martes, 20 de diciembre de 2016

Informe Mundial sobre Ciencias Sociales 2016: “La necesidad de investigaciones sobre la desigualdad económica ante el auge de movimientos y partidos políticos extremistas”


Por Dr. Leyde E. Rodríguez Hernández

Las lagunas que persisten en materia de datos sobre las desigualdades en diferentes regiones y la necesidad de lograr investigaciones más robustas sobre la relación entre desigualdad económica y otras formas de desigualdad, por ejemplo, de género, educación y salud; así como lo imperioso de una mayor cooperación entre disciplinas científicas, fronteras geográficas y campos de investigación, para ayudar a los gobiernos en el desarrollo de políticas más eficaces que proporcionen sociedades más inclusivas, constituyeron los aspectos más relevantes del Informe Mundial sobre Ciencias Sociales 2016:Afrontar el reto de las desigualdades y trazar vías hacia un mundo justo”, presentado, en septiembre, en la Real Academia de Ciencias en Estocolmo, Suecia.

Este informe, preparado por el Consejo Internacional de Ciencias Sociales (CICS) en cooperación con el Instituto de Estudios para el Desarrollo del Reino Unido, fue coeditado por la UNESCO, argumenta que, en los últimos años, las naciones que integran el grupo BRICS –Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica– han impulsado determinantes sociales que tienen por objetivo explícito el crecimiento económico en las regiones más pobres, al reducir las desigualdades en la atención médica, modificaron los viejos modelos de desigualdad que afectaban a diversos sectores de sus respectivas sociedades.    
                                         
Teniendo en cuenta que estas naciones representan una  enorme proporción de la población del planeta, las modalidades que adoptan para afrontar las desigualdades tiene y tendrán un impacto global. La desigualdad y la sostenibilidad son dos retos clave que tienen una importante repercusión mundial. Su vinculación es tal que, resulta imposible concebir el enfrentamiento a la problemática de las desigualdades sin una efectiva colaboración en un sistema internacional heterogéneo y de enormes asimetrías entre sus actores, sean ellos estatales o no estatales.

En los Estados Unidos y Europa, conglomerado de países considerados desarrollados, la desigualdad es cada vez mayor en el contexto de un proceso de globalización neoliberal que ha provocado el fracaso o empobrecimiento de las  llamadas clases medias. La polarización de los ingresos, debido a la rápida evolución tecnológica, ha conducido a que dichas clases medias experimenten un profundo “malestar” frente al declive económico que padecen, cuyas manifestaciones más visibles lo constituye la disminución de  la cohesión social y un apoyo creciente a los movimientos políticos extremistas, también denominados nacionalistas, populistas o neofacistas, en dependencia del país que se analice.

Existe un importante grado de incertidumbre en lo que respecta a los  futuros efectos de la actual oleada de cambios tecnológicos. La automatización va a reducir significativamente la demanda de mano de obra, en  particular la de trabajadores pocos especializados. Esto va a significar también que la industrialización en los países de economías emergentes creará menos puestos de trabajo. Al mismo tiempo, Internet y las redes sociales van a facilitar la movilización contra las desigualdades y el caos que ellas puedan engendrar.

En el Informe Mundial sobre Ciencias Sociales 2016 se presentan ejemplos de medidas adoptadas en diversas partes del sistema internacional para cambiar las reglas del juego de las economías capitalistas o las reglamentaciones que pueden contribuir a reducir las desigualdades. Algunas de esas medidas se han aplicado recientemente en países y regiones que desean frenar o estabilizar el aumento de las desigualdades.
Desde la década de 1960 hasta mediados la década de 1990 del siglo XX, en algunos países como la República de Corea, Taiwán y China, se registró   un acelerado crecimiento económico, acompañado de una reducción de la desigualdad, que se ha denominado el “milagro económico del Asia Oriental”. 

Asimismo, en el en el periodo 2000-2010 se registraron índices de crecimiento económico extraordinariamente elevados y una disminución sustancial de la pobreza y la desigualdad en algunos países  de América Latina y el Caribe. 

Desde 2008, China ha adoptado una política multidimensional que ha tenido como resultado una notable reducción de los niveles de pobreza y de desigualdad económica. 

Aunque esos países han gozado de condiciones favorables para reducir la desigualdad –crecimiento económico, estabilidad política y preocupación colectiva por el aumento de las disparidades–, lo más importante es que han preparado toda una serie de medidas combinadas para contrarrestar, a la vez, varios aspectos de las desigualdades. 

El informe también plantea que la eficacia general de las medidas adoptadas parece depender de su grado de coherencia y coordinación. Para que resulte eficaz, una combinación de políticas elaboradas en un contexto específico necesitará adaptarse a las condiciones peculiares del país al que se pretenda transferir.

La izquierda considera que, una respuesta eficiente o solución a todos los tipos de desigualdades mencionadas aquí, es muy poco probable que se produzca bajo la dominación del sistema capitalista mundial, porque este, hasta ahora, no ha sido capaz de encontrar un modelo de acumulación distinto al neoliberal. Ha sido esa política económica neoliberal la que ha exorbitado el auge de las desigualdades económicas, generando múltiples anomalías políticas y tendencias verdaderamente desestabilizadoras de las relaciones internacionales actuales.

En este 2016, a punto de culminar, los principales acontecimientos que estremecieron la política internacional: el referendo sobre la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea (Brexit), - un proceso que se encuentra en marcha y el gobierno británico considera irreversible -, el triunfo en las elecciones presidenciales de los Estados Unidos del multimillonario de extrema derecha (neofacista), Donald Trump, y el crecimiento de los nacionalismos de derecha y extrema derecha en Asia, América Latina y Europa, tienen su génesis en la crisis sistémica y estructural del capitalismo, haciendo que el sistema internacional del siglo XXI se torne, cada vez más desigual, convulso, turbulento e incierto. Se abre así una perspectiva de regreso potencial de la guerra o de diferentes tipos de guerras en un escenario geopolítico global paradójico, desordenado y complejo.                 
                                    
Acceso libre y gratuito al Informe en:
www.worldsocialscience.org
es.unesco.org/wssr2016
#ChallengingInequalities

lunes, 19 de diciembre de 2016

Fidel, Trump y el liderazgo político



Por Roberto M. Yepe
           
El fallecimiento de Fidel Castro es un colofón dramático de uno de los rasgos más notables de la política mundial durante los últimos años: la escasez de líderes capaces de motivar y movilizar a millones de personas, extrayendo de ellas actitudes solidarias para lograr hazañas colectivas. Fue precisamente eso lo que logró Fidel con la campaña masiva que eliminó el analfabetismo en Cuba, con la fulminante victoria en Playa Girón y con la solitaria resistencia del proceso revolucionario cubano durante la década de los noventa del pasado siglo, cuando los socialismos oficiales del este europeo se desmoronaron, por solo mencionar tres ejemplos.

Se trata de una crisis de liderazgo de alcance mundial. En ese contexto, hasta fecha reciente, América Latina fue una región excepcionalmente privilegiada. Junto a la resistencia de Cuba, la sucesiva ascensión al gobierno de los movimientos políticos encabezados por Hugo Chávez, Luiz Inácio Lula da Silva, Néstor Kirchner, Tabaré Vázquez, Evo Morales, Rafael Correa y Daniel Ortega permitió lograr innegables avances económicos, sociales y políticos en los países beneficiados por esta onda antineoliberal, alcanzando así la democracia y los derechos humanos niveles sin precedentes históricos en esta zona geográfica, que en estos momentos corren el riesgo de ser revertidos.

La falta de líderes políticos inspiradores es particularmente aguda en los Estados Unidos y Europa occidental. Dejando de lado cualquier preferencia política o ideológica, cabría preguntarse dónde están los Franklin D. Roosevelt, los Winston Churchill y los Charles de Gaulle contemporáneos que permitan apreciar la abismal diferencia existente entre los verdaderos estadistas y los meros administradores tecnócratas, fríos e insípidos, que proliferan lo largo y ancho del planeta.

El caso de los Estados Unidos merece una consideración especial. Tal vez Barack Obama sea el mejor presidente que el sistema político norteamericano es capaz de producir en la actualidad. Su decisión de cambiar la política hacia Cuba requirió de mucho coraje político y, posiblemente, representó el punto más alto de su presidencia. De manera general, sin embargo, su gestión gubernamental no satisfizo las enormes esperanzas de gran parte de los motivados votantes que lo condujeron a la presidencia. Como decía Fidel -según ha contado Cristina Fernández de Kirchner en un excelente artículo-, el gobierno de los Estados Unidos es un sistema, no un presidente.

Ahora, con Donald Trump, somos testigos estupefactos del ascenso a la presidencia de la principal potencia mundial de un personaje absolutamente impresentable, cargado de todos los atributos que no debería tener ningún verdadero líder político. De hecho, tal parece la encarnación perfecta del antilíder.

Con la absoluta bajeza moral que lo caracteriza y de una manera despreciable, Trump ha arremetido contra la figura de Fidel en ocasión de su fallecimiento. La coincidencia temporal del deceso de Fidel con el proceso de asunción presidencial de Trump es como una jugarreta del destino indicativa de cuán bajo puede caer la calidad de los líderes políticos en tiempos de exaltación del materialismo consumista y la frivolidad.

Sin embargo, incluso en una coyuntura tan oscura, puede haber espacio para el optimismo. Es muy probable que, más temprano que tarde, si Trump intentara implementar en la práctica varias de sus promesas electorales, estará cavando su propia tumba política. Muy rápidamente constatará que las duras realidades de la conducción gubernamental serán impermeables a su temperamento de multimillonario caprichoso, y siempre llevará la pesada carga de ilegitimidad derivada del hecho de haber llegado a la presidencia sin el respaldo del voto popular. Por otra parte, debe tenerse en cuenta que los Estados Unidos son una sociedad compleja, diversa y en evolución, con potencial para generar resistencias y contrapesos frente a fuerzas extremistas de manera relativamente rápida. La movilización de la derecha más cavernaria que ha hecho posible la victoria de Trump coexiste con un indudable ascenso de movimientos progresistas, sobre todo entre los jóvenes, que impulsaron de manera entusiasta la candidatura de Bernie Sanders, un veterano político autodefinido como socialista, y que no se sintieron representados con Hillary Clinton.

Así, terminada la temporada de retórica chocante y de fuegos artificiales, Donald Trump tendrá cuatro años para demostrar a qué vino. Mientras tanto, y por siempre, Fidel Castro será extrañado, incluso por sus más acérrimos enemigos, aunque no quieran confesarlo.

- Roberto M. Yepe es politólogo y jurista. Autor del blog Alertas estratégicas.




viernes, 16 de diciembre de 2016

Trump favorecerá los intereses económicos y las relaciones con el poderoso Complejo Militar Industrial.




MSc Enrique R. Martínez Díaz, Investigador CIPI

El 8 de Noviembre de 2016 resultó electo presidente de los EE.UU. el multimillonario Donald John Trump,  pese a que, aparentemente, todo apuntaba a que sería derrotado por la ex Secretaria de Estado, Ex Senadora y Ex Primera Dama, Hillary Rodham Clinton. Toda la información disponible, que incluso ponían en su contra a su propio Partido, el Republicano, y las encuestas publicadas por los medios más serios de ese país, así lo aseveraba. Voy a resistir la tentación de ser oportunista y declararme como ajeno a tales pronósticos; yo también creí en ellos.

Mucha gente se preocupa por la posibilidad de que el recién electo Presidente estadounidense cumpla con todas o la mayoría de las propuestas que hizo durante su campaña electoral, e incluso con algunas que ya ha ido haciendo una vez electo, como la recientemente anunciada,  de que deportará, o encarcelará,  a tres millones de indocumentados una vez que asuma la presidencia.

Lamentablemente para Mr. Trump, y sobre todo para los que votaron por él, la cosa puede que no sea tan simple. El Presidente de EE.UU. tiene gran poder, eso es innegable, pero también muchas limitaciones, sobre todo respecto a las potestades del Congreso (por ejemplo, la de aprobar o no el presupuesto del gobierno, lo que supone que,  aunque tiene mayoría del Partido Republicano en ambas cámaras, puede interferir muchas medidas que pretenda aplicar el nuevo Presidente, en especial si no son favorables para determinados intereses).

Un ejemplo puede ser la anunciada imposición de elevados impuestos a aquellas empresas que hayan trasladado sus fábricas a otros países ( en virtud de los “sagrados cánones” del neoliberalismo, que preconizan que la obtención de ganancias es la base de la economía); los obstáculos que encontrará para aplicar tal medida serán tales que tendrá que desistir rápidamente; igualmente puede suceder sobre su posición sobre los diferentes acuerdos económicos en vigor o en negociación (NAFTA, TPP, TTIP, etc), habrá que ver qué intereses serían afectados, y como reaccionarán. 

Otro ejemplo es las llamadas medidas comerciales contra China. Dado el nivel de intercambio comercial entre ambos países, tratar de aplicar medidas restrictivas e incremento de impuestos a las importaciones chinas puede afectar a muchas empresas norteamericanas que se benefician de ese comercio; ¡Money is Money!. Sin olvidar el viejo asunto de los Bonos del Tesoro estadounidense en poder de China, cuya venta a bajos precios por la parte china pudiera afectar seriamente la moneda yanqui, según algunos expertos.

Tratar de presionar a sus aliados europeos para que incrementen sus gastos militares (algo que no es nuevo, Bush e incluso Obama lo intentaron), bajo la amenaza de retirar las tropas norteamericanas de Europa iría en contra de los propios intereses norteamericanos, máxime si se tiene en cuenta que el poderío militar estadounidense sigue siendo su principal carta de triunfo en la arena internacional, pues en el plano económico todo indica que será superado por China en pocos años. EE.UU. necesita a sus aliados tanto  como ellos necesitan el amparo del águila yanqui. No obstante, no es ocioso mencionar que el electo presidente pretende también incrementar el número de tropas y de buques de guerra en sus FF.AA., lo que favorecerá sus relaciones con el poderoso Complejo Militar Industrial.

Para consuelo de Trump, tal como han hecho Obama y otros presidentes anteriores, siempre le quedará el recurso de culpar al Congreso y a la burocracia de Washington DC de impedirle cumplir sus promesas. Además de que seguramente Mr. Trump sabe que hacer ciertas cosas contra las aspas en movimiento de un ventilador no es nada recomendable.

Analizando los datos disponibles, en las elecciones pasadas votaron un poco más de  130 millones[i] de personas (por cierto, solamente en el 2008 se registró un número mayor de votantes, 131 millones 473 mil; en el 2012 votaron 129 millones 237 mil), de los cuales, el 46,86 % votó por Trump (60 millones 925 mil 616), y un 47,60 (61 millones 890 312) por la Clinton (¡925 mil mas!).  Si consideramos la población con derecho a votar en 227 millones 19486 personas, según los datos del censo de los EE.UU.[ii],  podremos ver que el % de votación fue de aproximadamente el  57,3% (¡cerca de 100 millones de norteamericanos no votaron!); algunas fuentes  refieren que en 2012 el porciento de votación fue del 53,6 %. Aunque en estas elecciones hubo un poco más de votantes, el % de abstencionismo (superior al 42%) sigue siendo alto.

No obstante, quisiera referirme a algo que considero importante: si bien es cierto que la abstención en EE.UU. es muy superior a la de otros países capitalistas; que las encuestas demuestran que una parte importante de la ciudadanía está muy disgustada con la clase política que impera en Washington, y que no confían en ella; también los resultados de la votación demuestran que a pesar del papel del Congreso en bloquear o dificultar las acciones del gobierno, aquellos que votan lo siguen haciendo, de forma general, por aquellos congresistas, ya sean Senadores o Representantes, de posiciones más retrogradas; solo así se explica, por ejemplo, que Marcos Rubio, Ileana Ros-Lehtinen, Carlos Curbelo, Albio Paz, etc,  mantengan sus puestos en el Congreso.

Existe un grupo poblacional, nada despreciable por su número, en los EE.UU. que sí vota, y lo hace por aquellos que considera son los que representan los valores más conservadores dentro de esa nación; que creen en el mesianismo y en afincar el papel de EE.UU. como país predominante a nivel global; que ven con hostilidad todo aquello que se aparte de sus convicciones reaccionarias: no aceptan la teoría del Cambio Climático, son contrarios a la Teoría de la Evolución, por regla general son fanáticos religiosos, etc. Valorando esos aspectos, es como podemos explicarnos el  triunfo de alguien con una imagen tan atacada por los medios como la de Mr. Trump. 

Esperemos que, no obstante, la razón impere en los gobernantes de Washington, y que la opinión pública mundial y la de su propia población los haga recapacitar y no envolver al planeta en una nueva crisis. ¡Un Mundo Mejor es Posible!



[i]Dave Leip  Atlas of U.S. Presidential Election. http://uselectionatlas.org/RESULTS/
[ii]US Census Bureau,US Department of Commerce, Washington DChttp://www.census.gov/data/tables/time-series/demo/voting-and-registration/electorate-profiles-2016.html

jueves, 15 de diciembre de 2016

Escenario global, Trump e implicaciones para Cuba.





Por Santiago Pérez Benítez
Investigador del CIPI

El escenario internacional  en el que Cuba y los países del Caribe deben insertarse  se caracteriza por múltiples y contradictorias tendencias.  Muchas de ellas  venían abriéndose paso desde hace algún  tiempo, mientras  otras se han hecho más notorias a raíz del Brexit y la victoria de Donald Trump en las elecciones de EEUU el 8 de noviembre del 2016. 
 
Ello no quiere decir que las primeras hayan desaparecido y que sean las “novedosas” las que vayan a triunfar. Se parte del concepto que la realidad global, regional o nacional es mucho más rica y abigarrada que lo que podamos enunciar o describir como tendencias desde la academia o la política.

En estas reflexiones sólo apunto aquellas  que pueden ser más relevantes para la identificación de  amenazas y oportunidades a las que se enfrentaría la política exterior de Cuba en el nuevo escenario.

De manera estructural,  continúa avanzando “objetivamente” el proceso de globalización con sus tres pilares básicos: la liberación de los flujos de capital; de bienes y servicios; y de mano de obra. Se  consolida el proceso “natural” de concentración y centralización del capital; la conformación de  un orden basado en cadenas globales y regionales de valor; el poder creciente de las transnacionales; la financiarización de la economía en detrimento de la inversión productiva; la deslocalización de empresas hacia países con mano de obra más barata; la importación de trabajadores extranjeros –legales o ilegales- hacia países centrales para reducir los costos de la producción y los salarios; el incremento de la desigualdad dentro y entre los países; la erosión del Estado de Bienestar donde existía; la imposición de medidas de ajuste estructural, entre otros rasgos.

Este modo de funcionamiento del capitalismo global, que caracterizó al sistema internacional desde fines de los ochenta,  no obstante, ha develado serios problemas en su funcionamiento, y está generando conflictos y disfuncionalidades evidentes.

Se mantiene la crisis  estructural y sistémica que eclosionó en el 2007-2008  en  EEUU y que se ha esparcido por todo el mundo con visos de permanecer en la perspectiva mediata.Simplemente la economía no crece como debiera, lo que – además de otras causas- repercute en el agravamiento sensible de las contradicciones económicas, sociales y políticas del capitalismo, tanto a nivel de las sociedades nacionales, como de los conflictos  internacionales.

Todos los organismos económicos mundiales reportan perspectivas de  crecimiento moderado de EEUU; bajas tasas de crecimiento de las principales economías de la Unión Europea y de Japón. Se reducen las tasas de crecimiento en los países emergentes y subdesarrollados. América Latina crece muy poco. China estabiliza su crecimiento sólo sobre un 5% y la India lo incrementa ligeramente. El poder de “halar” la economía mundial por parte de los países emergentes, como sucedió en la primera década de los años dos mil, se ha reducido sensiblemente.

Aunque en su momento no se atisbó con toda su intensidad – y se sucumbió a la ideologización de la globalización, dándola por “inexorable e indetenible”-  en casi todas las sociedades nacionales, incluyendo las de los países centrales, se mantuvo y ahora se acrecienta la puja de poderes entre los sectores vinculados al poderoso capital financiero transnacionalizado, por un lado, y otros sectores,  más relacionados con los  productores industriales, de materias primas, mercados  internos, regionales, representantes de las  medianas y pequeñas empresas.

Específicamente a nivel de las élites y de los grupos dominantes de los países centrales, se percibe un ascenso  de los sectores nacionalistas, capitalizados por la derecha, sobre todo en EEUU, Gran Bretaña, Francia, Alemania, Japón y en otros países, que claman por el “rescate” de la soberanía, reaccionan alérgicamente al ascenso de China y otras potencias emergentes,  y se oponen a la globalización y regionalización  de la manera que ha funcionado en las últimas décadas.

No necesariamente en conflicto con los sectores globalizados, pero sí con matices diferentes, estos grupos buscan generar una mayor cuota de plusvalía al interior de las fronteras nacionales, elevando la sobreexplotación de los trabajadores y reduciendo las regulaciones e impuestos a las corporaciones imponiéndoles restricciones – hasta donde sea posible- a sus proyecciones globalizadoras.

A nivel político e ideológico, se recrudecen las acciones de los establishments, sobre todo  occidentales, contra los latentes y abiertos conflictos raciales, clasistas,  nacionales y el proceso natural de mestizaje en sus sociedades. El tema de la lucha contra el terrorismo y la migración ilegal –complejos fenómenos engendrados por la reacción ante la anárquica globalización neoliberal y su imposición a las sociedades del Sur por parte de los Estados y organismos occidentales e intervenciones de sus fuerzas armadas –  se emplea también para erosionar, y de ser posible, desligarse de muchos preceptos de la democracia liberal al interior de las sociedades de los países centrales.  Es una manera de justificar también las acciones represivas y de control sobre los amplios sectores de las clases medias y  populares, que paradójicamente, en determinadas proporciones y ocasiones, apoyan estos cursos.

Las nuevas fuerzas de la derecha, a nivel internacional, tienden a ideologizar menos que los sectores oligárquicos globalizadores los temas de la democracia liberal y la defensa de los derechos humanos, aunque los sigan empleando como herramientas para satanizar a países enemigos.

En este marco de “países first”, la competencia entre los centros de poder se agudiza, incluyendo la existente entre los propios países de la tríada (EEUU, Europa y Japón) y la que se libra con los llamados emergentes, principalmente  China, Rusia, y otros actores regionales que buscan obtener mejores posiciones en el marco del orden internacional vigente, que hasta ahora sigue hegemonizado por el llamado Occidente histórico.

A nivel político-diplomático, las relaciones  entre los  centros de poder mencionados –  por ahora-   discurre entre la confrontación y la cooperación, dado el nivel de interdependencia existente, y la ausencia de paradigmas ideológicos alternativos. En muchas situaciones conflictivas se producen coaliciones modulares y flexibles, no necesariamente siguiendo una geometría de bloques pre-determinados. Estas coaliciones cuentan con la presencia, como aliados o adversarios, de grandes potencias, actores regionales o fuerzas no estatales.

Adquieren  un mayor poder en el escenario global actores no gubernamentales, públicos y privados, incluyendo los grupos terroristas, las transnacionales,  iglesias y movimientos religiosos, ONGs, entre otros.

En el caso de América Latina, donde  primeramente se resquebrajó el andamiaje neoliberal ya a fines de los noventa, se percibe un debilitamiento de la respuesta que desde el centro-izquierda dieron los sectores progresistas a  las fuerzas del imperialismo globalizador en los primeros 15 años del presente siglo. Este debilitamiento temporal se ha evidenciado en los cambios de gobierno hacia la derecha en Brasil, Argentina, el activismo opositor en Venezuela y el debilitamiento de las opciones integracionistas latinoamericanas. Está en curso una clara ofensiva de derecha impulsada desde Washington, aunque las fuerzas populares mantienen su resistencia y siguen en el poder las Revoluciones en Venezuela, Ecuador y Bolivia.

EEUU continúa desempeñándose como actor clave del sistema internacional, aun cuando se  ha reducido de forma relativa su superioridad global. En los primeros años de la Administración Trump probablemente se incremente su agresividad para recuperar posiciones perdidas y obtener ventajas en las negociaciones y conflictos internacionales, incluyendo la confrontación con el Estado islámico en el Medio Oriente, el enfrentamiento con actores internacionales de mayor peso, sobre todo con China e Irán, a diferencia de Obama,  que en su segundo mandato priorizó la confrontación con Rusia.

Washington continuará  evitando el empantanamiento en operaciones bélicas a gran escala en el exterior, y las llamadas operaciones de “nation building”,  pero al mismo tiempo,  incrementará su política de rearme, subversión en los países no afines a sus proyecciones y hegemonía. Trump desarrollará una política unilateral y de imposición de condiciones, lo que generará divergencias  con los aliados europeos y asiáticos, sin llegar a lacerar sensiblemente las alianzas estructurales existentes.

Política hacia Cuba

En el escenario  brevemente comentado, se perciben claramente dos designios estratégicos de confrontación global por parte del imperialismo con Cuba:

Por un lado, hay una clara voluntad de los sectores más mundializados, nucleados  en la administración Obama y los países de la UE, para incluir a Cuba  en  el proceso de globalización en curso. Se desea  promover los intereses de sus agentes económicos; evitar un mayor nivel de relaciones estratégicas de la isla con China, Rusia,Venezuela,  y  tratar de interactuar y de ser posible derrocar, o al menos modificar sustancialmente, al sistema cubano mediante el llamado “compromiso” (engagement), y no la hostilidad o aislamiento total o parcial como fue la norma   en los 55 años previos, aunque ninguno de los instrumentos de esta política  se han eliminado completamente.

Un cambio del sistema socialista en Cuba –preferentemente por vía evolutiva- tendría una importancia ideológica, simbólica y política trascendental de cara a su esquema de dominación hegemónica mundial.  Sería absurdo pensar que, sobre todo EEUU y las principales potencias europeas, no seguirán actuando para obtener tales objetivos. En la práctica, con  la Administración Obama, EEUU enriqueció desde inicios del 2015 su arsenal de políticas, incluyendo los instrumentos del poder blando y su presencia en la isla, pero sin abandonar ninguno de su política tradicional, incluyendo el del bloqueo económico. Todos estos instrumentos están en pie, así como los sectores de la burocracia, con sus respectivas mentalidades,  que los han venido ejecutando tradicionalmente desde el Ejecutivo.

Esta política está enfocada en la noción de la “paciencia estratégica” y está asentada también en la espera de que en el país transcurra el relevo generacional del liderazgo, continúen los cambios en la política de actualización cubana, se debiliten las condiciones económicas por el empeoramiento de las condiciones en Venezuela y la maduración de los resultados de su política activa de “interacción” con la sociedad civil cubana –jóvenes, cuentapropistas, etc. Como instrumento de la política se incluyen las influencias de la comunidad cubano americana sobre la sociedad cubana.

La otra línea, que representaría la Administración Trump, sin desdecirse necesariamente de elementos de la anterior estrategia, y buscando los mismos objetivos, pero de manera más “impaciente”, privilegiaría un curso más confrontativo, de mayores presiones,  hostilidad, injerencia, que detenga el ritmo de los avances en las relaciones bilaterales, y que de nuevo priorice la generación de inestabilidad y amplifique las críticas a Cuba a nivel internacional, desatando campañas de difamación y probables presiones multilaterales. Incrementaría las acciones de bloqueo,  sobre todo en el ámbito financiero.  Buscaría quitarle a Cuba los supuestos beneficios y “respiros” que, en su lógica, le otorgó el deshielo con Obama en el 2015 y 2016.

Este escenario con Trump no excluye elementos de cooperación con el gobierno cubano como algunos de los actualmente existentes, y que en los manuales de las llamadas guerras no convencionales o planes de subversión no se excluyen. No debe esperarse  la ruptura de las relaciones diplomáticas, ni la afectación sensible de intereses económicos norteamericanos, aunque estos aún son incipientes y poco poderosos en comparación con el poder de la política probable de la “envalentonada” Administración, y sobre todo del Congreso Republicano.

Las posibles causas de esta mayor hostilidad de Trump hacia Cuba  serían:
  • Los grupos que lo apoyan no comparten el razonamiento de Obama de que los instrumentos de la anterior política de hostilidad han fracasado. Opinan que empleando los métodos de la confrontación, muchos recogidos en la Helms Burton, pueden lograr el cambio de sistema de manera más expedita.
  • Percepción de vulnerabilidad de Cuba por los problemas económicos que afronta a raíz de la crisis de Venezuela.
  • Interés en revertir el “legado” de Obama, del cual, junto con el acuerdo con Irán, forma parte el cambio en la política hacia Cuba.
  • Cuba sería el “enemigo” más pequeño contra el cual se pudiera mostrar dureza en política exterior. La probable embestida contra China e Irán tendría muchos mayores costos.
  • Reacciones ante las críticas desde la derecha porque Cuba no ha hecho las concesiones que se le han demandado en el área de los cambios en su sistema político y en el tema de las libertades y derechos humanos.
  • Pago a las acciones de los cubanoamericanos de derecha por haber actuado a favor de los republicanos en las elecciones en la Florida. No sería tanto por el potencial electoral de los cubanos (los demócratas ganaron el Dade y el Broward County), sino por el papel que juegan los cubano-americanos en la maquinaria republicana en el Estado.
  • Posibilidad de “hacer concesiones” al establishment republicano, cuyos candidatos a la Casa Blanca abogaron en las primarias por un endurecimiento de las relaciones con Cuba, sobre todo Marco Rubio y Jeb Bush. La Plataforma Republicana, aprobada por el hoy Jefe de Despacho de la Casa Blanca, Reince Priebus, es muy hostil contra Cuba. Los comentarios de Trump a raíz del fallecimiento de Fidel Castro van precisamente en esa línea.
  • Visión de que América Latina no continúa apoyando a Cuba con la misma intensidad y de la misma manera que lo hizo en los años del 2010-2015, dados los cambios hacia la derecha en la región,
  • Intentos de “comprobar” o medir la “resistencia” que le puede ofrecer la nueva dirección del país desde el 2018 a las acciones externas, incluyendo provocaciones de la contrarrevolución alentada por los EEU.
  • No concreción de importantes negocios e intereses económicos norteamericanos en Cuba que teóricamente pudieran tener, para la fecha,  la fuerza y voluntad de frenar las eventuales políticas gubernamentales hostiles de Trump.
En este escenario de detenimiento del proceso de mejoría de las relaciones bilaterales Cuba-EEUU o empeoramiento de las mismas (aunque todavía es prematuro precisar mayores detalles),  los países europeos, en sus políticas bilaterales, se dividirían entre los interesados en mantener sus posiciones e intereses en  Cuba y los mayores aliados de EEUU que, con matices, secundarían el curso norteamericano, y que no tendrían grandes intereses en nuestro país. De manera general, no obstante,  Bruselas  seguirá abogando por la línea de confrontación más afín con la posición del Presidente Obama, sobre todo después de la firma del Acuerdo con Cuba de diciembre de este año. En rigor, la política real de la Unión y de sus países miembros, incluso cuando estaba vigente la Posición Común, iba en la dirección de la modalidad de confrontación que posteriormente escogió la Administración Obama.

En general, los gobiernos de  América Latina y el Caribe mantendrían la solidaridad con Cuba y el nivel de apoyo a nuestro país, aunque existirían matices en el nivel de involucramiento de algunos países. Algunos gobiernos latinoamericanos de derecha  privilegiarían la hostilidad ideológica para fortalecer sus posiciones frente a los sectores progresistas nacionales, aunque se cuidarían de ser identificados como “trumpistas” por la opinión pública de sus respectivos países y evitarían romper los consensos ya alcanzados en la política hacia Cuba en el marco de la CELAC y otros organismos regionales.

Las políticas de Rusia y China en este escenario se mantendrían estables y mantendrían el compromiso con nuestro país,  criticando el curso hostil de la Administración Trump, aunque  los matices de su reacción y el grado de compromiso e incremento de su involucramiento en Cuba  sería en dependencia del estado en que se encuentren para esos momentos  las relaciones con EEUU y el bloque occidental en general. En el caso particular de China, es de esperar un proceso de incremento significativo de los nexos con la Habana.

Dado el potencial de relaciones cultivadas por Cuba con los gobiernos y sociedades de Canadá, Asia, Medio Oriente y Africa, es de prever la continuidad e incremento de los intereses y relaciones de estos países y de sus sectores económicos y políticos con la Isla, en tanto  que les permite mostrar autonomía frente a la de seguro criticada globalmente política de Trump, además de satisfacer intereses económicos específicos, políticos, de cooperación, en los ambientes multilaterales, entre otros.

Está claro que en el escenario que se avecina, Cuba como cualquier actor internacional, va a confrontar importantes amenazas, pero también se abren oportunidades para su interacción, lo que incluye el aprovechamiento de los conflictos al interior de las clases dominantes de EEUU; la interacción con los otros actores internacionales en competencia con Washington como China, Rusia; los nexos que mantiene Cuba con países europeos, Canadá, América Latina y el resto de los actores gubernamentales de otros continentes. Se abren también importantes opciones de interacción con sectores económicos y corporaciones privadas, grupos de solidaridad, regiones y organismos de integración regionales.

14 de diciembre 2016

Fragmentos de ponencia presentada en el evento anual de la Cátedra de Estudios del Caribe de la Universidad de la Habana. 9 de diciembre del 2016.