Por Armando Hart Dávalos
Para
promover una interpretación acertada de esa figura excepcional de nuestra
historia y de América que fue José Martí resulta imprescindible destacar todo
lo que se integró en el crisol de ideas del Apóstol y la enorme influencia que
continuó ejerciendo después de su muerte. Estamos refiriéndonos a un periodo
que abarca dos siglos de historia y que se inicia en los tiempos forjadores de
la cultura cubana y de la formación de la conciencia nacional, en los albores
de siglo XIX, y llega hasta nuestros días.
Aquellos que conozcan algunos elementos esenciales de
la historia de Cuba podrán convenir en que José Martí sintetiza de modo
ejemplar una larga legión de héroes, próceres y pensadores de un siglo de
hechos e ideas reveladores del carácter singular del proceso independentista
cubano que transcurre en la segunda mitad del siglo XIX y que es parte
inseparable de la epopeya libertaria de nuestra América iniciada a comienzos de
ese propio siglo con Bolívar como su figura más descollante.
Los cubanos tenemos el deber de mostrar, con mayor
precisión y actualizando sus ideas, quién fue ese genio de la política, de la
literatura y del pensamiento universal y al que Gabriela Mistral caracterizó
como el hombre más puro de la raza. Habiendo vivido solamente cuarenta y dos
años, dejó una obra impresionante y se ganó la admiración y los más grandes
elogios como escritor y poeta, organizador político y revolucionario, de los
más profundos pensadores y de los hombres de más sólida y universal cultura de
España que le conocieron o estudiaron su obra. Un hombre de fina sensibilidad,
amante de las letras y de lo bello, fue también capaz de fundar el Partido
Revolucionario Cubano y organizar y convocar la guerra contra la dominación
colonial de España y al que más de medio siglo después de su muerte Fidel
Castro señalara como inspirador y autor intelectual de la Revolución Cubana.
Todas estas facetas, reunidas en una sola pieza, están
presentes en la personalidad de José Martí, quien si no es más conocido e
identificado en el mundo, en toda su grandeza, se debe a esas lagunas que hay
en el civilizado siglo xx sobre la gigantesca riqueza cultural y espiritual de
los pueblos de nuestra América. Martí se define en primer lugar por su inmensa
capacidad de entrega a la causa humana, este fue el sentido de su vida. Lo que
lo hace excepcional es que unido a una vocación de sacrificio va su
extraordinaria inteligencia, su talento superior y su vasta cultura, también su
capacidad de organizar, reunir hombres y sus extraordinarias dotes para la
acción. Alcanzó, en un grado superior, virtudes que podemos representar en tres
ideas: amor, inteligencia y capacidad de acción. Todo ello forjado por una
indoblegable voluntad creadora y humanista.
El insigne poeta católico José Lezama Lima —creador y
figura cimera del grupo Orígenes al que perteneció también Cintio Vitier, cuyas
huellas fecundas aún perduran en la cultura cubana—, afirmó que Martí “es un
misterio que nos acompaña”. Asimismo, Julio Antonio Mella, el combatiente
antimperialista que cayó asesinado en México, patricio y adalid de la juventud
cubana —el más alto representante del proceso revolucionario en la década del
20, y que fundara en 1925 el Partido Comunista de Cuba—, subrayó “la necesidad
de investigar el misterio del programa ultrademocrático de José Martí”.
Para comprender cabalmente el significado real de la
personalidad y el pensamiento de José Martí para Cuba, América y el mundo resulta
obligado situarlo en el devenir de la historia de las ideas cubanas. Los
aspectos esenciales que pueden guiarnos en el análisis de ese dilatado periodo
histórico son los siguientes:
·Las fuentes cubanas que nutrieron a José Martí
(1790-1868). El presbítero Félix Varela, defensor de la independencia de Cuba,
y José de la Luz y Caballero, fundador de la escuela cubana, constituyen, junto
a otras destacadas figuras de esa época, el núcleo forjador de la educación y
la cultura que llegaron de manera directa a José Martí a través de su maestro
Rafael María de Mendive.
·Su consagración a Cuba, nuestra América y la
humanidad (1868-1895). Desde su juramento hecho en la adolescencia cuando se
enfrentó directamente a la esclavitud, su entrega a la causa de la independencia
de Cuba, el permanente destierro en que transcurrió la mayor parte de su vida
que favoreció su americanismo y su universalidad, estudio y conocimiento en
profundidad de los Estados Unidos durante su prolongada estancia en ese país,
hasta su caída en combate en Dos Ríos.
·Su concepción de la guerra necesaria, humanitaria y
breve, que implica la dirección de la guerra con criterio político como único
modo de ganarla: la fundación del Partido Revolucionario Cubano para unir
voluntades en un apretado haz bajo una dirección unificada, su actividad febril
en el terreno de las ideas a favor de la causa de la independencia, y su labor
con los generales Máximo Gómez y Antonio Maceo y otras figuras de la guerra del
68.
·La tragedia que quiso evitar a tiempo el Maestro. La
significación cubana, iberoamericana y universal de la intervención de los
Estados Unidos en la guerra de independencia de Cuba.
·El renacimiento del ideario del héroe de Dos Ríos
(1902-1953). La trayectoria del pensamiento martiano rescatado por el
movimiento antimperialista, socialista, democrático y popular de Cuba durante
la neocolonia.
·La presencia del Apóstol en la generación del
centenario (1953-1961). La significación que tuvo el pensamiento de Martí en la
generación que emerge a la vida política del país coincidentemente con el
centenario de su natalicio en 1953 hasta culminar con la declaración del
carácter socialista de la Revolución el 16 de abril de 1961.
·El pensamiento martiano y su articulación definitiva
con el ideal socialista. La obra de la Revolución y el contenido de ideas que
relacionan el pensamiento martiano y el socialista.
La historia de Cuba muestra, desde el nacimiento y en
el desarrollo de la nación, cómo los hechos económicos, sociales, políticos e
incluso militares que tuvieron lugar a lo largo de más de dos siglos, se
enlazaron con la cultura política y filosófica de la modernidad, asumida desde
los intereses de los pobres. Ella nos enseña, a su vez, el carácter de las
relaciones de Cuba con el mundo.
En nuestro caso, los hechos y procesos transcurridos
dieron lugar, en la esfera del pensamiento, a una síntesis de valor universal
porque constituye una identidad integrada por diversas corrientes sociales,
culturales y filosóficas del mundo occidental. Lo original en Martí está en que
asumió el inmenso saber universal, lo volcó hacia la acción política y
educativa a favor de la justicia y lo expresó en las más bellas formas de la
literatura. De esta forma asumió y proyectó las ideas más revolucionarias de su
tiempo. Su trascendencia está, entre otras cosas, en que es parte integral e
inseparable de Iberoamérica y el Caribe. Hay un ideario nacional que aspira a
acercarse al mundo y que el mundo se acerque a él. No otra significación tiene
el mandato de José Martí: “Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el
tronco ha de ser de nuestras repúblicas”, así como su aspiración a que Cuba se
convirtiera en universidad del continente.
José Martí adquiere una renovada vigencia, porque él
representa la cúspide de un legado cultural político, social y filosófico
orientado hacia los intereses de los pobres de la tierra y de la humanidad y
constituye obligado punto de referencia para enfrentar los problemas actuales
que deben ser examinados por todos aquellos preocupados por el futuro de la
humanidad.
Esa síntesis de cultura universal forjada en Cuba, a
partir de las últimas décadas del siglo XVIII y durante el siglo XIX,
constituye una singularidad en la historia económica, política y social de
Occidente. En ella, la cuestión cultural desempeñó un papel clave en la
historia de nuestro país en una relación dialéctica con los acontecimientos y
procesos históricos. Se fundieron desde los orígenes mismos dos elementos: las
corrientes filosóficas, políticas y sociales que venían de la Ilustración y la
modernidad europeas y los más genuinos principios que nos llegaron del
pensamiento y los sentimientos éticos cristianos. De la primera tomamos el
pensar científico y el amor a la libertad y a la dignidad humana; de la
segunda, las más nobles tradiciones morales de la redención del hombre en la
tierra.
De la población que vino de África aprendimos el
sentido de la libertad personal, que creció y se fortaleció en la lucha contra
la esclavitud. Asimismo, las influencias africanas en el folclore, en la música
y en la cultura en general, se articularon con las de origen europeo y de otras
nacionalidades y dieron lugar a una sensibilidad estética y a creaciones
artísticas de alcance universal.
Entre las fuentes principales de nuestras ideas
políticas y sociales y de redención humana, figuraron las luchas por la
independencia americana que simbolizamos en Simón Bolívar. Siempre hemos
considerado a Cuba como parte de la gran patria que Martí llamó “Nuestra
América” y también “América de los trabajadores”.
Hombres eminentes en el campo de la educación, la
ciencia y la cultura le abrieron, desde la ética cristiana, camino
revolucionario al pensamiento científico y pedagógico cubano. Paralelamente se
fue gestando, bajo la influencia de las ideas más puras del cristianismo,
entendido al modo que lo había asumido siglos atrás fray Bartolomé de las Casas
y de los principios revolucionarios de la Europa del siglo XVIII y comienzos
del XIX, una cultura que solo puede definirse como de liberación social
caracterizada por el hecho de que no se trazó antagonismo entre ciencia y
ética, ni tampoco entre ciencia y fe en Dios.
El presbítero Félix Varela, a comienzos del siglo XIX,
desde su Cátedra de Filosofía nos enseñó a pensar. Su más aventajado y
excepcional discípulo, José de la Luz y Caballero, nos enseñó a estudiar y a
conocer. Ellos nos estimularon el amor a la justicia, a la verdad, a la belleza
y el compromiso de realizar un servicio en favor de los hombres y lo forjaron
en el diseño germinal de la nación cubana.
Nuestra cultura se desarrolló superando la herencia
reaccionaria de determinadas corrientes de la escolástica, que nos
representamos en la Inquisición y enfrentada a ellas. Asimismo, había asumido
la evolución intelectual de Occidente a partir de las aspiraciones de los
pobres y los principios científicos más avanzados de la modernidad europea.
Proponerse la redención del hombre en la tierra sobre
la base de la más pura tradición cultural cristiana y, a la vez, introducir en
la escuela forjadora de Cuba los métodos y principios científicos de la
modernidad europea, desde principios del siglo XIX, es un hecho excepcional
porque, como se sabe, entonces la fe cristiana se consideraba por muchos en
antagonismo con los descubrimientos de la ciencia. Es bien sabido cuántas
luchas y tragedias generó esta contradicción.
El mantenimiento de la esclavitud en el marco del
régimen colonial condicionó la estratificación social de Cuba, y
paradójicamente, la posterior radicalización del movimiento independentista. A
diferencia de los procesos a favor de la independencia que tuvieron lugar en el
continente, en nuestro caso, el aspecto social adquirió un papel clave pues
para que Cuba emergiera como nación independiente era insoslayable dar solución
al problema de la esclavitud. Había que unir la lucha por la independencia del
país con la abolición de la esclavitud para formar la nación; de otra manera no
se lograría. Estas exigencias políticas y económico-sociales les brindaron una
dimensión y alcance universales a las ideas redentoras cubanas que Martí
sintetiza y eleva a planos superiores.
En su pensamiento se halla una integridad que abarca
la ética, la ciencia, la poesía, incluso, lo que el llamó “el arte de hacer
política”. Esta articulación está en la esencia de la cultura nacional y es su
mejor escudo.
La nación cubana fue obra de una revolución social
iniciada el 10 de octubre de 1868, con el alzamiento de Carlos Manuel de
Céspedes contra la metrópolis colonial y cuya continuidad es la de nuestros
tiempos. Han existido naciones que han hecho revoluciones; en nuestro país, fue
la revolución que comenzó en aquellos años y que hoy mantenemos en alto, la que
hizo y desarrolló a la nación cubana.
La ética, la utopía realizable hacia el futuro del
pensamiento cubano de la primera mitad del siglo XIX, estaba ensamblada con las
necesidades de una Cuba independiente y sin esclavos, y acabó mostrando todo su
realismo en la revolución de Yara, la misma que hoy, 130 años después, sigue
defendiendo el pueblo cubano.
José Martí asumió como el reto esencial de la nación
el diseño de un pensamiento genuinamente humanista en favor de los pobres de la
tierra junto a una visión ecuménica de la justicia y de la dignidad humana, sin
ninguna de las trabas y restricciones que los intereses creados les habían
impuesto a las ideas de libertad, igualdad y fraternidad.
El estudio de los problemas que impidieron el triunfo
de la causa independentista sirvió a Martí para elaborar su estrategia
revolucionaria hacia la próxima etapa de la contienda bélica. Las ideas de José
Martí, referidas a la creación de un partido que le diera alma y cohesión a la
revolución están, en parte, relacionadas con el objetivo de superar la anarquía,
la indisciplina, el caudillismo y el localismo dentro del movimiento
revolucionario, que fueron, sin duda, las causas de fondo del trágico desenlace
del conflicto que opuso durante diez años a cubanos y españoles.
El gran mérito histórico de Martí fue el de unir todos
los factores dispuestos a la guerra, organizarla, hacerla viable y, partiendo
de ello, transmitirles una ideología y una proyección política. Al darle una
política a la guerra, Martí actuaba con un gran realismo y sentido práctico. No
fueron pocos los obstáculos que encontró para alcanzar este objetivo.
Tras laboriosa preparación, fundó en 1892, el Partido
Revolucionario Cubano, el cual agrupó a todos los hijos de nuestra tierra
interesados en el derrocamiento del sistema colonial español con el propósito
de coronar la obra iniciada a principios del siglo XIX por Simón Bolívar y
plantearse la integración de nuestra América.
Al caer en su primer combate de la guerra que él había
organizado y convocado, el 19 de mayo de 1895, nos dejó el ejemplo de su virtud
educativa ya que sin ser un militar creyó necesario venir a combatir por las
ideas que había predicado. Fiel a su pensamiento hacer es la mejor forma de
decir escribió con su sangre generosa la más hermosa y dramática lección.
La correspondencia entre lo que se dice y lo que se
hace; entre lo que se piensa y se lleva a vías de hecho, está expresada en
aquel drama histórico. ¿Acaso esto le da la razón a los que hablan de nuestra
utopía? ¿Qué inspiró el ideal y la lucha a favor de las más nobles aspiraciones
humanas en la milenaria historia de la cultura, de las ideas y del arte que el
hombre ha ido creando sobre la tierra? Al talento, a la aspiración de
perfeccionamiento y de justicia no se puede renunciar sin renunciar a ser
hombre, y Martí lo era en el grado más alto.
La ferviente búsqueda del equilibrio indisolublemente
relacionada con Martí y con la acción liberadora, la expresa a escala universal
cuando postuló que: Las Antillas libres salvarán la independencia de nuestra
América, y el honor ya dudoso y lastimado de la América inglesa, y acaso
acelerarán y fijarán el equilibrio del mundo. También señaló como deber de Cuba
trabajar para, junto a esas Antillas libres, servir de freno y evitar la guerra
que calificó de “innecesaria” entre las dos secciones adversas del hemisferio.
El proyecto suele ser acusado de utópico pero, en todo caso, lo honesto es
planteárselo como utopía realizable hacia el futuro porque constituye una
necesidad de los pueblos desde Alaska a la Patagonia y, en definitiva, del
mundo. Pero no lo olvidemos sino, que, por el contrario, tomémoslo como
enseñanza: el equilibrio a que el Apóstol aspiraba requirió la “guerra
necesaria, humanitaria y breve”, que garantizara la independencia de Cuba con
respecto a España y los Estados Unidos y la plena soberanía de los pueblos de
las Antillas. Por esto son tan importantes nuestros vínculos y relaciones, cada
vez más fortalecidos, con el mundo del Caribe.
Para Martí, conocedor profundo de las realidades de su
tiempo resultaba imprescindible, para que Cuba pudiera surgir como nación
independiente, lograr que los intereses de las principales potencias europeas
se contrapusieran al expansionismo del naciente imperio norteamericano para
equilibrar esos apetitos que resultaban una amenaza directa para nuestro país
como la historia demostró posteriormente. Sin embargo la idea martiana del
equilibrio en el mundo no se limitaba en modo alguno a Cuba ya que como refleja
en la ya citada carta a Mercado concebía la independencia de Cuba y de Puerto
Rico como un valladar que impidiera la expansión de Estados Unidos hacia el sur
del continente e impedir con ello un enfrentamiento armado entre las grandes
potencias de esa época en el mundo.
Este mismo propósito de equilibrio en el mundo lo
concreta el Apóstol en su escala más profundamente humana e individual cuando
postula que los hombres deben aspirar a lograr, cada uno de ellos
individualmente, el equilibrio entre las facultades emotivas e intelectuales, y
a desarrollar a partir de ello la voluntad creadora. Esto tiene hondas raíces
psicológicas que deben servir a nuestra pedagogía y nuestro quehacer político.
Emoción y razón, entender e imaginar, constituyen los
polos de una contradicción que se da en el alma humana y que Martí, con las
enseñanzas de Varela y De la Luz, exalta en sus ideas sobre la ciencia del
espíritu. El gran reto está cuando el problema se plantea en una amplia escala
social.
Es precisamente asumiendo esta tradición martiana y
además el pensamiento social y filosófico más avanzado de la edad moderna, lo
que nos permite hoy resaltar la importancia de los factores económicos y
sociales y reconocer a su vez el valor de la sicología individual y colectiva.
De aquí el acento en la transformación moral del hombre a través de la educación
y de su capacidad de asociarse en el trabajo y en el estudio. Asociarse es el
secreto único de los hombres y de los pueblos y la garantía de su libertad,
subrayó el Apóstol.
Martí desarrolló una fina sensibilidad en la búsqueda
de formas prácticas para lograr el más amplio consenso y la unidad entre todas
las fuerzas empeñadas en hacer de Cuba un país independiente. Esa rica
experiencia constituye lo que yo he llamado cultura de hacer política y es el
aporte principal de Cuba al acervo intelectual universal, que supera la vieja
consigna conservadora de divide y vencerás, de antiquísima referencia,
establece el principio de unir para vencer y se postula una definición de la
justicia como el sol del mundo moral. Ahí está la esencia de la acción política
cubana y se basa en el principio enunciado por el Maestro de que ser culto es
el único modo de ser libre.
En un mundo cada vez más globalizado e interconectado
podemos asumir, con la cultura martiana, los retos que tenemos hoy ante
nosotros. El principio enunciado por Benito Juárez sigue siendo un referente
insoslayable: Entre los hombres como entre las naciones, el respeto al derecho
ajeno es la paz.
Hoy, la máxima prioridad de la política debe ser la
cultura. No hay hombre, en el sentido pleno y universal del término, sin
cultura y esta no existe sin aquel. Ella es, a la vez, claustro materno y
creación de la humanidad y tiene como categorías primigenias el trabajo y la
justicia para garantizar la convivencia humana. Ahí nacen la ética y la
necesidad de ejercer la facultad de asociarse que el pensamiento martiano
situaba como el secreto de lo humano. Precisamente, el error fundamental de la
política revolucionaria en el siglo XX estuvo en que marchó divorciada o
separada de la cultura.
Cuba encara los enormes desafíos que en los albores de
un nuevo siglo y un nuevo milenio tiene ante sí la humanidad y lo hace
enarbolando como bandera la acción y las ideas de los grandes próceres y
pensadores de nuestra América para orientar nuestra acción y vencer los complejísimos
obstáculos del presente y del futuro, exaltando el papel de la cultura y las
formas de hacer política que nos enseñó Martí y que Fidel Castro ha llevado a
su plano más alto. Se trata de aplicar con inteligencia y creatividad una
política que permita reunir a las fuerzas más amplias y diversas en el
propósito de alcanzar la unidad de nuestras patrias y lograr la ansiada
independencia política y económica que los pueblos reclaman con urgencia. Es el
mensaje que la patria de Martí transmite al mundo.
(Tomado de la Revista Bohemia)