Por
Roberto M. Yepe
El 4 de julio, coincidiendo con el Día de la
Independencia de los Estados Unidos, el gobierno de la República Popular
Democrática de Corea decidió nuevamente lanzar un misil balístico, esta vez de
alcance intercontinental. Según expertos norteamericanos, el cohete, denominado
Hwasong-14, pudiera alcanzar el estado de Alaska. Los medios oficiales
norcoreanos, por su parte, afirman con orgullo que pudiera golpear a cualquier
lugar del planeta.
Ante tamaña ofensa, fiel al
estilo que ha impuesto para dirigir los rumbos de la principal potencia del
planeta, el presidente Donald Trump rápidamente acudió a su Twitter y
trinó: “Corea del Norte acaba de lanzar otro misil. ¿Este tipo no tiene nada
mejor que hacer con su vida? Es difícil creer que Corea del Sur y Japón
seguirán aguantando esto por mucho tiempo. ¡Quizás China tome una medida fuerte
con Corea del Norte y ponga fin a este sinsentido de una vez por todas!”
Prefiero evitar cualquier opinión
sobre este tipo de desahogo emocional ciberespacial. En cambio, sí me interesa
hacer notar que la condena internacional al lanzamiento del misil norcoreano,
liderada por los Estados Unidos y respaldada por un coro de autoridades de
otros países y organismos internacionales, parecería basarse en el curioso
criterio de que hay naciones que tienen el derecho de lanzar cohetes y bombas a
diestra y siniestra, y otras que no, aunque el objetivo evidente sea evitar una
agresión militar externa.
Con independencia de cualquier opinión
que se pueda tener sobre Corea del Norte y las acciones desarrolladas por su
gobierno, es preciso reconocer que sus dirigentes tienen una conciencia clara
de la amenaza existencial que enfrentan por parte de los Estados Unidos, la
superpotencia mundial, armada hasta los dientes y con una presencia militar
masiva en la península coreana. Y la única que ha utilizado el arma atómica
contra la población civil de otra nación, coincidentemente también asiática.
En tal sentido, las autoridades
norcoreanas parecieran seguir a pie juntillas los consejos contenidos en los
mejores manuales académicos sobre la política internacional, predominantemente
norteamericanos. Las relaciones internacionales siguen siendo un sistema
esencialmente anárquico, al no existir una autoridad mundial por encima de los
Estados que pueda garantizar o imponer la paz y la seguridad internacionales de
manera imparcial. Por tanto, la seguridad y la defensa de una nación solo puede
garantizarse mediante recursos y esfuerzos propios, principalmente en el ámbito
militar, o mediante alianzas externas de verdad, con compromiso militar (no las
llamadas “alianzas estratégicas” sobre el papel que abundan hoy alrededor del
mundo).
Imagino un tweet de Kim Jong-un
dirigido a Donald Trump: “Remember Libya and Iraq? I really do”.
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