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martes, 29 de enero de 2013

José Martí, nuestra América y el equilibrio del mundo



Por Armando Hart Dávalos

Para promover una interpretación acertada de esa figura excepcional de nuestra historia y de América que fue José Martí resulta imprescindible destacar todo lo que se integró en el crisol de ideas del Apóstol y la enorme influencia que continuó ejerciendo después de su muerte. Estamos refiriéndonos a un periodo que abarca dos siglos de historia y que se inicia en los tiempos forjadores de la cultura cubana y de la formación de la conciencia nacional, en los albores de siglo XIX, y llega hasta nuestros días.

Aquellos que conozcan algunos elementos esenciales de la historia de Cuba podrán convenir en que José Martí sintetiza de modo ejemplar una larga legión de héroes, próceres y pensadores de un siglo de hechos e ideas reveladores del carácter singular del proceso independentista cubano que transcurre en la segunda mitad del siglo XIX y que es parte inseparable de la epopeya libertaria de nuestra América iniciada a comienzos de ese propio siglo con Bolívar como su figura más descollante.

Los cubanos tenemos el deber de mostrar, con mayor precisión y actualizando sus ideas, quién fue ese genio de la política, de la literatura y del pensamiento universal y al que Gabriela Mistral caracterizó como el hombre más puro de la raza. Habiendo vivido solamente cuarenta y dos años, dejó una obra impresionante y se ganó la admiración y los más grandes elogios como escritor y poeta, organizador político y revolucionario, de los más profundos pensadores y de los hombres de más sólida y universal cultura de España que le conocieron o estudiaron su obra. Un hombre de fina sensibilidad, amante de las letras y de lo bello, fue también capaz de fundar el Partido Revolucionario Cubano y organizar y convocar la guerra contra la dominación colonial de España y al que más de medio siglo después de su muerte Fidel Castro señalara como inspirador y autor intelectual de la Revolución Cubana.

Todas estas facetas, reunidas en una sola pieza, están presentes en la personalidad de José Martí, quien si no es más conocido e identificado en el mundo, en toda su grandeza, se debe a esas lagunas que hay en el civilizado siglo xx sobre la gigantesca riqueza cultural y espiritual de los pueblos de nuestra América. Martí se define en primer lugar por su inmensa capacidad de entrega a la causa humana, este fue el sentido de su vida. Lo que lo hace excepcional es que unido a una vocación de sacrificio va su extraordinaria inteligencia, su talento superior y su vasta cultura, también su capacidad de organizar, reunir hombres y sus extraordinarias dotes para la acción. Alcanzó, en un grado superior, virtudes que podemos representar en tres ideas: amor, inteligencia y capacidad de acción. Todo ello forjado por una indoblegable voluntad creadora y humanista.

El insigne poeta católico José Lezama Lima —creador y figura cimera del grupo Orígenes al que perteneció también Cintio Vitier, cuyas huellas fecundas aún perduran en la cultura cubana—, afirmó que Martí “es un misterio que nos acompaña”. Asimismo, Julio Antonio Mella, el combatiente antimperialista que cayó asesinado en México, patricio y adalid de la juventud cubana —el más alto representante del proceso revolucionario en la década del 20, y que fundara en 1925 el Partido Comunista de Cuba—, subrayó “la necesidad de investigar el misterio del programa ultrademocrático de José Martí”.

Para comprender cabalmente el significado real de la personalidad y el pensamiento de José Martí para Cuba, América y el mundo resulta obligado situarlo en el devenir de la historia de las ideas cubanas. Los aspectos esenciales que pueden guiarnos en el análisis de ese dilatado periodo histórico son los siguientes:

·Las fuentes cubanas que nutrieron a José Martí (1790-1868). El presbítero Félix Varela, defensor de la independencia de Cuba, y José de la Luz y Caballero, fundador de la escuela cubana, constituyen, junto a otras destacadas figuras de esa época, el núcleo forjador de la educación y la cultura que llegaron de manera directa a José Martí a través de su maestro Rafael María de Mendive.

·Su consagración a Cuba, nuestra América y la humanidad (1868-1895). Desde su juramento hecho en la adolescencia cuando se enfrentó directamente a la esclavitud, su entrega a la causa de la independencia de Cuba, el permanente destierro en que transcurrió la mayor parte de su vida que favoreció su americanismo y su universalidad, estudio y conocimiento en profundidad de los Estados Unidos durante su prolongada estancia en ese país, hasta su caída en combate en Dos Ríos.

·Su concepción de la guerra necesaria, humanitaria y breve, que implica la dirección de la guerra con criterio político como único modo de ganarla: la fundación del Partido Revolucionario Cubano para unir voluntades en un apretado haz bajo una dirección unificada, su actividad febril en el terreno de las ideas a favor de la causa de la independencia, y su labor con los generales Máximo Gómez y Antonio Maceo y otras figuras de la guerra del 68.

·La tragedia que quiso evitar a tiempo el Maestro. La significación cubana, iberoamericana y universal de la intervención de los Estados Unidos en la guerra de independencia de Cuba.

·El renacimiento del ideario del héroe de Dos Ríos (1902-1953). La trayectoria del pensamiento martiano rescatado por el movimiento antimperialista, socialista, democrático y popular de Cuba durante la neocolonia.

·La presencia del Apóstol en la generación del centenario (1953-1961). La significación que tuvo el pensamiento de Martí en la generación que emerge a la vida política del país coincidentemente con el centenario de su natalicio en 1953 hasta culminar con la declaración del carácter socialista de la Revolución el 16 de abril de 1961.

·El pensamiento martiano y su articulación definitiva con el ideal socialista. La obra de la Revolución y el contenido de ideas que relacionan el pensamiento martiano y el socialista.

La historia de Cuba muestra, desde el nacimiento y en el desarrollo de la nación, cómo los hechos económicos, sociales, políticos e incluso militares que tuvieron lugar a lo largo de más de dos siglos, se enlazaron con la cultura política y filosófica de la modernidad, asumida desde los intereses de los pobres. Ella nos enseña, a su vez, el carácter de las relaciones de Cuba con el mundo.

En nuestro caso, los hechos y procesos transcurridos dieron lugar, en la esfera del pensamiento, a una síntesis de valor universal porque constituye una identidad integrada por diversas corrientes sociales, culturales y filosóficas del mundo occidental. Lo original en Martí está en que asumió el inmenso saber universal, lo volcó hacia la acción política y educativa a favor de la justicia y lo expresó en las más bellas formas de la literatura. De esta forma asumió y proyectó las ideas más revolucionarias de su tiempo. Su trascendencia está, entre otras cosas, en que es parte integral e inseparable de Iberoamérica y el Caribe. Hay un ideario nacional que aspira a acercarse al mundo y que el mundo se acerque a él. No otra significación tiene el mandato de José Martí: “Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser de nuestras repúblicas”, así como su aspiración a que Cuba se convirtiera en universidad del continente.

José Martí adquiere una renovada vigencia, porque él representa la cúspide de un legado cultural político, social y filosófico orientado hacia los intereses de los pobres de la tierra y de la humanidad y constituye obligado punto de referencia para enfrentar los problemas actuales que deben ser examinados por todos aquellos preocupados por el futuro de la humanidad.

Esa síntesis de cultura universal forjada en Cuba, a partir de las últimas décadas del siglo XVIII y durante el siglo XIX, constituye una singularidad en la historia económica, política y social de Occidente. En ella, la cuestión cultural desempeñó un papel clave en la historia de nuestro país en una relación dialéctica con los acontecimientos y procesos históricos. Se fundieron desde los orígenes mismos dos elementos: las corrientes filosóficas, políticas y sociales que venían de la Ilustración y la modernidad europeas y los más genuinos principios que nos llegaron del pensamiento y los sentimientos éticos cristianos. De la primera tomamos el pensar científico y el amor a la libertad y a la dignidad humana; de la segunda, las más nobles tradiciones morales de la redención del hombre en la tierra.

De la población que vino de África aprendimos el sentido de la libertad personal, que creció y se fortaleció en la lucha contra la esclavitud. Asimismo, las influencias africanas en el folclore, en la música y en la cultura en general, se articularon con las de origen europeo y de otras nacionalidades y dieron lugar a una sensibilidad estética y a creaciones artísticas de alcance universal.

Entre las fuentes principales de nuestras ideas políticas y sociales y de redención humana, figuraron las luchas por la independencia americana que simbolizamos en Simón Bolívar. Siempre hemos considerado a Cuba como parte de la gran patria que Martí llamó “Nuestra América” y también “América de los trabajadores”.

Hombres eminentes en el campo de la educación, la ciencia y la cultura le abrieron, desde la ética cristiana, camino revolucionario al pensamiento científico y pedagógico cubano. Paralelamente se fue gestando, bajo la influencia de las ideas más puras del cristianismo, entendido al modo que lo había asumido siglos atrás fray Bartolomé de las Casas y de los principios revolucionarios de la Europa del siglo XVIII y comienzos del XIX, una cultura que solo puede definirse como de liberación social caracterizada por el hecho de que no se trazó antagonismo entre ciencia y ética, ni tampoco entre ciencia y fe en Dios.

El presbítero Félix Varela, a comienzos del siglo XIX, desde su Cátedra de Filosofía nos enseñó a pensar. Su más aventajado y excepcional discípulo, José de la Luz y Caballero, nos enseñó a estudiar y a conocer. Ellos nos estimularon el amor a la justicia, a la verdad, a la belleza y el compromiso de realizar un servicio en favor de los hombres y lo forjaron en el diseño germinal de la nación cubana.

Nuestra cultura se desarrolló superando la herencia reaccionaria de determinadas corrientes de la escolástica, que nos representamos en la Inquisición y enfrentada a ellas. Asimismo, había asumido la evolución intelectual de Occidente a partir de las aspiraciones de los pobres y los principios científicos más avanzados de la modernidad europea.

Proponerse la redención del hombre en la tierra sobre la base de la más pura tradición cultural cristiana y, a la vez, introducir en la escuela forjadora de Cuba los métodos y principios científicos de la modernidad europea, desde principios del siglo XIX, es un hecho excepcional porque, como se sabe, entonces la fe cristiana se consideraba por muchos en antagonismo con los descubrimientos de la ciencia. Es bien sabido cuántas luchas y tragedias generó esta contradicción.

El mantenimiento de la esclavitud en el marco del régimen colonial condicionó la estratificación social de Cuba, y paradójicamente, la posterior radicalización del movimiento independentista. A diferencia de los procesos a favor de la independencia que tuvieron lugar en el continente, en nuestro caso, el aspecto social adquirió un papel clave pues para que Cuba emergiera como nación independiente era insoslayable dar solución al problema de la esclavitud. Había que unir la lucha por la independencia del país con la abolición de la esclavitud para formar la nación; de otra manera no se lograría. Estas exigencias políticas y económico-sociales les brindaron una dimensión y alcance universales a las ideas redentoras cubanas que Martí sintetiza y eleva a planos superiores.

En su pensamiento se halla una integridad que abarca la ética, la ciencia, la poesía, incluso, lo que el llamó “el arte de hacer política”. Esta articulación está en la esencia de la cultura nacional y es su mejor escudo.

La nación cubana fue obra de una revolución social iniciada el 10 de octubre de 1868, con el alzamiento de Carlos Manuel de Céspedes contra la metrópolis colonial y cuya continuidad es la de nuestros tiempos. Han existido naciones que han hecho revoluciones; en nuestro país, fue la revolución que comenzó en aquellos años y que hoy mantenemos en alto, la que hizo y desarrolló a la nación cubana.

La ética, la utopía realizable hacia el futuro del pensamiento cubano de la primera mitad del siglo XIX, estaba ensamblada con las necesidades de una Cuba independiente y sin esclavos, y acabó mostrando todo su realismo en la revolución de Yara, la misma que hoy, 130 años después, sigue defendiendo el pueblo cubano.

José Martí asumió como el reto esencial de la nación el diseño de un pensamiento genuinamente humanista en favor de los pobres de la tierra junto a una visión ecuménica de la justicia y de la dignidad humana, sin ninguna de las trabas y restricciones que los intereses creados les habían impuesto a las ideas de libertad, igualdad y fraternidad.

El estudio de los problemas que impidieron el triunfo de la causa independentista sirvió a Martí para elaborar su estrategia revolucionaria hacia la próxima etapa de la contienda bélica. Las ideas de José Martí, referidas a la creación de un partido que le diera alma y cohesión a la revolución están, en parte, relacionadas con el objetivo de superar la anarquía, la indisciplina, el caudillismo y el localismo dentro del movimiento revolucionario, que fueron, sin duda, las causas de fondo del trágico desenlace del conflicto que opuso durante diez años a cubanos y españoles.

El gran mérito histórico de Martí fue el de unir todos los factores dispuestos a la guerra, organizarla, hacerla viable y, partiendo de ello, transmitirles una ideología y una proyección política. Al darle una política a la guerra, Martí actuaba con un gran realismo y sentido práctico. No fueron pocos los obstáculos que encontró para alcanzar este objetivo.

Tras laboriosa preparación, fundó en 1892, el Partido Revolucionario Cubano, el cual agrupó a todos los hijos de nuestra tierra interesados en el derrocamiento del sistema colonial español con el propósito de coronar la obra iniciada a principios del siglo XIX por Simón Bolívar y plantearse la integración de nuestra América.

Al caer en su primer combate de la guerra que él había organizado y convocado, el 19 de mayo de 1895, nos dejó el ejemplo de su virtud educativa ya que sin ser un militar creyó necesario venir a combatir por las ideas que había predicado. Fiel a su pensamiento hacer es la mejor forma de decir escribió con su sangre generosa la más hermosa y dramática lección.

La correspondencia entre lo que se dice y lo que se hace; entre lo que se piensa y se lleva a vías de hecho, está expresada en aquel drama histórico. ¿Acaso esto le da la razón a los que hablan de nuestra utopía? ¿Qué inspiró el ideal y la lucha a favor de las más nobles aspiraciones humanas en la milenaria historia de la cultura, de las ideas y del arte que el hombre ha ido creando sobre la tierra? Al talento, a la aspiración de perfeccionamiento y de justicia no se puede renunciar sin renunciar a ser hombre, y Martí lo era en el grado más alto.

La ferviente búsqueda del equilibrio indisolublemente relacionada con Martí y con la acción liberadora, la expresa a escala universal cuando postuló que: Las Antillas libres salvarán la independencia de nuestra América, y el honor ya dudoso y lastimado de la América inglesa, y acaso acelerarán y fijarán el equilibrio del mundo. También señaló como deber de Cuba trabajar para, junto a esas Antillas libres, servir de freno y evitar la guerra que calificó de “innecesaria” entre las dos secciones adversas del hemisferio. El proyecto suele ser acusado de utópico pero, en todo caso, lo honesto es planteárselo como utopía realizable hacia el futuro porque constituye una necesidad de los pueblos desde Alaska a la Patagonia y, en definitiva, del mundo. Pero no lo olvidemos sino, que, por el contrario, tomémoslo como enseñanza: el equilibrio a que el Apóstol aspiraba requirió la “guerra necesaria, humanitaria y breve”, que garantizara la independencia de Cuba con respecto a España y los Estados Unidos y la plena soberanía de los pueblos de las Antillas. Por esto son tan importantes nuestros vínculos y relaciones, cada vez más fortalecidos, con el mundo del Caribe.

Para Martí, conocedor profundo de las realidades de su tiempo resultaba imprescindible, para que Cuba pudiera surgir como nación independiente, lograr que los intereses de las principales potencias europeas se contrapusieran al expansionismo del naciente imperio norteamericano para equilibrar esos apetitos que resultaban una amenaza directa para nuestro país como la historia demostró posteriormente. Sin embargo la idea martiana del equilibrio en el mundo no se limitaba en modo alguno a Cuba ya que como refleja en la ya citada carta a Mercado concebía la independencia de Cuba y de Puerto Rico como un valladar que impidiera la expansión de Estados Unidos hacia el sur del continente e impedir con ello un enfrentamiento armado entre las grandes potencias de esa época en el mundo.

Este mismo propósito de equilibrio en el mundo lo concreta el Apóstol en su escala más profundamente humana e individual cuando postula que los hombres deben aspirar a lograr, cada uno de ellos individualmente, el equilibrio entre las facultades emotivas e intelectuales, y a desarrollar a partir de ello la voluntad creadora. Esto tiene hondas raíces psicológicas que deben servir a nuestra pedagogía y nuestro quehacer político.

Emoción y razón, entender e imaginar, constituyen los polos de una contradicción que se da en el alma humana y que Martí, con las enseñanzas de Varela y De la Luz, exalta en sus ideas sobre la ciencia del espíritu. El gran reto está cuando el problema se plantea en una amplia escala social.

Es precisamente asumiendo esta tradición martiana y además el pensamiento social y filosófico más avanzado de la edad moderna, lo que nos permite hoy resaltar la importancia de los factores económicos y sociales y reconocer a su vez el valor de la sicología individual y colectiva. De aquí el acento en la transformación moral del hombre a través de la educación y de su capacidad de asociarse en el trabajo y en el estudio. Asociarse es el secreto único de los hombres y de los pueblos y la garantía de su libertad, subrayó el Apóstol.

Martí desarrolló una fina sensibilidad en la búsqueda de formas prácticas para lograr el más amplio consenso y la unidad entre todas las fuerzas empeñadas en hacer de Cuba un país independiente. Esa rica experiencia constituye lo que yo he llamado cultura de hacer política y es el aporte principal de Cuba al acervo intelectual universal, que supera la vieja consigna conservadora de divide y vencerás, de antiquísima referencia, establece el principio de unir para vencer y se postula una definición de la justicia como el sol del mundo moral. Ahí está la esencia de la acción política cubana y se basa en el principio enunciado por el Maestro de que ser culto es el único modo de ser libre.

En un mundo cada vez más globalizado e interconectado podemos asumir, con la cultura martiana, los retos que tenemos hoy ante nosotros. El principio enunciado por Benito Juárez sigue siendo un referente insoslayable: Entre los hombres como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz.

Hoy, la máxima prioridad de la política debe ser la cultura. No hay hombre, en el sentido pleno y universal del término, sin cultura y esta no existe sin aquel. Ella es, a la vez, claustro materno y creación de la humanidad y tiene como categorías primigenias el trabajo y la justicia para garantizar la convivencia humana. Ahí nacen la ética y la necesidad de ejercer la facultad de asociarse que el pensamiento martiano situaba como el secreto de lo humano. Precisamente, el error fundamental de la política revolucionaria en el siglo XX estuvo en que marchó divorciada o separada de la cultura.

Cuba encara los enormes desafíos que en los albores de un nuevo siglo y un nuevo milenio tiene ante sí la humanidad y lo hace enarbolando como bandera la acción y las ideas de los grandes próceres y pensadores de nuestra América para orientar nuestra acción y vencer los complejísimos obstáculos del presente y del futuro, exaltando el papel de la cultura y las formas de hacer política que nos enseñó Martí y que Fidel Castro ha llevado a su plano más alto. Se trata de aplicar con inteligencia y creatividad una política que permita reunir a las fuerzas más amplias y diversas en el propósito de alcanzar la unidad de nuestras patrias y lograr la ansiada independencia política y económica que los pueblos reclaman con urgencia. Es el mensaje que la patria de Martí transmite al mundo.

(Tomado de la Revista Bohemia)