sábado, 9 de julio de 2011

Salve, Cónsul...!


Alejandro Kirk*

La irresistible pasión del presidente Sebastián Piñera y sus asesores por los lugares comunes lo ha llevado a la curiosa decisión de escoger una frase de Saddam Hussein, "la madre de todas las batallas", para definir el lamentable estado de cosas en que se encuentra. Curioso, porque el desenlace de la batalla de Saddam Hussein, indudablemente no es el que Piñera ni el país desean: la horca.

Curioso también el nombre que le asignó a su idea de cómo se debe garantizar el negocio de la educación en Chile: Gran Acuerdo Nacional. El último que acuñó aquel pomposo slogan fue el general Alejandro Agustín Lanusse, un dictador argentino que intentó con eso, en 1971, unificar a propios y adversarios contra la avalancha peronista que se le venía encima.

Igual que el anuncio de Piñera, el GAN argentino de acuerdo solo tenía el título, porque jamás fue acordado con nadie, y el resultado seguramente tampoco es el que nuestro disminuido mandatario quisiera repetir: Lanusse fue forzado a garantizar elecciones libres en menos de un año, que ganó por avalancha Héctor Cámpora —delegado del proscrito Juan Domingo Perón—, sobre la base de un programa de izquierda que su jefe traicionó más tarde.

Pero lo más resaltante es la perfidia de corte imperial romana que exhibió al día siguiente, al anunciarle en público al amuñecado Joaquín Lavín que su carrera política termina en este ministerio, igual que Antonio Varas. Como es obvio que Lavín, descompuesto como se le ve y derrotado como está, eso ya lo sabía, la alusión a Varas no puede ser otra cosa que el sadismo de que todo Chile sepa que Lavín come de su mano y acepta agradecido las bofetadas. 

Uno solo puede imaginar la inmensa amargura que experimenta Lavín, que alcanzó a rasguñar la Presidencia en su madre de todas las batallas contra Ricardo Lagos. Como un Brutus cualquiera, se ve obligado a humillarse en público ante el César vencedor, y reverenciar sus insultos. Quién sabe si, como Brutus, el rencor del ministro será suficiente como para conspirar contra su debilitado amo, una vez que salga del cargo con un zapato de estudiante marcado en el trasero, y ofrecerse para darle la puñalada (política) final: ¿"También tú, Joaquín"?, diría entonces la víctima, fiel a su afición por los lugares comunes.

Como Piñera —atenazado por sus paquetes accionarios, especulaciones y movidas financieras—, es incapaz de convertirse siquiera al keynesianismo, no podría caer con la dignidad de Julio César, quien más que la riqueza atesoraba el poder, ni mucho menos imitará a Adriano, quien más que el poder quería salvar a Roma de su decadencia.

Difícilmente será Piñera capaz de ver la tremenda oportunidad que tiene ante sus ojos de huir hacia adelante de la trampa mortal en que se encuentra: convocar a un plebiscito sobre la convocatoria a una Asamblea Constituyente.

Será incapaz de aquello porque aun cuando pasaría a la historia como el iniciador de la verdadera transición democrática, con ello perdería no solo el poder, sino la fuente institucional turbia que les permite a él y a los de su tipo enriquecerse sin límites ni misericordia, y sin fabricar jamás siquiera un lápiz. Y es sabido que la codicia ilimitada conduce a la perdición; pregúntenle a Marco Antonio.


*Periodista. Ha sido director para América Latina, jefe de Redacción y miembro de la Dirección central de IPS. Columna publicada en la revista de opinión "LA IZQUIERDA" de Santiago.

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