martes, 10 de abril de 2012

La política francesa (2007-2012)


Por Leyde E. Rodríguez Hernández

Desde que Nicolás Sarkozy llegó al poder, en el año 2007, hizo de la política exterior su principal carta de triunfo. La diplomacia se erigió en un resorte de credibilidad para su accionar político.

Con esos fines hizo solemnidad de un hiperactivismo, como promotor de iniciativas de alcance regional y mundial, en calidad de presidente de turno de la Unión Europea, con el concebido objetivo de enfrentar la crisis económica-monetaria del sistema capitalista y diseñar una “nueva” arquitectura financiera internacional por medio de su presidencia anual, en el año 2011, del G-8 y el G-20 respectivamente. Sobresalieron sus gestiones a favor de la Iniciativa para el Mediterráneo y su dinamismo en la concertación de posturas con los Estados Unidos sobre diversos conflictos internacionales: Afganistán, Côte d’Ivoire y Libia, para solo mencionar los de mayor impacto en las relaciones regionales e internacionales.

El área de mayor sobredimensionamiento en la política exterior francesa fue el aspecto militar. En el año 2010 fueron destinados 570 millones de euros a  operaciones exteriores de carácter militar en correspondencia con un presupuesto para la “defensa” de 32000 millones de euros. En el año 2011, los militares recibieron 900 millones de euros, de ellos 500 millones para las acciones en Afganistán, a lo cual se agregaron, a comienzos de julio de ese año, 900 millones de euros para la guerra en Libia[1]. Solo la operación “Harmattan” contra Libia, iniciada el 19 de marzo del 2011, costó 50 millones de euros sin que la clase política francesa obtuviera rápidamente los resultados esperados, pues el conflicto se prolongó más allá del tiempo previsto debido a la resistencia ofrecida por el líder libio Muammar Al-Gaddafi. En esa elevada cifra no se cuenta, obviamente, el golpe humano de más de 70 soldados muertos en el exterior y de cientos de heridos que han regresado vivos, pero sufriendo severos traumatismos sicológicos, ya que no comprenden las razones de su participación en conflictos internos de otros países, como tampoco lo entienden la mayoría de los ciudadanos franceses.
Para tener una idea precisa del militarismo francés allende sus fronteras nacionales, informaciones oficiales confirmaron que 22000 soldados intervienen en el extranjero: 4000 en Afganistán, 9700 en África, 1500 en Côte d’Ivoire; además de la implicación de sus dispositivos militares en Libia, Kosovo, Líbano, Somalia, en el Golfo de Guinea y la República Centroafricana, entre otros países con menor presencia militar.
Pero esos datos son insuficientes para predecir qué ocurrirá exactamente en Francia en las próximas elecciones presidenciales previstas, en su primera vuelta, para el 22 de abril y, en su segunda vuelta, el 6 de mayo de 2012, porque cualquier vaticinio de lo que sucederá en esas elecciones francesas requiere de un análisis profundo de las principales tendencias políticas y, en última instancia, de los factores económicos y sociales que dictan el movimiento de la sociedad francesa.

La nación francesa no es una excepción en el concierto internacional, como en otras potencias, los ciudadanos ante una elección presidencial están condicionados principalmente por discernimientos de carácter económico y social. Los asuntos internacionales, salvo en ciertos períodos de extrema tensión o de guerra legítima, no constituyen una prioridad. Tal vez por eso la imperceptible reacción popular y de las fuerzas del arcoíris progresista al intervencionismo militar francés en Libia y otras regiones del planeta.
En la elección presidencial de Francia, “la madre de todas las votaciones” y el punto incandescente del debate político[2], sus dos posibles candidatos finales: el presidente conservador saliente Nicolás Sarkozy, y el líder socialista, François Hollande, no podrían menospreciar un conjunto de argumentaciones racionales que expongo a continuación:
Los franceses, en sentido general, están acostumbrados a la política de potencia de su estado-nación. Por eso cabe esperar que en mayor o menor medida los enfoques estratégicos en torno a la política exterior estén presentes en los debates que se produzcan en ambas vueltas de la elección presidencial, aunque sabemos que el factor internacional es el argumento predilecto y de más peso en el discurso y la acción política de Sarkozy. A fin de cuentas, no es menos cierto que un candidato poco creíble para representar los múltiples intereses galos en el extranjero, es muy probable que no obtenga un amplio margen de votos del electorado, porque en el imaginario de un segmento cardinal de los franceses el jefe de Estado es la imagen principal de su país y desempeña un papel fundamental en la escena internacional.
¿Es que eso significa que la sociedad francesa sea mucho más conservadora que en décadas anteriores? Este problema podría tener una respuesta positiva, pero lo principal radica en que el régimen de la Quinta República otorga poderes esenciales al presidente en dos sectores clave de la seguridad nacional de la nación: la política de “defensa” y exterior (diplomacia). Al mismo tiempo, las cuestiones internacionales jugarán un papel relevante, por tanto una potencia con las dimensiones y atributos de Francia deberá enfrentar los desafíos que entrañan, para su posicionamiento global, las nuevas correlaciones de fuerza en un sistema internacional que ya perfila un acento multipolar y pluripolar, a lo cual no podría  ser indiferente la futura política exterior francesa. 
Nunca antes en la historia de las relaciones internacionales el escenario mundial y la política exterior de los Estados habían sido tan influyentes al interior de las naciones. Eso se debe, entre un conjunto de causas históricas, al rápido proceso de la globalización en materia comercial y tecnológica, a la concentración del poder militar y económico en un reducido grupo de potencias principales y al alcance sin límites de las transnacionales de la información con su impacto mediático. En el momento actual, ya ningún ciudadano puede ignorar los efectos de esos factores constitutivos de todo lo que ocurre fuera de las fronteras nacionales. El ciudadano con acceso a las redes sociales tiene ahora un alcance global y los franceses, en particular, se interesan cada vez más por el devenir y el futuro de su país en los asuntos internacionales.
Nicolás Sarkozy aplica el realismo político en la lucha por el poder. Su pragmatismo arroja luz sobre la importancia que concede al peso de la dimensión internacional y a lo que ella puede jugar a su favor en la próxima elección presidencial. La derecha se juega el todo por el todo. Y la llamada comunidad internacional, que lo ha apoyado hasta ahora, no desconoce esa situación.
Lo más importante para la derecha gala es que el gobierno de Sarkozy realizó, en cuatro años, una inversión inmensa en el ámbito de los principales actores de la política internacional, mientras conocíamos, por diversas empresas encuestadoras, sobre su sostenido índice de impopularidad y de baja aceptación social. Priorizar la diplomacia, y administrar sus efectos en la política interna, fue la estrategia seguida por el Eliseo a fin de legitimar la gestión presidencial de Sarkozy, pues, como decía, la tradición política ha hecho que el electorado francés tenga bien interiorizado el valor de la cultura de lo internacional.
Por otro lado, es muy poco probable que el accionar internacional de Francia abandone, en la coyuntura actual, las estrechas relaciones con los Estados Unidos en el ámbito de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), lo que constituirá un legado de la política exterior desarrollada por Sarkozy focalizada en una proyección de acentuada alianza militarista con los Estados Unidos, quedando demostrado en los frentes de guerra abiertos en Libia y Afganistán. En línea con lo anterior,  la vergonzosa victoria en Libia, frente al Gaddafi, otorgó algunos créditos electorales a Sarkozy, que se mostró vencedor en este conflicto. Con el éxito militar en Libia, Sarkozy calculó obtener un tipo de popularidad comparable a la de Jacques Chirac, después de su rechazo a la guerra de Iraq en el año 2003, pero sabemos que el favorable resultado de ese conflicto fue incapaz de aupar a Sarkozy en el plano de las intenciones de votos del electorado, manteniéndose siempre por debajo de cualquier candidato del partido socialista.   
Otro problema es que el fortalecimiento de la presencia militar francesa en Afganistán trajo consigo un incremento de la cantidad de los soldados muertos. Y esto probablemente será un tema peliagudo en los debates electorales de la  elección presidencial.
La elección se acerca, los dos candidatos finales Nicolás Sarkozy y François Hollande, más allá de las problemáticas internacionales que incumben al hexágono, tendrán que afrontar todos los aspectos de la compleja vida nacional francesa. Los debates se desarrollan en un contexto marcado por dos fenómenos principales: la mayor crisis eco­nómica y social que Francia ha conocido en los últimos decenios y una creciente desconfianza hacia el funcionamiento de la democracia ­representativa.

El Centro de Ciencias Políticas de Paris, una institución científica a la que no deberíamos adjudicarle veleidades izquierdistas, expuso recientemente que la situación social del país es delicada si se reflexiona en torno a los siguientes datos: a) la juventud francesa es la más pesimista de Europa; b) el 67 % de los franceses desconfían de los partidos de derecha y de las denominadas fuerzas políticas de izquierda para el ejercicio gubernamental; c) el 79 % de la población piensa que la situación socioeconómica no cesa de empeorar; d) una (1) persona de cada diez (10) está desempleada y el resto tienen miedo de perder su trabajo, lo que significa  aproximadamente una tasa de desempleo de 9,8 %, un desempleo de los jóvenes de menos de 25 años de un 24% y un número total de desempleados en el orden de los 4,5 millones.

La guerra de las encuestas reflejada en la gran prensa francesa, en la primera semana de abril, mostró que la mayoría de los sondeos favorecen a un Sarkozy capaz de acortar la distancia con Hollande, desde el fin de los tiroteos que ocasionaron el asesinato de tres militares en el sur de Francia y la odiosa matanza de niños judíos en Toulouse el 19 de marzo, cometidos por un joven yihadista relacionado con Al Qaeda, impactando con fuerza en la campaña, y dándole naturalmente un protagonismo particular al presidente saliente Nicolás Sarkozy. Si bien el incidente de los tiroteos le dio un pequeño impulso al mandatario, no resultó en un vuelco para los electores, porque el desempleo y el bajo poder adquisitivo constituyen las principales y verdaderas preocupaciones del pueblo francés.

El electorado galo no podrá ser glacial al balance mediocre de Sarkozy, para muchos detestable, como presidente de Francia. En el instante supremo del voto, Sarkozy será recordado por sus numerosos escándalos en los que estuvo envuelto enturbiando su gestión política, será rememorado como el “presidente de los ricos” a quienes hizo regalos fiscales insólitos, mientras sacrificaba a las clases medias y desmantelaba el Estado del bienestar general. Esa postura en exceso conservadora ha exacerbado las posibilidades de castigo electoral contra Sarkozy porque las mayorías sociales sienten profundamente las dificultades que trajo para sus vidas el espejismo de la política de reformas introducidas por Sarkozy desde su llegada al poder en el 2007, que se traducen en: pérdida de empleo, reducción del ­número de funcionarios, retraso de la edad de jubilación, disminución del nivel de vida, sin que sus promesas y esperanzas de una existencia mejor se produzcan.
Los sondeos de la prensa muestran a la candidata de extrema derecha Marine Le Pen en tercer lugar con un 15 %, evidenciándose que mientras se acerca la cita electoral menos intenciones de votos favorables encuentra en las distintas encuestas.  Por su parte, Nicolás Sarkozy ha trabajado duro para atraer en su tardía, pero intensa campaña electoral, a los votantes de la extrema derecha con una dura postura sobre la inmigración y la seguridad. En estos temas existe un claro corrimiento de Sarkozy a posturas propias de la extrema derecha francesa.  

Todo lo anterior hace que François Hollande sea, por el momento, el sereno favorito de los sondeos al Elíseo, concentrándose en él las crecientes y legítimas aspiraciones de una alternancia política en la sociedad francesa. Todas las encuestas, sin excepción, lo dan vencedor el 6 de mayo de 2012.  Hollande es considerado por sus propios electores como un representante de la burocracia partidista por su desempeño, durante más de once años (1997-2008), en el cargo de Primer secretario del Partido socialista. No es calificado un líder natural o carismático. Nunca se desempeñó como ministro. Hay que recordar que solo fue designado después de unas durísimas elecciones primarias en el seno de su partido a las que estuvo imposibilitado de asistir Dominique Strauss-Kahn, el preferido de los electores socialistas, quien se encontraba retenido por la justicia de los Estados Unidos.
François Hollande es un liberal socialdemócrata ubicado en el centro del espectro político que representa, en buena  lid, a los sectores de derecha al interior del partido socialista amparados en un programa económico muy poco diferente en contenido al de los conservadores liderados por Sarkozy. Hollande pertenece a la misma familia política que abandonó las concepciones de la socialdemocracia europea en España, Portugal y Grecia, quedando en el más claro desprestigio y debilidad política tras haber aceptado los paquetes de medidas de austeridad neoliberales de las instituciones supranacionales de la Unión Europea. 
Y finalmente: ¿Qué pasará en Francia el 6 de mayo de 2012? La conjunción de los factores expuestos tendrá inevitablemente la última palabra. La participación activa de los sectores populares en esa elección ayudaría a encauzar hacia el futuro nuevas configuraciones de los actores políticos franceses hacia una verdadera alternancia política desde la izquierda. En ese sentido, Jean-Luc Mélenchon, carismático líder del Frente de Izquierda (alianza entre el Partido de la Izquierda y Partido Comunista, entre otras pequeñas fuerzas de izquierda), se propone colocar al ser humano en el centro de la sociedad, proponiéndose una revolución ciudadana que permita una mejor distribución de las riquezas, abolir la inseguridad social; arrebatarle el poder a los bancos y a los mercados financieros; una planificación ecológica; o sea, todo un proceso de cambios que tendría como eje una Asamblea Constituyente para la construcción de una nueva República contraria a la política  neoliberal de la Unión Europa.

Por esas razones, Jean-Luc Mélenchon, simboliza la nueva esperanza de una sociedad sumida en una crisis económica, social y de representación política, pero, en particular, para quienes dentro de esa casa en dificultades constituyen los perdedores del juego neoliberal: la clase trabajadora, los ancianos, los jóvenes indignados, en fin el ciudadano de a pie. Para la izquierda progresista es importante evitar unas elecciones presidenciales que arrojen un alto abstencionismo cívico, porque un escenario de esa naturaleza limitaría las perspectivas novedosas para un cambio de tonalidad política en la sociedad francesa. 

Los nexos entre las operaciones “Odisea del amanecer”, Harmattan” y el ejercicio “Southern Mistral” contra Libia

Definitivamente, el gobierno de los Estados Unidos no fue un socio más en la agresión a Libia por un colectivo de países imperialistas. El Pentágono reconoció muy bien su función protagónica en la coordinación y liderazgo de una estrategia de guerra bautizada con el nombre de “Odisea del Amanecer”.

La “Odisea del Amanecer” es también la guerra iniciada por los bombardeos de los aviones franceses, al inicio del día 19 de marzo del 2011, bajo la operación “Harmattan”.[3] Es el conflicto que necesitaba el mandatario Nicolás Sarkozy, en un contexto de preparación de la elección presidencial del 2012 y de baja aceptación popular, que logró su materialización final gracias a la luz verde otorgada por Barack Obama, los servicios distinguidos del filósofo -devenido diplomático- Bernardo-Henri Lévy, la activa gestión del canciller Alain Juppé y del apoyo militar irrestricto del gobierno conservador británico.

Esta nueva guerra imperialista en el siglo XXI estuvo en preparación, al menos, desde la firma, el 2 de noviembre de 2010, de un tratado franco-británico de cooperación militar, que se perfiló en un ejercicio militar de gran amplitud organizado entre las dos potencias entre el 15 y 25 de marzo de 2011, contra un supuesto país -“Southland”- con una población vapuleada por un “régimen dictatorial” al sur del Mediterráneo. El ejercicio militar, que abrió la vía para una fuerte cooperación castrense entre Francia y Gran Bretaña, estuvo codificado con el nombre “Southern Mistral”.[4] Desde entonces, para atacar a Libia, solo faltaba un pretexto de fuerza mayor con tintes de carácter humanitario que propiciara la creación de una coalición occidental, es decir, la aprobación de una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU, que arrastrara consigo a todas las potencias, las instituciones y gobiernos Árabes favorables al plan presentado por el bloque de países imperialistas.

En la agresión militar contra Libia cientos de blancos  fueron golpeados por los barcos de guerra y submarinos de los Estados Unidos y Gran Bretaña, que lanzaron, en apenas unas horas, una lluvia de más de 110 misiles de crucero Tomahawk ocasionando terribles daños humanos y a la infraestructura de ese país. Esta guerra transmitida en vivo por algunos canales de la televisión Árabe e internacional mostró inevitables imágenes de niños heridos y muertos a los que difícilmente se les podría llamar “partidarios del Gaddafi”.

¿Cuál fue el objetivo de la intervención, proteger a los civiles o retirar al Gaddafi del poder? En una rueda de prensa ante periodistas, Hillary Clinton, Secretaria de Estado de los Estados Unidos, respondió esa interrogante a una periodista con el cinismo de que la operación militar había tenido la  finalidad de “proteger a los civiles libios del ataque de su propio gobierno”; pero lo cierto es que la realidad dijo otra cosa, quedando al desnudo la inmoralidad e irresponsabilidad política de los Estados Unidos y sus aliados occidentales en este conflicto.

Cientos de civiles, mujeres, niños y ancianos murieron bajo las “bombas de la libertad” y la “democracia” de la OTAN, las mismas que caen cada día en Afganistán o Paquistán, para liberar a esos pueblos del fantasma terrorista y de la opresión. Las mismas bombas que llevaron la libertad a Iraq al costo de más de medio millón de muertos. Pero ese caño de sangre -verdadera barbarie- es justificado por occidente en su concepción de “daños colaterales” en beneficio de una supuesta libertad que, en realidad, no llega a los países del sur, aunque se le sirva en bombas con el sello estadounidense, francés o británico.

George W. Bush y José María Aznar ya no gobiernan en sus respectivos países, pero la continuidad de sus políticas y el legado ideológico de las “guerras infinitas” agitan los tambores de la guerra contra países ubicados en la periferia capitalista. La agresión militar a Libia evidenció que Barack Obama representa la vieja política conquistadora de los Estados Unidos. La política de “cambio de régimen”, entronizada por W. Bush, se mantuvo incólume. El sutil “emperador” Barack Obama mostró su estampilla guerrera a contrapelo de su inmerecida condición de Premio Nobel de la Paz.

Las acciones de la política exterior del gobierno de Barack Obama persiguen mantener un sistema de poder mundial unipolar en el orden estratégico-militar, y sin ningún contrapeso de la Unión Europea, que  también se ha convertido en un instrumento de los intereses geoeconómicos y militaristas de los Estados Unidos en el escenario mundial.

Con su aplastante poderío militar en la guerra contra Libia, los Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña intentaron intimidar y frenar la ola de sublevaciones progresistas en los países Árabes; amenazaron con la eliminación de los  gobiernos que no son de su agrado, independientemente de su orientación política, filosófica o religiosa; revertir las crecientes tendencias objetivas favorables a la multipolaridad mundial, así como minimizar los nuevos roles internacionales que pudieran desempeñar en el sistema internacional actual naciones como Brasil, la India, Sudáfrica, Venezuela, Rusia, China e Irán.

Por eso, la política exterior de Obama ha sido diametralmente contraria a los intereses de los países que aspiran a un sistema mundial sin hegemonías imperialistas en el siglo XXI. En América Latina, los Estados Unidos recrudece las campañas mediáticas contra la Revolución cubana y las amenazas contra Venezuela, Bolivia, considerados por los estrategas de Washington como una amenaza contra los intereses estadounidenses en ese continente. De manera increíble, Cuba permanece en la lista de países terroristas de Washington, cuando desde esa capital se han financiado y organizado cientos de acciones terroristas contra la mayor de las Antillas, ejecutadas por las organizaciones terroristas asentadas en Miami. Sin embargo, los Estados Unidos siempre consideraron a sus terroristas “combatientes por la libertad”, en cualquier parte del mundo.

El gobierno estadounidense también apoya a las fuerzas de derecha que se oponen a los proyectos de integración y a los gobiernos democráticos de la región. Se intenta neutralizar a Brasil y su política exterior independiente. Washington actúa con fuerza para limpiar la nefasta imagen de su intervencionismo militar en América Latina, y usa el carisma de Obama para presentar una "nueva política" hacia la región con discursos demagógicos en Brasil, Chile y El Salvador. Se pretende reciclar viejas “Alianzas para el Progreso”, al estilo de la época de Kennedy, para contener y obstaculizar la alborada de los países miembros de la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA), y de todos aquellos que ansían un futuro sin subordinación a la superpotencia estadounidense.

En términos teóricos, el discurso de Barack Obama manifiesta que las nuevas estrategias militares y de seguridad nacional de los Estados Unidos, se orientan hacia la cooperación y el multilateralismo, pero en la práctica mantiene el objetivo de imponer sus intereses a través de un uso descarnado de la fuerza militar, lo cual fue demostrado en los bombardeos para una intervención y cambio de régimen en Libia, un país miembro de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), que posee las mayores reservas probadas en África: 44 000 millones de barriles de petróleo, y un poco más de 54 billones de pies cúbicos de gas natural, constituyendo estas riquezas energéticas la motivación real para la intervención militar de las potencias imperialistas en el conflicto interno que sacudió a Libia.

Lo más preocupante de todo esto es la pasividad de las sociedades occidentales, de sus fuerzas progresistas y de izquierda, al parecer ensimismadas en la profunda crisis estructural del sistema capitalista, que no se han movilizado contra la guerra, el sufrimiento y la masacre de otros pueblos a causa del militarismo imperialista. Las acciones guerreristas de Francia en Afganistán han costado la vida a más de 50 franceses y tiene un costo aproximado de 700 millones de euros anuales. Al mismo tiempo, los terroristas del ejército israelí pueden continuar matando palestinos en completa impunidad, pues saben que sus amigos de la "Comunidad Internacional" y la ONU no les molestarán. Si acaso una esporádica resolución en la ONU, que sabemos nunca será  respetada por Israel.

La nueva guerra imperialista que se gestó contra Libia, posiblemente desde el establecimiento de los acuerdos militares franco-británicos en el mes de noviembre del 2010, y la concretización de toda una estrategia de guerra tras las maniobras militares denominadas “Southern Mistral”, dejó en la memoria colectiva de la humanidad la actuación de la aviación francesa y británicas, las cuales de conjunto destruyeron prácticamente todas las infraestructuras libias en un momento de crisis económica en el que ambas potencias carecen de presupuestos para invertir en los servicios de salud, educación y seguridad social de sus pueblos. Por lo que mucho menos habrá compromisos de Francia y Gran Bretaña en la reconstrucción de obras sociales destruidas por sus propias bombas libertarias.

Hasta aquí algunos botones de muestra de los resultados del acuerdo militar franco-británico, dos potencias imperialistas miembros de la OTAN, que lamentablemente no fue debidamente denunciado por los actores políticos europeos amantes de la paz.


La irresponsabilidad política de la guerra contra Libia

El reducido grupo de países miembros del Consejo de Seguridad de la ONU  aprobó la resolución 1973 que autorizó la imposición de una zona de exclusión aérea contra Libia e incluyó "todas las medidas que sean necesarias" para, evidentemente, atacar a ese país.

Este hecho, que no constituyó una sorpresa informativa, había sido alertado por Fidel Castro Ruz en una de sus reflexiones: “La guerra inevitable de la OTAN", cuyo contenido adquirió ahora mayor trascendencia para quienes ejercen u observan la compleja política internacional de nuestra época. Sin embargo, los franceses y británicos continuaron y lideraron la arremetida contra Libia, en una puja sin límites, para que el Consejo de Seguridad de la ONU se pronunciara antes de que las autoridades libias resolvieran la compleja situación interna, que contó, desde el inicio, con el apoyo incondicional de algunas potencias occidentales decididas a derrotar al presidente Muammar Al-Gaddafi.

El documento —que recibió la aprobación de diez países (Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos, Líbano, Colombia, Nigeria, Portugal, Bosnia y Herzegovina, Sudáfrica y Gabón), ningún voto en contra y cinco abstenciones (Rusia, China, India, Brasil y Alemania) — estableció que los Estados miembros de la ONU adoptaran "todas las medidas necesarias" contra Libia, en abierta lógica de guerra y, al parecer, sin detenerse en el cálculo de las imprevisibles consecuencias de un conflicto en esa convulsa región.

Quedó bien evidenciado el fuerte acoplamiento entre Gran Bretaña, Francia, y los Estados Unidos para lograr el objetivo de luz verde del Consejo de Seguridad contra Libia. Estos tres países coordinaron una amplia estrategia militar y se le impuso de inmediato a Libia todos los términos de la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU.  Por su parte, la OTAN convocó a los representantes de los 28 países miembros para examinar su actuación, lo cual había sido advertido por Fidel en su reflexión, pero lo hicieron con el beneplácito del Consejo de Seguridad en el interés de un viso de legalidad a lo que resultó un acto contra la diplomacia internacional y un atentado a la capacidad de los Estados para buscar solución a los conflictos por la vía pacífica y la negociación diplomática.

La impaciencia por aprobar un acto de guerra en el Consejo de Seguridad soslayó las opiniones de los Estados miembros de la Asamblea General de la ONU, los cuales se opusieron al belicismo de la OTAN contra Libia.

El activismo de Francia obedeció a las órdenes de los Estados Unidos y constituyó “un triunfo” para la diplomacia francesa”, lo que no podría analizarse aislado del complicado panorama electoral para la elite política en vísperas de las elecciones cantonales del 20 y 27 de marzo del 2011, y la campaña electoral en marcha hacia las presidenciales de abril y mayo del 2012, porque la acción guerrerista, en el contexto de esos dos escenarios, resultó útil y necesaria para algunos actores de la política francesa.

El protagonismo belicoso de Francia en el Consejo de Seguridad de la ONU, fue también responsabilidad de los partidos de izquierda y las fuerzas comunistas que no alertaron o movilizaron al pueblo francés contra la demente espiral guerrerista en que se le involucró; en un momento de fracasos militares en Afganistán, y en que los medios de prensa enfatizaron el ascenso electoralista de la extrema derecha representada por el Frente Nacional.

El ataque militar contra Libia no solo  fue un golpe contra la rebelión de los pueblos árabes, sino una senda peligrosa que señaló el camino hacia la continuación de las aventuras militares de la OTAN contra otros países y gobiernos, que no son aceptables por el bloque de potencias imperialistas, como son los casos de Siria e Irán.

Esta lamentable historia demuestra que todavía vivimos en la época de la política de “cambio de régimen” entronizada por el presidente estadounidense George W. Bush. Esta concepción persiste en los sectores de poder de los Estados Unidos, y de sus incondicionales aliados europeos, siendo esbozada por el comandante supremo de la OTAN, Wesley Clark, quien había señalado  que “Libia estaba en la lista oficial del Pentágono para ser dominada después de Irak, junto con Siria y la joya de la corona: Irán”.

Mientras todo esto se perfiló, casi como una certeza, seguí con atención el contenido de la reflexión de Fidel Castro, “La guerra inevitable de la OTAN", para atinar las motivaciones y las causas reales de un nuevo conflicto imperialista en el siglo XXI.

La perspectiva geopolítica en la guerra contra Libia.

La guerra colonial contra Libia fue el resultado de un conjunto de perspectivas estratégicas en una época de profunda crisis estructural del sistema capitalista. 

Clasifica entre las guerras de agresión de las potencias dominantes del sistema mundo contra un país ubicado en la periferia capitalista. Libia atravesaba un conflicto interno atizado por las antiguas potencias coloniales miembros de la OTAN. Se trató de una guerra asimétrica con el uso del armamento convencional más moderno en manos de la OTAN, para un desenlace breve y favorable al  “sarkozysmo”.

El “sarkozysmo no es más que una doctrina política ecléctica cimentada en un liberalismo económico sui géneris, en la época del poderío militar unipolar del viejo orden capitalista anglosajón. En sus concepciones combina la defensa del mundo occidental dirigido por los Estados Unidos, manipula los preceptos de la Carta de la ONU y del Derecho Internacional. En términos prácticos, pretende la reconstrucción de los ideales que rememoran el pasado imperial de la “Grandeur”, a través del aumento del peso específico de Francia en la geopolítica mundial.

El “sarkozysmo” llegó a su máximo esplendor con la guerra de la OTAN contra Libia. Es una doctrina que coloca la política exterior francesa en manos de su presidente y del Elíseo, porque el “sarkozysmo”, en tanto que corriente política, es la instauración de un poder presidencialista con orientaciones autocráticas en el arte de la comunicación y de las maneras de hacer la paz y la guerra entre las naciones. Es una especie de aventurerismo político y golpe mediático permanente en la escena  internacional, con el fin de dar una nueva imagen del sistema dominante, y esconder la compleja crisis socio-económica que amenaza su funcionamiento, en un planeta aquejado de crisis múltiples bajo el capitalismo globalizado.  
      
En buena medida, los acontecimientos presenciados en torno a la guerra de la OTAN contra Libia recuerdan los hechos de las grandes potencias en el período de la “guerra fría”, entre los años 1945 y 1991. Entonces me pregunto: ¿será el “sarkozysmo” una doctrina del siglo XX o un rumbo novedoso hacia el siglo XXI? En realidad, para obtener una explicación justa, valga la experiencia de lo acontecido en Libia, tendríamos que remontarnos al pasado colonial de Francia entre los siglos XIX y XX.

Recurrir al análisis histórico permitiría encontrar los sedimentos arqueológicos de los procesos que nutren el “sarkozysmo”. La explicación politológica no es suficiente en la definición de un fenómeno complejo por su alcance e interrelaciones en política interna y exterior. El hilo conductor de la historia de Francia, en su interacción con el sistema colonial y poscolonial, nos previene de la peligrosidad y el carácter desestabilizador del “sarkozysmo” en las relaciones internacionales.

Hasta ahora, los argumentos aquí expuestos permiten la negación de los falsos discursos de quienes en nombre de la democracia, la libertad y la protección de los civiles, ejecutaron incontables bombardeos contra los territorios libios con el resultado de más muertos y heridos que la supuesta represión del asesinado “dictador de Trípoli”. Por cierto, una digresión: ¿Alguien ha encontrado las 3000 personas masacradas por Muanmar Al-Gaddafi, antes del inicio de la operación “Harmattan”, el 19 de marzo del 2011? Esta es una pregunta para los anales de la historia, que a todas luces ha quedado huérfana de respuesta. 

Geopolítica del petróleo

Visto así, y a pesar de que algunos politólogos de alto prestigio intelectual se empeñen en negarlo, es una explicación objetiva el interés de las potencias capitalistas de repartirse los ricos yacimientos de petróleo en el subsuelo libio, como también otros recursos naturales ubicados en los países vecinos del Magreb.

Desde las últimas décadas del siglo XX, los países dominantes en el occidente capitalista han llevado a la práctica una proyección agresiva y militarista en tierra Árabe conocida con el nombre de “geopolítica del petróleo”. La estrategia consiste en el control de este recurso natural no renovable, porque permitiría garantizar el alto nivel de consumo en los países occidentales y ofrecería nuevas perspectivas de crecimiento económico a las principales potencias capitalistas.

Los medios de prensa internacionales alertaron que Francia e Italia pugnarán por repartirse el “tesoro” libio”. La información dio fe de que los diplomáticos de ambos países negociaron con los rebeldes priorizar las petroleras y las tareas de la futura reconstrucción de Libia. De repente, no existió en nuestro mundo algo más parecido al reparto de un botín por los vencedores, tras una guerra desigual y de conquista.

Si alguien tenía alguna duda de que la guerra en Libia no tenía un trasfondo económico, se equivoca. Fueron varios los motivos que impulsaron a Francia a presionar a la llamada comunidad internacional, en los marcos de la OTAN, para intervenir en Libia, pero participar en el reparto de los recursos energéticos y petrolíferos libios fue también una cuestión primordial. Este argumento contribuye a comprender la implicación y la urgencia de Francia en el derrocamiento del Gaddafi con el uso directo de sus fuerzas armadas y recursos de inteligencia militar, en apoyo a los rebeldes libios, bien orientados y apertrechados para actuar en una guerra de rapiña.  

Se comentó que la actitud de Francia estuvo impulsada  por el acuerdo establecido con el opositor Consejo Nacional de Transición de Libia (CNT), para el control del 35 por ciento del petróleo libio a cambio de su apoyo. Mientras la guerra contra Libia transcurría, circularon rumores en Paris sobre una carta, con fecha 3 de abril del 2011, destinada al emir qatarí, donde el CNT comunicó haber firmado con París "un acuerdo sobre la entrega del 35 por ciento del petróleo a Francia a cambio de su apoyo pleno y sin condiciones al CNT.[5]

Otro móvil no menos visible, ha sido la voluntad de Francia de ganar protagonismo frente a Gran Bretaña y al resto de Europa en la “transición “democrática” de Libia en la etapa posterior al Gaddafi, y la compensación que reclamarían las empresas francesas para equilibrar de algún modo la inversión económica y en medios militares que el país galo aportó a la misión de la OTAN, los cuales fueron recursos financieros ahorrados por los Estados Unidos en esta nueva guerra que, dirigida por Washington, fue llevada a la práctica por sus incondicionales aliados europeos.

Francia desplegó todos sus instrumentos de política exterior en el esfuerzo para derrotar al Gaddafi, quien paradójicamente apenas dos años era recibido con alfombra roja en el Palacio del Elíseo y firmaba acuerdos comerciales con Sarkozy. Recordemos que la mencionada operación “Harmattan” destruyó las posiciones defensivas y de ataque del Gaddafi, lo que permitió en cuestión de horas la desaparición de la reducida fuerza aérea y de los medios de combate militares que disponía el gobierno libio.

Como si fuera poco, Francia envió el portaaviones Charles de Gaulle, decenas de cazas Mirage y Rafale, desplazando entre 1500 y 2500 militares en operaciones marítimas y ataques aéreos. La guerra costó más de 200 millones de euros al país galo, que se incluye en un total de 950 millones de euros, si se tiene en cuenta el sobredimensionamiento militarista de las tropas francesas en Afganistán e Iraq.

Esta cuestión, en términos de política interna, es un aspecto muy sensible para el ciudadano francés en una coyuntura de crisis económica y financiera. Y en una etapa electoral en el que los temas de política exterior no pudieron ser ignorados por la opinión pública.  

Esta nueva guerra por el petróleo y otros recursos naturales, como el agua, favoreció el posicionamiento estratégico-militar de la OTAN en el Norte de África. Le permitió a la OTAN monitorear y controlar de cerca los procesos enarbolados por los movimientos sociales en Egipto, Túnez y otros países de la región. El eje Washington-París-Londres evitó que el Gaddafi se apoderara del vacío de poder dejado en la región por la caída de las dictaduras al servicio de occidente en Egipto y Túnez. Esta triada imperialista podría convertir a Libia y a los países vecinos en una base de operaciones militares que intimide a los países de África Subsahariana, donde es conocido que pujantes fuerzas sociales están opuestas a la creciente penetración extranjera en sus territorios, en particular de los Estados Unidos.


El reparto del botín

En el camino hacia la persistencia de las evidencias enunciadas, el 24 de agosto del 2011, Radio Francia Internacional (RFI) comunicó: “ahora que el capítulo militar está al parecer en su fase final, París espera proseguir con ese papel de liderazgo en el plano diplomático. Se citaba al ministro francés de Relaciones Exteriores, Alain Juppé: “Hemos suministrado con nuestros amigos británicos el 80 por ciento de las fuerzas de la OTAN. Corrimos riesgos, riesgos calculados, y esto era una causa justa: la liberación de un pueblo y su aspiración a la democracia (…) Ahora hay que reconstruir Libia, construir un país democrático. Es un país rico, que tiene un potencial importante, habrá que acompañarlo”.

La emisora francesa mostró con claridad los fines que justificaron los medios: “con relación a la ayuda económica, el objetivo es ayudar a Trípoli a relanzar muy rápido la producción y la exportación de petróleo. Una ayuda que no será por supuesto desinteresada, pues Francia, como otros grandes países, espera que su industria petrolera pueda aprovechar el proceso de reconstrucción. Libia posee las principales reservas petroleras de África, con 44000 millones de barriles, y sus yacimientos son particularmente codiciados a causa de su baja cantidad de azufre y su proximidad geográfica con Europa. Este comentario corrobora, una vez más, la existencia de la “geopolítica del petróleo” entre las grandes potencias capitalistas, las cuales asumen posturas que oscilan entre la cooperación y la competencia por la  explotación de los recursos naturales en los países de la periferia capitalista.
Por ejemplo, la petrolera francesa Total y la italiana ENI estuvieron en la primera línea entre las corporaciones que participaron en la gestión de los enormes recursos energéticos que quedaron bajo la administración de los rebeldes. Es conocida la promesa que hizo Francia al CNT para apoyar en la reconstrucción del país mediante la firma de jugosos contratos en el sector de la construcción de puentes, infraestructuras de transporte, gasoductos y carreteras en Libia. La lucha por los mercados y la competencia por nuevos negocios formaron parte del reparto del botín por los vencedores.

En el entramado de los intereses geoeconómicos en torno a Libia, se perfiló la participación de grandes empresas galas en la reconstrucción de las infraestructuras. Las empresas Alcatel-Lucent, Total, Thales, Entrepose, EADS, Sanofi, Veolia, GDF Suez, Sidem y Denos, figuraron entre las compañías que darían el salto hacia las futuras oportunidades de negocios en suelo libio. No son pocas las potencias capitalistas que desean ahora comercializar con el nuevo régimen el reparto de los recursos energéticos y las formidables posibilidades de mercado en un país con un fabuloso potencial financiero, industrial y comercial.

Queda poca duda de que el eje Washington-París-Londres logró en Libia una estratégica victoria política y una inversión de futuro que no será fácil mantener en el contexto convulso del Magreb, así como de los procesos en Libia hacia su pacificación total, sobre lo cual también existen disímiles interrogantes e incertidumbre.  

Las implicaciones geopolíticas de la guerra contra Libia no pudieron minimizarse, porque tendrán consecuencias futuras para Libia y los países vecinos. Es una guerra que afincó la doctrina de la “intervención humanitaria” y la “responsabilidad de proteger”, estableciendo otro mal precedente en la política internacional. Al ignorar totalmente la soberanía y autodeterminación de los pueblos, estas doctrinas se convierten en una amenaza para los países del sur, contrarios a la imposición de un orden económico y financiero internacional  al servicio de los intereses globales de occidente.

El eje Washington-París-Londres apostó a todas las ventajas posibles, porque los precios del petróleo continuaban bajando y se abría una oportunidad real para la economía y los intereses de las empresas petroleras. En ese contexto, las potencias imperialistas consideraron vital el control y la influencia política sobre los procesos internos en Libia, Sudán y Nigeria, tres países con abundante petróleo de calidad.

Ahora el eje Washington-París-Londres está posicionado a las puertas de Argelia, con todo lo que ello puede representar para la seguridad nacional de ese país. Al mismo tiempo, ha consolidado su presencia en una zona geográfica esencial del planeta, desde la cual se domina el Mediterráneo y el interior de toda África. Desde allí, la triada imperialista intimida a Siria, su mayor desafío en la presente coyuntura, e Irán queda todavía más acorralado por la OTAN.

Por lo que se observa en el escenario internacional, asistimos a un nuevo reparto de intereses geoestratégicos con sólidas motivaciones económicas y financieras. Se vislumbran nuevas guerras de agresión y conquista, pues, en un sistema mundo sin equilibrios de poder, la impunidad se reproduce sin límites, mientras los que dictan la regla de la democracia devienen los mayores violadores de los derechos humanos.

Basta con un vistazo a los daños humanos y materiales causados por la reciente guerra contra Libia, para tener un ejemplo elocuente de la capacidad de maniobra militar, diplomática y política del “sarkozysmo”: una doctrina que en el pináculo del triunfalismo militar padece la agonía del sistema político de la V República francesa.


[i] Datos tomados del artículo de Jean-Pierre Delaheye “Sarkozy, chef de guerre » Le Réveil des combattants. Paris, No. 773, juin 2011.

[2] Véase de Ignacio Ramonet,  Elecciones en Francia. Le Monde diplomatique en español, abril de 2012.

[3] Ver el nombre de la operación militar en el artículo «Libye: début des opérations aériennes françaises», en sitio: http://www.defense.gouv.fr/actualites

[4] En paralelo, debe recordarse que “Tormenta del desierto” fue el nombre asignado en enero de 1991, por el Pentágono, al ataque contra Iraq en el gobierno de George Bush (padre). Esa operación también estuvo precedida por un ejercicio casi idéntico a “Southern Mistral”, que fue dirigido algunos meses antes en Kuwait, por el general estadounidense Norman Schwarzkopf. Ver el artículo: “Démarrage de l’exercice franco-britannique Southern Mistral”, en «Armée de l’Air» sitio: http://www.defense.gouv.fr/air/actus-air/demarrage-de-l-exercice-franco-britannique-southern-mistral

[5] Al respecto, el ministro francés de Asuntos Exteriores, Alain Juppé, declaró a una emisora que "no conocía de la carta"; no obstante, calificó de "lógico" el hecho de que los países que apoyaron a los sublevados reciban privilegios tras la salida del poder del Gaddafi. Véase el artículo « Pétrole: l’accord secret entre le CNT et la France », periódico Liberation.
Sitio: http://www.liberation.fr/monde/01012357324-petrole-l-accord-secret-entre-le-cnt-et-la-france

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