Por Leyde E. Rodríguez Hernández
Desde que Nicolás Sarkozy llegó al poder, en el
año 2007, hizo de la política exterior su principal carta de triunfo. La
diplomacia se erigió en un resorte de credibilidad para su accionar político.
Con esos fines hizo solemnidad de un
hiperactivismo, como promotor de iniciativas de alcance regional y mundial, en
calidad de presidente de turno de la Unión Europea, con el concebido objetivo
de enfrentar la crisis económica-monetaria del sistema capitalista y diseñar
una “nueva” arquitectura financiera internacional por medio de su presidencia
anual, en el año 2011, del G-8 y el G-20 respectivamente. Sobresalieron sus
gestiones a favor de la Iniciativa para el Mediterráneo y su dinamismo en la
concertación de posturas con los Estados Unidos sobre diversos conflictos
internacionales: Afganistán, Côte d’Ivoire y Libia, para solo mencionar los de
mayor impacto en las relaciones regionales e internacionales.
El área
de mayor sobredimensionamiento en la política exterior francesa fue el aspecto
militar. En el año 2010 fueron destinados 570 millones de euros a operaciones exteriores de carácter militar en
correspondencia con un presupuesto para la “defensa” de 32000 millones de
euros. En el año 2011, los militares recibieron 900 millones de euros, de ellos
500 millones para las acciones en Afganistán, a lo cual se agregaron, a
comienzos de julio de ese año, 900 millones de euros para la guerra en Libia[1].
Solo la operación “Harmattan” contra Libia, iniciada el 19 de marzo del 2011,
costó 50 millones de euros sin que la clase política francesa obtuviera
rápidamente los resultados esperados, pues el conflicto se prolongó más allá
del tiempo previsto debido a la resistencia ofrecida por el líder libio Muammar Al-Gaddafi. En esa elevada cifra no se cuenta,
obviamente, el golpe humano de más de 70 soldados muertos en el exterior y de
cientos de heridos que han regresado vivos, pero sufriendo severos traumatismos
sicológicos, ya que no comprenden las razones de su participación en conflictos
internos de otros países, como tampoco lo entienden la mayoría de los
ciudadanos franceses.
Para
tener una idea precisa del militarismo francés allende sus fronteras
nacionales, informaciones oficiales confirmaron que 22000 soldados intervienen
en el extranjero: 4000 en Afganistán, 9700 en África, 1500 en Côte d’Ivoire;
además de la implicación de sus dispositivos militares en Libia, Kosovo,
Líbano, Somalia, en el Golfo de Guinea y la República Centroafricana, entre
otros países con menor presencia militar.
Pero esos datos son insuficientes
para predecir qué ocurrirá exactamente en Francia en las próximas elecciones
presidenciales previstas, en su primera vuelta, para el 22
de abril y, en su segunda vuelta, el 6 de mayo de 2012, porque cualquier vaticinio de lo que sucederá en esas elecciones
francesas requiere de un análisis profundo de las principales tendencias
políticas y, en última instancia, de los factores económicos y sociales que
dictan el movimiento de la sociedad francesa.
La nación
francesa no es una excepción en el concierto internacional, como en otras
potencias, los ciudadanos ante una elección presidencial están condicionados
principalmente por discernimientos de carácter económico y social. Los asuntos
internacionales, salvo en ciertos períodos de extrema tensión o de guerra
legítima, no constituyen una prioridad. Tal vez por eso la imperceptible
reacción popular y de las fuerzas del arcoíris progresista al intervencionismo
militar francés en Libia y otras regiones del planeta.
En la elección presidencial de
Francia, “la madre de todas las votaciones” y el punto incandescente del debate
político[2], sus
dos posibles candidatos finales: el presidente conservador saliente Nicolás
Sarkozy, y el líder socialista, François Hollande, no podrían menospreciar un conjunto de argumentaciones
racionales que expongo a continuación:
Los
franceses, en sentido general, están acostumbrados a la política de potencia de
su estado-nación. Por eso cabe esperar que en mayor o menor medida los enfoques
estratégicos en torno a la política exterior estén presentes en los debates que
se produzcan en ambas vueltas de la elección presidencial, aunque sabemos que
el factor internacional es el argumento predilecto y de más peso en el discurso
y la acción política de Sarkozy. A fin de cuentas, no es menos cierto que un
candidato poco creíble para representar los múltiples intereses galos en el
extranjero, es muy probable que no obtenga un amplio margen de votos del
electorado, porque en el imaginario de un segmento cardinal de los franceses el
jefe de Estado es la imagen principal de su país y desempeña un papel
fundamental en la escena internacional.
¿Es que
eso significa que la sociedad francesa sea mucho más conservadora que en
décadas anteriores? Este problema podría tener una respuesta positiva, pero lo
principal radica en que el régimen de la Quinta República otorga poderes
esenciales al presidente en dos sectores clave de la seguridad nacional de la
nación: la política de “defensa” y exterior (diplomacia). Al mismo tiempo, las
cuestiones internacionales jugarán un papel relevante, por tanto una potencia
con las dimensiones y atributos de Francia deberá enfrentar los desafíos que
entrañan, para su posicionamiento global, las nuevas correlaciones de fuerza en
un sistema internacional que ya perfila un acento multipolar y pluripolar, a lo
cual no podría ser indiferente la futura
política exterior francesa.
Nunca
antes en la historia de las relaciones internacionales el escenario mundial y
la política exterior de los Estados habían sido tan influyentes al interior de
las naciones. Eso se debe, entre un conjunto de causas históricas, al rápido
proceso de la globalización en materia comercial y tecnológica, a la
concentración del poder militar y económico en un reducido grupo de potencias
principales y al alcance sin límites de las transnacionales de la información
con su impacto mediático. En el momento actual, ya ningún ciudadano puede
ignorar los efectos de esos factores constitutivos de todo lo que ocurre fuera
de las fronteras nacionales. El ciudadano con acceso a las redes sociales tiene
ahora un alcance global y los franceses, en particular, se interesan cada vez
más por el devenir y el futuro de su país en los asuntos internacionales.
Nicolás
Sarkozy aplica el realismo político en la lucha por el poder. Su pragmatismo
arroja luz sobre la importancia que concede al peso de la dimensión
internacional y a lo que ella puede jugar a su favor en la próxima elección
presidencial. La derecha se juega el todo por el todo. Y la llamada comunidad
internacional, que lo ha apoyado hasta ahora, no desconoce esa situación.
Lo más
importante para la derecha gala es que el gobierno de Sarkozy realizó, en
cuatro años, una inversión inmensa en el ámbito de los principales actores de
la política internacional, mientras conocíamos, por diversas empresas
encuestadoras, sobre su sostenido índice de impopularidad y de baja aceptación
social. Priorizar la diplomacia, y administrar sus efectos en la política
interna, fue la estrategia seguida por el Eliseo a fin de legitimar la gestión
presidencial de Sarkozy, pues, como decía, la tradición política ha hecho que
el electorado francés tenga bien interiorizado el valor de la cultura de lo
internacional.
Por otro
lado, es muy poco probable que el accionar internacional de Francia abandone,
en la coyuntura actual, las estrechas relaciones con los Estados Unidos en el
ámbito de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), lo que
constituirá un legado de la política exterior desarrollada por Sarkozy
focalizada en una proyección de acentuada alianza militarista con los Estados
Unidos, quedando demostrado en los frentes de guerra abiertos en Libia y
Afganistán. En línea con lo anterior, la
vergonzosa victoria en Libia, frente al Gaddafi, otorgó algunos créditos
electorales a Sarkozy, que se mostró vencedor en este conflicto. Con el éxito
militar en Libia, Sarkozy calculó obtener un tipo de popularidad comparable a
la de Jacques Chirac, después de su rechazo a la guerra de Iraq en el año 2003,
pero sabemos que el favorable resultado de ese conflicto fue incapaz de aupar a
Sarkozy en el plano de las intenciones de votos del electorado, manteniéndose
siempre por debajo de cualquier candidato del partido socialista.
Otro
problema es que el fortalecimiento de la presencia militar francesa en
Afganistán trajo consigo un incremento de la cantidad de los soldados muertos.
Y esto probablemente será un tema peliagudo en los debates electorales de
la elección presidencial.
La elección se acerca, los dos candidatos finales Nicolás Sarkozy
y François Hollande, más allá de las
problemáticas internacionales que incumben al hexágono, tendrán que afrontar
todos los aspectos de la compleja vida nacional francesa. Los debates se
desarrollan en un contexto marcado por dos fenómenos principales: la mayor
crisis económica y social que Francia ha conocido en los últimos decenios y
una creciente desconfianza hacia el funcionamiento de la democracia representativa.
El
Centro de Ciencias Políticas de Paris, una institución científica a la que no deberíamos
adjudicarle veleidades izquierdistas, expuso recientemente que la situación
social del país es delicada si se reflexiona en torno a los siguientes datos:
a) la juventud francesa es la más pesimista de Europa; b) el 67 % de los
franceses desconfían de los partidos de derecha y de las denominadas fuerzas
políticas de izquierda para el ejercicio gubernamental; c) el 79 % de la
población piensa que la situación socioeconómica no cesa de empeorar; d) una
(1) persona de cada diez (10) está desempleada y el resto tienen miedo de
perder su trabajo, lo que significa
aproximadamente una tasa de desempleo de 9,8 %, un desempleo de los
jóvenes de menos de 25 años de un 24% y un número total de desempleados en el
orden de los 4,5 millones.
La guerra de las encuestas reflejada en la
gran prensa francesa, en la primera semana de abril, mostró que la mayoría de
los sondeos favorecen a un Sarkozy capaz de acortar la distancia con Hollande,
desde el fin de los tiroteos que ocasionaron el asesinato de tres militares en
el sur de Francia y la odiosa matanza de niños judíos en Toulouse el 19 de
marzo, cometidos por un joven yihadista relacionado con Al Qaeda, impactando
con fuerza en la campaña, y dándole naturalmente un protagonismo particular al
presidente saliente Nicolás Sarkozy. Si bien el incidente de los tiroteos le
dio un pequeño impulso al mandatario, no resultó en un vuelco para los
electores, porque el desempleo y el bajo poder adquisitivo constituyen las
principales y verdaderas preocupaciones del pueblo francés.
El electorado galo no podrá ser
glacial al balance mediocre de Sarkozy, para muchos detestable, como presidente
de Francia. En el instante supremo del voto, Sarkozy será recordado por sus
numerosos escándalos en los que estuvo envuelto enturbiando su gestión
política, será rememorado como el “presidente de los ricos” a quienes hizo
regalos fiscales insólitos, mientras sacrificaba a las clases medias y
desmantelaba el Estado del bienestar general. Esa postura en exceso
conservadora ha exacerbado las posibilidades de castigo electoral contra
Sarkozy porque las mayorías sociales sienten profundamente las dificultades que
trajo para sus vidas el espejismo de la política de reformas introducidas por
Sarkozy desde su llegada al poder en el 2007, que se traducen en: pérdida de
empleo, reducción del número de funcionarios, retraso de la edad de
jubilación, disminución del nivel de vida, sin que sus promesas y esperanzas de
una existencia mejor se produzcan.
Los sondeos de la prensa muestran a la
candidata de extrema derecha Marine Le Pen en tercer lugar con un 15 %, evidenciándose
que mientras se acerca la cita electoral menos intenciones de votos favorables
encuentra en las distintas encuestas. Por
su parte, Nicolás Sarkozy ha trabajado duro para atraer en su tardía, pero
intensa campaña electoral, a los votantes de la extrema derecha con una dura
postura sobre la inmigración y la seguridad. En estos temas existe un claro
corrimiento de Sarkozy a posturas propias de la extrema derecha francesa.
Todo lo anterior
hace que François Hollande sea, por el momento, el sereno favorito de los sondeos al Elíseo, concentrándose en él las
crecientes y legítimas aspiraciones de una alternancia política en la sociedad
francesa. Todas las encuestas, sin excepción, lo dan vencedor el 6 de
mayo de 2012. Hollande es considerado
por sus propios electores como un representante de la burocracia partidista por
su desempeño, durante más de once años (1997-2008), en el cargo de Primer secretario
del Partido socialista. No es calificado un líder natural o carismático. Nunca
se desempeñó como ministro. Hay que recordar que solo fue designado después de
unas durísimas elecciones primarias en el seno de su partido a las que estuvo
imposibilitado de asistir Dominique Strauss-Kahn, el preferido de los electores
socialistas, quien se encontraba retenido por la justicia de los Estados
Unidos.
François Hollande es un liberal socialdemócrata
ubicado en el centro del espectro político que representa, en buena lid, a los sectores de derecha al interior del
partido socialista amparados en un programa económico muy poco diferente en
contenido al de los conservadores liderados por Sarkozy. Hollande pertenece a
la misma familia política que abandonó las concepciones de la socialdemocracia
europea en España, Portugal y Grecia, quedando en el más claro desprestigio y
debilidad política tras haber aceptado los paquetes de medidas de austeridad
neoliberales de las instituciones supranacionales de la Unión Europea.
Y finalmente: ¿Qué pasará en Francia el 6 de mayo
de 2012? La conjunción de los factores expuestos tendrá inevitablemente la
última palabra. La participación activa de los sectores populares en esa
elección ayudaría a encauzar hacia el futuro nuevas configuraciones de los
actores políticos franceses hacia una verdadera alternancia política desde la
izquierda. En ese
sentido, Jean-Luc Mélenchon, carismático líder del Frente de Izquierda (alianza
entre el Partido de la Izquierda y Partido Comunista, entre otras pequeñas
fuerzas de izquierda), se propone colocar al ser humano en el centro de la sociedad,
proponiéndose una revolución ciudadana que permita una mejor distribución de
las riquezas, abolir la inseguridad social; arrebatarle el poder a los bancos y
a los mercados financieros; una planificación ecológica; o sea, todo un proceso
de cambios que tendría como eje una Asamblea Constituyente para la construcción
de una nueva República contraria a la política
neoliberal de la Unión Europa.
Por
esas razones, Jean-Luc Mélenchon, simboliza la nueva esperanza de una sociedad sumida
en una crisis económica, social y de representación política, pero, en
particular, para quienes dentro de esa casa en dificultades constituyen los
perdedores del juego neoliberal: la clase trabajadora, los ancianos, los
jóvenes indignados, en fin el ciudadano de a pie. Para la izquierda progresista
es importante evitar unas elecciones presidenciales que arrojen un alto abstencionismo cívico, porque un
escenario de esa naturaleza limitaría las perspectivas novedosas para un cambio
de tonalidad política en la sociedad francesa.
Los nexos entre las
operaciones “Odisea del amanecer”, Harmattan” y el ejercicio “Southern Mistral”
contra Libia
Definitivamente, el gobierno de los
Estados Unidos no fue un socio más en la agresión a Libia por un colectivo de
países imperialistas. El Pentágono reconoció muy bien su función protagónica en
la coordinación y liderazgo de una estrategia de guerra bautizada con el nombre
de “Odisea del Amanecer”.
La “Odisea del Amanecer” es también la
guerra iniciada por los bombardeos de los aviones franceses, al inicio del día
19 de marzo del 2011, bajo la operación “Harmattan”.[3] Es
el conflicto que necesitaba el mandatario Nicolás Sarkozy, en un contexto de
preparación de la elección presidencial del 2012 y de baja aceptación popular, que
logró su materialización final gracias a la luz verde otorgada por Barack
Obama, los servicios distinguidos del filósofo -devenido diplomático-
Bernardo-Henri Lévy, la activa gestión del canciller Alain Juppé y del apoyo
militar irrestricto del gobierno conservador británico.
Esta nueva guerra imperialista en el
siglo XXI estuvo en preparación, al menos, desde la firma, el 2 de noviembre de
2010, de un tratado franco-británico de cooperación militar, que se perfiló en
un ejercicio militar de gran amplitud organizado entre las dos potencias entre
el 15 y 25 de marzo de 2011, contra un supuesto país -“Southland”- con una
población vapuleada por un “régimen dictatorial” al sur del Mediterráneo. El
ejercicio militar, que abrió la vía para una fuerte cooperación castrense entre
Francia y Gran Bretaña, estuvo codificado con el nombre “Southern Mistral”.[4]
Desde entonces, para atacar a Libia, solo faltaba un pretexto de fuerza mayor
con tintes de carácter humanitario que propiciara la creación de una coalición
occidental, es decir, la aprobación de una resolución del Consejo de Seguridad
de la ONU, que arrastrara consigo a todas las potencias, las instituciones y
gobiernos Árabes favorables al plan presentado por el bloque de países
imperialistas.
En la agresión militar contra Libia cientos
de blancos fueron golpeados por los
barcos de guerra y submarinos de los Estados Unidos y Gran Bretaña, que
lanzaron, en apenas unas horas, una lluvia de más de 110 misiles de crucero
Tomahawk ocasionando terribles daños humanos y a la infraestructura de ese país.
Esta guerra transmitida en vivo por algunos canales de la televisión Árabe e internacional
mostró inevitables imágenes de niños heridos y muertos a los que difícilmente
se les podría llamar “partidarios del Gaddafi”.
¿Cuál fue el objetivo de la
intervención, proteger a los civiles o retirar al Gaddafi del poder? En una
rueda de prensa ante periodistas, Hillary Clinton, Secretaria de Estado de los
Estados Unidos, respondió esa interrogante a una periodista con el cinismo de que
la operación militar había tenido la
finalidad de “proteger a los civiles libios del ataque de su propio
gobierno”; pero lo cierto es que la realidad dijo otra cosa, quedando al
desnudo la inmoralidad e irresponsabilidad política de los Estados Unidos y sus
aliados occidentales en este conflicto.
Cientos de civiles, mujeres, niños y
ancianos murieron bajo las “bombas de la libertad” y la “democracia” de la
OTAN, las mismas que caen cada día en Afganistán o Paquistán, para liberar a
esos pueblos del fantasma terrorista y de la opresión. Las mismas bombas que
llevaron la libertad a Iraq al costo de más de medio millón de muertos. Pero
ese caño de sangre -verdadera barbarie- es justificado por occidente en su
concepción de “daños colaterales” en beneficio de una supuesta libertad que, en
realidad, no llega a los países del sur, aunque se le sirva en bombas con el
sello estadounidense, francés o británico.
George W. Bush y José María Aznar ya
no gobiernan en sus respectivos países, pero la continuidad de sus políticas y
el legado ideológico de las “guerras infinitas” agitan los tambores de la
guerra contra países ubicados en la periferia capitalista. La agresión militar
a Libia evidenció que Barack Obama representa la vieja política conquistadora
de los Estados Unidos. La política de “cambio de régimen”, entronizada por W.
Bush, se mantuvo incólume. El sutil “emperador” Barack Obama mostró su
estampilla guerrera a contrapelo de su inmerecida condición de Premio Nobel de
la Paz.
Las acciones de la política exterior
del gobierno de Barack Obama persiguen mantener un sistema de poder mundial
unipolar en el orden estratégico-militar, y sin ningún contrapeso de la Unión
Europea, que también se ha convertido en
un instrumento de los intereses geoeconómicos y militaristas de los Estados
Unidos en el escenario mundial.
Con su aplastante poderío militar en
la guerra contra Libia, los Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña intentaron
intimidar y frenar la ola de sublevaciones progresistas en los países Árabes;
amenazaron con la eliminación de los
gobiernos que no son de su agrado, independientemente de su orientación
política, filosófica o religiosa; revertir las crecientes tendencias objetivas
favorables a la multipolaridad mundial, así como minimizar los nuevos roles
internacionales que pudieran desempeñar en el sistema internacional actual naciones
como Brasil, la India, Sudáfrica, Venezuela, Rusia, China e Irán.
Por eso, la política exterior de Obama
ha sido diametralmente contraria a los intereses de los países que aspiran a un
sistema mundial sin hegemonías imperialistas en el siglo XXI. En América
Latina, los Estados Unidos recrudece las campañas mediáticas contra la
Revolución cubana y las amenazas contra Venezuela, Bolivia, considerados por
los estrategas de Washington como una amenaza contra los intereses
estadounidenses en ese continente. De manera increíble, Cuba permanece en la
lista de países terroristas de Washington, cuando desde esa capital se han
financiado y organizado cientos de acciones terroristas contra la mayor de las
Antillas, ejecutadas por las organizaciones terroristas asentadas en Miami. Sin
embargo, los Estados Unidos siempre consideraron a sus terroristas
“combatientes por la libertad”, en cualquier parte del mundo.
El gobierno estadounidense también apoya
a las fuerzas de derecha que se oponen a los proyectos de integración y a los
gobiernos democráticos de la región. Se intenta neutralizar a Brasil y su
política exterior independiente. Washington actúa con fuerza para limpiar la
nefasta imagen de su intervencionismo militar en América Latina, y usa el
carisma de Obama para presentar una "nueva política" hacia la región
con discursos demagógicos en Brasil, Chile y El Salvador. Se pretende reciclar
viejas “Alianzas para el Progreso”, al estilo de la época de Kennedy, para
contener y obstaculizar la alborada de los países miembros de la Alternativa
Bolivariana para las Américas (ALBA), y de todos aquellos que ansían un futuro
sin subordinación a la superpotencia estadounidense.
En términos teóricos, el discurso de
Barack Obama manifiesta que las nuevas estrategias militares y de seguridad
nacional de los Estados Unidos, se orientan hacia la cooperación y el
multilateralismo, pero en la práctica mantiene el objetivo de imponer sus
intereses a través de un uso descarnado de la fuerza militar, lo cual fue
demostrado en los bombardeos para una intervención y cambio de régimen en
Libia, un país miembro de la Organización de Países Exportadores de Petróleo
(OPEP), que posee las mayores reservas probadas en África: 44 000 millones de
barriles de petróleo, y un poco más de 54 billones de pies cúbicos de gas
natural, constituyendo estas riquezas energéticas la motivación real para la
intervención militar de las potencias imperialistas en el conflicto interno que
sacudió a Libia.
Lo más preocupante de todo esto es la
pasividad de las sociedades occidentales, de sus fuerzas progresistas y de
izquierda, al parecer ensimismadas en la profunda crisis estructural del
sistema capitalista, que no se han movilizado contra la guerra, el sufrimiento
y la masacre de otros pueblos a causa del militarismo imperialista. Las
acciones guerreristas de Francia en Afganistán han costado la vida a más de 50
franceses y tiene un costo aproximado de 700 millones de euros anuales. Al
mismo tiempo, los terroristas del ejército israelí pueden continuar matando
palestinos en completa impunidad, pues saben que sus amigos de la
"Comunidad Internacional" y la ONU no les molestarán. Si acaso una
esporádica resolución en la ONU, que sabemos nunca será respetada por Israel.
La nueva guerra imperialista que se
gestó contra Libia, posiblemente desde el establecimiento de los acuerdos
militares franco-británicos en el mes de noviembre del 2010, y la
concretización de toda una estrategia de guerra tras las maniobras militares
denominadas “Southern Mistral”, dejó en la memoria colectiva de la humanidad la
actuación de la aviación francesa y británicas, las cuales de conjunto
destruyeron prácticamente todas las infraestructuras libias en un momento de
crisis económica en el que ambas potencias carecen de presupuestos para
invertir en los servicios de salud, educación y seguridad social de sus
pueblos. Por lo que mucho menos habrá compromisos de Francia y Gran Bretaña en
la reconstrucción de obras sociales destruidas por sus propias bombas
libertarias.
Hasta aquí algunos botones de muestra
de los resultados del acuerdo militar franco-británico, dos potencias
imperialistas miembros de la OTAN, que lamentablemente no fue debidamente
denunciado por los actores políticos europeos amantes de la paz.
La
irresponsabilidad política de la guerra contra Libia
El reducido grupo de países miembros
del Consejo de Seguridad de la ONU
aprobó la resolución 1973 que autorizó la imposición de una zona de
exclusión aérea contra Libia e incluyó "todas las medidas que sean
necesarias" para, evidentemente, atacar a ese país.
Este hecho, que no constituyó una
sorpresa informativa, había sido alertado por Fidel Castro Ruz en una de sus
reflexiones: “La guerra inevitable de la OTAN", cuyo contenido adquirió
ahora mayor trascendencia para quienes ejercen u observan la compleja política
internacional de nuestra época. Sin embargo, los franceses y británicos
continuaron y lideraron la arremetida contra Libia, en una puja sin límites,
para que el Consejo de Seguridad de la ONU se pronunciara antes de que las
autoridades libias resolvieran la compleja situación interna, que contó, desde
el inicio, con el apoyo incondicional de algunas potencias occidentales
decididas a derrotar al presidente Muammar Al-Gaddafi.
El documento —que recibió la
aprobación de diez países (Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos, Líbano,
Colombia, Nigeria, Portugal, Bosnia y Herzegovina, Sudáfrica y Gabón), ningún
voto en contra y cinco abstenciones (Rusia, China, India, Brasil y Alemania) —
estableció que los Estados miembros de la ONU adoptaran "todas las medidas
necesarias" contra Libia, en abierta lógica de guerra y, al parecer, sin
detenerse en el cálculo de las imprevisibles consecuencias de un conflicto en
esa convulsa región.
Quedó bien evidenciado el fuerte
acoplamiento entre Gran Bretaña, Francia, y los Estados Unidos para lograr el
objetivo de luz verde del Consejo de Seguridad contra Libia. Estos tres países
coordinaron una amplia estrategia militar y se le impuso de inmediato a Libia
todos los términos de la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU. Por su parte, la OTAN convocó a los
representantes de los 28 países miembros para examinar su actuación, lo cual
había sido advertido por Fidel en su reflexión, pero lo hicieron con el
beneplácito del Consejo de Seguridad en el interés de un viso de legalidad a lo
que resultó un acto contra la diplomacia internacional y un atentado a la
capacidad de los Estados para buscar solución a los conflictos por la vía
pacífica y la negociación diplomática.
La impaciencia por aprobar un acto de
guerra en el Consejo de Seguridad soslayó las opiniones de los Estados miembros
de la Asamblea General de la ONU, los cuales se opusieron al belicismo de la
OTAN contra Libia.
El activismo de Francia obedeció a las
órdenes de los Estados Unidos y constituyó “un triunfo” para la diplomacia
francesa”, lo que no podría analizarse aislado del complicado panorama
electoral para la elite política en vísperas de las elecciones cantonales del
20 y 27 de marzo del 2011, y la campaña electoral en marcha hacia las
presidenciales de abril y mayo del 2012, porque la acción guerrerista, en el
contexto de esos dos escenarios, resultó útil y necesaria para algunos actores
de la política francesa.
El protagonismo belicoso de Francia en
el Consejo de Seguridad de la ONU, fue también responsabilidad de los partidos
de izquierda y las fuerzas comunistas que no alertaron o movilizaron al pueblo
francés contra la demente espiral guerrerista en que se le involucró; en un
momento de fracasos militares en Afganistán, y en que los medios de prensa
enfatizaron el ascenso electoralista de la extrema derecha representada por el
Frente Nacional.
El ataque militar contra Libia no
solo fue un golpe contra la rebelión de
los pueblos árabes, sino una senda peligrosa que señaló el camino hacia la
continuación de las aventuras militares de la OTAN contra otros países y
gobiernos, que no son aceptables por el bloque de potencias imperialistas, como
son los casos de Siria e Irán.
Esta lamentable historia demuestra que
todavía vivimos en la época de la política de “cambio de régimen” entronizada
por el presidente estadounidense George W. Bush. Esta concepción persiste en
los sectores de poder de los Estados Unidos, y de sus incondicionales aliados
europeos, siendo esbozada por el comandante supremo de la OTAN, Wesley Clark,
quien había señalado que “Libia estaba
en la lista oficial del Pentágono para ser dominada después de Irak, junto con
Siria y la joya de la corona: Irán”.
Mientras todo esto se perfiló, casi
como una certeza, seguí con atención el contenido de la reflexión de Fidel
Castro, “La guerra inevitable de la OTAN", para atinar las motivaciones y
las causas reales de un nuevo conflicto imperialista en el siglo XXI.
La perspectiva geopolítica en la guerra contra Libia.
La guerra colonial contra Libia fue el
resultado de un conjunto de perspectivas estratégicas en una época de profunda
crisis estructural del sistema capitalista.
Clasifica entre las guerras de agresión de
las potencias dominantes del sistema mundo contra un país ubicado en la
periferia capitalista. Libia atravesaba un conflicto interno atizado por las
antiguas potencias coloniales miembros de la OTAN. Se trató de una guerra
asimétrica con el uso del armamento convencional más moderno en manos de la
OTAN, para un desenlace breve y favorable al “sarkozysmo”.
El “sarkozysmo”
no es más que una doctrina política ecléctica cimentada en un liberalismo
económico sui géneris, en la época del poderío militar unipolar del viejo orden
capitalista anglosajón. En sus concepciones combina la defensa del mundo
occidental dirigido por los Estados Unidos, manipula los preceptos de la Carta
de la ONU y del Derecho Internacional. En términos prácticos, pretende la
reconstrucción de los ideales que rememoran el pasado imperial de la “Grandeur”, a través del aumento del
peso específico de Francia en la geopolítica mundial.
El “sarkozysmo” llegó a su máximo
esplendor con la guerra de la OTAN contra Libia. Es una doctrina que coloca la
política exterior francesa en manos de su presidente y del Elíseo, porque el
“sarkozysmo”, en tanto que corriente política, es la instauración de un poder
presidencialista con orientaciones autocráticas en el arte de la comunicación y
de las maneras de hacer la paz y la guerra entre las naciones. Es una especie
de aventurerismo político y golpe mediático permanente en la escena
internacional, con el fin de dar una nueva imagen del sistema dominante,
y esconder la compleja crisis socio-económica que amenaza su funcionamiento, en
un planeta aquejado de crisis múltiples bajo el capitalismo globalizado.
En buena medida, los acontecimientos
presenciados en torno a la guerra de la OTAN contra Libia recuerdan los hechos
de las grandes potencias en el período de la “guerra fría”, entre los años 1945
y 1991. Entonces me pregunto: ¿será el “sarkozysmo” una doctrina del siglo XX o
un rumbo novedoso hacia el siglo XXI? En realidad, para obtener una explicación
justa, valga la experiencia de lo acontecido en Libia, tendríamos que
remontarnos al pasado colonial de Francia entre los siglos XIX y XX.
Recurrir al análisis histórico permitiría
encontrar los sedimentos arqueológicos de los procesos que nutren el
“sarkozysmo”. La explicación politológica no es suficiente en la definición de
un fenómeno complejo por su alcance e interrelaciones en política interna y
exterior. El hilo conductor de la historia de Francia, en su interacción con el
sistema colonial y poscolonial, nos previene de la peligrosidad y el carácter
desestabilizador del “sarkozysmo” en las relaciones internacionales.
Hasta ahora, los argumentos aquí expuestos
permiten la negación de los falsos discursos de quienes en nombre de la
democracia, la libertad y la protección de los civiles, ejecutaron incontables
bombardeos contra los territorios libios con el resultado de más muertos y
heridos que la supuesta represión del asesinado “dictador de Trípoli”. Por
cierto, una digresión: ¿Alguien ha encontrado las 3000 personas masacradas por
Muanmar Al-Gaddafi, antes del inicio de la operación “Harmattan”, el 19 de
marzo del 2011? Esta es una pregunta para los anales de la historia, que a
todas luces ha quedado huérfana de respuesta.
Geopolítica
del petróleo
Visto así, y a pesar de que algunos
politólogos de alto prestigio intelectual se empeñen en negarlo, es una
explicación objetiva el interés de las potencias capitalistas de repartirse los
ricos yacimientos de petróleo en el subsuelo libio, como también otros recursos
naturales ubicados en los países vecinos del Magreb.
Desde las últimas décadas del siglo XX, los países dominantes en el occidente capitalista han llevado a la práctica una proyección agresiva y militarista en tierra Árabe conocida con el nombre de “geopolítica del petróleo”. La estrategia consiste en el control de este recurso natural no renovable, porque permitiría garantizar el alto nivel de consumo en los países occidentales y ofrecería nuevas perspectivas de crecimiento económico a las principales potencias capitalistas.
Desde las últimas décadas del siglo XX, los países dominantes en el occidente capitalista han llevado a la práctica una proyección agresiva y militarista en tierra Árabe conocida con el nombre de “geopolítica del petróleo”. La estrategia consiste en el control de este recurso natural no renovable, porque permitiría garantizar el alto nivel de consumo en los países occidentales y ofrecería nuevas perspectivas de crecimiento económico a las principales potencias capitalistas.
Los medios de prensa internacionales
alertaron que Francia e Italia pugnarán por repartirse el “tesoro” libio”. La
información dio fe de que los diplomáticos de ambos países negociaron con los
rebeldes priorizar las petroleras y las tareas de la futura reconstrucción de
Libia. De repente, no existió en nuestro mundo algo más parecido al reparto de
un botín por los vencedores, tras una guerra desigual y de conquista.
Si alguien tenía alguna duda de que la
guerra en Libia no tenía un trasfondo económico, se equivoca. Fueron varios los
motivos que impulsaron a Francia a presionar a la llamada comunidad
internacional, en los marcos de la OTAN, para intervenir en Libia, pero
participar en el reparto de los recursos energéticos y petrolíferos libios fue
también una cuestión primordial. Este argumento contribuye a comprender la
implicación y la urgencia de Francia en el derrocamiento del Gaddafi con el uso
directo de sus fuerzas armadas y recursos de inteligencia militar, en apoyo a
los rebeldes libios, bien orientados y apertrechados para actuar en una guerra
de rapiña.
Se comentó que la actitud de Francia
estuvo impulsada por el acuerdo establecido con el opositor Consejo
Nacional de Transición de Libia (CNT), para el control del 35 por ciento del
petróleo libio a cambio de su apoyo. Mientras la guerra contra Libia
transcurría, circularon rumores en Paris sobre una carta, con fecha 3 de abril
del 2011, destinada al emir qatarí, donde el CNT comunicó haber firmado con
París "un acuerdo sobre la entrega del 35 por ciento del petróleo a
Francia a cambio de su apoyo pleno y sin condiciones al CNT.[5]
Otro móvil no menos visible, ha sido la voluntad de Francia de ganar protagonismo frente a Gran Bretaña y al resto de Europa en la “transición “democrática” de Libia en la etapa posterior al Gaddafi, y la compensación que reclamarían las empresas francesas para equilibrar de algún modo la inversión económica y en medios militares que el país galo aportó a la misión de la OTAN, los cuales fueron recursos financieros ahorrados por los Estados Unidos en esta nueva guerra que, dirigida por Washington, fue llevada a la práctica por sus incondicionales aliados europeos.
Francia desplegó todos sus instrumentos de
política exterior en el esfuerzo para derrotar al Gaddafi, quien
paradójicamente apenas dos años era recibido con alfombra roja en el Palacio
del Elíseo y firmaba acuerdos comerciales con Sarkozy. Recordemos que la
mencionada operación “Harmattan” destruyó las posiciones defensivas y de ataque
del Gaddafi, lo que permitió en cuestión de horas la desaparición de la
reducida fuerza aérea y de los medios de combate militares que disponía el
gobierno libio.
Como si fuera poco, Francia envió el
portaaviones Charles de Gaulle, decenas de cazas Mirage y Rafale, desplazando
entre 1500 y 2500 militares en operaciones marítimas y ataques aéreos. La
guerra costó más de 200 millones de euros al país galo, que se incluye en un
total de 950 millones de euros, si se tiene en cuenta el sobredimensionamiento
militarista de las tropas francesas en Afganistán e Iraq.
Esta cuestión, en términos de política
interna, es un aspecto muy sensible para el ciudadano francés en una coyuntura
de crisis económica y financiera. Y en una etapa electoral en el que los temas
de política exterior no pudieron ser ignorados por la opinión
pública.
Esta nueva guerra por el petróleo y otros
recursos naturales, como el agua, favoreció el posicionamiento
estratégico-militar de la OTAN en el Norte de África. Le permitió a la OTAN
monitorear y controlar de cerca los procesos enarbolados por los movimientos
sociales en Egipto, Túnez y otros países de la región. El eje
Washington-París-Londres evitó que el Gaddafi se apoderara del vacío de poder
dejado en la región por la caída de las dictaduras al servicio de occidente en
Egipto y Túnez. Esta triada imperialista podría convertir a Libia y a los
países vecinos en una base de operaciones militares que intimide a los países
de África Subsahariana, donde es conocido que pujantes fuerzas sociales están
opuestas a la creciente penetración extranjera en sus territorios, en
particular de los Estados Unidos.
El
reparto del botín
En el camino hacia la persistencia de las
evidencias enunciadas, el 24 de agosto del 2011, Radio Francia Internacional
(RFI) comunicó: “ahora que el capítulo militar está al parecer en su fase
final, París espera proseguir con ese papel de liderazgo en el plano
diplomático. Se citaba al ministro francés de Relaciones Exteriores, Alain
Juppé: “Hemos suministrado con nuestros amigos británicos el 80 por ciento de
las fuerzas de la OTAN. Corrimos riesgos, riesgos calculados, y esto era una
causa justa: la liberación de un pueblo y su aspiración a la democracia (…)
Ahora hay que reconstruir Libia, construir un país democrático. Es un país
rico, que tiene un potencial importante, habrá que acompañarlo”.
La
emisora francesa mostró con claridad los fines que justificaron los medios:
“con relación a la ayuda económica, el objetivo es ayudar a Trípoli a relanzar
muy rápido la producción y la exportación de petróleo. Una ayuda que no será
por supuesto desinteresada, pues Francia, como otros grandes países, espera que
su industria petrolera pueda aprovechar el proceso de reconstrucción. Libia
posee las principales reservas petroleras de África, con 44000 millones de
barriles, y sus yacimientos son particularmente codiciados a causa de su baja
cantidad de azufre y su proximidad geográfica con Europa. Este comentario
corrobora, una vez más, la existencia de la “geopolítica del petróleo” entre
las grandes potencias capitalistas, las cuales asumen posturas que oscilan
entre la cooperación y la competencia por la explotación de los recursos
naturales en los países de la periferia capitalista.
Por ejemplo, la petrolera francesa Total y
la italiana ENI estuvieron en la primera línea entre las corporaciones que
participaron en la gestión de los enormes recursos energéticos que quedaron
bajo la administración de los rebeldes. Es conocida la promesa que hizo Francia
al CNT para apoyar en la reconstrucción del país mediante la firma de jugosos
contratos en el sector de la construcción de puentes, infraestructuras de
transporte, gasoductos y carreteras en Libia. La lucha por los mercados y la
competencia por nuevos negocios formaron parte del reparto del botín por los
vencedores.
En el entramado de los intereses
geoeconómicos en torno a Libia, se perfiló la participación de grandes empresas
galas en la reconstrucción de las infraestructuras. Las empresas
Alcatel-Lucent, Total, Thales, Entrepose, EADS, Sanofi, Veolia, GDF Suez, Sidem
y Denos, figuraron entre las compañías que darían el salto hacia las futuras
oportunidades de negocios en suelo libio. No son pocas las potencias
capitalistas que desean ahora comercializar con el nuevo régimen el
reparto de los recursos energéticos y las formidables posibilidades de mercado
en un país con un fabuloso potencial financiero, industrial y comercial.
Queda poca duda de que el eje
Washington-París-Londres logró en Libia una estratégica victoria política y una
inversión de futuro que no será fácil mantener en el contexto convulso del
Magreb, así como de los procesos en Libia hacia su pacificación total, sobre lo
cual también existen disímiles interrogantes e incertidumbre.
Las implicaciones geopolíticas de la
guerra contra Libia no pudieron minimizarse, porque tendrán consecuencias
futuras para Libia y los países vecinos. Es una guerra que afincó la doctrina
de la “intervención humanitaria” y la “responsabilidad de proteger”,
estableciendo otro mal precedente en la política internacional. Al ignorar
totalmente la soberanía y autodeterminación de los pueblos, estas doctrinas se
convierten en una amenaza para los países del sur, contrarios a la imposición
de un orden económico y financiero internacional al servicio de los intereses globales de
occidente.
El eje Washington-París-Londres apostó a
todas las ventajas posibles, porque los precios del petróleo continuaban
bajando y se abría una oportunidad real para la economía y los intereses de las
empresas petroleras. En ese contexto, las potencias imperialistas consideraron
vital el control y la influencia política sobre los procesos internos en Libia,
Sudán y Nigeria, tres países con abundante petróleo de calidad.
Ahora el eje Washington-París-Londres está
posicionado a las puertas de Argelia, con todo lo que ello puede representar
para la seguridad nacional de ese país. Al mismo tiempo, ha consolidado su
presencia en una zona geográfica esencial del planeta, desde la cual se domina
el Mediterráneo y el interior de toda África. Desde allí, la triada imperialista
intimida a Siria, su mayor desafío en la presente coyuntura, e Irán queda
todavía más acorralado por la OTAN.
Por lo que se observa en el escenario
internacional, asistimos a un nuevo reparto de intereses geoestratégicos con
sólidas motivaciones económicas y financieras. Se vislumbran nuevas guerras de
agresión y conquista, pues, en un sistema mundo sin equilibrios de poder, la
impunidad se reproduce sin límites, mientras los que dictan la regla de la
democracia devienen los mayores violadores de los derechos humanos.
Basta
con un vistazo a los daños humanos y materiales causados por la reciente guerra
contra Libia, para tener un ejemplo elocuente de la capacidad de maniobra
militar, diplomática y política del “sarkozysmo”: una doctrina que en el pináculo
del triunfalismo militar padece la agonía del sistema político de la V
República francesa.
[i] Datos tomados del artículo de Jean-Pierre Delaheye
“Sarkozy, chef de guerre » Le Réveil des combattants. Paris, No.
773, juin 2011.
[2] Véase de Ignacio Ramonet, Elecciones en Francia. Le Monde diplomatique en español, abril de 2012.
[3] Ver el nombre de la operación militar en el artículo
«Libye: début des opérations aériennes françaises», en sitio: http://www.defense.gouv.fr/actualites
[4] En paralelo, debe recordarse que “Tormenta del
desierto” fue el nombre asignado en enero de 1991, por el Pentágono, al ataque
contra Iraq en el gobierno de George Bush (padre). Esa operación también estuvo
precedida por un ejercicio casi idéntico a “Southern Mistral”, que fue dirigido
algunos meses antes en Kuwait, por el general estadounidense Norman
Schwarzkopf. Ver el artículo: “Démarrage de l’exercice franco-britannique
Southern Mistral”, en «Armée de l’Air» sitio: http://www.defense.gouv.fr/air/actus-air/demarrage-de-l-exercice-franco-britannique-southern-mistral
[5] Al respecto, el ministro francés de Asuntos Exteriores, Alain
Juppé, declaró a una emisora que "no conocía de la carta"; no
obstante, calificó de "lógico" el hecho de que los países que
apoyaron a los sublevados reciban privilegios tras la salida del poder del
Gaddafi. Véase el artículo « Pétrole: l’accord secret entre le CNT et la France
», periódico Liberation.
Sitio: http://www.liberation.fr/monde/01012357324-petrole-l-accord-secret-entre-le-cnt-et-la-france