La
historia de América Latina y el Caribe está plagada de extraordinarios
acontecimientos y figuras. A lo largo de centurias nuestros pueblos no cejaron
en el empeño de construir una identidad propia, tomando como brújula las
aspiraciones emancipatorias. Muchas de ellas han sido abordadas durante décadas
en las páginas de la revista cubana Cuadernos de Nuestra América, cuya más
reciente presentación tuvo lugar el pasado lunes en la sede del Centro de
Investigaciones de Política Internacional (CIPI).
Esa
voluntad, la de no dejarnos engullir por la apetencias imperiales, nos condujo
a hablar con autenticidad en el concierto internacional, orgullosos del legado
de nuestro predecesores. Es cierto que dicho devenir no fue sobre lecho de
rosas ni calzadas reales. Asimismo tuvimos que encarar no solo a adversarios
foráneos sino a cipayos que vendieron sus almas a postores los cuales al final,
como también sucedió veinticinco siglos atrás en Roma, los despreciaban.
Como
todo resultado verdadero, el sentimiento integracionista emergió fortalecido de
la pugna entre los que nos entregamos por entero a la Patria Grande y quienes
asumieron actitudes genuflexas, ante las intimidaciones procedentes del norte.
No formamos esos valores dentro de urnas de cristal, sino peleando en
diferentes terrenos, y con instrumentos diversos, en pos de mantener enhiesta
la frente y tender la mano solidaria a todos aquellos que desean levantar
puentes y no muros.
En
la última etapa, sin embargo, la rancia burguesía hemisférica se envalentonó,
en sus propósitos de revertir el panorama de logros que alcanzamos, durante la
gestión gubernamental liderada por diferentes movimientos y partidos de
izquierda. Su actitud calenturienta se intensificó con los éxitos electorales
en Argentina, la Asamblea Nacional venezolana y los golpes de estado
parlamentarios que consumaron contra Fernando Lugo, en Paraguay, y Dilma
Roussef, en Brasil.
Del
otro lado, desde la trinchera de los que no renunciamos a desandar caminos
signados por la equidad y justicia social, no estamos de brazos cruzados. Ahora
mismo, con la certeza de que cada proceso es vital, ripostamos con las
victorias resonantes del Comandante Daniel Ortega y el Frente Sandinista en la
Nicaragua roja y negra que no olvida a Sandino y a Carlos Fonseca Amador, y de
Lenin Moreno y su Alianza País, quien da continuidad al quehacer de Rafael
Correa inspirado en Eloy Alfaro y otros próceres.
El
combate entre revolución y contrarrevolución (el dilema real que está sobre el
tapete en esta hora definitoria) es mucho más complejo y abarcador que las
porfías en las urnas. Transita de igual manera por todos los ámbitos de la
sociedad y se presenta con tonalidades diversas. En ese sentido no podemos
retroceder en ningún plano (incluyendo los imaginarios colectivos) pues los
enemigos de siempre –desprovistos de ética y escrúpulo alguno- están dispuestos
a emplear cualquier procedimiento en aras de mantener intactos su privilegios
y, más grave aún, arremeter contra los humildes, porque nos atrevimos a desafiar
la hegemonía de esas clase dominantes.
Nuestra
divisa esencial, la unidad, tiene que acrecentarse. Solo la cohesión en torno a
las ideas estratégicas —desde agrupaciones con miras y proyecciones amplias—
nos hará salir airosos en esta batalla, donde las ideas adquieren especial
relieve.
⃰Profesor Auxiliar del Centro de Estudios Hemisféricos y sobre Estados Unidos (CEHSEU) de la Universidad de La Habana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario