturales que solo estaba reservado para las élites.
“Hicimos una campaña de alfabetización en menos de un año para incluir una población que registraba en ese momento 30% de analfabetismo. Un flagelo que hoy está erradicado, pero en ese momento era imposible hablar del pleno acceso a la cultura si no lo resolvíamos”, manifestó el viceministro de Cultura, Fernando Rojas, acompañado por la presidenta del Casa del ALBA, Ana María Pellón, y el coordinador de ALBA Cultural, Miguel González en la sede de esa nobel institución ubicada en El Vedado, La Habana.


VISIÓN INCLUYENTE

 

El hecho de que la educación y cultura se fundan en un mismo objetivo, ha sido la constante de la Revolución. Se trata de crear unas instituciones culturales orientadas hacia la inclusión, por eso se propuso de inmediato universalizar el hecho cultural, por distintas vías.
Una fue la de crear nuevas instituciones e industrias culturales propias. “En 1959 se creó el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (Icaic) para poder romper con el monopolio de las grandes cadenas de televisión y los estudios estadounidenses”.
Ese mismo año bajo la iniciativa de Haydee Santamaría, guerrillera que participó en 1953 en el asalto al Cuartel Moncada, se crea la Casa de las Américas como un instrumento de diálogo con otras culturas.
También se crearon otras instituciones de servicio público que son gratuitas u ofrecen tarifas para nada asociadas al mercado, con la finalidad de acercarlas a las personas. “En Cuba la entrada a un museo vale unos pocos pesos cubanos”, acotó Rojas.
La visión de la cultura cubana, según Rojas, no es la de ofrecer una mercancía como en la sociedad capitalista, sino la de entablar una relación de participantes. “Por eso hoy contamos con más de 350 casas de cultura que son instituciones polivalentes comunitarias, asientos de experiencias y manifestaciones populares que se relacionan con la producción viva”.
Desde principios de la Revolución se eliminó las formas administrativas de discriminación de las culturas populares. Una práctica muy ligada al racismo institucional que existía en Cuba y con la que tuvo lidiar la naciente República, sostuvo el viceministro en conversación con un grupo de periodistas venezolanos que visitaron el país antillano para conocer de cerca de su realidad, .
“Aquí un negro no podía entrar en una playa, en un club, en un parque principal. Ellos caminaban por un lado y los blancos por otro, para no encontrarse. Era muy interesante porque aunque no había una legislación al respecto, como en estados Unidos, esa práctica neocolonial que impusieron debe ser objeto de estudio”, planteó el servidor público.
Aunque estas restricciones se eliminaron de inmediato, fue a partir de la década de los ochenta que se empezaron a registrar todas esas expresiones populares. “Se que en Venezuela se está haciendo ahora. Ustedes lo llaman Censo del Patrimonio, tanto material como inmaterial, como lo puso de moda la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco). Nosotros en esa época no acostumbramos a llamarlas cultura popular tradicional”, explicó el viceministro cubano.
De ese inventario salió un atlas que es referencia obligada y donde partieron las políticas públicas de proteger, salvaguardar, financiar y cuidar esas expresiones y, además, incluirlas en el programa de educación general.

FORMACIÓN DESDE LA PRIMARIA

 

Cuba posee un gran acervo de instituciones ligadas a la cultura. De 412 bibliotecas públicas, hasta 200 museos, sin contar las 12 mil escuelas en las que están más de 30 mil instructores culturales que están en las escuelas.
Resaltó la importancia de los instructores. Estos profesionales tienen habilidades artísticas, tocan un instrumento, pintan, cantan en un coro o está reparado como actor, pero su oficio es de convertirse en un pedagogo para lograr la participación de la población en el hecho cultural. “Se trata de formar al pueblo para que sea un espectador activo, crítico, analista, apreciativo y avezado”, detalló.
La preparación de las niñas, niños y adolescentes en las escuelas no es para que se hagan artistas, porque para eso están los institutos de arte, sino para que se conviertan en ese espectador activo a que hacía referencia el viceministro. “Esto es calidad de vida y es la misma concepción que utilizamos en el deporte”.
Después, si el estudiante quiere profundizar en alguna disciplina están las casas de la cultura, que es otro nivel de la pirámide. “A partir de oportunidades iguales para todos, que es lo que pensamos es el socialismo, se incorpora a las creación popular para satisfacer sus inquietudes”, agregó.

DILEMA ACADÉMICO RESUELTO EN LA PRÁCTICA

 

Todo este proceso no está reñido con las bellas artes, como pudieran pensar algunos, porque según Rojas son parte de la cultura. “La Revolución lo que ha hecho es despojarlas (bellas artes) de su contenido dominador, elitista, vinculado a los grandes monopolios y dotarlas de un contenido popular, que esté al alcance de todas y todos cubanos”.
Rojas aseguró que una de sus grandes obsesiones es imbricar las vanguardias artísticas con las culturas populares. Rojas ejemplificó para darle peso a sus palabras. “En Cuba hay más de 300 clubes del baile popular cubano y mexicano. Una manifestación cultural, entre tantas, que se imbrica con las bellas artes”.
Las bellas artes no son de élite por sí mismas, sino cuando no se tienen espectadores que las aprecien porque no los formas” este es el gran reto a lo largo de estos 53 años de la Revolución cubana.
De ahí que la Revolución crearon en todas las provincias las academias de arte, que es el otro momento de la pirámide. “De manera que ese niño que se formó en la escuela, en la casa de la cultura, y estuvo bailando durante un largo período de tiempo pueda dar un paso más adelante, prepararse como profesional si pasa un examen”.
El comandante Fidel decía: “cuántos talentos se habrán perdido por no tener una escuela cerca”. Ahora hasta en las montañas de Guantánamo si un niño tiene aptitudes para tocar el violín, sigue en su explicación el viceministro, y era integrante del coro de la sala de televisión que está en su comunidad y después en su escuela aprendió a apreciar música y, posteriormente, se formó en una escuela de la cultura; se le abre la oportunidad de profesionalizarse. Existe cerca de 10 mil estudiantes de las academias de arte”.
Todo este semillero de escuelas de formación le ha permitido mantener una alta actividad cultural, muchas veces gratuitos o a precios que no superan los 20 pesos cubanos (menos de un nuevo peso, denominado CUC), un valor insignificante si se compara con lo que cuesta por ejemplo en presentación del ballet de Alicia Alonso en Nueva York, por ejemplo.
En Cuba se registraron el año pasado cerca de 45 millones de participantes en actividades culturales. Es decir, las cubanas y cubanos van por los menos 4 veces a espectáculos, reveló orgullos el viceministro.
Pero eso no es todo, en Cuba se imprimieron entre folletos y libros cerca de 30 millones de ejemplares. De esos entre 5 y 8 millones van a la Feria del Libro, un mega evento que dura un mes y se realiza en 16 ciudades en que participan millones de personas.

LA ECONOMÍA DE LA CULTURA

 

Desde inicio de la Revolución, Cuba se hizo de una actividad empresarial cultural propia, la cual funciona con arreglo a la oferta y la demanda. “Estos no ha permitido el desarrollo de una gran industria exportadora de bienes y servicios que permite redistribuir esos ingresos y, por ejemplo, subsidiar la edición de los libros”, adelantó Rojas.
Después de los libros, el segundo lugar en la producción está el cine. Es una industria muy costosa, pero ha pesar de las dificultades económicas, Cuba produce al año un promedio de 10 películas. “No es el mejor momento pero es una cantidad aceptable. A esto hay que agregarle más de 50 cortometrajes y más de 600 minutos de dibujos animados”, acotó el viceministro al reconocer que una de las grandes fallas que tiene la industria cultural cubana es la discografía.
Pero Cuba no es una isla cerrada y está abierta a las manifestaciones culturales de otros países. Famosos son sus festivales promovidos por países amigos e inclusive de naciones cuyos gobiernos mantienen una actitud hostil, como Estados Unidos. “Más de 15 personas salen de Cuba por intercambio cultural y recibimos 2 mil artistas extranjeros”, reveló Rojas.
A pesar de las dificultades Cuba destina entre 3% y 4% del Producto Interno Bruto (PIB) al presupuesto de la cultura. “En el año 2005 se destinaron 98,4 millones de pesos a las instituciones culturales centrales, en el año 2009 superó los 197,8 millones de pesos. Mientras que a las entidades locales en 2005 fueron de 341 millones y el 2009 643,4 millones de pesos (cerca de 30 millones de dólares).
Los Lineamientos de la de la Política Económica y Social solicitan a todas las instituciones a reducir los gastos. Rojas dijo que para lograr esto existen dos vías: una es reducir las erogaciones y para eso abría que echar gente.
La otra vía es incrementar los ingresos y crear nuevas formas de gestión. “No vamos a echar artistas, ni reducir los centros de formación, sino vamos a descentralizar la producción artística para bajar costos y adaptar los espectáculos al número de espectadores. La vía para ser autosostenibles es crear empresas culturales”, concluyó.

PABLO MILANÉS ESTÁ DE ESTE LADO

 

“Pablo Milanés es un artista de la Revolución, su obra es inseparable de este proceso, pertenece a la cultura cubana”, resaltó Fernado Rojas, al reconocer que las declaraciones del cantautor crearon una situación compleja ya superada.
El legendario cantautor cubano, residenciado en Madrid ha expresado duras críticas al gobierno de su país, respecto al grado de libertad de expresión.
“Es un hombre de la Revolución, aunque en algún momento tenga una opinión que a nosotros no nos parezca adecuada”.
Casos distintos son las de aquellos artistas que son agentes de la contrarrevolución cubana que funcionan en el exterior. Algunos son grandes artistas, pero realizan actividades para derrocar al Gobierno, con ellos no hay diálogo posible.
“Son pocos los casos de artistas que fueron formados en academias cubanas en Revolución y se fueron. Un ejemplo es Arturo Sandoval o Paquito de Rivera, grandes artistas”, se lamentó FernandoRojas.

LA PRIMERA CASA DEL ALBA

 

A pesar de la polémica en los medios de comunicación internacionales sobre las Casas de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) respecto a las actividades que realizaban en algunos países como Perú, lo cierto es que existe solo una, manifestó su presidente Ana María Pellón.
Fue inaugurada el 13 de diciembre de 2009 y esperamos por la pronta inauguración de otra en Venezuela, aunque eso corresponde a las autoridades de ese país hermano”, expresó Pellón quien fue responsable hasta hace poco de Misión Cultura Socialista en la República Bolivariana.
En tan poco tiempo la nobel institución ubicada se ha ganado las simpatías de los habaneros por su extensa programación. Pero sus objetivos van más allá. Además de promover la creación, las casas del ALBA tienen como propósito resguardar el patrimonio sociocultural y recabar divulgar el conocimiento de la historia latinoamericana y caribeña.
T/ Manuel López
F/ Raúl Cazal-AVN
Fuente: Correo del Orinoco

El universo de Palabras a los intelectuales.

Por Fernando Rojas
Viceministro de Cultura de Cuba
El mundo simbólico de varias generaciones de cubanos, de la mayoría de nosotros, es el que creó la Revolución. Esté en la isla o en el extranjero, cualquier cubano ha sido marcado por el cine de Santiago, de Titón y de Humberto, por la poesía, desde Fayad y Retamar hasta Silvio, por el pensamiento, desde Moreno Fraginals a Fernando Martínez Heredia, por la música de los Van Van, Chucho Valdés, Pablo, Santiaguito e Interactivo; y, sobre todo, por un tipo de sociabilidad nuevo, que nos acompaña ya varias décadas y que, aunque se mencione muy poco, es una de las más claras evidencias del cambio revolucionario. 

Los proyectos de las escuelas en el campo o de las movilizaciones masivas y las exitosas campañas internacionalistas, junto a la política educacional de pleno acceso y la abundancia de libros conformaron una lógica de las relaciones humanas basadas en la solidaridad, el colectivismo y el culto a la satisfacción espiritual. La idea de la cultura como derecho y como oportunidad para todos está en el fundamento de las relaciones sociales construidas por la Revolución. Aún en las circunstancias actuales, en las que pueden confluir el incremento de las carencias materiales y el empobrecimiento del gusto estético, esa sociabilidad se deja ver, a veces de manera difusa, y a veces escandalosamente. La presencia de la religiosidad popular, esencial expresión de la identidad cubana, conecta significativamente con este tipo de relación entre los seres humanos.

De esto se trata “Palabras a los intelectuales”. Suele recordarse solamente la sentencia de Fidel que entró en la historia desde entonces, pero el texto y su contexto son mucho más.

Por supuesto la convocatoria a las reuniones de intelectuales en la primavera y el verano de 1961, obedeció a una coyuntura, por demás bastante fácil de superar, si sólo de eso se hubiera tratado. PM, la película de Sabá Cabrera Infante y Orlando Jiménez Leal, que el ICAIC decidió no exhibir, es un filme intrascendente. Su fama se debe, precisamente, a las reuniones de intelectuales de mediados de 1961.

A Fidel le interesaba sobre todo, contrarrestar la inquietud que el suceso con PM había despertado en intelectuales de mucha más valía que los directores del filme.

A la vez, el Primer Ministro del Gobierno Revolucionario necesitaba zanjar esa cuestión para adentrarse en algo tan importante para él como la discusión sobre la censura y los límites a la creación; así, el discurso de Fidel tiene dos partes claramente identificables; pero la segunda casi ni se menciona.

De la parte conocida y divulgada se cita hasta la saciedad la célebre frase “dentro de la Revolución todo, contra la Revolución nada”. Se cita mal, confundiéndola a menudo, por distracción o a propósito, con una frase de Trotsky, -que no dice lo mismo- y sacándola del contexto, pues inmediatamente después Fidel se refiere a cuestiones de derecho, en la lógica de la tradición iluminista, en el sentido de la revolución como fuente de derecho, apartándose un tanto de la cuestión de la libertad de creación. Pero sobre todo, se omite todo lo que sigue sobre la relación de la Revolución con la libertad, que va mucho más allá de la creación meramente artística y literaria, y se refiere claramente a la actitud de la Revolución y su gobierno ante el pensamiento y la actividad creadora que le acompaña.

Fidel habla de que hay que garantizar condiciones de trabajo a los escritores no revolucionarios, insiste en que deben poder trabajar en y con la Revolución. Esta perspectiva inclusiva, en otra parte del texto, se extiende a los contrarrevolucionarios: la Revolución solo renuncia a los que sean incorregiblemente reaccionarios, a los que sean incorregiblemente contrarrevolucionarios. Es decir, se parte del criterio de que la posición contrarrevolucionaria puede ser coyuntural. Y, si de la creación se trata, ese aserto significa que sólo el proceso creador mismo y la circulación de la obra artística será el escenario en que se ventilen estas complejas cuestiones. La inclusión de todos, entonces, es la clave de las “Palabras…” Años más tarde Carlos Rafael Rodríguez dirá que “el que no está contra nosotros, está con nosotros” y afirmará que son preferibles las dificultades por el exceso de libertad que las que provienen de la falta de esta.

En rigor, los asuntos del contenido y la forma de la obra de arte no pueden resolverse esencialmente en el acto de creación. Es absurdo, aún en nombre de la Revolución, pretender no ya normar, sino incluso conocer lo que pasa por la cabeza del creador. La relación de las instituciones con los artistas y escritores arranca del apoyo irrestricto a la búsqueda creativa, a la experimentación y a la complejidad de la forma y el contenido. Cualquier influencia en la obra es posible sólo si las instituciones participan junto al artista y al escritor en el proceso creador, estrictamente en términos de igualdad y en ningún caso inquiriendo sobre la relación personal del creador con ese proceso. 

Es en el dominio de la promoción, a partir de las reacciones del público y la crítica en el que se vislumbra, por una serie de aproximaciones sucesivas, las perspectivas no sólo y no tanto ideológicas, sino de todo tipo en la naturaleza de la obra exhibida o publicada. Al arribar a este punto, las instituciones de la cultura trabajan con el criterio de que todo lo valioso puede y debe ser promovido. Lo realmente importante es establecer los circuitos de promoción, tan diversos como diversas son las obras artísticas y literarias y su naturaleza, y los públicos que acceden a ellas, a quienes –a los públicos- se les supone capaces de apreciar el arte y directamente participativos más que consumidores estrictos. La exclusión se refiere sólo a “los incorregiblemente reaccionarios” y al mismo tiempo distingue entre la posición política del autor y la obra valiosa que puede y debe circular.

Saldada por el momento la cuestión de la libertad de creación, el líder de la Revolución pasa a explicar en extenso las ideas, discutidas previamente también con los artistas y escritores cubanos, sobre la promoción del arte y la literatura entre las grandes masas de la población. Las versiones manipuladoras de las “Palabras…” omiten completamente esta parte del texto.

Ya para entonces, Fidel ha lanzado el conocido apotegma sobre la libertad de pensamiento de todos los cubanos: “No le decimos al pueblo cree; le decimos lee”. En junio del 61 amplía ese criterio con la idea de multiplicar las posibilidades de las grandes masas de acceder al arte y la literatura, como complemento de aquella otra de hacer todo lo posible porque esas mismas masas estuvieran en mejores condiciones para comprender más y mejor las manifestaciones del arte y la literatura. Para emprender esta titánica tarea, esboza el concepto de la formación de instructores de arte, cuya misión fundamental estaría en detectar los talentos que ingresarían al entonces incipiente sistema de enseñanza artística, y “formar el gusto artístico y la afición cultural” de la población.

Se trataba, en primer término de garantizar el pleno acceso de la población a los bienes y servicios culturales, especialmente al libro. Hasta hoy, ese ha sido uno de los empeños principales de la Revolución y no se podrá cejar en él, frente a desviaciones burocráticas y concesiones mercantilistas.

Se estaban sentando las bases de dos vías de desarrollo de la cultura, inseparables una de la otra, que con el paso de los años se convertirían en procesos únicos, cuyos resultados no dejan de asombrar a quienes los conocen. Así, lo que comenzó con algunos proyectos locales y un par de academias en la capital, se fue ampliando y consolidando hasta convertirse en un sistema de enseñanza artística, que abarca los niveles elemental, medio y superior, y que se extiende por todo el país. Sus frutos más imperecederos están en la obra misma de los artistas e intelectuales con que contamos hoy en nuestro país, y cuya diversidad y calidad es reconocida en todo el mundo.

Pero a la vez, se comprendía desde ya, que sólo el acceso masivo al arte y la cultura lograrían la elevación de la espiritualidad, y por tanto, de la calidad de vida de la población. En años posteriores, se apostaría por el desarrollo del arte en las escuelas de todos los niveles de enseñanza, en los centros de trabajo con el apoyo de los sindicatos, y en la confluencia ulterior de programas especiales que abarcarían las prisiones, los discapacitados, y las zonas montañosas y de difícil acceso. El resultado más palpable de todo este proceso lo constituyó el fuerte y masivo movimiento de artistas aficionados, que en su mejor momento llegó a contar con más de un millón de miembros en todo el país, con muy altos niveles de calidad artística.

Se trata de todo un universo donde lo esencial es la práctica cultural masiva -bien desde lo apreciativo, bien desde la creación como aficionados- y la participación en procesos de desarrollo, que salvaguardan y promueven las manifestaciones y expresiones de la cultura popular. Universo que tiene en su centro el accionar de los instructores de arte, aquellos que en sus inicios actuaron de manera priorizada en granjas, cooperativas agrícolas, comunidades campesinas y grandes centros laborales, y que hoy tienen como esfera fundamental de actuación las escuelas, de todos los tipos y niveles de enseñanza, donde las manifestaciones artísticas forman parte de los programas curriculares. La labor del instructor de arte como educador del gusto estético, como formador de públicos, como promotor de la participación activa de la población en sus procesos culturales, abarca además la identificación, preservación y promoción del patrimonio cultural vivo, a partir del respeto a los procesos identitarios de carácter local y a sus disímiles formas de expresión, y constituye un paradigma en el desarrollo cultural de la nación.

A pesar de la plataforma estratégica que trazó Fidel para los intelectuales, hubo importantes desviaciones de esa política en los años 70, que algunos estudiosos han llamado Quinquenio Gris, y otros Decenio. Esas distorsiones provocaron daños significativos a una parte de los escritores y artistas. Las consecuencias de tales normas y sus secuelas de parametración en el teatro y de censura en la literatura, dejarían una huella duradera en la población, que se perdería por un buen tiempo una parte importante de la producción cultural de vanguardia. La cuestión, si bien fue resuelta en términos de definición de política en el Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba en 1975, se prolongó por más tiempo. Fue más sencillo rectificar el error programático en los documentos políticos que eliminar las prácticas asociadas a aquel.

Las rectificaciones, es bueno reiterarlo, han sido rotundas. No son iguales ni parecidas las experiencias de los errores en la política cultural de la Revolución Cubana y las políticas y prácticas del llamado “socialismo real”. La producción intelectual de aquellos años ha sido rescatada. Sus autores gozan de prestigio y reconocimiento. Las instituciones culturales dedican ingentes esfuerzos a promover a todo el que no fue publicado en aquella época y a estrenar las obras de teatro de esos años. El criterio prevaleciente es que toda la producción cultural cubana de valor, realizada en Cuba o fuera de ella, pertenece a la Revolución. Sostenemos que nos pertenecen Cabrera Infante, Lidia Cabrera y Reinaldo Arenas, entre muchos otros. A todos ellos se les ha publicado en Cuba, a pesar de las protestas desde el exterior. Defendemos el criterio de que se debe escuchar a Celia Cruz.

Una prueba importante para esta política fue el ascenso de importantes promociones de jóvenes escritores y artistas a finales de los años 80. Pocas veces resultó tan amenazado el capital simbólico de la Revolución, sin ella misma saberlo: se trataba de la amenaza a lo que de ella había absorbido una buena parte de sus mejores hijos. Una demostración de lo difícil que resultó superar el lastre de los 70 fue la incapacidad que manifestaron inicialmente las instituciones para relacionarse con esos jóvenes, -gran parte de los cuales conformaban las primeras promociones significativas del sistema de la enseñanza artística fundado por la Revolución-, que habían recibido todo el enorme caudal de conocimientos y herramientas consustanciales a la política cultural de “Palabras a los Intelectuales”.

Los desencuentros institucionales con esta importante hornada de creadores cubanos se expresaron en incomprensiones estéticas, en carencias de una legitimación reclamada con justicia a gritos por el propio nivel de las obras producidas y en una politización innecesaria de hechos artísticos y literarios de vanguardia. El saldo negativo más importante fue la salida del país de un grupo de esos jóvenes, en su mayoría artistas de la plástica. Sin embargo, hoy sus obras se exhiben en Cuba, son conocidas por el público y analizadas por la crítica, forman parte del patrimonio nacional y se muestran, por sólo citar un ejemplo, en las salas del Museo Nacional de Bellas Artes.

La conclusión más importante de este proceso es que a fines de los 80 y principios de los 90 se cancelan definitivamente las consecuencias para la promoción de la cultura cubana del llamado “quinquenio o decenio gris”. La capacidad que demostraron instituciones y creadores para difundir la obra de la generación intelectual de los 80, con independencia del credo ideo estético, del lastre de los recientes desencuentros y del lugar en que residieran los escritores y artistas, se consagró como parte de la política cultural. La promoción de la obra de cualquier joven artista o escritor cubano ha corrido desde entonces esa misma suerte. Como ya se ha afirmado por no pocos estudiosos y críticos, vivimos desde principios de los 90 una explosión creativa en todas las manifestaciones del arte y la literatura.

Los vestigios del pensamiento dogmático se atrincheraron en los sectores burocráticos, en un tipo de sensibilidad consustancial al funcionariado, más que en actos concretos contra la creación, que desde entonces ya resultaban imposibles. Se expresaron actitudes insensibles, propensas a promover lo mediocre y lo foráneo, refractarias a la influencia del mercado en el contexto de la crisis de los 90 y la penetración de aquel –por primera vez en muchos años- en la realidad económica cubana. Aquellos cambios de los 90, que hoy parecen a veces cosméticos ante las demandas de la realidad presente, fueron suficientes para generar nuevos tipos de desigualdades que reprodujeron lo peor de los prejuicios raciales de épocas anteriores y, frente a ellos un repuntar de las culturas y las creencias religiosas populares entre la masa de la población.

Para enfatizar el rechazo a cualquier tipo de dogma en la aplicación de la política cultural y en respuesta al intento de reivindicar a algunas personas responsables de los grandes errores de los 70, durante 2007 y 2008 las instituciones culturales y especialmente los escritores y artistas cubanos debatieron a fondo aquellas nefastas experiencias y sus consecuencias. Los resultados de ese debate son ampliamente conocidos. Se necesita que debates como ese se produzcan más a menudo y sin que estén dictados por razones coyunturales.

Los niveles educacionales y el acceso a la cultura alcanzados por los cubanos deberán preservarse y desarrollarse. La cultura es percibida como un derecho y esa percepción forma parte del legado revolucionario y del mundo simbólico de los cubanos de hoy, rico y digno, aún en la pobreza y amenazado por ella misma, por la insensibilidad burocrática, por el mercado y los modelos culturales hegemónicos a él asociados y por la contrarrevolución inescrupulosa e insaciable.

Habrá que preservar y enriquecer la cultura, además, porque de ella tendrá que nutrirse el imprescindible capital ideológico que sustente y enjuicie los cambios en curso. En la inevitable relación con el mercado, herramienta que el gobierno de la Revolución intenta usar contra las carencias de todo tipo, la actitud cultural ante el perseverante fetichismo de la mercancía será esencial para que aquel no nos consuma.

Los “incorregiblemente contrarrevolucionarios” son una exigua minoría, en Cuba y fuera de ella. Se puede pasar rápidamente por encima de la hilarante colección de referencias a la Cuba paralizada y miserable que nadie ve cuando la visita y de la masa opositora sólo existente en la prensa internacional. Se verá entonces que el aporte de estos “intelectuales” se reduce a pretender organizar manifestaciones callejeras, siempre fracasadas, en sintonía total con la lógica de la política norteamericana contra Cuba que pretende por la presión combinada del bloqueo, las campañas mediáticas y la relación “pueblo a pueblo”, hasta hoy desventajosa para esa política, crear un escenario más mediático que real de revuelta callejera, -como está de moda- que permita a los poderes constituidos y a las leyes norteamericanas establecidas organizar la intervención militar “humanitaria” contra Cuba.

Por supuesto, nada de esto es automático. No se trata del clásico agente de la CIA, embozado en una gabardina y armado de dos pistolas y cuatro cuchillos. Si así fuera, no haría ninguna falta dotar de un perfil “intelectual” a los alabarderos imperiales del presente. Se necesita que sean creíbles, que se comporten como voceros del cambio necesario. Sin embargo, cualquier lectura de sus cánticos demuestra fácilmente que son adversarios de cualquier cambio desde la Revolución y de su mundo simbólico en peligro. En su “obra” es evidente la satisfacción con los fracasos y las desgracias, camuflada por la profusión divulgativa de sus textos breves y elementales que se presentan por los medios controlados por las transnacionales como la verdad sobre Cuba.

Las mejores representaciones de la cultura y la Revolución, de uno y otro lado del quehacer político ineluctable, hace unos veinte años, ponían en solfa, desde cualquier signo ideológico, la relación entre lo nacional y lo revolucionario-socialista. La misma idea de Fidel de que en Cuba independencia, socialismo y Revolución están indisolublemente unidos fue cuestionada desde las múltiples orillas del pensamiento. Cuando la cuestión parecía zanjada, en tanto la Revolución venció la prueba de los 90, la crisis reciente y la apuesta decidida de Raúl por el cambio parecieron otra vez poner la misma cuestión sobre el tapete. Pero, -¿cosa extraña?- ya no resulta tan natural discutirla. En tanto en Cuba comienza a debatirse el reto que plantean a la cultura las transformaciones imprescindibles en la economía, en la inmensa mayoría de la producción intelectual de analistas y comunicadores en el extranjero y entre la minúscula contrarrevolución interna organizada, tanto la tradicional como la reformada, prevalece la idea del fracaso absoluto, le perspectiva de no dar el menor chance al gobierno de Raúl.

Una vez más nos encontramos ante un gigantesco desafío cultural, que compartimos con el mundo conocido y especialmente con los pobres de la tierra. Ahora, en medio de la crisis y en el inédito escenario de las extraordinarias tecnologías de la comunicación. La política cultural de la Revolución, las ideas de Palabras a los intelectuales, enriquecidas por una práctica de decenios y prevenidas contra la repetición de los errores de antaño, conservan vigencia. Para los tiempos que corren, nada mejor que una sentencia reciente de Fidel:

“Lo mejor de la cultura y los conocimientos deberá universalizarse y las identidades nacionales, el arte, las costumbres, hábitos, creencias, incluidos los dialectos de la más pequeña comunidad, frutos todos del talento y el trabajo laborioso de cada pueblo, han de preservarse como los más valiosos tesoros de la humanidad”

lunes, 20 de junio de 2011

Los niños preguntan


Palabras de Ricardo Alarcón, presidente del parlamento cubano, en el Tercer Encuentro Juvenil de Solidaridad con los Cinco. La Habana, Junio 12, 2011

Gerardo, Ramón, Antonio, Fernando y René son cinco inocentes que sufren trece años de injusta y cruel prisión. Han pasado buena parte de su juventud bajo un régimen carcelario especialmente duro para ellos, lejos de su tierra, de sus familias, de sus amigos, y sometidos frecuentemente a largos períodos de confinamiento solitario.

Sobre ellos cae también un castigo adicional que a todos debería avergonzarnos. Es el castigo del silencio. Nuestros Cinco compañeros no existen para las grandes corporaciones que controlan los llamados medios de información. Esos medios han levantado una muralla que rodea el caso y hace prácticamente imposible conocer la verdad que ellos encarnan. No basta con denunciar ese muro de silencio. Limitarse a eso sólo puede contentar a quienes vean esta lucha simplemente como un acto rutinario que suele cumplirse con la repetición de consignas.

De lo que se trata es de derribar ese muro de silencio. Nada más y nada menos. Y esa tarea sólo pueden realizarla los jóvenes. Porque es una lucha que requiere energía y creatividad, que debe despojarse de superficialidad y esquematismo, que exige amor y compromiso.

En alguna ocasión Gerardo afirmó que la justicia sólo vendrá cuando sea el veredicto de un jurado de millones ¿Cómo alcanzarlo?

Ante todo reconociendo sinceramente que estamos aún muy lejos de esa meta, que es mucho lo que nos falta por hacer y que es mucho más lo que podemos hacer.

Debemos insistir directamente sobre las grandes corporaciones mediáticas denunciando constantemente su cómplice censura y aprovechando los escasos resquicios que ofrecen incluyendo, por ejemplo, la publicación de anuncios pagados. Hay que reclamar igualmente a todos los medios alternativos que, en general, no dan a este tema una atención prioritaria. Y, por supuesto, tenemos que exigirles a nuestras publicaciones, las revolucionarias o progresistas, que cumplan no sólo con su deber de solidaridad, sino que hagan un periodismo auténtico y creador, capaz de vencer la modorra burocrática y sobre todo que se salga de los moldes de la dictadura mediática global. Es preciso usar con inteligencia y audacia las nuevas tecnologías de la comunicación sin dejar de emplear los métodos insustituibles del trabajo político directo, persona a persona, que nuestras organizaciones aplican en su trabajo regularmente. 

Los Cinco no cometieron otra falta que luchar contra el terrorismo. El gobierno que los encarcela nunca pudo presentar prueba alguna de que fuesen culpables de los principales cargos formulados contra ellos.

Lo reconoció por escrito la Fiscalía en este documento oficial del 25 de mayo de 2001 en el que admitió su fracaso respecto a la peor acusación contra Gerardo. Este escrito tiene ya diez años pero sigue siendo ignorado. Como se olvida este documento ratificado el 2 de septiembre de 2008 por el pleno de la Corte de Apelaciones de Atlanta que afirma, por unanimidad y varias veces, que en este caso no existía evidencia alguna de nada que hubiese afectado la seguridad nacional de Estados Unidos, o sea, que no había nada de espionaje, y en consecuencia declaró nulas dos sentencias relacionadas con ese tema. 

Desde entonces han transcurrido tres años y a muchos se les obliga todavía a creer que los Cinco fueron acusados de espionaje desconociendo por completo la determinación unánime del tribunal. 

Ahora la batalla legal se centra en la apelación extraordinaria o habeas corpus a favor de Gerardo Hernández, Antonio Guerrero y René González. El gobierno ha pedido al tribunal que rechace estas peticiones de manera sumaria, sin recibir nuevas evidencias, sin discutir, sin escuchar a Gerardo. Además de este documento por el que el Gobierno admitió que era imposible probar su culpabilidad, la defensa de Gerardo se fundamente en dos argumentos decisivos que demuestran la naturaleza profundamente injusta de este caso y el éxito de Washington en ocultarlo.

La farsa judicial seguida contra los Cinco en Miami giró alrededor de una infame calumnia respecto al incidente del 24 de febrero de 1996, cuando fueron derribadas en aguas cubanas dos avionetas de un grupo terrorista que durante años realizó numerosas provocaciones sobre nuestro territorio. Gerardo no tuvo absolutamente nada que ver con ese incidente y el propio gobierno reconoció en este documento que no podía sostener su falsa acusación.

Pero además el gobierno de Estados Unidos tenía que probar que el hecho sucedió en el espacio internacional para tener jurisdicción sobre él. Los radares cubanos mostraban que ocurrió en Cuba, mientras los radares norteamericanos daban informaciones contradictorias o confusas. Con ese motivo la misión de la Organización de Aviación Civil Internacional que investigó el incidente solicitó a Washington que entregase las imágenes tomadas por los satélites de Estados Unidos. Washington se negó a suministrarlas hace quince años, se negó a hacerlo cuando lo pidió la defensa de Gerardo y se sigue negando ahora.

El otro argumento surgió en el 2006 cuando se descubrió que el gobierno norteamericano entregó cuantiosos recursos del presupuesto federal para pagar a los llamados “periodistas” que desataron una feroz campaña contra los Cinco y que amenazaron a los miembros del jurado ante las reiteradas protestas, entonces, de la Jueza. Pese a los numerosos esfuerzos del Comité Nacional por la Libertad de los Cinco y otros solidarios norteamericanos hasta ahora Washington se resiste a revelar todo lo que esconde sobre su conspiración con los medios locales de Miami para condenar a nuestros compañeros.

Son pruebas irrefutables suficientes para convencer a cualquiera de la total inocencia de Gerardo y sus hermanos, son más que suficientes para que el Presidente Obama ordene su liberación inmediata e incondicional. Por eso los medios controlados por Washington impiden a la gente conocerlas.


Preguntémonos valientemente si lo que hemos hecho es suficiente siquiera para horadar el muro de silencio. Respondamos la pregunta que nos hacen los niños de La Colmenita: ¿Qué más podemos hacer?


Fuente:
http://www.cubarte.cult.cu/periodico/letra-con-filo/los-ninos-pregunta
n/18817.html