Por Leyde Ernesto Rodríguez Hernández
Estimado Yasuaki Yamashita, Hibakusha de la ciudad de Nagasaki, quien me ha conmovido con la fuerza y la emoción de su aleccionador testimonio.
Agradezco al estimado compañero Victor Gaute, Vicepresidente, del ICAP, por su invitación a participar en este importante Foro por la Paz.
Estimado profesor, investigador y gran amigo de Cuba, Michihiro Sindo.
Estimado Excmo. Embajador de Cuba en Japón, Miguel Ángel Ramírez.
Estimados colegas y amigos que participan de la organización pacifista Peaceboat y del ICAP.
Quiero iniciar mi intervención con la evocación del pensamiento de Fidel Castro Ruz, líder de la Revolución Cubana e incansable luchador por la paz:
“Las bombas podrán matar a los hambrientos, a los enfermos, a los ignorantes, pero no pueden matar el hambre, las enfermedades, la ignorancia".
El momento actual es de alta preocupación sobre el incremento de las amenazas a la paz, en un contexto de agudización de las contradicciones geopolíticas entre las principales potencias del sistema internacional. Este escenario de confrontación tiene múltiples dimensiones y coloca al planeta al borde de una conflagración mundial.
La coyuntura internacional demuestra inequívocamente la grave situación existente con el auge de la violencia, los conflictos y el despliegue sin límites de la carrera armamentista, lo cual confirma la necesidad de un actuar más enérgico y decisivo hacia la solución del conjunto de los problemas que afectan la seguridad internacional y la convivencia pacífica entre los pueblos.
Hemos observado, en los últimos años, la creciente tendencia a la proliferación de las guerras locales y regionales, el alza de los presupuestos armamentistas, la cancelación de acuerdos sobre desarme, la ampliación de las sanciones económicas y de las medidas coercitivas unilaterales violatorias del multilateralismo y contrarias al derecho internacional. Ese giro alarmante hacia una retórica de línea dura, que recrea los peores instantes de la “guerra fría”, perjudica a la humanidad amenazada por una indeseada catástrofe nuclear y la persistente devastación ambiental asociada a la grave crisis climática global.
El gasto militar mundial se incrementó un 2,6% en 2020 impulsado por presupuestos militares exorbitantes, en primer lugar de los Estados Unidos, principal promotor del militarismo en la política internacional, pero también seguido por China, la India, Rusia y el Reino Unido, alcanzando la cifra global de 1,98 billones de dólares, una enorme cantidad de recursos que hubieran sido necesarios para salvar vidas en el contexto de la pandemia de la Covid-19 y enfrentar en condiciones de igualdad, cooperación y solidaridad internacional esa terrible enfermedad.
Las armas nucleares y los llamados sistemas de defensas antimisiles representan hoy una real amenaza para la estabilidad y la seguridad internacional, porque estimulan la carrera armamentista y los gastos militares. La lucha por su prohibición y eliminación total debe ser la máxima prioridad en la esfera del desarme. La única garantía absoluta de evitar la repetición de la cruel experiencia de Hiroshima y Nagasaki se halla en la total eliminación de las armas nucleares, si se tiene en cuenta que componen la panoplia más peligrosa, destructiva y de mayores efectos indiscriminados entre todos los medios de guerra existentes en el mundo.
Las concepciones militaristas de los Estados Unidos intentan justificar el empleo de las armas nucleares en la "estrategia de la disuasión nuclear" y en la falsa creencia de que podría asestar impunemente un "primer golpe nuclear" a otras potencias rivales. Todo lo contrario, Rusia y China han reiterado que no serán los primeros en usar las armas nucleares en una guerra, pero también aseguran que cuentan con todos los medios estratégicos y las fuerzas nucleares listas para defenderse.
Por lo tanto, esas armas resultan hoy más peligrosas que nunca y la única diferencia entre ellas podría encontrarse en parámetros tecnológicos de calidad centrados en la velocidad, capacidad de penetración y despliegue geográfico de los vectores nucleares, y la respuesta ante un ataque verdadero o imaginario depende cada vez más de sistemas de inteligencia artificial que tienen que decidir en cuestión de segundos el lanzamiento de los misiles nucleares. Es una realidad que incrementa la posibilidad de que se desate una guerra nuclear por error, como estuvo a punto de ocurrir durante la “guerra fría” en el siglo XX. Sin embargo, independientemente de la calidad de las diversas armas nucleares existentes, en caso de que sean usadas, -repito- cualquiera de ellas, provocarían una enorme catástrofe humanitaria y ecológica de dimensión local, regional o global
Por sus catastróficas consecuencias humanitarias, el empleo de las armas nucleares implicaría la violación flagrante de normas internacionales, incluidas las relacionadas con la prevención del genocidio y la protección al medio ambiente.
El uso de armas nucleares es un crimen de guerra. No es posible limitar los devastadores efectos de esas armas pues se prolongan por décadas. El arma nuclear es una afrenta a los principios éticos y morales que deben regir las relaciones entre las naciones, pero, además, un conflicto nuclear significaría la desaparición de la civilización humana. De ahí la importancia de estimular el activismo de la opinión pública internacional a favor del desarme y, en particular, por la eliminación total de las armas nucleares. Esta reivindicación no solo es un deber, sino también un derecho legítimo de los pueblos.
El mantenimiento y modernización de las armas nucleares consume excesivos recursos que pudieran destinarse al desarrollo económico, la creación de empleos, la reducción de la pobreza y el hambre, la solución de problemas sanitarios, la erradicación del analfabetismo, la prevención y enfrentamiento a los desastres naturales causados por el cambio climático global. Urge reorientar esos recursos hacia el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, contenidos en la Agenda 2030, y el combate a la pandemia de COVID-19 que azota a la humanidad.
Se debe recordar que América Latina y el Caribe fue la primera región densamente poblada del mundo establecida como Zona Libre de Armas Nucleares, en virtud del Tratado de Tlatelolco. Y es la primera región formalmente proclamada como “Zona de Paz”, en ocasión de la II Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), celebrada en La Habana, Cuba, en enero de 2014. La proclamación de la Zona de Paz se opone a las intervenciones militares, los golpes de Estado y la existencia de bases militares extranjeras en Nuestra América. En ese sentido, es justo el reclamo para que le sea devuelto a Cuba el territorio ocupado ilegalmente por una Base Naval de los Estados Unidos en la provincia de Guantánamo. La proclama de Zona de Paz establece el compromiso de todos los estados de la región de avanzar hacia el desarme nuclear como objetivo prioritario y de contribuir al desarme general y completo.
Victor Gaute, Vicepresidente ICAP y Leyde E. Rodríguez, Vicerrector ISRI
Aunque la Asamblea General de la ONU se reúne todos los años con dignatarios y cancilleres de todos los países, estamos lejos de una verdadera reflexión colectiva y proactiva que contribuya a adoptar políticas – tanto domésticas como exteriores – basadas en el respeto y la comprensión mutua en promoción de la paz y el desarme.
Diversas organizaciones internacionales de la sociedad civil, luchadores por la paz, científicos y académicos de distintas naciones manifiestan su colaboración y apoyo al progresivo clamor por la paz en todos los continentes, como lo indica el apoyo global al Tratado sobre la Prohibición de Armas Nucleares (TPAN) y el respaldo universal a Cuba en su lucha contra el criminal bloqueo económico, comercial y financiero de los Estados Unidos, el cual se ha mantenido recrudecido durante la administración de Joseph Biden, quien ha dado continuidad a las políticas de Trump contra Cuba.
Es oportuno retomar el concepto de una cultura de paz. Su promoción constituye un objetivo que adquiere mayor necesidad para los pueblos. La evolución de esa concepción ha inspirado la realización de movilizaciones en muchas regiones con la participación de la sociedad civil. Por su trascendencia, es muy importante desarrollar, entre todas las civilizaciones, regiones, países y las nuevas generaciones, el diálogo constructivo sobre el fomento de una cultura de paz y la disposición de luchar por un mundo libre de armas nucleares.
Apreciados amigos, concluyo mis palabras con la exhortación a continuar, con fuerza, optimismo y vocación renovada, la lucha por un futuro de paz, en defensa de la vida y la supervivencia de nuestra especie.
Muchas gracias,
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