jueves, 5 de junio de 2014

El discurso de Obama en la Academia Militar de West Point



Por Roberto Miguel Yepe Papastamatin

El pasado 28 de mayo, con el discurso pronunciado en la Academia Militar de West Point, Barack Obama y su equipo de asesores demostraron, una vez más, poseer una extraordinaria capacidad para molestar o decepcionar a casi todo el mundo en un amplio abanico ideológico, abarcando desde la derecha cavernaria -a la que solo resta acusar formalmente al presidente estadounidense por traición a la patria y cuyas críticas siempre transpiran un racismo implícito-, hasta aquellos que desde posiciones liberales y de izquierda no se rinden ante la evidencia y perseveran en el empeño de pedirle peras al olmo. Dadas estas circunstancias, asumo el riesgo de que este comentario pueda malinterpretarse como una defensa de la posición de Obama, cuando solo se trata de un intento por comprenderla, identificando y contextualizando algunos aspectos interesantes, y buscando contribuir, tal vez, a un debate sobre el tema.

El texto del discurso en cuestión contiene una serie de postulados y falacias inaceptables para cualquier persona con posiciones mínimamente favorables a un mundo más justo, equilibrado y pacífico. En lo que ya podrían considerarse verdaderas piezas de colección dentro de la tradición del Destino Manifiesto, el patrioterismo estadounidense y la arrogancia hegemónica, Obama señaló:

«Los Estados Unidos son y seguirán siendo la única nación indispensable[i]. Eso fue cierto en el siglo pasado y será cierto en el siglo por venir».
«Los Estados Unidos deben liderar siempre en el escenario internacional. Si no lo hacemos, nadie lo hará. La fuerza militar a la que ustedes se han incorporado es, y siempre será, el soporte fundamental de ese liderazgo».[ii]
«Creo en el excepcionalismo estadounidense con cada fibra de mi ser».
Esta retórica repudiable de Obama tiene la evidente intención de protegerse anticipadamente en una zona débil de su frente político interno. Desde el inicio de su primer mandato, los sectores neoconservadores le han endilgado, de manera virulenta y sistemática, una supuesta falta de patriotismo y una pretendida tendencia a hacer concesiones o a claudicar en los conflictos con potencias extranjeras, así como a “disculparse” continuamente ante el mundo por el “liderazgo” estadounidense. Al parecer, tantos ataques han hecho mella en el espíritu del Presidente, determinando una involución en su pensamiento[iii]. Hasta qué punto ello responde a nuevas convicciones personales o a instintos básicos de sobrevivencia política, es algo muy difícil o imposible de determinar.

Obama y su gobierno también han sido duramente criticados desde la derecha por supuestamente haber socavado de manera sensible el poder relativo de los Estados Unidos en el mundo, determinando una tendencia a la declinación del “liderazgo” de esa nación.[iv] Como respuesta a tales críticas, Obama intentó refutar la tesis de la declinación con afirmaciones que no se corresponden con la realidad o que, en el mejor de los casos y para decirlo suavemente, son muy controversiales y requerirían de una mayor evidencia empírica:

“…pocas veces los Estados Unidos han sido más fuertes con relación al resto del mundo. Quienes argumentan en otro sentido -los que dicen que los Estados Unidos están en declive o que su liderazgo global se ha esfumado-, se equivocan al leer la historia o están comprometidos en la política partidista”.
“…hemos reenfocado nuestras inversiones en aquello que siempre ha sido una fuente clave de la fuerza de los Estados Unidos: una economía en crecimiento…”
“…nuestra economía sigue siendo la más dinámica en la Tierra…”[v]
Sin dudas, resulta muy difícil abstraerse de toda la retórica anteriormente expuesta al intentar evaluar con objetividad este discurso del presidente estadounidense, pues ella ensombrece o dificulta el reconocimiento de otros aspectos interesantes y hasta positivos relacionados con la evolución doctrinal de la política exterior estadounidense de la postguerra fría.

En este sentido, Obama se refirió, de manera necesariamente simplificada,  a las principales escuelas de pensamiento que, históricamente y dentro del establishment, han pugnado por prevalecer en la conducción de la política exterior de su país. Así, estableció la divergencia entre los autodenominados “realistas” y los “intervencionistas de derecha y de izquierda”[vi]. Al hacer tal descripción del mapa ideológico estadounidense en materia internacional, Obama pretendió situarse a sí mismo en una posición intermedia o equidistante con respecto a las posturas más extremas de estas respectivas corrientes, algo muy complejo tanto desde el punto de vista conceptual como en el orden práctico y que, a juzgar por las reacciones prevalecientes en sectores políticos y en los medios académicos y periodísticos especializados, no ha sido particularmente exitoso, al dejar contrariados o inconformes a muchos y satisfacer a muy pocos.[vii]

Sin embargo, el aspecto más trascendente del discurso de Obama tiene que ver con la redefinición de los criterios para la utilización del poder militar estadounidense en el mundo. Y aquí es justo reconocer que el principal objetivo del presidente estadounidense fue abogar por un enfoque más restrictivo que el que ha imperado desde los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001.

Según los criterios propuestos por Obama, los Estados Unidos utilizarán su dispositivo militar “cuando nuestros intereses esenciales lo exijan, cuando nuestro pueblo sea amenazado, cuando nuestros medios de vida estén en juego y cuando la seguridad de nuestros aliados esté en peligro”. Y añadió seguidamente: “Aun en estas circunstancias, necesitaremos plantearnos cuestiones difíciles sobre si nuestras acciones son proporcionales, efectivas y justas”.

Si bien es cierto que estos criterios generales mantienen un nivel suficiente de ambigüedad que los hace susceptibles de manipulaciones e interpretaciones amplias en caso necesario, es justo reconocer que marcan una diferencia significativa, en términos positivos, con respecto a las nociones sobre la guerra ilimitada contra el terrorismo y las acciones militares preventivas en “cualquier oscuro rincón del mundo” o contra “60 o más países”, postuladas por George W. Bush en el mismo escenario de la Academia de West Point, 12 años antes, y que nunca han sido rechazadas de manera explícita y oficial por el gobierno estadounidense. 

Desde el punto de vista práctico e inmediato, este enfoque más restrictivo tiene la clara intención de apuntalar las posiciones mantenidas por el gobierno de Obama con respecto a las situaciones en torno a Siria y Ucrania, en las que ha evitado un escalamiento en las acciones de carácter militar, pese a las fuertes presiones en ese sentido y las duras críticas de parte de los sectores neoconservadores.

El presidente estadounidense también dedicó un espacio al problema del cambio climático, definiéndolo como una seria amenaza a la seguridad nacionaly abogando por una acción cooperativa a nivel global para preservar el planeta. Se trata de un tema cuya propia existencia aun es negada por la derecha más retrógrada en los Estados Unidos y que muy probablemente no hubiera sido ni siquiera mencionado en el discurso presidencial de un gobierno con predominio de los neoconservadores. 

Nada de lo dicho anteriormente implica en modo alguno justificar o aceptar las petulantes formulaciones en torno a la hegemonía y el supuesto excepcionalismo estadounidense reseñadas en la parte inicial de este comentario. Lo que he querido subrayar es que el contenido del discurso de West Point requiere una valoración minuciosa, balanceada y justa ante la complejidad del fenómeno y de los límites en los que deben moverse Obama y su gobierno. 

Además, más allá de la retórica utilizada, habría que evaluar las implicaciones prácticas que pudieran derivarse de una posible disminución de la propensión al uso del poder militar, así como de la ejecución de un enfoque más proactivo y cooperativo en el enfrentamiento al cambio climático por parte de los Estados Unidos. El abordaje discursivo que ha hecho Obama de estos dos temas, de los que puede depender la propia sobrevivencia de la especie humana, se sitúa definitivamente en el lado positivo dentro de los estrechos marcos permisibles por el establishment político estadounidense. Por mucho que se pueda criticar merecidamente al actual gobierno, es preciso tener presente que el sistema político de ese país es perfectamente capaz de producir alternativas mucho peores. Ya el mundo las ha tenido que sufrir, y en tiempos no muy lejanos.

Notas:

[i] La expresión «la nación indispensable» fue ampliamente utilizada por Madeleine Albright, Secretaria de Estado durante el segundo mandato presidencial de William Clinton, aunque fue originalmente acuñada por el historiador estadounidense James Clarke Chace. Obama le ha agregado la palabra “única”.

[ii] “Liderazgo” es el eufemismo más utilizado dentro del vocabulario empleado por el gobierno estadounidense para evitar el uso de otros conceptos como “dominación” y “hegemonía”. Este aspecto fue puesto de relieve por el investigador Jorge Hernández Martínez en la Mesa Redonda del canal Cubavisión de la Televisión Cubana, transmitida el mismo 28 de mayo. En la crítica más contundente y detallada que he encontrado sobre el discurso de West Point, el investigador Jan Oberg considera que la obsesión con el tema del liderazgo, notable a lo largo del texto, revela un temor profundo a que los Estados Unidos no sigan siendo la nación líder durante mucho tiempo más (Jan Oberg. Obama’s West Point Speech: Offending, Full of Contradictions and Imbued with Unbearable Self-Praise)A esto puedo añadir que, en otro momento, me tomé el trabajo de determinar la frecuencia con la que había sido utilizada la palabra “liderazgo”, u otros vocablos derivados de la misma, en la Estrategia de Seguridad Nacional de 2010, lo que arrojó la cifra de 71 veces, en un documento de 60 páginas. En este discurso de West Point, un documento relativamente corto, se utiliza 20 veces.

[iii]Durante una visita a Francia en el 2009, interrogado por un reportero sobre si creía en el “excepcionalismo estadounidense”, Obama respondió: “Creo en el excepcionalismo estadounidense, de la misma forma que sospecho que los británicos creen en el excepcionalismo británico y los griegos creen en la excepcionalismo griego”. (The White House. Office of the Press Secretary: «News Conference by President Obama, April 4, 2009»
                                                            
[iv] Las discusiones en torno a la tesis de la declinación del poder estadounidense se remontan, como mínimo, a los años finales de la década de los ochenta, estimuladas por la publicación en 1987 del célebre libro The Rise and Fall of the Great Powers, del historiador británico Paul Kennedy. Se trata de un tema complejo en el que no resulta conveniente realizar simplificaciones en un sentido u otro pero, en cualquier caso, atribuirle la responsabilidad al gobierno de Obama por una situación de naturaleza acumulativa -exonerando a los sucesivos gobiernos republicanos que condujeron a la economía estadounidense a niveles de endeudamiento sin precedentes y a una crisis presupuestaria insostenible-, evidencia, como mínimo, una profunda deshonestidad intelectual.

[v] Obama ya la había emprendido contra la tesis de la declinación en el discurso del Estado de la Unión de enero de 2012, inspirado, según trascendió en su momento, por los argumentos contenidos en un ensayo del prominente intelectual neoconservador Robert Kagan. Pero esto pareció más bien una respuesta defensiva a las acusaciones emitidas por el entonces candidato presidencial republicano, Mitt Romney –de quien Kagan precisamente en ese momento era asesor-, en el sentido de que Obama se habría resignado a la idea de una inevitable declinación de los Estados Unidos.Ver: Josh Rogin. Obama embraces Romney advisor’s theory on «The Myth of American Decline».

[vi] Otros prefieren referirse a esto como el bloque conformado por los neoconservadores (que serían los intervencionistas de derecha) y los liberales intervencionistas (que son a los que Obama denomina como intervencionistas de izquierda), quienes desde hace algunos años han establecido una alianza tácita en temas importantes de política internacional.

[vii]Esta intención de articular una posición ecléctica en materia de política exterior no resulta un hecho novedoso, sino más bien ha sido una regularidad discernible en las respectivas políticas desarrolladas por los sucesivos gobiernos estadounidenses posteriores a la segunda guerra mundial, en las que ninguna de las principales escuelas de pensamiento se reflejó en la práctica en un estado puro. Lo que ha sido inusual es la referencia explícita a esta cuestión por parte de los presidentes de ese país, ya sea por puro desconocimiento o desinterés con respecto a los debates teóricos y académicos, o por el deseo de evitar ataduras conceptuales que pudieran eventualmente limitar el margen de acción para enfrentar los complejos problemas internacionales.

martes, 20 de mayo de 2014

La transición uni-multipolar y los nuevos pivotes geopolíticos



Por Tiberio Grazian*

La transición uni-multipolar representa el acontecimiento más importante de la dinámica geopolítica mundial actual. En el ámbito de este contexto tan movilizado, el análisis geopolítico, aun adoptando nuevos modelos de investigación más apropiados a las exigencias de las transformaciones internacionales, redescubre, valorizándolos, los criterios clásicos de la geopolítica en tanto que ciencia multidisciplinar. 

La tradicional dicotomía que existía durante el siglo pasado entre la tierra y el mar, cuyos opositores emblemáticos fueron las superpotencias norteamericana y soviética, se muestra nuevamente como un esquema útil para la comprensión de las fluctuantes relaciones entre Pekín y Washington, en particular por lo que respecta la cuestión del control del Pacífico.

El sistema geopolítico de la segunda mitad del siglo XX estaba fundamentalmente caracterizado por la relación que mediaba entre EEUU y URSS, potencias vencedoras, junto con Inglaterra y Francia, del segundo conflicto mundial. El equilibrio inestable que se había instaurado a nivel mundial entre las esferas de influencia ejercidas por estas dos entidades geopolíticas de alcance continental, definió, cada vez más y a partir de 1945 hasta 1989 con la caída del muro de Berlín, los ejes en los que se articularía el contexto internacional.

Es notorio que el colapso soviético ha permitido el avance político, económico, financiero y geoestratégico de la llamada “Nación indispensable”, como hace algunos años definió a los EEUU la entonces Secretaria de Estado, Madeleine K. Albright. Con la disolución del bloque soviético se inauguró el unipolarismo como nuevo orden geopolítico dominador y como criterio descriptivo de los complejos procesos de política internacional.

El área pivote por excelencia de la fase unipolar, la cual se puede fechar a partir de 1991 hasta 2000, fue definida mediante una larga faja que desde Marruecos, pasaba por el Mediterráneo, llegando hasta Asia Central. El control de la bisagra mediterráneo-centroasiática y su utilización para el conseguimiento de la hegemonía mundial, constituyó el principal interés estratégico de Washington. Los países mayormente implicados por el avance americano en la masa euroasiática fueron, como es sabido Irak, Afganistán, Irán y Siria.

Sin embargo, durante la década del unipolarismo maduro se han ido formando también nuevos centros de agregación geoeconómica y geopolítica que se consolidaron en un breve lapso de tiempo. Estos nuevos polos han visto como protagonistas –y aún los ven—, a América Latina y a los principales países de la masa euroasiática, China e India.

El afianzamiento de estos agregados, el cual se realizó mediante la ejecución de forum informales (entre los cuales el IBSA, BRICS); la constitución de organizaciones de cooperación y seguridad (de las que se pueden nombrar la OCS, OTSC, Unión aduanera euroasiática, UNASUR); la definición de intereses y alianzas estratégicas en asuntos de energía y seguridad. En la década sucesiva (2000-2010) estas organizaciones han asentado las condiciones mínimas y suficientes para la articulación de un nuevo orden mundial que se desarrollará bajo una perspectiva multipolar.

El proceso tendente hacia el nuevo orden multipolar en estos últimos años ha sufrido una aceleración que fue determinada por el resurgimiento de Rusia como nuevo sujeto global después de la “noche elc’ninana”. De hecho, la Rusia de Putin en el lapso de pocos años se ha impuesto como elemento indispensable de la dinámica geopolítica en acto, asumiendo un creciente peso internacional que se ha reflejado, corroborándolas, en las nuevas agregaciones geoeconómicas y geopolíticas anteriormente mencionadas.

La irrupción de los nuevos polos de agregación internacional, prácticamente pertenecientes al llamado “Tercer mundo” o a las periferias de las viejas superpotencias, como era obvio, ha mermado el sistema unipolar bajo guía americana y también ha puesto en tela de juicio a las organizaciones mundiales y a las alianzas hegemónicas que surgieron a partir del segundo conflicto mundial como, por ejemplo, la ONU, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la OTAN.

La relación que se ha instaurado entre el viejo sistema unipolar y los nuevos centros de agregación establece nuevos equilibrios, determina las áreas de crisis y delinea los nuevos pivotes con los que se fundamentará, probablemente, la futura estructura multipolar.

*Tiberio Graziani es presidente del Instituto de Altos Estudios en Geopolítica y Ciencia Auxiliar (IsAG), UE. 

CEPRID     ESPAÑA


martes, 13 de mayo de 2014

Veinte posibles impactos de la crisis ucraniana


Por Santiago Pérez Benítez

Centro de Estudios de Política Internacional


Nadie sabe cómo va a terminar la pulseada geopolítica que hoy se libra alrededor de Ucrania, ni las posibles acciones de escalada que tomen los actores involucrados. No obstante, por lo que hasta ahora ha acontecido, es posible, a manera de hipótesis, señalar algunas implicaciones futuras de esta crisis. 

Las  relaciones  entre los bloques de poder adquirirán a partir de esta crisis, matices más conflictivos incluyendo el elemento político- militar, sobre todo entre EEUU- UE de una parte y  Rusia de la otra, lo cual  irradiará al sistema internacional en su conjunto.

La lectura de los  norteamericanos de que Rusia está debilitada económicamente y que hasta ahora Occidente ha ganado  la pulseada  -en tanto desgajaron hacia su órbita a Ucrania (aunque hayan “perdido” Crimea)-, pudiera inducirlos a ser más agresivos en su política global, sobre todo cuando ya han salido o saldrán de Irak y Afganistán. Esto puede acentuarse en lo que queda del 2014 (año de elecciones congresionales) y  el próximo bienio 2015-2016, en que comenzará y se desarrollará la campaña presidencial en Estados Unidos. Por otro lado, la percepción en Moscú y otras capitales de que EEUU y la UE han perdido hegemonía, y que no han podido responder como antes al  desafío, puede generar un mayor activismo de otros actores contrapuestos a Occidente o incluso aliados, para hacer valer sus intereses y objetivos propios. Es una consecuencia de la multipolaridad del sistema.

La maquinaria de satanización occidental contra Putin se ha aceitado en  esta crisis. La histeria de guerra fría, consensual al interior de amplios sectores  de opinión pública  de EEUU y Europa,  puede aplicarse a otros actores con los que Occidente  tenga  diferencias sustanciales. Tal vez sea el inicio de un proceso que conlleve a la erosión del “síndrome del  empantanamiento” en Irak o Afganistán.

A partir de la experiencia ucraniana, el umbral para escalar las futuras crisis será menor; se aplicarán con mayor facilidad sanciones, sobre todo políticas y económicas, ante la dificultad, por ahora,  de realizar acciones militares convencionales. Serán más probables  acciones  de guerra no convencional o de 4ta generación como las que se han ensayado  en Ucrania.

Habrá más escollos para lograr la llamada gobernanza global, dadas las tensiones que han surgido o surgirán con Rusia  en los marcos del G-8, G-20,  Consejo de Seguridad de la ONU, así como en los mecanismos para los arreglos  de los conflictos en Siria, Irán,  Afganistán o Corea.

Se incrementará significativamente la carrera armamentista, y se debilitarán los  mecanismos existentes de desarme.
Por los precedentes del referendo en Crimea y la actividad separatista en las regiones del Este de Ucrania, deben aumentar los procesos de secesión en otros estados nacionales en Europa, Asia, Espacio postsoviético, África. Volverá  a la palestra la contradicción político-jurídica -vista ya en Kosovo- entre los principios del derecho internacional de “autodeterminación de los pueblos”, frente a los principios de integridad territorial y  soberanía de los estados, así como el respeto o no a las fronteras nacionales existentes.

 Esta crisis conllevará al incremento de la visibilidad de la OTAN, impulsada por EEUU y los países  del Este (Polonia, Bálticos, Rumanía), ante la percepción de la amenaza de Rusia. La organización trasatlántica se fortalecerá militar y políticamente. EEUU aprovechará la coyuntura favorable para hacer avanzar su agenda global con la UE, incluyendo  la firma del acuerdo Trasatlántico de Libre Comercio.
Por su parte, los países de la Unión Europea buscarán concretar una política energética única y diversificar sus suministradores para reducir su dependencia de Rusia, incluyendo las posibles compras de gas licuado a los norteamericanos en el futuro.  Su dependencia de Moscú, sin embargo, se mantendrá en el corto y mediano plazo.
Los rusos, por su parte, incentivarán la diversificación de sus mercados de exportación de gas y petróleo, sobre todo hacia China, y Asia en general.

Por iniciativa rusa, y tal vez de China, debe vigorizarse  la interacción al interior de los BRICS para seguir avanzando la agenda económica y   política delineada. Se dinamizarán  los proyectos de crear un Banco común, y un   mayor comercio en divisas nacionales para restarle protagonismo al dólar. Estas acciones, incluyendo el fortalecimiento de las relaciones bilaterales de Rusia con China y  la India –más allá del BRICS-, se incrementarán en caso que  se apliquen sanciones económicas de mayor envergadura contra Rusia.

Ucrania, como país,  seguirá siendo fuente de inestabilidad para las relaciones internacionales en Europa.  Permanecerán los enormes desafíos que tiene su élite para  mantener  la gobernabilidad; la unidad del país; lograr el desarrollo económico y neutralizar el extremismo.

Como sucedió en Georgia después de la crisis del 2008, cualquier gobierno ucraniano será distante de Rusia, y se acentuará el  nacionalismo en la mayor parte del país, aunque las regiones del Este y el Sur logren mayor autonomía de Kiev. La futura orientación del gobierno ucraniano seguirá siendo un serio problema de seguridad nacional para Moscú, dada la inevitable dependencia económica, política y  militar que tendrá Kiev de EEUU y la UE.
Deben aumentar los nexos de Ucrania  con la OTAN, sin llegar a ser miembros plenos en el corto plazo. Lo mismo pasaría con Georgia y Moldova.

En Rusia, por su parte,  se fortalecerá la política de Putin y se mantendrá el nacionalismo como brújula del curso interno y externo ante la ausencia de un credo ideológico. Se  incrementará la unidad al interior de la élite, económica y política, ante la percepción de inseguridad y de amenaza de EEUU y en menor medida de la UE.

La Política exterior rusa se volverá más activa hacia otras regiones y espacios multilaterales para combatir el aislamiento que Occidente pretende imponerle.  Sobre  todo habrá un estrechamiento de los nexos rusos con los  países del espacio postsoviético. Se firmará y entrará en vigor  en el 2015 la Unión Euroasiática.
Al mismo tiempo, Moscú, aunque ripostará,  tratará de no incrementar la tensión con los países occidentales, pues su economía ha perdido ingentes recursos por fugas de capitales, y el PIB  crecerá  de manera muy modesta. Su economía necesita financiamientos para lograr la  modernización.

El papel geopolítico y geoeconómico de  China se incrementará para los actores más importantes del sistema,  pues crecerán  los esfuerzos para “atraer” al gigante asiático al lado respectivo en este conflicto entre bloques. Pekín continuará su propio curso,  aunque dará cierta prioridad a  la relación político-diplomática con Moscú.

Los países del espacio postsoviético, por su parte,   mostrarán mayor cautela en sus relaciones con la OTAN, pero también con  Rusia, aunque no la hagan explícita.  Por un lado, las élites de estos países perciben como muy negativo el mensaje que han enviado la OTAN y EEUU de que pueden derrocar gobiernos usando los mecanismos de las guerras de cuarta generación, pero por otro lado, han percibido con cierta preocupación el precedente de actuación de Moscú en Crimea  y la efervescencia del nacionalismo ruso. Esta cautela será mayor en aquellos países donde hay minorías de ese país.

Rusia mostrará  un mayor activismo en América Latina, donde se concentraron  muchos gobiernos que los apoyaron en la votación de la Asamblea general de la ONU; no existen  conflictos bilaterales con Moscú; hay interés de los grandes grupos económicos rusos; y persiste un creciente sentimiento regional de independencia frente a EEUU. En muchas capitales de la región, si bien no se pretende confrontar a EEUU por Rusia, ésta se percibe como determinado contrapeso a la hegemonía global norteamericana. El relanzamiento de la relación por parte de Rusia hacia el área puede formar parte del diseño estratégico que tendrán que realizar en la perspectiva.


2 de mayo del 2014