viernes, 10 de junio de 2016

Joseph Nye reconoce que ‘el poder duro nunca pasó de moda’



Leyde E. Rodríguez Hernández

Dr. Leyde E. Rodríguez Hernández
Profesor de Teoría de las Relaciones Internacionales.
Desde el Sur. 

En los últimos años, me he percatado que en no pocas investigaciones y seminarios internacionales, se absolutiza sobre el uso del llamado "poder blando e inteligente" por parte de Estados Unidos y la Unión Europea en su accionar global. La utilización frecuente de estos términos se ha convertido en un esquematismo para explicar la conducta internacional norteamericana o de la Unión Europea, considerada, esta última, como el mayor centro tradicional  de exportación del "poder blando" en la historia reciente. Sin embargo, siempre he dicho en mis clases, conferencias y artículos, algunos de ellos publicados en este blog, que en un sistema internacional caracterizado por relaciones de fuerza y poder, que exacerba la conflictividad regional y global, el llamado "poder duro" sigue presente como lo ha demostrado el sobredimensionamiento militarista de Estados Unidos y la OTAN. Y en las últimas guerras, como bien ejemplifica Joseph Nye. 

Kenneth N. Waltz. Fallecido en 2013.
Ahora resulta que el autor de los términos soft power y smart power (poder blando y poder inteligente) lo reconoce y confirma en la entrevista que sigue a este comentario, cuando plantea que ‘el poder duro nunca pasó de moda’. Ya que el politólogo estadounidense, Kenneth Neal Waltz, uno de los más prominentes académicos en el área de las relaciones internacionales de la facultad de la Universidad de California en Berkeley y de la Universidad de Columbia, no vive para escuchar y discutir con Nye, recuerdo que ambos participaron, con otros autores, en un sustancioso "tercer y cuarto debate" en la teorización anglosajona sobre estas cuestiones, en el que Waltz enfatizó sobre el predominio del poder militar frente al "poder blando", aunque reconocía que este había avanzado en una era de globalización del comercio y de los factores económicos y tecnológicos. 

También disintiendo de las posiciones categóricas de Kenneth Neal Waltz,  en cuanto al determinismo de la estructura del sistema internacional sobre la politica exterior de los estados, lo cierto es que el "poder duro" seguirá siendo utilizado por las grandes potencias, lo cual debemos tener presente para no sucumbir ante el vértigo que produce el engañoso  "poder blando" a la "sociedad civil", pues se conoce que el "poder blando" tiene como fin el ablandamiento que necesita la intervención posterior del "poder duro". Si no se logran los objetivos esperados mediante el "poder blando", este podría servir de antesala o para crear las condiciones de aplicación del "poder duro". La guerra también se ha visto precedida, en no pocas ocasiones, de un fuerte despliegue de "poder blando", aunque pudiera evitarse o ser menos costosa si se conquistan las mentes y los corazones mediante una efectiva combinación de "poder blando y poder duro". O sea, de "poder inteligente", entendido como "repertorio de estrategias", según Nye.

A pesar de que además discrepo de algunos de los enfoques planteados por Joseph Nye en esta entrevista, recomiendo su lectura y sobre todo observar su criterio de que "la apertura con Cuba ha mejorado la posición de EEUU no solo en La Habana, sino de cara al resto de América Latina", haciendo entender que Estados Unidos ha sabido adelantar sus intereses en Cuba, sin otros razonamientos, lo cual hace que el enfoque de Nye choque con la percepción desde América Latina y el Caribe de que constituye un progreso que es el resultado del paso triunfante de la Revolución Cubana en cinco décadas de resistencia heróica y de sus estrechos vínculos con una región que se opone al bloqueo estadounidense y al aislamiento imperialista de Cuba, por lo que han sido esos los elementos esenciales, junto a otros factores de relevancia, los que han contribuido a ese "cambio" en la politica exterior estadounidense hacia Cuba.

También algunos enfoques sobre Rusia y China están deformados o exagerados desde la visión del académico estadounidense, pero merecen ser leídos, interpretados y criticados, en busca de nuestra percepción desde el sur. Resulta de interés, para el análisis de la correlación de fuerzas entre las principales potencias en el sistema internacional actual, evaluar la utilidad del concepto de Martin Wolf, del Financial Times, de China como una “superpotencia prematura”, algo que también he esbozado en mi artículo: "De la unipolaridad a la multipolaridad del sistema internacional del siglo XXI", que se encuentra publicado en este blog, y he debatido recientemente con mucha intensidad con mis estudiantes de la carrera de relaciones internacionales en La Habana y también en El Salvador, en febrero de este año, durante mis conferencias en la Maestria en Diplomacia que se desarrolla en ese país.

En fin, sugiero leer esta interesante entrevista al politólogo estadounidense Joseph Nye, quien acuñó los conceptos "poder blando y poder inteligente", asi como de "difusión del poder", tan utilizados en la teorización y los principales debates contemporáneos de las Relaciones Internacionales, para que saque usted sus propias conclusiones, con una mirada crítica y emancipatoria, pues no deberíamos dejarnos imponer un pensamiento único sobre los procesos y fenómenos que caracterizan la dinámica internacional actual.


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 Joseph Nye: ‘El poder duro nunca pasó de moda’


Por Pablo Colomer y Jorge Tamames
Periodista y analista internacional, respectivamente.


Joseph Nye
Joseph Nye (New Jersey, 1937) es un pensador de referencia en el mundo de las relaciones internacionales. Catedrático por la Escuela Kennedy de la universidad de Harvard, codirector del Aspen Institute y la Comisión Trilateral, ha asesorado a las administraciones de Jimmy Carter, Bill Clinton y Barack Obama, trabajando para las dos primeras. Su aportación académica más reconocida es el desarrollo de los términos soft power y smart power (poder blando y poder inteligente), que le ha convertido en uno de los teóricos de política exterior más importantes de las últimas décadas. Nye recibe a politicaexterior.com el 9 de junio en la sede de la Fundación Rafael del Pino, donde ha impartido una conferencia sobre poder y prosperidad en el siglo XXI.

Política Exterior (PE): La anexión rusa de Crimea, la guerra en Siria, las disputas territoriales en el Mar de la China Meridional… ¿Piensa usted que estamos involucionando, volviendo a un orden mundial en el que el poder duro vuelve a estar de moda?

Joseph Nye (JN): Creo que nunca dejó de estar de moda. La invasión de Irak fue poder duro. El bombardeo de Serbia, también. Aunque el caso de la invasión rusa de Ucrania era diferente. Rompió las reglas básicas de 1945, la prohibición de usar fuerza para anexar territorio. Estados Unidos y la Unión Europea respondieron con poder duro: sanciones. Pero eso lo combinaron con el poder blando al condenar la violación de normas. De alguna forma, la aplicación de sanciones muestra que hay un precio que pagar por violar normas. Es importante porque significa que las sanciones han logrado un objetivo fundamental, al demostrar que estas normas tienen un valor determinado. Si los rusos hubiesen salido impunes, se podría argumentar que estamos volviendo a un mundo más similar al de los años 30 del siglo XX, cuando no existían penalizaciones efectivas para el uso de fuerza.

PE: El ejemplo de Japón invadiendo Manchuria, en 1931.

JN: Exactamente.

PE: Usted también ha acuñado el término smart power (poder inteligente). ¿Cree que se aplica con éxito para la resolución de problemas y crisis globales?

JN: El poder inteligente es la habilidad de combinar poder duro y blando. Es un repertorio de estrategias. A veces funciona y otras no. La invasión de Irak fue un fracaso en términos de poder inteligente, porque los americanos pagamos un precio muy alto por la guerra en términos de poder blando. Así que no fue un éxito, independientemente de que lo fuera a nivel de poder duro. Un ejemplo de la administración Obama en el que el poder inteligente ha funcionado es Irán. Tenías el poder duro de las sanciones, que hicieron que Irán se sentase a negociar, y la amenaza de usar fuerza [en caso de que el país desarrollase un arma nuclear]. Pero también fue clave la diplomacia a la hora de negociar una solución. Otro ejemplo del mismo periodo es la apertura con Cuba, que ha mejorado la posición de EEUU no solo en La Habana, sino de cara al resto de América Latina.

PE: La UE solía ser el máximo exponente de poder blando: una comunidad unida por leyes, ideas y una cultura compartidas. Pero desde hace seis años hemos visto menos consenso y más imposiciones en la gestión de la crisis del euro, y el auge de una extrema derecha xenófoba y autoritaria. ¿Cómo cree que estas dinámicas afectarán a la UE como modelo global de poder blando?
JN: A largo plazo, la UE ha sido un éxito. No es una federación, ni un Estado unitario, así que no todos están en el mismo barco. Pero los diferentes barcos están atados unos a otros de una forma que en el pasado no estaban. Y eso es un logro considerable: tener una entidad que vuelve imposible la idea de que los Estados europeos libren guerras entre sí, y que les permite cooperar en muchas áreas diferentes. En muchos casos, como el programa Erasmus, la UE ha logrado mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos. El peligro es el aumento del populismo y el euroescepticismo. Esperemos que en el referéndum británico no gane el “exit”.

PE: ¿Cree usted que la gestión de la crisis de los refugiados, en la que la Europa parece estar retorciendo sus valores y principios fundacionales, dañará a la UE en términos de su poder blando?

JN: La decisión de Angela Merkel de acoger refugiados fue muy valiente. Pero políticamente fue muy difícil y costosa. Existe un problema con la inmigración: es algo bueno, pero puede desbordar rápidamente la capacidad del Estado que acoge, y eso puede generar reacciones en contra. La pregunta interesante es ver si la UE es capaz de mantener un sistema de acogida de refugiados que no genere una reacción populista. Es un dilema difícil, pero Merkel merece aplausos por su decisión.

PE: Esta cuestión también es pertinente en EEUU, en vista de la popularidad de Donald Trump. Usted escribió recientemente que Trump debilitaría a EEUU, en parte porque socavaría los valores y principios en los que el país basa su atractivo.

JN: Trump ha propuesto cosas como expulsar a los musulmanes de EEUU, que es algo insensato y estúpido, porque socava la capacidad de EE UU para combatir el terrorismo, donde necesitamos la cooperación de los musulmanes. En ese sentido, Trump ya ha hecho un daño considerable. Si se convirtiese en presidente –cosa que no creo que ocurra–, habría que esperar que sus asesores le empujasen en una dirección más moderada.

PE: La globalización y la desigualdad han sido los dos grandes temas de estas primarias. Son cuestiones complejas e interrelacionadas, que recuerdan al concepto de interdependencia que usted desarrolló durante los años 70. ¿Piensa usted que el debate en las primarias se está abordando de manera simplista?

NJ: Existe una reacción contra la globalización, en la que los extranjeros a menudo se convierten en chivos expiatorios. Pero muchas de las causas de la desigualdad son tecnológicas. En una economía del conocimiento, la educación se vuelve cada vez más importante, y la falta de acceso a ella o a la capacidad de manejarse con tecnologías avanzadas supone un problema. Esto ha llevado a un rechazo de las políticas comerciales tradicionales por parte de ambos partidos. Tanto Trump como [Bernie] Sanders se han mostrado escéptico con los tratados comerciales que firma EEUU, en parte porque el cambio tecnológico y la globalización realmente generan dificultades y pueden amenazar puestos de empleo, pero también porque les genera apoyo políticamente.

PE: En sus memorias de 2014, Hillary Clinton menciona la importancia del “poder inteligente”, un concepto que asegura que aplicó durante su tiempo como secretaria de Estado (2009-13). Salvo grandes sorpresas, Clinton pare posicionada para ganar las elecciones presidenciales en noviembre. ¿En qué se traducirían estas ideas una vez que ocupe la Casa Blanca y en qué se diferenciaría su política exterior de la de Obama?

JN: Creo que existe bastante solapamiento; al fin y al cabo, Clinton fue la secretaria de Estado de Obama. Hay gente que opina que será más intervencionista que Obama. Steve Sestanovich sostiene que EEUU pasa por épocas de activismo y retraimiento en su política exterior. Que Obama representa una época de retraimiento, mientras que Clinton podría ser diferente. Pero en este momento creo que el debate aún es especulativo. Creo que la mejor forma de expresarlo es que las líneas generales de la política exterior de Hillary no serán diferentes a las de Obama, pero los detalles sí.

PE: ¿En qué tipo de potencia se está convirtiendo China?

JN: China ha tenido treinta años espectaculares. Ha hecho una labor estupenda a nivel económico, sacando a cientos de millones de la pobreza. Pero existe una tendencia a exagerar su poder. En mi último libro comentaba que no hay que ser un pesimista para pensar que mucho de lo que se escribe actualmente sobre China es demasiado optimista. Desde entonces, los índices de crecimiento del PIB chino han caído, y ya nadie sostiene que el país pueda crecer a un ritmo anual del 10% ininterrumpidamente. Es lo que [el catedrático de Harvard y exasasesor de Obama] Larry Summers llama regresión a la media: basándonos en la experiencia de otros países que han crecido a un ritmo igual de rápido, lo normal en el futuro sería que China creciese en torno a un 3,9% anual. Proyectar un crecimiento del 10% de forma lineal no es una buena forma de entender lo que pasará con China. Martin Wolf, del Financial Times, se refiere a China como una “superpotencia prematura”: la gente proyecta dónde debería el país estar en el futuro asumiendo que continuará creciendo a la misma velocidad. China es una gran potencia, con un crecimiento y capacidades impresionantes, pero sigue sin estar a la altura de EEUU, y probablemente no adelante a EEUU en las décadas venideras.

PE: ¿Piensa usted que la forma en que China recurre al poder duro para imponerse en su vecindario aumentará con el tiempo?

JN: Bajo Xi Jinping se produjo una tendencia a concentrar poder. Creo que el Partido Comunista Chino necesita legitimarse, y que hasta ahora lo ha hecho gracias al crecimiento económico. Pero a medida que el ritmo de crecimiento se enfría, el nacionalismo se convierte en una nueva forma de obtener legitimidad.

PE: Eso mismo estamos viendo en Rusia.

JN: Sí, y en el comportamiento de China también. Pero insisto, hay que distinguir entre lo que China quisiera hacer si nadie le impusiese límites, y lo que realmente hace cuando le imponen límites otros países, especialmente EEUU, en áreas como el Mar de la China Meridional. Creo que EEUU y China pueden gestionar su relación exitosamente. El peligro es lo que yo llamo el problema “Ricitos de oro”: ni muy caliente ni muy frío, acertar con la temperatura ideal. En este ámbito soy relativamente optimista, pero la historia está llena de sorpresas.

PE: Le tenemos grabado, así que ya veremos.

Fuente: Estudios de Política Exterior de España
 10 / JUN / 2016



jueves, 9 de junio de 2016

Europa se vuelve norteamericana, y eso no es bueno



Por Harold Meyerson

El excepcionalismo norteamericano puede estar llegando a su fin, del peor modo posible: con el derrumbamiento de los partidos del centroizquierda europeo ante los de una derecha ultranacionalista insurrecta; con las divisiones raciales y religiosas que desgarran el compromiso de estos países con la perspectiva de solidaridad de la izquierda.

Que se vea socavado el excepcionalismo norteamericano, al fin y al cabo, no tiene por qué entrañar que nosotros nos volvamos más como otras democracias industriales, ubicadas principalmente en Europa. Lo que está sucediendo, de hecho, es que Europa se está volviendo más como nosotros.      

Para comprender la relación entre el ascenso de la euro-derecha y el menguante excepcionalismo de Norteamérica, tenemos que recordar a qué hace referencia, exactamente, nuestro excepcionalismo nacional. El término apareció por vez primera en un debate en el seno del movimiento comunista a finales de los años 20, en el que había quienes afirmaban que el conflicto de clases en los Estados Unidos era diferente de forma significativa del del resto del mundo industrializado. Con el tiempo, vino a referirse al hecho de que los EE.UU., a diferencia de cualquier otra democracia industrializada, no había logrado generar un partido o movimiento socialista o socialdemócrata de talla o con algunas repercusiones.

Los historiadores han aducido toda una serie de razones para esta anomalía, pero la más  plausible ha sido que la clase trabajadora norteamericana ha estado desde el principio profundamente dividida por raza, etnia y religión, a diferencia de las poblaciones de clase trabajadora de los países europeos, mucho más homogéneas. Y debido a que nuestro movimiento de clase trabajadora estaba mucho más dividido por la raza que el de sus colegas europeos, y a causa de que nuestro sentido de solidaridad nacional también está escindido por la raza y el racismo, nuestros programas sociales eran menos universales, nuestro Estado del Bienestar menos generoso y más excluyente. De esto modo, las ocupaciones que mostraban una alta presencia de afroamericanos quedaban excluidas de cobertura en las leyes que creaban un salario mínimo u otorgaban derecho a una negociación colectiva. Y así había programas que eran universales al otro lado del Atlántico —el seguro médico, de manera más destacada— que aquí nunca se llevaron a la práctica.

A la inversa, los países que crearon los programas más universales y que favorecían los derechos de todos los trabajadores a la negociación colectiva fueron los más homogéneos racial y culturalmente: Escandinavia, Alemania, Austria, Holanda y Francia, muy en particular. Durante los años en los que estos países crearon sus versiones de la socialdemocracia  — principalmente en los primeros tres cuartos del siglo XX — experimentaron poca inmigración que diversificara sus respectivas poblaciones. Por contra, los Estados Unidos fueron una nación de inmigrantes desde un principio. Tal como ha demostrado la historiadora Lizabeth Cohen en Making A New Deal, los esfuerzos por unificar en los EE.UU. a los trabajadores en sindicatos o como fuerza política diferenciada fracasaron hasta la década de 1930, pues los inmigrantes procedentes de un abanico de países y culturas distintas se mostraron incapaces de superar sus diferencias. Después, sin embargo, de que el Congreso promulgara en 1924 lo que fue de facto una prohibición de la inmigración ,salvo desde el norte de Europa, el flujo regular de recién llegados, de “otros” culturales se detuvo y los trabajadores pudieron suscitar solidaridad suficiente como para crear sindicatos industriales y lograr el establecimiento de un semiEstado del Bienestar.

Por un lado, 2016 ha sido un año en el que un Partido Demócrata cada vez más progresista se ha ido desplazando más hacia el tipo de programas universales de los que disfruta Europa, en el que Bernie Sanders cita repetidamente el ejemplo de los países escandinavos como modelo a seguir por los EE.UU. El amplio apoyo que ha conseguido para sus políticas abiertamente socialdemócratas apunta al deseo entre los jóvenes y el número cada vez mayor de progresistas de adherirse más al modelo europeo (por supuesto, el amplio apoyo en las filas republicanas a los llamamientos racistas y ultranacionalistas de Donald Trump revela todo lo contrario).

Pero aunque los progresistas norteamericanos se estén desplazando  a la izquierda, el centroizquierda europeo parece estar desmoronándose bajo las mismas presiones que impidieron durante largo tiempo que se formara la izquierda norteamericana: la diversidad racial, étnica y religiosa, y la ansiedad que provoca la inmigración masiva. La combinación políticamente tóxica de un estancamiento económico prolongado y la riada sin precedentes de inmigrantes de Oriente Medio y África, muchos de ellos musulmanes, ha desamarrado a buena parte de la clase trabajadora europea de su base en los partidos socialistas y socialdemócratas del continente. 

En Francia, el presidente socialista, FrancoisHollande, va en las encuestas por detrás de Marine Le Pen, del Front National contrario a la inmigración; en Alemania, los socialdemócratas se mueven con dificultad a medida que asciende el partido nacionalista AlternativefürDeutschland. En Austria, esta semana, el canciller socialdemócrata abandonó su cargo después de que el candidato de su partido quedara en cuarta posición en las elecciones presidenciales, mientras quedaba en primera posición el candidato del derechista Partido de la Libertad (FPÖ), que odia a los inmigrantes (aunque ha de esperarse todavía a la última vuelta) [que confirmaría finalmente la elección del candidato ecologista Alexander van der Bellen]. En Dinamarca —antaño modelo de socialdemocracia — una ley exige ahora confiscar los objetos de valor de los refugiados recién llegados. Eso por lo que respecta a la solidaridad universal de la que antaño se enorgullecía Europa.

La descomposición del modelo europeo puede reflejar los mismos problemas de diversidad que descubría un amplio sondeo realizado hace varios años bajo la supervisión del sociólogo de Harvard Robert Putnam. Cuanto más diversa es una comunidad, concluía el estudio, “menos probabilidades hay de que sus habitantes confíen en los demás”, no sólo en gente de diferentes razas, etnias, religiones y clases sino incluso en “gente de su propio grupo étnico”. En estas condiciones, continuaba el informe, decaía tanto la participación política como las conexiones interclasistas.

La actual situación política y social de las ciudades de Norteamérica puede confirmar  —y en menor medida, confundir— este análisis. Hay probablemente pocos contactos entre los “millennials” que afluyen masivamente a los centros urbanos y las minorías de habitantes de clase trabajadora, en buena medida de minorías, a los que de hecho desplazan, así como entre esos “millennials” y los inmigrantes del mundo en vías de desarrollo que llegan también a las ciudades. Por otro lado, como todos estos grupos favorecen las políticas progresistas, han convertido las ciudades en los bastiones más liberales de Norteamérica. Puede que haya funcionado una dinámica similar en Londres con la elección en este mes de un alcalde musulmán del Partido Laborista.

Londres, hoy, no es el continente. Ni siquiera es Gran Bretaña. Allí, como en otras partes del norte de Europa, los lazos de solidaridad que crearon estados del Bienestar universales se han deshilachado hasta casi romperse. ¿Y qué excepcionales seguiremos siendo si Europa sufre las fisuras de las mismas divisiones de raza, religión y etnia que durante tanto tiempo nos han atormentado a nosotros?

Columnista del diario The Washington Post y editor general de la revista The American Prospect, está considerado por la revista TheAtlanticMonthly como uno de los cincuenta columnistas mas influyentes de Norteamérica. Meyerson es además vicepresidente del Comité Político Nacional de DemocraticSocialists of America y, según propia confesión, "uno de los dos socialistas que te puedes encontrar caminando por la capital de la nación" (el otro es Bernie Sanders, combativo y legendario senador por el estado de Vermont).

Fuente:
The American Prospect, 12 de mayo de 2016
Traducción:
Lucas Antón