viernes, 25 de noviembre de 2016

La victoria de Trump: una aproximación preliminar (III parte)

Protestas contra la elección de Donald Trump como presidente de EE.UU.


Protestas contra la elección de Donald Trump como presidente de EE.UU.





Por Luis René Fernández Tabío y Hassan Pérez Casabona⃰

Como explicamos en los trabajos previos, los partidos dominantes dentro del sistema político en Estados Unidos despliegan sus mayores potencialidades durante el proceso electoral.  Ellos se comportan como maquinarias bien engrasadas, que persiguen captar la atención de un público cada vez más escéptico de los políticos profesionales, por la desconexión entre los discursos y el acontecer cotidiano. Sin ignorar matices y especificidades, no son los objetivos perseguidos ni el aspecto doctrinal lo que separa una agrupación de la otra, sino la capacidad de articular estrategias que se reviertan en la suma de votos, mediante los cuales se accede a determinada responsabilidad. [1]

No en balde algunos analistas afirman que las variaciones “sustanciales” entre los dos principales conglomerados, estriban en que uno tiene como símbolo un burro y el otro un elefante.  El compañero Fidel, en ese sentido, fue igualmente perspicaz cuando señaló que entre demócratas y republicanos hay las mismas diferencias que entre la Coca Cola y la Pepsi Cola.   Es decir, montadas en el marco político, ideológico liberal –conservador capitalista, ambas fuerzas representan distintas formas, variantes, combinaciones de instrumentos, discursos, para lograr objetivos e intereses comunes de su clase política, y no constituyen alternativas.

Cada nuevo ciclo electoral pone de manifiesto, sobre todo desde el comienzo del siglo XXI, la crisis del bipartidismo, al tiempo que se incrementan las erogaciones asociadas a todas las fases del proceso.  Cada cuatro años en las elecciones presidenciales, o cada dos años en las de medio término, se gasta más en todos los niveles, sin que ello implique se resuelvan los problemas que afectan a la mayoría de los ciudadanos y se fortalezca el sentido de la democracia, aun en su expresión liberal representativa en el país que es el vórtice del imperialismo mundial.

Seguir la ruta del dinero…esa es la cuestión.

Esta vez no fue la excepción.  De acuerdo con estimaciones del Centro para Políticas Responsables (CRP, por sus siglas en inglés), una ONG que hace seguimiento al financiamiento de la política en Estados Unidos, la campaña que recién concluyó costó unos US$2.651 millones. El cálculo tiene como eje la información recopilada por la Comisión Federal Electoral.  Si se desglosa este monto, observamos que equivale a un gasto promedio de US$11,67 por cada uno de los 227 millones de estadounidenses que, según la Oficina del Censo, se encuentran en edad de votar.


Las protestas después del 8 de noviembre no se han detenido en varios estados.
Las protestas después del 8 de noviembre no se han detenido en varios estados.
Confirmando el ascenso del aspecto monetario dentro de la urdimbre política norteamericana (algo que el presidente Barack Obama reconoció en más de una ocasión como sello negativo del sistema) estos comicios tuvieron una proyección ligeramente superior a los US$2.621 millones que generó la carrera presidencial de 2012, en la que Obama logró la reelección ante el candidato republicano Mitt Romney. Según los datos que aporta el CRP, la campaña de Hillary Clinton recibió hasta el 31 de octubre unos US$687 millones, lo que la ubicó alrededor de 34 millones por detrás de los US$721 millones recaudados en 2012 por Obama.

En el caso de Donald Trump, recolectó unos US$307 millones, casi US$150 millones menos que los conseguidos en 2012 por el equipo de Romney, lo que no implicó que haya sido inefectivo en este aspecto, especialmente si consideramos que el acaudalado empresario generó publicidad “gratis”, basada en la difusión de sus controversiales declaraciones por todos los medios. [2]

De igual manera estas cifras no son las únicas a tener en cuenta, pues una parte significativa del financiamiento son aportados por los Comités de Acción Política (PAC, por sus siglas en inglés), organizaciones constituidas para recolectar fondos que son usados para hacer campaña, a favor o en contra de algún candidato o iniciativa.

Mayor relevancia adquieren los llamados SuperPACs, surgidos a partir de una decisión de la Corte Suprema de Justicia del año 2010.  La diferencia con respecto a los PACs radica en que deben ser “independientes” y no pueden donar sus fondos a una campaña o a un partido en concreto, pero a cambio “no tienen límite en la cantidad de fondos que pueden recaudar y utilizar para influenciar en el resultado electoral”.  A ello se suma que el máximo ente judicial estableció que empresas y sindicatos pueden invertir sus propios recursos, de forma directa y a través de otras organizaciones, siempre y cuando el gasto se haga sin coordinarlo con ninguno de los contendientes en específico.  Es decir, una corporación industrial o financiera puede destinar fondos a las elecciones a partir de las decisiones de los directivos, convertidos en agentes electorales mucho más poderoso e influyente que un ciudadano promedio.

Todo ello hace que el conjunto de pasos y etapas vinculadas a las elecciones en Estados Unidos movilicen erogaciones financieras incomparablemente superiores a lo que sucede en el resto de las contiendas a nivel global, tanto por las dimensiones económicas del país como por los variados métodos disponibles para introducirlos en la política. [3]

De igual manera el proceso se alarga más, porque hay que comenzar con anticipación a lidiar en todos los frentes, incluyendo los medios de comunicación y el empleo de instrumentos de un espectáculo mediático, o se corre el riesgo de quedar descolocado.

En el pasado se asociaba principalmente a la etapa de las primarias y luego a la recta final, lo contrario de lo que sucede hoy donde, casi desde la primera etapa en el gobierno luego de ser elegido, comienza las acciones dirigidas a la próxima contienda, permeando la actividad política de un sentido electoralista.  De ese modo, por ejemplo, desde que Hillary renunció a fungir como Secretaria de Estado, cuatro años atrás, prácticamente inició su inclusión en esta batalla.

Las contiendas electorales como expresión de crisis dentro del sistema.


El sistema electoral de los Estados Unidos ha vuelto a ser tema de discusión en estos días tras las elecciones.
El sistema electoral de los Estados Unidos ha vuelto a ser tema de discusión en estos días tras las elecciones.
El andamiaje político estadounidense ha venido reflejando una profunda división no solamente entre la Presidencia y el Congreso, sino entre los dos partidos dominantes: Demócrata y Republicano. De igual manera dentro del tejido social, consecuencia de las crecientes disparidades socioeconómicas, la polarización de la riqueza y la incapacidad del sistema de ofrecer soluciones y en ocasiones ni siquiera alivios sustantivos a los más importantes desafíos y contradicciones.  Dicha fractura obstaculiza la aprobación de programas importantes en función de los intereses del país, al tiempo que se levanta como testimonio de la disfuncionalidad del mismo.  El proceso electoral es también una expresión de la crisis que atraviesa el entramado político, agravado a partir de los comicios del año 2000, en que muchos expertos consideraron se cometió fraude.

El debate que prolifera en estas primeras jornadas después del 8 de noviembre sobre la inviabilidad del Colegio Electoral, como ente encargado de la designación presidencial, confirma esa hendidura.  Nunca antes se desataron críticas tan profundas a ese mecanismo, diseñado por los Padres Fundadores.

Ni antes ocurrió tampoco (independientemente de ser la quinta vez en la historia, y la segunda en este siglo), que el acceso a la Presidencia no es sustentado por contar con la mayoría del voto popular, y menos que existiera una diferencia de votos tan grande, entre el rival que se conformó con la derrota y quien institucionalmente se adjudicó el triunfo. Aun cuando no se han escrutado todas las urnas al momento de escribir estas páginas, se prevé que Hillary supere a Trump en alrededor de 2 millones de votos, casi diez veces más que la ventaja que sacó Al Gore sobre George W. Bush en el 2000.

Todavía más estremecedor, los 60 millones de respaldos recibidos en los comicios por la Clinton constituyen las segunda mayor votación de todos los tiempos, obtenida por candidatos de los dos partidos, únicamente superada por la puntuación lograda por Barack Obama en 2008.  Ello no fue suficiente ahora para decidir quién conduciría los destinos de ese país.  Esa anomalía pone al descubierto las vulnerabilidades y aberraciones de un sistema que se autodefine como paladín de la democracia y los derechos ciudadanos.

Las protestas que se han sucedido desde el anuncio del éxito de Trump toman como acicate, entre otros factores, la dicotomía planteada, así como el repudio de diversos sectores al nuevo presidente republicano.  Estas se han ido extendiendo de los bastiones demócratas clásicos, como Nueva York, Boston, Chicago o Los Ángeles, a urbes de predominio republicano como Dallas y Atlanta.

Eso sí, es muy probable que de haberse impuesto Hillary dentro de las reglas de juego establecidas, las protestas igualmente se habrían desatado, con el agravante de que varios de los grupos que respaldan a Trump asumen posiciones, intolerantes, agresivas e incluso marcadamente beligerantes.  Tanto el hecho concreto que estamos viviendo, como la suposición descrita, ponen al descubierto las falencias no sólo de las regulaciones electorales, sino del ordenamiento político en general.

Algunos nuevos rasgos en la lucha política.

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Luego de primarias, caucus y las definición de los candidatos, se pusieron de manifiesto no solamente múltiples contradicciones para la selección de los aspirantes por los dos partidos, sino el rechazo bastante generalizado de los electores a la maquinaria política establecida y sus representantes.  La fragmentación y condena al establishment político tuvo mayor gravedad al interior del Partido Republicano, pero también se manifestó en el Partido Demócrata, aunque de otro modo, y acabó siendo un aspecto decisivo en los resultados.

No soslayemos que el liderazgo republicano buscó por todos los medios que fueran elegidos algunas de las figuras preferidas por la élite.  Desde el  inicio, una vez despejados los aspirantes más débiles, un grupo de candidatos se alinearon con las tendencias más recalcitrantes, representadas por  Jeb Bush, Ted Cruz y Marco Rubio.  Ellos no pudieron, pese al apoyo de la jerarquía partidista, alcanzar la nominación.

El hombre considerado externo a las líneas tradicionales de esta agrupación y hasta rechazado por el alto mando republicano, Donald Trump, con posturas erráticas e “incorrectas” y ataques hacia importantes segmentos de votantes como las mujeres, hispanos o latinos, finalmente consiguió, contra toda lógica y pronóstico, la designación para contender por la Casa Blanca.

En verdad otro mito cimentado a lo largo de la porfía fue catalogar a Trump como outsider, cuando en realidad ello supone una interpretación simplista y estrecha de esa denominación.  Su trayectoria sólo puede explicarse a partir de sus conexiones dentro de ese tipo de sociedad.  Así como Hillary es un ejemplo cabal del establishment político, Trump lo es en lo económico y en muchos otros planos.  Un multimillonario es componente de la clase dominante estadounidense, aunque no haya ejercido funciones en el gobierno.  Ello no es ajeno al sistema, como lo demuestra la práctica de la llamada puerta giratoria, mediante la cual los representantes del capital financiero e industrial, se alternan en responsabilidades dentro del ejecutivo y el sector privado.  Sólo trastocando los hechos, e invirtiendo el análisis, se puede siquiera sugerir que el magante está al margen de la armazón que rige ese país.

En un mundo de estereotipos y simplificaciones, con matrices de opinión sembradas en las personas mediante procedimientos muy sutiles, se consiguió dibujar un perfil de ese candidato para alejarlo de todo lo oscuro asociado a la institucionalidad política, y abrir el acceso a la Presidencia a un miembro de la oligarquía financiera.

Ahora bien, cabría preguntarnos ¿con cuáles bases electorales “conectó” el controvertido empresario? ¿Por qué sus mensajes encontraron resonancia entre millones de personas? ¿Qué explica el hecho de que incluso algunas mujeres, latinos e inmigrantes votaran por él pese a su discurso beligerante hacia esos sectores? ¿Qué valores encarna Trump, desde el ángulo de la representación en el imaginario de buena parte de los ciudadanos estadounidenses?

Sus posiciones están identificadas, esencialmente, con un sector poblacional entre los más afectados por la última Gran Crisis financiera y económica 2007 -2009, tanto en el acceso al empleo, como en su calidad.  Se trata de hombres blancos por encima de 50 años (aún más los que superan la barrera de los 60), sin titulación universitaria, con creencias religiosas y resentidos por ser desplazados por inmigrantes ilegales, y ante el traslado de industrias productivas fuera del país, fenómeno reflejado con mucha fuerza en los llamados estados del cinturón del óxido (rust belt), región industrial por excelencia hasta el inicio de su declive durante la década de 1960.

Ellos no fueron, sin embargo, la única fuente del apoyo a Trump.  Contrario a la tendencia previsible por sus declaraciones, y las interpretaciones más esquemáticas de algunos analistas, importantes grupos de mujeres y latinos se adscribieron a su propuesta por diversas razones.  Fue un error suponer que, de golpe y porrazo, cada fémina castigaría con el voto al contendiente que las ofendió, para respaldar sin tapujos a la figura demócrata, mujer por demás, pero cuya imagen fue muy dañada durante la contienda.

Esa analogía entre los criterios anti feministas de Trump y la condena de las damas, impidió apreciar que es un fenómeno social y cultural complejo.  Como se demostró, en la sociedad estadounidense actual existe entre grupos nada despreciables cierta tolerancia a que los hombres se expresen de esa manera, sin que reciban rechazo alguno por afirmaciones públicas en que se relega y menosprecia a las féminas.  Esta posición –que tiene su raíz en la naturaleza patriarcal de la sociedad occidental- prevalece no sólo entre grupos de zonas periféricas, sino incluso entre profesionales de diversas ramas. [4]

Algo similar sucedió con la temática de los inmigrantes.  Las divulgaciones de prensa indujeron a pensar, dentro del gran público, que todas las personas con esa condición repudiarían las expresiones de Trump, de fortalecer lo concerniente al muro en la frontera con México, e incrementar la cantidad de deportados a sus países de origen.  Ello provocó pasar por alto que una parte de los latinos asimilados a Estados Unidos, percibe las afirmaciones de Trump como certeras, pues suponen les garantizan preservar su estatus, el cual se vería lastimado ante nuevas oleadas de su misma procedencia.

Es decir, muchos otrora inmigrantes responsabilizan a los que han llegado recientemente, entre ellos los considerados ilegales, con los problemas en el empleo, seguridad y en otros aspectos de la vida cotidiana.  Desde esa óptica convergen con los razonamientos del sector más retrógrado de los hombres blancos arriba mencionado y también trabajadores, sean estos latinos o afroamericanos.  Recuérdese que en Estados Unidos los índices de desempleo de los hispanos y negros es muy superior al de los considerados blancos; para las mujeres y los jóvenes es aún peor.

La construcción de una imagen como carta de triunfo.

El perfil de Trump, su representación pública por un individuo con dominio escénico, ejerció notable efecto sobre importantes conglomerados de la sociedad.  Hombre que edificó una fortuna en el sector inmobiliario y el poder mediático, que dice lo que le viene en ganas, sin temor a las consecuencias derivadas de esos actos, y que cuestiona lo mismo las regulaciones electorales, la cúpula de su partido que los medios de prensa.  Todo ello acompañado de una bella esposa ex modelo, 25 años más joven, a lo que incorpora la defensa de portar armas, como valor inamovible de ese modelo de nación.  Una especie de cowboy moderno, o personificación contemporánea del espíritu de superioridad, apuntalado por Hollywood a través de símbolos como John Wayne, Rodolfo Valentino o Paul Newman, que viene ahora a salvar de nuevo a Estados Unidos.

En otro sentido, la alternativa demócrata se levantó sobre una mujer que, si bien acumuló una de las trayectorias políticas previas más sólidas de cualquier época, en verdad se presentó con un mensaje insulso, incapaz de movilizar a los votantes, particularmente a los jóvenes.  La Clinton nunca convenció -era un secreto a voces esa debilidad que reconocían sus partidarios- y no pudo trascender más allá de lo “políticamente correcto”, justo cuando ese concepto, que en el pasado era la principal carta hacia la victoria, está hoy en lo más bajo de la mente de las personas.  Ni siquiera aprovechó en toda su magnitud lo que implicaba su candidatura, como primera mujer en pos de la Casa Blanca, pues se dedicó a transitar por caminos trillados, incluyendo contradecir o retractarse de opiniones dadas en el pasado.

Esas posiciones “camaleónicas” afianzaron el criterio de que no decía la verdad, sino que se acomodaba a un interés particular. Hizo además concesiones en otros asuntos, mostrando un programa “descafeinado”, que no impactó suficientemente entre algunos de aquellos sectores y estados dubitativos, o pendulares; el meollo de la evolución conclusiva de estas contiendas.

Hillary personificó la continuidad y los males de un sistema carcomido por la incongruencia entre el discurso y la acción práctica. Cargó a la vez con las desventuras y frustraciones heredadas de la presidencia de Obama sobre una parte de los electores demócratas.  Trump, al contrario,  se convirtió en el aspirante del cambio, que desafió, retó y lució con la soltura que exigen estos torneos electorales.  Asimismo, el multimillonario neoyorquino y su equipo supieron enhebrar una campaña –sazonada con su irreverencia oratoria- en la que concentraron esfuerzos en los espacios que identificaron como claves, y no se dejaron desmovilizar ante la apabullante consideración de los medios de que su rival marchaba delante en la lid.

Fue un tanto a su favor el uso de las redes sociales, — instrumento utilizado durante la primera victoria de Obama– ámbito que inobjetablemente confirma su valía en el plano político, ideológico y cultural.  Basta recordar la función desempeñada por el ciberespacio y la blogosfera, lo mismo en las llamadas Revoluciones de Colores, que en el resultado electoral más reciente en Argentina.  Al parecer no todos los actores políticos –como se sugiere ocurrió con Hillary- tienen claro esto en su real dimensión, ni demuestran ser exitosos en su empleo.

Al final los antecedentes históricos podrían haber servido para predecir lo ocurrido, pues los demócratas no habían hilvanado tres gobiernos al hilo en una oportunidad en las últimas siete décadas.  La última vez con esa prolongación en la Presidencia aconteció con la combinación de Franklin Delano Roosevelt y Harry Truman, entre 1933 y 1953.  Los republicanos si lo hicieron entre 1980 y 1992, con la doble administración de Ronald Reagan primero, y luego con George H. Bush, quien fue vicepresidente del ex actor en sus ocho años de gobierno. No debe olvidarse la coincidencia con un momento de mutación fundamental en la política, la economía y la sociedad estadounidense conocido como la contrarrevolución conservadora, desatada desde principios de la década de 1980.

Ahora los demócratas prescindieron de emplear al vicepresidente de Obama, Joe Biden (algo que muchos lamentan) en aras de apostarle todo a Hillary. Al parecer ese partido quizo trascender como la formación que llevó a la Presidencia por vez primera a un afrodescendiente y una mujer.  No pudieron consumar esto último y por el contrario abrieron el camino a la Casa Blanca al presidente electo más longevo de su historia (Trump cumplió 70 años en junio) superando el récord anterior establecido por  Reagan con 69, al iniciar su primer mandato.

Fernández Tabío es Dr. en Ciencias Económicas y Profesor Titular del Centro de Estudios Hemisféricos y sobre Estados Unidos (CEHSEU) de la Universidad de La Habana y Pérez Casabona es Lic. En Historia; Especialista en Seguridad y Defensa Nacional y Profesor Auxiliar de la propia institución.

Notas, citas y referencias bibliográficas.
[1]. El expresidente y lúcido intelectual dominicano Juan Bosch escribe sobre ello.  “Los Estados Unidos  son políticamente un país de burócratas y funcionarios, no de líderes.  (…) En los Estados Unidos la categoría de líder la da el cargo, no está en el hombre. (…) La clave de la diferencia entre la tradición política de Inglaterra y la de los Estados Unidos está en que los partidos norteamericanos no son permanentes, no están organizados sobre la base de un programa; son esquemas de partidos que solo funcionan para fines electorales, cuando llega la hora de acumular votos; y al acercarse las elecciones los políticos de profesión se agrupan alrededor del candidato que a su juicio puede ganar”. Juan Bosch: El pentagonismo sustituto del imperialismo, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2007, pp. 79 y 80.
[3] Un estudio de la BBC publicado el 4 de noviembre, además de profundizar en estos aspectos,  revela que el presidente Francois Hollande arribó al Palacio del Elíseo en el 2012 en una contienda en la que se invirtieron 97 millones, mientras Vladimir Putin lo hizo en Rusia luego de que se gastaron 49 millones de dólares.  Ángel Bermúdez: “Cuánto cuestan las elecciones de Estados Unidos y cómo se comparan con otros países”, en: http://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-37856444
[4] Ese propio día se publicó un artículo en The New York Times que refleja esa percepción, en una parte de las féminas. “Soy una mujer blanca, con estudios universitarios y más cercana en edad a Hillary que a Chelsea Clinton. Soy madre, una chica católica de Jersey, que creció en un hogar amigo de los sindicatos. Y voté por Donald Trump. Mi madre de 89 años está horrorizada, al igual que muchas de mis amigas, que también son blancas y con estudios universitarios. No me importa, para mí fue una decisión sencilla. Me ha tocado explicarle a mi hija adolescente cómo es que los hombres —Donald Trump o el equipo masculino de fútbol de Harvard— dicen cosas espantosas de las mujeres en los vestidores o los autobuses de las celebridades. Eso ya es bastante malo. Pero también tuve que explicarle que Hillary llevará de vuelta a Bill Clinton a la Casa Blanca. Todo el mundo debería estar consciente de que el expresidente, quien fue sometido a un proceso de destitución, mintió acerca de por lo menos un abuso sexual y usó a otra mujer, una pasante, como juguete sexual en la Oficina Oval. (…) Ella es bien conocida por rodearse de gente que le ayuda a ocultar sus mentiras y mal juicio: Benghazi, los correos electrónicos ultrasecretos, el servidor privado, la Fundación Clinton. Él asumiría la presidencia menos agobiado por las lealtades partidistas, con la posibilidad de elegir a miembros del gabinete y asesores sin ataduras de pensamiento. ¿Será él un buen presidente? Todavía no estoy segura. ¿Y ella? Es más probable que no”. Maureen Sullivan: “Por qué voté por Trump”, en: http://www.nytimes.com/es/2016/11/08/por-que-vote-por-trump/



La victoria de Trump: una aproximación preliminar (IV y final)



Por Luis René Fernández Tabío y Hassan Pérez Casabona⃰

La campaña del actual presidente Donald Trump, se articuló entre otros temas en torno a la idea de exaltar el carácter excepcional de Estados Unidos.  El basamento ideológico de esa tesis ultranacionalista, como hemos apuntado, apareció casi desde la génesis de la conformación de dicho país.

Desde ese ángulo, lanzó como idea central “hacer grande otra vez a América” (Make Great America Again), filosofía que entronca con la idea, que ha sido retomada por diferentes figuras, de: “América Primero” (America First). Estos planteamientos sintetizan su visión, y la de sus seguidores, no sólo en asuntos domésticos, sino en lo concerniente al papel y proyección de EE.UU. en el concierto internacional.
Ellos recrean el carácter excepcional, que supuestamente les corresponde desempeñar a nivel global, presentados mediante un “ropaje” que sintonizó con los sectores que defienden a ultranza dichas posiciones y atrajo a otros con posturas menos rígidas.

Esas expresiones toman como resortes, lo mismo el descontento interno por la lenta recuperación de la Gran crisis financiera y económica de 2008 -con sus secuelas en múltiples ámbitos- que la necesidad de ofrecer al menos algún resultado, para eliminar peligros terroristas a la seguridad representados por el Estado Islámico.  No se trató de ensoñaciones de su equipo de trabajo, sino de adoptar como pretextos para el despegue de esas concepciones problemáticas reales.

Esto es algo que vale la pena destacar. Trump hablo de una manera nada tradicional sobre numerosas cuestiones, exageró, manipuló y azuzó el racismo, el rechazo a los inmigrantes y otros asuntos escondidos en el discurso sobre lo políticamente correcto, que asumía esos problemas habían sido resueltos en la sociedad estadounidense.

Puede decirse que no inventó nada, sino que en realidad se cebó con ese estilo poco ortodoxo, en las insatisfacciones de sectores de la población blanca resentida, la cual considera retrocedió en las últimas décadas, de forma integral, en creencias en las cuales fueron educados.

Fue un raro coctel que surtió efecto movilizador entre ese grupo de votantes.  De un lado, quien colocó el dedo sobre la herida (prometiendo cicatrizarla y restañar el tejido) y del otro una candidata que, además de ser identificada con los males del sistema, no brindó una imagen convincente.

Aunque parezca superfluo, en EE.UU. y dentro de la sociedad de consumo en general, lo más importante en las batallas electorales no es la experiencia o trayectoria previas, sino la imagen que se ofrece y si ella se corresponde no tanto con valores, sino con sentimientos y emociones.

Al igual que se adquiere en un supermercado un producto a partir de lo que visualmente este sugiera (bajo la influencia de los comerciales televisivos y la propaganda que genere) el candidato necesita vender un paquete, por el que los ciudadanos pagarán el día de las elecciones.  Visto así, Trump fue más eficaz en fijar sobre el electorado la idea de que era la opción más conveniente para la economía y seguridad del país, en un momento como este.

Complejo equilibrio del Gobierno.

La victoria de Trump ha generado diferentes mitos.  Varios de ellos los hemos desmontado en los trabajos precedentes.  Queremos hacerlo ahora, respecto al supuesto de que su triunfo, combinado con la mayoría republicana en ambas cámaras del Congreso, hará que gobierne en un camino expedito, sin fricciones con el poder legislativo.

Lo primero a mencionar es que esa correlación a favor de un partido en las estructuras de poder institucional estadounidense no sucedía hace 58 años, desde finales de la administración de Dwight Ike Eisenhower.  En aquella ocasión prevaleció un panorama signado por el crecimiento económico y la unidad interna, después de la Segunda Guerra Mundial y el fin de la contienda de Corea. Fue una etapa de apogeo que nada tiene que ver con el profundo cisma por el que atraviesa hoy esa sociedad.  Las turbulencias del presente son tales, que sería erróneo reproducir mecánicamente, de manera lineal, ese referente histórico.
A todo ello debe añadirse las desavenencias públicas entre Trump y las principales figuras del partido, desde que arrancó la contienda.  Un momento clímax en esa línea sobrevino después del 6 de septiembre, cuando The Washington  Post revelara las declaraciones del magante inmobiliario en que denigraba sobre las mujeres.


Las fricciones entre el Presidente y el Congreso podrían intensificarse.
 
De inmediato la mayor parte del liderazgo republicano, incluyendo senadores, representantes, gobernadores y aspirantes a las primarias, criticó dicha posición  y se desmarcó de su candidatura. Su antecesor partidario en la Casa Blanca, George W. Bush, ni siquiera votó por él.

Este hecho revela que muchas de esas figuras no se alinearan acríticamente ante su gestión sino que, por el contrario, utilizarán sus prerrogativas legislativas para intentar encarrilar la labor de alguien con consideraciones políticas que no convergen en muchos casos con la concepción de ese liderazgo.
Una cosa es la concertación partidaria y otra, mucho más compleja, es la identificación doctrinal, máxime cuando los métodos de trabajo de un hombre como Trump parecen al menos en principio distanciarse de los procedimientos de los políticos convencionales.

¿De qué otra manera puede interpretarse, sino como una jugada de contención, el hecho de que Paul Ryan fuera propuesto de manera unánime entre los congresistas republicanos para proseguir como jefe de la Cámara de Representantes (tercer cargo en importancia en el país, luego del presidente y vicepresidente) cuando fue uno de los mayores opositores a Trump?

¿Quiere ello decir que se desatará una pugna perenne entre las dos ramas de poder, boicoteando desde el legislativo cada propuesta del presidente, como ocurrió en muchos casos durante la era Obama?

Lo tendencial, y más probable, es que se encuentren mecanismos de cooperación entre los dos poderes, no sin instantes de conflicto, incluso traumáticos, a la hora de ventilar la concepción de temas centrales o la ejecución de determinados programas.  El espíritu de esa relación estará determinado, en buena medida, por la pauta y el tono que establezca el Ejecutivo, y los principales consejeros del Presidente en la comunicación con senadores y representantes.

Si Trump y sus asesores parten de que esos nexos implican de facto una subordinación total de los legisladores a las iniciativas del mandatario, únicamente porque están dentro del mismo partido, podrían desatarse conflictos difíciles de controlar. Lo más probable, partiendo del comportamiento previo, es que se produzcan reacomodos en la Administración, en el modo y el contenido de muchas propuestas, para llegar a un terreno común.

Históricamente el poder del Congreso ha reclamado una dosis de protagonismo, dentro de los marcos que fija la Constitución y el ejercicio de sus funciones establecidas, aunque en el campo de la política exterior el Presidente tiene enormes prerrogativas.  Las fricciones entre el Presidente y el Congreso podrían intensificarse, si el nuevo Ejecutivo pretendiera dirigir los destinos del país apartándose de consensos establecidos, ignorando a personas que han dedicado su vida a hacer política, como la mayoría de los congresistas.  Este escenario daría continuidad a la división expresada con particular fuerza en el periodo transcurrido del siglo XXI.

Es previsible, en esa línea, que el poder legislativo no pierda espacios para remarcar que sus integrantes tienen que ser tomados en cuenta.  Si esa es la postura, probablemente avancen. De lo contrario (las discrepancias pueden desatarse por los asuntos más inverosímiles) estaríamos en presencia de un sistema que remarcaría su disfuncionalidad.  Otro escenario hipotético, no descartable, es la conciliación de enfoques políticos y acomodo reciproco hasta lograr un nuevo consenso Ejecutivo – Congreso, con una mayor dosis de pragmatismo y realismo de orientación conservadora.

La filosofía del dinero.

Otra cuestión clave en los exámenes es que Trump, aunque ejerza el cargo con mayor connotación en ese sentido, no es un político convencional ni mucho menos un ideólogo. Es un representante del poder económico, que hizo fortuna desde posturas pragmáticas encaminadas a incrementar las arcas familiares.
Dirigir un conjunto de empresas, incluso de manera exitosa, es algo bien distinto a conducir una país de más de 300 millones de habitantes, mucho más si este atraviesa por múltiples contradicciones políticas, ideológicas, económicas, raciales y culturales, acompañado de enormes desafíos globales y regionales.

Se generalizó entre una parte del público la percepción de que como Trump fue próspero con sus negocios, puede darle esa condición nuevamente a la nación en pleno.  Considerar que esto suceda, sólo por su procedencia, es también otro desacierto.  No es ocioso traer a colación que los negocios de Trump no fueron diseñados para elevar el nivel de vida de los obreros y empleados que participaron en ellos, sino para enriquecerse él y una élite que siente le corresponde la cima del mundo.

No se destacó porque construir millones de viviendas para los sectores desprotegidos y la propia clase media, sino que ganó notoriedad levantando lujosas torres en las que se instalaron oficinas de transnacionales, cadenas de tiendas y apartamentos para celebridades del mundo del espectáculo.

Trump no fue en el pasado un benefactor popular, ni nada por el estilo, sino un hombre de negocios, que ascendió dentro de la pirámide social, valiéndose de todo lo que hiciera falta en la consecución de sus objetivos, incluyendo la irrupción galopante en los medios para desde allí subrayar su condición de empresario exitoso.

Su motivación desde la más temprana juventud es hacer dinero, no enrolarse en acciones de transformación ciudadana, dentro del encuadre establecido, para beneficio de su comunidad. No fue nunca defensor de los derechos civiles, ni pacifista, ni ambientalista, ni siquiera cree que exista el “cambio climático”.

Simplemente se desenvolvió en el terreno económico, a sabiendas de que la sociedad de consumo privilegia la jerarquización de lo material, sin reparar muchas veces en la naturaleza del origen y desarrollo de ese poderío, ni mucho menos sus consecuencias.  En dicho entramado de relaciones, el reconocimiento a quienes hacen ostentación de lo material supera a los que se entregan en función de valores universales como la solidaridad. Se trata de la instauración, desafortunadamente, de una cultura que privilegia “el tener sobre el ser”. [1]

En realidad muchos de los millonarios sin entrenamiento alguno en política incursionan en esta esfera, buscando más trascender en un ámbito de esas proporciones, que en trabajar en función de las necesidades del propio pueblo estadounidense. Se emplean a fondo señalando que no necesitan multiplicar sus ganancias (porque ya tienen bastante), criterio incierto con el que confunden a numerosos votantes.

En el fondo, a través de las más insospechadas vías, se las ingeniaran para acrecentar sus capitales, más allá de la distinción que alcanzan ejerciendo temporalmente un cargo público.  Al marcharse, sin que hayan cambiado nada de peso para la vida del común de los mortales, se van a disfrutar de sus fortunas con el extra de haber encabezado a la primera potencia mundial.

En varios momentos de la campaña se revelaron algunas de las irregularidades cometidas por él a lo largo de años, en muchos de los temas que utilizó en sentido opuesto en la pugna por convertirse en el presidente norteamericano número cuarenta y cinco.  Tanto la contratación de inmigrantes sin autorización para trabajar, hasta la evasión de impuestos, -o el reciente escándalo sobre la manera en que operó su universidad durante cinco años- revelan la cara oculta detrás de su poderío y ponen de manifiesto, asimismo, el largo trecho entre las expresiones en actos electorales y la realidad de los hechos.  Aunque Hillary llevó la peor parte en ser identificada como alguien que mentía, Trump no se quedó detrás en ese acápite.

¿Quién es quién tras bastidores?


Trump anunció a Reince Priebus como jefe de su gabinete.
 
Un aspecto de la mayor importancia es seguir las designaciones que se van dando a conocer por Trump y su equipo.  Sin duda es importante conocer los nombres que se barajan para cargos clave, como Asesor de Seguridad, Secretario de Estado y de Defensa en lo que atañe a política exterior.  Este ejercicio es de inestimable valor para intentar aproximarnos a prever las proyecciones de una nueva administración.

En este caso ello es más difícil porque el Presidente no tiene trayectoria dentro del sistema político, ni definición muy clara de las corrientes que abraza, e incluso al menos durante la campaña para la elección –momento muy distinto al ejercicio del cargo— ha introducido un alto grado de incertidumbre sobre sus propias proposiciones.

Trump anunció el sábado 12 de noviembre, que Reince Priebus, quien se desempeñaba como Presidente del Comité Nacional Republicano, trabajaría como Jefe de su Gabinete, cargo de vital importancia para cualquier mandatario máxime, como hemos dicho, si este prácticamente se inicia en  el terreno político.
Ese propio día divulgó que el controvertido representante de los medios de derecha Stephen K. Bannon, fungiría como Asesor Estratégico, pero en el mismo rango, según sus propias palabras, que Priebus, hecho hasta ahora inédito dentro del ordenamiento de la burocracia aglutinada en torno al presidente en la Casa Blanca.

Con estos nombramientos Trump busca un equilibrio (que será difícil mantener bajo el rigor del trabajo cotidiano) entre figuras con trayectorias diversas, pero que potencialmente le permitirían mantener comunicación con grupos diferentes.  De un lado, al colocar a Priebus, jefe de los republicanos, premia a uno de los pocos que lo apoyó durante toda la campaña, al tiempo que tiende un puente hacia un sector que él no desea desconocer en su labor de dirección, con la finalidad de recomponer las relaciones crispantes con el liderazgo de su partido durante la contienda.

En el caso de Bannon, al que muchos consideran en una línea cercana a los supremacistas blancos, da también crédito a la lealtad por el respaldo de aquel a su candidatura, y dispara las alarmas, teniendo en cuenta la jerarquía que le asigna, por las posiciones que caracterizan su quehacer previo.

El martes 15 de noviembre The New York Times publicó un artículo en el que se refiere a las personas con mayor probabilidad de ocupar cada una de las secretarías, y el resto de las funciones estratégicas.  Esa lista, aunque es una aproximación preliminar, es expresión de la manera en que se reciclan, como “puerta giratoria”, las figuras dentro del establishment y al menos refleja varios de los nombres en los que se piensa ahora.

Tienen experiencia en unos casos en funciones de gobierno, y en otros proceden de las grandes corporaciones o el aparato militar.  No desconozcamos tampoco que, incluso varios de los que no dieron su apoyo a Trump, no verían con desagrado ser llamados a un cargo, por el peso que tiene un pedido del Presidente.

Entre los nombres que se manejan para puestos de primer orden aparecen, en el caso de la Secretaría de Estado, los de John Bolton, que fue embajador ante Naciones Unidas y Subsecretario de Estado en época de Bush; Newt Gingrich, speaker de la Cámara; Rudolph Giuliani, alcalde de Nueva York durante varios años, incluyendo cuando los ataques terroristas del 11 de septiembre del 2001, momento en que incrementó su popularidad por lo rápido que se personó en el lugar de los hechos (lo contrario del presidente W. Bush, que se escondió en un bunker bajo tierra); Stanley A. McChrystal, ex general de cuatros estrellas, que fue comandante en Afganistán y que alguna vez señaló valoraba aspirar a la presidencia; Bob Corker, senador por Tennessee y jefe del Comité de Relaciones Exteriores de esa instancia legislativa y Zalmay Khalilzad, embajador ante Afganistán. A esta lista se ha sumado en las últimas horas Mitt Ronney, ex gobernador de Masachuttsses  y derrotado por Obama en las elecciones presidenciales del 2012.

Con independencia de que es imposible saber hasta el final por quién se inclinará Trump, al igual que en el resto de los cargos, se especula que Giuliani es el de más posibilidades.  Lo que sí parece cierto es que los nombres principales se quedarán con alguna responsabilidad, pues varios se repiten como candidatos a distintas carteras.  El propio Giuliani se baraja también para Fiscal General y jefe del Departamento de Seguridad de la Patria.

Ello sucede, asimismo, con Michael T. Flynn, quien fue antes jefe de la Agencia de Información de la Defensa y aparece como opción para Asesor de Seguridad Nacional y Director Nacional de Inteligencia; Chris Christie, gobernador de New Jersey (Fiscal general y secretario de Comercio); Robert E. Grady, de la Gryphon Investors y Harold G. Hamm, Jefe Ejecutivo de Continental Resources, an Oil and Gas Company, estos dos previstos para la secretaría del Interior y la de Energía; Dan DiMicco Jefe Ejecutivo de Nucor Corporation, and Steel Production Company, (Comercio y representante de EE.UU ante los Tratados Comerciales); Ben Carlson neurocirujano y el único candidato afroamericano a la presidencia por la agrupación republicana (Educación y la de Salud).

Por cierto, la polémica Sarah Palin, gobernadora de Alaska y quien en el 2008 acompañó como vicepresidenta la candidatura del senador John McCain, superada por el joven Barack Obama, es una de las que se prevé pueda trabajar como secretaria del Interior.

Habrá que esperar no sólo por quien se inclina en cada caso, sino cual es la tónica que asume el gobierno en general y el papel real que se le atribuye a cada uno, de acuerdo a la personalidad y el estilo de presidencia que llevará Donald Trump, asunto que como en las designaciones puede estar sujeto a modificaciones sucesivas.

Los acuerdos comerciales en el centro de la mira.

Entre los aspectos significativos dentro de los mensajes políticos de Trump aparece la crítica a los acuerdos de libre comercio, entre ellos la Alianza Transpacífica (TPP).  Por otro lado se distancia de las posiciones del gobierno de Obama y la candidata demócrata en torno a Rusia, Siria e Irán.  Trump se manifestó como defensor de la Segunda Enmienda y contra los inmigrantes ilegales, llegando incluso a proponer la construcción de un muro, el cual pretende sería financiado por el propio gobierno mexicano.  [2]

Hay que destacar, en el caso de Rusia, que en su primera conversación telefónica con Putin ambos abogaron por la necesidad de unir esfuerzos en la lucha contra el terrorismo, lo que supone un mayor nivel de concertación y efectividad en el enfrentamiento al Estado Islámico.  La estrategia de campaña seguida por Hillary implicó en todo momento arremeter contra Putin (al que responsabilizó por cada cosa negativa, incluyendo el escándalo por el uso de un servidor privado para correos oficiales), mientras que Trump hizo lo contrario, llegando a reconocer la eficiencia de Moscú en varias esferas.

Con respecto a Cuba, en una etapa inicial se mostró favorable a dar continuidad a las acciones emprendidas por el presidente Obama desde el 17 D, sin embargo en las últimas semanas cambió este criterio (llegó a reunirse en Miami con representantes de la Brigada 2506 que participaron en la invasión mercenaria por Playa Girón) evidenciado así una tónica de toda su campaña: la variabilidad de posiciones sobre disímiles aspectos.  El propósito de este viraje era lograr ganar 29 votos electorales de Florida. Ello finalmente sucedió, sin que fuera definitorio en la victoria el tema cubano.

Más allá de los resultados electorales, y de todo lo que genera el triunfo de Trump, la continuidad debe ser la tendencia dominante en el período 2017 – 2020, a partir de que el sistema político estadounidense mantendrá su crisis y las dificultades para proyectar un consenso político en temas cruciales.

Esta situación se podría agravar si se desatara una Gran crisis financiera y económica en el 2017.  Desafíos pendientes de solución en el Medio Oriente, Europa – Rusia y el conflicto en Siria están entre los más graves.  El Hemisferio Occidental muestra dentro de ese panorama global el escenario más favorable para Estados Unidos, dado el viraje a la derecha en los gobiernos de Argentina luego de las elecciones, y en Brasil después del golpe a la ex Presidenta Dilma Rousseff, de gran peso en el balance regional de fuerzas.

El restablecimiento de relaciones con Cuba aunque no exento de conflictos, debería permitir un lento y difícil avance en la eliminación de algunos de los obstáculos para el mejoramiento de los vínculos con la Isla, e indirectamente mejorar el clima de relaciones interamericanas, si bien no es lo más probable que se elimine totalmente el bloqueo económico, comercial y financiero impuesto, oficialmente desde febrero del 1962, bajo la administración Kennedy.

De igual manera no parece ser lo más realizable un escenario donde se eche por tierra lo conseguido en estos últimos meses, mucho menos en el que esa administración rompa las relaciones diplomáticas establecidas entre los dos estados desde el 1ero de julio del 2015 o desconozca los acuerdos y memorandos de entendimiento suscritos en unas 12 temáticas.

Con independencia de todo lo que falta, los dos años transcurridos desde el 17D evidencian la cantidad de asuntos en los que se puede avanzar, con beneficios para los dos países, si se adopta el dialogo respetuoso como camino.  Ello no ignora que se pudieran acentuar los desencuentros en foros internacionales, en cuestiones como derechos humanos y sistemas políticos.

Un comentario es útil sobre este asunto: El futuro de Cuba y el desarrollo de su modelo de desarrollo propio, libre e independiente, con un socialismo próspero y sostenible, no depende del arribo a la presidencia de Estados Unidos de uno u otro gobierno, sino de sus propios esfuerzos.

En realidad el ajuste de la política estadounidense hacia Cuba ha sido el resultado de los éxitos y el avance en la construcción del modelo de desarrollo cubano.  Ello no desconoce que constituye un objetivo de la política exterior cubana lograr avanzar hacia un proceso de normalización de sus relaciones con Estados Unidos y lograr una convivencia civilizada con respeto por las diferencias y beneficio para ambos países y pueblos.

No existe contradicción entre el mensaje de felicitación enviado por el presidente antillano Raúl Castro Ruz a Donald Trump por su victoria, acorde con el nivel de reconocimiento diplomático en las relaciones entre ambos países por un lado, y de otro, la realización exitosa del Ejercicio Estratégico Bastión 2016 (que nacieron en la década del 80 y que desde el 2004 se acordó realizar cada cuatro años), que ratifica la voluntad de preservar a cualquier costo el sistema político y las conquistas sociales obtenidas desde 1959.  Como señaló el Comandante en Jefe en varias oportunidades, hemos alcanzado, en ese frente, la invulnerabilidad que emana del concepto de que el pueblo está listo para defender su obra en todos los terrenos.

En la reciente Cumbre del Foro de Cooperación Asia-Pacífico (APEC) el presidente Obama hizo una llamado a no juzgar de manera anticipada a Trump (reconociendo en sus palabras las diferencias entre el populismo de las campañas y la vida real). Sin embargo, ello no logra por ahora aliviar preocupaciones que se expresan dentro y fuera de Estados Unidos.

Es por ello que no puede descartarse se mantengan las tensiones con China en el mar meridional y con Corea del Norte.  Los tratados de libre comercio de tipo megarregional como el Alianza Transpacífico (TPP) y sobre todo la Asociación Trasatlántica sobre Comercio e Inversiones (TTIP) tienen un futuro todavía incierto, sobre todo el TTIP debido a las divisiones y reservas que existe sobre el mismo dentro de la Unión Europea (UE), lo que no supone ni mucho menos la degradación de las relaciones entre Estados Unidos y la UE.  En el caso del Tratado de Libre Comercio de América del Norte y otros tratados de ese tipo pareciera ser lo más probable su permanencia, aunque la continuidad de los mismos sean sometido a tensiones, que pongan en juego algunas de las aspiraciones iniciales.

En este aspecto, aunque se haya expresado una ruptura respecto a las políticas impulsadas por la contrarrevolución conservadora iniciada por el gobierno de Ronald Reagan en 1981: sobre libre comercio, inversiones, globalización neoliberal e integración en esos términos, las mismas no deben desaparecer.  No se olvide que de modo general, la tendencia a la continuidad en la política estadounidense es dominante, y lo nuevo, aunque exista, debe acomodarse a los desarrollos contemporáneos del capitalismo a escala global, más allá de Estados Unidos.  Por ello, no se trata de aislacionismo, proteccionismo a ultranza, –términos que reaparecen ahora– sino un ajuste en esos ámbitos de las proyecciones, en vez de mutaciones radicales.

En resumen, el futuro de la política estadounidense está sujeto a continuidad y cambios, y aunque se presentan algunos indicios, todavía es muy pronto para distinguir con precisión los vectores resultantes de su proyección externa.  Hay que esperar la asunción de Donald Trump a la Casa Blanca en enero de 2017, sus decisiones en la formación de su equipo, y el estilo de presidencia que desempeñara.  Nada de eso se conoce hasta ahora con certeza.  Las decisiones que adopte durante los primeros 100 días en la Presidencia, reflejarán al menos las líneas principales de lo que podría ser la política de Estados Unidos durante la primera parte de los próximos cuatro años.

Fernández Tabío es Dr. en Ciencias Económicas y Profesor Titular del Centro de Estudios Hemisféricos y sobre Estados Unidos (CEHSEU) de la Universidad de La Habana y Pérez Casabona es Lic. En Historia; Especialista en Seguridad y Defensa Nacional y Profesor Auxiliar de la propia institución.

Notas, citas y referencias bibliográficas.

[1] Sobre estas cuestiones han escrito diferentes intelectuales cubanos y de otras latitudes. Entre los que han desarrollado análisis en nuestros predios, se encuentra Enrique Ubieta Gómez. Pueden consultarse trabajos suyos al respecto, en publicaciones como Cuba Socialista y La Calle del Medio.
[2] Entre los muchos estudios recientes que profundizan sobre estos asuntos, se encuentra el publicado el 2 de noviembre por  Brian Klaas, titulado: “Another Bipartisan Tenet of U.S. Foreign Policy Bites the Dust”, en: http://foreignpolicy.com/2016/11/02/another-bipartisan-tenet-of-u-s-foreign-policy-bites-the-dust-trump-clinton-election/