viernes, 22 de julio de 2011

La verdad secuestrada

Por Ricardo Alarcón de Quesada

Reclamo internacional regreso de los cinco cubanos

“Porque nada hay encubierto,
que no haya de descubrirse;
ni oculto que no haya de saberse”
(San Lucas 12.2)




El tema que me han asignado para este seminario se titula “Situación actual del caso de nuestros Cinco Héroes”.

Comenzaré diciendo que desde el punto de vista jurídico ha concluido ya su curso normal. Acudimos ahora a un procedimiento extraordinario, el llamado Habeas Corpus, que es una oportunidad que se ofrece por una sola vez a los condenados después que agotaron sin éxito todos sus recursos apelativos. Si se toma en cuenta los antecedentes son muy remotas las posibilidades de obtener por esta vía la liberación de nuestros compañeros.

Damos este paso, sin embargo, por dos razones fundamentales. La primera es una cuestión de principios: debemos librar esta batalla en todos los terrenos que podamos pues se trata de cinco inocentes que sufren injusta y cruel prisión. La segunda es que sólo alrededor de decisiones tomadas en instancias judiciales se ha logrado quebrar, aunque sea parcial y limitadamente, la férrea censura que los grandes medios de comunicación imponen a este caso.

También podría haber iniciado esta charla diciendo que la situación actual de los Cinco es idéntica a la que encaran hace trece años. Sobre ellos no hay noticias. Sufren un doble encierro, el de sus carceleros y el de los periodistas.

La primera reflexión que habría que hacer es ¿por qué ese silencio mediático? ¿Es que Cuba, su Revolución, sus problemas, han sido temas de escaso interés para esos medios? Ustedes saben que es al revés. Nuestra Patria ha recibido y recibe una atención incomparablemente mayor a la de otros países del Continente; se nos analiza día y noche bajo potentes reflectores y poderosas lupas que tratan, casi siempre distorsionando, los más diversos aspectos de nuestra realidad. Entonces ¿por qué casi nunca han dicho algo sobre este caso? Si los Cinco hubieran cometido algún crimen, si alguno de ellos hubiese hecho o intentado hacer algo contra el pueblo norteamericano ¿tiene alguien la menor duda de que ellos habrían sido tema constante en la propaganda anticubana?

La verdad es que los Cinco son completamente inocentes y son literalmente, sin exageración alguna, héroes, que han sacrificado sus vidas por salvar las nuestras, dando una prueba de altruismo insuperable. No hago un ejercicio de retórica.
Esa verdad consta en documentos oficiales del gobierno de Estados Unidos y de sus tribunales. Que su misión era tratar de descubrir los planes terroristas contra Cuba está con todas las letras en numerosos escritos, desde el Acta acusatoria inicial formulada contra ellos y en varias mociones de la fiscalía al comienzo del juicio y a lo largo de su desarrollo hasta las sentencias que al final les fueron impuestas. Que el propósito del gobierno norteamericano era proteger a los terroristas fue reconocido también en esos documentos y en repetidas intervenciones de la fiscalía, todo lo cual está registrado en las actas del tribunal.

El gran problema que enfrentamos es que el Imperio ha logrado impedir que esa información trascienda a la gente. Su éxito es notable. Ha podido secuestrar la verdad impunemente. No hablo de textos secretos o confidenciales. Me refiero a documentos que han estado y están disponibles para quien acceda al sitio oficial del Tribunal Federal del Sur de la Florida y busque el caso “Estados Unidos versus Gerardo Hernandez et al.” Pero eso sólo lo hacen algunos especialistas o personas particularmente interesadas. El gran público se entera de lo que sucede en los tribunales por las versiones que quieran darle los llamados “medios de información”. Y de este juicio, el más prolongado de la historia de un país que, entre otras cosas, tiene varios canales de televisión y otras publicaciones dedicadas exclusivamente a los tribunales, nada se dijo fuera de la ciudad de Miami. Debo detenerme en este punto.

Como ya les dije estamos ahora enfrascados en la presentación de los recursos de Habeas Corpus. El caso más difícil es el de Gerardo al cual me referiré más adelante.

Pero hay un elemento común en la apelación de todos ellos que se refiere a la conducta de la prensa. Mientras en el mundo entero era ignorado completamente, el juicio tuvo en Miami una desbordada y estridente cobertura de los medios locales que promovieron un ambiente de odio contra los acusados, pero además amenazaron y provocaron a los miembros del jurado y a los abogados y testigos. La propia jueza se quejó varias veces y pidió al gobierno que pusiera fin a una situación claramente violatoria de las normas del debido proceso. Ese fue uno de los factores que llevó a la decisión unánime del panel de la Corte de Apelaciones en el 2005 de anular aquella farsa y ordenar un nuevo juicio, justa decisión revocada después por presiones del gobierno de Bush.

Al siguiente año, en el 2006, se supo que esos “periodistas” de Miami eran pagados por el Gobierno para realizar su deleznable faena. Desde hace 5 años grupos de la sociedad civil norteamericana reclaman a las autoridades que revelen todo lo que aún ocultan sobre el alcance de esta operación millonaria – cuánto pagaron, a quiénes y para qué – en una conjura cuyo descubrimiento es más que suficiente para declarar nulo y sin valor alguno todo el proceso seguido contra nuestros compañeros.

Contra Gerardo se levantó una acusación adicional, una calumnia infame que es la causa por la que fue sentenciado a morir dos veces en prisión. Lo acusaron de “conspiración para cometer asesinato en primer grado”.

Sin embargo aquí tengo este documento fechado el 30 de mayo de 2001. Es de la Fiscalía General de Estados Unidos. Aquí dicen que no podían probar esa acusación y por ello solicitaron retirarla a última hora. Pese a ello, Gerardo fue declarado culpable por un crimen que no existió, que era imposible de probar y, para colmo, por el que ya no lo acusaban.

Pero ¿qué importa que este documento exista si nadie habla de él?

Se acusaba a Gerardo falsamente de haber participado en algo con lo que él no tuvo absolutamente nada que ver: el derribo en febrero de 1996 sobre aguas cubanas de dos aeronaves de un grupo terrorista que se dedicaba sistemáticamente a violar el territorio cubano y anunciaba cada violación y las pregonaba sin pudor en los medios de Miami. Independientemente de que este documento es prueba irrefutable de que la acusación era insostenible hay otro dato muy importante que ilustra sobre la prevaricación de las autoridades norteamericanas.

Para reclamar jurisdicción sobre el incidente Estados Unidos debía demostrar que había ocurrido fuera del espacio cubano. Los radares cubanos registraron el hecho dentro de nuestro mar territorial muy cerca de la ciudad de La Habana. Los radares norteamericanos ofrecían datos confusos o que se contradecían entre sí. La misión investigadora de la Organización de Aviación Civil Internacional (OACI) solicitó las imágenes tomadas por los satélites de Estados Unidos pero Washington se negó a mostrarlas. Durante el juicio de Miami la defensa reiteró igual petición y el gobierno volvió a rechazarla. Ahora vuelve a reclamarlo Gerardo en su Habeas Corpus y Washington, otra vez, se niega a permitir que nadie vea esas imágenes. Son ya más de quince años de ocultamiento que revelan el carácter fraudulento del alegato estadounidense. Pero Washington ha logrado que nadie lo denuncie permitiéndole seguir engañando a muchos.

La información es cuestión clave para alcanzar la libertad de Gerardo Hernández Nordelo, Ramón Labañino Salazar, Antonio Guerrero Rodríguez, Fernando González Llort y René Gonzalez Sehwerert. Para ganar esta batalla se necesita movilizar a mucha gente, a millones de personas, y desplegar un movimiento de solidaridad que sea verdaderamente amplio y efectivo.
Cualquier aproximación a este problema, si tiene aunque sea un mínimo de objetividad, debe reconocer que estamos muy lejos de esa meta.

Está comprobado que las grandes corporaciones mediáticas imponen un silencio absoluto sobre este caso, especialmente riguroso en Estados Unidos donde la inmensa mayoría de la población lo desconoce completamente. La ausencia del tema en esos medios no es reflejo de incapacidad profesional de los periodistas sino que obedece a instrucciones precisas, a la decisión política de silenciarlo que procede de los más altos niveles de Washington.

Esperar que esos censores cambien de actitud es una ilusión sin sentido, sería practicar el autoengaño. Denunciarlos por ello una y otra vez, es correcto pero insuficiente porque nuestras reiteradas denuncias apenas tienen repercusión.
Es mucho más, muchísimo más lo que podemos y debemos hacer.

Ante todo hay que apreciar objetivamente el alcance que hoy tiene lo que debemos llamar por su nombre, la tiranía mediática global.

No se trata sólo de lo que dicen o callan los periódicos famosos, las grandes cadenas de televisión o las agencias cablegráficas que deciden sobre la transmisión de noticias en todo el mundo. Todos ellos, unificados en enormes monopolios controlan y manipulan la información y extienden su influencia hasta quienes quieren ser alternativas a esa dictadura global, incluyendo medios que se autodefinen como revolucionarios.

Hay mucha gente en el mundo que se esfuerza por hablar y hacerse oír con recursos muy limitados y han logrado alguna que otra vez penetrar la muralla de la desinformación y el engaño. Nuestros recursos son mucho mayores, los de las Universidades cubanas, sus profesores y estudiantes.

Hagamos como los niños de La Colmenita y preguntémonos sinceramente ¿qué más podemos hacer?

Intervención en la Universidad de Ciencias Informáticas (UCI),
 
Julio 20, 2011. Tomado de Cubadebate.

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