El
año 2011 cerró con una agradable e importante noticia para América
Latina y los proyectos de integración que se desarrollan en la región:
el 27 de diciembre el Centro de Economía e Investigación en Negocios
(CEBR), una institución con sede en Londres, informó que Brasil se había
convertido en la sexta potencia económica del mundo al sobrepasar a
Gran Bretaña.
Su crecimiento ha sido constante en los últimos
10 años, y si ya en 2007 ocupaba el décimo lugar por el total de su
Producto Interno Bruto (PIB), en 2008 superó a Canadá, en 2009 a España
para alcanzar la octava posición; en 2010 a Italia y a finales de 2011 a
Gran Bretaña.
Ahora, con un PIB de 2 208 billones, solo lo superan Estados Unidos, China, Japón, Alemania y Francia, por ese orden.
Con 203,4 millones de habitantes, Brasil es el quinto país más poblado
del mundo, pero con bajo índice de densidad poblacional, debido a que la
mayor parte de sus habitantes se concentran a lo largo del litoral, por
lo cual el interior del territorio presenta un gran vacío demográfico.
Sus sectores económicos más desarrollados son los servicios, agrícola,
minero, manufacturero y el mercado de trabajo. Entre sus principales
productos de exportación aparecen aeronaves, equipos electrónicos,
automóviles, alcohol, textiles, calzados, hierro, acero, químicos, café,
jugo de naranja, soya y otros alimentos.
Para el Instituto
Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE) el crecimiento alcanzado en
los últimos años se ha producido por la fuerte expansión de la demanda
interna, que se reflejó en un alza del 7 % en el consumo de las familias
y un aumento del 21,8 % de la formación bruta de capital fijo.
Es innegable que los éxitos económicos están en línea directa con las
políticas económicas y sociales puestas en vigor durante los ocho años
presidenciales de Luiz Inacio Lula de Silva y su continuidad llevada
adelante por la actual mandataria Dilma Rousseff.
La
administración de Lula, desde su comienzo en 2002, se ocupó de emprender
varios proyectos sociales como Hambre Cero, Bolsa Familia (brindan
asistencia a núcleos pobres) y Primer Empleo que facilita a los jóvenes
el acceso al mercado laboral, además de los subsidios distribuidos y el
aumento del 53 % del salario mínimo desde 2003.
Esos programas
han permitido que las capas más desfavorecidas de la sociedad hayan
aumentado sus ingresos y los consumos, que impulsan a la vez el
desarrollo de la economía.
Como complemento directo se suma la
financiación de la escolaridad infantil y la elevación del número de los
puestos de trabajo, para sacar de la miseria extrema a más de 20
millones de brasileños e ir disminuyendo los altos niveles de
criminalidad que existían en esa sociedad.
Los índices de
pobreza se redujeron desde el 42 % en 2002 a 20 % en 2011, o sea más de
la mitad en nueve años; la tasa de desempleo se fijó a finales de 2011
en 5,2 % (la más baja en toda la historia); mientras diferentes
instituciones señalan que se continúa reduciendo la desigualdad y
disminuyen las migraciones desde las regiones pobres del campo hacia los
centros urbanos.Los sectores insignias en el crecimiento del
pasado año fueron la minería (15,7%), construcción civil (11,6%),
industria (10,11%), agricultura (6,5%) y los servicios (5,4%). Los
cultivos más favorecidos resultaron la soja (20,2%), trigo (20,1%), café
(17,6%) y maíz (9,4%).
Los analistas aseguran que el
incremento del PIB se detuvo un poco debido a la revalorización del real
frente al dólar. Las importaciones subieron un 36 % mientras las
exportaciones llegaron a 11,5 %.
Como afirmó el ministro de
Hacienda, Guido Mantega, aun queda mucho camino por andar pues “Brasil
necesitará de 10 a 20 años para ponerse al día con los niveles de PIB
per cápita de las economías desarrolladas de Europa”. Mantega destacó
que pese a los avances, Brasil requiere aumentar sus inversiones en el
área social, mejorar las infraestructuras en muchos territorios y
continuar disminuyendo las asimetrías actuales.
Sin embargo, el
ministro enfatizó que el gigante latinoamericano es un país “respetado y
codiciado por inversores extranjeros” y que en 2012 se espera la
llegada de capitales por 65 000 millones de dólares.
El
gobierno de Rousseff tiene entre sus proyectos convertir a Brasil en la
quinta economía del mundo (es decir, por encima de Francia) en esta
década para lo cual cuenta con el potencial industrial instalado,
grandes reservas petroleras descubiertas en los últimos años y numerosa
fuerza laboral.
Ante los azotes de la crisis económica mundial
en la que Estados Unidos y la Unión Europea no acaban de salir de la
recesión y por ende dejan de comprar numerosas mercancías, Brasil se
dirige a fortalecer su enorme mercado interno con la elevación del poder
adquisitivo de la población.
En ese sentido, se han puesto en
acción numerosas obras como la ampliación y recuperación de carreteras,
ferrocarriles, ejecución de puentes, mejoramiento de los puertos y la
construcción de viviendas con facilidades de financiamiento, todo lo
cual genera millones de puestos de trabajo.
Los logros
alcanzados por Brasil llegan en hora buena a Latinoamérica donde una ola
de unidad e integración recorre la región en aras de desembarazarse de
las políticas coloniales, hegemónicas y neoliberales que ha padecido
esta zona durante varios siglos.
Un
artículo reciente firmado por John Tirman, director del Centro de
Estudios Internacionales del Massachusetts Institute of Technology
(MIT) y publicado en el Washington Post, plantea con crudeza una
reflexión sobre un aspecto poco estudiado de las políticas de agresión
del imperialismo: la indiferencia de la Casa Blanca y de la opinión
pública en relación a las víctimas de las guerras que Estados Unidos
libra en el exterior. (1)
Como
académico “bienpensante” se abstiene de utilizar la categoría
“imperialismo” como clave interpretativa de la política exterior de su
país; su análisis, en cambio, revela a los gritos la necesidad de
apelar a ese concepto y a la teoría que le otorga sentido. Tirman
expresa en su nota la preocupación que le suscita, en cuanto ciudadano
que cree en la democracia y los derechos humanos, la incoherencia en
que incurrió Barack Obama –no olvidemos, un Premio Nóbel de la Paz-
cuando en su discurso pronunciado en Fort Bragg (14 de Diciembre de
2011) para rendir homenaje a los integrantes de las fuerzas armadas que
perdieron la vida en la guerra de Irak (unos 4.500, aproximadamente) no
dijo ni una sola palabra de las víctimas civiles y militares iraquíes
que murieron a causa de la agresión norteamericana.
Agresión,
conviene recordarlo, que no tuvo nada que ver con la existencia de
“armas de destrucción masiva” en Irak o con la inverosímil complicidad
del antiguo aliado de Washington, Saddam Hussein, con las fechorías que
supuestamente cometía otro de sus aliados, Osama Bin Laden.
El
objetivo excluyente de esa guerra, como la que amenaza iniciar en
contra de Irán, fue apoderarse del petróleo iraquí y establecer un
control territorial directo sobre esa estratégica zona para el momento
en que el aprovisionamiento del crudo deba hacerse confiando en la
eficacia disuasiva de las armas en lugar de las normas de aquello que
algunos espíritus ingenuos en la Europa del siglo XVIII dieron en
llamar “el dulce comercio.”
En su nota
Tirman acierta al recordar que las principales guerras que Estados
Unidos libró desde el fin de la Segunda Guerra Mundial –Corea, Vietnam,
Camboya, Laos, Irak y Afganistán- produjeron, según sus propias
palabras, una “colosal carnicería”. Una estimación que este autor
califica como muy conservadora arroja un saldo luctuoso de por lo menos
seis millones de muertes ocasionadas por la cruzada lanzada por
Washington para llevar la libertad y la democracia a esos infortunados
países. Si se contaran operaciones militares de menor escala -como las
invasiones a Grenada y Panamá, o la intervención apenas disimulada de
la Casa Blanca en las guerras civiles de Nicaragua, El Salvador y
Guatemala, para no hablar de similares tropelías en otras latitudes del
planeta- la cifra se elevaría considerablemente.(2)
No
obstante, y pese a las dimensiones de esta tragedia, a las cuales
habría que agregar los millones de desplazados por los combates y la
devastación sufrida por los países agredidos, ni el gobierno ni la
sociedad norteamericana han evidenciado la menor curiosidad,
preocupación, ¡ni digamos compasión!, para enterarse de lo ocurrido y
hacer algo al respecto. Esos millones de víctimas fueron simplemente
borrados del registro oficial del gobierno y, peor aún, de la memoria
del pueblo norteamericano mantenido impúdicamente en la ignorancia o
sometido a la interesada tergiversación de la noticia. Cómo
lúgubremente reiteraba el criminal dictador argentino Jorge R. Videla
ante la angustiada pregunta de los familiares de la represión, también
para Barack Obama esas víctimas de las guerras estadounidenses “no
existen”, “desaparecieron”, “no están”.
Si
el holocausto perpetrado por Adolf Hitler al exterminar a seis millones
de judíos hizo que su régimen fuese caracterizado como una aberrante
monstruosidad o como una estremecedora encarnación del mal, entonces
¿qué categoría teórica habría que usar para caracterizar a los
sucesivos gobiernos de Estados Unidos que sembraron muertes en una
escala por lo menos igual, si no mayor?
Lamentablemente
nuestro autor no se formula esa pregunta porque cualquier respuesta
habría puesto en cuestión el crucial artículo de fe del credo
norteamericano que asegura que Estados Unidos es una democracia. Más
aún: que es la encarnación más perfecta de “la democracia” en este
mundo. Observa con consternación, en cambio, el desinterés público por
el costo humano de las guerras estadounidenses; indiferencia reforzada
por el premeditado ocultamiento que se hace de aquellos muertos en la
voluminosa producción de películas, novelas y documentales que tienen
por tema central la guerra; por el silencio de la prensa acerca de
estas masacres –recordar que, luego de Vietnam, la censura en los
frentes de batalla es total y que no se pueden mostrar víctimas civiles
y tampoco soldados norteamericanos heridos o muertos; y porque las
innumerables encuestas que a diario se realizan en Estados Unidos jamás
indagan cuál es el grado de conocimiento o la opinión de los
entrevistados acerca de las víctimas que ocasionan en el exterior las
aventuras militares del imperio.
Este pesado
manto de silencio se explica, según Tirman, por la persistencia de lo
que el historiador Richard Slotkin denominara el “mito de la frontera”,
una de las constelaciones de sentido más arraigada de la cultura
norteamericana según la cual una violencia noble y desinteresada -o
interesada solo en producir el bien- puede ser ejercida sin culpa o
cargos de conciencia sobre quienes se interpongan al “destino
manifiesto” que Dios ha reservado para los norteamericanos y que, con
piadosa gratitud, los billetes de dólar recuerdan en cada una de sus
denominaciones. Solo “razas inferiores” o “pueblos bárbaros”, que viven
al margen de la ley, podrían resistirse a aceptar los avances de la
“civilización”.
El violento despojo sufrido
por los pueblos originarios de las Américas, tanto en el Norte como en
el Sur, fue justificado por ese racista mito de la frontera y
edulcorado con infames mentiras. En el extremo sur del continente, en
la Argentina, la mentira fue denominar como “conquista del desierto” la
ocupación territorial a sangre y fuego del habitat, que no era
precisamente un desierto, de los pueblos originarios.
En
Chile la mentira fue bautizar como “la pacificación de la Araucanía” al
nada pacífico y sangriento sometimiento del pueblo mapuche. En el
norte, el objeto del pillaje y la conquista no fueron las poblaciones
indígenas sino una fantasmagórica categoría, apenas un punto cardinal:
el Oeste. En todos los casos, como lo anotara el historiador Osvaldo
Bayer, la “barbarie” de los derrotados, que exigía la perentoria misión
civilizatoria, era demostrada por su … ¡desconocimiento de la propiedad
privada!
En suma: esta constelación de
creencias -racista y clasista hasta la médula- presidió el fenomenal
despojo de que fueron objeto los pueblos originarios y liberó a los
píos cristianos que perpetraron la masacre de cualquier sentimiento de
culpa. En realidad, las víctimas eran humanas sólo en apariencia. Esa
ideología reaparece en nuestros días, claro que de forma transfigurada,
para justificar el aniquilamiento de los salvajes contemporáneos. Sigue
“oprimiendo el cerebro de los vivos”, para utilizar una formulación
clásica, y fomentando la indiferencia popular ante los crímenes
cometidos por el imperialismo en tierras lejanas. Con la invalorable
contribución de la industria cultural del capitalismo hoy la condición
humana le es negada a palestinos, iraquíes, afganos, árabes,
afrodescendientes y, en general, a los pueblos que constituyen el
ochenta por ciento de la población mundial. Tirman recuerda, como ya lo
había hecho antes Noam Chomsky, el sugestivo nombre asignado a la
operación destinada a asesinar a Osama Bin Laden: “Gerónimo”, el jefe
de los apaches que se opuso al pillaje practicado por los blancos. El
lingüista norteamericano también decía que algunos de los instrumentos
de muerte más letales de las fuerzas armadas de su país también tienen
nombres que aluden a los pueblos originarios: el helicóptero Apache, el
misil Tomahawk, y así sucesivamente.
Tirman
concluye su análisis diciendo que esta indiferencia ante los “daños
colaterales” y los millones de víctimas de las aventuras militares del
imperio socava la credibilidad de Washington cuando pretende erigirse
en el campeón de los derechos humanos. Agregaríamos: socava
“irreparablemente” esa credibilidad, como quedó elocuentemente
demostrado en 2006 cuando la Asamblea General de la ONU creó el Consejo
de Derechos Humanos, en reemplazo de la Comisión de Derechos Humanos,
con el voto casi unánime de los estados miembros y el solitario rechazo
de Estados Unidos, Israel, Palau y las Islas Marshall.(3) Lo mismo
ocurre cuando año tras año la Asamblea General condena por una mayoría
aplastante el criminal bloqueo a Cuba impuesto por Estados Unidos.
Pero
no es sólo la credibilidad de Washington lo que está en juego. Más
grave aún es el hecho de que la apatía y el sopor moral que
invisibilizan la cuestión de las víctimas garantiza la impunidad de
quienes perpetran crímenes de lesa humanidad en contra de poblaciones
civiles indefensas (como en los casos de My Lai en Vietnam o Haditha en
Irak, para no mencionar sino los más conocidos). Pero esto viene de
lejos: recuérdese la patética indiferencia de la población
norteamericana ante las noticias del bombardeo atómico en Hiroshima y
Nagasaki, y los cables que enviaba el corresponsal del New York Times
destacado en Japón diciendo que ¡no había indicios de radioactividad en
la zona bombardeada! Impunidad que alentará futuras atrocidades,
motorizadas por la inagotable voracidad de ganancias que exige el
complejo militar-industrial, para el cual la guerra es una condición
necesaria, imprescindible, de sus beneficios. Sin guerras, sin escalada
armamentista el negocio arrojaría pérdidas, y eso es inadmisible. Y son
las ganancias de esos tenebrosos negocios, no olvidemos, las que
financian las carreras de los políticos norteamericanos (y Obama no es
excepción a esta regla) y las que sostienen a los oligopolios
mediáticos con los cuales se desinforma y adormece a la población.
No
por casualidad Estados Unidos ha guerreado incesantemente en los
últimos sesenta años. Los preparativos para nuevas guerras están a la
vista y son inocultables: comienzan con la satanización de líderes
desafectos, presentados ante la opinión pública como figuras
despóticas, casi monstruosas ; sigue con intensas campañas
publicitarias de estigmatización de gobiernos desafectos y pueblos
díscolos; luego vienen las condenas por presuntas violaciones a los
derechos humanos o por la complicidad de aquellos líderes y gobiernos
con el terrorismo internacional o el narcotráfico, hasta que finalmente
la CIA o algún escuadrón especial de las fuerzas armadas se encarga de
fabricar un incidente que permita justificar ante la opinión pública
mundial la intervención de los Estados Unidos y sus compinches para
poner fin a tanto mal.
En tiempos recientes
eso se hizo en Irak y luego en Libia. En la actualidad hay dos países
que atraen la maliciosa atención del imperio: Irán y Venezuela, por
pura casualidad dueños de inmensas reservas de petróleo. Esto no
significa que la funesta historia de Irak y Libia vaya necesariamente a
repetirse, entre otras cosas porque, como lo observara Noam Chomsky,
Estados Unidos sólo ataca a países débiles, casi indefensos, y aislados
internacionalmente. Washington ha hecho lo imposible para establecer un
“cordón sanitario” que aísle a Teherán y Caracas, pero hasta ahora sin
éxito. Y no son países destruidos por largos años de bloqueo, como
Irak, o que se desarmaron voluntariamente, como Libia, seducida por las
hipócritas demostraciones de afecto de una nueva camada de
imperialistas. Afortunadamente, ni Irán ni Venezuela se encuentran en
esa situación. De todos modos habrá que estar alertas.
Notas:
(1) “Why do we ignore the civilians killed in American wars?” (The Washington Post, 5 Diciembre 2011)
(2)
Expertos internacionales aseguran que el número de víctimas ocasionadas
por Estados Unidos en Vietnam ronda las cuatro millones de personas. La
estimación total de seis millones subestima grandemente la masacre
desencadenada por el imperialismo norteamericano en sus diferentes
guerras.
(3) Añadamos un dato bien significativo: cuando la
Asamblea General tuvo que decidir la composición del Consejo, el 9 de
Mayo del 2006, Estados Unidos no logró los votos necesarios para ser
uno de los 47 países que debía integrarlo. ¡Toda una definición sobre
la nula credibilidad internacional de Estados Unidos como defensor de
los derechos humanos!
Foto: Irak – Niño iraquí herido por un ataque de las fuerzas de ocupación norteamericanas.
El
Movimiento de Países No Alineados (MNOAL) es un foro diverso de concertación de
los países del sur, subdesarrollados y en desarrollo, con una amplitud
universal y proyección global sobre temas políticos, económicos y de seguridad
internacional. Los NOAL son 118 Estados, casi dos terceras partes de los
miembros de las Naciones Unidas, que incluyen a todos los miembros de la Unión Africana, de la Liga de los Estados Árabes,
de la Organización
de la Conferencia
Islámica, la mayoría de los Estados asiáticos y
latinoamericanos. La fuerza de los países del MNOAL, en los inicios del siglo
XXI, se encuentra en la actualidad de sus postulados, en el peso de su legado
político e histórico para los líderes contemporáneos y de los pueblos que
luchan hacia la definitiva emancipación de sus naciones.
La
historia y la dinámica del movimiento ejercieron su influjo en la formación del
sistema internacional de la posguerra y en el desarrollo progresista del
Derecho Internacional Público. El MNOAL apoyó el proceso de descolonización y,
como resultado, nuevos Estados independientes fueron incorporados a la política
internacional. El histórico aval del MNOAL está unido a la lucha por el
desarme, en el proceso de proscripción de las armas de destrucción masivas y la
no-proliferación de las armas nucleares, las convenciones sobre la proscripción
de las armas químicas, biológicas, en el espacio cósmico y el tratado para la prohibición
completa de los ensayos nucleares.
Sin
embargo, con la desaparición de la Unión soviética y la consecuente emergencia
de la unipolaridad en las relaciones internacionales, el MNOAL enfrentó un reto
extraordinario. El fin del enfrentamiento entre los dos bloques
irreconciliables que le otorgó razón de existencia, el nombre y su esencia,
supuso para algunos la pérdida de relevancia de este movimiento como actor
internacional. Existió incluso la posibilidad de su extinción, en tanto que
entidad para la articulación de las reivindicaciones fundamentales de los
países del sur. El desplome del sistema soviético y de sus aliados socialistas
trajo el engañoso y vulgar supuesto del “fin de la historia”, de las ideologías
y de la lucha de clases. Se habló de la desaparición del Tercer Mundo, como
foro reivindicativo de los intereses y aspiraciones de los pueblos del sur.
Aunque
el MNOAL mantuvo su vigencia frente a la embestida del imperialismo y sus
detractores en el propio Tercer Mundo, también es una realidad indiscutible que
las particularidades nacionales, regionales y la coyuntura internacional
contribuyeron a reorientar las prioridades y objetivos de sus miembros, lo cual
ha hecho difícil la armonización de posiciones y su unidad sobre los temas más
complejos de la agenda internacional.
Por
tanto, el principal reto del MNOAL sigue siendo la necesidad de buscar
soluciones novedosas y menos formales al mantenimiento de la unidad de acción
en medio de su diversidad y del complejo escenario internacional por la
política agresiva y militarista de los Estados Unidos con la complicidad de la Unión Europea y
otras potencias capitalistas, que también interactúan en el ámbito bilateral y
multilateral con los países miembros del MNOAL.
El
principal desafío para el MNOAL tiene un
carácter orgánico y se relaciona con la consecución de un sólido proceso de
revitalización que haga más efectiva sus iniciativas y lo convierta en un
factor más prominente para la transformación progresista y revolucionaria de
las relaciones internacionales.
En
toda su trayectoria, el MNOAL desarrolló perspectivas geopolíticas en varios
campos relevantes de las relaciones internacionales, pero ha sido, hasta el
presente, un foro de discusión y exposición de los intereses de los países
menos privilegiados del planeta. En el momento internacional actual no solo
resulta perentorio la elevación de su liderazgo en defensa del sur, sino además
la elaboración de una estrategia común para desplegar cierta capacidad de
desarrollo ideológico y una orientación política unificada contra el
imperialismo y sus manifestaciones.
El
hecho de que las posturas del MNOAL siguen siendo el silencio, declarativas o
retóricas sobre las problemáticas mundiales, nos confirma la importancia
estratégica de que los esfuerzos del movimiento, para su revitalización, no
deben quedar en el plano de la política internacional y de sus organismos
diplomáticos multilaterales. El trabajo futuro del MNOAL podría entroncarse
directamente con la lucha de los pueblos, de las fuerzas políticas de izquierda
y de los movimientos sociales por la construcción de un sistema mundial más
justo y acorde con las aspiraciones de las masas populares en todas las
regiones y países.
Revitalizar
el movimiento NOAL en el siglo XXI implica convertirlo en un instrumento de
cooperación y colaboración de alcance global, para la verdadera integración y
unificación de los Estados-nación con similares intereses y afectados por
iguales problemáticas de carácter económico, ecológico y social que tejen el
contenido del conflicto norte-sur en las relaciones internacionales. Aunque en
el sistema mundo globalizado de nuestro tiempo las naciones podrían agruparse
según la interpretación del conflicto norte-sur en países industrializados, en
vías desarrollo o del Tercer Mundo, lo cierto es que la dinámica de sus
relaciones se modifica permanentemente y emergen disímiles áreas de
convergencia en las que resulta impostergable exigir una real cooperación en el
eje norte-sur de los vínculos globales, porque la unión de los países con
posiciones afines en torno a distintos temas de la agenda del MNOAL trasciende
la conflictual división geográfica norte-sur del sistema internacional frente a
los legítimos anhelos de supervivencia de toda la humanidad ante amenazas cada
vez mayores como los peligros de una guerra nuclear y el indetenible avance del
cambio climático.
Dado
que la amenaza de una guerra nuclear y el indetenible avance del cambio
climático están cada vez más lejos de aproximarse a una solución, no deberían existir
dificultades ni objeciones para enlazar coherentemente los temas de la agenda
internacional con la del MNOAL, pues las cuestiones de naturaleza global
requieren de un tratamiento igualmente global ya que aparecen en todas las
agendas, tales como: medio ambiente, desarme -con la redistribución de los
gastos de guerra en asistencia para el desarrollo-, acceso a los mercados y la
tecnología, la lucha contra todas las formas de terrorismo, en especial el
terrorismo de Estado, que practica los Estados Unidos e Israel, la vigencia y
aplicación del Derecho Internacional Público y la exigencia de acabar con todas
las manifestaciones de colonialismo, racismo, fascismo e imperialismo.
Justamente,
el MNOAL debería analizar profundamente las consecuencias de las cruentas
ocupaciones militares de los Estados Unidos y sus aliados en Iraq, Afganistán,
y las nuevas “guerras preventivas” contra los países del sur, que tiene en
Libia el ejemplo más cercano. El MNOAL tiene como cardinal desafío contribuir
más a la paz mundial. Es muy importante la ampliación del perfil de sus
iniciativas diplomáticas a fin de exigir, en pleno, el cese inmediato de las
amenazas de guerra imperialista en el Oriente Medio, contra Irán y Siria, evitando,
en lo posible, que los Estados Unidos continúen con su estrategia guerrerista
en escenarios tercermundistas, lo cual se propone, abiertamente, destruir la
soberanía, independencia e integridad territorial de un grupo significativo de
países No alineados.
Por
consiguiente, el movimiento MNOAL debería hacer un análisis crítico y
exhaustivo de las actuales relaciones norte-sur, en un contexto de grave crisis
estructural del capitalismo que afecta la vida de los pueblos del sur; pues antes
de la actual crisis económica y financiera que atraviesan los Estados Unidos y
la Unión Europea, las naciones del sur debilitaron sus Estados, porque abrieron
aceleradamente sus economías a la competencia y depredación de los recursos
naturales por las transnacionales y multinacionales al servicio de las potencias
del norte industrializado.
La
consecuencia inmediata ha sido que el sur en su conjunto está afectado por las políticas
proteccionistas que obstaculizan la entrada de sus productos en los mercados de
los países industrializados y los mantiene al margen de los principales flujos
financieros, comerciales y de inversión. El mayor volumen de comercio mundial
tiene lugar entre los países ubicados en el norte. En suma, unido a la grave
crisis económica y social del mundo subdesarrollado, las corrientes migratorias
constituyen otro aspecto esencial de la tendencia a la marginación de los
pueblos del sur y de las persistentes concepciones discriminatorias, xenófobas
en el norte, donde se levantan muros para enfrentar la avalancha migratoria,
pero sin la voluntad política de resolver las causas que motivan ese complejo
fenómeno migratorio.
Otra
prueba para el movimiento NOAL es revertir la indiferencia del norte hacia el sur
en el proceso de toma de decisiones de alcance mundial. Los países del MNOAL debieran
hacer causa común para fortalecer las
instituciones de carácter mundial como las Naciones Unidas, en especial la
Asamblea General y la democratización de su Consejo de Seguridad. En ese
sentido, el MNOAL debiera oponerse firmemente a las posiciones unilaterales de los
Estados Unidos y sus aliados tendientes a debilitar o manipular, en dependencia
de sus intereses geoestratégicos, el funcionamiento de los mecanismos de
Naciones Unidas, a la proliferación de los llamados regímenes internacionales
especializados que amenazan con limitar la proyección multilateral y el trabajo
del sistema de Naciones Unidas.
Aun
así, el MNOAL debería prestar especial atención a todas las corrientes
monopolizadoras de los asuntos mundiales por las grandes potencias en foros de
composición restringida para el debate y la adopción de iniciativas de
trascendencia global como el G-8 y el G-20, pues este último intenta consolidar
un espacio semejante con la participación de algunos países del sur que se
distinguen por sus potencialidades económicas, pero que no se encamina
realmente en la búsqueda de una solución a los problemas que aquejan a todo el
Tercer Mundo. Especial significado y repercusión para el sur tiene el
protagonismo político de China, como potencia económica, en el Grupo de los 77,
que representa los intereses económicos de 132 países en desarrollo. Muchos
países del MNOAL desearían contar con una China más activa y favorable a los
intereses del sur ante las posturas hegemónicas de un norte caracterizado por
la asociación estratégica de los Estados Unidos y la Unión Europea.
Las
fuerzas progresistas desearían un MNOAL con posiciones más enérgicas y una
visión política más crítica sobre la evolución de las relaciones
internacionales actuales, que exija el diseño de una nueva arquitectura financiera
internacional acompañada de un nuevo orden mundial de la información y de las comunicaciones.
La
esperanza en los No alineados solo será posible de alcanzar si el MNOAL
emprende el desafío de desterrar las divergencias que conspiran contra la
cohesión y el consenso entre sus miembros. Los conflictos en el seno del MNOAL
tienen sus orígenes en los siglos de avasallamiento colonial y neocolonial del
imperialismo. Solamente la unidad del sur podría aportar nuevos cambios
cualitativos para la construcción de un sistema internacional pluripolar
contrapuesto a la unipolaridad e incluso a la alternativa de recomposición
multipolar de las relaciones internacionales por iniciativa de los Estados
Unidos y las potencias interesadas en la consecución de un equilibrio de poder
que sirva para perpetuar la dominación de los Estados más débiles del sistema y
practicar una política coordinada hacia la contención o el retroceso del
fenómeno revolucionario mundial en el siglo XXI, lo que impediría el resurgir
de una nueva correlación de fuerzas internacionales favorable a los países del
Tercer Mundo.
Ayer tuve el gusto de conversar sosegadamente con Mahmoud Ahmadinejad.
No lo había visto desde septiembre del 2006, hacía más de cinco años,
cuando visitó nuestra Patria para participar en la XIV Cumbre del Movimiento de Países No Alineados
que tuvo lugar en La Habana, donde se eligió por segunda vez a Cuba
como Presidente de esa organización por el tiempo establecido de tres
años.
Yo había enfermado gravemente el 26 de julio de 2006, mes y medio
antes de la misma y apenas podía sentarme en la cama. Varios de los más
distinguidos líderes que asistían al evento tuvieron la amabilidad de
visitarme. Chávez y Evo lo hicieron más de una vez. Un mediodía lo hicieron cuatro a los que siempre recuerdo: Kofi Annan, Secretario General de la ONU; un viejo amigo, Abdelaziz Buteflika,
Presidente de Argelia; Mahmoud Ahmadinejad, Presidente de Irán; y un
Viceministro de Relaciones Exteriores del gobierno de China y actual
Canciller de ese país, Yang Jiechi, en representación del líder del Partido Comunista y Presidente de la República Popular China, Hu Jintao.
Fue realmente un momento de importancia para mí que con gran esfuerzo
reeducaba la mano derecha que había sufrido un serio accidente en la
caída en Santa Clara.
Con los cuatro comenté aspectos de los problemas que el mundo
afrontaba en aquellos instantes. Estos, ciertamente, se han ido
tornando cada vez más complejos.
En el encuentro de ayer observé al Presidente iraní absolutamente
sosegado y tranquilo, indiferente por completo a las amenazas yankis,
confiado en la capacidad de su pueblo para enfrentar cualquier agresión
y en la eficacia de las armas, que en gran parte producen ellos mismos,
para ocasionar a los agresores un precio impagable.
En realidad del tema bélico apenas habló, su mente se concentraba en las ideas expuestas en la conferencia impartida en el Aula Magna de la Universidad de La Habana,
centrada en la lucha por el ser humano: “caminar hacia llegar y lograr
la paz, la seguridad, el respeto y la dignidad humana como un deseo de
todos los seres humanos a lo largo y ancho de la historia.”
Estoy seguro de que, por parte de Irán,
no deben esperarse acciones irreflexivas que contribuyan al estallido
de una guerra. Si esta inevitablemente se desata, será fruto exclusivo
del aventurismo y la irresponsabilidad congénita del imperio yanki.
Pienso por mi parte que la situación política creada en torno a Irán
y los riesgos de una guerra nuclear que de ella emanan y a todos
involucra -posean o no tales armas-, son sumamente delicados porque
amenazan la propia existencia de nuestra especie. El Oriente Medio
se ha convertido en la región más conflictiva del mundo, y el área
donde se generan los recursos energéticos vitales para la economía del
planeta.
El poder destructivo y los sufrimientos masivos que originaban algunos de los medios utilizados en la Segunda Guerra Mundial
motivaron una fuerte tendencia a prohibir algunas armas como los gases
asfixiantes y otras empleadas en aquella guerra. Sin embargo, las
pugnas de intereses y las enormes ganancias de los productores de armas
los llevó a la confección de armamentos más crueles y destructivos,
hasta que la tecnología moderna aportó el material y los medios cuyo
empleo en una guerra mundial conducía al exterminio.
Sostengo el criterio, sin dudas compartido por todas las personas
con un sentido elemental de responsabilidad, de que ningún país grande
o pequeño tiene el derecho a poseer armas nucleares.
Nunca estas debieron usarse para atacar dos ciudades indefensas como Hiroshima y Nagasaki,
asesinando e irradiando con horribles y duraderos efectos a cientos de
miles de hombres, mujeres y niños, en un país que ya estaba
militarmente vencido.
Si el fascismo obligaba a las potencias coaligadas contra el nazismo
a competir con ese enemigo de la humanidad en la fabricación de tal
arma, finalizada la guerra y creada ya la Organización de Naciones Unidas, el primer deber de esa organización era prohibir tal arma sin excepción alguna.
Pero Estados Unidos, la potencia más poderosa y rica, impuso al
resto del mundo la línea a seguir. Hoy posee cientos de satélites que
espían y vigilan desde el espacio a todos los habitantes del planeta.
Sus fuerzas navales, aéreas y terrestres están equipadas con miles de
armas nucleares, manejan a su antojo, a través del Fondo Monetario
Internacional, las finanzas y las inversiones del mundo.
Si se analiza la historia de cada una de las naciones de América
Latina, desde México hasta la Patagonia, pasando por Santo Domingo y
Haití, podrá observarse que todas, sin una sola excepción han sufrido
durante doscientos años, desde los inicios del siglo XIX hasta hoy, y
de una u otra forma están sufriendo cada vez más los peores crímenes
que el poderío y la fuerza pueden cometer contra el derecho de los
pueblos. Escritores brillantes surgen en creciente número: uno de
ellos, Eduardo Galeano, autor de “Las venas abiertas de América Latina”, que describe lo anterior, acaba de ser invitado a inaugurar el prestigioso Premio Casa de Las Américas, como un reconocimiento a su relevante obra.
Los acontecimientos se suceden con increíble rapidez; pero la
tecnología los transmite al público de forma aún más rápida. Un día
cualquiera, como el de hoy, noticias importantes se suceden con
extraordinario ritmo. Un despacho cablegráfico fechado ayer 11, recoge
la siguiente noticia textual: “La presidencia danesa de la Unión
Europea afirmó el miércoles que una nueva serie de sanciones europeas
más severas contra Irán se decidirá el 23 de enero en razón de su
programa nuclear, apuntando no sólo el sector petrolero sino también al
banco central.
“‘Iremos más lejos a la vez en lo que se refiere a las sanciones
petroleras y contra las estructuras financieras’” dijo el jefe de la
diplomacia danesa Villy Soevndal, durante un encuentro con la prensa
extranjera. Puede apreciarse con claridad que, a fin de impedir la
proliferación nuclear, Israel puede acumular cientos de ojivas
nucleares mientras Irán no puede producir uranio enriquecido al 20%.
Otranoticia sobre el tema, de una conocida y
experta agencia informativa británica refiere que: “China no dio
señales el miércoles de ceder terreno a las demandas de Estados Unidos
de que reduzca sus compras de petróleo iraní y consideró un exceso las
sanciones de Washington contra Teherán…”.
Cualquiera se asombraría de la tranquilidad con que Estados Unidos y
la civilizada Europa promueven esta campaña con una pasmosa y
sistemática prácticaterrorista. Baste estas líneas trasmitidas por otra importante agencia europea de noticias: “El asesinato, el miércoles, de un responsable de la planta nuclear de Natanz, en el centro de Irán, cuenta tres precedentes desde enero de 2010.”
El 12 de enero de ese año: “Un físico nuclear internacionalmente
reconocido, Masud Alí Mohamadi, profesor en la universidad de Teherán y
que trabajaba para los Guardianes de la Revolución, murió en la
explosión de una moto bomba delante de su domicilio…”.
“29 de noviembre de 2010: Majid Shahriari, fundador de la Sociedad
nuclear de Irán y ‘encargado de uno de los grandes proyectos de la
Organización iraní de la energía atómica’ [...] fue muerto en Teherán
por la explosión de una bomba magnética fijada a su automóvil.
“El mismo día, otro físico nuclear, Fereydoun Abasi Davani, fue
objeto de un atentado en condiciones idénticas cuando estacionaba su
coche delante de la universidad Shahid Beheshti en Teherán, donde los
dos hombres eran profesores.” -Fue solo herido.
“23 de julio de 2011: El científico Dariush Rezainejad, que
trabajaba en proyectos del ministerio de la Defensa, fue muerto a
balazos por desconocidos que se desplazaban en una moto en Teherán.”
“11 de enero de 2012: -es decir, el mismo día en que Ahmadinejad
viajaba de Nicaragua a Cuba, para dar su conferencia en la Universidad
de La Habana- El científico Mostafa Ahmadi Roshan, que trabajaba en la
planta de Natanz, de la cual era vice-director para los asuntos
comerciales, murió en la explosión de una bomba magnética colocada
sobre su automóvil, cerca de la universidad Allameh Tabatabai, al este
de Teherán”. Como en años anteriores “Irán acusó nuevamente a Estados
Unidos e Israel.”
Se trata de una carnicería selectiva de brillantes científicos
iraníes sistemáticamente asesinados. He leído artículos de conocidos
simpatizantes de Israel que hablan de crímenes realizados por sus
servicios de inteligencia, en cooperación con los de Estados Unidos y
la OTAN, como algo normal.
Al mismo tiempo, desde Moscú las agencias informan que “Rusia advirtió hoy que en Siria está madurando un escenario similar al de Libia, pero alertó que está vez el ataque vendrá desde la vecina Turquía.
“El Secretario del Consejo de Seguridad ruso, Nikolai Patrushev,
sostuvo que Occidente desea ‘castigar a Damasco no tanto por la
represión a la oposición sino por su renuencia a interrumpir su alianza
con Teherán’.”
“…en su opinión, en Siria está madurando un escenario como el de
Libia, pero en esta oportunidad, las fuerzas de ataque no vendrán de
Francia, Gran Bretaña e Italia sino de Turquía’.”
“Incluso, se atrevió a adelantar que ‘es posible que Washington y
Ankara están ya definiendo varias opciones de zonas de exclusión de
vuelo, donde ejércitos armados de rebeldes sirios podrían ser
entrenados y concentrados’.”
Las noticias no solo proceden de Irán y el Oriente Medio, sino
también de otros puntos del Asia Central próximos al Oriente Medio. Las
mismas nos permiten apreciar la complejidad de los problemas que pueden
derivarse de esa peligrosa zona.
Estados Unidos ha sido conducido por su contradictoria y absurda
política imperial a problemas serios en países como Pakistán, cuyas
fronteras con otro importante Estado, Afganistán, fueron trazadas por
los colonialistas sin tomar en cuenta cultura ni etnias.
En este último país, que durante siglos defendió su independencia
frente al colonialismo inglés, la producción de drogas se ha
multiplicado desde la invasión yanki, y los soldados europeos apoyados
por los aviones sin piloto
y armamento sofisticado de Estados Unidos cometen bochornosas matanzas
que incrementan el odio de la población y alejan las posibilidades de
paz. Eso y otras inmundicias también se reflejan en los despachos de
las agencias occidentales de noticias.
“WASHINGTON, 12 Enero 2012 - El secretario estadounidense de Defensa, Leon Panetta, calificó este jueves de ‘absolutamente lamentable’ el
comportamiento de cuatro hombres presentados como marines
norteamericanos orinando sobre cadáveres en Afganistán en un video
difundido por internet.
“He visto las imágenes y encuentro el comportamiento (de esos hombres) absolutamente lamentable…”
“‘Este comportamiento es totalmente inapropiado de parte de miembros
del ejército estadounidense y no refleja en ningún caso los criterios
y los valores que nuestras fuerzas armadas juran respetar’…”
En realidad ni lo afirma ni lo niega. Cualquiera puede quedarse con la duda y posiblemente el mismo Secretario de Defensa.
Pero también resulta extremadamente inhumano, que hombres, mujeres y
niños, o un combatiente afgano que lucha contra la ocupación
extranjera, sea asesinado por las bombas de los aviones sin piloto.
Algo también muy grave: decenas de soldados y oficiales pakistaníes,
que cuidaban las fronteras del país, han sido destrozados por esas
bombas.
En declaraciones del propio Karzai, Presidente de Afganistán, esteexpresó
que el ultraje a los cadáveres era “’simplemente inhumano’, y pidió al
gobierno estadounidense que ‘aplique el castigo más severo a quien sea,
que acabe siendo condenado por este crimen’.”
Portavoces de los talibanes declararon que “‘en los diez últimos
años se dieron centenares de actos similares que no fueron revelados’…”
Uno incluso siente lástima por aquellos soldados, separados de
familiares y amigos, a miles de kilómetros de su propia patria,
enviados a luchar en países que ni siquiera tal vez oyeron mencionar
como escolares, donde les asignan la tarea de matar o morir para
enriquecer a empresas transnacionales, fabricantes de armas y políticos
inescrupulosos, que dilapidan cada año los fondos que se necesitan para
la alimentación y la educación de los incontables millones de
hambrientos y analfabetos en el mundo.
No pocos de esos soldados, víctimas de los traumas sufridos, terminan privándose de la vida.
¿Acaso exagero cuando afirmo que la paz mundial pende de un hilo?
La nueva emergencia de Asia como una economía de peso semiautónoma
modifica el orden de fuerzas internacional. Pero Estados Unidos se
resiste a que su poderío sea cuestionado…
¿En qué condiciones se constituyó Estados Unidos como potencia?
¿Cómo fue que, en apenas un siglo y medio, las antiguas colonias
británicas lograron suplantar a Europa en los planos económico, militar
y cultural?
Durante el siglo XIX, Europa Occidental se convirtió, mediante un
doble movimiento de expansión económica y colonial, en el centro de
gravedad de un nuevo orden mundial desigualitario: el sistema mundial,
antaño descentrado y no jerarquizado, compuesto por “economías-mundo”
relativamente autónomas (el Imperio otomano, Europa Occidental, China,
el Imperio mongol, etc.) con niveles de desarrollo comparables, se
metamorfoseó bajo el efecto de la revolución industrial y de la
concentración concomitante de poder y riqueza en “Occidente”.
La expansión económica y territorial de Europa Occidental y aquella,
conjunta, de las colonias europeas de poblamiento como Estados Unidos,
participaron de una dinámica de conjunto. De alcance global, estas dos
formas de expansión se conjugaron en el transcurso del siglo para crear
una nueva estructura jerárquica de las relaciones internacionales
caracterizada por la división entre los “centros” euro-atlánticos
dominantes, por una parte, y las “periferias” coloniales dominadas o
dependientes, por otra.
En su premonitoria descripción de la globalización, Karl Marx y
Friedrich Engels señalaron con justeza en 1848 que “la explotación del
mercado mundial [otorgó] un carácter cosmopolita a la producción y al
consumo de todos los países [y] quitó a la industria su base nacional
[…]. En lugar de las antiguas necesidades satisfechas con productos
nacionales surgen necesidades nuevas que reclaman para su satisfacción
los productos de los países y los climas más lejanos. En lugar del
antiguo aislamiento de las provincias y de las naciones que se bastaban
a sí mismas, se desarrollan relaciones universales; una
interdependencia universal de las naciones” (1).
La gran potencia del siglo XIX
No obstante, este sistema global emergente era asimétrico. Los
nuevos países industrializados constituían el “punto de partida y el
punto de llegada de vastos tráficos” y de industrias provechosas;
concentraban riqueza, saberes y experiencia, al tiempo que inhibían su
eclosión en otra parte. Como escribe Fernand Braudel concisamente: “El
centro es la punta dominante, la superestructura capitalista del
conjunto de la edificación. Como hay reciprocidad en las perspectivas,
si el centro depende de los suministros de la periferia, ésta depende
de las necesidades del centro, que le dicta su ley” (2).
Así, la unificación de la economía mundial se llevó a cabo con
violencia. A lo largo de guerras de conquistas prácticamente
incesantes, ciertas partes del mundo cada vez más importantes fueron
incorporadas a las redes de producción e intercambio de los imperios
coloniales. Escaso en 1750 (27 millones), el número de “subalternos”
bajo dominio directo de Europa explotó en el siglo XIX: 205 millones en
1830, 312 millones en 1880 y 554 millones en 1913. A estas poblaciones
de los imperios formales, territorializados, se sumaron las de países
supuestamente independientes, pero sometidos a los sistemas coercitivos
de control a distancia y a las disciplinas imperiales informales. Así,
a inicios del siglo XX, cerca de la mitad de la población mundial se
encontraba inserta a la fuerza en una división internacional del
trabajo que respondía únicamente a las necesidades de los nuevos países
industrializados.
En ese entonces Gran Bretaña dominaba ese sistema, controlando los
mares, la producción y los intercambios. A mediados del siglo XIX, con
tan sólo el 2% de la población mundial, producía el 53% de hierro, el
50% de carbón y de lignito, y consumía casi el 50% de la producción
mundial de algodón para alimentar su industria textil. Su consumo
energético equivalía entonces a 5 veces el de Estados Unidos o de
Prusia, 6 veces el de Francia y 150 veces el de Rusia. Gran Bretaña
representaba por sí misma un cuarto del comercio mundial y dos tercios
del intercambio de productos manufacturados.
Aunque en el plano industrial Gran Bretaña fuera alcanzada por
Alemania y superada por Estados Unidos, el imperio territorial
británico que se extendía desde el Pacífico hasta el Atlántico, pasando
por Asia del Sur, África y Medio Oriente, englobaba en 1913 un cuarto
de la población mundial. Londres constituía el corazón de las finanzas
mundiales y de las inversiones internacionales. Estas inversiones en
constante crecimiento, globalizadas pero principalmente concentradas en
los dominions en América Latina y en Estados Unidos, proporcionaban el
10% de sus ingresos globales en 1914.
Antes de esta fecha, escribía el economista John Maynard Keynes, “un
habitante de Londres podía, al tomar su té por la mañana, pedir por
teléfono los variados productos de toda la Tierra en la cantidad que lo
satisficiera (…); arriesgar su riqueza en los recursos naturales y las
nuevas empresas de cualquier parte del mundo (…); enviar a su criado al
banco más próximo para proveerse de tanto metal precioso como le
pareciera conveniente; [y] partir para tierras extranjeras, sin conocer
su religión, su lengua o sus costumbres, llevando encima riqueza
acuñada” (3).
El primer cimbronazo
Esta “primera globalización” terminó brutalmente en 1914, cuando la
conjunción de nacionalismo y militarismo asestó un golpe fatal al orden
internacional europeo-céntrico del siglo XIX. La guerra sacó a la luz
la contradicción entre las lógicas nacionales de poder y expansión y la
lógica transnacional del capitalismo. Hizo tambalear a los imperios
europeos estimulando, como lo reconoció el dirigente conservador
británico Lord Curzon, un “increíble desarrollo” de las fuerzas y
aspiraciones anticoloniales. Abrió la vía a la revolución bolchevique
en Rusia y creó el fermento del fascismo. Por último y sobre todo, al
agotar a Europa, aceleró bruscamente el desplazamiento sistémico del
centro del viejo continente hacia Estados Unidos.
Este país ya constituía un importante eslabón de la primera
globalización. Aún antes de la Independencia de 1776, las colonias
británicas de América del Norte aparecían como un componente esencial
del sistema económico transatlántico, basado en la extracción y el
comercio de recursos coloniales. Después de la Independencia, el papel
de Estados Unidos en los flujos transatlánticos se incrementó
considerablemente.
La industria internacionalizada del algodón ilustró este poderío
creciente. Hacia 1850, representaba el 20% del total neto de las
importaciones y casi la mitad del valor de todas las exportaciones
británicas (4). Durante el mismo período, Estados Unidos se convirtió,
gracias a las plantaciones del Sur, en el primer productor de algodón.
En 1820 era fuente del 20% de la producción mundial; cuarenta años más
tarde aseguraba dos tercios de la misma, antes de que la guerra de
Secesión pusiera fin a la esclavitud.
De manera que, a partir del siglo XIX, Estados Unidos y Europa
estuvieron inextricablemente ligados, no sólo por el comercio sino
también a través de los flujos transnacionales de capitales y de
poblaciones. Estos flujos favorecieron el poblamiento y la organización
de territorios adquiridos, a menudo por la fuerza, durante la primera
mitad de siglo. Esta fase de expansión territorial ininterrumpida debe
entenderse como una variante de la expansión colonial europea.
Encuentra sus raíces en fuerzas materiales y representaciones
culturales y raciales comunes a todas las sociedades coloniales e
integra el movimiento global expansionista de la época.
Estados Unidos y su “destino manifiesto”
No obstante el mito del aislamiento estadounidense, este país buscó
y adquirió un lugar cada vez más importante a nivel internacional: a
menudo se comprometería en operaciones intrusivas en la periferia
colonial recientemente constituida, a veces al lado de las fuerzas
armadas europeas: entre 1846 y 1898, Estados Unidos llevó a cabo 28
intervenciones militares en América Latina y 19 en la zona
Asia-Pacífico, al tiempo que realizaba constantes “operaciones” contra
los amerindios en el interior del continente.
La guerra contra España en 1898 y la colonización de Cuba y de
Filipinas marcaron un momento de transición entre esta primera fase
expansionista y aquella, más informal pero más amplia, posterior a
1945. A mediados del siglo XIX, los expansionistas estadounidenses
interpretaron la ampliación territorial como una expresión de su
“destino manifiesto” (5) de asentar su supremacía sobre el continente
y, más allá, sobre Occidente en su conjunto.
Al reinterpretar la historia mundial a partir de su nueva posición
de predominio industrial (concentraban el 23,5% de la producción
manufacturera mundial, contra el 18% de Gran Bretaña en 1900) y del
creciente alcance de sus compromisos internacionales, los
expansionistas de fines de siglo imaginaron el ascenso estadounidense
como el resultado de un proceso histórico de selección y sucesión
imperial que comenzaba en los antiguos grandes imperios y concluía en
Estados Unidos. Anticipando la próxima “supremacía económica mundial”
del país, un allegado al presidente Theodore Roosevelt escribía en
1900: “No hay razón para que Estados Unidos no se convierta en un
centro de riqueza y poder superior al que jamás fueron Inglaterra, Roma
o Constantinopla” (6).
Las dos guerras mundiales confirmaron esta visión del devenir
histórico. Tras el primer conflicto, las elites británicas debieron
avenirse a la idea de una pax anglo-saxonica, es decir, a compartir las
“responsabilidades” mundiales con Estados Unidos. Pero éste ya
entreveía la futura pax americana.
En 1939, el influyente internacionalista Walter Lippman escribía:
“Mientras duró la generación a la que pertenecemos, se produjo uno de
los acontecimientos más importantes de la historia de la humanidad. La
potencia que controla la civilización occidental cruzó el Atlántico”
(7). En 1946, el presidente Harry Truman retomó la idea de una sucesión
imperial: “Desde la Persia de Darío I, la Grecia de Alejandro, la Roma
de Adriano, la Gran Bretaña de Victoria (…), ninguna nación ni grupo de
naciones ha estado investido de nuestras responsabilidades” (8).
En efecto, después de 1945, Estados Unidos se encontraba en el
centro y en la cima: reemplazó a Europa, reestructuró y modernizó la
economía mundial capitalista e instituyó sistemas de alianzas
internacionales securitarios que perduran en la actualidad. A pesar de
la “bipolaridad” de un mundo dividido entre un bloque capitalista y un
bloque comunista, Estados Unidos siguió dominando el sistema
internacional durante las décadas de la posguerra. Contrariamente a las
prematuras previsiones de “decadencia” de las décadas de 1970 y 1980,
al terminar la Guerra Fría este país se encontraba en el corazón del
segundo ciclo de globalización.
Dado que Estados Unidos se convirtió en la única “superpotencia” en
una economía capitalista globalizada, sus elites comenzaron a soñar con
un nuevo “siglo estadounidense”. En 1998, Zbigniew Brzezinski afirmaba
que “hoy, la extensión y la omnipresencia de la potencia mundial
estadounidense son únicas” (9). Tres años más tarde, Henry Kissinger
evocaría “la ascendencia global de Estados Unidos (…), muy superior a
la de los más grandes imperios del pasado” (10). Este momento de
triunfalismo no duró mucho. En el medio se produjeron dos guerras y la
crisis financiera y económica. Sin embargo, las representaciones
imperiales perduran: ¿acaso Barack Obama no se fijó como objetivo
global “hacer de este siglo otro siglo estadounidense”? (11).
Ahora bien, el sistema mundial tiende, en la actualidad,
inexorablemente hacia el policentrismo. La nueva emergencia de Asia y
de otras grandes regiones poscoloniales durante estas últimas décadas y
el nuevo rol de países-continentes que, como China, representan el
papel de centros semiautónomos del capitalismo mundial, cambia la
configuración de base del orden internacional.
Sin ninguna duda, Estados Unidos seguirá siendo una enorme potencia.
Pero tendrá que acomodarse al pluralismo y a un papel más modesto en
los asuntos mundiales.
* Profesor en la Universidad Americana de París (AUP), autor del
ensayo Une autre histoire de la puissance américaine (Seuil, París,
2011), del que aquí publicamos algunos extractos.
Fuente: Le Monde Diplomatique, Edición Nro 149. Traducción: Teresa Garufi
1. Karl Marx y Friedrich Engels, Manifiesto del Partido Comunista, 1848. 2. Fernand Braudel, La Dynamique du capitalisme, Arthaud, París, 1985. 3. John Maynard Keynes, Les Conséquences économiques de la paix, Gallimard, París, 1919. 4. Eric J. Hobsbawm, Industry and Empire: From 1750 to Present Day, Penguin Books, Londres, 2000. 5. Reginald Horsman, Race and Manifest Destiny. The Origins of
American Racial Anglo-Saxonism, Harvard University Press,
Cambridge,1999. 6. Brooks Adams, America’s Economic Supremacy, The Macmillan Company, Nueva York, 1900, p. 51. 7. Walter Lippmann, “The American Destiny”, Life Magazine, Nueva York, 1939. 8. Citado por Donald W. White, “History and American
Internationalism. The Formulation from the past after World War II”, en
Pacific Historical Review, vol. 58, Nº 2, University of California
Press, Berkeley, mayo de 1989, p. 151. 9. Zbigniew Brzezinski, The Grand Chessboard. American Primacy and
its Geostrategic Objectives, Basic Books, Nueva York, 1998, p. 23. 10. Henry Kissinger, Does America Need a Foreign Policy?, Simon & Schuster, Nueva York, 2002, p. 19. 11. Observaciones del presidente Barack Obama ante una sesión conjunta de ambas cámaras del Congreso el 24-2-09.
Cuando parecía que todo estaba bien,
cuando no había una amenaza nuclear aparente por medio, cuando la
sociedad internacional se preocupaba más por la ayuda humanitaria que
por reforzar las fuerzas armadas, entonces llegó la hecatombe
financiera. Sin duda ha supuesto un punto de inflexión a la tendencia
en las políticas exteriores de los diferentes actores internacionales,
cuestionando los paradigmas establecidos. Además de las repercusiones
en la esfera internacional, los ciudadanos han sido afectados
directamente por el leviatán de los mercados.
Prueba de ello es la situación en
Portugal. En este pequeño país los ciudadanos experimentan o incluso
vaticinan lo que en un futuro puede suceder en cualquier país europeo,
la emigración a países en vías de desarrollo. Portugal ha sufrido la
crisis económica en todo su esplendor y los datos lo reflejan a simple
vista. Cabe resaltar a modo de ejemplo la deuda pública lusa, que desde
el 2007 a aumentado del 65% (sobre el producto interior bruto) a
superar ligeramente el 100% en el 2011. Además, las predicciones de los
analistas no conceden ninguna mejoría, pues se estima que la deuda
pueda alcanzar más del 120% en el 2013. Esto sin duda, repercute en la
esfera social habiendo actualmente una tasa de desempleo del 12%[1].
Esta situación sin duda lleva a que los ciudadanos busquen alternativas
de vida y deciden, ente otras, emigrar. «Miles y miles de trabajadores
están saliendo ya para Holanda, Francia y Bélgica y también para
Angola», constataba Albano Ribeiro, el presidente del Sindicato de los
Trabajadores de la Construcción Civil del Norte[2]
en el año 2009. Resulta sorpresivo que uno de los países receptor de
portugueses sea Angola. Actualmente la tendencia lejos de disminuir, ha
aumentado y Angola se posiciona como lugar predilecto para buscar
suerte.
En las próximas líneas se expondrá el
cambio de paradigma migratorio de los países considerados ricos, hacia
países que hasta hace escasos años eran considerados pobres. O en otras
palabras: cómo han pasado los países receptores de inmigración a ser
países emisores.
Se tomará como referencia el caso
portugués-angoleño. Angola es un país situado, en el suroeste africano,
entre el Congo, la República Democrática del Congo, Zambia y Namibia.
Alcanzó su independencia de Portugal en el año 1975, por lo que su
autodeterminación es reciente. En cuanto al sistema político se
configura como una república de corte unitaria y con una única cámara
legislativa, la Asamblea Nacional (Assembleia Nacional) con 220
escaños. El presidente es José Eduardo dos Santos desde 1979
perteneciente al partido Movimento Popular de Libertação de Angola (MPLA), que
ostenta una mayoría abrumadora en el parlamento con 191 escaños. La
principal oposición política es el partido União Nacional para a
Independência Total de Angola (UNITA) con sólo 16 escaños; el resto se
distribuyen entre múltiples partidos minoritarios. En el 2010 dos
Santos modificó la constitución vigente, aboliendo las elecciones
presidenciales y estableciendo la elección del presidente a través del
partido mayoritario en el Congreso, lo que beneficia claramente a su
partido, que tiene expectativas de seguir gobernando sin restricción
alguna por parte de una oposición débil y fragmentada. Esto, aunque es
una evidencia de una ausencia de calidad democrática[3], proporciona al país una patente estabilidad política.
En cuanto al aspecto económico, Angola
se posiciona como uno de los países con mayor crecimiento en África.
Los datos son irrefutables, desde el año 2007 el país ha crecido un 36%
(tomando como referencia el PIB) y las expectativas de crecimiento son
inmejorables, pues según las predicciones de The Economist, en el año
2013 prácticamente habrá duplicado el PIB del año 2007[4].
Angola tiene amplias relaciones comerciales con Portugal, suponiendo
las importaciones del país luso un 17,9% sobre el total de
importaciones en Angola. El país subsahariano, por su parte, posé
actualmente un 4% de las participaciones de las compañías portuguesas
que cotizan en bolsa y la inversión se mantiene en crecimiento. Las
compañías angoleñas también están creciendo a un ritmo vertiginoso,
entre otras la compañía nacional de petróleo “Senagol” con dos Santos a
la cabeza. La tasa de desempleo no está disponible, pero se estima que
por debajo del 12%, teniendo en cuenta que en Zambia, su país vecino,
es del 13% y no está teniendo el crecimiento económico de Angola.
Como puede comprobarse, Angola posé dos
grandes virtudes de cara a los portugueses. Por un lado ostenta una
gran estabilidad política debido a la hegemonía de dos Santos a la
cabeza del ejecutivo. Esto va unido a las relaciones óptimas que tienen
Angola y Portugal, siendo el primero de los mayores acreedores lusos.
Por otro lado, el crecimiento económico parece no tener límites, lo que
supone un gran incentivo para intentar progresar en el país
subsahariano. Todo ello se une a que los portugueses tienen como norma
general una formación superior a los angoleños, por lo que las
perspectivas de alcanzar puestos superiores en Angola son altas. De
esta forma, parece que la tesis inicial se cumple en este caso, es
decir, la antigua colonia lusa ha pasado de ser un país emisor a ser un
país receptor de migración. No obstante, cabe esperar que esta extraña
circunstancia cambie en los próximos años y que se trate más bien de
una situación pasajera ocasionada por los problemas financieros
portugueses. Aún así se da la paradoja, aunque transitoria, de que la
antigua metrópoli naufragada está siendo rescatada por su antiguo
enclave. Sólo cabe contemplar hasta qué punto es una tendencia marginal
o empieza a generalizarse.
Referencias:
“Country report: Portugal.” Economist Intelligence Unit. (2011)
“Country report: Angola.” Economist Intelligence Unit. (2011)
[1] En
comparación con España es una tasa de desempleo despreciable, pero debe
tenerse en cuenta el desempleo crónico española (hasta en años de
bonanza) y el desempleo luso en el 2007 que apenas alcanzaba el 8%.
[2]Punzón, Carlos. "Los portugueses buscan en la emigración una salida a la crisis." La Voz de Galicia 26 9 2009, n. pag. Web. 23 Dec. 2011. <http://www.lavozdegalicia.es/mundo/2009/09/26/0003_7995860.htm>.
[3] Debe
tenerse en cuenta que el régimen angoleño se considera autoritario
según “The Economist Intelligence Unit’s Index of Democracy 2010”.
Raúl Zibechi: “Brasil ya es una potencia regional y
tiene muy claro que para ser una potencia mundial tiene que unir a toda
Sudamérica”
A principios de diciembre,
coincidiendo con la primera cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos
y Caribeños (Celac), el pensador uruguayo Raúl Zibechi, un referente
imprescindible para el análisis de los movimientos populares latinoamericanos,
visitó Santiago de Chile para participar en el encuentro “América Le Atina
Desde Abajo”.
Desde la revista libertaria Política y Sociedad
no quisieron dejar pasar la oportunidad de conversar con un gran conocedor de
las realidades nuestramericanas sobre la América Latina actual y su
posición en el mundo en crisis en que vivimos.
-Estamos asistiendo a cambios geopolíticos muy
profundos, se está alterando la correlación de fuerzas entre las potencias
mundiales, están apareciendo en escena otras nuevas que reivindican mayor
protagonismo en las instituciones internacionales y menor unilateralidad y se
gestan nuevos bloques económicos o se redefinen los ya existentes. ¿A qué
obedece este proceso y qué relación tiene con la crisis económica actual?
-El proceso, a mi modo de ver, se debe al agotamiento
de la hegemonía de los Estados Unidos: de la hegemonía unipolar vamos a
una multipolaridad.
¿Cuáles serían las causas de esto? Bueno, son varias,
una de las principales es la superposición de tres clases de conflictos
sociales en la década de los 60 y 70: movimientos obreros, movimientos de
liberación nacional, con independencias en Asia y África y
revoluciones en la periferia, y movimientos de las minorías, los derechos
civiles en EEUU, feministas, afrodescendientes, pacifistas, juveniles…
Eso lleva al sistema a trasladar progresivamente el
centro de acumulación desde la producción a las finanzas y luego a trasladar el
eje de sus políticas, por esta evolución del sistema financiero, al abandono
progresivo de los estados de bienestar. Finalmente, el sistema financiero
adquirió cierto nivel de desregulación sobre todo con las privatizaciones de
los fondos de pensiones básicamente en el mundo anglosajón, Estados Unidos, Reino
Unido, también en Japón, Países Bajos… que llegó a generar tal
cantidad de dinero virtual, acelerado con las nuevas tecnologías, que acabó
creando una multiplicidad de burbujas y de dinero virtual circulando por el
mundo que supera en varias veces el PIB mundial.
Antes el sistema financiero suponía una fracción del
PIB mundial, a día de hoy un solo banco tiene en derivados financieros el
equivalente al PIB mundial. Eso es como una máquina que gira enloquecida y que
va depredando primero a los países del tercer mundo, por ser los más frágiles,
luego a los intermedios y finalmente a los países más ricos, al propio EEUU,
generando burbujas, generando niveles de especulación inimaginables en nuestras
cabecitas simples que ven una cosa real y que no se imaginan que con una
botella de agua se puede especular generando millones de dólares a partir de lo
que puede rendir este producto en 20 años más.
Los derivados financieros son un delirio creado para
enriquecer artificialmente a un pequeño sector y creo que la crisis mundial
actual tiene que ver con esto, con una sucesión de mutaciones que ha hecho el
sistema capitalista de lo productivo a lo financiero empujado porque desde lo
productivo, que es el arraigo de la gente real a nivel de productor y
consumidor, las sublevaciones y las resistencias de la gente lo han ido
llevando a un lugar aparentemente más seguro pero que luego se demostró muy
inseguro para todo y finalmente los propios capitalistas se acaban devorando
entre ellos. En este momento la guerra del dólar contra el euro es una guerra
intercapitalista en el cual unos se quieren apoderar de partes de otros, ya no
es sólo una guerra contra los pobres, contra los trabajadores, es una guerra
entre ricos. Y la guerra que se adivina entre los países emergentes también es
una guerra entre los de arriba.
Hay varias peleas simultáneas.
Por un lado, hoy las multinacionales tienen mucho más
poder que muchos estados. Los bancos también tienen un poder enorme y han
obligado a los Estados Unidos, al gobierno más importante del mundo, a
salvarlos, y lo mismo ha pasado en Europa. Ellos no tenían ganas de
salvarlos porque es poner en riesgo la gobernabilidad de sus países.
Por otro lado, hay una pelea entre los países
emergentes. Que son países que se han venido fortaleciendo frente a los Estados
Unidos, Japón y Europa. Aparecen una serie de potencias emergentes sobre todo
en Asia, que indican que también estamos en una transición desde la hegemonía
occidental a la hegemonía oriental. Son insospechadas las consecuencias que
esto pueda tener, porque Occidente, desde que existe como tal, mantiene
cinco siglos de hegemonía mundial; pensar en una hegemonía oriental es algo que
desafía nuestra imaginación, la mía por lo menos.
-¿Sigue siendo pertinente, en este nuevo escenario, un
enfoque anti-imperialista centrado exclusivamente en los Estados Unidos y las
antiguas potencias colonizadoras o habría que actualizarlo?
-Actualmente estoy terminando un libro sobre Brasil,
justamente porque me he dado cuenta de que sobre todo para los países pequeños
de Sudamérica y también para los medianos como Argentina, Colombia,
y quizás Chile también, en el futuro el impacto de Brasil como potencia
va a ser muy fuerte, desafiando la tesis de Ruy Mauro Marini de hace 30 años del
sub-imperialismo.
Hoy Brasil ya no es un país sub-imperialista, hay
multinacionales brasileñas con un nivel de acumulación de capitales muy fuerte,
ha habido cambios en las clases dominantes de Brasil en la cual se han insertado
algunos sindicatos como el de los bancarios, se han insertado gerentes que
vienen del PT, del Banco Nacional de Desarrollo (BNDES), en fin,
tiene una capacidad de acumular capital muy grande.
Los fondos de pensiones y el BNDES son las dos
fuentes de acumulación más potentes a día de hoy en Brasil, y Brasil es de los
países que más acumula en el mundo y ya no sólo porque vayan capitales a
Brasil, que siguen yendo, sino por la acumulación interna.
Brasil se convirtió en un país exportador de
capitales. ¿A dónde? A Argentina, Bolivia, Uruguay, Paraguay… Brasil ya
es una potencia regional y tiene muy claro que para ser una potencia mundial
tiene que unir a toda Sudamérica. Eso es Unasur, que es más importante
que la Celac y que el Mercosur, porque es la unidad de toda
Sudamérica, que es su patio trasero. Brasil está construyendo un patio trasero.
Esto quiere decir que la lógica imperialista se
mantiene pero ya no está focalizada exclusivamente en Estados Unidos; les
recuerdo que en Paraguay se han quemado banderas brasileñas por parte de los
campesinos, en Bolivia durante las marchas en defensa del Tipnis y contra el trazado
de una carretera que la construye una empresa brasileña (dirigida por un cuñado
de Lula), la gente gritaba “Evo lacayo de los brasileños”, en Haití
también se han producido este tipo de reacciones. El ejemplo de Brasil es
uno solo. Entonces estamos en un escenario distinto.
-Todos los países latinoamericanos, sin excepción,
están tomando parte, con diferente velocidad, niveles de promoción e
intencionalidad, en un proceso cada vez más amplio de integración
latinoamericana, abarcando cada vez más rubros. En estos días se marca un nuevo
hito en este camino con la cumbre inaugural de la Celac.
¿Cómo evitar que ese proceso de integración, como ha
sucedido en el proyecto europeo, amplíe las desigualdades nacionales y esté al
servicio de las potencias más fuertes de la región?; ¿cómo evitar que la
integración acabe concretando un “capitalismo andino-amazónico” que concentre
la riqueza, excluya a los pueblos y destruya el medio?
¿Cómo concretar una integración desde, por y para los
pueblos?; ¿cómo valoras las iniciativas tomadas hasta el momento en el marco de
la Alba?, ¿crees que van en ese sentido?
-Todo el escenario está colocado para que Brasil sea
la potencia hegemónica en Sudamérica y para que el Amazonas y toda
Sudamérica sea llenada de hidroeléctricas, porque Brasil necesita mucha
energía. Se están construyendo muchas represas y las está construyendo Brasil.
El proyecto IIRSA lo está desarrollando Brasil con préstamos del BNDES.
Yo creo que hay dos caminos.
Uno es que los países de la región le hagan frente a
Brasil, pero no confío mucho en ello. Hoy no hay burguesías nacionalistas, hay
burguesías que utilizan la celeste o la roja para adormecer a sus pueblos, pero
eso no es una burguesía nacionalista. Las burguesías al día de hoy no tienen
mayor interés que el crecimiento económico y no van a oponer ninguna
resistencia al imperialismo brasilero. Yo creo que la soberanía nacional va a
ser patrimonio de los estados fuertes. Y hay estados fuertes en el mundo.
Estados Unidos pese a todo es un estado fuerte, Brasil es un estado fuerte, China
es un estado fuerte. Alemania es un estado fuerte, pero incluso
dentro de la Unión Europea ¿quién más? Un poco Francia o el Reino
Unido, pero éste juega para otro lado.
Desde luego que un mundo multipolar es mejor que un
mundo unipolar, porque a los pueblos la multipolaridad les abre una brecha
porque hay equilibrios más frágiles: la unipolaridad es como una losa que pesa
mucho. Ahora bien, yo no voy a luchar por la multipolaridad, yo voy a
describirla e incluso a decir que me parece bien que emerjan potencias que
desplacen a Estados Unidos, pero yo no voy a luchar para que Brasil sobrepase a
Estados Unidos, voy a tomar nota de eso y voy a tratar de acomodar nuestra
lucha, la de los pueblos, para enfrentar ese nuevo escenario. Un mundo
multipolar es mejor, pero yo no voy a animar a los pueblos a luchar por ese
mundo multipolar, porque ese mundo multipolar es neoliberal, capitalista,
depredador.
Una integración latinoamericana me parece que es buena
si se hace en pie de igualdad. En ese sentido, no tengo muchas esperanzas en la
Alba porque es muy desde los estados, pero creo que en el marco de la
integración regional, la Alba empuja a Brasil a hacer más concesiones. Creo que
está bien que exista la Alba, pero no es mi proyecto. Creo que está bueno que
exista el Banco del Sur para joder al Fondo Monetario Internacional,
creo que está bueno que exista el Fondo del Sur si se hacen obras dentro
de América Latina no para importar, como la IIRSA, sino obras de integración de
verdad. No voy a luchar por eso, no voy a poner mis pocas fuerzas en luchar por
eso, pero me parece que son procesos interesantes que nos abren puertas o
pueden abrirnos puertas.
Por otro lado, si observamos finamente las cosas
veremos que en Brasil hay una resistencia muy fuerte a una gigante
hidroeléctrica como Belo Monte, en donde hay muchos actores, desde la Iglesia
hasta pueblos indígenas, pasando por ambientalistas. O que en Jirau,
una represa sobre el río Madeira, a principios de año hubo una gran
revuelta, los 20.000 obreros que había trabajando en su construcción se
levantaron y lo quemaron todo (N.d.R. ver un artículo de Zibechi al respecto). Son
luchas que se parecen mucho a las que hubo en Cajamarca [Perú] estos
últimos días contra la minería de oro, a la del Tipnis en Bolivia, a la de Hidroaysén
en Chile…, ese camino alternativo pasa porque seamos capaces de coordinar y
complementar estas luchas para que de alguna manera le pongan un freno a este
capitalismo tan depredador. Yo a largo plazo soy optimista.
-Eres uno de los críticos más reconocidos del llamado
“extractivismo”, el modelo de crecimiento económico mediante la explotación y
exportación de recursos naturales que predomina en América Latina a día de hoy,
¿cuáles son los efectos económicos, sociales, políticos y culturales de este
modelo?
-Los efectos ambientales los conocemos, son
depredación y contaminación. Los efectos económicos son expropiación de
recursos, agua, tierra, minerales. Y los efectos sociales son dramáticos,
porque el extractivismo tiene un problema respecto al modelo fabril, y es que
aunque éste fuera capitalista necesitaba productores y consumidores, entonces
la patronal tenía que dialogar con sus obreros para que no le pararan y tenía
que ofrecerle a los consumidores algo interesante. Ahora una minera que saca un
mineral de Pascua Lama y lo manda a China necesita muy pocos
trabajadores en Chile, ningún consumidor y además de dejar toda la
contaminación que deja, genera cada vez más polarización social, da empleo a
muy pocas personas, técnicos y poco más, porque hoy la minería es como una
plataforma petrolífera, con un centenar de personas que se rotan y aisladas de
las comunidades, ni siquiera hay posibilidad de resistir ahí.
Se ha hablado mucho de los efectos ambientales del
extractivismo, eso está muy bien, pero apenas hemos hablado de los efectos
sociales, del sinnúmero de pobres que genera, a los cuales se les aplica
posteriormente esas políticas focalizadas del progresismo.
-¿Cómo se podría hacer para atraer a una alternativa
al extractivismo a sectores sociales que están cabalgando sobre él o que en
cierta medida se están beneficiando de la redistribución que se hace de sus
regalías desde estos gobiernos progresistas?
-Acá hay un problema que, creo, tenemos todos los que
estamos en contra de esto. Yo tengo claro que estoy contra el extractivismo,
pero no tengo una alternativa para ofrecer al extractivismo. Es decir, tengo
una alternativa para que en un barrio los vecinos tengan una huerta ecológica y
no pasen tanta hambre, eso sí. Pero para los estados no hay una alternativa a
la vuelta de la esquina. Y es que el lucro de las commodities es tan
alto que no tenemos una alternativa.
Está claro que esto puede ser un handicap, pero
hay que reconocerlo claramente; “señor, esto no me gusta, pero no sé qué hacer
con esto”, porque las fábricas del patrón, como durante la revolución catalana,
podías expropiarlas y ponerlas bajo control obrero y funcionar en régimen de
autogestión. Después podías plantearte que para que el trabajo no fuera tan
alienante se implantara en lugar del taylorismo algo más flexible, pero la
producción estaba ahí. Ahora nosotros no podemos hacer un extractivismo bueno,
un extractivismo bajo control obrero, que es lo que sostiene García Linera
[vicepresidente de Bolivia] cuando dice que si el extractivismo es hecho por el
Estado no es extractivismo. Y sí, lo es, el problema es que no tenemos una
alternativa y esto hay que mirarlo de frente: “no tengo alternativa”. Bueno,
vamos a ver cómo la construimos.
-¿Qué herramientas de análisis les recomendarías a los
movimientos populares que pretendan generar una lectura propia,
anticapitalista, alternativa, de la geopolítica de América Latina?
-Tienen que mirar los principales emprendimientos que
hay en su país y ver a qué sectores pertenecen; te pongo el ejemplo de Uruguay.
En Uruguay se ha vendido en 10 años el 40% de la tierra, casi la mitad de la
tierra ha cambiado de manos. Y ha ido a parar a brasileños, a argentinos y a
multinacionales, entre ellos a la papelera española Ence. La producción
de soja es toda argentina, la carne es la mitad brasileña y el arroz es todo
brasileño.
Esa es una lectura geopolítica. Las principales
exportaciones nuestras son a Brasil y a China, antes eran a Estados Unidos y a
Europa. Hay mecanismos relativamente sencillos que no implican el análisis
geopolítico. China es entre el primero y el segundo importador de América
Latina y está siendo uno de los principales inversores en minería y en hidrocarburos.
Entonces, yo creo que a través de esos indicativos
sencillos o relativamente sencillos un movimiento puede darse cuenta que
estamos transitando un cambio de hegemonías. En Brasil es muy claro, durante
toda la colonia española todas las exportaciones de Brasil iban a Portugal,
desde la independencia hasta 1920 era Inglaterra, de 1920 a 2010 era
EEUU y hoy es China, y ése es un cambio que llegó para quedarse.
Hoy algo está cambiando, y muy pesado está cambiando.
Yo creo que a través de esos indicadores podemos ver cambios geopolíticos. La
gente tiende a plantearse la teoría del paréntesis, “EEUU era el hegemón y
después de este paréntesis seguirá siéndolo”, y no es así, hay un giro.
Convencer a la gente de que hay un giro es importante para que aprendamos a
mirar lo nuevo, lo que está pasando.
Y la hegemonía china en el mundo, yo no sé desde el
punto de vista político cómo puede ser, pero desde el punto de vista económico
significa un desastre, está siendo un desastre. Desde el punto de vista cultural
¿puede implicar cambios? Pensémoslo un momento desde el punto de vista de los
movimientos populares. Celebramos el Primero de Mayo, una fecha que se creó en
EEUU, en Chicago. Celebramos el 8 de Marzo, que se generó en Nueva
York. Celebramos el 28 de Junio, que es el día del orgullo gay, que nace en
EEUU. Que es la misma cultura que la europea, y también celebramos la
revolución francesa en Uruguay, los obreros cantaban “La Marsellesa”, los
obreros entonaban canciones de la revolución española. Ahora bien,
culturalmente, ¿qué nos une a los chinos? Puede que los aymaras dirían otra
cosa o los mapuches, por ejemplo, que tienen una filosofía que es la del
tercero incluido, al igual que las filosofías orientales no hay dialéctica de
contrarios.
Lo que estoy queriendo decir es que es un escenario
abierto, queda muy claro que la hegemonía occidental está tocando su fin,
incluso culturalmente. Hay que estudiar, hay que aprender. Capaz que hay más
sintonía entre los pueblos indígenas y los pueblos orientales que entre
nosotros y ellos; no lo sabemos pero se abren interrogantes muy fascinantes
para pensar y para estudiar.