Por Ernesto Molina Molina.[2]
El
propio autor de este excelente libro, explica su título:
No
se trata de repensar las ciencias sociales. Es normal que los eruditos y los
científicos repiensen los asuntos. Cuando nuevas evidencias socavan viejas
teorías y las predicciones no se cumplen, nos vemos obligados a repensar
nuestras premisas (…) Sin embargo, además de repensar —algo que es “normal”—las
ciencias sociales del siglo XIX, creo que necesitamos “impensarlas” debido a
que muchas de sus suposiciones — engañosas y constrictivas, desde mi punto de
vista— están demasiado arraigadas en nuestra mentalidad. Dichas suposiciones,
otrora consideradas liberadoras del espíritu, hoy en día son la principal
barrera intelectual para analizar con algún fin útil el mundo social.[3]
El
aporte central de Wallerstein al nuevo modo de abordar las sociedades
históricas y que refuta el modo de hacerlo por las escuelas anteriores, es su
teoría del sistema mundo.
El
elemento central de la teoría del sistema mundo es que existe un conjunto de
articulaciones y relaciones que constituyen un sistema histórico identificable
que se extiende más allá de las naciones y los Estados.
Según
Immanuel Wallerstein, la economía-mundo
capitalista es un sistema que incluye una desigualdad jerárquica de
distribución basada en la concentración de ciertos tipos de producción
(producción relativamente monopolizada, y por lo tanto de alta rentabilidad),
en ciertas zonas limitadas, que por eso mismo pasan inmediatamente a ser sedes
de la mayor acumulación de capital. Esa concentración permite el reforzamiento
de las estructuras estatales, que a su vez buscan garantizar la supervivencia
de los monopolios correspondientes. Pero como los monopolios son
intrínsecamente frágiles, a lo largo de toda la historia del sistema mundial
moderno esos centros de concentración han ido reubicándose en forma constante,
discontinua y limitada, pero significativa.[4]
Ese
es el moderno sistema mundial, que surge entre 1450 y 1650 y lo más
significativo de su desarrollo ha sido el cambio de la dominación política y
militar a la económica.
Según
Wallerstein[5] el sistema está compuesto por tres elementos: el centro, la
periferia y la semiperiferia. El centro ocupa la posición dominante y está
integrado por los países económica y políticamente más poderosos. Ellos
concentran las actividades económicas más complejas, que son intensivas en
capital y requieren una fuerza de trabajo más calificada; tienen una relativa homogeneidad
económica, el nivel de acumulación de
capital es mayor y generalmente se especializan en la producción de los bienes
“más avanzados” del sistema, aun cuando producen “bienes tradicionales” lo hacen
con medios tecnológicos complejos.
La
periferia, por contraste, aunque demográfica y territorialmente es mayor que el
centro, está compuesta por los países más débiles económica y políticamente,
produce bienes de carácter primario y depende de los bienes más avanzados del
centro.
La
relación entre el centro y la periferia es una relación de explotación, por lo
que las relaciones económicas entre centro y periferia benefician al centro.
Entre
el centro y la periferia existe un grupo de países que ocupan una posición
intermedia, en ellos pueden desarrollarse algunas de las actividades económicas
complejas. Actualmente algunos de estos
países tienen un desarrollo industrial y también producciones primarias, pero
carecen del poder y dominio que tienen los países centrales.
Existe
además “la arena externa” de una economía – mundo compuesta por aquellos otros
sistemas con los cuales mantiene algún tipo de relación comercial, pero que no
son parte integrante de ella, esto es lo que diferencia a la periferia de “la
arena externa”. Hay además zonas no integradas, pero a fines del siglo XX se
puede decir que, salvo alguna comunidad remota de aborígenes, éstas han dejado
de existir.
Las
posiciones dentro de este sistema no son estáticas, usualmente un Estado domina
el centro, pero éste cambia con el desarrollo del sistema. Los Estados pueden
cambiar su posición dentro del sistema, así algunos estados pueden pasar de
semiperiferia a centro (caso de la situación de Alemania y Japón) o ser
desplazado de centro a semiperiferia (caso de España) o de periferia a
semiperiferia (caso de Brasil y los llamados tigres asiáticos).
Teóricamente
esa posibilidad sigue existiendo, pero con la consolidación del capitalismo
monopolista durante el siglo XX, éste se hace verdaderamente universal, y la
estructura, se hace más rígida, lo que se muestra por el hecho de que ninguno
de los Estados periféricos o semiperiféricos ha pasado a ser centro. Sin
embargo, algunos autores muestran que los Estados que pasaron a ser centros
nunca fueron “periferizados”.[6]
Según
I. Wallerstein:
El
ascenso y la declinación de las grandes potencias ha sido un proceso más o
menos del mismo tipo que el ascenso y la declinación de las empresas: los
monopolios se mantienen durante algún tiempo y por último son minados por las
propias medidas que se toman para sostenerlos. Las “bancarrotas” que siguen han
sido mecanismos de limpieza en cuanto del sistema las potencias cuyo dinamismo
se ha agotado y las reemplazan por sangre nueva. A lo largo de todo ese
proceso, las estructuras básicas del sistema han permanecido sin cambio. Cada
monopolio del poder se ha mantenido por algún tiempo pero, igual que los
monopolios económicos, fue minado por las mismas medidas que se tomaron para
sostenerlo.[7]
Hay
una relación, hasta cierto punto, genética, entre la Teoría de la Dependencia y
la teoría de la economía-mundo, solo que ésta última incorpora la perspectiva
holística de análisis, que exige la multidisciplinariedad. Para Wallerstein la
unidad de análisis debe ser el sistema mundial, no un estado, país o
sociedad.[8]
En
esa proyección él sostiene que no hay límites entre la antropología y la
economía, la ciencia política y la sociología.
El
libro está estructurado en seis partes con un total de 20 capítulos,
bibliografía y un índice analítico.
I.
Las ciencias sociales: del génesis a la bifurcación
La
primera parte aborda la historia social de la epistemología en cuestión.
Intenta catalogar el estudio de las ciencias sociales históricas como una
categoría intelectual dentro del desarrollo histórico del sistema mundo
moderno. No pretende explicar por qué las ciencias sociales históricas se
institucionalizaron como una forma del conocimiento en el siglo XIX, -y sólo en
ese siglo-, sino también por qué dieron lugar a una epistemología particular,
centrada en lo que, según cree el autor, es una antinomia nomotético-idiográfica
falsa.
También
pretende explicar en esta primera parte por qué en los últimos 20 años esta
epistemología ha empezado a ponerse en tela de juicio, planteándonos los
dilemas intelectuales de la actualidad.
II.
El concepto de desarrollo
Una
vez propuesto el contexto histórico, Wallerstein dirige su atención hacia lo
que parece ser el concepto clave y más cuestionable de las ciencias sociales
del siglo XIX, el concepto “desarrollo”. No cabe duda que la palabra
“desarrollo” se hizo común a partir de 1945, e inicialmente parecía limitarse a
explicar los acontecimientos en el “Tercer Mundo” o las zonas periféricas de la
economía mundo capitalista.
Pero
el autor entiende que la idea de desarrollo es simplemente una fase del
concepto de “revolución Industrial” que, a su vez, ha sido eje no solo de gran
parte de la historiografía sino de todo tipo de análisis nomotético. Esta idea
de desarrollo ha tenido una gran influencia, ha sido muy confusa (precisamente
porque, al ser en parte correcta, ha resultado demasiado evidente) y, en
consecuencia, ha generado falsas expectativas (tanto a nivel intelectual como
político). Y no obstante pocos están dispuestos a impensar este importante
concepto.
Una
vez que Wallerstein lo expone, todo aparece muy claro: unas sociedades han
prosperado a costa de otras que se han empobrecido; unos sectores sociales han
oprimido a otros sectores sociales, el Norte se desarrolló a costa del
subdesarrollo del Sur.
III.
Los conceptos de tiempo y espacio
A
continuación, Wallerstein pasa a analizar lo que denomina Tiempo Espacio.
Considera nuestro autor que uno de los logros más notables de la epistemología
de las ciencias sociales ha sido eliminar el Tiempo Espacio del análisis, lo
que no significa que nunca se haya hablado de la geografía y la cronología. Y
sí, se ha tenido presente, pero no propiamente desde las ciencias sociales,
sino como constantes físicas y, por lo tanto, variables exógenas más que
creaciones sociales fluidas y por ende variables no simplemente endógenas, sino
cruciales para comprender la estructura social y la transformación histórica.
Incluso en la actualidad raras veces consideramos la multiplicidad de Tiempo
Espacios que nos confrontan y por consiguiente poco nos preocupa cuáles usamos
o deberíamos usar para descifrar nuestras realidades sociales.
IV. Un regreso a Marx
Tras
haber intentado demostrar los límites del concepto de desarrollo que son de
vital importancia para los paradigmas o modelos del siglo XIX, y la ausencia en
ese contexto de lo que debió ser un concepto clave, el Tiempo Espacio –ambos
lógica e íntimamente relacionados- Wallerstein dirige su atención a dos
importantes pensadores que podrían ser de utilidad para liberar a los
científicos sociales del siglo XXI de las limitaciones de las ciencias sociales
del siglo XIX: Marx y Braudel.
Karl
Marx fue por supuesto un personaje importante en las ciencias sociales del
siglo XIX. Se le ha denominado el último economista clásico. Aportó gran parte
de las premisas epistemológicas del mundo intelectual europeo de ese entonces.
Cuando Engels dijo que el pensamiento marxista tenía sus raíces en Hegel, Saint
Simon y los economistas ingleses clásicos, estaba confesando ser parte de
ellos.
Y
no obstante Marx afirmó participar en una “crítica de la economía política”,
afirmación que hace con base muy seria. Esta afirmación es de quien reseña esta
obra; porque el propio Wallerstein no lo afirma en forma tan categórica.
Nadie
como Marx supo desentrañar los problemas científicos planteados por los autores
“clásicos” y “vulgares”, según la propia denominación o clasificación que
hiciera el propio Marx. Si Marx se hubiera limitado a estudiar la historia
económica y política de las sociedades precapitalistas y la capitalista, no
hubiera podido aprovechar la inteligencia de tantos economistas que lo
precedieron, unos, (los clásicos) para identificar las leyes económicas
objetivas asociadas a cada sistema social; y otros, (los vulgares) para
reflejar los fenómenos superficiales del devenir de esos sistemas sociales:
todos ellos sirvieron de campo de investigación al primer científico social que
develó la materialidad del comportamiento social; pues hasta ese momento solo
se reconocía la materialidad de los fenómenos naturales. Al mismo tiempo, Marx no
perdió de vista la historia económica a escala global y geográfica hasta donde
pudo hacerlo, porque solo así podía contar con un criterio de comprobación
científica de su quehacer científico. No olvidemos que Marx no restringió su
concepción a las 5 formaciones económico-sociales que los manuales marxistas
posteriores presentaron en forma lineal progresiva: él nos habló del modo
asiático y de la sociedad antigua.
Marx
fue un pensador que pretendió superar las limitaciones de su época. Pero
desafortunadamente, según Wallerstein, sus ideas se han introducido en nuestra
disertación común principalmente con el formato creado por el marxismo de los
partidos, y que este formato, más que buscar la crítica de la economía
política, participó de lleno en la epistemología dominante. En este sentido, a
Wallerstein le interesa analizar al otro Marx, al que enfrentaba las
perspectivas dominantes del siglo XIX.
Llama
mucho la atención cierta coincidencia entre la crítica que Marx hiciera a los
“marxistas” del siglo XIX; y la crítica de Wallerstein a los marxistas de los
siglos XX y XXI.
V. Un regreso a Braudel
Y
aun cuando Fernand Braudel es un personaje totalmente distinto a Marx,
Wallerstein rescata aquellas ideas fundamentales de aquel historiador que
investigaba archivos de donde esperaba formar una historia pensada.. Rara vez
hablaba de cuestiones epistemológicas per se, pero tenía un instinto certero
que lo conducía al cuestionamiento de verdades historiográficas y, partiendo de
ellas (a veces de manera explícita, a veces implícita), derivar nuevas maneras
a partir de viejos dilemas. Wallerstein ha investigado a Braudel para ver hasta
qué punto nos ayuda a impensar las ciencias sociales del siglo XIX y, en
particular, para llegar a comprender el capitalismo a largo plazo que no se
base en la premisa de “desarrollo” y la ausencia del Tiempo Espacio.
VI. Análisis de los sistemas-mundo como
impensando
Por
último, Wallerstein recurre al análisis de los sistemas-mundo como una
perspectiva contemporánea del mundo social, una perspectiva que concede gran
importancia al estudio del cambio social a largo plazo y a gran escala.
El
análisis de los sistemas-mundo pretende ser una crítica a las ciencias sociales
del siglo XIX, aunque más bien es una crítica incompleta, porque no ha logrado
encontrar la forma de corregir el más resistente (y confuso) legado de las
ciencias sociales del siglo XIX –la división del análisis social en tres áreas,
tres lógicas, tres “niveles”: el económico, el político y el sociocultural.
Ésta
tríada se encuentra, según Wallerstein, en medio del camino obstaculizando el
progreso intelectual de los científicos sociales, para acceder a un enfoque
holístico, abarcador, que permita reconstruir las ciencias sociales históricas
de forma interdisciplinaria.
Notas:
[1]Immanuel Wallerstein, siglo
veintiuno editores, s,a de c.v en coedición con el centro de investigaciones
interdisciplinarias en ciencias y humanidades, unam, 1998.
[2] Miembro de Mérito de la Academia de
Ciencias de Cuba; Profesor Titular del Instituto Superior de Relaciones
Internacionales “Raúl Roa García” y Presidente de la Sociedad Científica de
Pensamiento Económico y Economía Política de la ANEC.
[3] Immanuel Wallerstein, Impensar las
Ciencias Sociales, p. 3, siglo veintiuno editores, s,a de c.v en coedición con
el centro de investigaciones interdisciplinarias en ciencias y humanidades,
unam, 1998.
[4] I. Wallerstein, Paz, Estabilidad y
Legitimación, en: Los Retos de la Globalización, Ensayos en Homenaje a
Theotonio Dos Santos, Tomo I, p. 289, Centro Regional para la Educación
Superior en América latina y el Caribe (CRESALC), Caracas, Venezuela, 1998.
[5] Ver I. Wallerstein, El moderno
sistema mundial, 2 tomos, Siglo XXI, Editores, S.A, México, /ma Edición, 1996.
[7] I. Wallerstein, Paz, Estabilidad y
Legitimación, en: Los Retos de la Globalización, Ensayos en Homenaje a
Theotonio Dos Santos, Tomo I, p. 290, Centro Regional para la Educación
Superior en América latina y el Caribe (CRESALC), Caracas, Venezuela, 1998.
Muchas gracias profesor por este excelente análisis de la propuesta de Wallerstein, lo leo desde Colombia, saludos.
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